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RIVERA OLASKOAGA
LAS 11
PRUEBAS
Del condado
DE
SESTaO
Mitología Vasca
1
Índice Página
Prólogo
Capítulo I Tricio Egia el Valiente 5
(Sestao)
Capítulo II Las 11 Pruebas 9
(Sestao)
Capítulo III 1ª Prueba: Lamias 15
(Lamiako)
Capítulo IV 2ª Prueba: Tártalo 22
(San Juan de Gaztelugatxe)
Capítulo V 3ª Prueba: Gaueko 29
(Meakaur-Morga)
Capítulo VI 4ª Prueba: Herensuge 36
(Lekeitio)
Capítulo VII Beltza la loba 43
(Markina)
Capítulo VIII 5ª Prueba: Galtzagorri 49
(Zaldibar)
Capítulo IX 6ª Prueba: Aker 55
(Atxondo)
Capítulo X 7ª Prueba: Artabi, Mikelats, Sugaar y Mari 61
(Ubidea)
Capítulo XI 8ª Prueba: Gentiles 70
(Dima)
Capítulo XII 9ª Prueba: El Puente del Diablo y Basajaun 76
(Kastrexana y Zalla)
Capítulo XIII 10ª Prueba: Olentzero 86
(Alonsotegi)
Capítulo XIV 11ª Prueba: Ortzi / Urtzi 91
(La Arboleda)
Capítulo XV El Regreso 98
(Sestao)
Capítulo XVI La Investidura 102
2
Prólogo
La vida en los pueblos del viejo
Señorío de Bizkaia durante la Baja Edad
Media no era fácil para nadie por los
muchos riesgos que se corría, unas veces
porque los soldados nazarís se
adentraban en Bizkaia matando a los
hombres y raptando a las mujeres
jóvenes para aumentar sus harenes, otras
porque los Señores Feudales se
disputaban la supremacía del territorio
manteniendo unas batallas que siempre
acababan en auténticas carnicerías, y
otras veces porque las muchas
enfermedades existentes, tales como la
peste, la tuberculosis, la lepra, la gripe,
etcétera, ligadas a la falta de higiene que
había en aquella época, diezmaban la
población del Señorío en un abrir y cerrar de ojos, pero lo peor de todo
era las extrañas criaturas que poblaban nuestros impenetrables bosques y
escarpados montes que se cobraban las vidas inocentes de muchos
campesinos y leñadores que vivían en los caseríos y aldeas que estaban
cerca de estos bosques y montes donde criaban ganado, cultivaban
verduras y hortalizas y/o explotaban la magnífica madera que nuestros
bosques producían. Por todas estas razones, la gente joven no quería
trabajar ni en los bosques ni en los montes donde el Maligno vivía porque
esto suponía, tarde o temprano, la muerte a manos de algunos de
aquellos seres mitológicos, aunque no todos estos seres eran malos,
algunos eran buenos y ayudaban a los campesinos, pero aún así, la
mayoría de los jóvenes querían trabajar para los Señores Feudales porque
era la única manera de dejar aquella vida mísera, dura y peligrosa, y por
ende, Sesto o Sestao no era ajeno a todo esto por lo que el Conde de
3
Sestao organizaba todos los años unos torneos a los que la mayoría de los
jóvenes se presentaban para convertirse en vasallos al demostrar la
destreza que el aspirante tenían con la espada, el arco y la lanza, aunque
“muchos eran los llamados, pero pocos los elegidos”. Aparte de estas
pruebas, había otras de supervivencia que solamente se organizaban cada
cinco años con el único propósito de encontrar al joven más valiente de
Sestao que, si las pasaba, se convertiría en el sucesor del Jefe de la
Guardia de la Torre de Sesto cuando este fuera demasiado viejo para
empuñar la espada o muriese luchando por su Señor. Se trataba de once
pruebas muy peligrosas y difíciles de pasar. Algunas de ellas se cambiaban
para que no se pudieran filtrar a los futuros aspirantes; otras las escogía el
Señor o el cura del lugar donde debían realizarse. A cambio de tal valentía,
el joven en cuestión recibiría muchas prebendas: una buena paga, casa y
tierras, además de reconocimiento social. Pero estas pruebas, que se
mantenían en secreto, eran tan duras que casi nadie se presentaba a ellas
porque solamente tres voluntarios en toda la historia del Condado de
Sestao habían regresado con vida de tal viaje que los aspirantes debían
hacer a lo desconocido. De esta manera, el Conde de Sestao se aseguraba
de tener a su lado un Jefe de la Guardia con probada valentía para
defenderle y enfrentarse a cualquier bicho viviente que se interpusiera en
su camino, pero el zagal que se comprometiera a realizar tales pruebas no
solamente debía demostrar, a la vuelta de aquel viaje mitológico, que las
había pasado presentando unos los pergaminos correspondientes con el
sello o la rúbrica del Señor de turno o del cura correspondiente, sino
algunos objetos que tenía que obtener de los peligrosos entes y bestias
mitológicos que poblaban los bosques y montes del viejo Señorío de
Bizkaia.
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Capítulo I
Un chaval de dieciséis
años, Tricio Egia, estaba
dispuesto a pasarlas y a ser el
nuevo Jefe de la Guardia del
Conde de la Torre de Sesto
para sacar a su familia de la
miseria que padecía viviendo
en una pequeña chabola que
su padre con la ayuda de toda
la familia habían construido en
las campas de Kueto. Sus padres, hermanos y hermanas le suplicaban que
no se presentara a las inhumanas pruebas del Condado de Sestao porque,
en vez de prebendas, encontraría una muerte atroz en manos de alguna
de esas criaturas. Pero Tricio ya había tomado una decisión y una mañana
se presentó en la Torre de Sesto para inscribirse. Al llegar a la Torre de
Sesto, sita en lo alto de la pequeña aldea de Sestao, Tricio entró por el
portalón de los muros que rodeaban la torre, al verle los dos soldados que
hacían guardia le interceptaron y le preguntaron –¿A dónde vas chaval?
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Al cabo de un rato, vio salir a un chaval de Simondrogas de su
misma edad con el que había tenido sus más y sus menos, que al ver a
Tricio le preguntó –¿Has venido a apuntarte a las pruebas, Tricio?
6
Simondrogas y por los de la zona del Desierto de Baracaldo, no quiera
hacer las pruebas y le haya dicho no al Conde?
Esta era la primera vez que Tricio entraba en la torre. Subió las
escaleras con paso firme y resolutivo de dos en dos hasta el primer piso
donde se encontraba la sala de audiencias del Conde. Al pasar por la
puerta vio sentado en una silla que parecía el trono del Rey de Castilla al
Conde de Sestao, un tío alto, robusto, de unos 45 años que, como a Tricio,
le gustaba mucho cazar grullas reales grises por la zona de las marismas
del rio Galindo, aunque Tricio lo hacía furtivamente, y que por tal razón en
más de una ocasión había tenido que huir y esconderse al toparse con la
partida de caza del Conde. Uno de los soldados que custodiaba la entrada
le agarró del brazo y lo posicionó delante del Conde y le dijo –Arrodíllate
delante del Señor y después mantente firme y habla solamente cuando el
Señor acabe de hablar y se dirija a ti.
7
En ese preciso momento entró el Jefe de la Guardia que era muy
temido por todos los Sestaotarras por su destreza con la espada, valentía y
porque era el último superviviente del viaje mítico del que todo el mundo
hablaba pero que nadie sabía de que trataba porque era secreto, y por lo
tanto era el único que estaba autorizado a divulgar al voluntario los
pormenores relacionados con las once pruebas que solamente él y otras
dos personas en la historia del Condado de Sestao habían pasado, y
dirigiéndose a Tricio, dijo –Lo que te voy a contar no se lo puedes desvelar
a nadie o te cortaremos la cabeza en el cadalso delante de todo el pueblo,
y para que así conste debes firmar este documento de confidencialidad
antes de darte los pormenores de las pruebas que debes completar
durante el viaje.
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Capítulo II
9
tu ingenio y seas listo, y en vez de usar la fuerza con estas bestias, utiliza
esa labia que tienes para evitar enfrentarte a ellas o por el contrario
saldrás mal parado.
10
A las seis de la mañana del 15 de julio de 1050 Tricio se levantó
inquieto y nervioso porque en un par de horas comenzaría el “viaje a lo
desconocido”. El sol empezaba a aparecer tímidamente por detrás de los
montes de Artxanda cuando el chaval salió de la chabola a echar una
ojeada a las trampas que había colocado por las campas de la Sierra, por si
había caído algún conejo en ellas. Tuvo suerte porque habían caído tres
conejos que su madre cocinaría para la familia. Volvió a casa contento con
las presas y las dejó encima de
la mesa para que las
despellejara y las limpiara su
padre y comenzó a preparar las
cosas que necesitaría, que no
eran muchas. Cogió una viejo
capazo que solía llevar cuando
iba de caza y metió una vieja
manta con muchos agujeros
que su madre no utilizaba y un
par de sandalias nuevas que él
había hecho con la piel de los
jabalíes que cazaba, unas
cuantas manzanas, cecina,
tocino, un trozo de queso,
algunas ciruelas y el pan que le
había hecho su madre la noche
anterior. Cuando ya se disponía
a bajar a la Benedicta a esperar
a Enrique, su familia se levantó
para despedirle con muchas lágrimas porque sabían que no volverían a
verlo nunca más. Abrazó y besó a todos como nunca lo había hecho antes,
se echó el capazo a la espalda y cogió la espada, el arco y muchas flechas;
la lanza se la dejo a su padre para que cazara jabalíes.
11
Llegó a la Benedicta un cuarto de hora antes de las 8 de la mañana.
Se sentó en una roca contemplando los muchos calamarros que trepaban
por las rocas, aunque su mente estaba en el viaje que estaba a punto de
comenzar. En esos momentos de incertidumbre y miedo a lo desconocido,
le vino a la cabeza que el lugar más lejano al que había ido era Zierbena
para cambiar tocino por chicharros o
hasta lo alto del monte Serantes de
caza con su padre y hermanos desde
donde veía la ciudadela de Castro-
Urdiales rodeada por una gran
muralla que se extendía desde
Cotolino hasta los acantilados de la
iglesia de Santa Mara de la Asunción y
el castillo de Santa Ana, tal vista le
hacía soñar que algún día visitaría
Castro y, quizás, Bilbao, para ver el
barrio de la judería del que los
hacendados de Sestao hablaban
tanto. Estando allí sentado con sus
pensamientos, oyó el trotar de varios
caballos bajando por las campas de la
Ibería, al volverse vio que venía el
Conde de Sestao y Enrique Murrieta
con el caballo que el conde le había
dado para realizar las 11 pruebas, nadas más llegar los dos jinetes
desmontaron y el Conde de Sestao dijo –Veo que no te has echado atrás y
estás dispuesto a embarcarte en este viaje a lo desconocido.
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mucha corriente. Ahora abriremos el primer pergamino para explicarte de
que trata la primera prueba que debes afrontar.
Ya dentro del agua notó que la corriente era muy fuerte y que no
avanzaba porque la marea le llevaba ría abajo, y como él recordaba lo que
su padre decía –Déjate llevar por la corriente, no nades contra corriente.
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Él se dejó llevar por la corriente, pero cada vez se alejaba más y
más de la barca donde iban todas sus pertenencias y Zurita. Al cabo de un
rato, y tras hacer un gran esfuerzo para llegar a la orilla, estaba tan
exhausto que creyó que la corriente le engulliría y se ahogaría, cuando vio
a una familia de delfines rodeándole con el fin de que la corriente no le
impactara de lleno y fuera menos fuerte y pudiera llegar a la orilla, lo cual
consiguió después de un buen rato gracias a estos mamíferos acuáticos, y
agarrándose a las rocas pudo salir del agua sano y a salvo. Cuando puso
los pies en la tierra se dirigió hacia el barquero que estaba a unos
quinientos metros de distancia esperándole para darle sus pertenencias y
el caballo.
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Capítulo III
15
polvo, sabiendo que Zurita le despertaría si veía algo extraño. Se colocó el
zurrón de almohada y se durmió profundamente, dando algún que otro
ronquido, lo que asustaba a Zurita que no dejaba de mirarle, y entre
sueños creyó oír relinchar acaloradamente a Zurita que trataba de
despertarle. Al abrir los ojos se dio cuenta de que no estaba soñando sino
que Zurita estaba relinchando porque había gente en la playa. Tricio no
podía creerse lo que estaba viendo delante de sus propias narices y se
tuvo que restregar los ojos para ver bien porque varias lamias con las
faldas remangadas estaban en el agua salpicándose y jugueteando. Una de
ellas, al verle, ya despierto e incorporándose para calmar a Zurita, se
acercó y muy amablemente le preguntó –Hola. ¿Qué haces por aquí? ¿Te
has perdido?
Una de ellas, la más mayor de todas, que parecía la madre, dijo –El
chaval puede pasar la noche en la chabola de Maitane.
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Tricio recogió todos los bártulos que había dejado por la arena y
acompañó a las lamias dando un largo paseo con ellas, adentrándose en la
marisma de nuevo. Al llegar a un recodo del camino, entre arbustos y
robles, divisó un poblado de chabolas construidas con cañas y madera de
roble, alejado de los ojos indiscretos, donde una población de unos treinta
y pico individuos, compuesta por mujeres, niños y hombres, vivían. Tricio
no se lo podía creer porque su abuelo le había contado un cuento sobre
una lamia y un marinero, pero nunca le había dicho ni que había lamias
varones ni que podían tener hijos. Él pensó que seguramente su abuelo
tampoco lo sabía, y ante este hecho irrefutable, Tricio se dirigió a las
lamias y dijo –Cuando tenía unos cinco años, mi abuelo me contó un
cuento de una madre cuyo hijo se había embarcado para trabajar de
marinero en un barco y que después de mucho tiempo nunca regresó a
casa, pero la madre siempre que veía entrar un barco por la ría venía
hasta Lamiako a ver si su hijo estaba a bordo. Pasaron varios años y llegó
otro barco y otro y otro, pero Joxe nunca aparecía, por lo que la madre fue
a preguntar a los marineros a ver si conocían a Joxe Mendi. Uno de ellos le
comentó que Joxe había trabajado con él y que al tocar tierra desembarcó
en una isla del canal de la Mancha y tuvo una pelea con otro marinero y
que a consecuencia de las heridas recibidas murió al cabo de unos días. La
madre no quería admitir que su hijo estuviera muerto y siguió yendo a
Lamiako a esperar a su hijo.
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La madre aceptó tal condición y Joxe regresó en el siguiente barco
que entró por la Ría. El chaval, contento de alegría, nada más tocar tierra
corrió a casa a abrazar a su madre, pero su madre no estaba, por lo que
preguntó a los vecinos que le dijeron que su madre había muerto hacía
algunos años.
También vio que las lamias se mojaban los pies de pato con vinagre
y luego se los aclaraban con agua de mar, lo cual le extrañó muchísimo.
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Durante la cena Tricio estaba en ascuas y quería saber todo sobre
el poblado, por lo que, sin pelos en la lengua, preguntó a Magdalena –He
visto que os peináis con un cepillo de oro. ¿No tenéis miedo de que os
asalten y os los roben?”
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que se reproducen en nuestros pies de pato y no sabemos cómo
eliminarlos, por lo que te pido que seas discreto con los niños.
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momento sabíamos que venías haciendo las pruebas del Condado de
Sestao y eres el único que no ha utilizado la fuerza contra nuestra gente.
El último que pasó por aquí lo hizo y por tal motivo estará sufriendo
las maldiciones que sobre él cayeron. Además, como la población humana
de esta zona aumenta día tras día hemos decido trasladar nuestro poblado
a los frondosos montes del Gorbea para estar lejos de los humanos, pero
tú siempre estarás en lo más profundo de nuestros corazones– y dándole a
Tricio un fuerte abrazo y un cariñoso beso se despidió de él dándole un
saquito con varias manzanas para que las comiera durante el viaje.
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Capítulo IV
22
firme ante él sin hablar,
“Estimado Condemirando como dicho Conde abría el pergamino y
de Basordas:
se lo leía para que supiera de qué trataba la prueba que debía realizar.
Te envío a Tricio quien está realizando las 11 pruebas del
Condado de Sestao para convertirse en el sucesor de Enrique, el Jefe de
la Guardia de mi torre, y que si ha llegado hasta ti es porque ha pasado la
primera prueba, por lo tanto la segunda prueba consistirá en algo que tu
le ordenes que haga.
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salteadores de caminos y después se comía a los mismísimos mercaderes.
Este ser tan temido por media Bizkaia, un buen día, apareció por aquí en
busca de algún familiar, porque los miembros de su pequeña familia han
ido muriendo poco a poco y ya solamente queda él y, desafortunadamente
para nosotros, se asentó en esta zona de la cornisa cantábrica– tras decir
esto, el Conde de Basordas le preguntó a Tricio –Habiéndote informado de
esta misión tan peligrosa que debes realizar te debo hacer la siguiente
pregunta ¿Quieres proseguir con la segunda prueba o quieres regresar a
Sestao?
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El plan de Tricio era bajar hasta la Roca sobre las cinco de la
mañana y dejar a Zurita como señuelo en la explanada de acceso a la
ermita para subir sigilosamente hasta la cima y aprovecharse del sueño
profundo de Tártalo para embadurnarle las sandalias con grasa para
después silbar a Zurita que relincharía sin parar con el propósito de
despertar a Tártalo que al verle se pondría inmediatamente las sandalias y
comenzaría a bajar las escaleras cayéndose y levantándose una y otra vez,
momento en el que Tricio liberaría al cura.
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Agachados los dos detrás del muro, Tricio le dijo al cura –Si seguimos
bajando por las escaleras Tártalo nos va a matar a los dos, así que voy a
saltar por los peñascos para que me siga a mí y distraerle para que usted
pueda bajar hasta Zurita que le estará esperando para llevarle hasta el
caserío que hay a mitad de camino para que le pongan a buen recaudo.
Pero Tricio sin mediar palabra saltó el muro y le gritó a Tártalo que
en cuanto le vio se lanzó a por él como un lobo, pero Tártalo seguía
resbalándose y no le era fácil mantener el equilibrio. En esta “huida” Tricio
bajó hasta el borde del mar agarrándose a los afilados peñascos, saltando
de roca en roca para que Tártalo le persiguiera. Paró un segundo para
tomar aire y vio a Zurita y al cura desaparecer entre los arbustos y los
árboles por lo que se quedó tranquilo, pero al mirar hacia atrás divisó la
gran figura de Tártalo que iba tras sus pasos, Tricio, para animarle a que le
siguiera, le decía –¿A que no me coges? Venga inténtalo de nuevo gallina,
¿a que no me coges?, lo cual enfurecía aún más al gigantón de un solo ojo.
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Tártalo, viendo lo trascendente de la situación en la que se
encontraba, comenzó a sincerarse con el chaval –La gente cuando me ve
tan feo y grande y con solo un ojo se ríe de mí, entonces me enfurezco
tanto que hago cosas que no quiero hacer y por eso retuve al cura para
que me confesara de mis pecados, pero en el fondo yo solo quiero
ayudarles y que sean mis amigos y eso que dicen que me como a la gente
es un bulo. Yo solo les asusto.
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los brazos con tanta fuerza que casi le parte en dos, después le dejó sobre
una roca suavemente diciendo –Serás mi amigo para siempre y haré todo
lo que me digas.
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Capítulo V
29
Tricio quería saber más y la dijo –No se preocupe que tengo mucho
tiempo antes de bajar a Lumo a ver al Señor de la Torre”.
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Tricio le dio las gracias a la señora por la información, ya que en vez
de de presentarse al Señor de la Torre de Lumo debía estar con el cura de
aquella pequeña aldea, pero antes debía saborear la exquisita carne de
Morga regada con el Txakoli de la tierra.
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Estimado Señor de Lumo,
Este chaval que está ante ti representa la valentía de nuestro
pueblo porque si está contigo es porque habrá matado al malvado
Tártalo que tantas vidas se ha cobrado, por lo tanto queda a tu entera
disposición para que realice la prueba que tu le ordenes.
El cura asombrado por tales hazañas dijo entonces –Creo que tengo
la misión perfecta para un chaval de tu valía. Como te habrán comentado
aquí en Morga, estamos sufriendo las embestidas de Gaueko quien se ha
llevado ya muchas almas de la comarca, si bien es cierto que todos ellos
eran hombres jóvenes pendencieros y dados a la bebida, aunque no por
eso merecían tal trágico final. La misión que te voy a encomendar es la
siguiente: “Gaueko es el Señor de la Oscuridad por eso duerme de día y
sale volando de noche, porque su ley dice que nadie debe salir a la calle
desde que anochece hasta que amanece y si alguien infringe esta ley se
lleva las almas de los que no le temen a las cuevas donde él vive para
castigarles eternamente”. Una de estas cuevas es la de Santimamiñe, que
es en la que está viviendo actualmente. Por lo tanto, para que los jóvenes
del Señorío de Bizkaia estén a salvo, tendrás que adentrarte en la cueva de
Santimamiñe durante el día y hacerte con el anillo mágico que lleva en una
de las garras de la mano derecha para arrebatarle su poder. Aquí tienes un
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mapa con el camino a seguir que lleva hasta la cueva de Santimamiñe. Por
favor, ten mucho cuidado porque si te atrapa se beberá tu sangre.
Tricio pasó una mala noche, no pegó ni ojo, porque quería ponerle
cara a Gaueko pero no podía. Él se imaginaba mil caras, a cada cual más
fea y horrenda. Entre pesadillas, se quedó dormido al alba, hasta que los
relinchos de Zurita le despertaron. A media mañana los dos salieron hasta
la tenebrosa cueva de Santimamiñe. Al llegar a las inmediaciones de la
cueva, Tricio decidió esconder bien a Zurita y entrar en la cueva. Bajó una
pequeña rampa y giró a la izquierda y ya no se veía ni cascajo, por lo que
se agachó y en silencio miró a su alrededor a ver si veía algo, y allí estaba
Gaueko a dos metros de él. Era una cosa grande, una bestia que tenía una
parte de humano, otra de perro y unas alas gigantes de murciélago,
estaba echado durmiendo en un camastro de paja en una pequeña alcoba
que tenía unos dibujos de caza muy rudimentarios en las paredes,
también había un pozo de agua que Gaueko usaba para saciara la sed, que
se llenaba con las gotas de agua que se filtraban por la pared de la cueva
que estaba llena de estalactitas y estalagmitas. Gaueko se movió un poco
y Tricio pudo ver el brillo del anillo, pero como Gaueko se estaba
despertando, el chaval salió de la cueva para volver a Lumo a preparar y
planificar el ataque que llevaría a cabo al día siguiente.
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Al anochecer vio al temido Gaueko salir de la cueva. El monstruo
estiró las alas de murciélago y voló hacía Gernika. Su vuelo era diabólico.
Tricio al verle dar unas pasadas por las campas de Lumo sintió miedo y
permaneció quieto en el escondrijo que había fabricado, casi no respiraba
para que no le oyera Gaueko. Cuando vio la gran figura negra alejarse salió
rápidamente de su refugio y entró en la cueva con una antorcha, nada
más bajar vio de nuevo el camastro de Gaueko y al ver los dibujos
rupestres se quedó ensimismado un buen rato contemplándolos, hasta
que reaccionó y echó la dormidera en el pozo de agua para volver a la casa
parroquial bajo los árboles para no ser visto por Gaueko. Durmió de un
tirón toda la noche y por la mañana temprano bajó a la cocina porque
tenía hambre, y además estaba seguro de que el cura le habría preparado
algo, y no estaba equivocado, al entrar en la cocina saludó al cura que ya
le había puesto en la mesa el plato de morokil con leche caliente que se lo
metió entre pecho y espalda sin dilación. Se levantó de la mesa y le dijo al
cura –Hoy es el día, o vengo de vuelta con el anillo o ese monstruo se
quedará con mi alma para siempre.
Tricio había pedido con sus rezos al Señor que hiciera mucho calor
ese día, y sus rezos fueron oídos y recompensados porque hacía un calor
de muerte y seguramente que Gaueko se había bebido toda el agua del
pozo.
Lo primero que hizo Tricio nada más entrar en la cueva fue echar
un vistazo al pozo, el cual, gracias a Dios, estaba vacío, lo que significaba
que el Señor de la Oscuridad debía estar dormido como un tronco y él
podía hacer y deshacer a su antojo. Se acercó a Gaueko que atufaba y le
palpó las garras para quitarle el anillo pero el monstruo se movía y quería
despertarse, lo que significaba la muerte de Tricio, y como el chaval era
humano casi se caga por las patas abajo, pero él siguió en sus treces y al
final agarró la pezuña derecha de Gaueko con fuerza y sacó el anillo
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mágico de la garra del monstruo. En ese momento Gaueko se medio
despertó y quiso darle un zarpazo y morderle, pero ya no tenía la fuerza
de antes ni podía volar, se había convertido en un ser débil y temeroso, y
temiendo que Tricio le matara con su espada echo a correr cueva adentro
y ya no se le vio nunca más sobrevolar el Viejo Señorío de Bizkaia en busca
de presas que llevarse a sus guaridas para beberse su sangre.
35
Capítulo VI
36
Tricio le puso al cura al día del porqué de aquel viaje y de sus
andanzas y qué se dirigía a Lekeitio con el propósito de completar la
prueba número cuatro.
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han cruzado hasta la isla de San Nicolás o han entrado en la cueva de
Lumetxa con el fin de encontrar el huevo y deshacerse de él, pero, como te
he explicado anteriormente, todos estos hombres han desaparecido o han
muerto en su intento”.
“Estimado cura:
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mujeres y niños y traerme el huevo que está incubando para que no haya
más serpientes de esta especie– y tras una pausa añadió: –Que aceptes
esta misión depende de ti, si la rechazas lo entenderé.
Esa misma tarde, con la marea baja, Tricio cabalgó hasta la isla de
San Nicolás para cruzar hasta aquel lugar del que nadie quería hablar. Iba
cargado de comida y de algunas hierbas medicinales para los leprosos y
tuberculosos que moraban en aquella maldita isla. Al cruzar y al ver
aquellos infelices, abandonados a su suerte, se dio cuenta de que todo lo
que le habían contado era solamente la mitad de atroz de lo que sus ojos
veían. Aquellas personas, que sufrían en soledad, se acercaban, tapándose
sus rostros comidos por la insaciable enfermedad que no entendía de
clases sociales, para decirle, casi sin fuerzas y con voz débil, que se fuera
porque se podía contagiar, al tiempo que le imploraban piedad y le pedían
ayuda. Tricio desmontó y comenzó a darles toda la comida que llevaba en
dos grandes sacos a lomos de Zurita y a explicarles los dones y las
bondades de las plantas medicinales que les había traído para que les
aliviase el dolor producido por la “Enfermedad del Diablo”. Los hombres y
mujeres que componían aquella comunidad de enfermos, agradecidos de
que alguien de tierra firme hubiera ido a verlos y a ayudarlos, le
preguntaban cosas, de donde venía, si conocía a sus familias, que estaba
pasando fuera de la isla, y otras cosas mundanas. El chaval contestaba a
las preguntas con mucho gusto sentado con ellos para contarles cosas de
su pueblo, todo lo relacionado con su viaje, las pruebas que había hecho y
las que tenía que hacer y lo que había oído sobre las andanzas del Cid
Campeador por tierras castellanas. Paso unas cuantas horas con ellos
hasta que la marea comenzó a subir. A media marea Tricio les preguntó: –
¿Sabéis si Herensuge tiene alguna cueva por aquí donde este custodiando
su huevo?
39
La veintena de almas que componían aquella pequeña comunidad
se arremolinaban en torno a Tricio buscando algo de calor humano, y
entre ellos había un chaval de su misma edad quien la lepra le había
comido la mano derecha que respondió a su pregunta: – Suele venir por
aquí un par de veces al día, aunque la guarida la tiene en la cueva de
Lumetxa. Creemos que Herensuge cruza hasta la isla para protegernos
porque algunos malvados suelen cruzar hasta aquí para matarnos porque
no quieren que estemos en la isla, pero desde que Herensuge comenzó a
verse por aquí, ya no se atreven a pasar. Solamente el cura viene todos los
días con algunos buenos y piadosos vecinos de Lekeitio a traernos
provisiones y agua fresca.
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hablando con algunas feligresas. Desmontó, dejó a Zurita a la sombra y
sacó el huevo que llevaba en el zurrón para entregárselo al cura. El cura al
verle se deshizo de las feligresas y saludó a Tricio y los dos caminaron
hasta la sacristía donde el Sestaotarra le entregó el huevo diciéndole mu
enfadado: –Don Angel aquí tiene el huevo de Herensuge. Cuando muera la
serpiente ya no tendrá descendencia y no habrá más serpientes de siete
cabezas que devoren a la gente de esta zona, aunque, según los
comentarios de los habitantes de la isla de San Nicolás, algunos de
aquellos que fueron atacados y devorados por Herensuge se lo merecían.
La serpiente lo único que hace es protegerles de los malvados que cruzan
hasta la isla para matarles. Los pobres ya tienen bastante con el
sufrimiento que padecen y no hace falta que nadie vaya a fastidiarles.
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Tricio con mucho gusto remó hasta la Isla Maldita para despedirse
de sus amigos.
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Capítulo VII
Al acercarse a Markina se ve
envuelto en una violenta tormenta de
truenos y rayos por lo que decide cobijarse
en un bosque para esperar que el fuerte
aguacero pare y los truenos se vayan
alejando poco a poco, pero la tormenta no cesaba, así que decidió
preparar un refugio lo suficientemente grande para que pudiera cobijar a
él y a Zurita. Se proveyó de cuantas ramas pudo para hacerse una choza
alrededor de un gran roble. Al acabarla encendió un fuego para secarse
bien porque no quería coger un resfriado, o peor, un catarro que le
retrasara el viaje, y como los truenos y rayos seguían amenazándole y la
lluvia no cesaba, pensó que lo mejor sería aprovechar aquel buen refugio
para pasar la noche y a la mañana siguiente continuar hasta Markina para
que le indicaran la dirección que debía tomar para llegar a Zaldibar, la
aldea donde le esperaba la quinta prueba. Después de cenar algo se
preparó un camastro y durmió plácidamente, pero este sueño fue
perturbado por Zurita que estaba inquieto por algo y no hacía más que
relinchar. Tras despertarse, sin saber bien que estaba pasando en el
bosque, lo primero que pensó fue que, quizás, se trataba de bandidos,
pero los gruñidos y aullidos no provenían de animales de dos patas sino de
una manada de lobos que quizás intentaban cazar algún jabalí o algún
corzo o quizás atacarle a él y a Zurita. Blandiendo la espada y con una
antorcha en la otra salió de la choza. Por si las moscas, avivó el fuego
43
echando unas cuantas ramas gordas para que durara hasta al amanecer y
para que los lobos supieran que en aquella choza además de un caballo
había un humano dispuesto a hacerles frente. Tricio sabía que los lobos no
se iban a arriesgar su integridad porque si alguno de ellos resultara herido
de gravedad esto le supondría morir solo, porque el resto de la manada le
dejaría allí, en la espesura del bosque, desamparado. Volvió a la choza,
calmó a Zurita, y se volvió a dormir.
Ya estaba clareando y los rayos de sol que entraban por las rendijas
de las ramas le despertaron. Zurita le miraba y daba brincos. Tricio le
miraba y le preguntaba –¿Qué te pasa chavalote?”
44
La tocó suavemente el lomo y la loba le miró, pero ya no le gruñía. Siguió
acariciándola hasta que el animal, que pedía ayuda con su mirada, se
tumbó. Tricio entonces comenzó a limpiarla la herida con agua para ver la
magnitud de la raja, que era de unos quince centímetros de largo y algo
profunda. Tricio, después de inspeccionarla, sabía que debía coserla, lo
cual podía ser peligroso si lo hacía con la loba despierta. El chaval se
levantó y se metió entre la maleza buscando alguna de las plantas
adormideras que su abuela daba a las vacas cuando se ponían nerviosas al
parir. Encontró la planta enseguida y metió unas cuantas semillas de esta
adormidera en otro trozo de tocino y se lo dio a la loba para que se lo
comiera, cosa que hizo sin dilación. Al cabo de un rato el animal estaba
totalmente dormido y Tricio pudo coser el profundo corte con las agujas
que llevaba por si el mismo se tenía que coser alguna herida que se
pudiera hacer luchando contra alguno de los monstruos a los que debía
enfrentarse. Acto seguido cortó un par de ramas gruesas y flexibles de un
avellano cercano para hacer una camilla con la manta que llevaba para
taparse por las noches para arrastrar al animal que aún permanecía
dormido y así proseguir su camino hacía Markina que estaba a tiro de
piedra.
45
algo de comida y a preguntar por el camino de tenía que tomar para llegar
a Zaldibar.
46
Sestao y le traigo un pergamino para que me lo lea y me diga que prueba
debo hacer.
Tricio le contó la historia y el cura le dijo que los tres, Tricio, Zurita
y Beltza, debían dormir en el pajar porque él no quería bestias en su
iglesia.
“Estimado señor,
Dígale a Tricio que deberá capturar a un Galtzagorri y traerlo a
Sestao.
Suyo afectísimo, el Conde de Sestao”
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utilices la fuerza bruta con ellos porque pueden pasar de ser muy, muy
buenos a ser muy, muy malvados con sus enemigos.
48
Capítulo VIII
Zuritafue el primero en
despertarse con el canto del gallo y quería
acción después de dormir a pierna suelta.
Beltza por el contrario no quería
levantarse de la cómoda cama de paja
mullida que Tricio le había hecho, y allí la
dejó para que se recuperara de la herida
que estaba casi cicatrizada, y se marchó al
bosque en busca de un buen sitio de setas
con la esperanza de encontrar algún
Galtzagorri a quien convencer de que se
fuera con él a vivir a Sestao y así pasar la
quinta prueba.
49
Al bajar la cuestecilla que le llevaba hasta la iglesia vio al cura
echando a los chavales que querían entrar al establo a ver a Beltza. Tricio
al ver a toda la chavalería allí, se inquietó y bajó al galope. El padre don
Matías estaba hablando con ellos en euskara. Tricio al acercarse le
preguntó: –¿Qué pasa?¿Qué quieren?
–Pues que van a querer, ver a la loba que has traído– dijo él con
sorna.
Tricio dejó que los chavales entraran de uno en uno a ver, desde
una distancia prudencial, a Beltza que ya se levantaba y parecía estar
recuperada del susto y de la herida porque no paraba de enseñarles y
amenazarles con sus largos colmillos. Cuando todos ellos vieron a la loba,
corrieron a sus casas a contárselo a sus familias.
50
Tricio le agradeció el consejo al cura y le dijo: –Mejor lo dejo para
mañana. Ahora voy a ver cómo tiene Beltza la herida y a darla de comer. Si
veo que puede subir al monte mañana la llevaré conmigo, así dejo a Zurita
descansando para que esté fresco para la siguiente prueba.
51
como soy muy feo no tengo amigos y ninguna familia de Galtzagorris me
quiere adoptar, por eso estaba encima de esa seta sentado pensando en
qué hacer con mi vida.
Tricio al ver al duende tan triste y sin saber que hacer le preguntó:
–¿Te vendrías conmigo, Beltza y Zurita, que es mí caballo, para ayudarme
a pasar las pruebas que restan?
Tricio no podía creer lo que Atepo le decía. Pero Atepo para que
Tricio se lo creyera le llevó al poblado de los Galtzagorris, poblado que por
52
otra parte ningún humano había visto jamás. Los tres, dirigidos por Atepo,
que iba tumbado en la cabeza de Beltza, se metieron en el bosque y al
llegar a una campa Atepo dijo: –Este es el poblado de los duendes.
Pero el cura, que estaba un poco cegato, por más que miraba solo
veía a Tricio, a la loba y a Zurita. Confuso se dirigió a Tricio y le dijo: –Yo
solo veo a los animales y a ti. ¿Quién es el nuevo amigo?
Nada más decir esto el cura oyó una voz muy cándida que decía: –
Estoy aquí, detrás suyo, en la cabeza de Zurita.
53
El cura se giró y allí entre las orejas de Zurita vio al duende y dijo: –
Ya te dije que había duendes por aquí, pero, puestos a escoger, te podías
haber traído uno más guapo que este.
54
Capítulo IX
55
haciendo ruido y golpeando con la rama en el agua con el fin de ahuyentar
a las truchas que nadaban por la corriente hacía el butrón que Tricio había
colocado. Al llegar al butrón todos vieron la recompensa que había dentro
del butrón, habían capturado más de quince truchas para comérselas
antes de entrar en Atxondo donde les esperaba el Señor de la Torre del
lugar.
56
Tricio primero asentó con la cabeza y después contestó: –Sí señor,
aquí lo tiene, es de mi señor de Sestao, al que usted conoce bien.
“Hola Joxe,
57
Sin pensárselo ni un solo instante Tricio dijo: –Por supuesto que
voy a hacer esta prueba”, y añadió: –¿Dónde puedo encontrar a Aker?
58
frente con mucha bravura pero Tricio sabía que el gran lobo, que
posiblemente era el lobo que tenía atemorizado a la población de
Otxandio, iba a destrozar a Beltza si en no hacía nada. Sin pensárselo se
subió a lomos de Zurita y diciéndole a Atepo que lanzara cualquier objeto
contundente que tuviera a mano al lobo con el fin de ahuyentarlo y
distraerlo cargó contra el animal. El lobo al ver que le llovían piedras,
trozos de madera y que un caballo enfurecido venía hacía él como echó a
correr monte arriba y desapareció en la inmensidad del bosque de Urkiola.
Tricio desmontó y fue hacia Beltza a ver si estaba mal herida. Fue la
primera vez que Beltza estando sana se dejaba tocar e inspeccionar por
Tricio y Atepo a quienes les daba unos lametones en señal de
agradecimiento, aunque cada vez que lamía a Atepo le dejaba empapado
de saliva. Tricio vio que Beltza solamente tenía algún rasguño sin
importancia por lo que decidió seguir buscando a Aker.
Tricio bajó con los demás hasta una cabaña de leñadores que había
visto cuando subían por las laderas del monte Urkiola para pasar la noche.
A medida que la oscuridad se apoderaba del bosque más y más estrellas
se veían en el cielo. Al caer el negro manto de la noche Tricio vio como el
cielo estaba estrellado y que el pastor de Urkiola iba a tener razón y allí
mirando al cielo se percató que algo pasaba volando hacia la gruta que
habían visto por la mañana. Enseguida supo que se trataba de Aker.
59
Llamó a Atepo que estaba jugando con Beltza, y le dijo: –Atepo,
cuento contigo para sujetar Aker porque eres el único que puede acercarse
a él lo bastante rápido para atarle una cuerda por los cuernos y otra por
las patas de atrás y atar uno de los cabos a la roca que hay en la entrada
de la cueva y el otro a la silla de Zurita para mantenerle inmóvil y poder
cortarle las barbas, porque si lo hago yo, lo más seguro es que me dé un
cornada que me mande hasta Atxondo.
Atepo con una sonrisa malévola dijo: –Eso está hecho jefe. Ese
carnero no se va a enterar de lo que le ha pasado hasta que se vea atado y
bien atado.
60
Capítulo X
Por el camino de
Durango se tropezó con muchos
soldados que iban y venían de
Plasencia de las Armas porque
los dos señores estaban batallando por unas tierras que decían que les
pertenecían. Tricio, ante aquel vaivén de soldados y creyendo que el Señor
de Tabira no estaría de humor para recibirle, decidió que la mejor opción
era dirigirse a la iglesia de Santa María para presentarse al párroco para
que le leyera el pergamino correspondiente a la 7ª Prueba. Y así lo hizo
seguido de la chavalería que se arremolinaba para ver a los cuatro, sobre
todo a Beltza y a Atepo, que sin que los chavales se dieran cuenta trepaba
hasta sus cabezas y jugueteaba con ellos.
61
don Rafael cada vez que Tricio le decía algo, él solo decía: –Éh, ¿qué has
dicho?
Tricio se percató de que don Rafael no oía nada y por tal razón
levantaba aún más la voz que resonaba por toda la iglesia, pero el cura
seguía sin enterarse de nada. Pasado un rato, de mucho esfuerzo por
hacerse entender, una feligresa de alcurnia que estaba rezando cerca del
altar al ver que Tricio se estaba desgañitando y de que sus esfuerzos por
hacerse entender eran inútiles y de repetirle a don Rafael que le tenía que
leer el pergamino porque él no sabía leer, una feligresa de alta alcurnia se
acercó para leerle el susodicho pergamino. Tricio aliviado por la ayuda de
la atenta dama le entregó el manuscrito para que se lo leyera.
62
mundo les vea y que envejecerán cuatro veces más rápidamente que
la gente normal y que al estar todos juntos, por no poder volar,
producirán grandes tormentas que ocasionarán inundaciones que
arrasarán nuestros campos y matarán a la gente, lo cual es malo
para los caseríos y las ciudades. Y para que conste de que Tricio
Egia de Sestao ha pasado la prueba le pedirá a la bruja Mari, su
marido y sus dos hijos que firmen el pergamino quemándolo con sus
pulgares para que dejen en él sus huellas dactilares, como prueba
fehaciente de que ha llevado a buen puerto las negociaciones
encomendadas”.
63
de una legua de distancia de su cueva se enfada y provoca unas horribles
tormentas que duran tres días y que las padecemos por todo Bizkaia.
64
Al levantarse Mari para acercarse a Tricio, este pudo comprobar
que era una mujer alta y guapa.
Por favor habla con él y hazle venir. ¡Ah! Lleva a la loba contigo
porque a él le encantan los lobos también y en cuanto la vea se hará
amigo tuyo.
Ante este gran reto Tricio dijo: –Vale, haré todo lo que pueda.
Mañana por la mañana me pongo en camino hacia el Gorbeia a ver si le
puedo convencer y no me hace nada.
65
Bajó hasta Ibarra siguiendo los pasos de Beltza para no despeñarse,
y después de una hora de trayecto vio la luz de la hoguera que Atepo
había encendido para guiarle a través de los peñascos y para tener listo el
potaje que había cocinado para cenar. Cuando Tricio llegó al campamento
base le agradeció a Atepo la ayuda prestada y le comentó lo que le había
pedido Mari que hiciera.
66
Tricio y Atepo se sentaron en el tronco del haya y comenzaron a
hablar para definir la estrategia que iban a utilizar. En mitad de la
conversación oyeron un mugido que provenía de Zenzengorri que estaba
encaramado a una roca y mirándoles con ojos de pocos amigos y con
ganas de embestir a los cuatro. Atepo se levantó y en un abrir y cerrar de
ojos salió corriendo como alma que lleva el diablo y en un tris tras se
encaramó sobre la cabeza de Zenzengorri y le quitó el badajo que era más
grande que él. En ese momento el toro se quedó sin su fuerza mágica y
desapareció trotando ladera abajo, dejando a los cuatro el camino libre
hasta la cueva de Mairuelegorreta.
Atepo hasta ese momento nunca había sabido lo que era tener
miedo, pero cuando oyó aquella voz de ultratumba casi se caga por las
patas abajo. Oculto tras una pequeña roca respondió con voz
entrecortada: –Vengo con un amigo que quiere hablar contigo en nombre
de tus padres y hermano. El viene de un pueblo que está muy lejos de aquí
que se llama Sestao y quiere decirte lo que tus padres y hermanos le han
encargado que te transmita. ¡Ah! Venimos con una loba que te quiere
conocer”.
Mikelats estuvo un rato largo sin decir nada, lo cual era bueno
porque al menos se lo estaba pensando. Atepo miraba por encima de la
piedra pero solo veía como la bola de fuego cambiaba de forma, unas
veces era grande y otras pequeña. Pasaron más de diez minutos cuando
Atepo oyó de nuevo aquella voz infernal decir: –Vale, que venga ese chico
67
de Sestao con la loba y los demás. Prometo no hacerles nada si me
devolvéis el badajo del cascabel de mi toro que el pobre está muy apenado
porque ya no tiene la fuerza que tenía antes.
68
Tricio durmió y los demás pasaron la noche en la ermita de San
Juan Bautista donde el cura le selló el pergamino que debía presentar en
Sestao como prueba fehaciente de que había cumplido la prueba con
éxito.
69
Capítulo XI
70
tenían bastante hambre y sed. Después de satisfacer las necesidades de
los dos animales volvieron a la casa cural para que el clérigo les leyera el
pergamino número 8 e irse a dormir a la cama que don Pascual les había
preparado.
Por otro lado, los Gentiles son seres muy peludos y grandes, casi
tan grandes como los Tártalos y están dotados de una fuerza
sobrehumana que la solían utilizar para ayudar a los baserritarras a
acarrear grandes piedras y colocar los pesados pilares y vigas de roble de
nuestros caseríos, pero también son muy cabezotas y esta familia de
Baltzola ha dejado las chozas en las que vivían y se han instalado en las
cuevas de ese barrio y no quieren ayudar a los baserritarras a hacer ese
puente que es tan necesario para el desarrollo y progreso del lugar
aludiendo que si horadan tal puente más gente se instalará en la zona
para cultivar sus verdes praderas y talar los bosques, que según ellos,
les pertenecen.
Por tanto, Tricio debe hablar con los Gentiles para convencerles de
que ayuden a sus vecinos a construir ese puente que es tan necesario”.
71
Atepo, que estuvo escuchando muy atentamente a todo lo que leyó
el cura, dijo: –Convencer a los Gentiles está chupado. Se les puede
convencer sin problemas, si mañana, cuando subamos al barrio de
Baltzola, les llevamos unos boletus los Gentiles dan el brazo a torcer
porque los Gentiles se pirran por estas sabrosísimas setas, por lo que
debemos encontrarlas antes de subir a esas cuevas y obsequiárselas antes
de comenzar a hablar.
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72
bandidos salieron de debajo de unas ramas diciendo: –Vaya, vaya. ¿Qué
tenemos aquí? Un chaval, un perro y un buen caballo que nos va a venir
muy bien para cometer nuestras fechorías. Venga, danos todo lo que lleves
encima de valor, además del caballo.
Y acto seguido le lanzó una gran piedra que pasó rozando la cabeza
del líder de los salteadores.
Los cuatro ladrones dieron varios pasos atrás al ver como Tricio
desenfundaba su espada y como Beltza comenzaba a mostrar sus largos
colmillos y Zurita se ponía sobre sus patas traseras para comenzar a dar
patadas y coces a los intrusos a diestro y siniestro.
Al subir por la loma derecha Tricio pasó por una pequeña cueva
horadada en la roca y al mirar a las piedras vio que había puntas de lanzas
de la época prehistórica. Desmontó y cogió un par de ellas para
mostrárselas al Señor de Sesto. A su izquierda también pudo ver la roca de
la discordia, con el estanque medio vacío y putrefacto. Siguieron el
camino, y unos cientos de metros más arriba vieron las cuevas. Pararon a
esperar a Atepo quien se reunió con ellos acarreando un saco lleno de
boletus.
73
Al ver que salía humo de la cueva
más grande, y suponiendo que se
trataba de las dos familias de Gentiles
que estaban asando algo, descendieron
la colina, y no se equivocaron porque allí
estaban los seis Gentiles asando algunas
de las papas que habían cosechado y
comiendo los sabrosos tomates de esta
zona de Bizkaia. Al acercarse al grupo de
Gentiles lo primero que notó Tricio es
que apestaban. Por lo que Tricio le dijo a
Atepo: –Huelen como tú, mal. Estos
tampoco se bañan muy a menudo.
Tricio al ver que las dos familias estaban muy contentas con las
setas comenzó a hablar: –Vengo para mediar entre vosotros y los vecinos
de Dima. Sé que vosotros no queréis ayudar a los vecinos a hacer el
puente, pero creo que os equivocáis porque debéis dejar estas cuevas y
volver a bajar a vuestras chozas del barrio de Baltzola donde tenéis agua
potable para asearos y cultivar las campas y huertas que tenéis allí.
Además, la historia os recordará porque el puente que construyáis se
llamará el puente de los Gentiles y las generaciones posteriores vendrán
hasta aquí a ver y visitar este lugar mágico.
74
ayudaremos si ellos nos ayudan a nosotros a cultivar el valle dándonos
semillas y nos dejan sus bueyes para labrar la tierra. Nosotros por nuestra
parte les ayudaremos a recoger las cerezas, higos, peras y las manzanas
que utilizan para hacer sidra, siempre que nos den una parte de la cosecha
para nuestro sustento ya que somos vegetarianos.
75
Capítulo XII
Tras un día de una larga caminata pasaron por la villa de Bilbao que
estaba abarrotada de mercaderes y de barcos anclados en la ría. Tricio
ante la algarabía que producía su séquito entre las chavalería y entre los
adultos decidió cruzar el único puente que unía las dos orillas, el de San
Antón, y pasar de largo hacía la ermita de Santa Águeda para pernoctar
allí, para salir a la mañana siguiente hacia Zalla donde le esperaba la
novena prueba. Aquella noche la pasó con seis peregrinos franceses que
se dirigían a Santiago de Compostela. La comunicación fue escasa porque
Tricio no hablaba francés y los peregrinos solamente sabían unas pocas
palabras de castellano. Pero con mucho esfuerzo y bastante mímica se
hacían entender.
76
Atepo se despidieron cordialmente y el grupo de peregrinos despareció
por el camino de Basatxu.
Como ya estaban despiertos decidieron bajar por la calzada de
piedra hasta Kastrexana para cruzar el Puente del Diablo. Al pasar por
delante de un caserío Tricio se topó con un baserritarra a quien se le había
quedado atascado el carro tirado por dos bueyes en un agujero de barro.
Tricio paró y le ayudó al hombre a sacar el carro con la ayuda de Zurita. El
hombre agradecido les invitó a que
desayunaran leche con un gran trozo de
pan untado con manteca con su familia
que estaba compuesta de una recua de
niños y niñas que ayudaban al hombre a
sacar adelante el caserío familiar. Estando
comiendo aquel sabroso trozo de pan con manteca y un poco de miel
Tricio le preguntó: –¿Por qué se llama el Puente del Diablo?
Eustaquio, con una expresión de felicidad en su cara, dijo: –Es una
larga historia, pero te la voy a resumir para que cuando llegues a Sestao se
la cuentes a tu familia y amigos, y cuando tengas decencia a tus hijos.
77
aldeano pobre, comenzó a decir que la chica tenía un amante en
Alonsotegi. Tal rumor llegó a oídos del chaval durante el periodo
invernal, periodo en el que las dos orillas de Kastrexana quedaban
separadas por las crecidas del rio.
78
bastón en el hueco donde debía ir tal piedra con el fin de impedir que el
Diablo la pusiera y de retrasar la terminación del puente. Esos minutos
fueron cruciales porque el gallo canto con tanta fuerza que se oyó desde
la ermita de Santa Agueda, por ende el puente no estaba terminado y la
chica había ganado la apuesta al Diablo.
Por tal razón este puente se llama ´El Puente del Diablo´ o el de
`Los Enamorados´.
79
Tricio estaba a punto de cruzar el
Puente del Diablo cuando vio que un
carruaje cargado de vino tirado por dos
mulas comenzaba a cruzarlo lentamente.
La anchura de dicho vehículo casi rozaba
las paredes laterales del ´Puente de los
Enamorados´ que era otro nombre con el
que se conocía al `Puente del Diablo´, por
tal razón Tricio y sus amigos esperaron
pacientemente a que el carro cruzara.
Entretanto la gente se arremolinaba
alrededor de Atepo porque nunca antes
habían visto un duende y querían saber
cómo se llamaba, de donde venía y que
hacía en Kastrexana. Tricio, ajeno a todo
eso, entabló conversación con un paisano
que vivía en un caserío sito en el Camino de Zubilteta, cerca del puente,
quien le preguntó a Tricio: –¿Qué hacéis por aquí? ¿Habéis venido de
peregrinaje hasta la pequeña ermita de Santa Águeda y habéis pasado la
noche allí?”
80
Tricio y Atepo cogieron los tomates, se comieron uno cada uno, y
otro se lo dieron a Zurita que lo engulló como si fuera un manjar. Al
acabar de comer Tricio le dijo al hombre: –A decir verdad hemos
desayunado bien con Eustaquio y Ana quienes nos han invitado a
desayunar. Además, mientras desayunábamos con toda la familia
Eustaquio nos ha contado la historia de este puente, la cual es muy bonita
e interesante.
81
marqués de Bolumburo que Tricio Egia de Sestao, en nombre del Conde de
Sestao y Señor de la Torre de Sesto, quiere verle.
Los dos guardias al oír esto dejaron de reírse al instante y uno de
ellos entró apresuradamente a la casa-torre en busca del jefe de la
guardia.
Bernardo el jefe de la guardia del Señor de la Torre de Bolumburu
no se hizo esperar y salió a hablar con Tricio. El sestaotarra le entregó el
pergamino sellado que llevaba escrito un 9 y le comentó el motivo por el
que había llegado hasta allí. Bernardo se adentró en la casa-torre y Tricio
se quedó mirando a los dos guardias con cara de pocos amigos. Los dos
guardias no levantaban los ojos del suelo por si las moscas.
Después de un cuarto de hora uno de los sirvientes apareció
invitándole a que la siguiera hasta los aposentos del señor. Al entrar a la
sala de audiencias Tricio se percató de que este señor debía tener muchas
ovejas porque delante de él yacían tres ejemplares de pastores vascos y
que estaba emparentado con el Señor de Bizkaia porque en el escudo de
armas que mostraba en la pared que había detrás de él estaba compuesto
por un lobo negro cruzando por delante de un roble de sinople (verde) con
ocho aspas doradas colocadas en una orla roja. El señor de la torre tendría
unos cincuenta años, más bien alto y fuerte, muy fuerte, con una voz
ronca que cada vez que hablaba imponía y amedrentaba a sus lacayos,
aunque a Tricio esto no le intimidaba lo más mínimo, y allí, de pie,
cumpliendo el protocolo, permaneció hasta que el Señor de Bolumburo le
leyó el pergamino que decía así:
82
Al acabar de leerle el pergamino, el Señor de Bolumburu añadió:
“Tricio debes saber que Basajaun y Basandre no son humanos del todo
porque tienen patas de vaca y como sus bueyes son unos gigantes de más
de dos metros de altura y muy fuertes. Son muy queridos por la gente de
los montes de esta zona de Zalla y Valmaseda porque ayudan a los
pastores avisándoles de las tormentas y ahuyentando a los lobos que en
invierno se internan en nuestros bosques y se comen a muchas ovejas.
Lo peculiar de todo esto es que solamente un lobo puede oler a
tales bueyes, porque nuestros mejores perros son incapaces de olerles por
tal razón no pueden encontrar su rastro. Y al menos que tu tengas un lobo
me da la sensación de que no vas a poder encontrar al buey extraviado …”
Tricio en ese momento interrumpió al Señor de Bolumburo
levantando el índice de la mano derecha para decir: –Perdone que le
interrumpa pero creo que tengo la solución a su problema.
Y dando un silbido apareció Beltza sentándose al lado de Tricio. El
Señor de Bolumburo al ver que se trataba de una loba se subió al sillón y
empuñó su espada creyendo que aquella gran loba le iba a atacar. Los tres
perros le enseñaban los dientes a Beltza. Al ver que todo el mundo tenía
miedo a Beltza, Tricio calmó los ánimos diciendo: –Tranquilo que se trata
de Beltza y a menos que alguien se meta con ella o con nosotros no
atacará a nadie. Además, Beltza encontrará al buey del Señor del Bosque y
todo volverá a ser como antes. Esta misma tarde iré a ver al Basajaun y a
83
su mujer para que Beltza pueda hacerse con el olor del buey que queda y
así encontrar al que está desaparecido.
Salió Tricio de la casa-torre hacia el caserío del Basajaun que
estaba en Lutxako. Cuando el chaval llegó al caserío el Señor del Bosque
estaba refrescándose en el establo donde estaba el otro buey y al verle sin
pantalones Tricio pudo comprobar que lo de que tenía patas de vaca era
cierto.
El sestaotarra se presentó para informarle del motivo por el que
estaba allí, y tanto el Basajauna como la Basandre al oír al chaval se
pusieron muy contentos y le sacaron su mejor sidra para que quitara la
sed del camino. Tricio les dijo: –No asustaros pero vengo acompañado de
Atepo, que es un Galtzagorri, y de una loba que se llama Beltza, que es la
que va a encontrar a vuestro buey.
Acto seguido llamó a Beltza que se sentó en medio de Tricio y
Atepo. Atepo la llevó para que se quedara con el olor del otro buey, que,
al ver a Beltza, bufaba sin parar. Tricio se bebió el vaso de sidra y dijo: –
Bueno vamos a comenzar la búsqueda. Esperamos estar de vuelta con el
buey antes de que anochezca. Crucemos los dedos.
Y el pequeño grupo siguió el camino que les llevaba hasta lo alto
del monte Ubieta que está entre Zalla y Sopuerta. Beltza cogió el rastro
enseguida e iba deprisa. Tricio y Atepo la seguían a lomos de Zurita. Casi
habían llegado a la cima del monte Ubieta cuando Beltza se paró y
comenzó a gruñir, tratando de atraer la atención de Tricio, que por otro
lado no la perdía de vista. Tricio desmontó y se acercó al borde de una
sima y allí estaba metido el buey, mugiendo desconsolado. Bajaron Tricio y
Atepo para ver cómo podían sacar al buey de aquel lugar tan angosto
donde se había metido. El problema era que los bueyes son muy tozudos y
aquel buey era aún más porque era más grande de lo normal. Tricio
intentaba, en vano, empujar de los cuernos hacia atrás pero el animal solo
mugía y no retrocedía ni un ápice. En este trance, Atepo dijo: –En Zaldibar,
cuando los bueyes y las vacas no hacen caso, los baserritarras les ponen un
trapo encima de los ojos y entonces los animales obedecen dándoles unos
golpecitos con un palo entre los cuernos. Vamos a intentarlo. Pon tu capa
sobre la cabeza del buey.
84
Tricio no lo dudó ni un minuto y se quitó la capa y la colocó sobre
la cabeza del buey y comenzó a darle toquecitos entre los cuernos con un
palo. El buey comenzó a retroceder poco a poco, saliendo así de la sima.
Atepo le ató una cuerda alrededor de los cuernos y el animal les siguió
hasta la casa del Basajaun que, al ver de vuelta al buey, se puso muy
contento y le llevó con su compañero que también se alegró de verle.
Y por supuesto que el Señor de Bolumburu, que también estaba la
mar de contento, le selló el pergamino a Tricio para que lo llevara de
vuelta a Sestao.
85
Capítulo XIII
86
que él había conocido, tendría unos cuarenta años. Tricio dio unos pasos
hacia él y le dijo: –Ave María Purísima.
Por favor si Tricio completa la prueba con éxito, firma y/o pon
tu sello eclesiástico en tal pergamino para que me lo devuelva a su
regreso como prueba de que la ha completado con éxito.
87
El párroco, que se llamaba Ruperto,
dijo al acabar de leer el pergamino: –Si que
hay algo que puedes hacer por esta
comunidad y que nos tiene muy
preocupados y es que Olentzero, que
vive en el monte Cinco Picos, en un caserío
que tiene al lado de la Pozorra, no puede
bajar al pueblo porque en la cueva de
Zamundi ahora vive el dragón que
habitaba la cueva del Gran Capitán del
monte Serantes, cueva que sube desde la
mar hasta casi la cima de dicho monte,
pero hubo una gran tormenta y se
levantaron olas de hasta veinte metros, saliendo el agua por la parte de
arriba de dicha cueva a modo de sifón, por lo que el dragón del Serantes se
trasladó a la cueva de Zamundi y no deja subir ni bajar a nadie por el único
sendero de acceso que tiene Olentzero para bajar hasta Irauregi con
los burros cargados de juguetes para dárselos a los niños en Navidad y el
carbón de leña que vende a la gente para que no pase frío en invierno.
Ante tal tremenda situación el Conde de Retuerto envió a un grupo de
soldados por la cara norte, la del Regato, que es casi inaccesible, sobre
todo para Olentzero que está muy gordo, con el fin de echar de la
cueva de Zamundi al malvado dragón, pero no pudieron llevar a buen
puerto tal misión porque el dragón les lanzaba fuego por la boca, no
dejándoles acercarse a más de cien metros, por tanto tememos que los
niños de todo el País Vasco se queden sin juguetes estas Navidades.
Por tal motivo te pido que te unas a los soldados del conde e ideéis
algo para matar o echar al dragón de estos montes.
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Tricio se quedó en silencio, pensando un momento, cuando se
dirigió al cura para decirle: –Ya sé como echar al dragón de la cueva de
Zamundi. Recuerdo que de crío, un día, arribó un barco a la dársena de la
Benedicta, creo que era francés, y los marineros que venían en él al
enterarse de que había un dragón en el monte Serantes comentaron que
era el mismo dragón que habitaba un monte llamado Saint Michel y que el
Señor de Saint-Malo no podía matarlo porque nadie se podía acercar a él,
porque en cuanto veía a alguien subir por las laderas de dicho monte les
lanzaba fuego por la boca desde la cima. Tal dragón estuvo viviendo en la
cima del monté Saint Michel muchos lustros hasta que un paisano le dijo al
Señor de Saint-Malo que los dragones tienen muchísimo miedo a los
ratones por lo que el Señor de Saint-Malo ordenó capturar tantos ratones
como fuera posible en un día para soltarlos por el Monte Saint Michel, lo
cual hizo al día siguiente por la mañana con la bajamar, que es cuando se
puede cruzar hasta la isla. El dragón al ver tantos ratones subir las cuestas
de dicho monte entró en pánico y se echó a volar adentrándose en el Golfo
de Bizkaia y desapareciendo tras el horizonte. La gente de la zona creyó
que el dragón había llegado al fin del mundo y que se había caído por el
precipicio que hay detrás del horizonte. Pero estos marineros estaban
seguros de que el dragón del Monte Serantes no era otro que el dragón
que se había apoderado del Monte Saint Michel y que voló hasta Santurtzi
para instalarse en el Monte Serantes. Por lo tanto, vamos a pedir a todos
los habitantes de Alonsotegi que atrapen el máximo de ratones para que
los soldados y yo los subamos hasta la inmediaciones de la Cueva de
Zamundi y soltarlos delante de la cueva.
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Unos años después Tricio supo, a través de unos marineros
ingleses, que un dragón había llegado a tierras inglesas y que un caballero
llamado Jorge, que posteriormente sería hecho santo, y por ende llamado
San Jorge e investido patrón de Inglaterra, había matado el 23 de abril a
un dragón que echaba fuego por la boca y que tenía atemorizada a toda la
población de Birmingham, por tal motivo la gente de Inglaterra y de
Santurtzi comenzaron a celebrar y a festejar la fiesta de San Jorge.
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Capítulo XIV
11ª Prueba: Ortzi / Urtzi (La Arboleda)
Al anochecer llegaron a la
pequeña ermita situada en la orilla
izquierda del rio Castaños dónde se
presentaron al cura don Miguel, que
estaba cenando con unos amigos. Tricio
se percató de que el cura ni se inmutó al
presentarse, intuyendo que ya sabía de
antemano que el grupo le haría una
visita, por tal razón Tricio le preguntó: –
Sabía que veníamos hacia aquí,
¿verdad?
Sin más dilación Tricio le dio las gracias a don Miguel y se fue
derecho a la cama para estar fresco a la mañana siguiente para ascender
al monte Argalario por un camino que zigzagueaba por los peñascos de
Arnabal que les llevaría hasta Larreineta y de allí hasta la pequeña aldea
minera de donde salía el mineral que los herreros de Bizkaia utilizaban
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para hacer cuchillos, espadas, puntas de lanzas y otros utensilios que eran
famosos por todo el mundo.
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tejadillo que el hombre había improvisado para no mojarse comiéndose
una chuleta de carne de más de un kilo con una hogaza de pan, y dándole
las buenas tardes Tricio le dijo: –Que aproveche. ¿Sabe por casualidad
quién está a cargo de esta obra?
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parecer su novia, pero se conoce que Ortzi, que está también prendado de
ella, se enfadó, aún sabiendo que no puede tener ningún trato ni relación
con humanos porque si les toca les quema. Bueno, el caso es que al acabar
la música de los juglares el chaval dejó a su novia en casa y se dirigió
monte arriba al caserío donde vive con su madre que es viuda. Nada más
entrar en el bosque oyó una voz tenue y misteriosa que le decía, `está
noche te voy a llevar conmigo´. El mozo creía que era una broma de sus
amigotes que estaban escondidos entre los pinos y que la mucha sidra que
había bebido en las fiestas le estaba pasando factura. Pero él, por si las
moscas, aceleró el paso hasta que llegó a un claro del bosque donde no
había pinos, y allí parado, mirando a todos lados, oyó la misteriosa voz
otra vez que repetía sin parar la misma frase. Esto le puso un poco
nervioso y echó a correr. La media borrachera que tenía se le pasó al
instante.
Al salir del bosque vio la luz del candil de aceite que su madre
siempre dejaba en la ventana de la cocina para que, si venía un poco piripi,
no se extraviara. Él vio la luz en lo alto de Kadegal y echó a correr monte
arriba como alma que lleva el Diablo para alcanzar la puerta del caserío
que siempre estaba abierta para que cuando Rogelio llegara de
madrugada un poco piripi la pudiera abrir sin problemas, y así lo hizo,
cerrándola con la tranca para que su perseguidor no pudiera entrar.
Cuando estaba echando la tranca oyó un golpe en la puerta y una voz del
más allá que dijo `esta vez te has librado por los pelos, la próxima no
tendrás tanta suerte´.
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quién mandaba por aquellos lares. Rogelio respiró hondo varias veces,
porque no salía de su asombro, y entró en la cocina para contárselo a su
madre.
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viento; en primavera lloverá y saldrá el sol para que los campos y los
árboles florezcan; en verano lucirá el sol para que los baserritaras puedan
recoger sus cosechas y segar los prados para dar de comer al ganado
durante el resto del año; y en otoño soplará el viento para que se caigan
las hojas de los árboles y broten de nuevo en primavera. Además, tú sabes
que no puedes tener nada con humanos porque tú eres un dios y los dioses
solo pueden estar con los de su misma clase. La gente ahora te odia por lo
que hiciste al chaval de Kadegal y porque no para de llover y de haber
tormentas….
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y dándole las gracias a Atepo le dijo: –No te preocupes que está
quemadura me la cura Abelina, la curandera de Sestao.
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Capítulo XV
El Regreso (Sestao)
Regresaron a la aldea de Larreineta para comenzar a descender
hasta Trapagaran un día soleado y caluroso. Ortzi había mantenido su
palabra y todo había vuelto a la normalidad. La caminata la hicieron entre
robles y un inmenso castañar donde todos los años la gente de la zona, y
por supuesto los vecinos de Sestao, se acercaban a coger castañas los días
otoñales de viento, para posteriormente comérselas asadas los días de frio
sentados junto al hogar. Al acabar de bajar el monte tuvieron que cruzar
las marismas del valle del Galindo, un hábitat que albergaba una rica flora
y fauna, y paso natural de muchísimos animales migratorios. Durante el
otoño y la primavera las marismas se llenaban de vida ya que era una
parada obligatoria para los patos salvajes, cormoranes, gavilanes, milanos,
garzas, garduñas, armiños, zorros y muchas otras especies atraídas por el
paraíso que suponía aquella gran laguna llena de comida que se
desplegaba desde Lutxana hasta Ortuella. Pero cruzarla no era fácil, y el
que se adentraba en ella debía conocer bien los escasos caminos y
recovecos que llevaban a los intrépidos que se adentraban en ella hasta
un poblado llamado Elguero que estaba situado en un alto estratégico
desde donde se podía ver las Camporras, la ermita de Santa María,
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Barakaldo, Bilbao y el caserío de Abelina la “Bruja”, que así la llamaba la
gente de la zona porque tenía ungüentos, bálsamos, hierbas y pócimas
para todo, y la quemadura de la mano de Tricio no iba a ser menos. De
Elguero bajaron hasta Salcedillo para cruzar el Puente de las Brujas, que
era el único puente que había para pasar a la otra orilla del Rio Ballonti, y
que le llamaban así porque las `brujas´ de la zona se reunían debajo de
dicho puente para curar migrañas, herpes y quitar las manchas de la piel
que la gente padecía practicando hechizos como el de la sal, que consistía
en ponerse de espaldas al hogar y frotar unos granos de sal entre las
manos y tirarla por encima del hombro, y si la persona afectada por dichas
enfermedades no oía el crujir de la sal al caer al fuego entonces esa
persona no volvería a sufrir tales males nunca más, o si alguna persona
tenía verrugas la ordenaban que diera nueve vueltas alrededor de un rosal
durante nueve días consecutivos canturreando las palabras mágicas `rosas
con rosas´, para que al terminar el tratamiento las verrugas
desapareciesen.
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Tricio asintió y dijo: —He estado con él a petición del monje de La
Arboleda porque, al parecer, no paraba de llover por aquí. Y sí que se nota
porque las marismas están a rebosar de agua y las campas están más
verdes que nunca.
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Al acabar de decir esto su aita, Tricio recordó lo que Magdalena, la
Lamia de Lamiako, le había contado sobre la maldición que pesaba sobre
los que robaban el cepillo de oro, pero no dijo nada.
Aquella cena fue una de las mejores que Tricio recordaría con sus
hermanos y hermanas haciéndole preguntas sobre las pruebas y los seres
mitológicos que había conocido y a los que se había enfrentado. Sus
hermanos querían saber y él les daba pelos y señales de todas las pruebas
que había realizado. Algunos de ellos soñaban con imitar a su hermano
mayor espada en mano. Nadie quería irse a la cama mirando a aquel
cepillo de oro que relucía como lo que era, oro macizo, hasta que Atepo
dijo: —¿Dónde duermo yo?
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Capítulo XVI
La Investidura (Casa-Torre de Sesto)
El Conde de Sestao al enterarse de que Tricio estaba de vuelta y de
que había completado las once pruebas con éxito envió un mensajero
hasta Kueto. El mensajero llegó a media mañana y le leyó a Tricio el
mensaje que decía:
“Querido Tricio:
Supongo que tu familia te ha puesto al día de lo que sucedió en
Sestao la semana pasada, por lo tanto deseo hablar contigo a la mayor
brevedad posible con el fin de preparar la fiesta de tu investidura como
Jefe de la Guardia de la Torre de Sesto.
Te espero esta tarde, después de la siesta sería perfecto.
Mis más cordiales saludos”.
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cabeza erguida. El Conde y la Condesa
estaban sentados en los sillones condales
mirando a Tricio intrigados, queriendo
saber cómo lo había logrado. Tricio les
resumió toda la historia en pocos minutos
y al acabar dijo: —… y como muestra de
ello os entrego todos los pergaminos
sellados y rubricados, además de la perilla
de Aker y el cepillo de oro de Magdalena,
mi amiga la lamia.
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fue hecho caballero de la Torre de Sesto, y por ende del Señor de Bizkaia,
arrodillándose y recibiendo los tres golpes en el hombro derecho dados
por el Conde de Sestao delante de todo el pueblo.
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Tricio siguió viviendo en Sestao y murió a una avanzada edad sin
haber cumplido su último sueño, muy a su pesar, que no era otro que
haber aprendido a leer y escribir.
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L
Copyright
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