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La vida de Magda ilustra los estrechos lazos que existen entre el contexto histórico
y la experiencia cotidiana, entre los factores macrosociales y las interacciones
microsociales, en el fenómeno de la violencia contra la mujer. Para buscar trabajo,
como tantas otras mujeres del ámbito rural en aquella época, la madre de Magda la
dejó al cuidado de una abuela débil y un tío incestuoso, repitiendo así su propia
trayectoria. El ciclo de abusos físicos y sexuales, por parte de parientes y de
diversas parejas, se repite de una generación a otra. Es el resultado, en parte, de
las acciones individuales (familiares o amigos "malos"), pero sobre todo de lo que
Paul Farmer denomina violencia estructural (disparidades sociales y falta de interés
del gobierno). La dominación masculina y la violencia machista se convierten, así,
en parte de la vida cotidiana, al igual que la explotación económica y la segregación
racial. De hecho, ambos tipos de fenómenos están relacionados. El sistema político
y social de los blancos impone unas limitaciones materiales y espaciales terribles a
las familias negras, afecta a las relaciones entre familiares y dentro del matrimonio,
priva a los hombres de sus prerrogativas habituales y somete a las mujeres a
determinadas condiciones laborales. En condiciones extremas y sin protección del
Estado, la relación entre el contrato social y el contrato sexual, en términos de Veena
Das, se rompe. El sexo de supervivencia (mantener relaciones sexuales a cambio
de alimentos y cobijo) es la degradación máxima no sólo del cuerpo, sino también
de la vida humana.
Desde luego, el caso de Magda representa un extremo. Ahora bien, sólo exacerba
la violencia potencial que existe en todos los contextos caracterizados por una
combinación de políticas neoliberales y represivas, por ejemplo, la vulnerabilidad
política y doméstica de las mujeres inmigrantes o refugiadas en los países
occidentales hoy día. En ambas configuraciones, el Estado no sólo permite
indirectamente que se ejerza violencia, sino que la provoca también directamente,
en la apertura de la sociedad, así como en la intimidad de las relaciones sexuales.
Entender la violencia en estos términos es claramente contrario a considerarla en
términos de naturalización (la violencia es inherente a la naturaleza humana) o la
culturalización (la violencia forma parte de la cultura africana). El mito según el cual
las relaciones sexuales con una virgen curan el SIDA, por ejemplo, sigue circulando
en el África meridional y otras zonas, propiciando la violación de niñas, incluso de
bebés, por hombres que, creyendo purificarse contra la enfermedad, se aferran a la
creencia de que la virginidad de la víctima puede sanarles. Los abusos sexuales
que sufrió Magda durante su infancia y adolescencia no sólo se produjeron antes
de la propagación de la epidemia, sino que, en última instancia, reflejan la sombría
realidad de la violencia machista cotidiana, la ambigüedad y la complicidad de los
familiares (incluidas la madre y la abuela) y la perspectiva histórica y social más
amplia que dan pie a estas situaciones trágicas y comunes. Naturalmente,
consideración no es sinónimo de determinación y no puede decirse que este tipo de
violencia se produzca automáticamente como consecuencia de hechos históricos y
sociales: los abusos sexuales se producen en todos los sectores de la sociedad, en
Sudáfrica y en el resto del mundo. Es parte integrante de lo que Pierre Bordieu
analiza, más allá del contexto y la clase, como dominación masculina.