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El dinosaurio torpón

Existió una vez un dinosaurio, apodado Dino, que era tan grande como un castillo. A pesar de su tamaño Dino era un
dinosaurio bueno y muy feliz, y amaba tanto a la naturaleza que era absolutamente incapaz de hacerle daño ni a un
molesto mosquito. Se pasaba el día tan alegre que saltaba y danzaba por doquier animando a cuantos pasaban a su
alrededor.
Sin embargo, un día ocurrió un accidente terrible. Dino, en uno de sus joviales paseos, pisó sin querer, con su gran
pie, una preciosa flor que había junto al camino. La bella flor no pudo soportar la fuerza de aquella pisada, y aquel
terrible accidente supuso el fin de la alegría para Dino. A pesar de que todos le animaban diciéndole que había sido
un percance desafortunado y que podía haberle pasado a cualquiera, Dino no se consolaba y no se perdonaba a sí
mismo el no haber estado más atento.
De esta forma, Dino se sentía cada vez más triste y desolado, y sus vecinos que le querían mucho, no podían
aguantar aquella situación. De manera que decidieron tramar un plan para acabar con la tristeza de Dino, pero no
eran capaces de dar con él.
Hasta que un día a un saltamontes se le ocurrió lo siguiente:
 Tal vez la solución sería que Dino caminase de un lado a otro dando saltos y cabriolas, como a él le gusta. De esta
forma, no podrá hacer daño nunca a nadie más- Exclamó orgulloso de su idea.
Y tenía motivos para estar orgulloso, ya que a todos les pareció una fantástica idea, incluso al mismísimo Dino que, a
partir de entonces, fue de acá para allá saltando y bailando siempre, y con muchísimo cuidado, de puntillas. Y de
esta sencilla forma, Dino recuperó su alegría y se reconcilió con la naturaleza a la que tanto quería.
El Dinosaurio Nico
Había una vez un dinosaurio muy alegre, llamado Nico que se levantaba por las
mañanas siempre cantando. Aún en pijamas, le encantaba prepararse un rico desayuno
con jugo de naranja, con tostadas y así sonriendo y bien alimentado comenzaba su día de
trabajo.

Tenía grandes y viejos amigos, una casa muy bella, rodeada de arboles, pinos y flores, y
a pesar de todo, él insistía en que quería un amor en su vida, que era eso lo único que le
faltaba para ser completamente feliz.
Una mañana muy parecida a las demás, Nico se dirigió a recoger naranjas para su jugo,
cuando de repente vio una señorita dinosauria, muy hermosa y con una canasta llena de
naranjas.
No podía creer aquella coincidencia, fue así que se pusieron a conversar y al poco tiempo
se encontraron compartiendo no sólo los jugos de naranja sino también un hogar y como
no, las tostadas. Nico se convirtió en el dinosaurio más feliz y comprendió que el amor
puede llegar cuando uno menos se lo espera.

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