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Pobreza en Colombia

Cuando nos referimos a la economización estamos apuntando a procesos de selección entre


diversos medios para la consumación de metas específicas. La economía centra su atención
en los elementos que están presentes en toda acción humana. El conflicto central del ser
humano es la pobreza de valores, la pobreza espiritual de la que deriva todo lo demás.
Cultivar el jardín interior resulta indispensable para la preservación de aquellos valores,
puesto que como ha dicho Erich Fromm, el problema de nuestro tiempo no consiste en que
la gente se ocupe demasiado de sí misma, sino que se ocupa muy poco de su propia persona.
Lo anterior no pretende subestimar lo crematístico, pero debemos ubicarlo en su debido
contexto. Dentro de la economía hay un área que estudia aquel aspecto. Se trata del mercado,
un proceso en el que los precios se expresan en términos monetarios. Resulta de interés
precisar que cuando estamos aludiendo al mercado no pretendemos caer en una especie de
hipóstasis hegeliana ya que estamos aludiendo a los arreglos contractuales libres y
voluntarios entre específicas personas.
Debemos recalcar que pobreza y riqueza son términos relativos. Todos somos pobres o ricos
según con quien nos comparemos. Por otra parte, es menester subrayar que la condición
natural del ser humano es la pobreza, la hambruna, la peste y la mortandad prematura. Para
pasar de esa situación a una de menor pobreza o mayor riqueza se requieren esfuerzos en un
contexto de marcos institucionales civilizados que, ante todo, respeten los derechos de cada
uno. Los salarios e ingresos en términos reales dependen exclusivamente de la estructura de
capital, es decir, de maquinarias y herramientas, equipos e instalaciones, combinaciones de
conocimiento con recursos naturales que hagan de apoyo logístico para aumentar la
productividad del trabajo. Si miramos el mapa del mundo observaremos que allí donde los
salarios son más bajos es porque la estructura de capital es más reducida y los salarios son
más altos allí donde la inversión per cápita es mayor.
Las tasas de capitalización no sólo establecen el salario monetario, sino que también
establecen los salarios no-monetarios como las jornadas 5 laborales, la seguridad en el
trabajo, e incluso detalles tales como las características de la música funcional que se oirá en
las oficinas. Por otra parte, debe tenerse en cuenta que muchas de las llamadas “conquistas
sociales” son en verdad mecanismos de vil explotación que desemplean y empobrecen a los
incautos que se dejan embaucar por el doble discurso de no pocos vendedores de ilusiones.
Si los arreglos contractuales en materia salarial (salarios monetarios y no-monetarios) son
libres y voluntarios no se produce tal cosa como desempleo involuntario.
El problema de la pobreza no se debe tampoco a la llamada sobrepoblación. En la
Universidad de Stanford, Sowell, realizó un estudio muy interesante donde prueba este punto.
Divide la población mundial por los kilómetros cuadrados del estado de Texas y lo vuelva a
dividir por cuatro lo cual arroja 628 metros cuadrados por familia tipo de cuatro personas.
¡Toda la población mundial en un solo estado de un país! Es que el problema estriba en las
características que revisten marcos institucionales según sean o no capaces de ofrecer
seguridad y atraer capitales, esa diferencia hace que en un caso se hable de hacinamiento y
en otro de opulencia, aunque en este último resulte que hay más población por unidad de
superficie.
En el caso de Colombia, esta nación se ubica en el puesto 70, en un escalafón de 164 países
incluidos en el informe ‘Pobreza y prosperidad compartida’, presentado por el Banco
Mundial, según el cual el porcentaje de personas afectadas por este fenómeno es de 4,5 por
ciento de la población, es decir, 4 de cada 100 colombianos solo tienen un poder adquisitivo
diario de 1,90 dólares. No obstante, el avance es notorio, pues en 1990 la cifra era del 22,5
por ciento (22 de cada 100).

El total de ciudadanos en esta condición en el país es de 2,2 millones, lo que ubica a Colombia
como un país intermedio en la misión de reducir el número de quienes viven con poco
bienestar. Precisamente, el Plan de Desarrollo para los próximos 4 años, que aún está en etapa
de construcción, se está enfocando en la erradicación de la pobreza extrema en las ciudades.
En el mundo, entre 2013 y 2015, 68 millones de personas salieron de la pobreza extrema. Para
el 2030, entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible, de Naciones Unidas, está el de diezmar
la pobreza extrema hasta llevarla al 3 por ciento, aunque esa meta sigue preocupando debido
a que el ritmo de reducción de ese flagelo que llevaba el mundo se ha menguado.

Además, el informe del Banco Mundial advierte que el progreso hacia la eliminación de la
pobreza extrema ha sido desigual, lo que evidencia las brechas entre países. Así, en 1990, el
80 por ciento de los pobres extremos vivían en Asia oriental y el Pacífico o el sur de Asia.

Hacia el 2015, más de la mitad de los pobres del mundo estaban concentrados en África
subsahariana, donde el 40 por ciento de los pobladores están en la franja de la pobreza
extrema. La situación se agrava en la República Centroafricana, donde el 77,7 por ciento de
la población sigue inmersa en esta maraña.
El efecto de las externalidades positivas resulta trascendental. Los ingresos de todos nosotros
dependen en gran medida de la acumulación de capital que han realizado otros. Si nosotros
mismos nos mudáramos a un país más pobre, aun realizando las mismas tareas, obtendríamos
un ingreso menor puesto que la estructura de capital es también más reducida. Si se
pretendiera redistribuir ingresos coactivamente, esto implicaría que el gobierno, por la fuerza,
volvería a distribuir en direcciones distintas lo que ya había distribuido el mercado, lo cual,
a su vez, significa una mal asignación de recursos que consume capital y reduce salarios.
Supongamos que un grupo de personas sin recursos llega a una isla deshabitada. Al poco
tiempo de trabajar en la isla observaremos que habrá desigualdad de ingresos y patrimonios.
Supongamos también que en algún momento posterior se constituye en la isla un gobierno
que considera impropio la desigualdad de rentas y patrimonios y, por tanto, impone la
nivelación a, digamos, un valor de quinientos. Los resultados de semejante política
inexorablemente serían dos. En primer lugar, aquellos que producían por un valor superior a
quinientos dejarán de hacerlo puesto que serán expoliados por la diferencia. En segundo
término, aquellos que se encuentren bajo la línea de quinientos no se esforzarán por llegar a
aquella marca puesto que esperarán que se los redistribuya por la diferencia, redistribución
que nunca les llegará puesto que nadie producirá arriba de la línea de quinientos. En una
sociedad abierta, las mayores o menores desigualdades son consecuencia de las mayores o
menores diferencias de talentos, vocaciones, inclinaciones, capacidad de trabajo, etc. Pero
como decimos, los más eficientes, vía las altas tasas de capitalización, generan mayores
salarios para otros como una consecuencia no buscada (y muchas veces no deseada). Al
contrario de lo que sucede en los procesos de evolución biológica en donde las especies más
aptas desplazan a las más débiles, en el proceso de evolución cultural el más fuerte transmite
su fortaleza al más débil a través de las tasas de capitalización. Por ello es que resulta
impropio aludir al “darwinismo social” extrapolando irresponsablemente procesos de un
campo a otro como si se tratara del mismo fenómeno.
En general, la pobreza abarca un déficit en ingresos y consumo, al igual que un bajo nivel
educativo. Por ello, uno de los frentes que es necesario afrontar para permitir aumentar más
los avances logrados es la educación. El informe del Banco evidencia que, a menor
educación, las demás condiciones para el ser humano empeoran: mala salud, bajos niveles
nutricionales, falta de acceso a los servicios básicos, entre otras características de los países
con economías de bajo crecimiento y, por ende, de escaso bienestar para sus pobladores.
Alrededor de la pobreza se presenta una serie de redes que atrapan al ser humano en una
trampa de la que es difícil escapar. Así, en un país con poco desarrollo es más difícil acceder
a la educación; con bajo nivel de formación es más complejo entrar en el mercado laboral o,
al menos, tener ingresos suficientes para darles mejores oportunidades a los hijos. Por esa
razón, aunque se diga que el ingreso no es la fuente de la felicidad, en términos de reducción
de la pobreza sí es clave.

El informe del Banco Mundial coloca a Noruega como el lugar en el que los habitantes tienen
mayor ingreso per cápita. Allí, el promedio es de 70,92 dólares al día, mientras que en el otro
extremo está Níger, con 2,59 dólares al día.

Colombia, que en términos per cápita se ubica en el puesto 49 entre 91 países, tiene un ingreso
por habitante de 14,28 dólares al día. Adicionalmente, en nuestro país hay una honda
desigualdad, pues solo el 1 por ciento de la población concentra el 20 por ciento de los
ingresos.

Otro indicador de nuestro país, a través del cual se evidencia la marcada desigualdad
socioeconómica, es que el 40 por ciento de personas ubicadas en la franja de menor ingreso
viven con 4,24 dólares al día, es decir, un peldaño más arriba que el de extrema pobreza. Pero
llegó la recesión, la peor crisis en los últimos 50 años, y lejos de aminorar el problema este
se agudizó. Hoy, tres años después, la desocupación afecta al 18,6 por ciento de la población
que está en capacidad de trabajar. Son alrededor de dos millones de colombianos en todo el
territorio nacional. Esta cruda realidad hace que el país tenga un récord nada honroso en
América Latina y también que registre una de las más altas tasas de desempleo a nivel
mundial.
Visto así, la generación de nuevos puestos de trabajo es sin duda el gran reto del gobierno,
de los trabajadores y de los empresarios privados. Estos últimos tres años han sido también
muy críticos para la calidad del empleo. El deterioro ha sido evidente, pues los colombianos
que andan al rebusque son cada vez más. La tasa de subempleo que para siete áreas
metropolitanas ascendía al 20,8 por ciento en junio del año 98, subió al 28,3 pro ciento en
junio pasado para trece ciudades capitales. Lo peor de todo es que con el lento crecimiento
que viene mostrando la economía no hay muchas esperanzas de una reducción del desempleo
en forma rápida. En estos tres años, la tasa de ocupación ha crecido muy lentamente, mientras
que la oferta laboral ha aumentado a mayor ritmo. La economía en recesión obligó a muchos
más colombianos a buscar trabajo para ajustar el ingreso de las familias. Pero, además, el
problema de violencia en el campo desplazó a muchos campesinos a las ciudades agravando
la situación.
En un pensamiento de Wilhelm Roepke que ilustra a las mil maravillas nuestra preocupación
que hace un zoom sobre la pobreza espiritual y material: “La diferencia entre una sociedad
abierta y una sociedad autoritaria no estriba en que en la primera haya más hamburguesas y
heladeras. Se trata de sistemas ético-institucionales opuestos. Si se pierde la brújula en el
campo de la ética, además, entre muchas otras cosas, nos quedaremos sin hamburguesas y
sin heladeras”

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