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Democracia y universidad

Francisco Cortés Rodas


Instituto de Filosofía
Director

Se me ha pedido que escriba sobre democracia universitaria


a propósito de una intervención que hice en el último Consejo
Académico, y que desarrolle con mayor amplitud lo que
expresé allí. Quiero presentar este argumento que
fundamenta una tesis democrática: La dimensión política en
la universidad no puede ser omnipotente. Debe permitir el
desarrollo y florecimiento de las dimensiones de la ciencia, la
academia, las humanidades y la libertad de los individuos.
1) La universidad es la base sobre la cual la sociedad y el
Estado pueden dar lugar a la más clara conciencia de la
época. Allí pueden reunirse profesores y alumnos con la única
función de buscar la verdad argumentando con razones. La
universidad es la institución central de la ciencia, la
formación, la cultura y las artes. Y lo es porque es la mejor
dotada para mantener su continuidad y enseñar a nuevas
generaciones de científicos, profesionales y artistas. Lo que
define a la universidad no es la política, ni los compromisos
que en ella se den con la actividad política. La universidad
está determinada, por las dimensiones académica, científica y
humanística. “Cuando la actividad principal de las

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universidades es la política y no la científica y la académica,
la primera que se ve amenazada es la autonomía
universitaria” (Hoyos, 2009, 354).Esto quiere decir que la
dimensión política no está entre los valores propios de la
universidad, no es una dimensión esencial.
Esto no quiere decir que la política no tenga lugar en la
universidad. Lo tiene de diferentes maneras: i) la dimensión
política tiene que ver con las formas de participación en los
organismos representativos; ii) con las respuestas que debe
dar la comunidad universitaria frente a proyectos del
gobierno o de otros actores internos o externos,iii) o frente a
amenazas y otras formas de violencia externas o internas
contra la universidad. La respuesta a este tipo de situaciones
demanda la acción política, es decir, la organización del pleno
de la comunidad académica que, en estos casos, actúa
políticamente.
Pero esto tiene condiciones: la dimensión política puede tener
un lugar en la universidad si respeta los espacios de acción
de la academia, la ciencia, la formación y si no recurre a la
violencia. Respetarlos quiere decir que las decisiones de las
asambleas de estudiantes o profesores no deben limitar o
impedir durante largos o cortos períodos de tiempo la
normalidad académica de la universidad, las clases, la
investigación etc. El pronunciamiento, la crítica, las
demandas y reclamos de los estudiantes y profesores deben
estar dentro de las universidades, pero no tienen por qué

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desplazar la actividad académica, ni conducir a ceses de
actividades o al paro.
La violencia política ejercida por los estudiantes más
radicales, los capuchos, que defienden la lucha violenta por el
poder, ha producido en los últimos años una especie de
bloqueo de las capacidades académicas, culturales y políticas
de la universidad. La violencia no debe tener lugar en la
universidad. La coerción e intimidación contra estudiantes y
profesores, que en determinadas situaciones se apartan del
sentido de las decisiones de las asambleas, es resultado de
concebir la política como una dimensión omnipotente en la
universidad, la cual está por encima de las dimensiones
científica, académica y formativa.
La política debe tener unos tiempos, unas formas, unos
límites. Somos seres finitos y nuestro tiempo en la vida y en
la universidad es muy corto. No tenemos la capacidad, es
decir, el tiempo para cuestionar todo y examinar todo en lo
que respecta a las posibles alternativas referidas a la
legitimidad de cada norma. Esta limitación de la dimensión
política está dada por las demandas de las dimensiones
académica y científica, y por el más básico interés del
estudiante de prepararse científica y académicamente.
En las universidades públicas, una dimensión que no es
esencial de la universidad, como la política, ha terminado
limitando el libre desarrollo de aquellas dimensiones que la
definen: la académica, la científica y la humanística. “El

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miembro de la comunidad universitaria está en todo su
derecho de ser político, pero si no lo es, no contradice con
ello su función de universitario. Así mismo, el miembro de la
universidad está en todo su derecho de no ser político,
porque como miembro de la universidad no ingreso a esta
para hacer política, sino para desarrollarse científica y
académicamente. Y el miembro de la universidad que tiene
agenda política debe respetar ese derecho” (Hoyos, 2009;
356).

2) Para juzgar la política democrática se parte hoy de la idea


propuesta por Rousseau, según la cual, sin una efectiva
participación democrática en las decisiones relativas a la vida
en común, no puede haber democracia. Este criterio es
utilizado para cuestionar especialmente la democracia
representativa por las limitaciones que ella tiene para
garantizar la participación de todos en la vida política.Y esta
crítica es válida. Pero es problemática la extensión de este
criterio de juzgamiento a otras esferas sociales de acción.
El proceso democrático de construir decisiones colectivas,
guiado por el principio de la regla de la mayoría, es
específico del mundo político, del lugar donde el pueblo actúa
políticamente. En la esfera de las instituciones políticas, que
les concierne directamente la lucha por el poder, como el
congreso, las asambleas, los concejos, las juntas locales, los
partidos, los movimientos sociales, el triunfo en la política se

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produce mediante el voto de las mayorías. Estos actores
están obligados a actuar políticamente en estas arenas y si no
lo hacen, están desvirtuando su función. Ahora bien, el que
quiere hacer este tipo de política, con estas pretensiones en
la universidad, está equivocando su acción como universitario
y está desvirtuando lo específico de la política.
En la universidad pública, no hay, ni puede haber, elecciones
directas de los directivos de turno, ni la democracia directa,
si existiera, puede remplazar las decisiones de los
organismos legítimos. Y esto se deduce de lo afirmado, pues
la universidad no tiene la misma estructura jurídica y política
que el congreso, una alcaldía o una gobernación. La
universidad como una institución del Estado, con una
naturaleza jurídicadiferente, cuyas dimensiones esenciales
son la ciencia, la academia y la formación, debe estar regida
por otros principios, normas y prácticas, y la dimensión
política debe darse sobre la base de la no limitación de las
otras dimensiones, de su respeto y reconocimiento.
Es importante mencionar solamente dos situaciones para
ejemplificar estas ideas. En el caso de la designación de los
directivos en la universidad los principios deben ser
estrictamente académicos y meritocráticos y no la regla de la
votación mayoritaria, ni una forma de participación
democrática directa. En el caso de las decisiones académicas,
los mecanismos decisorios son los Consejos de Facultad,
Escuela e Instituto, los Consejos Académico y Superior,

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apoyados en una representación que incluye profesores y
estudiantes (Hoy ciertamente muy limitada en la Universidad
de Antioquia).
Frentea las limitaciones de la forma representativa
existenteen las universidades públicas, algunos sectores de
estudiantesy de profesores, oponen como alternativa una
forma de democracia directa. Esta participación directa para
elegir los funcionarios directivos o para decidir sobre los
asuntos académicos, propios de los Consejos Superior y
Académico,por decisión mayoritaria es, democráticamente
hablando, un mal método. La regla de oro de la mayoría, o la
participación democrática directa en los procesos decisorios
del Estado, tan importantesen la esferapolítica, pueden ser
mecanismos contraproducentes para la designación de los
funcionarios académicos o para tomar decisiones
académicas.
La democracia directa es hoy en día una propuesta insensata
tanto en el ámbito estatal como en una institución como la
universidad. Al respecto dijo el pensador de la tradición
socialista, Norberto Bobbio: “Es materialmente imposible que
todos decidan todo en sociedades cada vez más complejas
como las sociedades industriales modernas; y es desde el
punto de vista del desarrollo ético e intelectual de la
humanidad, indeseable” (Bobbio; 1992, 33).

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3) Dicho esto sobre la universidad voy a hacer una breve
narración sobre la democracia. En las discusiones políticas
actuales sobre cómo definir la participación de los
ciudadanos en el poder encuentra uno cuatro alternativas:la
democracia directa, la democracia representativa, la
democracia deliberativa y la democracia populista.

i) La democracia directa.En la Grecia antigua encontramos el


primer ejemplo de una sociedad que delibera explícitamente
sobre sus leyes y que modifica esas leyes, es decir que hace
política en el sentido de la actividad colectiva de la asamblea
del pueblo - demos- para instituirse como sociedad autónoma.
En la antigüedad la filosofía política se expresó en la
organización de los asuntos políticos en el espacio público,
donde la comunidad de los ciudadanos, anunciaba su
absoluta soberanía, y ejercía el dominio en virtud de sus
propias leyes, pues ellos tenían una legislación propia e
independiente y se gobernaban a sí mismos. A esta
concepción de la democracia le pertenecía también la idea de
la igualdad política de todos los hombres libres, que
comprendía la igual participación en las acciones políticas y
en el poder. Esto es autodeterminación, es decir “la
autodefinición del cuerpo político por medio de la creación de
la ley” (Castoriadis, 1988, 117). Para los griegos de la
antigüedad quien gobierna es el cuerpo de los ciudadanos,
que son los varones libres y adultos. La asamblea del pueblo

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asistida por el consejo hace las leyes y gobierna.Esta es la
democracia directa.

ii) La democracia representativa.El paso de la política como


participación de todos los ciudadanos en el poder, según la
practicaron los antiguos, a la política representativa de las
sociedades modernas del siglo XVII en adelante, supuso un
hecho básico: mientras más grande es la colectividad política,
menos capaz se muestra el pueblo, como tal, de desenvolver
la actividad creadora de la formación directa de la voluntad
política, y más obligado se ve a limitarse a crear y controlar
el verdadero mecanismo que forma la voluntad política: la
representación. Benjamin Constant escribe en los años de la
Revolución Francesa de 1789: la única democracia es la
democracia directa, y esta es imposible en nuestra sociedad.
Es imposible a causa del tamaño de la colectividad; es
preciso pues elaborar el sistema de la representación, que ya
no es democrático.
Históricamente, la idea de la democracia representativa se
concreto por primera vez en la creación de una nueva
Constitución en la Francia revolucionaria. Uno de sus
artífices fue el abateSieyès, quien afirmó que el pueblo tiene,
el poder constituyente, es decir, el poder de determinar la
forma de gobierno, la constitución misma. «La Constitución
no es obra del poder constituido, sino del poder

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constituyente». El pueblo es el único que puede darse una
constitución y es el único que puede cambiarla.
Sieyès construyó, por medio de la distinción entre poder
constituyente y poder constituido, el mecanismo que era
necesario para que la voluntad soberana del pueblo se
manifestara por medio de la representación. Con la teoría del
poder constituyente Sieyès retoma la idea del cuerpo político
soberano de la democracia directa que Rousseau había
formulado, pero en un contexto donde se habla de «voluntad
general representativa», o sea en un momento que está
atravesado por la necesidad de la representación. Esto no
sólo en el nivel del poder constituido, sino también en el nivel
más alto del poder constituyente, desde el momento en que el
pueblo necesitaría siempre para expresarse un núcleo de
personas, más precisamente la “Asamblea constituyente”,
que es una asamblea de representantes.
En este sentido, se ha afirmado que “la democracia del
Estado moderno es una democracia mediata, parlamentaria,
en la cual la voluntad colectiva que prevalece es la
determinada por la mayoría de aquellos que han sido elegidos
por la mayoría de los ciudadanos” (Kelsen, 1920: 47).
Representar significa actuar en interés de los representados,
de una manera que responde a ellos, pero el representante
debe actuar con independencia; su acción debe comprender
discreción y juicio. El representante debe ser concebido como
capaz de acción independiente y juicio ponderado, y no

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solamente como un simple encargado. Cuando las personas
son representadas, su pretensión de tener algo qué decir a
favor de sus propios intereses debe ser atendida por el
representante por medio de mecanismos institucionales de
participación (Pitkin, 1972: 212). Por estas razones la
concepción moderna de la democracia acepta que la libertad
política se limite mediante la regla de mayoría y el principio
de representación.
Debemos señalar en este momento los límites del concepto
de la democracia representativa. En las últimas décadas, en
varios países de Europa y América Latina, los intereses
políticos, económicos y sociales de las mayorías no han
obtenido su reconocimiento en Estados estructurados bajo la
forma de la democracia representativa.Han surgido nuevos
movimientos políticos con mucha vitalidad y fuerza como
“Syryza” en Grecia y “Podemos” en España. La democracia
representativa que funcionó de manera exitosa e incluyente
en los países más desarrollados en el siglo XX, es
inaceptable, como una concepción de la democracia para
países en los que hay una profunda desigualdad entre sus
ciudadanos, como es el caso de Grecia, Portugal y España, y
muchos países de América Latina.
De acuerdo con esto, contra una democracia liberal basada
en la delegación para elegir los representantes, que pueden
ser controlados solamente en elecciones, los nuevos
movimientos democráticosy sociales vienen afirmandodesde

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hace varias décadas que los ciudadanos, naturalmente
interesados en política, deben asumir directamente la tarea
de intervenir en las decisiones políticas. Estos nuevos
movimientos reclaman la necesidad de aumentar el número y
poder de espacios abiertos a la participación ciudadana. En
concreto, desarrollar las democracias existentes a través de
múltiples canales de participación y ampliando los derechos
civiles, sociales y políticos que hacen posible la participación.
De aquí surgen la democracia deliberativa y el populismo.

iii) La democracia deliberativa.La tesis central de la


concepción deliberativa dice que la democracia debe hacer
posible la participación de todos en la esfera social de acción
de la política. El Estado legítimo debe ser democrático,
popular y liberal. El Estado democrático se funda en la
soberanía construida a través de la representación universal
y el mandato libre, en la perspectiva de la formación de un
orden político unitario, racional y juridificado, que se
constituye mediante leyes emanadas de la soberanía misma,
creadas por los legisladores en el Parlamento. En efecto, es a
través del legislativo, entendido como el poder soberano
autorizado por todos en condiciones de igualdad, que el
pueblo se transforma en neutral y universal, en ciudadanía.
En el Estado democrático la ley debe ser el resultado de la
soberanía popular, es decir, de la participación en su
construcción, mediante la representación, de todos los

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posibles afectados por la ley. Porque sin soberanía popular,
escribió Rousseau, no hay legitimación política de la ley,
solamente dominación.
Según los teóricos de la democracia deliberativa, la
democracia es formal, representativa, pero se puede
entender también como un modelo de confrontación. En este
modelo, un Estado es democrático si sus ciudadanos tienen la
posibilidad de confrontar lo que el gobierno decide.
Confrontar quiere decir que cada ciudadano puede
argumentar con razones contra las decisiones tomadas por
los agentes de los poderes públicos. En este sentido, la
democracia se construye mediante el ir y venir de las razones
que cada ciudadano da, de forma argumentada, enfrentando
las decisiones gubernamentales o resistiéndose a ellas.
La deliberación se concibe en la forma de comunicaciones
horizontales, en la producción múltiple de contenidos,
amplias oportunidades de interacción, confrontación sobre la
base de la argumentación racional, y en una actitud positiva
para la mutua atención y escucha recíproca. Además, las
concepciones deliberativas de participación han penetrado el
Estado democrático, a través de reformas que incrementan la
participación en las instituciones públicas, y esto se ha hecho
a través del reconocimiento político del derecho a disentir.
Formas deliberativas de la democracia son defendidas en las
actuales discusiones políticas como un camino para canalizar
el apoyo de los ciudadanos críticos dentro de las instituciones

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democráticas para construir sobre esto la asunción de que las
democracias contemporáneas necesitan combinar las
instituciones representativas con otras formas de acción
política.

iv) La democracia populista. Según esta concepción se debe


radicalizar la democracia con el fin de hacer viable la
participación de todos en la definición de los asuntos
comunes. El populismo propone la realización de la
democracia directa, el ejercicio del poder, sin intermediario
esencial, por el soberano, es decir, el cuerpo de los
ciudadanos. La idea de la representación está por completo
ausente de la práctica política del populismo. El ejercicio de
poder en la democracia directa no se da a través de
representantes, sino de jefes, individuos eminentes, líderes,
como Pericles, Robespierre, Perón y Chávez. Si es posible
mantenerlos bajo control no hay problema y eso sucedió en la
Grecia clásica, de ahí en adelante los líderes rompieron las
riendas que manejaba el pueblo soberano.
En el diagnóstico del que parte el populismo en América
Latina se afirma que el orden global neoliberal es la
expresión de una determinada alineación de las relaciones de
poder entre las corporaciones capitalistas y los Estados
nacionales. Frente a este sistema de poder propone un
desafío a la hegemonía del “mundo globalizado”, a través de
una profundización de la “revolución democrática”, entendida

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como la extensión de las luchas democráticas por la igualdad
y la libertad a un número creciente y amplio de relaciones
sociales (Laclau y Mouffe, 2010, 17).
Siguiendo la tesis de Claude Lefort de que el momento clave
en la historia política fue la invención democrática, el
populismo concibe que el programa de una democracia
radicalizada no tiene ámbitos de acción privilegiados ni
esferasque deban ser excluidas a priori. Por esta razón, las
instituciones jurídicas, el sistema educativo, las relaciones
laborales, la esfera de la economía, las poblaciones
marginales, las luchas feministas, de género y culturales,
deben ser objeto de la democracia radical.
Este populismo, que apela a la voluntad del pueblo
representada en el líder carismático y a una radicalización de
la democracia, ha generado, sin embargo, dos serios
problemas al Estado constitucional de derecho: una
transformación de las estructuras del Estado y de la
Constitución en función de un predominio del poder
presidencial sobre el legislativo y el judicial, y un
sometimiento de la esfera económica al poder político.
Los gobernantes populistas en América Latina han
desconocido en sus respectivos países las libertades
individuales, han excluido a grupos de ciudadanos de la
participación en la deliberación y decisión de las políticas
públicas, y así han convertido el poder político en un poder
centralizado en el gobernante y sus agentes. El gobernante

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populista tiene que controlar el poder del pueblo y para esto
tiene que convertirse en líder carismático.
En el caso de Venezuela, Chávez desmontó el capitalismo que
allí existía, pero no lo sustituyó por otro modelo productivo.
Esto explica la crisis de abastecimiento e inversión, la
inflación y la creciente dependencia de los ingresos
petroleros. Su modelo económico se sostiene en la
dependencia del petróleo y los recursos naturales en general.
Esta dependencia excesiva de los recursos naturales
constituye un problema para la diversificación de la
economía, y como ha sucedido con la caída de los precios del
petróleo, ha generado una profunda crisis económica, que se
proyecta políticamente en las relaciones con sus países
vecinos.
La política populista de repolitizar la economía para hacer
valer el derecho del agente social a la igualdad y a la
participación en tanto que productor y no solamente en tanto
que ciudadano, ha terminado en una política de estatalización
de las empresas manejadas ahora por burocracias sindicales
bastante ineficientes, y de expropiaciones, que ha ido
minando los presupuestos fundamentales para el
funcionamiento de una economía productiva y competente.
Hecha esta presentación de los cuatro modelos de
democracia podemos decir que la democracia populista esun
mal método para desarrollar el proceso de participación de
los ciudadanos en las decisiones básicas de una sociedad.El

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populismo concibe que el presidente sea considerado como la
encarnación del país, principal custodio e intérprete de sus
intereses, y así justifica que podrá gobernar como considere
apropiado, sin ninguna restricción jurídica o constitucional.
La democracia representativa tiene también grandes
limitaciones frente a nuevos problemas políticos y demandas
de la sociedad contemporánea. En esta forma de democracia
no se ha reconocido la necesidad de abrir nuevos espacios a
la participación ciudadana, ni otros canales de participación
para nuevos grupos y movimientos sociales.
La democracia deliberativa y participativa es la alternativa
con mayor viabilidad frente a los problemas de nuestras
sociedades. Demanda la inclusión de todos los ciudadanos en
el proceso político de creación de las leyes y crea las
condiciones para que puedan expresar su voz. De hecho, la
deliberación tiene lugar entre ciudadanos libres e iguales.
Esto significa que el proceso deliberativo tiene lugar bajo
condiciones de pluralidad de valores, donde la gente tiene
diferentes perspectivas pero enfrenta problemas comunes. Al
menos todos los ciudadanos deben ser capaces de desarrollar
esas capacidades que les den a ellos acceso efectivo a la
esfera pública (Della Porta, 67; 2013).

4) Finalmente, a partir de esto se puede proponer para la


discusión de lo que debería ser la política en la universidad
las siguientes ideas: de la misma manera que la democracia

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representativa es insuficiente en el nivel político estatal lo es
también en la universidad. Ante esto propongo repolitizar la
representación democrática en la universidad haciendo valer
la deliberación democrática, de tal manera que la
representación pueda entenderse como un proceso cuyos
referentes centrales no sean exclusivamente la conformación
de los consejos, las votaciones, las decisiones, sino que
consista también en el intercambio discursivo entre los
universitarios, mediante el ir y venir de razones y
argumentos a las instancias de decisión y de regreso a las
bases. Esto debe hacer posible la creación de condiciones
que permitan a todos los afectados por una norma o decisión,
poder influenciar en el proceso de construcción de estas.
Es necesario por esta razones, siguiendo el sentido político
de la Constitución del 91, generar un acercamiento entre el
esquema de la representación que determina el orden
normativo vigente y una nueva visión de la democracia, que
según el artículo 22 constitucional apunta a una sociedad
igualitaria, pluralista e incluyente. Esto quiere decir que la
idea de participación política, planteada en la Constitución,
se deberá ampliar, también en las universidades, con la
introducción de los componentes de participación.
Pero estos procesos deben tener como condición básica que
la dimensión política tenga su lugar, pero respetando las
otras esferas sociales de acción o poderes.La dimensión
política no puede ser “omnipotente”. Vivimos en un mundo

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plural en el que coexisten varias “potencias” o “poderes”
(formaciones políticas, fuerzas económicas, tradiciones,
culturas, convicciones). En el Espíritu de las leyes
Montesquieu destacó el efecto políticamente liberador que
tiene la división de poderes políticos (la división en un poder
ejecutivo, legislativo y judicial). Pero este efecto liberador va
mucho más allá de este caso político especial. “Cada potencia
asegura al hombre un espacio frente a los otros poderes, y lo
salva de la intervención exclusiva y determinativa de una
única potencia, frente a la cual el hombre sería impotente por
sus propios medios: solo mediante la división de estas
potencias uno es libre y un individuo. Así pues, es ventajoso
para el hombre tener muchas convicciones: tener muchas
tradiciones e historias en lugar de no tener ninguna o tener
una sola” (Marquard, 76; 2012).
Para los hombres solo hay libertad individual allí donde no
están sometidos a la intervención exclusiva de un único poder
absoluto, como en la edad media el poder de la iglesia, como
en las revoluciones comunistas el poder del partido, sino que
coexisten varios poderes en la realidad. Si alguno de estos
poderes reales, como la política, la economía, la religión, la
ciencia, se erige sobre los otros como un poder omnipotente,
se limita la libertad individual y los hombres no pueden hacer
nada frente a su intervención todopoderosa.
Cuando la dimensión política se instala en el discurso político
como “omnipotente” excluye, quita realidad, a todo lo demás.

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Lo excluido, —la academia, la ciencia— es declarado menos
importante, menos real, casi una nada.
Afirmar la omnipotencia de la política –como democracia
directa, como revolución, o como dictadura antiburguesa (de
derecha o de izquierda)– es aseverar la omnipresencia de la
política en todas las esferas de la vida humana. Pero hay
esferas de la vida humana —y en la universidad hay esferas
de la acción social como la docencia, la ciencia, la
investigación y la cultura— que no son políticas y que no
tienen que ver directamente con la política. La política es una
potencia determinante que interactúa frente a otras. Ninguna
potencia puede ser preponderante. “Lo que hace libre al
hombre no es la preponderancia de un único determinante,
sino la sobreabundancia de determinantes, propios de la
realidad humana natural e histórica” (Marquard, 76; 2012).
Pienso que esta filosofía pluralista (situada entre el
liberalismo de la democracia representativa y el
republicanismo de la democracia de los antiguos) es
necesaria y provechosa si se quiere adoptar un compromiso
filosófico y político a favor del individuo y la libertad.

Bibliografía
Bobbio, N., El Futuro de la democracia, FCE, 1992, México.

19
Castoriadis, C., (1988), Los dominios del hombre: las
encrucijadas del laberinto, Gedisa, Barcelona.
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