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Hoy es un gran día para reflexionar sobre tantas cosas del ayer.
El ayer....
Fue divertido y debo recalcar con todo el ímpetu del mundo, que realmente
fue divertida la vida junto a ti, fue interesante, fue estresante, fue y seguirá
siendo tiempo pasado, un momento de mi vida que ya no volverá, que voy a
extrañar, que voy a intentar olvidar y después me detendré de nuevo, e
intentare evocar pequeños momentos felices y tristes de ese pasado divertido
interesante y estresante.
Nadie me dijo que contar memorias fuera tan difícil, pero al menos debo
intentarlo. Quisiera ser como esas personas que con sus letras, te llevan a
lugares y momentos de la vida en otros cuerpos, en otras mentes o en otros
mundos. Hacerte sentir la brisa, los sonidos, la alegría o el dolor que vive una
persona con solo unas pocas palabras.
Pero como debes haber notado, yo no soy ese tipo de ser majestuoso.
Yo solo soy otra persona normal. Intentare organizar palabras que puedan
detallar lo más breve posible, lo que fue de ti y lo que quedó de mí.
A ti te dedico las palabras aferradas a mí y que hasta hoy me había negado
a confesar, si pudiera hacer llegar mis palabras hacia ti, resumiría todo mi
mundo en las únicas dos palabras que nunca te di.
Nuestra historia terminara pronto, esperó no quedarme sola de nuevo y esta
vez me lleves contigo.
Tristeza, locura, agonía, felicidad, amor,
Para mí todo es lo mismo,
En el verso final,
Solo hay soledad.
PRIMERA PARTE
Tiempos de guerra presenta
No tengo mucho que opinar de las despedidas, solo quizás que son muy
solitarias.
I. Al final de la frontera no existen héroes o leyendas, dioses o guerreros,
mortales o inmortales. Al final de la frontera solo espera una oscura y
tranquila soledad.
Santiago no podía evitar sentirse aliviado con la idea de que se iría y no
volvería a saber de él, incluso sino descubría lo que quería saber, era más fácil
de esa manera. Mientras más se acercaba el día de la prueba, más intensas se
volvieron las asignaciones del capitán, llegando al punto de dejar a todos fuera
durante una noche de tormenta como un extraño método de motivación.
Aquella mañana regresaron a las barracas empapados, se cambiaron a toda
prisa la ropa por algo seco y regresaron a buscar las asignaciones de ese día,
pues no tenían permiso de dormir. Les tocó limpiar los establos y las barracas,
pero por más que Santiago lo intentaba no lograba seguirle el pasó a Zuri, algo
que llamó su atención, pues él generalmente era muy molesto con su
optimismo y su exceso de energía.
—Oye ¿Qué pasa contigo zalamero?
—Estoy bien, solo cansado.
—No, no es así, estás enfermo.
—¿Qué?
—Te resfriaste.
—No, no es así, es solo cansancio te lo aseguro.
—Vamos, nos tocan las barracas, ya casi acabamos, quédate tumbado
mientras yo termino.
—Estoy bien.
—Si claro, de las mil maravillas, creo que tienes fiebre ya. Vamos te
ayudare a llegar a la cama.
—Si el capitán se entera…
—Sí tú no dices nada, yo no diré nada. Vamos, ya te debía el favor.
Después de llegar a las barracas Zuri dejó a Santiago sentado en la puerta y
termino lo más rápido posible. Sabía que tenían que presentarse ambos ante el
capitán para entregar sus asignaciones completas y luego ir a cenar, así que lo
dejó dormir para que pudiera levantarse cuando llegara la hora. Casi se acaba
igual que Santiago de no ser por el sonido de un pájaro que le sacó del
embeleso. Se levantó tan rápido como pudo, despertó a Santiago y llegaron a
tiempo con el capitán para entregar la asignación, pero en lugar de ir al
comedor, regresaron a las barracas y después de dejarlo en la cama, Zuri fue a
buscar ambas cenas y regresó, lo despertó para que cenara y luego lo dejó
volverse a dormir. Se levantó casi a medianoche para asegurarse de que la
fiebre no lo estuviese matando y lo despertó al colocarle la mano en la frente.
—Bueno, ya no tienes fiebre y sigues vivo ¿Cómo te sientes?
—Bastante mejor, tienes las manos suaves y frías.
—Creo que la fiebre te atrofió el cerebro, vuélvete a dormir.
—Tengo hambre.
—Es media noche, la cocina ya cerró.
—¿Vamos por moras?
—Debe ser una broma ¿Qué no estabas enfermo?
—Estaba, ahora tengo hambre, por favor.
—Bien, vamos por moras.
—Gracias Zuri.
—Pero luego a dormir, tengo sueño.
—Claro que sí.
Después de comer moras hasta el cansancio regresaron a dormir. Por
fortuna para ambos la fiebre no regresó, por lo que pudieron seguir con sus
asignaciones sin más problemas hasta el día de las pruebas. Tres escrutinios
era necesarios para ascender entre los soldados y dejar de ser un cadete. La
primera una prueba de combate cuerpo a cuerpo por turnos, la segunda una
carrera a caballo a campo traviesa y por último una pista de obstáculos
avanzada que el capitán Brizuela acababa de reforma. Diez parejas de
principiantes iban a pasar aquellas pruebas para ascender o seguir siendo
cadetes por un año más. Santiago estaba decidido a pasarlas todas, Zuri no
estaba igual de emocionado, pero si ya había llegado hasta allí, bien podía
hacer el intento. La primera prueba, un combate cuerpo a cuerpo entre cada
cadete y tres soldados avanzados era generalmente la más difícil de pasar.
Damián había decidido participar para tomar la oportunidad de desquitarse
de Zuri y de su hermano. Las reglas eran sencilla, si vencían a dos de tres,
pasaban la prueba, si vencían a los tres pasaban con honores. Conforme cada
grupo iba pasando varios iban quedando descalificados, los más débiles
generalmente. Los más fuertes acababan golpeados pero lograban pasar la
prueba con al menos dos soldados vencidos. Santiago estaba muy emocionado
con aquella evaluación, estaba seguro de poder pasarla, pero Zuri no se sentía
de humor para aquella prueba en particular, aun le dolían las costillas de la
última golpiza, si lograban darle un golpe en el lugar correcto quedaría fuera
de combate sin siquiera empezar.
Santiago decidió pasar primero, y aunque iba con la intención de dar todo
lo que podía, notó de inmediato que lo habían dejado ganar, algo que logró
hacerlo enfadar pues odiaba que no lo tomaran en serio, sabía que Damián
había tenido algo que ver, pero no podía probarlo. Cuando fue el turno de Zuri,
bajó a la arena de mala gana, pues por más que se quejó, el capitán le negó
rotundamente que se retirara del examen. Damián cambió lugares con uno de
los soldados para poder desquitarse como quería pero no logro ser el primero
en entrar. El primer soldado le doblaba la estatura, sin dudarlo logró que diera
un paso atrás y antes de que el capitán pudiera decir nada, alcanzó a ver a
Lazcano correr a toda prisa con el mastodonte pisándole los talones.
Zuri estaba pensando tan rápido como podía que se suponía que debía
hacer, estaba más que claro que si lo llegaba a tocar un solo golpe bastaría
para causarle la muerte, necesitaba resolverlo sin que lo tocara, en medio de
las risas de sus compañeros, comenzó a correr cada vez más deprisa, con el
otro soldado corriendo detrás, logró hacer al gorila enfadarse tanto como pudo
y luego comenzó a disminuir el paso, lo dejo rozarle la espalda y comenzó a
correr de nuevo directo a la pared de la arena. El capitán miraba curioso, pero
le tomó solo un segundo saber lo que Lazcano tramaba, si le salía bien de
seguro ganaría, de lo contrario iba a sufrir una muerte horrible. Justo como
planeo, al llegar al muro Zuri se agachó y se deslizó por debajo del otro
soldado sin que este lo tocara. Al no poder detenerse, el mastodonte se estrelló
de golpe contra el muro haciendo temblar la arena y rompiéndose la cara,
quedó inconsciente de inmediato.
Las risas fueron silenciadas enseguida, al ver que el gorila no se podía
levantar, había sido vencido por alguien de un cuarto de su peso y la mitad de
su estatura. Nadie lo podía creer y aunque era el ganador indudable, Zuri
estaba en medio de un ataque de miedo, sabía que venía otro soldado y a ese
no podría engañarlo de la misma forma, necesitaba pensar lo más rápido
posible que hacer. Se percató de que el cinturón del mastodonte estaba lleno de
pequeñas bolitas de metal que lo decoraban, le arranco entonces el cinturón y
arranco cada una de las bolitas decorativas y las metió en su boca, justo
cuando el otro soldado entraba a la arena. Aquel era más delgado y de su
misma estatura, pero seguía siendo un soldado experimentado. Zuri no se
movió, lo dejó que se acercara lo suficiente mientras alardeaba, saludando al
resto de los soldados que lo apoyaban.
Cuando estuvo lo bastante cerca, antes de que pudiera asestarle el primer
golpe, Zuri comenzó a escupir directo hacia su boca abierta cada una de las
bolitas de metal que había escondido, hasta que logró hacerlo tragarse un par
de ellas, causando que se ahogara y comenzara a toser, cuando cayó de rodillas
tratando de recuperar el aliento, después de escupir las bolitas, Zuri aprovechó
el momento y le dio un golpe en la nuca que le estrelló la cabeza contra el
suelo y de nuevo se deshizo de su oponente sin que le pusieran un dedo
encima. Pero antes de poder pensar que hacer con el siguiente, Damián entró a
toda velocidad a la arena y sin detenerse le asestó un golpe en el estómago que
hizo a Zuri escupir el resto de las bolitas junto con un buche de sangre,
retrocedió tres pasos sosteniéndose el estómago, pero no cayó al suelo.
—Vamos Lazcano ¿Qué planeaste para mí?
—Mal nacido.
—¿Qué dijiste?
—Mal nacido.
—Te hare callar.
Zuri realmente no había pensado que hacer con Damián, pero hacia
bastante tiempo que tenía ganas de sacarle los ojos y que mejor oportunidad
que esa. Sabía que le iba a doler el golpe así que mantuvo el brazo izquierdo
sobre su estómago para frenarlo tanto como le fuese posible y dejó que
Damián se acercara. Antes de sentir el golpe enterró los dedos en sus ojos con
toda la fuerza que tenía, haciéndolo gritar y retroceder sin que lograra
golpearlo. Antes de que Damián pudiera reacciones y recuperar la visión,
Lazcano aprovecho el tiempo para darle de patadas en el rostro y en el
estómago una y otra vez. Antes de darse cuenta Damián le había sujetado una
de las piernas haciendo que callera al suelo, pero al caer Zuri se sujetó del
cinturón de su pantalón tomando todo lo que pudo de su ropa y tirando de ella
hacia arriba y causándole un serio dolor en el escroto, que bastó para dejarlo
fuera de combate de ipso facto.
De inmediato se escucharon sonidos de quejidos y lastima por parte del
resto de los soldados y cadetes que miraban el combate.
—Lo lamento mucho, eso no era lo que quería hacer.
—Muy bien Lazcano, me sorprendes, el único que realmente ha vencido a
sus tres oponentes y debó decir que de forma muy original y dolorosa, no
esperaba eso de ti.
—Es un tramposo.
—Lo siento Damián, en la guerra y en el amor se vale todo, Lazcano pasó
su prueba.
Después de terminar, pasaron a la siguiente prueba, la carrera a campo
traviesa en la que Damián no pudo participar, por no poder subirse al caballo.
Sin embargo decidido a vengarse, envió a dos de sus aliados a causarles
problemas a Zuri y a Santiago que seguía de su lado pues si fallaban dos de las
pruebas no aprobarían. A mitad de la carrera, varios soldados decididos a
detenerlos, comenzaron a atacarlos, para hacerlos caer de los caballos, Zuri
que iba adelante fue el primero en ser atacado, entre seis de ellos los rodearon
haciéndolo caer, pero cuando se disponían a atacar a Santiago, pasó a toda
velocidad entre ellos, tomó a Zuri de la mano y lo subió a su caballo.
—¿Qué haces? Vas a perder.
—Cierra la boca y lánzales algo, para que se caigan ellos, yo llevó el
caballo, tu evita que nos tiren al menos ¿No?
—Buena idea, pero no vayas tan rápido o acabare por caerme yo.
—Si bajó la velocidad nos alcanzan Zuri, date prisa, sácalos del medio.
—Entra al bosque.
—¿Qué?
—Entra al bosque, quiero buscar manzanas.
—Oh, ya entiendo.
Santiago siguió la orden al pie de la letra y pasó junto a cada árbol que
pudiera estar cargado, mientras que Zuri, de pie sobre el caballo, tomaba todos
los frutos que podía arrancar y los usaba como proyectiles contra los soldados
que los seguían, haciendo caer al menos a tres de ellos.
—Ya casi llegamos, siéntate.
—Ya era hora.
El capitán no pudo evitar sorprenderse al ver que ambos venían en el
mismo caballo pero al mirar que los seguían, quedo claro para él lo que
sucedía, decidió no mencionar nada al respecto y aprobó el examen de uno y
otro, para pasar a la siguiente prueba a la que solo llegaron once cadetes. La
tercera, la más sencilla de las tres era una pista de obstáculos, diseñada para
los más resistentes y no para los más fuertes. La condición era sencilla, solo
debían completar el circuito y nada más. Santiago se sentía de nuevo bastante
emocionado, mientras Zuri solo pensaba en el intenso dolor que sentía después
del golpe que Damián le había dado y la caída del caballo que por poco no le
rompe el cuello, decidió ser el último cadete en cruzar el circuito para
descansar un poco, por lo que casi se dormía cuando fue su turno.
Se acercó al inicio de la pista y estaba por comenzar cuando alguien lanzó
desde las tarimas una serpiente que cayo justo a sus pies, haciendo que de
inmediato entrara en pánico y comenzara a correr tan lejos de ella como sus
pies se lo permitieran. El capitán de inmediato le dio una buena reprimenda a
Damián, quien estaba seguro de que Zuri abandonaría el circuito, corriendo en
dirección a la salida, pero en lugar de eso, se había subido al punto más alto
del muro de escalada, en tiempo récord y se negaba a bajar.
—Lazcano, baja de allí.
—¡No!
—Con un infierno, Lazcano es solo una víbora.
—Bien, si es solo una víbora ¿Por qué no le da un beso a ver qué tan
divertido le parece morir envenenado?
—Tarde o temprano tienes que bajar, pero hazlo del otro lado, termina el
circuito vamos, ya hiciste la mitad.
— ¿La mitad?
—Si lo terminas yo mismo me desharé de la víbora.
Aun en medio del pánico logró bajar con mucho esfuerzo, pues recordó
justo entonces el dolor que tenía, que le hacía bastante difícil el trabajo. Logró
terminar el circuito como el más lento de los participantes, pero como la
condición era terminarlo, había aprobado. Damián no lo quería creer, estaba en
extremo enojado. El capitán estaba bastante sorprendido y la verdad, se sentía
muy orgulloso de que Santiago hubiese terminado las tres pruebas, aunque
realmente solo había aprobado las dos últimas. Sin embargo una sorpresa
mayor llego para el capitán cuando Lazcano se presentó en su oficina un par
de días después de recibir su total aprobación, con una carta de baja. Lo miró
con cierta curiosidad, pero sabía que no conseguiría una explicación de aquella
decisión y tampoco que cambiara de opinión, por lo que decidió simplemente
aprobarla y acabar con eso.
— Sabes Lazcano, me sorprende que hayas llegado tan lejos para retirarte
después.
—Se supone que es menos terrible de este modo.
—Es verdad. Debo felicitarte por llegar tan lejos, no solo eso, sino por
sorprenderme en las evaluaciones finales, de verdad no esperaba que alguien
con tu complexión física llegara a vencer a tres soldados.
—Me alegra que se sienta presuntuoso, supongo…
—Diría que ha sido un placer conocerte, pero mentiría, cuídate Lazcano.
—Lo hare, con permiso capitán.
—Puedes retirarte.
Cuando se disponía a dejar el cuartel, Santiago se le acerco con una carta y
se la entregó.
—¿Qué es esto?
—No soy bueno con las palabras.
—Ya veo.
—Cuídate mucho por favor.
—¿Yo? Me parece que quien debe cuidarse de no convertirse en un cretino
como tu hermano eres tú.
—No hare tal cosa, es una promesa.
—Aun así, ten cuidado.
—Tú también.
Después de darle un apretón de manos lo vio alejarse. Santiago no pudo
evitar sentir cierto alivio, aunque también estaba fuertemente enfadado
consigo mismo, quería saber aquello que lo intrigaba, pero no tenía el valor de
preguntar y si tenía razón entonces definitivamente estaba loco, había pasado
mucho tiempo con Zuri, el suficiente para casi descubrir aquello que buscaba,
pero no había tenido éxito y se sentía como un idiota.
El tiempo lo arregla todo pero, es posible acaso saber ¿cuándo es
suficiente?
I. una nota bajo la lluvia
La noche que te conocí era diferente,
Resplandecía por la lluvia y sus relámpagos,
Las palabras vacías dentro de mí, hacían que mi cuerpo temblara y no por
la lluvia.
El cielo estaba teñido de un color rojizo mate, que solo cambiaba con el
luminar que acompañaba el sonido ensordecedor del trueno.
Y hay estabas tú,
Una presencia algo vacía,
Algo distante,
Algo diferente,
Y aun así, tenías ese algo que yo no.
Tus ojos húmedos por la lluvia, despedían ese calor intenso de vivir de tu
cuerpo.
Temblaba al igual que el mío,
Pero tú temblabas de frio y yo de miedo.
Miedo de seguir bajo esta lluvia, que empapaba mis ojos, adormecía mi
cuerpo y congelaba mi alma.
Tu mirada distante llena de recuerdos pasados, de alegrías, de esperanzas,
de tristezas y de todas esas cosas, que yo deje de sentir un día, hace no sé
cuánto tiempo.
Quise acercarme a ti, pero no fue posible.
Quise acercarme a ti
Y te alejabas de mí.
****
SEGUNDA PARTE
Un acto es solo un momento de la vida
TERCERA PARTE
Si recordara mejor el pasado entendería mejor nuestro futuro
CUARTA PARTE
Si fuera posible volver a empezar de nuevo, seguramente nada cambiaria.
Había una vez alguien que era feliz, reía feliz, hablaba feliz, engañaba a las
personas y era feliz, todo su mundo siempre fue una feliz, oscuridad.
Los detalles que vinieron de ti, fueron un principio y el fin.
Salieron después de almorzar y caminaron por el bosque, ocultándose hasta
llegar a la mansión Brizuela. Santiago se coló por el mismo pasillo que había
usado la noche que se fue, seguido por Zuri. No tardó en llegar a la biblioteca,
donde sabía que estaría su madre, pues allí acostumbraba a dar vueltas en
círculos cuando se sentía preocupada. Con solo verlo la mujer se le abalanzo
encima dándole un abrazo tan fuerte que casi consiguió partirlo al medio.
—Qué bueno que están bien, pensé que Damián los había encontrado.
—Se escapó, pero no dio con nosotros.
—Laura lo ayudo a escapar, tu padre esta histérico, no vino a dormir
anoche, tengo miedo de lo que esté planeando.
—Los asesinara sin duda.
—Trate de detener a Laura, hable con ella, me mintió y me engaño, me
siento tan estúpida.
—No es tu culpa mamá, sinceramente esos dos siempre fueron muy
unidos.
—Te quedaras aquí, no quiero que te atrapen, ella piensa que tú no
regresaras, de seguro le dirá eso a Damián.
—Pero quieren asesinar a mi padre, quizás también a ti.
—Si quisieran venir por mí, ya lo habrían hecho Santiago, esta casa no está
custodiada y tú lo sabes y también ellos.
—Lo sé pero…
—Tú también te quedaras jovencita, Damián también esta tras tu cabeza.
—Estar todos en el mismo lugar para que nos encuentre no parece sensato
señora Brizuela.
—No me retobes, ambos se quedaran aquí, Guillermo dijo que mandaría
un grupo de soldados para acá, pero no confió en ellos tampoco.
—Mi padre no te mandara asesinos mamá, eso no sería lógico.
—El ya no sabe cuáles soldados son confiables.
—Tu madre tiene un buen punto.
—Además, Damián es un tonto, debería irse, en lugar de estar buscando
una venganza sin sentido, no sabía que había traído al mundo un hijo tan
estúpido y ahora Laura lo secunda, pensé que al menos ella sería más lista,
ambos son dignos hijos de su padre.
Ante aquellas palabras, Zuri decidió tomar la oportunidad y no dejarla
escapar.
—No habla de su esposo ¿No es así?
La mujer la miró sorprendida, pero de inmediato enarbolo una sonrisa.
—Eres muy perspicaz pero eso no es un secreto ya, jamás lo ha sido de
hecho. El único hijo del capitán Brizuela es Santiago.
—¿Cómo es que los tres llevan su apellido?
—Si me acompañas a merendar te lo explicare ¿Gustas?
—Sera un placer.
—Santiago cielo, vamos.
—Las alcanzo después, necesito subir a buscar algo.
Larissa se dirigió a la cocina y después de tomar los postres y entregárselos
a Zuri, levanto la bandeja con los vasos de limonada y la guio hasta uno de los
salones donde acostumbraban merendar cuando no querían hacerlo fuera de la
casa. Dejaron todo en la mesa y se sentaron. La mujer miró a la joven con una
sonrisa mientras ordenaba las ideas en su cabeza, hacia tanto que no contaba
aquello a nadie que casi lo había olvidado.
—Dime algo, antes de contarte lo que sucedió.
—¿Qué desea saber?
—¿Ya descubriste lo que te dije?
—No estoy segura.
—Pero por tu respuesta tienes una sospecha, así que no falta demasiado.
—Me da curiosidad algo diferente.
—¿Qué cosa?
—Santiago estaba seguro de que usted estaría muy triste por lo que Laura
hizo, pero no parece demasiado consternada.
—Cuando tenía tu edad, vivía en un barco.
—¿Un barco?
—Era la hija de un comerciante, casi nadie sabe eso, pero el barco de mi
padre fue atacado por piratas y yo fui tomada prisionera, quedé embarazada
del capitán de aquel barco. Su nombre era Darius, Darius Menliak.
—He escuchado de él, el capitán Brizuela lo ejecuto.
—Así es, pero antes de eso, yo traje al mundo un niño, su padre lo nombró
Damián. Antes de notarlo quede embarazada otra vez, Damián tenía tres años
cuando el barco de su padre fue atacado por la guardia y fuimos traídos aquí.
El barco de Menliak se hundió y yo fui encerrada. Pensé que me ejecutarían,
los hombres del capitán me habían señalado como la mano derecha de su
señor y el peor de todos ellos. yo les di la razón, así que dije que también era
un pirata. Pero Guillermo me miró con dudas.
—¿Qué hizo?
—Me sacó de allí. Hizo venir al médico y supo que estaba embarazada,
hablo con el concilio y consiguió que no me asesinaran, pero debía hacerse
cargo de mí. Me devolvió a Damián, que había sido vendido como esclavo y
cuando Laura nació se encariño con ella. Nunca pensé que sería madre de
Santiago, de hecho ambos nos sorprendimos, porque había un rumor de que él
no podía tener hijos.
—¿Por qué no?
—Su esposa anterior no le había podido dar hijos y por eso se habían
separado. Cuando Santiago nació, Guillermo dejo salir a su verdadero padre,
jamás fue con Damián y Laura como con Santiago. Quería que diera lo mejor
de sí, siempre fue exigente con él, quería ver hasta dónde podía llegar.
—Acabo por convertirlo en un zalamero.
—Una ligera consecuencia supongo. Damián no tiene nada de Guillermo
más que el apellido, no es su hijo, pero sin duda es hijo de Menliak, vengativo
y estúpido.
—No esperaba eso de una madre.
—De no ser por Guillermo, Damián estaría muerto y también Laura. Lo
que Menliak me hizo no tiene nombre, admito que los ame, a ambos, pero
cada vez que los veía me recordaban a su padre. Pero como Damián había
cumplido todas las expectativas de Guillermo desde pequeño, decidí dejar de
preocuparme. Cuando Santiago nació, Damián ya era hijo de Guillermo, no
iba a lastimarlo.
—Por eso son tan distintos.
Aun conversaban cuando Santiago se sentó a la mesa y tomó un postre.
—A mi padre no le importó, de hecho nunca lo oculto, salvo de Laura creo,
no estoy del todo seguro.
—¿Encontraste lo que estabas buscando?
—Si, voy a necesitarlo después.
—¿Se quedarán aquí? Por favor, no sé si tu padre regrese y no quiero
quedarme sola, por favor Zuri, si tú te quedas Santiago se quedará.
—¡Mamá!
—Mi madre no regresará a la casa, hasta unos días más y este lugar parece
más seguro que allá, Damián no piensa que estamos aquí, supongo que estará
bien.
—Gracias, pediré que preparen sus cuartos ya mismo.
Ambos la vieron irse y justo entonces Santiago se volvió a mirar a Zuri
algo sorprendido con aquella decisión.
—Gracias.
—Sera interesante dormir esta noche ¿No crees?
—¿Y realmente dormirás?
—Sí, creo que sí.
Después de la merienda, Santiago le mostró el resto de la casa, pues las
pocas veces que Zuri había estado allí, no la había recorrido del todo. Justo
como imaginaron el capitán Brizuela no llegó para la cena y tampoco a dormir.
Larissa estaba enojada y no lo disimulo hasta irse a dormir. Había preparado
para Zuri la habitación que estaba junto a la de Santiago, para que se sintiera
más cómoda. Aquella noche justo como predijo, después de darse un largo
baño, Zuri subió a la cama y se quedó profundamente dormida, al punto de
que no se levantó para desayunar, pero Santiago decidió que era mejor que
descansara lo que necesitaba. En el desayuno el capitán Brizuela se sorprendió
de ver al muchacho en la casa, sentado a la mesa con su madre. Antes de que
pudiera reaccionar, su padre lo había levantado de la silla y lo había abrazado
con aun más fuerza que su madre.
Santiago no estaba seguro de cómo responder, su padre jamás había sido
expresivo, los abrazos se limitaban a los cumpleaños o ciertos eventos, pero
aquel era distinto, cálido y cariñoso.
—Que alegría verte aquí, es un alivio que Damián no te encontrara.
—Lo mismo dijo mamá.
—¿Cuándo volviste?
—Ayer, pensé que mamá estaría preocupada y no quería que estuviese
sola.
—¿Sabes dónde están esos dos?
—No, escaparon por caminos separados, fueron por nosotros, pero
acabaron asesinando a un ebrio.
—¿Dónde está Lazcano?
—Arriba, está dormida.
—Qué bueno que está bien. Damián ya no está en el agua, pero no sé
dónde se esconde, mande varios grupos a buscarlo al bosque, pero no han
logrado dar con él. Quiero que te quedes hasta que lo atrapemos.
—No lo atraparan, él no dejara que lo hagan de nuevo.
—Lo sé, por eso di la orden de que lo asesinen al verlo, no dejare que esto
vuelva a pasar. La madre de Lazcano está en otra casa, se quedará allí hasta
que yo le diga que puede regresar a la suya, así que no tienen que preocuparse
por ella.
—Esa es de hecho una maravillosa idea, se lo diré cuando despierte.
—Vine a buscar unas cosas, esta noche vendré a cenar, así que quiero que
estés aquí cuando llegue.
—Lo intentare.
—No lo dejes escapar Larissa, quizás no se deje atrapar la siguiente vez,
debo irme.
—Ten cuidado papá.
Después de que el capitán se fuera, Santiago subió a revisar los mapas de
su abuelo que aún estaban en el ático. Un grupo que no se había llevado, pues
pensaba que no los necesitaría, eran de la ciudad y sus alrededores, a su
parecer era tonto que Vincent Lazcano, hubiese ocultado aquel tesoro tan
cerca. Aún estaba mirando los mapas cuando escucho unos pasos detrás, se
sorprendió un poco al ver a Zuri acercarse. Recordó justo entonces
mencionarle lo que el capitán Brizuela había hecho con la señora Helena, algo
que de inmediato la puso de buen humor y la hizo sentirse más tranquila. Él
notó entonces que Zuri estaba usando un vestido diferente, que de hecho le
quedaba muy lindo a su parecer. Santiago decidió llevar los mapas al piso de
abajo y así poder revisarlos juntos en un salón con más luz y espacio.
Para poder explicarle a Zuri lo que había descubierto y la idea que tenía en
mente. Él estaba seguro de que le faltaba muy poco para encontrar el lugar
donde debían buscar. De no haber sido por Larissa habrían olvidado incluso
almorzar, entre buscar pistas en el diario, doblar páginas, revisar mapas y
comparar indicaciones se les había ido toda la mañana. Zuri casi no podía
creer que Santiago realmente tuviera tanto interés en aquellos papeles viejos,
que a su parecer no eran más que historias y leyendas de su padre, que no
podían ser probadas. No tenía sentido para ella, si realmente su abuelo era
sueño de semejante fortuna ¿Por qué su familia no tenía una mejor posición?
¿Por qué no vivían en otro lugar? ¿Por qué su padre había muerto sin más oro
que el que se había ganado como soldado? Sin duda todo aquello no era más
que sueños de niños, historias de hombres, mentiras de ancianos.
Pero de alguna forma el entusiasmo de Santiago la contagiaba, aunque de
los mapas no comprendía casi nada, por lo que solo se dedicaba a doblar el
diario correctamente, para descubrir pistas allí. Había visto en las primeras
páginas que Santiago ya había doblado, una nota que decía con amor para
Zuri. Era claro que hablaba de su abuela, de ella venia su nombre. Aquella
mujer de la que tampoco sabía demasiado, había amado a un hombre de mar,
un mercader y ahora un pirata, quizás estaba loca como su madre, pero era su
abuela paterna, de seguro la locura no pasaba de una persona a otra solo por
casarse. Larissa los llamó a ambos al comedor y después del almuerzo,
regresaron al salón, pues Santiago se sentía particularmente motivado ese día.
Pero su entusiasmo llego al suelo de golpe cuando al doblar la última página
del diario Zuri descubrió algo, nada alentador.
—Santiago.
—¿Sí?
—Falta otro libro.
—¿Qué?
—Lo dice aquí, falta otro diario.
—Pero no hay otro ¿Cómo puede faltar un diario más?
—No lo sé, yo nunca vi más que este diario, quizás tu padre lo tenga.
—Puede ser, él rara vez recuerda donde guarda las cosas ¿Qué descubriste?
—Nada importante, al menos eso creo, no lo sé, siguen apareciendo esos
dibujos extraños de flechas sin sentido.
—Si tiene sentido, ven y te muestro.
—A ver, sorpréndeme.
—Cada flecha aparece al doblar las páginas, y cada página tiene un
número y la flecha un sentido, estoy seguro de que son pasos y direcciones, la
primera flecha que apareció tenía en unas páginas antes un par de
instrucciones y además descubrí que tu abuelo no usaba las letras comunes de
los puntos cardinales.
—¿A no?
—No, usaba las cuatro letras de tu nombre. Z para el norte, R para el sur, U
para el este e I para el oeste, me tomó varios días entenderlo.
—Le gustaba complicarse la existencia.
—Podría ser, pero creo que era porque lo hacía para tu abuela.
—Tampoco la conocí a ella, no podría decírtelo.
—¿No tenía un diario?
—Sí, pero jamás lo tome, está en casa, en uno de los armarios del ático, allí
lo guardó mi padre.
—No creo que haga falta buscarlo, en cualquier caso creo que se dónde
empezar ¿Te animas?
—¿De verdad crees en esto no es así?
—Sí, estoy convencido de que puedo encontrarlo.
—¿Estas consciente de que eso demostraría que mi abuelo era un pirata?
—Y que el mío era un inútil ¿Qué puede importar? ¿O acaso tienes algo
mejor que hacer?
—No, realmente no.
—Entonces vamos, aún es temprano, volveremos para la cena, de lo
contrario mi padre me asesina.
—Zalamero.
—¿Sería usted tan gentil de acompañarme a perseguir un sueño señorita
Lazcano?
—No exageres.
Zuri volvió la mirada enojada, y sonrojada salió del salón en dirección a la
puerta principal. Santiago le aviso a su madre a donde irían y después de ir por
dos caballos alcanzo a Zuri en el camino que salía de la mansión.
—Es algo lejos para caminar.
—Gracias.
No tardaron demasiado en llegar al lugar, que las instrucciones a medias
que había conseguido Santiago, les indicaban. Un lugar sin nada especial en
medio del bosque, desde donde se podía ver el mar y parte del muelle de la
ciudad. Nada parecía fuera de lugar allí, salvo por una inmensa roca, cubierta
por un curioso musgo de color oscuro, que ya estaba completamente seco.
Claramente no pertenecía a ese lugar, por lo que Santiago decidió retirar los
restos de aquella planta y enarbolo una inmensa sonrisa al encontrar tallada en
la piedra uno de los símbolos que coincidía con los del diario de Vincent. No
le tomó mucho tiempo encontrar la página correspondiente entre las ultimas
que habían sido dobladas. Las instrucciones eran sencillas, mover la piedra y
nada más. Ataron el pedrusco con unas cuerdas e hicieron tirar a los caballos.
Incluso a los dos fuertes animales les costó algo de trabajo moverla, pero
tras retirarla encontraron lo que buscaban. En un profundo agujero descansaba
un cofre mediano, sin seguros. Santiago se acostó en el suelo para poder
sacarlo y se lo entrego a Zuri antes de levantarse de nuevo.
—¿Este era el increíble tesoro?
—No lo creo, no seas tan negativa, además si está lleno de diamantes o
rubíes, no importa que la caja no sea demasiado llamativa.
—Eres demasiado optimista.
—Quizás, vamos a la casa, lo abriremos allá, ya casi es hora de la cena.
Al llegar a la mansión, dejaron el cofre en la mesa con el resto de las cosas
y se prepararon para cenar. El capitán Brizuela llego a tiempo para sentarse a
la mesa, algo que de inmediato dibujo una sonrisa en el rostro de Larissa. La
cena estaba algo callada, pero no era de extrañarse, pues cada vez que el
capitán abría la boca era para quejarse, por lo que el resto decidió no
provocarlo más. Después de cenar Santiago y Zuri regresaron al salón a abrir
el cofre. El candado estaba viejo y oxidado por lo que un par de golpes
bastaron para romperlo. Al abrirlo se encontraron con un par de brazaletes de
oro, un bello anillo de diamantes y un diario con la dedicatoria, para mi bella
Zuri en la portada. Santiago lo tomó con cuidado y comenzó a hojearlo. En las
páginas de aquel libro estaba el resto de las instrucciones para descubrir, que
era aquello que Vincent ocultaba.
Un tesoro que según decían las mismas páginas del libro, era el precio que
pagaría para que Zuri lo amara. La única mujer que conocía su nombre, su
historia y la ubicación su corazón perdido.
—Te lo dije, era para ella.
—Ese era un pirata muy cursi.
—Pero tu abuela le correspondió ¿No?
—Quizás, pero entonces ¿Que estamos buscando? Si ella lo correspondió
¿Por qué nunca encontró este cofre? ¿Acaso no le interesaba buscarlo?
—Buena pregunta, quizás tu abuela no quería el tesoro.
—Puede ser, como dije, yo nunca la conocí, quizás encuentres las
respuestas en su diario, pero es algo tarde para buscarlo.
—Es verdad, será mejor dormir, tú sabes dónde está guardado, mañana
podemos buscarlo, tu madre aun no regresa a la casa.
—Es verdad.
Santiago acompaño a Zuri hasta la puerta de su cuarto y después de que
ella cerrara se fue a dormir.
Santiago se levantó aquella mañana con una curiosa idea en mente. Bajó al
salón antes del desayuno y revisó el diario nuevo. Las instrucciones allí,
estaban claras como el agua, todas las que faltaban. Eran sin duda para que
Zuri pudiera encontrar el tesoro sin tener que resolver acertijos confusos. Pero
si el diario estaba allí, significaba que ella jamás lo había buscado, para
Santiago aquello no tenía sentido. Vincent Lazcano había escrito sobre ella en
el otro diario muchas veces, sobre lo mucho que la amaba, el hecho que
dejaría el mar por ella, que buscaría refugio en su casa ¿Qué había sucedido
entonces? ¿Acaso el realmente no regreso? Estaba absorto en esos
pensamientos, mientras que al mismo tiempo colocaba todo según las
instrucciones del diario, marcando el camino directo al lugar donde se
ocultaba aquel tesoro que Vincent Lazcano tanto había cuidado y que según
parecía, aquella mujer se había negado a recibir.
Se preguntó por un momento si esta Zuri Lazcano, sería cómo aquella
dama que había rechazado el tesoro de aquel pirata.
Logró terminar antes del desayuno y guardo todo en un bolso, para salir a
buscar aquel tesoro esa tarde. Llegó al comedor justo a tiempo para desayunar,
su padre ya se había ido, pero su madre no parecía molesta por ello, Zuri fue la
última en bajar y unirse al resto. Después del desayuno Santiago le explico
todo lo que había descubierto e incluso el hecho de que tenía sentido que su
abuelo hubiese escondido el tesoro en un lugar cercano, pero no en la casa
donde su abuela vivía. Aquella había sido la razón por la que Vincent Lazcano
jamás fue descubierto, hubiese sido muy tonto ocultar los tesoros en la misma
casa en la que vivía. Sin embargo aquella suposición de Santiago quedo
desmentida cuando Zuri le aseguro que su abuela había vivido sola, después
de quedar viuda de su primer esposo y que Vincent llegó a vivir con ella
muchos años después de dejar de ser un hombre de mar.
—¿Qué? Entonces tiene menos sentido.
—Él vivió con mi abuela después de años de ser mercante, nunca
permaneció en su casa antes de eso, la visitaba sí, pero no se quedaba a vivir
con ella.
—Entonces ¿Por qué no le entrego el tesoro?
—No lo sé, yo solo se fragmentos de la historia.
—¿Quieres ir a buscar aquello que Vincent Lazcano escondía?
—Adelante, vamos.
Santiago casi eufórico fue por los caballos y encontró a Zuri al salir de la
casa. Cabalgaron hasta la costa, en una zona a la que no llegaban los barcos.
Una pequeña playa oculta entre dos enormes desfiladeros y protegida por un
arco de rocas donde rompían las olas y cortaban el paso a cualquier barco de
gran tamaño. Al llegar allí, Santiago se bajó del caballo y comenzó a buscar
las primeras pistas de las indicaciones. Ella lo seguía despacio, mientras él,
leyendo el mapa mal dibujado que llevaba en las manos, trataba de entender
sus propios garabatos y encontrar el camino. Zuri aún no creía que eso fue
posible, pero no quería desanimarlo. Un par de horas le tomó a Santiago
encontrar en una de las paredes de piedra, un símbolo tallado que coincidía
con el que estaba en el diario.
Dio un grito eufórico que hizo relinchar a los caballos y comenzó a correr
junto a la pared de piedra contando sus pasos a toda velocidad, hasta dar con
una piedra alta y plana que estaba floja. Parecía una pieza más del lugar, nadie
la vería como algo llamativo sino sabía que buscar. Ataron la piedra a los
caballos y repitieron el proceso que había realizado el día anterior. Sin
embargo solo pudieron moverla lo suficiente para hacer espacio para cruzar al
otro lado. Santiago estaba tan emocionado que casi no podía disimularlo,
cuando se dio cuenta de que se encontraban al interior de una profunda gruta.
Era un laberinto de pasajes y para eso eran las flechas y las instrucciones del
primer diario. Encendieron una antorcha y comenzaron a caminar siguiendo
las instrucciones, hasta dar con una cueva aún más grande.
Lo que había en su interior los dejó a ambos con la boca abierta. La
caverna era inmensa, una gran parte estaba llena de agua, aun con la marea
baja. Tenía una salida que daba al mar, pero que estaba oculta por una pared de
raíces viejas, que caían desde el techo, ocultándola casi por completo, no solo
desde adentro sino también desde afuera. Había tesoros en el suelo, esparcidos
en varios lugares y rincones. Cofres, monedas, joyas, alhajas, telas y demás
cosas. Pero algo llamó la atención de Zuri, que se acercó con cautela a la orilla
de la saliente en la que estaban caminando y de inmediato la hizo tirar del
brazo de Santiago. Él se asomó con cuidado y se sorprendió al ver que allí, al
fondo descansaba una inmensa embarcación. Era imposible no verla; de
madera oscura, se había hundido dentro de aquella caverna, la marea la cubría
al subir y la descubría al bajar.
—Vincent tenía dos barcos.
—¿Por qué tendría dos?
—Tu abuelo era un genio.
—¿Qué?
—Piénsalo, un barco para mercader y el otro para piratería, cuando llegaba
a las costas ambos barcos se encontraban pasaban las cosas de uno al otro y
este se escondía en este lugar para ser descargado.
—Mucho trabajo a mi parecer.
—Pero mira toda la fortuna que amaso.
—No le ha servido de nada, no lo entiendo.
—¿Qué cosa?
—Si tenía todo esto ¿Por qué mi abuela vivía en esa casa? ¿Por qué nunca
tuvo lujos?
—Algo falta, pero no lo sabremos parados aquí.
Continuaron hasta llegar al fondo de la caverna. Contra toda la negatividad
de Zuri, Santiago subió al viejo barco, pues sabía que si esperaba, la marea
subiría y no podría revisarlo. Camino de un lado a otro, pero el barco había
sido vaciado. Se veía que sin duda muchos esclavos trabajaban para aquel
pirata, pues el piso estaba lleno de grilletes viejos, oxidados y cubiertos de
percebes. En el camarote del capitán no había nada que llamara su atención,
salvó por una vieja pintura, con los contornos casi desvanecidos, aunque el
personaje representado en ella, se había conservado curiosamente bien. Había
junto a ella otra pintura de una mujer, pero estaba demasiado deteriorada para
distinguirla con claridad. Santiago tomó con cuidado la primera pintura y la
llevó a donde se encontraba Zuri.
—Te presento al capitán Vincent Lazcano.
—Eso no es lo que dice allí.
—¿Qué?
—Mira, al pie de la fotografía, Lazcano Alberto.
—¿Tu abuelo se llamaba Alberto?
—Así parece, pero, entonces ¿Por qué le decían Vincent?
—Necesitamos el diario de tu abuela, de verdad.
—Supongo que sí ¿Qué más encontraste?
—Un viejo licor que se añejo muy bien, se lo llevare a mi padre.
—¿Licor? Es licor de piratas, ten cuidado con eso.
—No es la primera vez que pruebo un licor, no soy tonto.
—Tonto no, descuidado que es diferente.
—Con lo que hemos encontrado, podrás comprarte muchas cosas.
—Yo solo quiero un caballo y quizás otra carreta.
Aquellas palabras le golpearon el pecho a Santiago como un puñal helado,
aun cuando sabía que ella diría eso. Pero justo entonces una idea se le ocurrió
para tratar de retrasar lo inevitable.
—¿Te iras sin saber que sucedió con tu abuela?
—¿Con mi abuela?
—Sí ¿Por qué no tomó nada de esto?
—Es una buena pregunta.
—Podríamos ir por el diario, llegaríamos a la casa a tiempo para cenar.
—Sí, la verdad quiero saber que sucedió.
—Vamos entonces, tomemos lo que podamos cargar, no tendría sentido
volver a cada rato.
Con las mismas indicaciones salieron del laberinto por el mismo camino
que habían llegado, subieron a los caballos y llegaron a la casa de los Lazcano.
Sabían que no había nadie allí, sin embargo trataron de que nadie los viera
entrar. Zuri subió directo al ático y comenzó a revisar entre los viejos muebles,
hasta encontrar aquel pequeño diario viejo y polvoso que su madre había
tirado donde no tuviera que verlo. Helena jamás se había llevado bien con su
suegra, la había conocido siendo una anciana y no conversaban mucho, la
mujer solo tenía un hijo y lo adoraba con locura, bautizado con el nombre del
padre de ella, para no llamarlo como a su esposo, era su razón para vivir y en
lo que a ella concernía ninguna mujer era lo bastante buena para él. Era el
único recuerdo que aquella anciana, conservaba de aquel viejo pirata, que
había llegado a amar.
Helena le había contado a Zuri que su abuela era una mujer loca y senil,
que contaba historias para niños, que solo decía incoherencias y que se había
encargado de arruinar su matrimonio. Zuri sin embargo, estaba convencida de
que le habría gustado conversar con aquella anciana senil, que llevaba un par
de años fallecida cuando ella llegó al mundo. Tomó el diario de una vieja caja
olvidada en un rincón y estaba por comenzar a hojearlo cuando la voz de
Santiago llamo su atención. Acaba de encontrar una vieja pintura que Zuri
nunca había visto. El lienzo estaba doblado y escondido al final de una gaveta.
Ella se acercó para mirar la pintura y le entrego a Santiago el diario que
llevaba en las manos.
—Tu abuela tocaba el violín.
—¿Ella es?
—Zuri de Lazcano, era una dama muy hermosa.
—No parece una mujer loca.
—No, pero si luce algo triste, es una mujer muy joven en esta foto, quizás
aún no conocía a Vincent.
—¿Pensé que habíamos llegado a la conclusión de que se llamaba Alberto?
—Si, lo lamento es difícil recordarlo, este diario no es tan viejo, ha de ser
de los últimos que escribió.
—Es el único que hay, tendrá que servir.
—Vamos a casa, se hace tarde.
Santiago no pudo evitar percatarse al salir de aquella casa, que su padre
había redoblado la guardia en las calles de la ciudad, con la clara intención de
atrapar a Damián, aunque sin éxito. Al llegar a la casa, casi rallando en la
puntualidad de la cena, la madre Santiago dejo escapar un suspiro de alivio
que ambos pudieron escuchar claramente, la antesala al regaño que les dio
antes de llegar al comedor para la cena. El capitán Brizuela no se presentó
aquella noche a cenar, pero no era de sorprenderse, esa tarde durante el
almuerzo lo había dejado dicho con Larissa, para que no lo esperaran.
Santiago llegó a la conclusión de que ese era el motivo por el que su madre los
había regañado, pensó que se quedaría sola aquella noche también. Durante la
cena, le contaron a Larissa lo que habían descubierto.
Ella miro entonces a Zuri con una amplia sonrisa, justo antes de dejar
escapar una carcajada que los hizo a ambos dar un salto en las sillas y volverse
a mirarla con sorpresa.
—Esto es realmente maravilloso.
—¿Qué cosa mamá?
—A tu padre le dará un infarto, pasó casi seis años tratando de descubrir el
secreto de Vincent Lazcano y no pudo hacerlo y ustedes dos lo resolvieron.
—A mi padre le faltaban pistas importantes, no fue su culpa.
—No estoy diciendo que lo sea, simplemente que ya sabes cómo se pone
cuando alguien más resuelve lo que él no pudo solucionar.
—Quizás no sea buena idea que lo sepa entonces.
—Por el contrario, estará muy agradecido después de eso, no te imaginas
que tanto.
—¿De verdad lo crees?
—Estoy segura, deberías contarle, le encantará.
—Si tú lo dices, de cualquier forma, acabara por descubrirlo, mañana
quizás.
—Es buena idea, yo iré a descansar, Buenas noches.
—buenas noches mama.
—Buenas noches señora Brizuela.
Antes de irse a la cama, mientras caminaban hacia sus cuartos, Santiago
decidió regresarle a Zuri el diario de su abuela.
—Pensé que querías leerlo.
—Prefiero que lo hagas tú, es tu abuela después de todo, creo que sería una
falta de respeto que yo lea el diario de una dama, que además no pertenece a
mi familia.
—Comprendo.
—Además, no creo que escondas más de lo necesario.
—De ninguna manera.
—Buenas noches Zuri.
—¿Santiago?
—¿Sí?
—Gracias, por...
—Nada, gracias a ti, por quedarte un poco más. Que descanses Zuri
Lazcano.
—Buenas noches Santiago Brizuela.
Ella entró en su habitación un tanto intrigada, pero no por el diario en sus
manos, sino por las palabras de Santiago ¿Por qué se sentía agradecido de que
no se hubiese ido aun? Se sentó en la cama, con aquella pregunta rondando su
cabeza, mientras miraba el diario de su abuela. Lo dejó a un lado y se cambió
para dormir. Comenzó a leerlo, como quien lee un libro de historias para así
conciliar el sueño, pero aquellas memorias acabaron causando el efecto
opuesto. Eran casi las tres de la madrugada cuando por fin se quedó dormida,
aun con el diario en las manos. Se había saltado el desayuno por dormirse
tarde, de hecho no parecía tener la pretensión de despertar hasta que un
alboroto la saco de su sueño. Apenas si pudo cambiarse y llegar al recibidor
donde Santiago y su padre discutían, Larissa no parecía estar en ningún lugar
por lo que Zuri decidió arriesgarse a detenerlos, pues ya tenía más o menos
una idea del motivo de la disputa entre ambos.
Sin embargo, no se esperaba lo que encontró.
Santiago estaba al pie de la escalera con la espada en la mano, intentando
con bastante dificultad detener a su padre.
—Eres un idiota ¿Acaso no escuchas lo que te digo? Ellos asesinaron a tu
abuelo.
—La única evidencia que tienes, es un barco y una pintura.
—¿Piensas que necesito algo más?
—Para asesinarla si, una evidencia irrefutable de que su abuelo asesino a tu
padre.
—Por favor hijo, yo conozco la historia, he buscado ese maldito barco
mucho tiempo, ¿Crees que no lo reconocería con solo verlo?
—Ni siquiera lo has visto, solo has escuchado lo que yo te conté y ya estás
sacando conclusiones.
—La evidencia es clara Santiago, no te hagas el imbécil.
—No lo hago, simplemente pienso que estas siendo impulsivo.
—Seré impulsó contigo justo ahora sino te quitas de mi camino. De
cualquier forma para ser un mercader no necesitas ambos brazos.
—Bien, adelante, pero no te dejare pasar
Aún estaban las palabras en su boca, cuando Zuri tomó de la pared un arco
que decoraba con su carcaj y disparó una flecha entre los dos, haciendo que se
separaran de inmediato. El capitán se volvió a mirarla enojado.
—¡Lazcano!
—Santiago ya basta, por favor, escucha al capitán.
—¿Qué? ¿Acaso no te das cuenta de que enloqueció?
—Realmente, no esta tan lejos de la verdad.
—Esto es inaudito, incluso ella lo sabe, solo tu estas de despistado.
—Para su información capitán Brizuela, yo lo he descubierto anoche tras
leer el diario de mi abuela.
—¿Entonces es verdad?
—Ella lo dice, Alberto Lazcano, es el pirata que causó la muerte de
Vincent Brizuela, pero él no lo mató.
—¿Por eso uso su nombre?
—Eso ha sido culpa de mi abuela.
El capitán dejó escapar un grito y comenzó a dar zapatazos iracundo,
dando vueltas en el mismo lugar, justo antes de lanzarle la espada a Zuri,
apenas rozando la cabeza de Santiago, quien se dio vuelta para tratar de frenar
el arma, que se escapó entre sus dedos, continuando su camino deprisa, pero
fallando por completo pasando junto a Zuri quien permaneció inmutable y
clavándose en la pared.
—¡Ella lo encubrió! Por eso nunca lo encontraron, por eso tu padre no me
dio las pistas completas.
—Eso yo no lo sé capitán, yo solo conozco el fragmento que he leído.
—¡Mentiras!
—¿Alberto Lazcano es el pirata sin nombre? Pero, si tenía un nombre.
—Aun en eso nos han mentido Santiago, el retrato que viste en el barco, lo
uso mi abuelo para robar el nombre, el rostro, e incluso el barco de ese
mercader.
—Pero ¿Por qué?
—Mi abuelo realmente no tenía un nombre, porque tampoco tenía un
rostro digno de recibir uno, nació deforme, a tal grado que nadie quiso
nombrarlo, pensaron que moriría. Pero él ataco a su padre, capitán, porque
secuestro a mi abuela y de hecho, no solo se hundió el barco del capitán
Vincent, sino también el de mi abuelo.
—Esa no es la versión que yo conozco.
—Si su madre viviera quizás le corregiría.
—¡No te atrevas Lazcano!
—¿Mi abuela también está involucrada?
—Así es. Cuando el barco se hundía, el capitán Brizuela escapó y dejó a
mi abuela para que se ahogara.
—¡Mi padre no habría hecho eso!
—El capitán Brizuela nadó hasta la orilla, pero no contó con que los
piratas tenían un segundo barco. Tenías razón al respecto de eso Santiago.
—Por eso tu abuelo no murió, pero, si el mío llego a la orilla ¿Que
sucedió?
—Mi abuela lo asesino.
Al escuchar aquellas palabras Santiago se volvió a mirar Zuri con una
expresión de sorpresa e incredulidad, justo antes de caer sentado al suelo.
—¡Mentiras! A mi padre no lo asesino una mujer.
—El capitán no se lo esperó, cuando llegó a la orilla, mi abuela lo
esperaba, aprovecho su cansancio para asesinarlo.
—¿Por qué?
—Porque Alberto Lazcano, el auténtico, fue el primer esposo de mi abuela
y el capitán Brizuela lo asesinó. Después de su muerte, aquel esclavo sin
rostro tomó su lugar, bajo las órdenes de mi abuela para matar al capitán
Brizuela.
—Y él si se volvió un pirata.
—Exactamente.
—Pero ¿Que tiene mi abuela que ver en todo esto? Y ¿Por qué usaron el
nombre de mi abuelo?
—Mi abuela sabía que el capitán Brizuela tenía dos hijos. Así que le
entregó a la esposa del capitán Brizuela, la fortuna que su esposo había
amasado como mercader, pensando que recuperaría la del pirata.
—Patrañas y mentiras, mi madre no habría aceptado semejante cosa.
—Pero lo acepto, porque de lo contrario una mujer sola, no habría podido
cuidar dos hijos. Mi abuela se apiado confiando en el otro tesoro.
—El tesoro que tu abuelo guardo para ella.
—Por desgracia, durante la batalla ese hombre recibió un golpe tan fuerte
en la cabeza, que cuando despertó estaba convencido de que se llamaba
Vincent Lazcano.
—Por eso ella no pudo tener el tesoro, no supo cómo encontrarlo.
—Y los piratas que lo ayudaban jamás le dijeron a mi abuela donde
buscarlo.
—Ella se quedó con él porque estaba desmemoriado.
—Sí, pero mi abuela no lo amaba, por eso nunca se casaron, ella solo
quería que él recordara donde había ocultado el tesoro.
—Pero tu padre...
—Un error y nada más.
—Pero el diario, decía Vincent Lazcano.
—Un intento de mi abuela por hacerlo recordar, mi abuelo si la amaba, por
eso escribió todo eso en el diario, por eso reunió esa fortuna, quería
reemplazar al verdadero Alberto Lazcano.
—Pero no pudo.
—El único hombre que mi abuela amo después de su esposo, fue mi padre.
El capitán no dejaba de caminar de un lado a otro pensando. Era evidente
que su madre jamás habría contado eso, pero si recordaba haberla escuchado
maldecir a los Lazcano en más de una oportunidad, por motivos que el no
deseo ahondar. También recordaba que ella, le había negado ser amigo de
Nelson Lazcano, una petición que el mismo se negó a obedecer. La mujer
había sucumbido a una penosa enfermedad y aún en su lecho de muerte, Ana
María culpaba a la familia Lazcano por su desdicha. Justo entonces el capitán
recordó algo que podía ser una carta del triunfo para él o la absoluta condena
para su causa.
—Lazcano, si lo que dices es cierto y no digo que lo sea, tu abuela debió
tener una carta, firmada por mi madre.
—Así es, el diario lo dice.
—No creo nada de lo que diga ese libraco, si me traes esa carta, yo mismo
daré fe de la historia que has contado e incluso te ayudare a sacar el tesoro del
pirata y lo hare tu absoluta propiedad y no algo robado.
—Pero esa carta ya no debe existir padre.
—Al menos debe intentarlo.
—Yo estoy de acuerdo con el capitán, la buscare.
—Te ayudare a buscarla.
—¿Eres un idiota Santiago?
—Quizás, pero no más que y temo por mi futuro, porque si lo idiota me
viene de sangre cuando llegue a tu edad seré un total imbécil.
—No me hables así.
—Tú te lo has buscado. Voy a desayunar, tantas noticias me han
despertado el apetito y eso me pone de mal humor.
—Yo tengo cosas que hacer, cuando tu madre regrese, dile que vendré para
la cena y espero ver esa carta para entonces.
—Con suerte solo veras la carta.
—No me amenaces Santiago.
El capitán salió de la casa, aun enojado mientras Zuri bajaba las escaleras
hasta donde Santiago se encontraba poniéndose de pie. No pudo evitar
sonreírse, era evidente que Santiago era hijo legítimo de Guillermo Brizuela y
sin duda nieto de Vincent Brizuela. El carácter era algo que definitivamente
les venía en la sangre y que no menguaba por generación, sino que al contrario
parecía empeorar. Su padre había logrado asestar un par de golpes en su brazo
derecho, que habían dejado dos profundas heridas que aunque ya habían
dejado de sangrar necesitan ser vendadas, pero Santiago parecía haberlas
olvidado por completo. Sin embargo Zuri se lo recordó y llamaron al médico
antes de desayunar. El hombre se encargó de todo deprisa, mientras Zuri subía
a terminar de arreglarse, pues no había podido más que quitarse la piyama y
ponerse el vestido antes de bajar.
Después de que el médico se fuera, Zuri encontró a Brizuela sentado en la
mesa del comedor, con el desayuno frente a él, pero sin probar bocado alguno.
—¿Por qué no comes? Pensé que tenías hambre.
—Entonces resulto ser verdad, quizás no debíamos descubrir esa parte de
la historia.
—Por el contrario, ha resultado divertido, jamás pensé que nuestras
familias tuvieran pasados tan extraños.
—¿Extraños?
—Mi abuelo era una especie de malformado que no debió sobrevivir, al
que mi abuela le dio trabajo, mi abuelo era un mercader inocente e iluso, que
se casó con la mujer que había comprado a otro mercader y mi abuela resulto
ser una asesina.
—Supongo que no cualquiera puede decir eso de su familia ¿Por qué
asesino mi abuelo a Alberto Lazcano?
—No lo sé, mi abuela nunca lo descubrió, no le interesó preguntárselo.
—¿Realmente existe la carta que piensas buscar?
—El diario lo dice, pero yo jamás la he visto, la verdad no quiero buscarla,
era una excusa para que tu padre se fuera.
—¿Qué harás entonces?
—Con lo que sacamos de la cueva, podría irme, no necesito lo demás, solo
pasare por la casa de mi madre a buscar unas cosas que me hacen falta y
preparar otras.
—¿Puedo al menos ayudarte con eso?
—Me sentiría encantada, puedes quedarte con el resto del tesoro.
—Creo que, yo tampoco lo necesito, esa fortuna fue amasada por un amor
que no vio futuro, de seguro esta maldita. Es una pena que ese malformado
jamás encontrara el afecto que buscaba, al menos ella no lo hecho de su casa.
—Jamás habría hecho eso, mi abuela lo crio desde niño.
—¿Qué? ¿Ella ya lo conocía?
—Cuando Alberto la compró, mi abuelo y mi abuela ya estaban juntos, ella
evito que lo asesinaran, sintió lastima o al menos eso creo, pero nunca
menciono haberlo amado, por el contrario con Alberto si lo dijo.
Santiago guardo silencio un momento, pensando que tal vez no era su
destino ser querido por Zuri, al fin y al cabo, su abuelo había asesinado al
único hombre que su abuela había amado, orillándola a tener un hijo no
deseado con un sujeto deforme que ya ni siquiera recordaba que la había
amado alguna vez. Quería pedirle que se quedara, pero después de lo que
habían descubierto pensaba que era insensato de su parte si quiera hacer una
insinuación como esa. Al mismo tiempo se sentía sorprendido de que Zuri no
estuviese enojada en lo más mínimo por ello, quizás ella no llevaba consigo la
misma carga de odio que lo Brizuela parecían haber llevado contra los
Lazcano al menos hasta Guillermo. Santiago estaba tan callado que de nuevo
había dejado de comer llamando la atención de Zuri.
—¿En qué piensas?
—Lamento mucho que mi abuelo, asesinara al esposo de tu abuela.
—¿Por qué te disculpas por algo que no se puede cambiar?
—No lo sé.
—Mi padre decía que no hay que disculparse por las cosas que se hacen
mal, de forma intencional, que es mejor no hacerlas. Pero como tú no lo
hiciste, tampoco deberías disculparte por ello.
—¿No estás enojada con Vincent Brizuela?
—No, mi abuela lo estaba y mira lo que sucedió, ella ya tomó su venganza,
tu padre quiere la suya, pero no la conseguirá, yo no tengo nada contra tu
familia, además, sin la intervención homicida de tu abuelo, yo no hubiese
llegado a este mundo.
—Eres una persona muy extraña Zuri Lazcano, de verdad muy extraña.
—Eso bien podría decirlo yo de usted señor Santiago Brizuela.
—¿Te tomara mucho tiempo preparar las cosas?
—Algo de tiempo, debo volver a empezar.
—¿Me permites ayudarte con ello?
—Si gustas, creo que comienzo a acostumbrarme a tu ayuda.
—Me alegra saberlo.
Después del desayuno, mientras esperaban que Larissa regresara; se
dedicaron a recoger las cosas del salón y colocarlas en una vieja caja, que a
petición de Zuri quemaron por completo. Los diarios, los mapas, las cartas,
todo quedó reducido a cenizas, ellos ya sabían cómo llegar a aquel lugar, no
necesitaban nada de eso, salvó el pedazo de papel con las instrucciones mal
escritas que Santiago había guardado, para no perderse en el laberinto de
pasajes de aquella cueva. Era pasada la hora de almorzar cuando Larissa llegó
a la casa y no logró disimular su asombro, al ver a Zuri sentada junto a
Santiago en la mesa del comedor haciendo sobremesa. En vano intento fingir
alegría, Santiago la había descubierto en un instante y estaba por sufrir una
crisis de ira, pero prefirió esperar una explicación que al menos la justificara.
—Sabías que mi padre reaccionaria de esa forma, por eso te fuiste antes
del desayuno.
—No es lo que crees Santiago.
—¿Qué sucedió entonces? ¿Vas a fingir que no es sorpresa lo que sentiste
al ver a Lazcano aquí? Estabas segura de que mi padre la asesinaría, tú sabias
la historia.
—Claro que sí, tu padre enloqueció a todos con ella, pensé que tomaría
venganza y que todo esto acabaría.
—¿Acabar? Estaría lejos de acabar, aunque quizás sí, yo también iba a
morir, así que sí, todo habría acabado.
—Tu padre no te habría asesinado.
—No hablaba de él ¿Te das cuenta de que no tenías todas las piezas
madre?
—Entre lo que decía tu abuela a cada rato y lo que tu padre contaba me
pareció saber más que suficiente.
—Bien, te cuento el fragmento que te falta resumido en una frase. La
fortuna Brizuela, es de hecho propiedad legítima de los Lazcano, fue una
compensación, por decirlo de alguna forma. Una compensación que ni siquiera
se merecían, porque mi abuelo fue el que empezó con toda esta locura. Y tal
parece que se te contagio a ti.
—Lo lamento, si estaba equivocada me disculpo, pero tu padre realmente
quería descubrir si Lazcano era un pirata, buscaba al que había asesinado a su
padre, pero no pensó que fuese Lazcano, yo lo deduje con lo que me contaste,
tu padre ha deseado ponerle fin a esto hace tanto que…
—¿Ninguno pensó que el fin era solo dejar de buscar?
Santiago se levantó y salió del comedor enojado, directo a buscar a los
caballos. Zuri lo esperaba en la puerta cuando regresó. Irían primero a la cueva
a buscar otra parte del tesoro y luego a la casa de los Lazcano por las cosas
que faltaban. Por insistencia de Santiago, también buscarían la carta de la que
su padre había hablado, pues quería dejarle en claro, que aquella venganza ya
había llegado demasiado lejos y que de hecho estaba más que compensada,
con el tiempo que los Lazcano habían vivido en la ruina y los Brizuela como
una de las familias más opulentas de aquella ciudad.
A veces los recuerdos vienen mientras duermo y se van porque aun puedo
despertar.
Una nota antes de dormir.
Ya está anocheciendo, la luz del día se alejó de mi ventana...
Me gustaría mirar una vez más, las estrellas.
Poder sentir tus labios en mi mejilla y el latir de tu corazón en mi pecho.
Quisiera gritarle al mundo,
Que estoy cansada de demostrar, alegría todo el tiempo,
Cansada de sentirme sola.
Quisiera gritarle al mundo, que era feliz cuando estabas tú.
QUINTA PARTE