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Parmenides vs Heraclito

PLATON
Teoría de las Ideas

La teoría de las Ideas de Platón pretende superar el conflicto que en el mundo filosófico griego habían creado las
contradictorias concepciones sobre el ser que defendían Parménides y Heráclito.

“El ser es y el no-ser no es” afirma categóricamente Parménides. Las implicaciones lógicas de esta afirmación le llevan a
considerar el cambio y el movimiento como racionalmente indemostrables. Chocan con una de las reglas básicas de la
lógica: el principio de no contradicción. No puede afirmarse de una misma cosa que es y no es. Cualquier cambio implica
que una cosa “A” deje de ser “A” (‫ר‬A) para convertirse en “B”. Así explicado el cambio no es sino pura ilusión de los
sentidos. Pero no queda ahí, siguiendo la misma lógica, asegura que el ser es eterno, uno, simple, etc.

Por su parte, Heráclito proclamaba la siguiente máxima: “Todo fluye”. Con esta expresión quería indicar que nada
permanece, sino que el ser está en continuo movimiento y transformación. Ser es devenir. Con su famoso ejemplo: “Nunca
te bañarás dos veces en el mismo río” pone de manifiesto una concepción de la realidad completamente distinta a la de
Parménides, y más acorde con lo que nos muestran los sentidos. La realidad es mutable, finita, múltiple, etc. La
controversia que provocan estos dos filósofos se plantea en los siguientes términos: ¿Qué es lo real? ¿Lo que me muestran
mis sentidos o lo que deduzco de mi razón? La confrontación entre razón y sentidos es suficientemente importante como
para que todos los filósofos griegos posteriores traten de resolver esta contradicción, entre ellos Platón.

La solución que propone Platón para este conflicto pasa por hacer compatibles estos dos modelos de realidad en principio
contradictorios. Podemos decir que Platón da la razón a ambos, aunque matiza, que cada uno está describiendo un mundo
diferente. La Teoría de los dos mundos o de las Ideas da cabida a las dos concepciones.
Al mundo que nos rodea, que captamos a través de los sentidos, lo denomina Platón Mundo Sensible. Frente a este, existe
otro, una realidad a la que solo podemos acceder con nuestra razón que Platón llama Mundo Inteligible o de las Ideas.

En el mundo sensible encontramos las cosas materiales, incluidos los seres vivos. Las características de este mundo
coinciden con la concepción del ser que defendía Heráclito. El Mundo Sensible es, por tanto, finito, mutable, múltiple, etc.

En el Mundo Inteligible, por el contrario, estarían las Ideas. Las ideas para Platón son entidades ontológicamente reales, es
decir, seres reales independientes. (Nada que ver con nuestra concepción común de idea como producto de nuestra
mente). Junto a las Ideas pertenecen también a este mundo los dioses y las almas de los hombres. (Aunque esto ya es otra
historia: Mito del Carro Alado). El Mundo Inteligible es inmaterial, eterno, inmutable, simple, perfecto…, concuerda con la
noción de ser de Parménides salvo en la cuestión de la unidad, para Platón las ideas son múltiples aunque estrechamente
vinculadas.

Podemos apreciar como Platón ha reconciliado las dos concepciones contradictorias de la realidad mantenidas por
Parménides y Heráclito. Las dos son ciertas. Cada una describe mundos diferentes pero compatibles.

Los dos mundos son reales, ahora bien, no de la misma manera. En el Mundo Inteligible reside el ser, mientras que el
Mundo Sensible es solo apariencia de ser. El Mundo de las Ideas es el auténtico, contiene la auténtica realidad. El Mundo
Sensible es mera copia del otro. Las Ideas del Mundo Inteligible son arquetipos, modelos que son imitados por las cosas
del Mundo Sensible. Por ejemplo: en el Mundo Inteligible está la Idea de Belleza y en el Mundo Sensible hay muchas cosas
bellas que imitan esa Idea, pero no son la Belleza; o también, la Idea de Hombre está en el Mundo Inteligible y en el otro,
lo que hay, son muchas copias distintas e imperfectas de esa Idea modelo. La relación entre ambos mundos puede
explicarse a partir del concepto participación. El Mundo Sensible es, tiene realidad en tanto que participa, copia, imita al
Inteligible. El ser que tiene el Mundo Sensible le viene, o lo toma del otro mundo (su relación es como la de un original y su
copia. La copia tiene algún valor en tanto que se parece, que imita al original). Para Platón las cosas de este mundo no son
lo que son, sino que se parecen a lo que son. Es decir, la realidad está en las ideas, las cosas de este mundo, propiamente,
no son, solo imitan, se parecen a lo que es en sí: las ideas.

El responsable de la existencia del Mundo Sensible y de que sea una copia del Mundo Inteligible es, según Platón, el
Demiurgo. El Demiurgo es una especie de Dios que habita en el Mundo de las Ideas. Éste decide realizar una copia de las
ideas, del orden y la perfección que en ellas contempla. Construye esta copia tomando como base la pura materia, que los
griegos consideraban algo informe y caracterizado por su corruptibilidad. El resultado de copiar las Ideas en la materia es
el Mundo Sensible. Es sensible en tanto que está constituido de materia; y Mundo (Mundo=Cosmos= Orden) en tanto que
está ordenado según las Ideas. Pero siempre será un mundo inferior al Inteligible, puesto que su naturaleza es material, y
por tanto, corruptible, imperfecta frente a la inmaterialidad del Mundo Inteligible.

Por su naturaleza inmaterial el Mundo Inteligible no podrá ser contemplado con los sentidos. Para acceder a él se requiere
el uso de la razón. La razón es el instrumento de conocimiento del alma. Por su parte, los sentidos que residen en el
cuerpo, y solo son útiles para captar lo material, nos mostrarán exclusivamente el Mundo Sensible.

Las ideas, como ya hemos dicho, residen en el Mundo Inteligible pero no están en él de cualquier manera. El Mundo
Inteligible está jerárquicamente estructurado. No todas las ideas tienen el mismo valor (no son de la misma categoría la
Idea de caballo que la de Belleza). Están ordenadas en distintos niveles según su importancia. En la cúspide de esta
jerarquía se encuentra la Idea de Bien. La Idea de Bien es la perfección misma. Es la más importante de las Ideas porque es
la causa del ser y del conocimiento de las otras ideas. Para explicar la Idea de Bien Platón acude a una analogía: el Símil del
Sol. En este símil compara la Idea de Bien con el sol. La Idea de Bien realiza en el Mundo Inteligible unas funciones
análogas a las del sol en el Mundo Sensible. Si el sol, en nuestro mundo, nos ilumina con la luz, posibilitando que las cosas
puedan ser vistas y que nuestros ojos vean; del mismo modo, la Idea de Bien, en el Mundo Inteligible, ilumina, pero en
este caso, no con la luz, sino con la Verdad, permitiendo que las ideas puedan ser conocidas y a nuestra alma (razón)
conocer. El sol es el responsable de que podamos percibir con los sentidos; del mismo modo, la Idea de Bien es
responsable de que nuestra alma pueda conocer. La analogía no acaba aquí. El sol realiza una función todavía más
importante. No solo permite la vista, sino que gracias a él, hay vida en nuestro mundo. El sol posibilita la vida, la existencia.
Análogamente la Idea de Bien, en el Mundo Inteligible, da la esencia, el ser a las Ideas. He aquí el porqué la Idea de Bien,
es la primera de las ideas: da el ser al resto de las Ideas y permite su conocimiento.

El Conocimiento en Platón
En el Libro VI de la República Platón clasifica, a través del conocido como Símil o alegoría de la Línea, los distintos grados
de conocimiento. En este símil presenta el conocimiento como una línea dividida en dos partes, de forma que se
distinguen dos ámbitos: el de lo que se ve y el de lo que se intelige. A su vez, cada uno de estos dos estadios está dividido,
otra vez, en dos. Obteniéndose así una línea dividida en cuatro segmentos.

Esta línea clasifica los grados del conocimiento de menor a mayor. Según ascendamos en la estructura alcanzaremos
grados superiores de conocimiento.

En la parte más baja de esta línea, y dentro del ámbito sensible, sitúa Platón el conocimiento que obtenemos al captar con
nuestros sentidos sombras y reflejos. A este grado de conocimiento lo llama Imaginación (Eikasia).

El nivel inmediatamente superior es el que conseguimos al captar con nuestros sentidos los objetos y seres vivos
directamente. Platón lo denomina Creencia (Pistis).

Estas dos primeras partes constituyen, según Platón, el conocimiento sensible, el que nos aportan nuestros sentidos. Sin
embargo, para Platón la información que nos transmiten los sentidos no es verdadero conocimiento, sino solo Opinión
(Doxa). El verdadero conocimiento es el que se describe en los segmentos superiores de la línea.

El primer nivel del ámbito de lo inteligible es el que corresponde al Pensamiento Discursivo (Dianoia). Logramos este
conocimiento al discurrir sobre los objetos matemáticos. Este segmento juega un papel intermedio entre lo sensible y las
ideas. Los matemáticos se sirven de elementos sensibles (representaciones gráficas de números o figuras geométricas) en
su estudio, pero no con el propósito de indagar sobre estos elementos sensibles sino sobre las ideas que éstos
representan. Es decir, por ejemplo, al matemático no le interesan los dibujos que tenga que hacer de un triángulo
mientras lo estudia, sino el triángulo en sí, la Idea de Triángulo diría Platón.

La última de las partes de esta línea, segundo segmento del ámbito inteligible, corresponde a la Inteligencia (Noesis).Éste
es el tipo de conocimiento que se alcanza al estudiar las Ideas. Se trata, a diferencia, de la Dianoia de un conocimiento
puro de ideas sin contacto ninguno con lo sensible. La Dialéctica es la ciencia que nos permitirá conocer las ideas,
comenzando por las más simples y escalando, poco a poco, hacia las más complejas, hasta alcanzar la más elevada de
todas ellas: la Idea de Bien. El conocimiento de ésta es el grado más alto de conocimiento posible. El que conoce la Idea de
Bien conoce las causas de todo.

Los segmentos superiores del Símil de la línea representan el verdadero conocimiento, el conocimiento inteligible
(Episteme). Sólo, a través de la razón, que reside en nuestra alma, y dirigiéndola hacia el Mundo Inteligible podremos
obtener el verdadero conocimiento. Los sentidos que solo pueden mostrarnos el Mundo Sensible nunca serán capaces de
aportarnos verdadero Conocimiento, solo Opinión.

Sin embrago, nosotros estamos inmersos en el Mundo Inteligible, rodeados de los datos que constantemente nos traen los
sentidos. ¿Cómo podemos alcanzar las ideas? Precisamente centrándonos en nuestra alma, en nuestra razón (Sócrates:
Conócete a ti mismo), y rechazando el testimonio de los sentidos. En nuestro interior encontraremos las ideas. Para Platón
conocer es recordar (Teoría de la Reminiscencia o Anámnesis). Podemos acceder a las ideas a través de nuestra alma
porque ya las conocemos, ya están en nosotros. Nuestra alma en una existencia anterior, antes de unirse al cuerpo, vivió
en el Mundo Inteligible y allí contempló las ideas. Solo por accidente descendimos a este Mundo Sensible quedando
atrapados en un cuerpo. En esa caída olvidamos lo que habíamos conocido. Conocer consiste, por tanto, en recordar los
conocimientos que ya poseíamos. El conocimiento es un camino de ascenso desde lo sensible hasta las ideas.

COMPARACIÓN
PLATÓN – ARISTÓTELES
Aristóteles a pesar de ser el discípulo más aventajado de Platón mantuvo notables diferencias con su maestro en relación a
la cuestión del ser como muestra gráficamente la famosa pintura de Rafael “La Academia.”. La auténtica realidad es para
Platón el mundo de las ideas. El mundo sensible, de las cosas materiales, es mera apariencia, sólo posee realidad en tanto
que participa del mundo inteligible imitándolo.

Por el contrario, para Aristóteles lo único real son los entes (cosas de éste mundo). Niega que sea necesaria la existencia
de otro mundo donde resida lo real. Las esencias de las cosas no son trascendentes, sino inmanentes. Es decir, la esencia
de las cosas, lo que hace que las cosas sean lo que son, no está fuera de ellas en otro mundo (trascendencia), sino en las
cosas mismas (inmanencia), en su interior.

Aristóteles afirma en la teoría conocida como Hilemorfismo que los entes del mundo son un compuesto (synolon) de
materia (hylé) y forma (morphé). La materia es de lo que está hecho el ente y la forma lo que lo configura y distingue de
los demás entes.

Distingue Aristóteles dos materias: la prima que es indeterminada, caótica, sin forma; y la segunda, una materia unida ya a
una forma, y, por tanto, cognoscible.

Del mismo modo diferencia también dos formas: la forma sustancial y la accidental. La forma accidental es lo que se dice,
lo que se predica de un ente pero que no es esencial en él. La forma sustancial (ousia), la sustancia o esencia, es aquello
que hace que una cosa sea lo que es, y lo distingue de cualquier otra cosa.

Es en la esencia o sustancia donde reside el auténtico ser de las cosas, y no como pensaba Platón en un ente ideal
trascendente.

En el ámbito del conocimiento las diferencias entre los dos filósofos griegos también son significativas. Para Platón el
verdadero conocimiento (episteme) consistía en la contemplación directa de las formas universales, las ideas. La única
forma de acceder a ellas es a través de la razón. Por su parte los sentidos sólo pueden mostrarnos las cosas del mundo
sensible, por tanto, jamás obtendremos de ellos conocimiento sino, lo que Platón llamó opinión (doxa). Los sentidos no
sólo no aportan nada al conocimiento, sino que lo obstaculizan atándonos a lo sensible y dificultando la liberación del
alma.

Aristóteles coincide con Platón en considerar que el conocimiento es conocimiento de los universales. Sin embargo, para
él, el conocimiento empieza por las cosas materiales y particulares de este mundo que son captadas por los sentidos.

Todo conocimiento arranca de la percepción sensible. Las múltiples y particulares sensaciones procedentes de los sentidos
dejan una imagen particular en la memoria. La repetición de sensaciones posibilitará la experiencia. Sin embargo, la
experiencia no rebasa el ámbito de lo particular.

Para alcanzar el verdadero conocimiento, el de los universales, tienen que entrar en juego dos capacidades de la mete
humana: el entendimiento agente y el entendimiento paciente. En primer lugar, el entendimiento agente intervendrá
sobre las imágenes de la memoria llevando a cabo un proceso de abstracción en el que irá despojando a éstas de toda su
particularidad hasta que sólo quede la esencia, el concepto, lo universal. Finalmente, el entendimiento paciente será el
encargado de que podamos conocer esos universales y trabajar con ellos.

En definitiva, el conocimiento es conocimiento de los universales pero su consecución empieza necesariamente con las
sensaciones que nos transmiten nuestros sentidos.

ACTUALIDAD

Sin duda Platón es el más influyente de los filósofos de la historia. Su influjo no se limita al ámbito de la Filosofía sino que
se extiende a todos los aspectos de la cultura occidental.
- Hoy en día el dualismo ontológico que defendía no tiene sentido, nadie duda de nuestro mundo material. Sin embargo, la
reflexión sobre la distinción entre realidad y apariencia que surge de su pensamiento tiene máxima actualidad. Hoy
inmersos en el mundo de la comunicación y de la información (cine, televisión, prensa, internet…) necesitamos más que
nunca la capacidad crítica que se desprende de su obra para no dejarnos llevar por primeras impresiones, ni asumir, sin
más, aquello que se nos presenta como real. La publicidad nos muestra insistentemente como real un mundo en que sus
sugerencias aparecen como auténticas necesidades. Los medios de comunicación al servicio de unos intereses económicos
y políticos no dudan en mostrarnos la realidad desde la perspectiva que les beneficia. Internet está lleno de posibles
trampas para incautos… etc. Debemos mantenernos alerta, y ser capaces por nosotros mismos, de ver más allá de la
realidad que se nos presenta, no nos pase como aquellos hombres encadenados en el fondo de la caverna.

- Por otra parte, el dualismo antropológico (alma-cuerpo) expresado por Platón y retomado por el cristianismo sigue
siendo una creencia mayoritaria en nuestra sociedad. Así como la idea platónico-cristiana de la existencia de un mundo
mejor al que debe dirigirse nuestra alma.

- Platón escribió la República desde la convicción de la necesidad de una radical reforma política y la preocupación por el
funcionamiento de las instituciones públicas. Esta preocupación se mantiene viva hoy en día, no hace falta más que ojear
los tristemente habituales, titulares de los periódicos destapando escándalos de corrupción política.

Aristoteles
4) Teoría de la causalidad. Debido a la enorme influencia que tuvo (y todavía tiene) en los diferentes conceptos
del método científico a través de la historia, conviene resumir muy brevemente las ideas aristotélicas sobre la
causalidad. Lo primero que debe mencionarse es que Aristóteles tenía una noción de causa más amplia y
generosa que la contemporánea; en nuestro tiempo, la causa es algo (cosa o proceso) que hace que otro algo
(también cosa o proceso) ocurra, mientras que para Aristóteles ésta era solamente parte de una historia mucho
más compleja y elaborada para explicar la existencia o la naturaleza de cualquier cosa, era indispensable
especificar cuatro tipos diferentes de causas: materiales, eficientes, formales y finales. Las causas materiales y
eficientes son obvias, sobre todo cuando se sigue el ejemplo aristotélico de una estatua (material = mármol;
eficiente = la idea de la estatua en la mente del artista), mientras que las causas formales y finales son menos
aparentes y requieren cierta clarificación. Las causas formales se refieren a la esencia de los objetos, a su forma
(impuesta en la hylé o sustrato esencial de las cosas), o a la unión misma entre la hylé y su forma sobrepuesta,
que no era necesariamente una morfología específica sino que podía ser también una temperatura, un color o
una textura diferentes. Las causas finales son algo aparte, que todos nosotros conocemos muy bien pero que
formalmente tratamos de evitar. Aristóteles las caracterizó como la actualización de propiedades potenciales, lo
que hoy nadie podría rechazar en principio, especialmente si aceptamos que todos los organismos biológicos
contenemos un programa que define y delimita, en términos genéricos y quizá no importantes a nivel individual,
pero definitivos entre poblaciones distintas, no sólo lo que somos sino también todo lo que podemos llegar a
ser. Aristóteles pensaba que las cosas ocurren en parte porque la causa final (el telos) así lo proyecta y lo exige, o
sea que el futuro (que de alguna manera ya existe, no sólo hoy sino desde siempre) determina el pasado y el
presente. Ésta es la premisa fundamental de la teleología, una forma de "explicación" de la existencia y
desarrollo de los fenómenos naturales que tuvo gran popularidad entre los comentaristas medievales de
Aristóteles, entre los opositores de la "nueva ciencia" en el Renacimiento, entre los partidarios de la Natur-
Philosophie, en el siglo XIX y que desde siempre ha sido una de las piedras de toque de los animistas o vitalistas,
así como uno de los enemigos que han tratado de derrotar los deterministas o mecanicistas. Con la primera
mención de esta contienda, mucho más ideológica y emocional que objetiva y racional, y que volveremos a
encontrar varias veces en estas páginas, conviene terminar nuestro examen de algunas de las ideas más
relevantes al método científico de los sistemas filosóficos de Platón y Aristóteles, también conocidos como
antiguos. Espero que en el resto de este volumen quede claro que lo antiguo no es sinónimo ni de primitivo ni de
equivocado. Como veremos, Platón y Aristóteles se hicieron (en el lenguaje y con los intereses de su tiempo)
muchas de las preguntas más importantes que todavía hoy nos planteamos, basados en poquísima información
objetiva sobre el mundo real, sus respuestas fueron magníficas en su generalidad y todavía hoy, 25 siglos
después de haber sido propuestas, se siguen discutiendo y, como resultado natural de ese debate continuo,
siguen siendo aceptadas por unos y discutidas por otros.
Comparación y actualidad de Tomás de Aquino
Según Tomás de Aquino, siguiendo los pasos de Aristóteles, el conocimiento humano empieza por los sentidos. El objeto
primero de nuestro conocimiento son las realidades sensibles materiales.

Frente a esta concepción podemos situar la interpretación platónica del conocimiento. En su Símil de la Línea distingue
radicalmente el ámbito del auténtico conocimiento (Episteme) del ámbito de la opinión (Doxa). El conocimiento verdadero
sólo está al alcance del alma cuando su instrumento, la razón, contempla las ideas iluminadas por la verdad.

En el ámbito del conocimiento distingue Platón dos niveles:

1) La Dianoia o pensamiento discursivo que es el conocimiento que se refiere a los objetos matemáticos. En éste los
hombres sirviéndose de símbolos sensibles (representaciones gráficas de figuras geométricas o números) estudian las
ideas que estos representan (Triángulo en sí, Diagonal en sí, etc.).

2) La Noesis. En este nivel se trabaja exclusivamente con ideas. Gracias a la ciencia dialéctica podemos ascender desde las
ideas más simples hasta la idea más compleja: la idea de Bien.

El “conocimiento” que nos aportan los sentidos no es auténtico conocimiento. Platón lo denomina opinión (doxa). Los
sentidos jamás podrán conducirnos al conocimiento pues por su naturaleza corporal están limitados al mundo material,
solo nos pueden enseñar el mundo sensible, nunca alcanzarán el mundo inteligible. El conocimiento es para Platón
conocimiento de las Ideas que sólo pueden ser alcanzadas por la razón, jamás por los sentidos.

Por otra parte, Tomás de Aquino afirma que el conocimiento humano es limitado. Precisamente por su origen sensible el
conocimiento humano está incapacitado para lograr el conocimiento de las realidades inmateriales superiores. Esta
limitación no sería admitida por Platón. Como hemos dicho antes, Platón pensaba que a través de la ciencia dialéctica, la
razón puede lograr el conocimiento de la idea suprema. La Idea de Bien es lo último que se conoce, y con mucha dificultad,
sólo unos cuantos privilegiados pueden llegar a conocerla. Pero los que conocen la Idea de Bien conocen las causas de
todo, lo conocen todo.

No hay que confundir los universales de los que habla Tomás de Aquino con las ideas de Platón. Los universales
manifiestan las esencias de los seres, lo que las cosas son, pero son conceptos creados por la razón mediante un proceso
de abstracción realizado por el entendimiento agente y culminado por el entendimiento paciente. Por el contrario las ideas
platónicas no son conceptos de la razón sino entes reales inmateriales. La auténtica realidad, la que constituye el mundo
de las Ideas.

Por último, dirigiremos la comparación hacia la cuestión del conocimiento de Dios. Tomás de Aquino afirma, como ya
hemos dicho, que no podemos, debido al origen sensible de nuestro conocimiento, conocer las realidades superiores
inmateriales. Nuestro conocimiento de dios es analógico e imperfecto. Sólo gracias a la fe, podrá el hombre conocer
íntegramente a Dios. Sin embargo, Agustín de Hipona, filósofo medieval cristiano y neoplatónico, sostiene que el objeto de
nuestro conocimiento son las realidades inmateriales (ideas en Platón). Nuestro conocimiento no parte de los sentidos,
sino del alma. A través de un proceso de introspección, es decir, investigando nuestra propia alma podremos encontrar en
ella las verdades inmutables (sitúa Agustín en el alma lo que Platón pone en el Mundo Inteligible) y entre ellas a Dios
fundamento de toda verdad. Para San Agustín Dios puede ser conocido por la razón, por el conocimiento humano, al
contrario que para Santo Tomás.

Actualidad

En comparación con la platónica, la concepción del conocimiento aristotélico-tomista está mucho más próxima a la ciencia
actual, en tanto que considera a los sentidos, a la experiencia como origen del conocimiento.
Pero lo más llamativo a este respecto es como la doctrina de Tomás de Aquino forma parte de una discusión educativo-
filosófica de plena actualidad. En los últimos años se ha planteado en los Estados Unidos una disputa entre los defensores
de la Teoría de la Evolución de Darwin y los simpatizantes de la hipótesis del Diseño Inteligente. Este enfrentamiento tiene
como escenario el ámbito educativo pues en varios estados es obligatoria por ley la explicación, en los centros de
enseñanza, como alternativa de la teoría científica darwiniana, del Diseño Inteligente. Esta hipótesis está estrechamente
vinculada con la 5ª Vía de demostración de la existencia de Dios de Tomás de Aquino.

La Hipótesis del Diseño Inteligente se niega a admitir que la Teoría de la Evolución sea capaz de explicar a través de sus
mecanismos (selección natural y micromutaciones) la complejidad de los órganos extremadamente especializados de
algunos seres vivos. Consideran que esa perfección que parecen perseguir las especies en su evolución, no se puede
explicar con la teoría de Darwin, sino que se requiere afirmar la existencia de un diseñador inteligente (Dios) que sea el
que orienta esa evolución. La 5ª vía de Santo Tomás parte del hecho de que todas las cosas, incluso las cosas naturales que
no poseen inteligencia, persiguen un fin, que es un bien, un perfeccionamiento para ellas. Esto, considera Tomás, solo
puede explicarse admitiendo la existencia de un ser superior inteligente que es el que dirige a todas las cosas a su fin.

Teoría del Conocimiento de Descartes


El Método

Para Descartes existe un único saber. Las distintas ciencias y conocimientos no son más que expresiones parciales de ese
único saber. El saber es uno, pero se despliega en distintas ciencias. La unidad del saber permite a Descartes considerar
que ciencias como la Matemática o la Física son saberes con la misma naturaleza que la Filosofía. Y, por tanto, si las
ciencias progresan en el conocimiento, la Filosofía también lo puede hacer.

El saber es único porque la Razón, facultad que posibilita el saber, es, a su vez, única. En consecuencia, concluye Descartes,
si hay un único saber y una única razón bastará, un único método para enseñarnos a usar correctamente la Razón y
alcanzar el conocimiento en el cualquier ámbito. El mismo método debe valer para estudiar todas las diferentes
manifestaciones del saber: Matemáticas, Física, Filosofía, etc.

Para encontrar el método que dirija correctamente nuestra razón debemos primero, piensa Descartes, conocerla (del
mismo modo que si queremos escribir las instrucciones de uso de un electrodoméstico, primero es necesario que
conozcamos los elementos que lo componen y su funcionamiento).

En el estudio que realiza Descartes para conocer la estructura y funcionamiento de la razón cree descubrir que nuestra
razón tiene dos modos de conocimiento.

El primero sería la Intuición. La define como una “luz o instinto natural” que tiene por objeto naturalezas simples. El
conocimiento que nos ofrece la intuición es la captación de conceptos simples, que aparecen en nuestra misma razón (no
vienen del exterior), y de cuya verdad no tenemos ninguna duda. Todo nuestro conocimiento nace y se extiende
posteriormente desde estas primeras ideas simples (axiomas) captadas por la intuición.

La expansión del conocimiento es posible gracias al segundo modo de conocer que posee la razón: la Deducción. La
deducción “juega”, combina, encuentra conexiones entre los conceptos simples y nos permite extraer de ellos nuevos
conocimientos.

Descartes una vez que ha estudiado y conoce la estructura y la dinámica interna de nuestra razón, está ya capacitado para
formular el Método. No se trata de un método arbitrario, sino que será reflejo de la naturaleza de la razón que ha
descubierto en el análisis antes realizado.

El Método de Descartes (Método cartesiano) tiene cuatro reglas:


1) Evidencia: no admitir como verdadera ninguna idea que no se presente a mi mente como clara y distinta, es decir, de
forma evidente.

2) Análisis: descomponer los problemas que se me planteen hasta llegar a sus partes más simples.

3) Síntesis: a partir de los elementos simples reconstruir deductivamente las cuestiones complejas.

4) Revisión o enumeración: realizar revisiones periódicas de las cadenas deductivas que desarrollemos para estar seguros
de no caer en el error.

Las reglas de este método guardan una íntima conexión con los dos modos de conocer que Descartes había reconocido en
la Razón. Las dos primeras reglas están vinculadas con la Intuición. Nos hablan de características que hemos definido como
propias de esta: evidencia y simplicidad. La tercera y cuarta regla apelan a la aplicación de la deducción a partir de ideas
simples y a la revisión de este proceso.

Descartes con la formulación de este método, fundado en la razón misma, cree haber hallado el instrumento que nos
permitirá conducir rectamente la razón y alcanzar todo el conocimiento.

La Duda metódica

Una vez formulado el método sólo queda empezar a aplicarlo. ¿Cómo? Pues, atendiendo a la primera regla, la regla de la
evidencia. Esta regla viene a decir que no admitamos como verdad nada que no sea evidente, es decir, que no aparezca en
nuestra mente de forma clara y distinta. Nos está pidiendo que sometamos a examen todo conocimiento para comprobar
si cumple con esta regla. Debemos poner en cuarentena todo el conocimiento hasta que le demos el visto bueno, en el
caso de que sea evidente. En otras palabras la primera regla del Método nos incita a que dudemos de todo conocimiento
hasta que demuestre ser evidente. Aparece así un término fundamental en el discurso de Descartes: duda.

La primera regla del Método exige la duda. Para encontrar esa primera verdad evidente que nos pide la primera regla
tendremos que eliminar todos aquellos supuestos conocimientos, ideas y creencias de los que no poseamos una certeza
absoluta. La duda, que a partir de ahora llamaremos metódica pues nace de la primera regla del Método, se convierte en
una herramienta para encontrar certezas.

La duda metódica, precisamente por ser instrumento para la búsqueda de la verdad, se distingue de otros tipos de duda
que se han concebido en la historia de la Filosofía. Nos referimos a la duda escéptica. El escepticismo es una forma de
pensamiento que considera imposible el conocimiento. La duda que emerge del escepticismo no tiene meta, ni objetivo.
Muy al contrario la duda cartesiana es solo un medio para alcanzar un fin, que no es otro que el reconocimiento de
verdades evidentes.

Además la Duda es teorética, es decir, se aplica solo al ámbito del conocimiento, de lo teórico y no a lo práctico, a las
costumbres, a la moral. Por último, la Duda debe ser radical: debe ser exhaustivamente aplicada a todos los niveles
posibles del conocimiento, desde los más superficiales a los más profundos. Encontramos siguiendo esta gradación tres
etapas distintas en la aplicación de la duda.

En primer lugar, aplica Descartes la duda a los conocimientos o creencias que provienen de los sentidos. Dando lugar a lo
que se ha llamado la Falacia de los sentidos. Los sentidos a veces se equivocan. Como ocurre por ejemplo cuando algún
viajero sufre un espejismo en medio del desierto creyendo ver un oasis donde no lo hay. Basta, piensa Descartes, con que
me hayan inducido a error una vez para que no pueda fiarme de ellos, más aún si el propósito es hacer una ciencia
absolutamente segura. Si me engañan una vez lo pueden hacer más veces. Debe dudar de ellos, el conocimiento que me
transmiten no es evidente.

El segundo ámbito de la Duda afecta a aquello que consideramos comúnmente real. A este nivel de la Duda lo denomina
Descartes: la imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño. ¿Podemos estar seguros de aquello que consideramos real?
Ciertamente, hay ocasiones en que en sueños se nos muestran hechos, de tal forma, que nos parecen verdaderos, reales.
Hay veces que confundo sueño y realidad. En consecuencia, no puedo tener una certeza absoluta de las cosas que
considero reales. Lo que tomamos por realidad es también dudable.
En último lugar, Descartes amplía los horizontes de la duda hasta los propios razonamientos. De hecho hasta los más
inteligentes pueden equivocarse al realizar operaciones sencillas. Por tanto nuestros razonamientos no son del todo
seguros. Estamos siempre sometidos a la posibilidad de error. En su obra Las Meditaciones Metafísicas añade Descartes
añade Descartes otro motivo para dudar de nuestros razonamientos o de las ideas que creemos que son evidentes: la
Hipótesis del Genio Maligno. Hay ciertos conocimientos que consideramos evidentes, como las demostraciones
matemáticas (2+2=4). Pero, y si existiera un ser superior a nosotros que se dedicara a manipular nuestra mente
haciéndonos tomar por ciertos y evidentes algunos pensamientos que en realidad no lo son. ¿Podemos demostrar que no
existe este Genio Maligno? No, entonces cabe la duda.

Descartes no pretende, en ningún momento, afirmar que todo lo que dicen los sentidos sea falso, o que no existe la
realidad, o que hay por ahí un Genio maligno manipulando nuestras mentes, lo que pretende Descartes es, solamente,
sembrar la duda, que no aceptemos precipitadamente nada como verdadero sin antes haber comprobado su evidencia.

El Cógito y la Res Cogitans

Descartes ha extendido la duda a todos los ámbitos del conocimiento buscando una verdad evidente. Sin embargo, no ha
obtenido resultados, solo duda. El fracaso, hasta el momento, en esta búsqueda de la verdad evidente parece incitarlo al
escepticismo (no es posible el conocimiento).

Descartes se encuentra en una situación en la que duda de los sentidos, duda de la realidad, duda de las demostraciones
matemáticas, duda de todo. Pero en el hecho mismo de dudar, ¿no hay ya una certeza? Es indudable que hay un yo, un
individuo, que duda. Hay un sujeto que duda y piensa (independientemente de que lo que piense sea erróneo). Ahora
bien, para pensar ¿no es necesario primero existir? Si no se existe no se puede dudar. Por tanto, no se puede dudar de la
existencia del sujeto que duda. De aquí extrae Descartes su primera verdad evidente: pienso, luego existo (- Cogito ergo
sum - en Latín).

Descartes ha encontrado, por fin, la primera verdad evidente, capaz de resistir cualquier duda por radical que sea. El
Cogito es la primera piedra a partir de la cual construir el edificio del conocimiento. Todas las demás verdades que ayuden
a levantar este edificio tendrán que poseer las mismas características del Cogito. Así, Pienso, luego existo, se convierte en
modelo de toda verdad, en criterio de verdad. Todas las ideas que aceptemos como verdaderas tendrán que presentarse
de la misma manera que el Cogito. ¿Cómo se presenta el Cogito? Pues como una idea evidente, es decir, clara y distinta.
Para que una idea pueda ser considerada verdadera tendrá que presentarse a nuestra mente de forma clara y distinta:
perfectamente comprensible en todo sus extremos y distinguible de cualquier otra idea. Toda idea que se perciba con
igual claridad y distinción será verdadera.

Descubre Descartes todavía algo más gracias al Cogito ergo sum: la Sustancia Pensante (Res Cogitans – en Latín). El pienso
luego existo no solo demuestra la existencia de un sujeto que piensa, sino que nos habla de la naturaleza, de las
características de ese sujeto. Esa primera realidad de la que Descartes ha demostrado su existencia se caracteriza por
pensar. Su actividad primordial, la que fundamenta su experiencia es el pensamiento. Es un ser cuya naturaleza consiste en
pensar. Además afirma Descartes que este ser nada tiene que ver con el cuerpo, que el cuerpo es algo completamente
distinto de él. Puedo fingir que no tengo cuerpo y sigo existiendo, pero no puedo fingir que dejo de pensar y seguir
existiendo. Ese yo, o alma, es la Res Cogitans y su atributo (característica principal) es el pensamiento.

Las Ideas

Tiene ya Descartes su primera verdad y el criterio para identificar adecuadamente las nuevas. Sin embargo, el Cogito no
implica la existencia de ninguna otra verdad. Que sea cierto que pienso no quiere decir que lo que piense sea verdadero.

Descartes no encuentra ninguna otra verdad más allá del Cógito. Se cierne entonces sobre su filosofía el peligro del
solipsismo. El solipsismo del yo consiste en que el yo no puede demostrar ninguna otra verdad mas allá de su propia
existencia. Se queda, digámoslo así, atrapado en sí mismo, sin poder descubrir ninguna verdad exterior a su pensamiento.
Descartes debe superar esta dificultad sin recurrir a nada más que a su propio pensamiento. De su existencia es de lo único
que está seguro. Por tanto solo queda un camino a seguir: indagar cuales son los elementos que componen el
pensamiento para intentar descubrir en ellos alguna vía que le permita escapar del solipsismo.

Descartes distingue tres elementos que participan en el pensamiento. En primer lugar, el yo que piensa, del que ya está
demostrada su existencia; en segundo lugar, el objeto que es pensado, cuya existencia es dudable; pero hay algo más, en
tercer lugar están las ideas de los objetos pensados. El yo no posee en su pensamiento el objeto pensado, sino una
representación de él: una idea. El pensamiento piensa ideas. El objeto del pensamiento no es la realidad en sí misma sino
las ideas.

Descartes sigue esta nueva línea de investigación con la esperanza de encontrar en la ideas el camino que le lleve a la
salida del solipsismo descubriendo alguna realidad extramental (mas allá del yo). En su estudio de las ideas distingue tres
tipos:

- Adventicias: son las ideas que provienen de la experiencia externa (ejemplo: árbol).

- Facticias: son ideas construidas en la propia mente a partir de otras ideas (ejemplo: unicornio).

Estos dos tipos de ideas no son útiles, para el propósito de Descartes de encontrar una verdad exterior a la mente. Las
ideas que proporcionan los sentidos ya sabemos que no son fiables (duda). Las Facticias solo son un constructo mental.

- Hay un tipo de ideas que no provienen de la experiencia, ni son producto de la combinación de ideas, por tanto, han
debido estar siempre alojadas en nuestra mente. Son las ideas innatas. El pensamiento las posee en sí mismo (ejemplo:
perfección. No viene de la experiencia externa, ni resulta de la combinación de otras ideas)

Las ideas innatas son una de las piezas clave del pensamiento de Descartes, y de todo el Racionalismo. La creencia en la
ideas innatas permite a los racionalistas concebir la posibilidad de construir el edificio del conocimiento sin necesidad de
recurrir a la experiencia sensible.

Dios y Mundo

Descartes se centra ahora en el análisis de las ideas innatas. Más concretamente presta toda su atención a una de estas
ideas: la idea innata de Infinito que Descartes equipara con la idea de Dios. Infinito o Dios es una idea innata ya que no la
captamos por la experiencia, ni puede tampoco surgir de otras ideas, pues de lo finito, no puede nacer lo infinito. A partir
de esta idea innata de Dios, Descartes va a intentar probar, mediante tres argumentos, la existencia de Dios.

El primero de los argumentos a favor de la existencia de Dios es conocido como el argumento Gnoseológico. Viene a decir
lo siguiente: Poseemos en nuestra mente la idea de Dios. Esa idea es la de un ser superior a nosotros. ¿Cómo puede estar
esa idea en mi si yo soy un ser inferior a ella? No podemos decir que ha surgido de la nada, pues de la nada, nada aparece,
ni tampoco podemos afirmar que salga de nosotros, pues de lo inferior no puede surgir lo superior, de lo imperfecto no
nace lo perfecto. Por tanto, la única respuesta posible es que alguien la haya introducido en mí. ¿Quién? Pues un ser con
una naturaleza tan elevada como la propia idea en cuestión, es decir, Dios.

El segundo argumento es el Causal. Yo conozco perfecciones que no poseo. Pero si yo existiera sólo e independiente
hubiera escogido para mí todas las perfecciones. Esto no es así, no poseo todas las perfecciones. Por tanto, no soy la causa
de mi mismo. Luego debe existir un ser que posea todas esas perfecciones y del que yo dependa.

El último argumento tiene una larga tradición filosófica. Lo formuló primero San Anselmo de Canterbury, y es conocido
como el argumento de San Anselmo u Ontológico. Todos los hombres poseen la idea de Dios. Lo conciben como el ser más
perfecto. Un ser así debe existir, pues si no existiera le faltaría algo, no sería perfecto. Al ser perfecto no le puede faltar la
perfección de la existencia. Por tanto, Dios existe.

Con la demostración de la existencia de Dios hemos logrado el objetivo tan ansiado por Descartes: salir del solipsismo.
Hallamos con Dios una realidad extramental, una segunda sustancia: la Sustancia Infinita o Res Infinita.
Descartes posee ya dos verdades indudables: el yo, la Sustancia Pensante, y Dios, la Sustancia Infinita. Pero ¿y los objetos,
lo material, el mundo? Hasta ahora nada sabemos con seguridad sobre ellos. Nos los enseñan los sentidos pero de ellos no
nos podemos fiar. Para demostrar la existencia del Mundo Descartes tendrá que apoyarse en la Sustancia Infinita, en la
naturaleza de Dios.

Dios, que es infinitamente bueno y veraz, no puede permitir que nos engañemos en una creencia tan esencial para
nosotros como que el Mundo existe. Dios, por su naturaleza bondadosa y veraz, se convierte en garantía de que a mis
ideas adventicias les corresponde un mundo extramental. Pero esto no quiere decir que todas las ideas que yo tengo sobre
el mundo sean exactas y verdaderas. Dios es garantía solo de la existencia de un Mundo constituido por extensión y
movimiento, pero otras características secundarias como forma, tamaño, color, etc no están garantizadas. Corresponderá
a la razón humana dilucidar sobre esas cuestiones. Dios es el aval de la existencia de la tercera sustancia, la Sustancia
Extensa o Res Extensa, cuyo atributo, es precisamente, la extensión.

Por otra parte, la demostración de la existencia de Dios hace imposible la hipótesis del Genio Maligno. Dios, en su bondad,
no va a dejar que un ser de esas características manipule nuestras mentes llevándonos al error. Por tanto, si esta hipótesis
es descartada, la evidencia de las verdades de la lógica y la matemática está salvaguardada.

Con la aceptación de la Res Extensa han salido a la luz las tres sustancias en las que según Descartes se estructura la
realidad. Descartes define sustancia como “toda cosa que existe de tal modo que no necesita de ninguna otra cosa para
existir”. Sin embargo, esta definición, tomada literalmente, solo se adecua a Dios. El Yo y el Mundo dependen de Dios que
es su creador. No obstante, Descartes sigue manteniendo el apelativo de sustancia para la Res Cogitans y la Extensa, para
insistir en si independencia.

Comparación y actualidad de John Locke


Relacion

Vamos a relacionar el pensamiento de Locke con un filósofo, también empirista: Hobbes. Existe cierta afinidad en el
pensamiento de ambos autores, desde el punto de vista político y social, que es lo que, en este caso, realmente nos
interesa.

Con Hobbes vamos a encontrar por primera vez un esfuerzo sistemático por teorizar acerca del Contrato Social, tema clave
de la Ilustración.

En su obra “Leviatán”, Hobbes, propone la existencia de un estado de naturaleza basado en la guerra de todos contra
todos (a diferencia de Locke). Para Hobbes, la única solución es la realización de un pacto social en el que se entrega el
poder absoluto a un soberano. En este estado de naturaleza los hombres, poseídos por un egoísmo insaciable, se vuelven
altamente peligrosos los unos para los otros, hasta el punto en que las mutuas agresiones se convierten en forma habitual
de vida (Homo homini lupus). Para este autor la vida en el estado de naturaleza es solitaria, mísera, repugnante, brutal y
breve. El poder es entregado a un soberano.

Para Locke, sin embargo, la soberanía de la sociedad que se constituye a través del pacto (igual en ambos autores, hay que
hacer un pacto), no reside en el gobernante que aparece a causa de ese pacto, sino en la comunidad que, además, puede
revocar ese pacto si el gobernante no cumple las condiciones para las que fue nombrado (idea clave de las sociedades
capitalistas y democráticas modernas).

Por otro lado, si para Hobbes el gobierno resultante del pacto tenía muchas características típicas del poder absolutista,
para Locke el gobierno civil debía estar constituido de acuerdo con la división de poderes como garantía de su mejor
funcionamiento. En este sentido Locke supone un precedente de la famosa separación de poderes (ejecutivo, legislativo y
judicial) teorizada por Montesquieu.
Puede, por tanto hablarse de dos tendencias dentro del contractualismo: una más absolutista, representada por Hobbes,
que ve en la autoridad del estado no la expresión de una voluntad arbitraria sino la consecuencia lógica y racional para
conseguir el objetivo que se busca, esto es, el bien común: y otra más liberal, en la que situaríamos a Locke, que establece
un control y una limitación del poder del monarca a través de las asambleas representativas a las cuales se confía el poder
legislativo. (Este es el caso de un famoso documento de directa inspiración en el pensamiento de Locke, tal como es el Bill
of Rights, redactado por el Parlamento inglés en 1689 con motivo de la elección de Guillermo de Orange para el trono de
Inglaterra, en el que se repudia explícitamente la teoría del derecho positivo de los reyes y que contiene claras limitaciones
al poder real, constituyendo un verdadero contrato entre el pueblo, representado por su parlamento, y el rey).

ACTUALIDAD

Locke en sus teorías sobre el estado fundamenta y legitima las tesis del liberalismo. La libertad del individuo y sus
derechos, especialmente el de la propiedad privada y el de herencia, son intocables. Además, la función del estado
consiste en proteger estos derechos. Nada justifica una intervención de éste en estos ámbitos.

Estas teorías se mantienen hoy con el mismo convencimiento desde el neoliberalismo que defiende radicalmente la tesis
en virtud de la cual la preservación sin restricciones de la propiedad privada y la promoción del bien común son términos
sinónimos.

El fracaso de otros sistemas económicos alternativos (comunismo), ha reforzado las posturas liberales. Hoy parecen
indiscutibles, por lo menos a nivel práctico, sus tesis. Han arraigado con tanta fuerza en nuestra cultura que ni las
profundas y cíclicas crisis económicas son capaces de hacerlas tambalear. El FMI, los bancos centrales de Europa o Estados
Unidos, los expertos en economía no conocen otro discurso. Un pensamiento único domina el mundo económico. ¿Otro
mundo es posible?

La teoría ética de Locke

La propuesta ética de este autor parte de su propia crítica al innatismo racionalista. Desde el punto de vista de nuestro
autor inglés, es imposible concebir la existencia de una serie de principios o conceptos de naturaleza innata ya sean de
naturaleza especulativa o de carácter moral. No existen, para él las ideas innatas. El conocimiento deriva necesariamente
de la experiencia, por lo que no podemos suponer que nuestra razón elabore ninguna información por sí misma que no
tenga una base empírica (es decir, unas impresiones o sensaciones que hayan tenido su origen en nuestro contacto con el
exterior).

Por consiguiente, nuestras ideas morales se derivan de la experiencia. Pero Locke que no pensaba que su punto de vista
empirista sobre el origen de las ideas morales constituyera un obstáculo para el reconocimiento de los principios morales
que conocemos con certeza, ya que una vez que hemos obtenido nuestras ideas podemos examinarlas y compararlas y
descubrir entre ellas relaciones de acuerdo y desacuerdo. En este sentido, tenemos que distinguir entre las ideas y
términos que aparecen en una proposición ética y la relación afirmada en la proposición. En una regla moral, las ideas
deben derivarse de distintos modos posibles, al menos en último término, de la experiencia; pero la verdad o validez de
una norma moral no depende de su observación. Pero, indudablemente, para nuestro autor, las ideas morales son
modelos de conducta o arquetipos morales.

Pero, ¿Qué quiere decir Locke al usar la expresión arquetipos morales. Por ejemplo, la idea de justicia es ella misma un
patrón por medio del cual distinguimos entre acciones justas e injustas; la justicia no es una entidad subsistente con la que
deba concordar una idea de justicia para ser una idea verdaderas.

Estas sugerencias de Locke pueden inducirnos a creer que para él la ética no es sino un análisis de ideas en el sentido de
que no existen ninguna serie de reglas morales que los hombres están obligados a obedecer. Si construimos una
determinada serie de ideas, debemos formular determinadas reglas, si construimos otra serie, formularemos las reglas
que corresponden a esta serie, y podemos elegir libremente una u otra serie de ideas. Pero éste no era en modo alguno el
punto de vista de Locke.
En un intento de aclarar la situación que nos ocupa, Locke definía el bien y el mal por referencia respectivamente al placer
y al dolor. Es bueno lo que es apto para dar lugar a aumentar el placer en la mente o en el cuerpo, y malo lo que es apto
para causar o incrementar el dolor o disminuir el placer. Sin embargo, el bien moral es la conformidad de nuestras
acciones voluntarias con determinada ley, por la que el bien (es decir, el placer) aumenta para nosotros, de acuerdo con la
voluntad del legislador, y el mal moral consiste en el desacuerdo de nuestras acciones voluntarias con determinada ley,
por el que el mal (esto es, el dolor) cae sobre nosotros en virtud de nuestra voluntad y el poder del que ha hecho la ley. En
ese sentido, el bien moral es la conformidad de nuestras acciones voluntarias con una ley apoyada en sanciones; y Locke
nunca dice que conformidad y premio sean la misma cosa.

Indudablemente, la ley juega un papel muy importante en la teoría ética de Locke. Pero, ¿qué tipo de ley tenía en mente
este autor?. Distingue tres clases: la ley divina, la ley civil y la ley de “opinión” o “reputación”. Con respecto al último tipo
de ley, Locke se refiere a la aprobación o desaprobación, elogio o censura que por un secreto y tácito consentimiento se
establece en las distintas sociedades, tribus o clubs de hombres en el mundo, en virtud del cual determinadas acciones
pasan a gozar de buena o mala fama entre ellos, según los juicios, máximas o costumbres que gozan de preponderancia en
cada lugar. Ahora bien, es obvio que estas leyes podrían discrepar entre sí.

Ante este posible problema (la discrepancia de las leyes entre sí), sería la Ley divina el criterio último para distinguir lo
justo de lo injusto.

Ahora bien: si entendemos estas palabras de Locke en el sentido de que el criterio diferenciador del bien y del mal moral,
de las acciones justas e injustas, es la ley dependiente de la voluntad de Dios, habría una contradicción flagrante con su
propio principio empirista: el contenido de esta ley sólo podría obtenerse por revelación. Sin embargo, Locke al hablar de
revelación divina se refiere a la ley que Dios ha establecido para los hombres, ya haya sido promulgadas por la luz de la
naturaleza o por la voz de la revelación, entendida la luz de la naturaleza como la luz de la propia naturaleza humana (es
decir, la razón).

Sin duda de ningún género, Locke pensaba que reflexionando sobre la naturaleza de Dios y del hombre y sobre la relación
entre los mismos obtendríamos principios morales evidentes por sí mismos de los que podrían deducirse otras reglas
morales concretas. Y este sistema de reglas deducidas constituiría la ley de Dios en cuanto conocida por la luz natural.

KANT
Comparación y actualidad de Kant

Voy a realizar la comparación entre el formalismo ético de Kant y el emotivismo ético de Hume, porque aunque se trata de
pensadores ilustrados, las diferencias entre ambos son notables, como trataré de exponer. El empirismo de Hume lo llevó
a pensar que no era la razón el fundamento de la moral, como hasta ese momento habían dado por hecho la mayoría de
los filósofos. Según Hume nuestra capacidad racional no nos puede indicar lo bueno y lo malo; según este filósofo el
fundamento de la moral se encuentra en los sentimientos. Los juicios morales tienen su origen en las reacciones que nos
provocan determinadas situaciones. La teoría de Kant se opone fuertemente a la anterior. No niega por ello el hecho de
que el ser humano es algo más que razón, que también está formado por sentimientos, deseos,… pero llega a la conclusión
de que los grandes males de la humanidad se han originado por seguir los impulsos y los deseos, por no guiarnos por la
razón estrictamente autónoma. La ética de Kant será profundamente racional, se fundamentará en juicios morales que
prescinden de los sentimientos e inclinaciones (deseos). Según Kant el progreso del ser humano va a estar ligado
exclusivamente al uso de la razón en nuestra manera de actuar.La ética de Hume se clasifica como material, mientras que
la de Kant es formal. Las éticas materiales como, por ejemplo, pueden serlo la moral cristiana (ética material espiritual) o la
ética hedonista (ética material materialista) se basan en proponer un fin supremo a conseguir, una finalidad, es decir, éstas
tienen contenido. La ética formal kantiana es única y sin contenido. Lo que hace moral a una acción es la formal, el modo
de realizar esa acción. Podemos decir que la ética de Hume es utilitarista, empírica y a posteriori; mientras que la de Kant
es una ética de intenciones, racional y a priori. La ética de Hume presenta juicios particulares basados en la experiencia, al
contrario que los juicios kantianos que son universales. Los imperativos de estas éticas que estamos contraponiendo son
totalmente diferentes, ya que uno es hipotético (Hume) y otro es categórico, puesto que se hace lo que se debe hacer sin
pensar en finalidad alguna. La ética de Hume presenta características de ser heterónoma, ya que la ley viene dada por algo
exterior, en este caso, nos basamos en sentimientos y experiencias. La ética de Kant es plenamente autónoma, porque se
necesita haber salido de la “minoría de edad” para marcarnos nuestros propios juicios morales, actuando siempre
conforme nos dicta la razón. Las éticas materiales, como ya se ha dicho, buscan un fin supremo (en el caso de la ética de
Hume la utilidad, el agrado) y nos dicen cómo actuar para conseguirlo. La ética de Kant en cambio se basa en el deber.
Para éste no hay ningún objetivo supremo a conseguir, simplemente hemos de obrar por puro respeto al deber. La única
acción moralmente válida es la que se hace por deber, nunca contraria al deber ni conforme al deber. Por último, Hume
adopta una posición escéptica y agnóstica (ni niega ni afirma la existencia de Dios, pero sí que afirma que no hay
posibilidad de conocerlo). Mantiene la posición de imposibilidad de conocer este supuesto ya que nuestro conocimiento
está limitado por la experiencia. Kant concibe a Dios como postulado de la razón práctica, aunque al principio mantiene
una posición agnóstica. Debemos entender por postulado algo que no se puede afirmar o demostrar pero se hace
necesario creer en su existencia, ya que en ello se basa la ley moral.

ACTUALIDAD: Pienso que a lo largo de la obra de Kant se tratan con claridad temas de gran importancia en la realidad, en
la filosofía y en el general en todos los ámbitos de nuestra vida, ya que la nos habla del deber como una ley objetiva que
debemos cumplir por puro respeto a la ley, sin dar cuenta a cuál sea nuestra voluntad; en muchas ocasiones debemos ser
un poco más racionales e intentar cumplir la ley, aunque nuestros sentimientos y emociones nos digan lo contrario.
Aunque creo que lo realmente bueno sería un equilibrio pleno entre nuestra parte racional y sentimental, sólo así
lograríamos convivir en armonía y ser felices, también dando rienda suelta a nuestras emociones y sentimientos, que
debemos dejar aflorar en su debido momento. Un tema de actualidad relacionado con la ética kantiana es el actual debate
de la aceptación de la eutanasia en nuestra sociedad. Según Kant debemos actuar por deber sea cual sea nuestro
sentimiento, nuestras ganas de morir, o las circunstancias trágicas que nos rodeen. En este caso, el deber consistiría en
conservar la vida, porque según los imperativos categóricos deberíamos de actual según una ley que se tornara universal
para todo el mundo; y si optamos por dejar de vivir, si todo el mundo tuviera la misma actuación, la vida se extinguiría.
Aún así, el debate sigue vigente, puesto que hay muchos tipos de enfermedades y las circunstancias, a mi parecer, siempre
se tienen que tener en cuenta.
El primer aspecto que vamos a comparar es el origen del conocimiento en cada uno de ellos.
Descartes era racionalista y afirmaba que el conocimiento humano provenía de la razón y
que el mundo exterior y la experiencia no influían en nada. Por contra, David Hume defendía
que el conocimiento surge a partir de la experiencia. Nuestras percepciones se dividirían en
ideas e impresiones. Por lo tanto, no se puede afirmar que cosas como Dios o el alma existan,
pero sí podemos indicar la impresión a partir de la cual nace esa idea. Este es uno de los
aspectos más importantes del empirismo de Hume.
Immanuel Kant hace una distinción entre dos fuentes del conocimiento: la
sensibilidad/experiencia, que es pasiva y básicamente sirve para recibir impresiones; y
el entendimiento, que es activo y produce espontáneamente ciertos conocimientos. Por
tanto, la experiencia no es la única fuente de conocimiento para Kant: existen las categorías
de nuestro entendimiento, que dan forma a la sensibilidad experimentada. Establece, además,
una diferencia fundamental entre conocer y pensar: “no todo lo real es susceptible de ser
conocido, pues conocer significa, en vigor, conocimiento científico”.

Otro aspecto importante es la metafísica.


Descartes defendía que es posible establecer la metafísica como ciencia y conocerla a través
de la razón, y que podemos intuir la res infinita, es decir, la idea de Dios, a partir de la cual se
puede deducir la idea de Mundo, o res extensa. Por contra, Hume rebate esta afirmación
pues, según él, el Yo, el Mundo y Dios son sustancias de las cuales no tenemos percepción
sensible. Por tanto, para Hume la metafísica no puede establecerse como ciencia.
Para Kant, la metafísica no puede considerarse una ciencia, al igual que en Hume, porque no
consta de juicios sintéticos a priori. Sin embargo, Kant mantiene la idea de la sustancia de
Descartes afirmando que aunque no podemos conocerla realmente, tampoco podemos negar
que exista. Por lo tanto, aunque la metafísica no se establece como ciencia, sus contenidos
son necesarios para regular nuestro conocimiento.
Como veis, Descartes y Hume tuvieron una influencia muy importante en la filosofía de Kant.

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