Está en la página 1de 4

Exposición: “Reforma y renacimiento”

Por: Juan Diego Agudelo Molina

Este periodo comprende las tradiciones de la guerra justa relevantes en el siglo XVI, ante la
decadencia del derecho canónico, de la doctrina de las guerras santas y del código de caballería, y ante
los cuestionamientos al escolasticismo clásico, surgen nuevas tradiciones que abordan el problema de
la guerra justa, tanto en su fase previa como en la confrontación. Cuatro tradiciones se destacan en esta
época: El neoescolasticismo, el realismo, el legalismo y el reformismo.

El neoescolasticismo

Esta tradición es representada por el dominico Francisco de Vitoria, quien por sus reflexiones
acerca de la conquista de américa, específicamente por sus cuestionamientos sobre la legitimidad de las
actuaciones de la corona española, es considerado por algunos historiadores el fundador del derecho
internacional.

Sus consideraciones se centran en las razones por las cuales es legítimo declarar una guerra (ius
ad bellum), al respecto nos dice que “la guerra sólo [es] permisible en defensa propia o para proteger al
inocente” (p. 95), es decir, una guerra sólo puede declararse por lo que él considera una justa causa, la
cual puede ser la autoconservación del estado, evitando su destrucción por las acciones de otro, o la
intervención para proteger a un individuo o grupo de individuos ante una agresión injusta. Así mismo,
elaboró un criterio normativo de proporcionalidad de fines al momento de iniciar una agresión bélica, a
saber: “la guerra sólo [es] justificable si el daño que intenta reparar [es] mayor que el probable mal que
ella desencadena[…]” (p. 95). Con respecto a la facultad de declarar la guerra, siguió la tradición del
derecho canónico según la cual sólo los soberanos tienen esta facultad.

La pregunta que surge luego de estas consideraciones es quién o qué define una causa justa y si
en un conflicto bélico ambas partes pueden tener causas justas para su accionar. Al respecto nos dice el
texto: “las causas justas tienen cualidades objetivas y subjetivas. En términos objetivos, una guerra sólo
podría ser justa para una de las partes, pero en los casos complicados sólo Dios podía saber quién
actuaba con justicia” (p. 96). Es decir, la “justica objetiva” es la única causa que legitima una guerra,
pero ésta sólo puede ser defendida legítimamente por una de las dos partes, lo que supone que la otra
actúa injustamente. Sin embargo, Vitoria define al hombre como un ser que erra, y bajo la idea de que
están cubiertos por un velo de ignorancia argumenta que los hombres no pueden saber cuándo la justa
causa tiene cualidades objetivas, por lo que ambas partes en conflicto pueden defender una justa causa
aparente. Estas ideas lo llevan a concluir que en una guerra ambas partes pueden actuar justamente si
creen que la justicia objetiva está de su lado y, por tanto, si actúan de buena fe. Como la legitimidad de
la guerra está dada por la creencia de las partes de que actúan justamente, puede presentarse el
fenómeno de que los soberanos justifiquen cualquier tipo de guerra aduciendo que persiguen una justa
causa, para evitar esto Vitoria describe como requisito previo a la declaración de la guerra la asesoría al
soberano por parte de hombre sabios.

Con respecto a las reglas dentro del conflicto bélico (ius in bello) se puede rescatar en la
doctrina de Vitoria la defensa de aquellos que no son parte del conflicto (inocentes), ya que no pueden
ser atacados de manera deliberada y la proporcionalidad en el ataque con respecto a los guerreros
indefensos. Sin embargo, Vitoria admitió que se puede matar legítimamente a inocentes “no por error,
sino con pleno conocimiento de lo que estamos haciendo, si éste es un efecto accidental” (p.98), es
decir, si no se hace con la intención directa de causarles daño, esto se conocerá como la teoría del doble
efecto.

El Realismo

El autor más relevante de esta tradición es Nicolás Maquiavelo, quien “con su concepción del
hombre, pesimista y tortuosa, asume una decisiva posición crítica contra el humanismo renacentista y
establece las bases fundamentales de una visión realista de la política” (Cortés, p. 195). Para él los
hombres son egoístas y sólo buscan satisfacer intereses individuales. Esta concepción antropológica
fundamenta su concepto de derecho natural, lo cual hace de una manera no normativa sino descriptiva.
Para él las normas universales que guían la conducta de los hombres no son valores trascendentales o
metafísicos, sino la “búsqueda continua de supervivencia y el enriquecimiento” (p. 100). Esto supone
que el fin de la actividad política, la cual recae exclusivamente en el príncipe o soberano, es controlar el
instinto natural humano. Es por esto que lo que es bueno para el estado (raison d’état) es bueno para la
humanidad.

La justificación de la guerra, que más que justificación es una forma de mostrar por qué es
necesaria, recae en la noción de lo conveniente para el estado. En este sentido la mayor virtud del
príncipe es reconocer la necesidad y buscar la forma de satisfacerla, con el fin de garantizar la
protección de la comunidad política, protección que se da “mediante la fuerza de las armas y la
justicia” (p. 102). El dilema que reconoce Maquiavelo es que la justicia, entendida como la posibilidad
de mantener la paz, está “limitada al estado, el mundo más allá de éste [es] una anarquía sin control” (p.
102). Las relaciones más allá de las fronteras estatales no puede darse en términos de justicia y ante
esta situación sólo queda la defensa armada, cuando se está en peligro, o el ataque preventivo, cuando
existe la amenaza de peligro. Justa causa para la guerra es, por tanto, toda posible amenaza contra la
seguridad estatal y guerra justa es el conjunto de acciones bélicas que busquen la conservación de la
comunidad política.

Esta concepción realista tiene como único precepto normativo la prudencia que se le exige a los
príncipes al momento de actuar, así, “la raison d’état no otorga[…] un permiso para cualquier acto de
crueldad en nombre del estado; todo acto de violencia deb[e] ser necesario y proporcionado” (p. 103),
necesidad y proporción que son definidas prudencialmente por el príncipe virtuoso. En síntesis, el ius
ad bellum consiste en la virtud del príncipe para valorar cuando es necesaria una acción bélica y el ius
in bello se limita a la prudencia en la forma de proceder por parte del príncipe en la guerra, prudencia
que no depende de preceptos morales o jurídicos sino de la forma más eficaz de lograr los objetivos
propuestos.

El Legalismo

Esta tradición tiene como máximo representante a Alberico Gentilici. A diferencia del realismo,
sostiene que más allá de las fronteras nacionales si hay un orden jurídico y normativo, los estados
conforman una sociedad internacional regulada por normas y leyes universales. Esta diferencia tendrá
connotaciones importantes al momento de valorar la legitimidad de la guerra.

Con respecto al ius ad bellum se dice que aunque los soberanos pueden declarar la guerra, la
justicia de la misma no depende de este acto de declaración, ni del sujeto que la declare, sino de la
valoración por parte del derecho natural e internacional. Así, a la luz del derecho internacional, guerra
justa es aquella que se declara legítimamente, esto es, legalmente. Legitimidad o legalidad que consiste
en el agotamiento de un momento previo a la declaración de la de la guerra, esto es, en el sometimiento
de las justas razones que llevan a la guerra a un arbitraje internacional, realizado por parte de un tercero
imparcial. Si se cumple esta condición y aun así no se llega a un acuerdo, la guerra está dotada de cierta
legitimidad legal.

Como criterio normativo de la declaración de guerra, diferente del meramente legalista,


Gentilici describe varias justas causas, dependiendo de si la guerra es defensiva u ofensiva. Si la guerra
es defensiva, se justifica cuando el estado sufre un ataque (necesaria), cuando se está en peligro
inminente de un ataque (conveniente) y cuando se defienden súbditos extranjeros de su soberano (de
honor) (p.106). Esta última forma de justa causa es novedosa con respecto a la tradición precedente y
es el fundamento para lo que siglos después llamaremos intervenciones humanitarias. Es justa causa en
la medida que obedece los preceptos del “derecho natural, que obliga a los estados a proteger a los
individuos en otros estados” (p.106). Con respecto a la guerra ofensiva se justifica en la medida que se
tratan de preservar derechos existentes que se han perdido, así, por necesidad, se puede declarar una
guerra en reclamo de propiedad que ha sido tomada injustamente o, por conveniencia, cuando se busca
castigar a aquellos que cometieron un agravio. Finalmente, una forma curiosa de justa causa es la
guerra divina, que requiere de evidencia terrenal que no deje duda de la voluntad de Dios.

Para esta tradición, una guerra puede ser objetivamente justa para ambas partes y esto supone
que el debate sobre la justica de la guerra no debe centrarse en las acciones o actuaciones previas al
conflicto, sino en las actuaciones dentro de la guerra, es aquí donde toma relevancia el ius in bello.
Angelici argumenta que no puede matarse a los prisioneros, ya que estos sólo son culpables de
defender las órdenes de su soberano y al estar indefensos ya no hacen parte de la guerra misma.
Además afirma que deben ser inmunes todos aquellos que no hacen parte de la guerra (inocentes),
siempre y cuando la otra parte tampoco lo haga (reciprocidad), si no se cumple esta condición,
legítimamente se pueden asesinar inocentes.

Reformismo

Los reformistas cuestionaron la forma como los escolásticos hacían filosofía y presentaron una
nueva forma de abordar las ideas divinas, criticaron las guerras europeas y, en Inglaterra, cuestionaron
la autoridad del rey para declarar la guerra. De esta tradición se rescatan los humanistas John Colet y
Erasmo de Rotterdam, quienes sostenían que si bien podía haber guerras legítimas, las que
presenciaban en su tiempo no lo eran. Colet “presentó una nueva metodología para interpretar las
escrituras, en lugar de discutir las voluminosas interpretaciones de los teólogos anteriores volvió
directamente al texto bíblico” (p.109). En los textos bíblicos no encontró argumentos suficientes para
justificar las guerras y sostuvo que “no es mediante la guerra que se vence a la guerra, sino mediante la
paz y la tolerancia y la confianza en Dios” (p. 110).

Por su parte Erasmo también cuestionó la justa causa de la guerra, para él “era imposible llevar
a cabo una guerra y mantener al mismo tiempo los valores cristianos de paz, caridad y amor.” (p. 111).
Aunque algunas guerras podían ser justas, los príncipes debían estar seguros de que la reivindicación de
los derechos que busca una guerra debía compensar el daño causado por ella (proporcinalidad), sólo
bajo esta regla era posible legitimar la guerra. Como conclusión, elevó tanto el nivel de
proporcionalidad como criterio legitimador de una guerra que “sólo [consideró] justificables las guerras
libradas en defensa de la forma cristiana de vida” (p. 112).

Bibliografía

- Bellamy, Alex (2009). Guerras justas. De Cicerón a Iraq. Buenos Aires: Fondo de Cultura
Económica.
- Cortés, Francisco (2001). La política y la violencia en el pensamiento de Nicolás Maquiavelo.
En: Estudios Políticos (Medellín), No. 16, pp. 187-209.

También podría gustarte