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La astronomía nace en Mesopotamia para crear un calendario que sirviera de referencia para
prever los fenómenos naturales regulares (época de lluvias e inundaciones, tiempos de sequía,
…) y así realizar las tareas de agricultura de manera más eficiente.
Astro
Nomía:
Planeta:
Zodiaco:
Constelación:
Los nombres de nuestros planetas son de origen romano aunque éstos tan sólo adaptaron los
nombres que los griegos ya habían puesto a los planetas. Los griegos tampoco fueron originales,
porque, al igual que los romanos, adaptaron los nombres que los astrónomos de Mesopotamia
habían usado. Estos nombres eran los de algunos de sus dioses.
Los meses fueron divididos en cuatro semanas de siete días de acuerdo con las fases de
la luna, quedando fuera de cuenta los últimos dos días de cada mes. Los días de la semana
recibieron el nombre del Sol, de la Luna, y de los cinco planetas que entonces eran conocidos:
Marte
Mercurio
Júpiter
Venus
Saturno
Mercurio
Los romanos, en un movimiento que vas a ver en prácticamente todos los nombres de
los planetas del Sistema Solar, le dieron el nombre del dios equivalente en su mitología:
Mercurio.
Venus
La Tierra
Gaia
Aunque puede parecer que el nombre de nuestro planeta no tiene relación alguna con la
mitología, lo cierto es que sí. En este caso, los griegos conocían a nuestro planeta con el nombre
de Gea (o Gaia), la madre de la tierra. Los romanos, en todo un arrebato de originalidad y
creatividad, convirtieron el nombre al equivalente en su cultura, Terra.
Con la separación de las lenguas romances a lo largo de los siglos, la traducción del nombre ha
ido cambiando (de ahí viene Tierra para el español, o Terra para los portugueses). Sin embargo,
el origen del nombre de nuestro planeta no es el mismo en todos los idiomas. Para los ingleses,
el origen se encuentra en un término anglosajón, de unos 1.000 años de antigüedad, que
significa, literalmente, suelo.
Marte
En el antiguo panteón romano, Marte era el segundo dios más importante (sólo superado por
Júpiter). Aunque no se sabe mucho de su origen en cuanto a mitología se refiere, en la época de
la antigua Roma, Marte era el dios de la guerra y el protector de Roma. Así que, ¿qué mejor
nombre para un planeta que, por la cantidad de hierro oxidado en su superficie, es
completamente rojo al observarlo en el firmamento?. Los griegos, con anterioridad a los
romanos, lo habían denominado Ares (el dios de la guerra griego).
El característico color rojo de Marte también sirvió para que, por ejemplo, los sacerdotes
egicipios lo llamasen “Her Desher” (el rojo) o para que los astrónomos chinos lo conociesen
como “la estrella de fuego”.
Júpiter
El planeta más grande de nuestro sistema solar (tanto que parece un sistema solar en miniatura
por la cantidad de satélites que tiene en su órbita) sólo podía recibir el nombre de los dioses
más importantes, es decir, Zeus en la mitologría griega, y Júpiter en la romana. Júpiter era el
dios de la luz y el cielo, y el más importante en el panteón. Para los griegos, Zeus era el dios del
trueno y padre de los dioses. Para los babilonios, el planeta recibía el nombre de Marduk (y, en
un giro que seguro que no sorprende a nadie, también era uno de sus dioses más poderosos).
Saturno
Urano
Aunque Urano había sido observado ya en la prehistoria, había pasado por una estrella más. Su
descubrimiento no llegó hasta el año 1781, cuando Sir William Herschel lo bautizó con el nombre
Georgium Sidus (la estrella de Jorge) en honor al rey Jorge III de Reino Unido.
Por suerte para todos, este espantoso (y poco original) nombre no fue especialmente popular
fuera de Gran Bretaña, y en otros lugares, optaron por bautizar al planeta como Herschel (en
honor a su descubridor), en lugar de en honor a un monarca cuyo nombre les indicaba más bien
poco.
El nombre de Urano (dios del cielo, y uno de los pocos planetas con un nombre de la mitología
griega en lugar de la romana) fue sugerido por el astrónomo Johann Bode, siendo aceptado con
bastante rápido, hacia 1850, tan sólo 70 años después de su descubrimiento, ya que encajaba
con el resto de nombres de otros planetas.
Neptuno
Neptuno fue el primer planeta descubierto por las matemáticas en lugar de por la observación.
En realidad, había sido observado por astrónomos con anterioridad, pero al igual que con Urano,
creyeron que se trataba de una estrella.
Fueron John Couch Adams (matemático y astrónomo británico) y Urban Le Verrier (matemático
francés) los que predijeron que las irregularidades en la orbita de Urano sólo podía ser
provocada por la existencia de otro planeta. Fue descubierto en 1846, por otro astrónomo,
Johann Galle (un astrónomo alemán), que se sirvió de los cálculos del francés Le Verrier para dar
con él.
El alemán, Galle, quiso nombrar al planeta en honor a Le Verrier, pero la comunidad astronómica
se opuso, ya que lo consideraban un nombre poco apropiado (desconozco el por qué, pero
teniendo en cuenta que en aquella época se terminaba de asentar el nombre de Urano, es
posible, aunque sólo especulación, que la corriente de pensamiento fuese que tenía sentido
buscar el nombre de otro dios de la mitología). Tras este rechazo, se propusieron diferentes
nombres (Jano, dios romano del comienzo y del final, y Océano) hasta terminar aceptando la
sugerencia del propio Le Verrier: Neptuno, el dios romano del mar (cuyo equivalente griego es
Poseidón).
Plutón
Aunque ya no sea un planeta más del Sistema Solar, vale la pena ver de dónde sale el nombre
de este objeto celeste, porque es un caso de lo más curioso.
En 1906, Percival Lowell, un astrónomo americano (entre otras ocupaciones) que fundó el
Observatorio Lowell, inició la búsqueda de un noveno planeta en el Sistema Solar, al que se
refirió como el Planeta X (hoy en día ese término se utiliza, a veces, en asociación a una leyenda
urbana: Nibiru). Lowell falleció en 1916, creyendo que sus esfuerzos no habían dado resultado.
Lo que no supo, fue que, en realidad, entre las muchas imágenes que tomó del firmamento había
varias en las que aparecía lo que hoy en día conocemos como Plutón. Fue descubierto por Clyde
Tombaugh en 1930 (con gran fanfarria en los medios de la época, como podrás imaginar). El
Observatorio Lowell, en Arizona (lugar en el que se realizó la búsqueda), recibió más de 1.000
sugerencias para darle nombre al nuevo objeto celeste. Hubo muchos candidatos, desde Cronos,
pasando por Minerva al nombre que resultó finalmente ganador. Plutón fue sugerido por una
niña británica, de 11 años (Venetia Burney), de Oxford, a la que le encantaba la mitología clásica
(falleció en 2009, por cierto).
Plutón era el dios del inframundo. Un nombre de lo más apropiado si tenemos en cuenta la
cantidad de tiempo que tuvo que transcurrir hasta que fue descubierto, y, además, sus dos
primeras letras eran las mismas que las iniciales del hombre que planteó la existencia de un
posible noveno planeta. Ahora, en 2016, estamos, de nuevo, buscando el noveno planeta del
Sistema Solar.
El Sol y la Luna
Helios
El astro rey y nuestro satélite también tuvieron sus propios nombres en la antigüedad, que en
las lenguas romances, han perdurado hasta nuestros días con alguna variación (como es el caso
de la Tierra). A nuestra estrella, los griegos le dieron el nombre de Helios (la personificación del
Sol en la mitología griega), mientras que los Romanos optaron por su propio equivalente, el dios
romano Sol Invictus.
En el caso de nuestro satélite, los griegos lo llamaron Selene (la diosa de la luna), mientras que
los romanos optaron por usar el mismo equivalente en su mitología, la diosa Luna (que
igualmente era su personificación).
Los días de la semana deben su nombre a los siete astros conocidos por la astronomía
clásica, y su denominación en castellano proviene del latín, dado que los astros a su vez
fueron nombrados en relación a las divinidades de la mitología romana: Sol, Luna, Marte,
Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno.
Pero no fueron los romanos quienes idearon este esquema, sino que al absorber la cultura
griega, que ya lo utilizaba, sólo sustituyeron a los dioses griegos Ares, Hermes, Zeus,
Afrodita y Crono por sus equivalentes locales.
A su vez, los pueblos germánicos adaptaron el sistema introducido por los romanos pero
también decidieron utilizar sus dioses autóctonos en reemplazo de las deidades romanas
(con la excepción del Sábado) en un proceso que se ha denominado Interpretatio
germánica, quedando entonces como Tiu, Woden, Thor y Freya, ya que no sustituyeron
a Saturno. De esta manera, los días de la semana quedaron definidos de la siguiente
forma:
Domingo: En inglés antiguo, Sunnandæg, que significa “día del sol“, traducción
de la frase en latín dies Solis. Tanto en inglés como en germánico se preserva el
término original pagano (Sol) mientras que en los idiomas romances, han
cambiado su nombre por “el día del señor”, basado en la expresión eclesiástica en
latín dies Dominica. Tanto en la mitología germánica como nórdica, el Sol es
personificado como una diosa, Sunna/Sól.
En resumen:
En español, al igual que en las otras lenguas romances, la palabra «dios» viene
directamente del latín deus, ‘deidad, dios’. El término latino deriva a su vez del
indoeuropeo deiwos, de la raíz deiw (dyu), ‘ser de luz, de blancura, de esplendor’, de
la que deriva asimismo el término griego Zeus. De hecho, la palabra española dios es
idéntica en pronunciación a la griega Diós, forma genitiva de Zeus. De esta misma raíz
indoeuropea deriva la palabra en latín dies (‘día’) y el término griego para ‘visible,
patente’.
Ellos fueron los primeros en identificar que había “estrellas errantes” que durante todo el
año avanzaban en una dirección pero, durante algún tiempo, deshacían el camino andado
y retrocedían – explicando de esta forma el movimiento retrógrado de los planetas -, por
lo que entendieron que no se trataba de estrellas comunes sino de otro tipo de astros.
De hecho, la palabra “planeta” proviene del griego “planētēs” que significa «vagabundo,
errante», debido a que en la antigüedad (siguiendo la teoría geocéntrica de Aristóteles en
la cual la Tierra era considerada el centro del cosmos), observaron que las “cinco errantes”
no describían una órbita regular. Es decir, consideraron a estos astros “errantes” (y así los
nombraron), tal como lo concluyeron los sumerios miles de años antes.
del
planeta
Venus
Marte
Tierra
Mercurio Nabu es el dios
babilonio de la
sabiduría y la
escritura, adorado
por los babilonios
como el hijo de
Marduk y de su
consorte,
Zarpanitum, y
como el nieto de
Enki. En la
astrología tardía de
Babilonia, Nabu
(en la Biblia como
“Nabo”) estaba
conectado con el
planeta Mercurio.
Como dios de la
sabiduría y la
escritura, fue
equiparado por los
griegos tanto a
Apolo como a
Hermes, siendo el
último identificado
por los romanos
con su propio dios
Mercurio.
Júpiter
Saturno
Sol
Luna
SOL: Utu en sumerio, Shamash en babilonio, era el dios del Sol. Asimismo
como dios del orden y de la Ley, es quien entrega a Hammurabi el primer código
de leyes conocido de la humanidad. Se le representaba con un disco solar de ocho
puntas o mediante una figura masculina de la que emanaban llamas de los
hombros.
LUNA: Nannar en sumerio, Sin en babilonio, era el dios de la Luna,
tradicionalmente adorado en la antigua ciudad de Ur. Enlil era citado normalmente
como su padre. Se le representaba mediante un creciente lunar. No tuvo un único
centro de culto pero el templo E-Kishnugal en Ur era uno de los principales.
MARTE: Nergal era el dios del inframundo y de las plagas. Hijo de Enlil y
consorte de Ereshkigal, Nergal era el principal representante de Marte entre los
mesopotámicos que, desde época temprana tenía una identidad malevolente como
señor de los muertos, portador de la pestilencia y de la guerra. El centro de culto
principal era el templo E-meslam, en Kutu, Babilonia.
MERCURIO:
JÚPITER: Enlil, el dios principal en la mitología sumeria, dios de las tormentas
que posteriormente sería asimilado por Marduk, el dios supremo de Babilonia,
pastor de las estrellas y amo del viento y las tormentas. Marduk (en la Biblia
Merodach )מרֹ דַ ְך
ְ era hijo de Enki, y su hijo era el dios Nabu. Esta relación entre
Júpiter y el dios principal del panteón sería traspasada a los griegos.
VENUS: Inanna para los sumerios e Ishtar para los babilonios, es la diosa del
amor, el sexo, la belleza, la fertilidad y la guerra. Diosa muy popular entre todos
los pueblos semitas, también conocida en otros lugares como Anat, Astarté o
Teshub, era representada usualmente con una estrella de 8 puntas.
Astronómicamente se la identificaba con el planeta Venus, relación que fue
traspasada a la mitología grecolatina. Sin un lugar de culto central, destacaba el
E-ana (“Casa del Cielo”) de Uruk.
SATURNO: Ninurta (hijo de Enlil) es un dios agrícola y guerrero al cual se le
representa portando un arco y flechas o un arado. El culto a Ninurta se remonta a
los orígenes de Sumeria, en donde era el dios de Nippur, con centro en el E-
shumesha. Astronómicamente Ninurta aparecía en épocas tempranas asociado con
Saturno.
Tríada Astral Semita: Ishtar, Sin y Shamash, eran los miembros de la “Tríada semita” de
dioses con relaciones celestes que se incorporó al panteón mesopotámico desde el Periodo
Acadio.
También crearon un calendario lunar, gracias al cual asignaron 12 meses al año, y para
ajustar este calendario con el solar, añadían un mes extra cada cuatro años. Prestaron
especial atención al estudio de la Luna, llegando incluso a predecir cuándo tendrían lugar
los eclipses.
Era tal su dominio de las matemáticas que asignaron 360° a la circunferencia y dividieron
el día en 24 horas. Cada hora la dividieron en 60 minutos y cada minuto en 60 segundos.
Los primeros mapas celestes también corrieron a cargo del pueblo sumerio y bautizaron
las estrellas más brillantes del firmamento. Pero además de esto, inventaron el Astrolabio
(en griego “buscador de estrellas”) para poder determinar la posición de las estrellas sobre
la bóveda celeste.
Astrolabio sumerio
Es habitual creer que el origen de las constelaciones se lo debemos al saber griego, pero
fueron en realidad los sumerios quienes dividieron la eclíptica en 12 partes y asignaron
un símbolo a cada una de ellas, siendo estos luego adoptados por los griegos, y a través
de ellos, llegaron hasta nuestros días.
Por otra parte, este documento contiene una lista de las constelaciones zodiacales, lo
que atestigua que el actual zodiaco tuvo su origen en Mesopotamia.
Tauro, las Híades y las Pléyades en Mesopotamia. Fuente: http://www.danielmarin.es
El zodiaco (del griego kyklos zoidion, el “círculo de animalitos”) que aparece en las
tablas Mul-Apin detalla a:
Pero además del zodíaco, en las tablas Mul-Apin aparecen otras constelaciones y sistemas
estelares que serían heredados prácticamente intactas por la cultura griega, a través de los
sucesivos sucesores culturales de los sumerios:
Por todo esto, y aunque no podamos explicarnos cómo es que los sumerios alcanzaron
este nivel de entendimiento astronómico, ni con que finalidad (más allá de lo básico para
sus cosechas), no cabe duda de que fueron ellos quienes sentaron las bases de la cultura
clásica, y que luego, a través de los Babilonios, Egipcios y Griegos, sus herederos
culturales, estos conocimientos llegaron hasta nosotros, no menos de 4.000 años después.