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Agobio contemporáneo con olor a jazmín

Sobre un lecho de hojas frescas aún descansa su olor a jazmín. Mientras la pólvora va invadiendo
paulatinamente cada uno de los resquicios que se abren entre la razón y la brutalidad. Ven aquí,
mami, que en cuatro te voy a dar. No era su madre, era la concha que abría poco a poco y con un
arma y a la medida de expansión de la misma fue introduciendo su arma sin tener en cuenta el
placer de la damisela sino con la brevedad de su insaciable excitación. Jazmín, quien muerta de susto
hacia gemidos y rostros parecidos a los placeres que se esconden tras la sumisión, su papi no reparó
en la carga que contenía el arma. Los movimientos ya lascivos que mantenían las olas de su vientre,
uno simulado, otro sin autocontrol, fueron acelerando la cadencia e inventando una intimidad que
no se cubría de silencio. Mas, todos los sonidillos que se escapaban de sus agujeros se vieron
interrumpidos por el trueno imperante de la violencia. Asustado, papi desvaneció su bravuconería
tras la sincera cobardía de la cual estaba lleno, repleto hasta el hastío. Por eso necesitaba
del trap para darse a conocer como un chico malo. Su mami expelía su olor a jazmín con pólvora,
sangre, vísceras, sesos, fluidos vaginales, mierda y demás desperdicios humanos sobre un lecho
promiscuo...
Las historias tienen un problema: su inicio. Es así, siempre nos dicen cómo deben iniciar las historias
y qué tan buena sería ésta si su inicio atrapa al lector. Entre comillas. A mí no me interesa atraparla
a usted, persona lectora, ni mucho menos esperar que se crea este cuento. Si realmente sucedió
quizá a usted lo tiene sin cuidado. Probablemente. Pero lo que pasa a través de uno es una vivencia
inimaginable. Quiero decir, lo que vemos como realidad es una maraña de historias que se enredan
entre sí y pareciera que nuestra vida la hacen más complicada porque no nos podemos alejar de
ellas, no podríamos vivir sin ellas. De alguna manera las inventamos. Sí, las inventamos por la simple
necesidad de vivir constantemente en una reproducción de ficciones que se multiplican una tras
otra hasta llegar a un punto donde vemos una realidad que viene construida o cimentada por una
cantidad de vivencias inverosímiles y transmitidas por oralidad, algunas documentadas y otras vistas
desde la lejana conformidad. Bueno, pero esta retahíla me sirve de excusa para iniciar esta historia
con algo distinto a ese trágico suceso, algo que sucedió en la vida real pero que necesito ponerlos
en contexto para poder dar razón o, por lo menos, justificar las acciones de aquel machirulo trapero.
No nos interesa si realmente era un artista, entre comillas, o si su vida se basa en vivir de la teta de
su madre y los cojones de su padre. Nos interesa que realmente existió, porque está muerto, y que
realmente es un asesino, porque mató a la jazmín, su pareja. Qué tengo que ver yo en todo
esto, mmmmmm... Mmmmmmm. Sinceramente, nada. Sólo estoy sentado frente a este ordenador
portátil de color azul y de marca sony, vaio, que afortunadamente me sirve para sustentar una
ausencia que me preocupó en el pasado pero, ahora, me tiene sin importancia. Como usted,
anónimo lector que se cree humano. Ah, y que este ordenador tiene el programa necesario para
llevar a cabo esto que estoy haciendo en estos momentos que es escribir una historia para que no
se me olvide pronto y, en unos días, seguir escribiéndola para llegar a un final que no es feliz porque
ya se los conté pero que me sirvió como excusa para sentir que este día sábado no lo estoy
perdiendo porque ando embelesado, como un idiota, viendo una serie de netflix. Ahora trato de
distraerme pensando si tanta palabra es necesaria para que usted siga leyéndome o estará
pensando que soy el típico escritor milenial que quiere registrar todo lo que hace para justificar una
literatura más real y no tanto agobio contemporáneo que anda por ahí suelto estupidizando más
este bello arte de mentir y ensotando, o entreteniendo, todo en una maraña real que huele a
ausencia y distrae el punto al que se quiere llegar. Soto.
La historia es la siguiente, y quiero pedirle disculpas por las estupideces escritas en este relato y en
los otros que he compuesto y los que vendrán. Espero sepa comprender que soy una persona que
trata de aclarar mucho las cosas y el circunloquio que armo es una justificación y muy buena
distracción para poder llenar la hoja y que no me sienta mediocre por los cortos cuentos a los que
llego. Y ni hablar de la pena que me da releerlos. Pero bueno, aquí estamos y prometí una historia.
Ah, una última cosa: yo ya era así antes de empezar a leer y estudiar a macedonio... Una señora de
más de cincuenta años tiene un supermercado. Los que conocemos como chinos. No recuerdo si la
señora era asiática o no, pero no importa. Ven, hay muchos detalles que no importan en las historias,
y no porque se omitan o describan hacen más veraz el texto. Hay que entender que, mientras se
lea, es algo irreal. Quizá ya cuando se procesa en la mente y se crean o sustituyen las vivencias
empieza la transformación de experiencia estética a una de memoria ficticia o ensoñación real. No
sé cómo lo llamaría y no quiero darle más vueltas al asunto. Resulta que esta señora siempre salía
a la vereda de su negocio todos los sábados cerca de las cuatro de la tarde o dieciséis horas. Para
qué lo hacía como si fuera una rutina, me preguntaba. Ya que por simple paralelismo pareciera que
ella rompía su rutina incorporando un suceso azaroso o fortuito en un horario determinado. Y qué
tiene que ver esta señora dueña del supermercado con el trapero. Por ahora, no lo sé. Sin embargo,
sigamos explorando las vidas para ver cómo resulta el hecho de querer meterle más historias a esta
enmarañada realidad.
Por contradicciones, hermosas contradicciones que nos presenta la vida, esta señora un sábado
cumplió con su cita con su vereda, y casi escribo verdad. Sin embargo, salió cinco minutos más tarde
y se topó con el vecino encargado del edificio que no gustaba mucho de ella, pero con quien
compartía ciertos sentimientos patrios aun cuando sus raíces eran rizomas ocultos en tierras muy
lejanas. Estos dos personajes se encontraron este sábado. Se miraron y aceptaron ese momento
incómodo para postergar su desesperada soledad y darse un momento de hipócrita compañía,
cordialidad que llaman algunos. Mientras yo me encontraba dentro del supermercado viéndolos
charlar y esperando a que me atendiera la susodicha, el vecino, como buen samaritano, inicio un
cuento inesperado sobre un adolescente que quiso enamorar a su hija. Este adolescente es amigo
del trapero, pero luego llegaremos a él. Cada vez que el señor soltaba una palabra, la señora
regresaba su mirada al lugar donde solía sentarse, su puesto de mando, y se preguntaba por qué
tenía que escuchar a un ajeno quejarse sobre un desconocido en una lengua tramposa. Bueno, no
fue exactamente lo que se preguntó la señora, pero me miró con ganas de poder atenderme rápido
para poder alejarse por lo menos unos minutos, si es que el vecino iba a insistir en su triste vida, y
así tomar un respiro y ver si aquel tiempo le ayudaría a comprender cada una de las palabras, delos
nombres, los sustantivos, los adjetivos, los artículos, cosa importante para nosotros, que componían
aquel texto oral que el vecino, el buen samaritano, estaba explorando bajo un intento de fidelidad
con su realidad y ganas de seguir jodiendo la vida como lo vengo haciendo yo. A veces siento que el
vecino soy yo pero no, no lo soy.
Acabo de tener un monólogo y me hizo reflexionar sobre el rol que cumplen las editoriales, sobre
su tarea de enmarañar los gustos de las personas para empotrar autores, lamer culos de críticos,
simpatizar con cronistas, seducir periodistas, etcétera, para que, a la larga, terminen mos todos
comprando libros de ciertos escritores contemporáneos, actuales, que no valen la pena. No somos
valiosos para esta época. Estamos en una era donde nuestra realidad se virtualiza y lo que tengamos
que contar de ella por medio de metáforas, experiencias, viajes, ensayos, …, no valen la pena. Por
qué. Porque somos amnésicos y sí, tiene razón, no estoy diciendo nada nuevo, simplemente lo estoy
recordando. Y es que estoy harto de la maldita pedantería del arte, de sus integrantes, de sus
seguidores, de la indiferencia que se mantiene constante ante las vidas que realmente sufren, que
realmente importan, como las vidas de los animales que seguramente usted, querido lector y amada
lectora, devora como si fuera un plato exquisito como si la razón de su existencia, la del animal,
fuera servirle a usted como sustento nutricional. Qué estamos haciendo. Maldita sea, creo que me
tiré este relato. Si me permite, quisiera continuarlo y, por favor, entienda que esta etapa de la vida
por la que estamos pasando, esta crisis, este mundo que estamos volviendo mierda, hacen que
nuestra visión pierda claridad y mantenga nuestros sueños allá, en ese estado irreal, en esa cosa
que aún desconocemos cómo funciona en su totalidad pero que sabemos muy bien que está en
nuestro cerebro.
Hace poco fue que sucedió esto. Y depende del tiempo que lleve esto escrito, luego editado y luego
publicado. Pero para serle fiel a la verdad, hace poco que sucedió esto. Me tocó releer que estaba
escribiendo sobre el vecino y la señora porque me perdí. Por qué alejarnos de los caprichos y darle
otro significado a la vida. Sigo siendo defensor del razonamiento y del control de las emociones,
pero los caprichos de ciertos machirulos siempre te causan una sensación de inmundicia, de tristeza,
de vileza, de ciertas ganas de golpearlos, de miles maneras de interrogarlos. Sé que un capricho es
la justificación para ser feliz, entre comillas. Esa justificación y ese prístino sentimiento moderno me
hace contradecir más de lo que acabo de escribir. Y es que los caprichos son falsos sentimientos,
son razones que justificamos como emociones. Y si hacemos caso a ese tipo de pensamiento, vemos
que nuestros actos siempre van a estar respaldados por una mano ajena a nuestra consciencia que
nos hace o hizo actuar de tal manera. Tenemos que justificarnos siempre. Bueno, la solución a la
que llegó el machirulo, que fue suicidarse, nos lleva a ver el caso de una manera distinta. No, no
tenemos que justifcar nuestros caprichos, pero sí debemos evaluarlos como si se tratara de algo
serio. Por capricho, una mujer ha muerto. Mierda, caí en la trampa.
La vida es un sumidero de mierda, un acto ridículo o absurdo. Sin embargo, nos comportamos ante
ella con una estricta solemnidad, convirtiendo en mito o en literatura todo lo que la afecta.
Instituimos grandes conceptos que nos hacen creer a nosotros mismos en la grandeza humana:
llamamos dignidad, igualdad, libertad y fraternidad a distintos aspectos del depósito de mierda o
del acto grotesco que representamos. Todo eso fue una cita de algún libro que abrí al azar y, por
puro cingalismo, caí sobre esas palabras. Después de todo esto, de lo acontecido aquí, me iré a
caminar y caminar buscando un lugar donde poder encontrar mi tranquilidad, la serenidad para
poder pensar en lo que hice...
Está bien, el machirulo es una excusa para hablar del capricho. Este tipo, el machirulo, es el típico
trapero con el que se esparce la mierda sobre los oídos actuales de jóvenes actuales escuchando,
no oyendo, música actual. Adviértase sobre la palabra música un par de comillas que custodien la
esencia y efervescencia de los sonidos que la acompañan haciéndoles creer que cualquier acto
sonoro y expresión rítmica debe llamarse música. Pues no lo es y para no caer en este tipo de
explicaciones, supongamos, aunque nos duela, que el trapero hacía música sintetizada. Con el
corazón en las manos, aquel tipo veía destrozar su vida, la de jazmín, con tanta pasión que no podía
creer que sentía el órgano latir. Sus manos manchadas, teñidas en sangre. Tejidas en el color de la
pasión. El pálpito, lo grotesco del cadáver, la necesidad de llorar interrumpida por una impotencia
temporal. Él no entendió bien cómo fue que sucedió todo y para eso estamos en esto, para
aclarárselo. Que en paz descanse. Traten de imaginar el corazón de su persona amada en sus manos
después de que le allá disparado en el tronco, no necesariamente en la vagina como lo hizo este
tipo, bueno, dentro de la. Es difícil lograr entender la expresión, los sentimientos y mucho más difícil
todos los pensamientos, si es que se puede pensar en esas condiciones y si este tipo puede ser visto
como un ser pensante. Qué pensaría en dichos momentos usted. Al final podría escribir sus
comentarios al respecto y enviármelos a mi correo electrónico. Yo voy a seguir con el primero que
se me ocurra, pues estoy improvisando.
M83. Música milenial francesa. Molinillo austral. Todo eso era en lo que se estaba encontrando el
trapero. En un espiral de emociones sin razonamiento, consecuencias de caprichos colisionando uno
tras otro como la galaxia en espiral. Cuantos momentos se van desapareciendo sin que nos demos
cuenta si tan sólo pudiéramos estar por ciertos instantes tan lejanos de nuestra galaxia y ver lo
hermosa que es. Tras un acto natural de completa belleza, de absoluta belleza, se encierra un mundo
caótico que dedica su tiempo a revertirnos los caprichos y morir en implosiones galácticas. Desde el
exterior, en el universo, no nos percatamos de nada. Estamos a años luz de poder entender qué
sucede dentro de esa galaxia. Cuántos mundos existen ahí, cuántas vidas se pierden, desaparecen,
se destrozan como mil pedazos en la pared manchando el codiciado placer sexual con actos
extravagantes de una inhibición insensible, de unas formas de concebir la vida como algo sagrado
cayendo en la promiscuidad del momento. Carpe diem, sí. Mucho disfrutar el momento sin pensar
en nuestros actos. Mucha filosofía barata inundando nuestra vida política y social, si no es una
exageración juntarlas. Y de eso también no nos damos cuenta cuando nos alejamos tanto de la
esencia como voces que se van perdiendo en la intensidad disminuida de un eco. Eco. Ec. E. .
Él seguía ahí, sosteniendo el corazón, paralizado, absorto, interrogado por su propio acto. Los restos,
las vísceras estaban todas rodeándolo, juzgándolo por su propia decisión. Desesperado. Atónito.
Sentía algo en ese momento, me pregunto. Podía estar él consciente de lo que hizo. Al parecer,
después de unos minutos, lo estuvo y llevó a cabo el acto más hermoso que puede existir en la vida,
la muerte. El acto en sí de morirse, un capricho natural. Y cómo es que llegamos a esto después de
ver que el trapero es un amigo del enamorado de la hija del vecino de la señora que atiende en el
supermercado en el cual me encontraba comprando un paquete chistris. Pues, la típica
comunicación excesiva que se tiene cuando se comparte algo aterrador con alguna desconocida. El
enamorado de la hija del vecino dejó de frecuentar a la hija del vecino porque se declaró culpable
frente a la policía y frente a una jueza por incitar al asesinato y proveer de un aparato retrógrado
como lo es un arma a su amigo trapero. La hija del vecino lloró la muerte de su amiga sin que ella
supiera que el trapero salía con una amiga de ella después de conocerla en un concierto de esta
música. Ya sabemos que el machirulo murió ahogado, ahorcado y con el arma en su entre pierna
justificando el poder del hombre. El vecino nunca más volvió a hablar con la señora porque después
de entender la gravedad del asunto asumió de sus penas las ahogaría en las frecuentes visitas a un
grupo de reiki que destrozaron su vida. la señora sigue tratando de entender todo lo que el vecino
le contó. Resulta que nació en un país asiático y su comprensión gramatical es bastante limitada,
sólo sabe cobrar y dar de cambio caramelos. Yo oí todo ese cuento y vine a escribirlo. Me inventé
algunas cosas y otras las supuse, pero creo que me faltan muchos detalles para llamar a esto una
historia digna para ser editada y publicada. Mas, me importa un culo.
En las diferencias que existen entre la repetición de las relaciones, el capricho adquiere la ilusión de
poder sobre la resistencia que aparece por cada diferencia. Ese poder virtual es el que te lleva a
sentirte único y así legitimar tu capricho. Por ende, detrás de cada capricho no existe la constitución
de un verdadero amor, pues sus indicadores nos demuestran los símbolos más comentados de la
violencia. No hay amor en los caprichos, hay germen de violencia. Escolio y elipsis. El capricho nos
hace sentir únicos mientras vamos copiando todos los actos válidos que nos dicta el momento
vivido. La violencia se constituye como una respuesta al mismo pensamiento colectivo. Y la violencia
es inmanente al capricho. O al revés. La violencia embulle, rebulle e hierve en el interior de un
capricho haciendo eco silencioso en la composición del amor. Boato sórdido. Invaginar. No obstante,
el mastuerzo de esta historia deja ese sabor rancio en nosotros... La sociedad moldea nuestras vidas
para estandarizarlas en lo que deberían ser, con total libertad de elegir cualquier tipo de contrato
al cual amargarte y ahogarte. Yo no quise hacerte esto, jazmín, ellos me obligaron. Suelo ser
impulsivo por decisión ajena. Suelo tener ciertas habilidades para cagarla y resolverlo sintiéndome
útil, creyendo que soy una persona inteligente que puede actuar de manera independiente, que
puede escribir de manera genuina. Sólo soy un producto que quiere ser distinto, que quiere
diferenciarse de los demás por creer no identificarse con sus personajes. Ahora sé qué es lo que
pudo anteceder al hecho mortal. Creo que lo escribiré devuelta a casa. Y viene así...

Voy caminando por toda la ciudad, las calles son caminos que siempre nos conducen a lo mismo, al
abandono, a la desesperación. Un paisaje reiterativo, grosero, violento. Un orden abrupto que causa
tedio. Y los rostros en ese paisaje expresan siempre los antivalores, las necesidades, las tristezas.
Son rostros de árboles esclavizados que se mueven de aquí para allá, árboles que han perdido sus
raíces y que saben que su destino es ser fagocitados por el paso del tiempo de concreto, el tiempo
urbano. Son árboles caprichosos, angustiados que sueltan aromas invadidos de miedo, perfumes
que simulan un jardín. Y ahí estaba aquella, la flor más fuerte que vi, jazmín. Estaba allí, asustada,
vulnerable, loca. Estaba deshojada, con un tallo débil y un aroma perdido. Estaba allí, acusada,
silenciosa y volátil. Toda su piel arrogante se iba desmechando con el aire de mi humilde virilidad.
Todo lo que quería era rescatarla de su soledad, poseer su alma y poder sentirla junto a mí, yaciendo
en el jardín de mi dolor. Los troncos la pisoteaban, su humedad haría que el cemento se
entremezclara con lo fangoso, se mezclará con los hongos y se convertirá en el pantano. Creí verla
como una flor de loto. Ahí estabas. Frágil condenada a la miseria de la flor, de la debilidad, de la
inferioridad. Tanto árbol pasa junto a vos y te pisotean, te obstruyen, te golpean, te arrancan las
hojas, la esencia, la belleza. Sos una postal del olvido, una memoria de lo que nunca existió, de lo
que nunca fue. Yo te rescataré, te haré mía y serás, podrás respirar en mi jardín con las otras flores
que suelo coleccionar, yo te haré vivir, te haré libre, te intensificaré en los ríos, en el aire, en las
corrientes de mis canciones. Trapearé con vos. Puro ruido.

Atlanta, 1990.

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