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Una

Historia de Amor sin Nombre


Por

Victoria Belén Silva López




Una presentación sutil


Hoy es un gran día para reflexionar sobre tantas cosas del ayer.
El ayer....
Fue divertido y debo recalcar con todo el ímpetu del mundo, que realmente
fue divertida la vida junto a ti, fue interesante, fue estresante, fue y seguirá
siendo tiempo pasado, un momento de mi vida que ya no volverá, que voy a
extrañar, que voy a intentar olvidar y después me detendré de nuevo, e
intentare evocar pequeños momentos felices y tristes de ese pasado divertido
interesante y estresante.
Nadie me dijo que contar memorias fuera tan difícil, pero al menos debo
intentarlo. Quisiera ser como esas personas que con sus letras, te llevan a
lugares y momentos de la vida en otros cuerpos, en otras mentes o en otros
mundos. Hacerte sentir la brisa, los sonidos, la alegría o el dolor que vive una
persona con solo unas pocas palabras.
Pero como debes haber notado, yo no soy ese tipo de ser majestuoso.
Yo solo soy otra persona normal. Intentare organizar palabras que puedan
detallar lo más breve posible, lo que fue de ti y lo que quedó de mí.
A ti te dedico las palabras aferradas a mí y que hasta hoy me había negado
a confesar, si pudiera hacer llegar mis palabras hacia ti, resumiría todo mi
mundo en las únicas dos palabras que nunca te di.
Nuestra historia terminara pronto, esperó no quedarme sola de nuevo y esta
vez me lleves contigo.
Tristeza, locura, agonía, felicidad, amor,
Para mí todo es lo mismo,
En el verso final,
Solo hay soledad.

PRIMERA PARTE
Tiempos de guerra presenta

Cap. 1. Escuálido torpe y débil.



La forma más fácil de recordar a alguien, es tener una muy mala primera
impresión sobre esa persona.
En las fronteras del infierno siempre hay batallas,
Y solo un puñado de valientes, pelean en el infierno,
Quizás fuese valiente,
Pero la valentía ha llevado tontos a la muerte.
Era sin duda alguna el cadete más raro de los que estaban bajo la dirección
del capitán Guillermo. Escuálido, torpe, débil; esas eran las cualidades que el
capitán solía recalcar cuando hablaba al respecto. Zuri Lazcano era su nombre,
otro motivo de burlas, pues la carencia de género de aquel apelativo causaba
risas entre sus compañeros. El capitán estaba cansado, pues ninguno de los
cadetes quería tener a Lazcano de compañero, sin importar cual fuera el
castigo por negarse. Varios se habían quejado de que era muy flaco, qué sus
manos eran muy delgadas, que se sentían incómodos cuando lo tenían cerca,
algunos incluso temían partirlo al medio si lo llegaban a golpear. Había
decidido ponerle un compañero permanente. Valiéndose de su condición de
padre y del hecho de que el cadete en cuestión era igual de patético que el
mismo Lazcano, cada uno sería responsable de la vida y la seguridad del otro,
pues si algo le sucedía, pagaría el mismo precio.
El capitán pensó que así, se animarían el uno al otro, al verse cada cual
más patético qué el anterior, con la esperanza de que ambos pensaran, qué
estaban allí para mantener al otro con vida. Su hijo Santiago, no era
precisamente su orgullo como cadete, era de hecho casi una réplica de
Lazcano. Sin importar cuánto se esforzara, Santiago caía irremediablemente
en la categoría de lo lamentable. Aquella idea de ponerlos juntos para no
escuchar más quejas había dado resultados para el capitán, no obstante Zuri y
Santiago no pensaban lo mismo. No se llevaban precisamente bien y para
desgracia de ambos ahora debían andar juntos. Pasaban la mayor parte del
tiempo sin dirigirse la palabra, procurando en lo posible ignorarse el uno al
otro, hasta qué no quedaba más remedio qué romper el silencio para
conversaciones muy específicas, como cuando se encontraban realmente
aburridos o querían evitarse un castigo.
—Oye Zuri ¿Te dormiste?
—No – respondió con cierto desgano–, pensé que tú te dormirías primero.
—Casi, pero quería estar seguro de que no te habías dormido tú.
—¿Quieres tomar turnos?
—¿Podemos? – preguntó Santiago entusiasmado–.
—Supongo que sí –dijo Zuri encogiéndose de hombros–, al fin y al cabo es
mejor que dormirnos los dos, como la última vez.
—Ese castigo no fue divertido, aun me zumban los oídos –se quejó
mientras sacudía la cabeza-.
—No y la verdad no estoy de humor para pasar por eso de nuevo.
—Tampoco yo.
—Entonces, cierra la boca y duérmete de una buena vez – ordenó en tono
enojón –, te despertaré cuando sea tu turno de vigilar.
—Gracias Zuri.
Esas era las conversaciones más comunes qué tenían. A pesar de lo poco
que hablaban, habían aprendido a llevarse mejor el uno con el otro. Aunque
realmente no eran amigos, estaban conscientes de que era más fácil sobrevivir,
con la ayuda de su compañero y evitando que muriera, para no morir de la
misma manera. Sin embargo, contrario a lo que se esperaría, con el pasar del
tiempo, mientras más se conocían, menos deseos tenían de estar el uno con el
otro. Lazcano se daba cuenta de que Santiago era bastante atento, casi al punto
de ser algo atosigante. Siempre estaba sonriendo cual imbécil y no conforme
con eso, era demasiado entrometido para su gusto. Santiago por su parte había
tratado con un esfuerzo sobrehumano ser lo más antipático posible, pero no lo
conseguía. Había comenzado a pensar qué estaba volviéndose loco.
Estaba aliviado por el hecho de que Zuri no le devolviera las atenciones
que él cometía sin pensar. Le había tomado afecto, quizás por el hecho de que
nunca había tenido una amistad, pensaba qué tal vez así se sentía tener un
amigo, aunque también pensaba qué eran los extraños comportamientos de
Zuri la razón. Entre aquellos comportamientos, llamaba su atención el
incontrolable temor qué Lazcano sentía por las serpientes, jamás había visto a
nadie reaccionar como Zuri lo hacía. En una ocasión en la que caminaban
hacia el cuartel, una víbora se cruzó en su camino, causando qué Zuri dejara
escapar un grito y subiera al árbol más cercano, negándose rotundamente a
bajar hasta qué el animal estuviera fuera de su vista.
—¡Serpiente!
—Oye espera. –extendió la mano para tratar de sujetar a Lazcano, pero se
le escurrió entre los dedos-.
—¿Esperar qué? –Preguntó con pánico– ¡Mátala!
—Pero es inofensiva.
—Ay si tú, inofensiva – reclamó fuertemente sujetó al árbol–, eso decían
de mi padre.
—Zuri baja ya –Santiago levantó la mirada para ver donde se había
subido–, vamos a llegar tarde, deja de actuar como tonto.
—¡Mata a la serpiente Santiago! –Gritó sin soltarse– ¡Mátala ya!
—No, bájate de ese árbol, nos volverán a castigar.
—Y será tu culpa por no matarla.
—Podemos tomar otro camino –sugirió con una sonrisa– ¿Qué opinas?
—¿Qué tan idiota crees que soy? –preguntó con molestia-.
—Tienes mi palabra, somos amigos, por favor.
—¿Por qué no quieres matarla? –Preguntó con tono enojado–.
—No lo merece, solo porque tú le tienes miedo, no hace nada, baja ya de
una vez o subiré la serpiente al árbol.
—Como la subas al árbol –dijo aferrándose con más fuerza-, te juro que
descubriré a qué le temes y lo pondré encima de ti mientras duermes.
—Si no puedes con una serpiente, mucho menos con un escorpión –dijo en
tono burlón–.
—¿Escorpiones? Interesante y no necesito tomarlo, solo se lo diré a todos
en el cuartel.
—Pues yo les diré que les temes a las serpientes
—Ya lo saben retrasado, casi rompí la nariz de tu padre por eso, en un
ataque de pánico.
—Oh sí, recuerdo eso. Pero no la mataré, vamos, baja ya, aún tenemos
tiempo de tomar otro camino, por favor, no quiero que me castiguen de nuevo.
—¿Tomaremos otro camino?
—Tienes mi palabra, baja de una buena vez, por favor.
—Bien, pero como nos acerquemos a la serpiente.
—Si ya te entendí. De cualquier forma ya se fue –Santiago miraba a su
alrededor tratando de encontrar a la serpiente –.
—¿A dónde se fue?
—No lo sé, quizás se subió al árbol.
—¡No! –Grito en pánico–.
—Espera, no saltes, vas a romperte las piernas.
Para sorpresa de Santiago, Zuri no solo saltó del árbol, sino que corrió a
toda velocidad en dirección al fuerte. Apenas si pudo darle alcance antes de
llegar de últimos a la fila y disimular el agotamiento antes de entrar, para
recibir sus respectivas tareas de ese día. El capitán notó de inmediato que
ambos venían cansados.
—Siempre los últimos, pero al menos esta vez, llegaron a tiempo ¿Les
sucede algo?
—No señor –respondió Zuri tratando de mantenerse en calma-.
—¿Y a ti Santiago?
—No capitán, nada nuevo que reportar.
—Magnífico, en unos meses serán las pruebas para los ascensos –dijo
mirando a su hijo y negando con la cabeza-, y espero que se lo tomen enserio,
ambos.
—Sí señor.
—Bien, aquí están sus asignaciones, váyanse ya.
—Sí señor –dijeron al unísono-.
No habían llegado muy lejos, cuando Santiago vio a Zuri arrugar la
asignación y lanzarla a una papelera junto a la que pasaba en ese momento, sin
siquiera leerla.
—¿Qué estás haciendo? –pregunto sorprendido–.
—Vamos al campo de prácticas –dijo con cierta tranquilidad–.
—¿De qué hablas?
—Quiere que te tomes en serio la prueba ¿De verdad necesitas leer la
asignación?
—Zuri, no puedes asumir que...
—Lee la asignación Santiago zalamero…
—No soy un zalamero –replicó–.
—Si lo eres.
Santiago leyó de mala gana la asignación, luego la arrugó y guardó
silencio.
—¿A dónde vamos señor zalamero? –preguntó en tono burlón–.
—Solo tuviste suerte –resopló–.
—Claro, fue suerte.
Justo como Zuri había dicho les tocaba práctica. Al llegar se encontraron
con un entrenador que ya los conocía hacía mucho, a ambos.
—Gusanos patéticos – les habló con desprecio– ¿Vinieron para ser
molidos?
—Él sí –dijo señalando a Santiago–, yo no tengo interés alguno en esto.
—Tu más que él deberías entrenar Lazcano, está cada vez más flacucho –
dijo mientras le miraba de pies a cabeza–, o quizás se agrandó tu uniforme no
lo sé, eres patético.
—Lo se señor, pero esa no es una novedad, cualquier entrenamiento será
inútil con un cuerpo como este ¿No es así?
—No te hagas el divertido, los dos harán el circuito básico completo seis
veces y luego pasarán al avanzado seis más.
—Sí señor –respondieron al unísono–.
Ambos comenzaron con la asignación mientras él los vigilaba,
animándolos a los gritos, hasta que no logró que se movieran, ni a patadas.
Después de terminar el circuito básico por completo, no pudieron pasar de la
cuarta vuelta en el avanzado.
—Son patéticos ambos –dijo agarrándose la frente y cerrando los ojos
mientras negaba con la cabeza–, como castigo vigilaran la puerta trasera de la
cocina, hasta que yo decida qué pueden moverse de allí.
—Sí señor –respondieron al unísono–.
—Váyanse de una vez.
Ambos se levantaron con las pocas fuerzas que les quedaban, llegaron a la
puerta de la cocina y cada uno tomó posición de un lado. Pasado un rato el
olor de la cena llegó a sus narices.
—Tengo hambre – se quejó –.
—Calla Santiago, por favor – exigió con cierta obstinación –, que lo digas
solo lo empeora.
—Lo lamento, pero, si deben darnos de cenar ¿No?
—Espero que sí, porque después de ese entrenamiento, tengo el apetito
despierto.
—Pues avanzamos más que la última vez – aseguró felizmente –.
—Habla por ti –refunfuño Zuri –, yo no me esforcé.
—Si continúas así, no lograras ascender.
—Yo no quiero ascender – expresó en tono molesto –.
—¿Por qué eres cadete Zuri?
—Por lo mismo que tu zalamero.
—No soy zalamero – protestó –.
—Estás aquí por tu padre, no quieres ser soldado.
—¿Acaso estás aquí por el tuyo? – preguntó sorprendido – Pensé que
estaba muerto.
—Está muerto – dijo lanzando un suspiro –, yo lo hago por mi madre.
—Eso es peor.
—Quizás, pero yo solo debó soportar unos meses más, tú en cambio serás
zalamero toda tu vida.
—Eso no es verdad – refutó –.
—Claro que sí – afirmó –, eres un hijo de papi, quieres ser como el
capitán, un zalamero para siempre.
—No es cierto – indicó enojado –, yo no quiero ser como mi padre.
—Por favor, quieres ser el próximo capitán Brizuela.
—¡Qué no!
—¡Claro que sí!
—Como sigas te romperé la cara.
—Ven aquí zalamero –dijo mientras le hacía un gesto de desafío con la
mano derecha – ¿Crees que te tengo miedo?
—Claro que sí, todos respetan al hijo del capitán
—¿Lo ves? – inquirió entusiasta – Eres un zalamero
—Y tú un imbécil, solo necesito encontrar una serpiente para qué se te
acabe lo valiente.
—Quiero verte encontrarla con los ojos hinchados – amenazó enojado –.
Antes de darse cuenta se estaban dando de golpes, sin pensar en el castigo
que se les vendría encima. No había pasado mucho cuando ambos estaban de
pie uno frente al otro con los rostros ensangrentados, tomando un respiro.
—Retráctate Lazcano – dijo respirando con cansancio –.
—Jamás zalamero.
—Imbécil.
—Puede que sea menos fuerte que tú, pero no me voy a dejarme vencer
por un niño de papi.
—¡No soy un niño de papi!
—¡Si lo eres!
—Te voy a tumbar los dientes que te quedan.
—Ven entonces – lo desafió –.
Estaban de nuevo revolcándose a golpes en el suelo, cuando el capitán, que
había escuchado el alboroto desde el comedor, llegó para separarlos.
—¿Qué les pasa? – discutió – ¿Quieren que los castigue de nuevo? ¿Acaso
no pueden llevarse bien? Respondan – exigió enojado –.
—No queremos un castigo señor – contestó Santiago –.
—No capitán – agregó Lazcano –.
—¿Entonces les parece divertido darse de puños?
—No señor – respondieron al unísono –.
—Quiero que vayan a dormir – indicó mirándolos a ambos –, los quiero
aquí mañana temprano, pensaré en un castigo bueno para los dos.
—Sí señor.
—Lárguense ya.
Ambos dejaron el cuartel y regresaron al cuarto que les tocaba compartir
en la barraca. Zuri decidió darse un baño para quitarse la tierra, antes de ir a
dormir, mientras que Santiago sólo se lanzó en la cama y se durmió. Era casi
medianoche cuando Santiago se sentó de nuevo en la cama, no podía dormir
del hambre que tenía.
—Zuri ¿Ya te dormiste?
—No ¿Qué quieres?
—Tengo hambre – protestó –, no puedo dormir.
—¿Y qué quieres qué haga? – preguntó con fastidio – Te comiste la
comida que tenía escondida.
—Hay un arbusto de moras – indicó con algo de entusiasmo –, no está
lejos.
—Ve a buscarlas entonces.
—No quiero ir solo – chilló –.
—Zalamero y llorón.
—Vamos, tú también tienes hambre ¿No?
—Sí, pero me rompiste el tobillo.
—¿De verdad? – preguntó con algo de preocupación –.
—Bueno, no está roto – dijo encogiéndose de hombros y mirándose el
tobillo –, pero si duele, no quiero caminar.
—Yo te ayudare, por favor, no puedo dormir con hambre – protestó –.
Lamento haberte golpeado, es que realmente no quiero ser como mi padre –
dijo mientras dejaba escapar un resoplido –. Él ya tiene un hijo del que está
orgulloso, me molesta que piensen qué quiero ser como mi hermano.
—Pero quieres ascender.
—No, simplemente no quería qué te desanimes.
—¿Yo? – preguntó con desconcierto –. Pero si yo no quiero estar aquí.
—Bueno, al menos eso si lo tenemos en común.
—Y el hambre – certificó –, vamos por esas moras, pero no me toques.
—Antipático.
Después de buscar las moras sin que los atraparan fuera de la cama,
regresaron a comerlas al cuarto, antes de acostarse a dormir de nuevo. En la
mañana, después del desayuno fueron con el capitán para recibir el castigo que
les había mencionado. Al cruzar la puerta, el capitán les entregó una
asignación
—Sinceramente no sé si están locos o solo son estúpidos ambos, pero no
quiero que esto se vuelva a repetir ¿He sido claro?
—Sí señor.
—Si capitán.
—El castigo me parece digno de su estupidez, no se tomen su tiempo,
quiero que todo esté listo para la cena ¿Quedó claro?
—Sí señor.
—Si capitán.
Al salir de la oficina, Zuri se percató de que Santiago no tenía ganas de
leer la asignación.
—¿Qué sucede?
—Creo que me estoy cansando de ser un zalamero – resopló –.
—No te culpo ¿Qué te tocó?
—Lavar los Perros y los Caballos ¿Qué hay de ti?
—Los Caballos y los Perros, bueno, tú perros y yo caballos.
—¿Por qué? – preguntó confundido –.
—Por qué es tu padre, claramente quiere que laves los perros porque son
más pequeños, no te castigará más que a mí – afirmó –.
—Pues entonces yo quiero lavar los caballos.
—No seas estúpido.
—¿Mitades?
—Parece más sensato.
—Vamos entonces.
Mientras caminaban cambiaron de opinión y decidieron trabajar los dos en
lo mismo para terminar ambas tareas más rápido. Cuando se acercaba la hora
de almorzar, terminaron de asear a todos los perros, treinta y dos cazadores
negros, lavados, secados y sin pulgas. Fueron a comer y regresaron a terminar
con los caballos, que afortunadamente no tuvieron que mojar, con lo que solo
los cepillaron a todos y les ajustaron las herraduras, cuarenta caballos,
peinados, ajustados y listos. Apenas a tiempo para cenar.
—Listo, al menos esta vez no estamos empapados ¿Verdad?
—Me pregunto si tu padre se pondrá de buen humor, cuando sepa qué
ayudaste con los caballos.
—No lo sabrá.
—Apestamos, quiero darme un baño, no me gusta oler a perro.
—Y a caballos – agregó con cierto tono de burla –.
Estaban por irse cuando el capitán apareció.
—Bien hecho los dos – dijo mirando a los animales –, tienen una tareíta
adicional, para que el castigo esté completo, revisarán las trampas del río,
quiero comer un pescado en la cena, vayan de una vez.
—Si capitán.
—Sí señor.
El capitán se retiró y Santiago tuvo que sujetar a Zuri de los brazos, para
que no le lanzara un cepillo para caballos que acababa de tomar del suelo.
Afortunadamente Santiago logró que se detuviera antes de que el capitán se
volviera a verlos. Le llevaba sobre su hombro de camino al rio.
—¿Puedes bajarme ya?
—Te devolverás a golpear al capitán – dijo muy seguro –.
—No, no golpearé a tu querido padre, ahora bájame – exigió –.
—Bien.
—Gracias y no vuelvas a tocarme.
—Lo lamento, pero nos ibas a meter en líos.
—Solo a mí, él no te castigará a ti.
—No sigas con eso, claro que me castiga.
—Ahora vamos a terminar empapados – protestó –, odio eso.
—Bueno – sonrió –, te quitarás el olor a perro.
—Cállate.
Después de revisar las trampas y sacar todos los peces, regresaron
empapados y apestando a pescado hasta la cocina para entregarle los pescados
al cocinero. Por como olían no los dejaron comer con el resto así que les tocó
comer afuera.
—Bueno – dijo Santiago con alivio –, al menos podemos cenar.
—Supongo que es mejor, que volver a comer moras.
—Pero – se quejó –, está haciendo frio.
—Estás mojado, es normal que tengas frío.
—¿Por eso tiemblas? – preguntó sonriente –.
—Es culpa de no tener grasa en el cuerpo – aseguró –.
—Esta noche voy a dormir como un oso.
—Espero que no, te lo tomas muy en serio en la parte roncar.
—Yo no ronco – protestó –.
—Claro que sí, ahora cállate y termina de comer – reclamó con enojo –,
quiero ir a cambiarme, antes de pescar un resfriado.
No creo que sentir frio sea extraño pero ¿Y si fuese en abril?
Una nota curiosa.
Una frase un tal vez,
Algún verso en abril,
Esas cosas simples, me recuerdan a ti.
Cuando alguien me habla de amor,
Mis letras se llenan de miedo,
Soy la sombra de alguien mejor,
Que ríe y llora por miedo,
Fui la nieve en abril,
Soy la tinta, en un mar de miedo.

Cap. 2. Maestra de música.


Las pequeñas cosas a veces me parecen un tanto difíciles de recordar, pero


cada pequeño acontecimiento cuenta, no importa si es bueno o malo.
En las fronteras del infierno, hasta los más valientes sienten frio. Se
apodera de ti cada vez que la muerte pasa a tu lado, es como sentir un beso por
primera vez. Un torrente de sensaciones inexplicables y al final lo único que
distingues, es el frio recorriendo tu cuerpo. Solo unos pocos valientes disfrutan
los besos llenos de amor en los labios de la muerte.
Aquella noche después de cambiarse, se fueron a dormir y justo como
Santiago predijo acabó durmiendo como un oso y como Zuri dijo también
roncando. Pero ni siquiera eso bastó para despertar a Zuri qué no estaba muy
lejos de alcanzarlo en agotamiento. En la mañana mientras caminaban de
regreso al fuerte, fueron interceptados por un grupo de cadetes de su propio
batallón, quienes los separaron y tras darle una paliza a Zuri, qué en vano
procuró defenderse tanto como pudo; los encerraron a cada uno en una celda
diferente. Santiago estaba cansado de gritar cuando por fin un soldado de
mayor rango, que él conocía perfectamente bien, apareció.
—Lo lamento Santiago – dijo enojado –, no se suponía qué te encerraran a
ti, son unos idiotas – añadió mientras abría la puerta de la celda –.
—Esto fue tu idea ¿No es así? – preguntó sin sorpresa –.
—Eres hijo del capitán, – dijo mirándolo enojado –. los guardias me
contaron qué te dejaste vencer por el don nadie de Lazcano – rezongó –, no
puedes humillar a nuestro padre así.
—Ya habíamos resuelto nuestras diferencias – aseguró –. y no necesite tu
estúpida intervención para eso – dijo dándole un empujón –.
—Claro, – sonrió –. pero ahora él luce más golpeado que tú – añadió con
cierto aire de satisfacción –, sal de allí.
—¿Dónde está Zuri?
—¿Lo llamas por su nombre? – inquirió confundido –. qué patéticos son
los dos, debe estar en alguna de esas celdas.
—Dame la llave.
—Yo no la tengo tonto, debo irme, llegare tarde – dijo mientras se alejaba
por el pasillo –. Mi padre no te castigara por perder a tu perro, no te
preocupes.
—Eres un idiota.
Santiago comenzó a buscar de celda en celda después de que su hermano
se fue. Cuando encontró a Zuri no pudo evitar sentir terror. Vio que la llave
estaba dentro de la celda a su lado, quizás con la intención de que saliera
cuando se pudiera levantar, pero estaba claro qué le tomaría un buen periodo
despertar a menos que hiciera algo. Santiago sacudió la puerta con fuerza,
haciendo la mayor cantidad de ruido posible, hasta que alcanzó a escuchar un
quejido.
—Zuri ¿Me oyes? dime algo, por favor.
—Cállate Santiago, me duele la cabeza.
—Qué alivio, no estás muerto.
—Zuri escúchame, la llave está a tu lado debes salir de allí.
—No quiero salir, tu hermano tiene razón, tu padre no te castigara por
perder un perro. Yo ya me cansé de esto.
—¿De qué hablas? vamos sal de una vez.
—No debí aceptar, debí negarme desde el principio.
—Te sacaré de allí, bucare otra llave.
—Déjame en paz zalamero, esto es bueno para ambos.
—¿Qué?
—A ti te ascenderán y yo seré libre de irme antes, podré irme de esta
ciudad y terminar con esta pesadilla.
—Ya empiezas a decir sandeces, buscaré la llave.
—No te atrevas.
—Te llevare a tiempo, así tenga que cargarte, no voy a dejar qué te rindas.
En vano se cansó Santiago de buscar una réplica de la llave. Si lo pensaba
con calma, tenía sentido ¿Por qué tendría una celda dos llaves? Regresó
entonces y se sentó contra la puerta de la celda.
—Zuri, necesito que te levantes.
—Déjame en paz Santiago, acaba de irte de una buena vez, mira, sino le
dices a nadie que estoy aquí, moriré de hambre y nadie lo sabrá.
—No es eso, es que mi hermano dijo algo más y tengo miedo de decírtelo,
por eso necesito que te levantes y salgas de allí, porque si lo descubres
entraras en pánico y te vas a lastimar.
—No me vas a engañar con eso, déjame en paz.
—Como quieras, dejaron una serpiente en la celda contigo, imbécil.
La reacción fue justo la que Santiago esperaba, se apartó de la puerta justo
cuando se abría, pero antes de que Zuri pudiera escapar, le sujeto de los brazos
antes de que se lastimara más.
—¡Calma! Te mentí, no hay nada allí.
—¿Qué?
—Lo lamento pero no podía dejarte allí dentro.
—Te matare miserable, zalame…
—¿Zuri? No, no, por favor despierta, demonios.
Santiago se subió a Zuri al hombro, tratando de no causarle más daño. Se
percató entonces de que estaba vendado bajó el uniforme, lo que de inmediato
llamó su atención, pero tenía prisa, así que salió de allí y llegó hasta la oficina
del capitán justo antes de que saliera.
—Pero ¿Qué rayos les paso? ¿Qué le sucedió a Lazcano?
—Pues a Damián le pareció divertido, hacer respetar al hijo del capitán.
—¿De que estás hablando?
—Hizo golpear a Lazcano para que pareciera más golpeado que yo, porque
a su parecer, que yo sea tu hijo debe ser razón de temor.
Aun hablaban cuando Zuri reaccionó.
—Santiago, bájame por favor.
—Zuri ¿Estás bien?
—¿Cuándo ha sido estar bien, colgar de cabeza?
—Lo lamento.
Santiago colocó a Zuri en el suelo con cuidado, antes de que el capitán
comenzara con las pesquisas.
—Lazcano ¿Qué paso?
—Pues, nos dieron una golpiza capitán.
—¿Cuántos cadetes?
—Diez alcance a contar yo.
—¿Puedes ponerte de pie?
Zuri intentó levantarse, pero de inmediato cayó de nuevo al suelo, lo
intentó de nuevo y volvió a caer. Santiago se acercó para darle una mano, pero
Zuri se negó a recibir ayuda hasta que tras el quinto intento logró levantarse.
—Diez cadetes y puede ponerse de pie, tienes un orgullo muy grande
Lazcano. Esto está mal, Santiago.
—¿Si señor?
—Lleva a Lazcano a las barracas, creo que tiene rotas las costillas, yo voy
a buscar a tu hermano.
—Sí señor.
El capitán dejó la oficina en ese momento. Con ayuda de Santiago, a
regañadientes Zuri llegó a las barracas y se dejó caer en la cama.
—Voy por el médico.
—No te atrevas.
—Pero te han dado una paliza.
—Gran novedad, no es la primera vez, quiero dormir, con eso bastara.
—¿De verdad?
—Sí.
—Zuri ¿Para qué son las vendas?
—¿Qué vendas?
—Las que tienes bajó el uniforme.
—Para evitar el frio y amortiguar los golpes.
—No lo hacen muy bien.
—Yo creo que sí.
—¿Seguro que todo está bien?
—Sí, solo voy a dormir un rato.
Después de estar seguro de que se había dormido, Santiago salió a buscar
al capitán. No pasó mucho cuando lo vio venir desde el campo de práctica.
—¿Dónde está Lazcano?
—Durmiendo.
—¿Lo dejaste solo?
—No se lastimara dormido.
—No, pero no sabes si algún cadete decida terminar lo que empezaron los
otros.
—No pensé en eso.
—Ve para allá, ahora mismo, lo necesito vivo para que señale a los
responsables junto contigo, de lo contrario deberé matarte a ti.
—Sí señor.
Santiago llegó tan rápido como pudo y como esperaba, todo estaba como
lo había dejado. Se tumbó en su cama y pensó en aquello como una tarde libre.
A la hora de la cena fue a buscar algo en la cocina y regresó con ambas cenas.
Se sorprendió de ver a Zuri de pie junto a la cama, tratando de tomar una
valija de una repisa alta.
—¿Qué estás haciendo? Deberías estar en la cama.
—Llegue a mi límite, me retiró, me iré a casa, mejor renunciar vivo, que
volver en una caja, porque ni mi madre me querrá enterrar cuando me
regresen.
—¿De qué hablas? Deja de decir tonterías, vamos mírate, pudiste ponerte
de pie.
—Es porque no sabes cuánto tiempo tengo peleando para levantarme.
—El capitán dice que debes tener las costillas rotas ¿Quieres que vaya por
el médico?
—Ya te dije que no, solo quiero mi valija.
—Por favor Zuri, puedes soportar un poco más, no falta mucho para las
pruebas, después del ascenso nadie nos molestará.
—Creí haberte escuchado decir, que no querías estar aquí.
—Sí, pero irse con el ascenso es menos humillante, si te vas sin eso te
llamaran desertor y jamás te dejaran en paz.
—Créeme Santiago, después de que me vaya, nadie sabrá que fue de mí,
no habrá forma de que sepan que soy yo.
—Está bien, digamos que tienes razón, pero ¿Estas consciente de que te
darán una paliza por desertar antes de que te vayas?
—Con algo de suerte moriré.
—Vamos Zuri por favor, puedes llegar a las pruebas y luego solo te vas,
además…
—¿Además?
—No quiero que asignen a alguien más conmigo, ya no nos llevamos tan
mal y al menos tú tienes la sinceridad en la punta de la lengua, los demás me
tratan como al hijo del capitán, no quieren ser mis amigos, solo me tratan por
mi padre.
—No somos amigos.
—Si lo somos, yo te considero mi amigo, por favor.
—¿De qué te serviría a ti que me quede?
—No tener que adaptarme a un imbécil diferente.
—¿De qué me serviría a mí?
—Podrías recuperarte de la golpiza, señalar a los culpables conmigo y
disfrutar de verlos castigados, además en tu estado no te pondrán tareas
difíciles ¿Qué harás en casa con tu madre?
—Buena pregunta.
—Vamos solo serán unos meses, dos exactamente, no es tanto tiempo, por
favor, no quiero otro imbécil.
—Supongo que está bien.
—Fabuloso, deja eso entonces, aquí está la cena.
—Vaya, la trajiste hasta aquí.
—Sí, el capitán teme que si te abandono, los otros cadetes te rematen y él
deba matarme a mí.
—Es comprensible.
Después de la cena, se volvieron a tumbar, pero Zuri no tenía sueño,
después de dormir toda la tarde. Se levantó, se dio una ducha rápida, se vistió
y regresó a la cama. No tardó demasiado en volverse a dormir, pero no
despertó a tiempo para desayunar. Santiago se había comido el desayuno pero
decidió que sin duda Zuri debía descansar. Era casi mediodía cuando logró
despertarse.
—¡No puede ser! ¡No me levante!
—Relájate, el capitán dijo que nos tomáramos el día, que antes de la cena
debíamos ir a señalar a los responsables, me muero de ganas de ver la cara de
Damián ¿Tienes hambre?
—Sí.
—Fabuloso, iré por el almuerzo.
—¡Santiago!
—¿Sí?
—Yo voy contigo.
—¿Caminaras?
—Sí, estoy bien, te lo aseguró.
—Bien, vamos.
Al llegar al comedor, tomaron la comida y regresaron a la barraca.
Santiago procuraba caminar despacio en consideración a Zuri, quien además
venía con la cabeza baja y en silencio.
—¿Te sucede algo?
—¿Qué?
—¿Qué si te sucede algo?
—No, nada.
—Generalmente no hablas mucho Zuri, pero estas actuando raro.
—No es nada, no hay de qué preocuparse
—¿Qué piensas entonces?
—Pienso que tomara algo de tiempo que esto sane y que después del
castigo esos miserables quizás regresen y ahora vendrán por ambos.
—¿No quieres delatarlos?
—Por el contrario, si quiero, pero necesito pensar que hacer cuando
vuelvan.
—No pasara nada relájate.
Después de comer, regresaron al campo de práctica donde el capitán los
esperaba. Todos los cadetes estaban allí, pero a Zuri y a Santiago solo les tomó
un momento señalar a los responsables, incluido el hermano mayor de
Santiago. El capitán les asignó los castigos correspondientes. Santiago y Zuri
se quedaron a mirar antes de bajar a cenar y luego regresar a dormir. Justo
como Santiago había mencionado, mientras Lazcano se recuperaba, el capitán
les daba a ambos tareas más fáciles, algo que ambos pudieron disfrutar. Pero
Damián no estaba contento con lo que Santiago había hecho y decidió intentar
hacer a su hermano darse cuenta de su error. Se acercó a conversar con
Santiago mientras vigilaba una de las esquinas del muro del fuerte, mientras
que Zuri estaba en la otra punta, a la vista, pero no lo bastante cerca para
escuchar.
—¿Qué haces aquí?
—¿Por qué me entregaste?
—Lo que hiciste estuvo mal y lo sabes.
—Por favor es solo un perro y no solo es un perro, es el perro más raro del
mundo.
—Quizás sea porque no es un perro, sino una persona Damián.
—Vamos Santiago, de verdad ¿No notas lo extraño que es?
—¿De qué hablas?
—No importa cuánto se esfuerce no hace músculos, es súper delgado, tiene
la voz muy aguda y sus manos son tan flacas, no es normal.
—Quizás está enfermo de algo, pero no te da razones para ser cruel.
—Pues te vas a contagiar de lo que sea que tenga si sigues siendo tan
amable.
—¿Qué podría importar? No cambiare demasiado si eso pasa, no puedo ser
como tú, ya lo intenté, soy patético, ascenderé a mi modo.
—Dudó que lo logres, y dudo aún más que el enclenque de Lazcano lo
haga.
—Ya verás que equivocado estas.
—Puede que me equivoque sobre eso, pero deberías tener cuidado, está
claro que Lazcano es muy extraño.
—Quizás sea así, pero me cae bien.
—Estás loco.
Aquellos detalles Santiago si los había notado, pero ahora que Damián los
mencionaba se volvían un poco más evidentes, pero no podía averiguar lo que
tenía solo con saber los indicios, pensó que tal vez si le preguntaba Zuri se lo
diría, pero tendría que tener mucho tacto para hacer eso. Se había dedicado a
ponerle más atención, pero aquello acabó teniendo una consecuencia que
Santiago no esperaba. Estaba convencido de estarse volviendo loco, pero
sentía que algo en Zuri le agradaba y mucho, de una forma que no era natural
en su opinión, ya antes se había sentido así, pero era un niño entonces y estaba
seguro de que su maestra de música no era como Zuri. Sin embargo aquella
comparación lo hizo percatarse de que tenían ciertas similitudes. Procuró
negárselo a si mismo tanto como pudo para convencerse de que estaba
equivocado, se había vuelto más desagradable con Zuri y procuraba
mantenerse alejado tanto como le fuera posible.
Decidió dejarlo pasar mientras pensaba como descubrir que le sucedía,
antes de que llegara el día de la prueba. Se había decidido a averiguar que
sucedía con Zuri, y que era aquello que le causaba esa sensación tan extraña.
Por desgracia para él se había vuelto más atosigante que antes y esto había
llevado a Zuri a su límite. Una tarde en la que caminaban hacia el fuerte y
Santiago lo miraba fijamente cada tanto.
—¿Qué rayos te pasa?
—Nada.
—¿Acaso enloqueciste?
—No ¿Por qué preguntas?
—Estas actuando muy extraño ¿Qué rayos es lo que quieres?
—¿Sufres alguna enfermedad Zuri?
—¿Qué? No, claro que no.
—¿Estas completamente seguro?
—Sí, lo estoy, aléjate de mí.
—¿Por qué eres tan delgado?
—No lo sé, quizás porque mi madre era muy delgada ¿Cómo voy a
saberlo?
—¿Cómo era tu padre?
—¿Para qué quieres saber eso?
—Es que no comprendo, porque eres tan extraño.
—¿Ahora es que lo notas? Gracias, casi lograste que me sintiera normal
todo este tiempo.
—Lo lamento mucho, es solo que…
—No te preocupes, tarde o temprano tendría que pasar, afortunadamente
no falta mucho para la prueba.
—¿De qué hablas?
—De que mi extrañeza ya no te resultara molesta.
—¿De verdad te iras?
—Sí, ya dije que lo haría.
—Bueno siempre podrás mandarme una carta alguna vez.
—Claro, tratare de recordarlo.
Para la mayoría de las personas recibir cartas no es extraño pero ¿Y si la
carta en sí misma es ya muy extraña?
I. Otra nota y nada más.
Esta carta no es para ti,
Es para alguien normal.
Alguien que no sabe de letras,
Alguien que nunca sabrá,
Todo lo que sentí por ella.
Soy letras y letras nada más,
Yo nunca supe ser otra cosa,
Que un puñado de letras al azar.
Esta carta no es para ti,
Es para el amor que perdí,
Fui alguien k no se enamora
De tontas que vienen y van.
Esta carta no es para ti,
Es para una ilusión,
Es para la estrella en el cielo,
Que nunca me niega su amor.
Esta carta no es para ti,
Es para algún recuerdo perdido,
De alguien,
O de algo,
Y nada más.
Imagino k si esto fuera para ti, serian tonterías nada más.
Esto no es una carta,
Es solo un intento extraño, de un extraño,
Que recuerda
Que si fueron
Que te quiso
Y te fuiste
Y paso.
Hoy son recuerdos de alguien más,
Que no fueron,
Que no han sido,
Ni tuyos,
Ni míos,
Son de otros tontos, que pensaron que serian.
Y al final
Son recuerdos nada más....

Cap. 3. ¡Lazcano es solo una víbora!


No tengo mucho que opinar de las despedidas, solo quizás que son muy
solitarias.
I. Al final de la frontera no existen héroes o leyendas, dioses o guerreros,
mortales o inmortales. Al final de la frontera solo espera una oscura y
tranquila soledad.
Santiago no podía evitar sentirse aliviado con la idea de que se iría y no
volvería a saber de él, incluso sino descubría lo que quería saber, era más fácil
de esa manera. Mientras más se acercaba el día de la prueba, más intensas se
volvieron las asignaciones del capitán, llegando al punto de dejar a todos fuera
durante una noche de tormenta como un extraño método de motivación.
Aquella mañana regresaron a las barracas empapados, se cambiaron a toda
prisa la ropa por algo seco y regresaron a buscar las asignaciones de ese día,
pues no tenían permiso de dormir. Les tocó limpiar los establos y las barracas,
pero por más que Santiago lo intentaba no lograba seguirle el pasó a Zuri, algo
que llamó su atención, pues él generalmente era muy molesto con su
optimismo y su exceso de energía.
—Oye ¿Qué pasa contigo zalamero?
—Estoy bien, solo cansado.
—No, no es así, estás enfermo.
—¿Qué?
—Te resfriaste.
—No, no es así, es solo cansancio te lo aseguro.
—Vamos, nos tocan las barracas, ya casi acabamos, quédate tumbado
mientras yo termino.
—Estoy bien.
—Si claro, de las mil maravillas, creo que tienes fiebre ya. Vamos te
ayudare a llegar a la cama.
—Si el capitán se entera…
—Sí tú no dices nada, yo no diré nada. Vamos, ya te debía el favor.
Después de llegar a las barracas Zuri dejó a Santiago sentado en la puerta y
termino lo más rápido posible. Sabía que tenían que presentarse ambos ante el
capitán para entregar sus asignaciones completas y luego ir a cenar, así que lo
dejó dormir para que pudiera levantarse cuando llegara la hora. Casi se acaba
igual que Santiago de no ser por el sonido de un pájaro que le sacó del
embeleso. Se levantó tan rápido como pudo, despertó a Santiago y llegaron a
tiempo con el capitán para entregar la asignación, pero en lugar de ir al
comedor, regresaron a las barracas y después de dejarlo en la cama, Zuri fue a
buscar ambas cenas y regresó, lo despertó para que cenara y luego lo dejó
volverse a dormir. Se levantó casi a medianoche para asegurarse de que la
fiebre no lo estuviese matando y lo despertó al colocarle la mano en la frente.
—Bueno, ya no tienes fiebre y sigues vivo ¿Cómo te sientes?
—Bastante mejor, tienes las manos suaves y frías.
—Creo que la fiebre te atrofió el cerebro, vuélvete a dormir.
—Tengo hambre.
—Es media noche, la cocina ya cerró.
—¿Vamos por moras?
—Debe ser una broma ¿Qué no estabas enfermo?
—Estaba, ahora tengo hambre, por favor.
—Bien, vamos por moras.
—Gracias Zuri.
—Pero luego a dormir, tengo sueño.
—Claro que sí.
Después de comer moras hasta el cansancio regresaron a dormir. Por
fortuna para ambos la fiebre no regresó, por lo que pudieron seguir con sus
asignaciones sin más problemas hasta el día de las pruebas. Tres escrutinios
era necesarios para ascender entre los soldados y dejar de ser un cadete. La
primera una prueba de combate cuerpo a cuerpo por turnos, la segunda una
carrera a caballo a campo traviesa y por último una pista de obstáculos
avanzada que el capitán Brizuela acababa de reforma. Diez parejas de
principiantes iban a pasar aquellas pruebas para ascender o seguir siendo
cadetes por un año más. Santiago estaba decidido a pasarlas todas, Zuri no
estaba igual de emocionado, pero si ya había llegado hasta allí, bien podía
hacer el intento. La primera prueba, un combate cuerpo a cuerpo entre cada
cadete y tres soldados avanzados era generalmente la más difícil de pasar.
Damián había decidido participar para tomar la oportunidad de desquitarse
de Zuri y de su hermano. Las reglas eran sencilla, si vencían a dos de tres,
pasaban la prueba, si vencían a los tres pasaban con honores. Conforme cada
grupo iba pasando varios iban quedando descalificados, los más débiles
generalmente. Los más fuertes acababan golpeados pero lograban pasar la
prueba con al menos dos soldados vencidos. Santiago estaba muy emocionado
con aquella evaluación, estaba seguro de poder pasarla, pero Zuri no se sentía
de humor para aquella prueba en particular, aun le dolían las costillas de la
última golpiza, si lograban darle un golpe en el lugar correcto quedaría fuera
de combate sin siquiera empezar.
Santiago decidió pasar primero, y aunque iba con la intención de dar todo
lo que podía, notó de inmediato que lo habían dejado ganar, algo que logró
hacerlo enfadar pues odiaba que no lo tomaran en serio, sabía que Damián
había tenido algo que ver, pero no podía probarlo. Cuando fue el turno de Zuri,
bajó a la arena de mala gana, pues por más que se quejó, el capitán le negó
rotundamente que se retirara del examen. Damián cambió lugares con uno de
los soldados para poder desquitarse como quería pero no logro ser el primero
en entrar. El primer soldado le doblaba la estatura, sin dudarlo logró que diera
un paso atrás y antes de que el capitán pudiera decir nada, alcanzó a ver a
Lazcano correr a toda prisa con el mastodonte pisándole los talones.
Zuri estaba pensando tan rápido como podía que se suponía que debía
hacer, estaba más que claro que si lo llegaba a tocar un solo golpe bastaría
para causarle la muerte, necesitaba resolverlo sin que lo tocara, en medio de
las risas de sus compañeros, comenzó a correr cada vez más deprisa, con el
otro soldado corriendo detrás, logró hacer al gorila enfadarse tanto como pudo
y luego comenzó a disminuir el paso, lo dejo rozarle la espalda y comenzó a
correr de nuevo directo a la pared de la arena. El capitán miraba curioso, pero
le tomó solo un segundo saber lo que Lazcano tramaba, si le salía bien de
seguro ganaría, de lo contrario iba a sufrir una muerte horrible. Justo como
planeo, al llegar al muro Zuri se agachó y se deslizó por debajo del otro
soldado sin que este lo tocara. Al no poder detenerse, el mastodonte se estrelló
de golpe contra el muro haciendo temblar la arena y rompiéndose la cara,
quedó inconsciente de inmediato.
Las risas fueron silenciadas enseguida, al ver que el gorila no se podía
levantar, había sido vencido por alguien de un cuarto de su peso y la mitad de
su estatura. Nadie lo podía creer y aunque era el ganador indudable, Zuri
estaba en medio de un ataque de miedo, sabía que venía otro soldado y a ese
no podría engañarlo de la misma forma, necesitaba pensar lo más rápido
posible que hacer. Se percató de que el cinturón del mastodonte estaba lleno de
pequeñas bolitas de metal que lo decoraban, le arranco entonces el cinturón y
arranco cada una de las bolitas decorativas y las metió en su boca, justo
cuando el otro soldado entraba a la arena. Aquel era más delgado y de su
misma estatura, pero seguía siendo un soldado experimentado. Zuri no se
movió, lo dejó que se acercara lo suficiente mientras alardeaba, saludando al
resto de los soldados que lo apoyaban.
Cuando estuvo lo bastante cerca, antes de que pudiera asestarle el primer
golpe, Zuri comenzó a escupir directo hacia su boca abierta cada una de las
bolitas de metal que había escondido, hasta que logró hacerlo tragarse un par
de ellas, causando que se ahogara y comenzara a toser, cuando cayó de rodillas
tratando de recuperar el aliento, después de escupir las bolitas, Zuri aprovechó
el momento y le dio un golpe en la nuca que le estrelló la cabeza contra el
suelo y de nuevo se deshizo de su oponente sin que le pusieran un dedo
encima. Pero antes de poder pensar que hacer con el siguiente, Damián entró a
toda velocidad a la arena y sin detenerse le asestó un golpe en el estómago que
hizo a Zuri escupir el resto de las bolitas junto con un buche de sangre,
retrocedió tres pasos sosteniéndose el estómago, pero no cayó al suelo.
—Vamos Lazcano ¿Qué planeaste para mí?
—Mal nacido.
—¿Qué dijiste?
—Mal nacido.
—Te hare callar.
Zuri realmente no había pensado que hacer con Damián, pero hacia
bastante tiempo que tenía ganas de sacarle los ojos y que mejor oportunidad
que esa. Sabía que le iba a doler el golpe así que mantuvo el brazo izquierdo
sobre su estómago para frenarlo tanto como le fuese posible y dejó que
Damián se acercara. Antes de sentir el golpe enterró los dedos en sus ojos con
toda la fuerza que tenía, haciéndolo gritar y retroceder sin que lograra
golpearlo. Antes de que Damián pudiera reacciones y recuperar la visión,
Lazcano aprovecho el tiempo para darle de patadas en el rostro y en el
estómago una y otra vez. Antes de darse cuenta Damián le había sujetado una
de las piernas haciendo que callera al suelo, pero al caer Zuri se sujetó del
cinturón de su pantalón tomando todo lo que pudo de su ropa y tirando de ella
hacia arriba y causándole un serio dolor en el escroto, que bastó para dejarlo
fuera de combate de ipso facto.
De inmediato se escucharon sonidos de quejidos y lastima por parte del
resto de los soldados y cadetes que miraban el combate.
—Lo lamento mucho, eso no era lo que quería hacer.
—Muy bien Lazcano, me sorprendes, el único que realmente ha vencido a
sus tres oponentes y debó decir que de forma muy original y dolorosa, no
esperaba eso de ti.
—Es un tramposo.
—Lo siento Damián, en la guerra y en el amor se vale todo, Lazcano pasó
su prueba.
Después de terminar, pasaron a la siguiente prueba, la carrera a campo
traviesa en la que Damián no pudo participar, por no poder subirse al caballo.
Sin embargo decidido a vengarse, envió a dos de sus aliados a causarles
problemas a Zuri y a Santiago que seguía de su lado pues si fallaban dos de las
pruebas no aprobarían. A mitad de la carrera, varios soldados decididos a
detenerlos, comenzaron a atacarlos, para hacerlos caer de los caballos, Zuri
que iba adelante fue el primero en ser atacado, entre seis de ellos los rodearon
haciéndolo caer, pero cuando se disponían a atacar a Santiago, pasó a toda
velocidad entre ellos, tomó a Zuri de la mano y lo subió a su caballo.
—¿Qué haces? Vas a perder.
—Cierra la boca y lánzales algo, para que se caigan ellos, yo llevó el
caballo, tu evita que nos tiren al menos ¿No?
—Buena idea, pero no vayas tan rápido o acabare por caerme yo.
—Si bajó la velocidad nos alcanzan Zuri, date prisa, sácalos del medio.
—Entra al bosque.
—¿Qué?
—Entra al bosque, quiero buscar manzanas.
—Oh, ya entiendo.
Santiago siguió la orden al pie de la letra y pasó junto a cada árbol que
pudiera estar cargado, mientras que Zuri, de pie sobre el caballo, tomaba todos
los frutos que podía arrancar y los usaba como proyectiles contra los soldados
que los seguían, haciendo caer al menos a tres de ellos.
—Ya casi llegamos, siéntate.
—Ya era hora.
El capitán no pudo evitar sorprenderse al ver que ambos venían en el
mismo caballo pero al mirar que los seguían, quedo claro para él lo que
sucedía, decidió no mencionar nada al respecto y aprobó el examen de uno y
otro, para pasar a la siguiente prueba a la que solo llegaron once cadetes. La
tercera, la más sencilla de las tres era una pista de obstáculos, diseñada para
los más resistentes y no para los más fuertes. La condición era sencilla, solo
debían completar el circuito y nada más. Santiago se sentía de nuevo bastante
emocionado, mientras Zuri solo pensaba en el intenso dolor que sentía después
del golpe que Damián le había dado y la caída del caballo que por poco no le
rompe el cuello, decidió ser el último cadete en cruzar el circuito para
descansar un poco, por lo que casi se dormía cuando fue su turno.
Se acercó al inicio de la pista y estaba por comenzar cuando alguien lanzó
desde las tarimas una serpiente que cayo justo a sus pies, haciendo que de
inmediato entrara en pánico y comenzara a correr tan lejos de ella como sus
pies se lo permitieran. El capitán de inmediato le dio una buena reprimenda a
Damián, quien estaba seguro de que Zuri abandonaría el circuito, corriendo en
dirección a la salida, pero en lugar de eso, se había subido al punto más alto
del muro de escalada, en tiempo récord y se negaba a bajar.
—Lazcano, baja de allí.
—¡No!
—Con un infierno, Lazcano es solo una víbora.
—Bien, si es solo una víbora ¿Por qué no le da un beso a ver qué tan
divertido le parece morir envenenado?
—Tarde o temprano tienes que bajar, pero hazlo del otro lado, termina el
circuito vamos, ya hiciste la mitad.
— ¿La mitad?
—Si lo terminas yo mismo me desharé de la víbora.
Aun en medio del pánico logró bajar con mucho esfuerzo, pues recordó
justo entonces el dolor que tenía, que le hacía bastante difícil el trabajo. Logró
terminar el circuito como el más lento de los participantes, pero como la
condición era terminarlo, había aprobado. Damián no lo quería creer, estaba en
extremo enojado. El capitán estaba bastante sorprendido y la verdad, se sentía
muy orgulloso de que Santiago hubiese terminado las tres pruebas, aunque
realmente solo había aprobado las dos últimas. Sin embargo una sorpresa
mayor llego para el capitán cuando Lazcano se presentó en su oficina un par
de días después de recibir su total aprobación, con una carta de baja. Lo miró
con cierta curiosidad, pero sabía que no conseguiría una explicación de aquella
decisión y tampoco que cambiara de opinión, por lo que decidió simplemente
aprobarla y acabar con eso.
— Sabes Lazcano, me sorprende que hayas llegado tan lejos para retirarte
después.
—Se supone que es menos terrible de este modo.
—Es verdad. Debo felicitarte por llegar tan lejos, no solo eso, sino por
sorprenderme en las evaluaciones finales, de verdad no esperaba que alguien
con tu complexión física llegara a vencer a tres soldados.
—Me alegra que se sienta presuntuoso, supongo…
—Diría que ha sido un placer conocerte, pero mentiría, cuídate Lazcano.
—Lo hare, con permiso capitán.
—Puedes retirarte.
Cuando se disponía a dejar el cuartel, Santiago se le acerco con una carta y
se la entregó.
—¿Qué es esto?
—No soy bueno con las palabras.
—Ya veo.
—Cuídate mucho por favor.
—¿Yo? Me parece que quien debe cuidarse de no convertirse en un cretino
como tu hermano eres tú.
—No hare tal cosa, es una promesa.
—Aun así, ten cuidado.
—Tú también.
Después de darle un apretón de manos lo vio alejarse. Santiago no pudo
evitar sentir cierto alivio, aunque también estaba fuertemente enfadado
consigo mismo, quería saber aquello que lo intrigaba, pero no tenía el valor de
preguntar y si tenía razón entonces definitivamente estaba loco, había pasado
mucho tiempo con Zuri, el suficiente para casi descubrir aquello que buscaba,
pero no había tenido éxito y se sentía como un idiota.
El tiempo lo arregla todo pero, es posible acaso saber ¿cuándo es
suficiente?
I. una nota bajo la lluvia
La noche que te conocí era diferente,
Resplandecía por la lluvia y sus relámpagos,
Las palabras vacías dentro de mí, hacían que mi cuerpo temblara y no por
la lluvia.
El cielo estaba teñido de un color rojizo mate, que solo cambiaba con el
luminar que acompañaba el sonido ensordecedor del trueno.
Y hay estabas tú,
Una presencia algo vacía,
Algo distante,
Algo diferente,
Y aun así, tenías ese algo que yo no.
Tus ojos húmedos por la lluvia, despedían ese calor intenso de vivir de tu
cuerpo.
Temblaba al igual que el mío,
Pero tú temblabas de frio y yo de miedo.
Miedo de seguir bajo esta lluvia, que empapaba mis ojos, adormecía mi
cuerpo y congelaba mi alma.
Tu mirada distante llena de recuerdos pasados, de alegrías, de esperanzas,
de tristezas y de todas esas cosas, que yo deje de sentir un día, hace no sé
cuánto tiempo.
Quise acercarme a ti, pero no fue posible.
Quise acercarme a ti
Y te alejabas de mí.
****

SEGUNDA PARTE
Un acto es solo un momento de la vida

Cap.4 Secretos de familia


Los días transcurren tan deprisa y aun así me parecen inmóviles


Y llego el silencio tan tardío e impuro, motivar tu dolor es mi alivio, no
puedo dejar de expresar mi alegría de volver a verte, tan hermosa, tan fría y
tan sutil.
Tú no entiendes lo estresante del silencio,
Oh la frialdad de las palabras.
Escribir versos para alguien que no existió,
Es más fácil que encontrar palabras para alguien que se fue.
Y la alegría vino después del acto un acto aburrido, hermoso y concurrido
de
Almas alegres, que vienen y van como las estaciones del año. Monotonía
que ensucia mí, alma arrebata, mis sueños y te aleja de mí.
No pasó mucho tiempo para que Santiago también dejara la guardia, pues
justo como había mencionado, sus nuevos compañeros no le resultaban
agradables en lo absoluto, por lo general se la pasaban burlándose de él,
colocándole apodos y molestándolo acerca de su padre, su familia y de porque
no era igual de eficiente que su hermano mayor. Había regresado a casa
enfadado y decidido a dedicarse a algo diferente. Había comenzado a pensar
en ser comerciante, tenía suficiente con su parte de la fortuna de su familia
para hacerse con un par de barcos y comenzar a comerciar con otros puertos.
Su madre estaba completamente de acuerdo con su decisión, aun cuando su
padre y su hermano no hacían más que burlarse del tema, cada vez que podían.
Sin embargo Santiago no se desanimaba fácilmente, quizás ese era su principal
defecto.
Estaba convencido de que era por esa razón que no había podido sacar a
Zuri de su cabeza. Se las había ingeniado para descubrir donde vivía y cada
tanto se pasaba por la calle tratando de ver si coincidía en un momento que
estuviera fuera de la casa, pero no tenía tanta suerte. Había empezado a pensar
en preguntarles a los vecinos al respecto, pero tampoco quería dejarse en
evidencia, no era extraño que caminara por allí, pero sin duda si empezaba a
hacer preguntas llamaría la atención. Había visto a la madre de Zuri en un par
de oportunidades, salir a regar las plantas o sacar al gato de la casa. Un
inmenso y gordo gato color gris claro, de grandes y profundos ojos azules.
Santiago había llegado a pensar que quizás Zuri se había ido ya del pueblo y
que jamás descubriría el misterio que lo tenía al borde de la locura.
Al menos eso pensó hasta una tarde en la que vio a su madre discutiendo
con alguien y alcanzo a ver a Zuri a través de una ventana caminando tras ella.
Le llamó la atención de inmediato que se había dejado crecer el cabello, no
demasiado, apenas si había logrado que le cubriera las orejas nada más, pero
lucia bastante diferente, lo bastante para desconcertarlo aún más. Alcanzó a
escuchar que discutía con su madre acerca de irse para dejar de vivir una
pesadilla, algo con lo que ella no estaba de acuerdo, repitiéndole que eso no
haría sentir orgullosa al alma de su padre, pero aquello ya no servía para
manipular a Zuri. Mientras ponía atención a la conversación, un hombre de
aspecto lamentable y claramente ebrio se le acerco a Santiago sin que este
notara su presencia, hasta que lo escucho hablarle, haciéndolo dar un salto del
susto.
—En esa familia están locos, tienen secretos muy desagradables ¿Te
interesa su historia?
—No, realmente no, gracias.
—¿Seguro? Porque a mi parecer, estas bastante interesado en Zuri.
—Claro que no.
—¿No te parece extraño que lleve el nombre de su abuela paterna y que
nunca se haya comprometido?
—No es asunto mío.
—Su madre está loca, siempre quiso hacer feliz a su marido, pero no lo
consiguió, el hombre murió sin poder cumplir su único deseo.
—¿Qué deseo?
—¿Por qué no le preguntas a Zuri? A mí no me quiso decir, jamás habla
conmigo, ni deja que me le acerque.
—¿Por qué quiere acercársele?
—Por lo mismo que tú, quieres saber la verdad ¿No es así? de seguro ya
notaste lo que yo, lo suave de su piel, lo bien que huele, lo suave de sus
facciones, una vez estuve tan cerca de tener lo que quería.
—Usted, está realmente ebrio.
—Ebrio sí, pero no estoy loco, ni soy estúpido, esa familia está llena de
secretos.
—Si algún día quiero saber, con gusto le preguntare.
—Me buscaras, ya verás.
Santiago lo vio alejarse y volvió a mirar hacia la casa, pero apenas se
percató de que Zuri se iba a volver hacia la ventana, se agacho ocultándose
tras la cerca, tan de prisa que acabo lastimándose las rodillas. No entendía
porque acababa de hacer eso, tenía el corazón acelerado y le costaba trabajo
respirar, estaba actuando como un estúpido, ya conocía a Zuri, podía solo
dedicarle un saludo, pero no, en lugar de eso, se había escondido como un gato
cobarde. Esperó un poco antes de levantarse y perderse de allí tan rápido como
pudo, mientras pensaba en las palabras de aquel hombre y dudaba acerca de si
realmente quería saber la verdad. No, no era eso lo que quería, claro que no.
Quería que lo que pensaba fuera verdad, para dejar de sentirse como un loco,
pero sin duda eso no sucedería, no había manera.
Regreso a casa aún más confundido que antes y se encerró en su cuarto a
meditar que hacer. Alcanzaba a escuchar a su padre abajo, conversando a los
gritos con su hermana, acerca de su celebración de cumpleaños. La hermana
de Santiago, era la hija de en medio de la pareja. Mayor que él y menor que
Damián, su nombre era Laura, Laurita para su madre. Desde niña había sido la
peor pesadilla de Santiago, solía convertirlo en su compañero de juegos le
gustará o no, le ponía vestidos y lo obligaba a tomar el té con ella. Cuando
eran niños lo superaba en fuerza y estatura, por lo que acaba golpeándolo
cuando él se negaba a jugar con ella. Santiago zanjaba por correr y gritar por
la casa, diciendo que lo perseguía un ogro, pero nadie le ponía verdadera
atención, pues siempre pensaban que no era más que un juego de hermanos, y
cuando Laura por fin lo alcanzaba lo arrastraba del cuello hasta su cuarto.
Para él Laura siempre había sido una tirana desalmada, aunque su madre
dijera que era toda una dama, su padre la adorara y fuera la niña de los ojos de
Damián, quien la cuidaba como a una joya. Santiago prefería no entrometerse
en la vida de Laura, pues la última vez que había dado su opinión ella casi le
rompió la nariz de un golpe. Laura discutía con su padre, acerca de su fiesta de
cumpleaños, quería muchas cosas con las que su padre no estaba de acuerdo.
Estaba por celebrar sus veintes, por lo que quería que fuese una fiesta lujosa y
de gran cúspide en la ciudad, quería invitar a tantas personas como fuese
posible, para que todo estuviese abarrotado de público para ella, incluso al
punto de querer invitar a algunas damas no tan ricas para poder darse ínfulas
de grandeza ante ellas.
Pero su padre no estaba de acuerdo con aquello, pues temía que se robaran
algo de la casa y no quería traer desconocidos a la celebración, lo que tenía a
Laura de muy mal humor. Santiago había dejado de celebrar sus cumpleaños
hacía mucho tiempo ya, desde los trece exactamente. La razón era que se
había cansado de que Laura decidiera por él, todo lo que debía ir en la fiesta,
lo que había llevado a Santiago a su límite y había ocasionado una discusión
entre los dos, en el último cumpleaños que había celebrado, pues él había
pedido una torta de vainilla con cobertura de limón y ella la había cambiado
por una de chocolate con fresas, a pesar de saber que él odiaba las fresas. Pero
ya no le importaba eso, estaba más ocupado en otras cosas de mayor
importancia para él.
Aquel comportamiento introvertido que había tomado, acabó despertando
la atención de su madre, quien le había mencionado a su esposo, que
sospechaba que Santiago se sentía atraído por alguien, pero no alcanzaba a
descubrir por quien. Sin embargo al capitán no le resultaba de mucha
importancia aquella noticia, para él Santiago era un pequeño voluble que
superaba las cosas con mucha facilidad, la misma facilidad con la que
cambiaba de opinión. No como Damián, que cuando quería algo, peleaba por
ello incluso llegando al punto de desafiarlo a él para conseguirlo. Pero ese no
era el caso de Damián, él era más bien callado y en lugar de seguir adelante
con algo, resolvía por escaparse o simplemente ignorarlo hasta que
desaparecía o se resolvía solo. Aquello era justo lo que había intentado hacer
en esa ocasión, pero el plan no le estaba funcionando para nada.
Su madre movida por la curiosidad había decidido intentar algo y le
entrego una invitación en blanco para el cumpleaños de Laura.
—¿Qué es esto?
—Una invitación al cumpleaños de tu hermana.
—¿Debó tener mi propia invitación? No me sorprende.
—No es para ti tonto, es para que invites a alguien especial que quieras que
te acompañe.
Santiago permaneció mirando el pequeño trozo de cartón finamente
decorado, con el espacio del nombre completamente vacío. Tenía un mar de
pensamientos revueltos en su mente y un huracán de sentimientos confusos en
el pecho. Lanzó un suspiro de molestia y se lo regresó a su madre con una
expresión estoica.
—Yo no tengo nadie a quien invitar.
—¿Estás seguro Santiago?
—¿Por qué no lo estaría?
Su padre que estaba sentado no muy lejos de allí, leyendo un libro levanto
la mirada con una sonrisa burlona.
—Por favor Larisa, es Santiago ¿De verdad piensas que tu hijo podría estar
interesado en alguna dama? Si alguna llama su atención de seguro resultaría
una campesina o una panadera, algo que me haga sentir aún más injuriado.
—Gracias por el apoyo padre.
—Pues a mí no me engañas, alguien está dando vueltas en tu cabeza y está
claro que te gusta mucho.
Santiago sintió que se le estragaba el estómago, le dolía el pecho, le
costaba respirar y mantener la compostura fue entero reto.
—Lamento decepcionarte madre, pero te equivocas.
—Claro que no.
—Ruégale a Dios que te equivoques Larisa,
—¿Por qué? ¿No tiene acaso Santiago derecho a enamorarse?
Con cada palabra de su madre Santiago sentía que las fuerzas le
abandonaban, las piernas le habían empezado a temblar y bajo la camisa sentía
un sudor frio recorrerle la espalda y el pecho.
—No fue lo que quise decir.
—Claro, como Damián es tu favorito, solo él te hará sentir orgulloso, tu
“hijo” mayor.
—Eso no fue mi culpa mujer y lo sabes.
—No te sientas mal Santiago, si es una buena muchacha, no importa si es
una panadera, una criada o una campesina.
—Si claro empeóralo Larisa. Vamos Santiago, si quieres puedes
comprometerte con la hija del loco del jardinero, esa que anda por allí
actuando como enferma mental, para que se burlen aún más de nuestra familia
por tu causa.
—Basta ya Guillermo…
Santiago ya no escuchaba las palabras de sus padres. Los gritos en su
cabeza eran mucho más fuertes. Subió a su habitación sin decir ni una palabra
y se sentó en el suelo, recostado de su cama, con la cabeza caída sobre ella y la
vista perdida en el techo. Era de esperarse que si se le ocurría mencionar aquel
nombre en esa casa, no solo ridiculizaría a su familia, sino que su padre, lo
atravesaría con su espada, antes de escuchar cualquier explicación por buena
que fuese. Quizás ni su madre le volvería a hablar y ni hablar de sus hermanos.
Pero es que era lo más correcto, ellos de hecho tenían razón ¿Cuándo en la
historia de su familia alguien había hecho algo así? Solo pensarlo le costaba
trabajo, pronunciarlo era imposible para él, ni siquiera estando solo, las
palabras no salían de su boca ¿Qué se suponía que le dijera a su padre? Solo
intentar pensarlo le costaba trabajo.
Pero era eso sin duda, su madre tenía razón, ella había dado en el clavo y le
había lanzado en la cara aquello que no quería aceptar. Se había enamorado
¿De qué? Se preguntó justo en ese momento. Pensaba en retrospectiva,
sentado en el piso, que la única dama que realmente conocía era su hermana,
su madre no contaba, a ella solo la veía como su madre. Su hermana era de
hecho un ogro, en lo que a Santiago concernía Laura no era una dama, era la
bruja de cualquier historia de terror que hubiese leído, pero no había mucha
diferencia entre Laura y su padre. Y definitivamente no podía estar enamorado
de su padre, ni siquiera lo respetaba en realidad, pero eran una comparación
interesante. Laura, Damián y Guillermo se habían dado a la tarea de hacerle la
vida de cuadros desde que era un niño.
Su madre en cambio lo cuidaba, siempre estaba al pendiente de él,
procuraba hacerlo sentirse apoyado, siempre era alguien con quien podía
contar y que sacaba fuerzas para protegerlo cuando era necesario. Pensó que
tal vez podía ser eso. Se hizo una imagen mental de Lazcano y una de su
madre, haciendo una lista de semejanzas entre ambos, no eran muy largas,
pero si bastantes semejantes. Larisa lo había cuidado toda su vida, desde que
se hicieron amigos Lazcano le había ayudado en más de una ocasión. Su
madre estaba pendiente de que nada malo le pasara y fuese o no por
responsabilidad, Lazcano había hecho lo mismo. Su madre lo apoyaba,
Lazcano se quedó a hacer las pruebas para apoyarlo. Cuando estuvo enfermo
Lazcano lo ayudo para que se sintiera mejor, incluso sin tener las fuerzas
físicas para soportar su peso, lo ayudo a llegar a las barracas.
¿Podía ser solo eso? Quizás solo sentía por Lazcano el mismo tipo de
afecto que sentía por su madre. Al fin y al cabo solo esas dos personas lo
habían tratado de la misma manera. Pero justo entonces un recuerdo llegó a su
mente, mirando esa misma imagen mental, la cambio por un momento, por la
imagen de la última vez que había visto a Lazcano a través de aquella venta.
De pie junto a su madre, Lazcano y Larisa tenían la misma estatura, una
compleción bastante similar en lo delgado, las manos eran bastante
semejantes. Quizás tenía toda la razón. Sin duda era solo que Lazcano, le
recordaba mucho a su madre. Sin embargo justo entonces una nueva pregunta
cruzó su mente ¿Por qué te escondiste al punto de lastimarte las rodillas contra
el piso? Lo pensó sin encontrar una respuesta, pero no significaba nada.
Pensó que había resuelto su dilema cuando algo diferente llegó a
molestarlo. Su madre no había causado jamás, los estragos en su mente, que
estaba causando Lazcano. La misma clase de estragos, que había causado
aquella maestra de música, que cuando era niño le hizo añicos el corazón al
decirle que estaba comprometida con un caballero y que no podía sentir nada
por un niño. Aquella maestra de música había sido bastante estricta con él,
pero cuando se sentía orgullosa, lo hacía sentir tan hinchado, que lo llevaba de
la mano al cielo. Recordaba que la primera vez que ella le dio un beso en la
mejilla, sintió que le faltaba el aire y el corazón le latía tan rápido que estaba
colorado, al punto que la misma maestra se había reído. Solo había estado así
de nuevo al ver a Lazcano por la ventana aquel día.
No podía explicar eso, no era lo mismo. Dejó escapar un suspiro. Su mente
decía que era una locura, pero su corazón estaba convencido de que faltaba
algo, sin embargo, fuese lo que fuese, no bastaría para su padre, ni para nadie
más, acabaría siendo el hazme reír de la familia, si su padre no lo asesinaba
antes. Porque de seguro eso pasaría, como se le ocurriera decirle, padre quiero
comprometerme con un soldado. Decidió acabar con sus problemas de una
manera definitiva, quizás dolorosa y sin duda cobarde, pero definitiva. Era
mejor humillar a su familia de esa manera que de la otra, al final no sabría qué
había pasado. Saco de su cinturón una hermosa daga con mango de oro y
rubíes, que le había obsequiado su padre, de las cosas de su abuelo cuando era
un niño.
Tenía gravada en la hoja la frase, “No termines tu camino, sin solventar tus
dudas” Aquello era una bofetada en ese momento o tal vez un intento del
universo de detenerlo. Sin embargo recordar las palabras de su padre le pesaba
y la frase de una daga no lo ayudaría a cargar con eso.
Las dudas son tan estresantes que hacen doler el corazón, se clavan en ti
como si fueran dagas.
Una nota sin ti.
El corazón no me entiende,
Es mejor si me has olvidado.
Así tomaras esta carta que se posara en tus labios,
Te llenara de algo y al final solo serán recuerdos de alguien más.
Pensaras en lo que fue y ya no es,
Pensaras en que otra persona vivió lo que tú,
Creerás que esa otra persona.
Y somos idiotas porque nunca pasara,
Lo que nunca paso entre tú y yo.
Era en un frio diciembre,
Cuando escribí para ti.
Tristes palabras de amor,
Y sentimientos sin fin.
Hoy todavía es diciembre
Diciembre eterno sin ti...


Cap.5 Inútil, eso eres.

Los actos pequeños a veces, llevan a consecuencias muy grandes.


La alegría vino después del acto, un acto efímero y controversial, hipócrita
y sumiso, agradable e infeliz.
¡Amor mío!
Viniste del lugar equivocado, donde nacen los sueños, donde el justo es
feliz y el infeliz es marginado.
Corazón mío ¿Por qué me has abandonado? Despreciaste un amor real,
tonto amor mío que fluye por ti y llora por ti sincero, eterno y gris.
No quería seguir buscando respuestas, no porque estuviese cansado, sino
porque temía que no fuesen lo que quería escuchar y no sabría qué hacer
entonces. Giró la daga en su mano, la alzó, contuvo el aliento para no sentir
nada y se la enterró en el pecho tan profundo como pudo. Antes de poder
reaccionar al dolor, la sacó y la enterró una segunda vez y una tercera vez.
Justo entonces dejó escapar el aire y caer la daga al suelo. No podía mover los
brazos, no había sentido el verdadero dolor hasta ese momento, había
comenzado a temblar por su causa, había perdido la fuerza en la mano. Podía
ver la mancha de sangre crecer sin parar, cálida sobre su pecho. Dejó caer la
cabeza y solo cerró los ojos, no podía contener las lágrimas, pero tampoco
tenía ganas de hacerlo. Comenzó a sentir el cuerpo frio y por primera vez
sintió la verdadera fuerza de su corazón al latir.
Estaba convencido de que moriría y lo habría hecho, si su madre no
hubiese subido enojada después de discutir con su padre. La mujer dejó
escapar un grito aterrada, lo sujeto con todas sus fuerzas y trató de contener la
sangre con sus manos y la falda de su vestido, mientras llamaba a Guillermo a
gritos. El hombre al ver aquello, movido por el pánico, decidió apelar por la
única idea que se le ocurrió. Levantó a Santiago en brazos y se lo llevó a la
cocina tan rápido como pudo. Sacó su espada, su daga y un cuchillo grande de
la cocina, le rasgó la camisa, lo amordazó con uno de los pedazos y colocó las
armas en el fuego, calentándola tanto como pudo con el poco tiempo que
tenía, mientras contenía la hemorragia. Cuando estaba seguro de que estaba lo
suficientemente caliente, sujetó a Santiago con todas sus fuerzas y la colocó
sobre la primera de las heridas enterrándola de tal forma de poder cauterizarla
tan profundo como le resultara posible.
De inmediato a causa del intenso dolor, el muchacho reaccionó soltando un
grito, que quedó ahogado en la mordaza. Arqueó la espalda con tal fuerza que
casi hace que su padre lo atraviese con la espada, pero Guillermo no era tonto.
Continuó con las otras dos heridas y solo se detuvo cuando estuvo seguro de
que la sangre había dejado de fluir. En vano sacudió al Santiago para hacerlo
reaccionar, sin embargo, estaba seguro de que aún estaba con vida, aun pie de
la muerte, pero vivo. Hizo llamar a un médico de inmediato y lo subió al
cuarto donde Larisa lo esperaba angustiada, lo dejó en la cama mientras el
médico lo revisaba y después de que el hombre le aseguro de que estaba fuera
de peligro y que solo debía esperar, lo despidió.
—¿Qué fue lo que le sucedió?
—Se volvió más estúpido que antes.
—¿Dices que él mismo lo hizo?
—¿Y quién más?
—Mi hijo no se lastimaría así Guillermo.
—No había nadie más acá, no pudieron subir por la ventana.
—Quizás escapó.
—Dejemos que despierte y le preguntamos, ruégale a quien desees para
que se salve.
—¿Acaso le sucede algo malo a mi niño?
—Deja de tratarlo como un crío Larisa.
Su madre permaneció a su lado, ceno aquella noche en la habitación y
durmió a su lado, hasta que Santiago despertó en la mañana. No podía
moverse porque la piel le ardía, dejó escapar un quejido que llamo la atención
de su madre de inmediato, quien se sentó de inmediato a su lado.
—¿Santiago? Hijo ¿Estás bien?
—¿Mamá?
—¿Por qué hiciste esto Santiago? ¿Acaso estás loco hijito?
—Lo lamento mamá, yo no…
—No te preocupes por nada mi amor, te aseguro que cualquier cosa lo
podremos resolver, solo necesitas contarme lo que es.
—No mamá, esto es más grande que nosotros, esto no se resolverá solo
con quererlo.
—¿Acaso haz hecho algo malo?
—No, pero no falta mucho para que termine por causarle una humillación
a mi padre.
—¿Esto es por culpa de tu padre? Por favor Santiago, mi pequeño, lo que
tu padre diga importa poco. Él es un hombre con el orgullo pisoteado por su
familia desde que era un niño. No puedes ponerle atención a alguien así, que
piensa que para ser grande, sus hijos deben hacerlo sentirse orgulloso.
—Esto es más que solo eso mamá. Acabaría causándole la muerte a mi
padre si se me ocurriera siquiera mencionar una palabra al respecto, o peor
aún.
—Si es simplemente cuestión de voluntad y mantener la compostura, pues
yo puedo ayudarte.
—¿Qué?
—Claro, cada vez que pienses que vas a flaquear, conversa conmigo.
—No podemos hablar de esto.
—No tienes que decirme que sucede, solo dime que te sientes débil y yo te
ayudare.
—¿Solo con eso?
—Claro que si mi amor, yo soy tu madre y siempre te ayudare, pero no
puedes volver a lastimarte de esta manera, no quiero perderte Santiago ¿Tienes
idea de cómo me sentí?
—Lo lamento.
Ella lo sujeto de las mejillas y se le acercó hasta estar a unos escasos
centímetros de su cara, mirándolo fijamente a los ojos, mientras intentaba
contener las lágrimas.
—Estaba aterrada Santiago, pensé que no volvería a verte, no volvería a
abrazarte, a cuidarte, a quererte. No volvería a escuchar tu voz, ni a mirar tus
ojos. No vuelvas a hacerme esto hijo. Por favor.
—Yo…
—¿Podrías al menos intentarlo?
—Puedo intentarlo madre.
—Prométemelo, prométeme que no te lastimaras de esta manera de nuevo.
—Yo…
—Prométemelo Santiago Brizuela.
—Lo prometo mamá.
—Ahora necesito que desayunes ¿Esta bien?
—Está bien.
—Buscare el desayuno, no tardare.
Cuando su madre dejó la habitación, Santiago se levantó la camisa y se
quedó sorprendido por la magnitud de sus heridas. Le dolía la piel quemada
que aún estaba en carne viva, le dolía la herida interna que se ocultaba bajo la
quemadura. Su piel estaba caliente y ardida, además de un moretón inmenso
que cubría casi la totalidad de su pecho, graciosamente decorado por pequeñas
ampollas causadas por la quemadura. Dejó escapar un quejido con solo rosar
la piel con la punta de sus dedos. Decidió que si lo volvía a intentar probaría
con un método menos doloroso y en un lugar donde no pudieran encontrarlo.
Volvió a bajarse la camisa y se sentó recostado de la cabecera de la cama,
pensando se había herido profundo, pero claramente no había sido lo bastante
bueno para causarse una herida fatal, pero si para que le doliera respirar.
Aun pensaba en ello cuando su madre llegó con la comida y sirvió ambos
desayunos, pues no pensaba dejarlo solo, al menos no, por un par de días.
Como era de esperarse cuando su padre supo que estaba despierto subió a
darle un regaño ejemplar, acompañado de las clásicas amenazas, que ya
Santiago se había memorizado desde niño. Nadie fuera de la casa podía saber
lo sucedido, absolutamente nadie, porque de ser así, todos pensarían que
estaba loco y su padre lo encerraría para siempre. Después de su padre, unos
días más tarde, apareció Laura, reprochándole que hubiera montado aquel
espectáculo, para llamar la atención más que ella, aun sabiendo que se
aproximaba su cumpleaños, lo que lo convertía en un completo incivil.
Cuando por fin Santiago tuvo permiso del médico, para salir de su cuarto,
prefirió haberse quedado allí dentro pues, como si no fuese suficiente con su
padre y su hermana, Damián se burlaba cada vez que lo veía caminando por la
casa, por ser un completo inútil incluso para quitarse la vida. Aquello solo
consiguió que Santiago se sintiera aún más miserable que antes, estaba
consumido por dentro, en lo que a él concernía ahora servía para menos que
antes. A pesar de las palabras de su madre y su deseo de mantenerse firme,
unos días antes del cumpleaños de Laura, mientras caminaba por la calle,
acabó deteniéndose en el ribete del otro lado del camino, justo frente a la casa
de la familia Lazcano. Miró desde allí a alguien, que sentado en el piso del
jardín, con mucha paciencia, cortaba una a una, las hojas de un pequeño
limonero, que crecía en una maceta.
No podía tener más de metro y medio. Lucia algo enfermo y cansado, pero
sin duda era cuidado con mucho afecto. Las tijeras cortaban con cuidado las
hojas enfermas, mientras eran sostenidas por la otra mano, lo más cerca
posible de las ramas para no causarle tanto daño. Aquella persona, sujetaba su
cabello con una pequeña cola de caballo que nacía en su nuca y apenas pasaba
sus hombros. Giro ligeramente la cabeza, para mirar el árbol del otro lado y
Santiago reconoció de inmediato a Zuri, quien ignoraba por completo el
mundo a su alrededor, mientras conversaba con el limonero algo que él no
alcanzaba a escuchar. Quería acercarse, pero no tenía el valor de moverse. Aun
le dolía la piel del pecho, aun reflexionaba sobre lo que había hecho.
Quería culparle, pero no podía. Zuri no le había enterrado aquella daga, ni
lo había obligado a hacerse daño, aquella había sido su decisión. Parecía haber
terminado con el limonero, cuando recogía del suelo todas las hojas cortadas y
las echaba en un saco, no muy lejos de allí, antes de volver con una jarra llena
de agua para regar el arbolito. Santiago no pudo evitar notar que aquel
limonero parecía inmensamente agradecido con esta persona, que con tanto
afecto le cuidaba y le atendía para que creciera. Eso era lo que realmente
quería, eso nada más, se había sentido así antes con alguien y quería volver a
sentirlo. Quizás solo necesitaba buscar aquello en alguien diferente. Zuri no
podía ser la única persona capaz de ofrecerle algo como eso. Estaba por irse
cuando el mismo hombre de antes se le acercó, pero en lugar de hablar con él,
lo miro de lejos examinándolo con cuidado, sin embargo Santiago notó su
presencia casi de inmediato.
—¿Qué desea?
—¿Yo? Me parece que eres tú quien busca algo.
—De ninguna manera.
—¿Seguro que no quieres escuchar lo que tengo que decir?
—Al parecer no soy el único que no quiere escucharlo.
—A ti debería importarte más que al resto.
—¿Por qué mejor no me deja en paz? Ya mi vida es bastante complicada
sin sus chismes, busque a alguien que quiera oírlo.
—Ese deberías ser tú.
—¡No! ¡No quiero escucharlo! ¡No me interesa lo que tenga que decir!
Hágase un favor y déjeme en paz.
El hombre lo vio alejarse enojado. Aquel alboroto había llamado la
atención de Zuri, quien reconoció a Santiago de inmediato y volvió la mirada
de prisa hacia el ebrio, que con algo de enojo, remedaba a Santiago mientras
se alejaba, justo antes de volverse a mirar en su dirección con una expresión
de desprecio innegable. Para Zuri aquello no era una novedad, aquel hombre
había sido el mejor amigo de su padre, así que lo conocía hacía ya mucho
tiempo. Solía visitar a su familia antes de que su padre muriera, en lo que a
Zuri concernía, ese hombre era el principal responsable de la muerte de su
padre. Aquella trágica noche, ambos se habían ido a festejar, pero solo ese
hombre regreso. Su padre fue encontrado muerto al día siguiente. Unos
hombres que querían cobrar una deuda lo asesinaron por error, algo que
confesaron mientras estaban por ser ejecutados.
No buscaban al padre de Zuri sino a otro hombre que lo acompañaba.
Aquella noche su padre no llevaba su saco, usaba el de su amigo, para Zuri
aquello no era una coincidencia. Le volvió la mirada y entró a la casa, donde
su madre deambulaba de un lado a otro del primer piso limpiando lo que ya
estaba limpio. Aquella pobre mujer había quedado un poco desequilibrada
después de la muerte de su esposo. Lo último que habían hecho juntos había
sido discutir acerca de aquel sueño que ella no le había podido cumplir. Aquel
deseo que había arruinado la existencia de Zuri. Por aquella pelea su padre se
había ido a beber con su amigo y no había regresado. Aquella esposa devota lo
había enterrado, para luego enloquecer y convencerse a sí misma de que su
esposo la había abandonado, por ser una inútil.
Desde ese momento se dedicaba a mantener todo perfectamente bien,
perfectamente limpio, perfectamente organizado, todo como a su esposo le
gustaba, para que regresara con ella. Zuri había pensado en un par de
oportunidades que tal vez era ella quien debía irse con él, sin embargo amaba a
su madre y no tenía el valor de hacerle daño. En lugar de eso, la acompañaba
en su locura y procuraba hacerla feliz, de cualquier forma, moriría algún día.
Pero aquella tarea se le había dificultado desde que dejó la guardia. Esa
decisión había enojado inmensamente a su madre y la había hecho volverse
aún más loca y aún más obsesiva de la perfección. Estaba convencida de que
Zuri no quería ayudarla a que su padre regresara, así que debía esforzarse el
doble y hacerlo todo, sola. Y la verdad, no quería, lo que Zuri quería era tener
una vida.
Había pasado el tiempo preparando todo para irse, pero cada vez que
tomaba el valor, temía por lo que le sucedería a su madre si se quedaba sola y
acababa retractándose. Inventaba maneras de convencerla de irse del pueblo,
pero aquella necia mujer quería esperar a un esposo muerto, hasta que la
muerte viniera a llevarla con él. Zuri la miraba caminar por toda la casa y la
escuchaba murmurar cosas sin sentido, gritar un insulto tras otro en su
dirección, mientras hacía lo mismo una y otra vez. Le había quemado la ropa
en más de una ocasión. Se había deshecho de la mayoría de sus cosas, porque
decía que no harían feliz a su padre. Durante las comidas le reprochaba todo el
tiempo, como comer correctamente, como tomar bien lo cubiertos, mantener la
espalda recta, no resoplar, entre otras quejas, la comida jamás era silenciosa o
al menos de otro tipo de amenidad.
Cuando se descuidaba le golpeaba la espalda para que se irguiera, o las
piernas para que no arrastrara los pies. Cada mañana al levantarse estaba allí
para que se vistiera correctamente, para enorgullecer a su padre. Aquella
cantaleta se había repetido cada día por casi once años. Estar con la guardia
había sido un alivio temporal, pero no podía quedarse allí más tiempo, por
buenas razones. Pero volver tampoco había sido una solución.
—Inútil, eso eres.
—Mamá por favor, escúchame al menos.
—No, tu solo piensas en ti, no te importa lo que pienso yo, no te importa el
esfuerzo que hago para recuperar nuestra familia.
—Esta familia se acabó, debes dejarla ir ya.
—¡No digas eso! Si se acaba será tu culpa, porque no quieres ayudarme.
—Papá no volverá.
—¡Claro que sí! Y no será gracias a ti, inútil. No sé porque me molesto en
hablar contigo, era evidente que no podrías cumplir con las expectativas de tu
padre, eras basura desde tu nacimiento, debí matarte cuando no podías
defenderte.
—Mamá, quizás deberíamos ir a buscar a papá.
—¡No! ¿Has enloquecido? Esta es su casa, es aquí donde su familia debe
esperarlo.
—¿Y si nunca regresa?
—Lo hará, cuando decidas comenzar a tomarte en serio tu parte y
empieces a actuar como un buen hijo, cuando decidas hacerlo bien, aun lo
haces muy mal, debería deformarte la cara, así serias mejor.
—¿Qué tal si nunca lo logró?
—Sera tu culpa que yo me muera.
—Voy a limpiar el jardín.
—Hazlo bien, para que al menos se sienta orgulloso de eso.
Aquella conversación se repetía en algunas ocasiones, en otras era peor,
dejando en evidencia que su locura no mejoraba en lo absoluto. Zuri ya casi no
lo escuchaba, aquello era tan rutinario que se había convencido de que era
mejor solo dejarlo pasar. El peso no se veía físicamente, pero ya estaba
llegando al límite que podía soportar, de hecho ya había llegado en un par de
ocasiones. En la más seria de ellas, había subido al ático, había atado una soga
a una viga, había hecho un lazo y se había colgado del techo. Por desgracia la
soga era demasiado vieja y se rompió haciendo que callera de lleno al suelo y
se golpeara con tal fuerza la espalda, que le había tomado un par de hora
volverse a levantar. En aquella ocasión, mientras estaba en el suelo, había
encontrado una vieja foto de su padre, con su madre, el día de su boda.
Él lucía un elegante traje de capitán que ahora permanecía guardado en el
escaparate de la habitación de sus padres. Su madre con su bello vestido de
bodas, que en un arrebato de cólera, había quemado hasta las cenizas. En la
fotografía, salían los nombres, Capitán Nelson Lazcano, Señora Helena
Portillo de Lazcano. Zuri recordaba poco de su padre, tenía siete años cuando
murió. Antes de eso su padre había sido el mejor del mundo. Le daba atención,
pasaba el tiempo a su lado, le había enseñado a montar, a leer, a bailar. Salían
de paseo todo el tiempo. De seguro se habría sentido muy decepciona de
encontrar su cuerpo colgando del techo sin vida. Aunque era muy probable
que aquello no hubiese ocurrido si su padre no hubiese muerto.
Con su madre era un encanto, aun cuando discutían, él procuraba
mantenerla feliz o al menos cómoda. Ella no había salido embarazada de
nuevo, pero no podía comprender. Su padre había pagado todos los médicos
que se podía, pero nadie había dado una solución a sus problemas. Una
matrona la había examinado y le había dicho que no podría volver a concebir.
Aquello los había llevado a discutir mucho. Zuri pensó que tal vez, si su madre
hubiese tenido otro hijo, su padre tampoco habría muerto, pero el daño ya
estaba hecho. Después de aquel intento fallido, Zuri había dejado de lado el
asunto de dejar de vivir y lo había cambiado por un sueño diferente una tarde
en la que una jovencita que caminaba por la calle, le regaló el limonero que
ahora estaba en el jardín. Aún tenía la marca en el cuello que le había quedado
por la soga, estaba barriendo la entrada cuando ella se le acercó y le pregunto
si quería comprarle aquel pequeño árbol.
Zuri la verdad no quería el árbol, en unos días entraría a la guardia y de
seguro el arbolito se secaría, porque su madre lo descuidaría. Aquella
explicación habría hecho que cualquier vendedor se retractara, pero en lugar
de eso, aquella jovencita le obsequio el limonero, pues era el último que le
quedaba para aquella ciudad. Ella y su padre se dedicaban a pasearse de
ciudad en ciudad, vendiendo árboles y explicándoles a las personas los
beneficios que tenían sus frutos. Vendedores ambulantes de medicina
naturalmente viva, así se hacían llamar. Zuri había aceptado el árbol a
regañadientes, mientras pensaba que aquella idea de viajar, no era mala. Se
había decidido a irse de aquel pueblo, pero pensar en su madre, era un freno
bastante poderoso. Decidió unirse a la guardia para tratar de hacer feliz a su
madre, pero aquello tampoco funcionó, al fin y al cabo eso no era lo que Zuri
quería y hacer algo que no quería era bastante difícil.
Mientras miraba a su madre caminar de un lado a otro y murmurar
incoherencias, se preguntó ¿Qué estaría haciendo Santiago en ese lugar? Podía
ser una coincidencia, pero de no ser así, quizás Santiago andaba de curioso
metiendo sus narices donde no lo estaban llamando. De cualquier forma no le
importaba, no se quedaría mucho tiempo allí, ya tenía casi todo listo y esta vez
se largaría con ayuda de su madre o sin ella. Había comprado algunas cosas y
las había ocultado porque si su madre las veía, de seguro se las volvería a
quemar. Quería comprar un caballo para no acabar yéndose a pie, pero no
había logrado reunir la cantidad que necesitaba para pagarlo, pues su madre se
había desecho de los rocines que su padre tenía y para colmo le había robado
su dinero. Pero aquello no había bastado para detener a Zuri, ya casi reunía lo
que necesitaba y esta vez, nadie evitaría que se largara de aquella ciudad.
Santiago por su parte había regresado a su casa con un sentimiento de
frustración bastante difícil de disimular. Subió a su cuarto y se dejó caer en la
cama a dormir hasta la cena. El médico lo revisaba interdiario a pedido de su
madre, quien además se había dado a la tarea, de buscar entre sus conocidas, a
una dama cuya hija, pudiese ser una buena candidata para Santiago. Había
encontrado a una jovencita de nombre Antonella Vermeti, que era en extremo
sociable, Larisa la había invitado al cumpleaños de Laura, para que hiciera
compañía a Santiago. Ambas madres estaban muy emocionada, pero ninguna
más que la de Antonella, que veía en Santiago la oportunidad de casar a su hija
con un joven de posición, que las sacara de la ruina en la que estaban cayendo
en picada, después de que su esposo la abandonara. Así que el hecho de que
Larisa de Brizuela le pidiera ayuda a su hija, era una oportunidad irrechazable.
Conforme se acercaba la fecha de la celebración, Larisa había intentado
que Santiago conversara más con Antonella, quien de tantas atenciones en
lugar de hacer a Santiago sentirse cómodo, le causaba un extremo sentimiento
de desconfianza. En una de esas tardes en las que caminaban y conversaban,
más Antonella que Santiago. Aquel hombre ebrio apareció en el jardín de la
casa Brizuela, en compañía del padre de Santiago quien conversaba con él
muy intrigado. Estaban caminando en dirección a la entrada principal, él
hombre llevaba una bolsa de oro en la mano y la expresión del rostro del
capitán era bastante estoica. Santiago ya no escuchaba nada de lo que
Antonella decía. Se sentía muy intrigado acerca de aquello que acababa de ver.
El hombre se fue muy feliz y el capitán regreso al interior de la casa.
Un poco después llegó un grupo de diez hombres. Santiago apenas logró
despedir a Antonella antes de que ellos se fueran, por lo que no pudo descubrir
que sucedía. No había pasado mucho tiempo cuando Santiago vio desde una
de las ventanas del primer piso a los guardias, que volvieron a la casa en
compañía de dos personas. De inmediato reconoció a Zuri y a su madre.
Quienes entraron al despacho del capitán de inmediato, los guardias salieron
justo después y la puerta se cerró desde adentro. Parecían haber venido de
forma voluntaria, aunque diez hombres le parecían a Santiago excesivo.
Decidió que si nadie le diría nada, él mismo descubriría que pasaba. Salió del
salón donde estaba y se fue por uno de los pasillos de la servidumbre, hasta
llegar al despacho y escuchar la conversación desde atrás de la pared.
De principio no había nada fuera de lugar. El capitán había saludado a
Lazcano con mucha calma y había recibido un saludo como respuesta. La
madre de Zuri por su parte no estaba igual de calmada, no paraba de decir que
estaba perdiendo tiempo valioso, que debían regresar por si su esposo volvía,
no encontrara la casa sola, que debía limpiar para que encontrara la casa
limpia entre otras cosas. Aquel comportamiento de la mujer llamo la atención
del capitán Brizuela, quien se acercó a ella con mucha calma y le pregunto por
su esposo. Ellos habían sido buenos amigos cuando estuvieron de cadetes y
soldados, aunque se habían distanciado a causa de la guerra, por lo que el
capitán Brizuela no había sabido más de él. De hecho no sabía que Zuri fuese
miembro de su familia hasta ese momento, algo que de inmediato llamó su
atención.
La mujer conversó con él muy calmada por un instante al respecto de su
marido. Hasta que el capitán mencionó que aquel hombre estaba de hecho
muerto. Apenas había terminado de decir aquella frase, cuando Zuri lo empujó
y recibió de su madre una sonora bofetada acompañada de un fuerte arañazo
que le marco la cara. Apenas si pudo sujetar a la mujer que estaba convertida
en una fiera decidida a atacar al capitán Brizuela sin medir las consecuencias
de aquello.
—¡Él no está muerto! ¡Usted no sabe quién es mi esposo!
—Retráctese capitán por favor – Le suplicó Zuri de pronto-.
—Pero.
—Por favor solo retráctese.
—Tiene razón madame, quizás me he confundido, su marido no está
muerto, ha sido mi error.
—¡Y más le vale que lo crea!
Ante los ojos atónitos del capitán la mujer se calmó enseguida. Santiago se
había sentido tentado a salir de aquel escondite pero se mantuvo tranquilo al
ver que todo había pasado. Zuri soltó a su madre y sacó de su bolsillo un
pañuelo y se limpió la cara. El capitán no salía de su asombro, pero no era
aquello lo que quería saber, de hecho lo que quería saber, ya lo había
descubierto, lo sabía desde hacía mucho tiempo atrás. Pero ahora temía
siquiera hacer esa pregunta. Miró a Zuri por un momento, tomo un respiro y se
sentó en la mesa.
—Zuri, yo no sabía que tu padre era el capitán Nelson Lazcano.
—Nunca pregunto.
—Es verdad, pero ahora quiero que me respondas una pregunta
importante. Hice que vinieran acá, porque llegaron a mis oídos rumores acerca
de ti.
—¿Rumores?
—Si, con cargos graves Lazcano, de saberse, incluso podría costarte la
libertad.
El capitán se dio cuenta de inmediato que el rostro de Zuri había perdido
por completo el color. Tenía los puños cerrados con fuerza y aunque lo miraba
fijamente su rostro no expresaba nada. Su madre se enfadó de inmediato y
decidió responder, haciendo a Zuri volver la mirada al rincón de inmediato.
—¿Qué fue lo que hiciste Zuri?
—No ha sido mi culpa.
—Comienzo a creer que no. –Dijo el capitán–.
—Es evidente que ha sido tu culpa, eres un hijo inútil.
—Silencio señora, usted no tiene un hijo…
—¡Capitán no!
—¡Usted tiene una hija!
—¡Mentiroso!
Aquellas palabras que su padre había mencionado, paralizaron por
completo el corazón de Santiago, haciéndolo caer sentado al suelo. Estaba
helado, no paraba de temblar y de sudar, no estaba seguro de cómo reaccionar
ante aquello, no podía pensar en nada. Zuri por su parte no logró sostener a su
madre, antes de que saltara por sobre la mesa y comenzara a golpear al
capitán. Apenas si pudo quitársela de encima, pero la mujer presa de la ira
tomó de la mesa un pisapapeles y golpeo la cabeza de Zuri con tal fuerza que
se desmayó de inmediato. Aquello resulto positivo pues en medio del miedo
su madre se detuvo a ver si le había lastimado, mientras el capitán se levantaba
del suelo, mirándola sorprendido, aquella fiera estaba convertida en una bestia
herida que sollozaba sobre el cuerpo de su cachorro.
—Mi niño, lo lamento, mi pequeño despierta.
—¿Qué está haciendo?
—Ayúdeme capitán, mi niño está herido.
—¿Qué niño?
—Mi hijo, mi pequeño. No puede ser, mi esposo no me lo perdonara, no
volverá conmigo si algo malo le pasa a su hijo.
—¿Su hijo?
—Si, él quería un hijo, un soldado que lo hiciera sentir orgulloso y yo se lo
di. pero él no se dio cuenta. Mi Zuri hará sentir orgulloso a su padre.
El capitán no estaba seguro de que hacer. Las leyes exigían que ambas
murieran, pero estaba claro que la locura de Helena, había orillado a Lazcano
a hacer todo aquello. Decidió tomar cartas en el asunto, hizo venir a los
guardias, mandó a encerrar a la mujer y para estar seguro de que no se
equivocaba le pidió a su esposa que le confirmara el género bajó la ropa de
Zuri.
—Este soldado, es una mujer, Guillermo.
—¿Estás segura?
—Sí.
—¿Ha llegado el médico?
—Sí, está esperando afuera.
—Haz que se vaya.
—¿Qué?
—Tú cámbiala, revisa las heridas y hazte cargo.
—¿Por qué?
—No quiero que el medico la vea vestida así.
—Pero ¿Acaso no seguirás las normas?
—Créeme Larisa, esto va mucho más allá, te explicare después, necesito
pensar antes.
En aquel pequeño escondrijo tras la pared. Estaba Santiago sentado en el
piso, con el corazón paralizado y la mayor confusión que su mente hubiese
tenido que experimentar en su vida. Estaba feliz, estaba enojado, estaba
confundido, estaba aliviado. Él lo sabía, sin saberlo lo sabía,
inconscientemente conocía la verdad. Pero ahora no sabía qué hacer, su
problema no se había solucionado solo había cambiado. Ahora iban a ejecutar
a Zuri y eso era aún peor. Salió del escondrijo para hablar con su padre, pero
se había ido y no solo del despacho sino también de la mansión. Pensó que ya
se las habían llevado para ejecutarlas, salió de la casa a toda prisa, pero no
sabía a donde buscarlo. Tenía el corazón en la garganta, se sentía
completamente inútil. Regresó a las caballerizas y tomó un caballo. El único
lugar en el que podía pensar era la plaza, allí eran las ejecuciones siempre,
quizás podría alcanzarlo.
Sin embargo para su sorpresa al llegar allí nada estaba pasando. Cabalgo
hasta el juzgado pero no había nadie allí. Comenzó a deambular por la ciudad
hasta que lo vio, acaba de salir de la casa del gobernador. Santiago apenas si
pudo detener el caballo antes de atropellar a su padre.
—¿Qué demonios te pasa Santiago? ¿Acaso estás loco?
—Padre tenemos que hablar, no puedes ejecutar a Lazcano.
—¿Andabas husmeando de nuevo?
—Sí, pero…
—Esto es algo que supera mi control Santiago y tú lo sabes. Conoces las
leyes tan bien como yo.
—Sí, pero entre las leyes hay una que te obliga a obedecer a tus padres, no
es su culpa.
—No discutas conmigo Santiago, vuelve a la casa, no necesito ayuda para
tomar una decisión tan sencilla.
—Padre, por favor.
—Silencio, como dijiste, la ley te obliga a obedecer.
—¿Al menos puedo despedirme?
—¿Qué tan estúpido crees que soy? Vete de una vez
Santiago lanzó un resoplido y regresó a casa. Estaba subiendo la escalera
enojado cuando vio a su madre bajar con una pequeña caja que él conocía muy
bien. Siempre la llevaba cuando él se lastimaba.
—¿Qué haces con eso madre?
—Nada importante cariño, un asunto de tu padre.
—¿Ese asunto sigue con vida?
—Sí, sigue con vida, pero tu padre no quiere hablar nada al respecto.
—Lo sé.
—No te preocupes, tu padre hará lo correcto, siempre lo hace.
—Sí, siempre lo hace.
Santiago subió a su cuarto a pensar que hacer, debía sacar a Zuri de allí, no
podía dejar que la ejecutaran, no ahora que había descubierto que de hecho no
estaba enamorado de un hombre. No era su culpa que su madre estuviese loca.
Pero, si la sacaba de allí ¿A dónde llevarla? No tenía donde ocultarla. Además,
si había defendido a su madre de esa manera, sin duda no la dejaría sola.
Caminaba de un lado a otro de la habitación tratando de tomar una decisión
inteligente, al fin que tampoco sabía en qué cuarto estaba. Agradecía que
Damián no supiera nada al respecto, porque de seguro no lo dejaría en paz,
pero de seguro no tardaría en descubrirlo. La madre de Zuri estaba encerrada,
de seguro en el sótano, allí ponía su padre a todos los prisioneros que llegaban
a su casa, pero hablar con ella no le serviría de nada.
No tenía idea de que hacer, se sentía como un completo inútil. Aquella
noche esperó durante la cena para hablar con su padre, pero el capitán no
volvió a la casa.
Mi madre es y será, la única persona que me quiso más, de lo que me hizo
sufrir, aun extraño su amor extraño.
La nota de mi madre.
Espero que si esto no llega a ti esté en manos de alguien que me entienda.
La lluvia cae
Perezosa y apacible,
Fría y confortable.
Como la nieve blanca en un verano,
Las palabras vienen de ti,
Y se pierden en mí.
Te amo y sollozo en silencio,
Pido perdón si te incómodo.
Quizás ya no me recuerdas,
Quizás te olvidaste de mí,
Quizás olvidaste los versos que un día escribí para ti.
Quisiera que sepas que aun vives en mí y quiero pensar que yo vivo en ti,
que estoy guardada en algún cajón, en alguna libreta o en alguna expresión.

Cap.6 ¿Una ejecución privada?


Un verdugo no vende verduras, ejecuta ignorantes como tú y como yo.


Y volvió la soledad tan afectiva, tan alegre, tan vulgar.
Porque la soledad es un mundo de colores vivos, donde el artista encuentra
su lienzo tan pulcro, blanco e inmaculado, desprovisto de nada fuera de tu
mundo. La soledad es el lienzo donde el corazón, llora su agonía, su alegría,
sus anhelos y su paz.
¿Amor mío?
Que venís del lugar menos atractivo, del lugar donde las palabras no
suenan, el frio es insoportable y el silencio te abruma ¿Cómo venís de un lugar
tan marginado, tan aterrador, tan hermoso? Como mi corazón.
Llego al día siguiente a la hora de almorzar, pero se negó a hablar. Se
encerró en su despacho a organizar unos papeles y luego se fue. Santiago sabía
lo que hacía, había comenzado a formular el juicio, ya lo conocía, el
procedimiento siempre era el mismo. Juntaba la información, la ordenaba y la
llevaba con los hombres del consejo. Aquel era un grupo de quince hombres y
cinco mujeres, que habían formado ciertas normas para aquella ciudad,
además de las que venían de parte del rey. Cada vez que alguien rompía la ley
ellos se reunían y solo ellos determinaban el castigo adecuado, el último voto,
que siempre hacia unánime la decisión, era responsabilidad del capitán en
curso, en ese momento, el padre de Santiago. Aquello solo tomaba un par de
días, por orden del capitán Brizuela, dos guardias estaban junto a la puerta del
cuarto de Zuri, pero no hablaban con nadie, ni decían nada al respecto.
Sin embargo Damián no tardo demasiado en descubrir lo que sucedía y
justo como Santiago predijo fue a molestarle la paciencia.
—¿Qué te parece la noticia?
—¿Qué noticia?
—Lazcano era una mujer
—¿Era?
—De seguro será ejecutada, así que puedo decir era.
—Supongo que sí.
—¿Qué te parece? Tu compañero era una mujer, tu buen amigo, tu colega.
Jamás te diste cuenta.
—Tu tampoco.
—Sí pero en tu caso es peor, dormías en su mismo cuarto. Eres tan inútil
que ni siquiera pudiste tocarla cuando la tenías allí, a tu lado. Tu compañerita
que tanto que te cuidaba, con razón.
—La misma persona que limpio el piso contigo.
—¡Hizo trampa!
—Trampa o no, no cambia el hecho de que una mujer te venció.
—Y por eso mi padre la ejecutara.
—Quizás, pero no cambiara el hecho, de que una mujer ¡limpio el sueño
contigo y con dos de tus amigos!
—¿Estás enojado?
—Sí lo estoy, hazme un favor y lárgate de aquí.
—Uy pobre Santiago, esta triste por su noviecita.
—Ojalá mi padre no la ejecute, así deberás vivir con el hecho de que sigue
con vida la única mujer que te humilló públicamente.
—Cierra la boca.
—Oblígame.
Damián estaba por golpear a Santiago cuando su madre se interpuso.
—Que siquiera se te ocurra tocarle un cabello a tu hermano.
—Pero madre…
—Sal de aquí.
—Él empezó.
—Ahora Damián.
—Está bien ya voy.
Apenas Damián había dejado el cuarto de Santiago, su madre se volvió a
mirarlo a él.
—¿Eres estúpido? Tienes una herida a medio sanar en el pecho, un golpe
de tu hermano y acabaras muerto. Me prometiste que tendrías cuidado.
—Lo lamento mamá, me deje llevar.
—¿Es verdad lo que dijo Damián? ¿Eras amigo de Lazcano?
—Eso no importa, no cambiara el hecho de que mi padre la ejecutara.
—Quizás puedas hablar a su favor mañana.
—No cambiara nada.
—Debes intentarlo al menos.
—¿De verdad piensas eso?
—Claro que sí. He hablado con su madre, esa mujer está muy mal. No
sería justo para su hija pagar por su locura. Piénsalo, quizás tu padre se
compadezca si tú se lo pides.
—Lo pensare.
Como era de esperarse, su padre no volvió esa noche. Al día siguiente muy
temprano, se alzó una horca en el patio de la casa. Santiago sabía lo que
aquello significaba. La ejecución seria privada, pero ¿Por qué? Su padre
regreso un poco antes del almuerzo y Santiago lo intercepto en su despacho.
—¿Una ejecución privada?
—Tengo mis razones, es lo más amable que pude conseguir.
—¿Amable? ¿Qué seria no amable?
—Lapidada en la plaza, me parece un tanto excesivo.
—No puedes ejecutarla.
—Santiago esto no…
—Por favor.
—Quisiera poder hacer algo más, pero la decisión está tomada.
—Simplemente porque no pudo cumplir con las expectativas de los demás.
Todo esto es por no poder enorgullecer a un capitán.
—Supongo que sí, pero la ley es la ley, yo no la escribí.
—Si la ejecutas, me iré.
—No puedes hacer eso y lo sabes, tú no puedes desobedecerme. Ahora
apártate, ya llego el concilio.
—No es justo.
—Quizás, pero yo ya no puedo hacer más.
Santiago destrozó entonces el despacho de su padre, iba a tomar cartas en
el asunto. Subió a toda prisa para sacar a Zuri de allí. Sin embargo mientras
iba hacia la habitación, al mirar por la ventana, se percató de que, Zuri no fue
sacada al patio, solo su madre fue llevada por aquellos dos guardias que antes
vigilaban la puerta del cuarto, para ser sentenciada, estaba de pie en la tarima
junto a la horca mientras leían sus crímenes, Santiago pensó que las juzgarían
por separado, así que debía darse prisa. Llego entonces hasta el final del
pasillo del tercer piso, donde estaba encerrada Zuri y de inmediato llamó su
atención un inmenso alboroto dentro de la habitación. Aquel cuarto tenía una
ventana, pero estaba enrejada, así que no se podía escapar por allí. Por lo que
Zuri había apelado por tratar de abrir la puerta a golpes, sin éxito alguno.
Santiago se acercó hasta allí y tratando de no sonar como un gato asustado
intento que se calmara. Porque no quería que lo golpeara al abrir la puerta.
—¿Zuri?
—¿Quién es? Déjenme salir.
—Calma, así no puedo dejar que salgas.
—¿Santiago? ¿Estás con ellos? ¡Zalamero hijo de papi!
—No, cálmate ya, quería venir a ayudarte.
—¿Ayudarme? Entonces déjame salir de aquí, no puedo dejar que ejecuten
a mi madre, no es su culpa.
—¿Qué? ¿Enloqueciste acaso?
—Tu no lo entiendes, mi padre solo quería un hijo, uno que lo hiciera
sentir orgulloso, uno que pudiera ser capitán y usar su uniforme y siempre le
pedía eso a mi madre, una y otra vez.
—Pero está muerto.
—¡Ya lo sé! Cuando él murió mi madre enloqueció, ella solo quería que él
volviera, porque nunca pudo cumplirle el único sueño que él tenía.
—¿Por eso te convirtió en hombre?
—No me convirtió, no exageres. Solo fue un timo. Ella pensó que así mi
padre volvería, porque no quiere entender que está muerto, pero sé cómo
calmarla, todo estaba bien hasta que tu estúpido padre metió las narices.
—Pero Zuri, pudiste morir.
—¿Y qué habría importado? Por favor Santiago déjame salir, necesito
ayudarla.
—¿Para qué? Esto podría ayudarte a irte lejos, quiero ayudarte a escapar.
—Lo sé, pero no quiero irme de aquí arrastrando conmigo la muerte de mi
madre.
—No lo entiendo.
—No hay nada que entender ¿Acaso tú no tratarías de ayudar a tu madre?
—Aléjate de la puerta.
Santiago tomo la llave que colgaba en la pared y abrió la puerta. De
inmediato como una flecha Zuri pasó a su lado y corrió por el pasillo, con
Santiago pisándole los talones. A pesar de llevar un vestido aquello no era una
limitación en lo absoluto. Desde atrás Santiago le indico el camino hasta el
patio y la siguió hasta la tarima donde su madre estaba por ser colgada. Zuri
subió a la tarima y de una sola patada lanzo al verdugo de allí y evito que
tirara de la palanca que soltaría la trampilla bajo los pies de la mujer. Todos
estaban paralizados, pero de inmediato el capitán se volvió a mirar a Santiago
con expresión de enojo.
—¡Santiago! ¿Qué diablos piensas?
—Escucha lo que ella tiene que decir.
—No es culpa de Santiago capitán.
—Lazcano… Zuri… Como te llames, entiende por favor, que pude
interceder por ti, pero tu madre está enferma.
—Lo sé, pero yo sé cómo calmarla.
—No puedes seguir fingiendo que eres hombre para siempre.
—También se eso, mi idea no era fingir para siempre, compre ropa y cosas
que necesitaba para irme, llevaría a mi madre conmigo, solo necesitaba
conseguir un caballo más, para la carreta tras mi casa. La llevaría a otra
ciudad, donde nadie supiera quien era, compraría un niño para ella.
—¿Pensabas hacer eso?
—Sí, todo estaba bien, hasta que usted metió la nariz.
—¿Acaso piensas que con hacer eso se resuelve todo?
—Ella solo quiere un hijo que haga feliz a mi padre…
—Tu padre está muerto ¿Acaso también estás loca?
—Ya sé que está muerto, no soy estúpida.
—Ella ni siquiera te reconoce, no sabe que hablamos de ti, de ella, de tu
padre, porque de saberlo me habría atacado.
—Eso también lo sé, ella no vivirá mucho, se lo aseguro, solo necesita un
niño que criar, para seguir viviendo feliz en su fantasía.
Zuri aun hablaba cuando una de las mujeres del concilio se levantó, una
mujer hermosa, de carácter fuerte y posición acomodada, a quien se le notaba
que gustaba de la lectura, por su facilidad para hablar.
—Eres una buena hija Zuri, pero tu madre robó tu existencia, tu juventud
¿Continuaras desperdiciando tu vida?
—Solo un poco más, no quiero quedarme sola.
—¿Crees que lo propones funcionara?
—Estoy segura.
Justo entonces un segundo miembro del concilio se levantó, uno de los más
ancianos, un hombre bajito pero muy respetado, con la cabeza llena de canas y
cara llena de arrugas que se afincaba sobre un bastón.
—Pues le mintió a todo el pueblo, aunque no todos lo saben, yo quisiera
que mis hijas fuesen así de decididas a cuidar de mí, incluso si estoy loco, yo
propongo que sigamos con el timo, con una distorsión.
—¿Distorsión? –preguntaron al unísono otros miembros del concilio-
—Sí, yo digo que hagamos parecer que el soldado Lazcano murió, su
madre tiene otro hijo y una criada en casa. De esa manera nadie preguntara
nada.
—A mí me agrada la idea –Dijo la primera mujer que había hablado- Al fin
y al cabo, nadie sabe de esto más que nosotros, ya que el capitán Brizuela
decidió interceder por la joven y con certera razón.
Se escucharon varias murmuraciones que quedaron silenciadas un poco
después, cuando el concilio entero accedió a aquello de forma unánime, con
un si en conjunto, que se escuchó claro. Solo faltaba la aprobación del capitán,
quien para no extender más el asunto decidió aceptar también. Después de
aquello Zuri se dejó caer de rodillas presa del alivio y la felicidad. Fueron
regresadas a su casa esa misma tarde, en compañía de un pequeño esclavo que
el capitán Brizuela les facilito. Justó como Zuri había mencionado, la mujer
estaba encantada con su nuevo hijo, a quien llamaba Nelson, pues la habían
convencido de que su hijo mayor había muerto como un digno soldado. Zuri
había tomado el lugar de una criada en la casa de su madre, tenía prohibido
usar ropa de hombre, pero no le preocupaba.
Todo parecía haber quedado en orden, aunque no había cambiado de
opinión respecto a dejar aquella ciudad, ahora que su madre tenía un nuevo
hijo era más fácil dejarla.
Mi padre es y será por siempre el único amor de mi madre, si la muerte
tuviera compasión, dejaría saber a mama cuanto aun la amas.
Frustración maldita, tan noble fue tu vida y tan brutal tu muerte, aun así, no
siento compasión por ti, podría yo sentir cualquier otra cosa, pero la
compasión no va conmigo, lo mío es ser justa, amable y cruel.
Una nota desde algún lugar, para ti helena.
Me pareció escucharte,
Es raro parecía todo un sueño,
Pero estoy seguro que eras tú.
Por alguna razón parecías triste,
Por alguna razón siento que yo tengo la culpa.
Pude escucharte,
Entre tanta oscuridad,
Aun puedo escucharte.
Hace frio,
Por un tiempo he sentido tanto frio,
Quisiera que pudieras escucharme tú también,
Pero eso es imposible.
Mis palabras ya no tienen sonido,
Y las letras que escribieran mis manos,
Ya no son para ti.
Aun así,
Me sentí feliz al escucharte.
No sé si fueron un minuto un segundo,
O mil horas.
Pero me devolvió a aquella noche,
En aquel momento,
Cuando yo era real,
Cuando había un hogar,
Cuando abandonar el mundo era solo conversar contigo.
Quiero volver de nuevo al lugar que soñé,
Hoy quiero sentirme en casa aun cuando tu estas lejos,
Quisiera sentirme como la primera vez que te conocí.
Me siento cansado pero me levantare una vez más.
Hoy será el día en que regrese a casa, me derrumbare cada diez o quizás
cada tres pasos, pero no me importa, porque aun así llegare a casa. Quizás aún
estés esperando mi regreso quizás también tu hayas salido a buscarme.
Quizás te encuentre de camino.
Me asusta tanta oscuridad,
El cansancio me abruma.
Creo que descansare un poco,
Al despertar estarás aquí.
Seguiré durmiendo y soñando que voy a casa contigo,
Será un sueño largo, pero es un sueño nada más…
****

TERCERA PARTE
Si recordara mejor el pasado entendería mejor nuestro futuro

Cap.7 ¿Tú lo sabias?


Y la locura vino después del amor, un amor trágico y cariñoso, hermoso y


aterrador. Amor que hoy me llena de rabia y a ti de tristeza. Porque el amor
entre dos locos, existe solo para traer dolor al mundo. Un mundo injusto que
nos fastidia nos odia y nos margina.
La oscuridad se adorna de sueños rotos, desprovisto de ti y de mí,
No hay corazón más lleno de oscuridad que uno enamorado,
¿Por qué no puedo retener mi odio hacia ti?
Después de aquel juicio, el capitán había preparado el funeral de un
soldado. Un ataúd con el cuerpo de un criminal sin nombre, que el capitán
Brizuela había ejecutado una noche antes, fue enterrado con el nombre de
Lazcano, dejando por sentado que el joven soldado estaba muerto, nada más
había que hacer. Zuri se había dedicado a hacer las veces de criada en la casa,
algo que ya hacía desde antes. Su madre estaba en el epitome de la felicidad.
Su nuevo hijo la tenía satisfecha, la mujer estaba convencida de que cuando el
niño creciera y pudiera convertirse en un soldado, sería como su padre, nunca
como el inútil de su hermano mayor. Había contratado para él a los mejores
tutores de la ciudad y se aseguraba de que tuviese todo lo que necesitaba. El
pequeño había generado un inmenso apegó por Zuri, quien lo ayudaba con sus
tareas y le explicaba aquellas cosas que no entendía a sus profesores.
Estaba convencido de que era su nana y de que estaba en la obligación de
cuidarlo, algo que Zuri le desmintió cuando tuvo la primera ocasión. Ella aún
estaba preparando todo para irse de allí, pero no lo tenía del todo organizado,
así que necesitaba un poco más de tiempo para lograrlo, aunque hubiese
preferido irse de allí de inmediato. Por su parte Santiago estaba feliz de que no
pudiese irse aún, pues quería tener la oportunidad de pedirle una explicación,
aunque no era realmente una explicación lo que quería, Zuri ya se la había
dado antes de abrir la puerta de aquella habitación. Quería una oportunidad de
hablar y descubrir si lo que sentía había cambiado de alguna forma, aunque
estaba seguro de que no, pues aun no lograba irse a dormir sin pensar al
respecto.
Santiago había estado buscando una excusa para acercarse a la casa de los
Lazcano pero nada se le había ocurrido, hasta una tarde en la que al cruzar
frente a la puerta abierta del despacho, vio a su padre mirando una vieja
fotografía en su escritorio. Se acercó a curiosear y de inmediato llamó su
atención.
—¿Qué quieres Santiago?
—Ese eres tú –Dijo señalando al joven de la derecha en la foto-.
—Así es.
—¿Quién es el otro joven?
—Nelson Lazcano.
—¿El padre de Zuri?
—Así es.
—¿Lo conocías?
—Sí, fuimos buenos amigos cuando comencé en la guardia, era un hombre
digno de envidiarse, tenía un fuerte carácter y un fuerte físico. Humilló a todos
los que quiso mientras se convertía en capitán, siempre un rango por encima
de mí.
—¿Cómo es que no sabías que tenía una hija?
—Si lo sabía, por eso me sentí como un idiota por pagarle a ese borracho.
—¿De qué hablas?
—Ese hombre vino a decirme que el soldado Lazcano era mujer, pero no
puse atención, cuando dijo el hijo del capitán Nelson Lazcano. Yo sabía que
Nelson no tenía un hijo, sino una hija, la luz de sus ojos era esa niña, él quería
un hijo, pero cuando tenía un varón, siempre morían, un par de meses era lo
único que vivían, hasta que conoció a Helena y ella nació, sobrevivió y él se
enamoró de ella de su niña. incluso la vi de pequeña, nació un par de meses
después que tú.
—¿Lo sé?
—Estuve tan ocupado con mis obligaciones como capitán, después de que
él murió, que olvide por completo a su familia, no me di cuenta de la locura de
Helena. No me sorprendió que hubiese un Lazcano en mi escuadrón, no era la
única familia con ese apellido.
—¿Entonces si lo sabias?
—Si, lo sabía, solo que lo había olvidado, por eso no quise ejecutarla, esto
fue culpa mía, de haberlo recordado cuando llego al cuartel, esto no habría
sucedido.
—Entonces Damián debería culparte a ti.
—¿Por qué?
—Por haber sido humillado por una mujer.
—Lo superara, aunque admito que ahora estoy más sorprendido por eso
que antes. Espera un instante ¿Damián lo sabe?
—Sí, no estoy seguro de cómo lo descubrió, pero lo sabe.
—Debó hablar con él entonces y quizás atar un par de cabos sueltos, no
asesinare a Lazcano, su padre me atormentaría desde el infierno si algo le
llegara a pasar, traerá flotas de barcos piratas a causarme sufrimiento.
—¿Barcos piratas?
—Santiago, necesito que hagas algo por mí, debería hacerlo yo mismo,
pero no me da la gana.
—¿Qué es?
—¿Ves la caja en el rincón? Llévala a la casa de Lazcano y entrégasela a su
hija, no a su esposa, esa mujer está loca, debes dársela a Zuri ¿Quedo claro?
—Sí señor.
—¿Qué haces parado allí entonces? Muévete
Santiago tomó la caja mientras su padre guardaba la fotografía en su
escritorio. Salió de la casa muy feliz en dirección a la casa de los Lazcano.
Estaba tan emocionado que el camino se le hizo en extremo corto, pero le
bastó con estar frente a la casa para quedarse paralizado, no estaba seguro de
que decirle, pero no tuvo tiempo de pensar en nada, pues apenas iba a
retroceder para pensar que hacer cuando la puerta principal se abrió y Helena
salió en compañía de Nelson para ir a dar un paseo. Le bastó ver a Santiago
para llamar de inmediato a Zuri, sin dejar al muchacho decir ni una palabra. Ya
no había nada que hacer, no podía escaparse, espero mirando fijamente la caja
hasta que Zuri salió.
—Santiago ¿Qué haces aquí?
—Mi padre me pidió que te entregara esta caja.
—¿Qué hay allí?
—Cosas del señor Nelson.
Zuri se acercó entonces y abrió la caja sin quitársela de las manos, curioseo
entre las cosas y luego miró a Santiago con esa clásica expresión estoica que
Zuri solía tener.
—Puedes quedártelas.
—¿Qué?
—Estas cosas no son de mi padre, son de mi abuelo.
—No lo entiendo.
—No hay mucho que entender, yo no supe mucho de mi abuelo, mi padre
no hablaba conmigo de él, eran cosas que no le contabas a…
—¿A?
—No es importante, solo que no son de mi padre, son de mi abuelo, yo no
supe nada de él, salvo que era un mercader que viaja en su barco.
—Un pirata…
—¿Qué?
—Nada, lo lamento, pensaba en algo mas ¿De verdad puedo quedármelas?
—Claro, no hay nada allí que me interese conservar.
—Gracias.
—De hecho podría haber algo más, siempre que no te moleste esperar.
—Tengo tiempo.
—Bien.
Zuri entró a la casa y regresó un poco después con otra caja más pequeña
de la que saco un viejo diario y un catalejo de oro y joyas que dejó a Santiago
con la boca abierta.
—Zuri, no puedes darme eso.
—Mi madre odiaba a mi abuelo, esto es mío, fue algo que mi padre me
dejo como obsequio, pero jamás he encontrado uso para ello, quizás tú puedas
hacer algo mejor que solo tenerlo guardado.
—Vaya, gracias.
—¿Santiago?
—¿Sí?
—Había olvidado agradecerte por dejarme salir del cuarto y ayudarme a
salvar a mi madre.
—Aun no entiendo porque tomaste una decisión tan extrema, pero, no
estoy en posición de juzgarte.
—Claro que no, ambos somos igual de zalameros ¿No es así? Lamento el
resto, nunca tuve la intención de que se descubriera, ni de dañar a nadie.
—No hay nada que lamentar, de hecho fuiste muy valiente, me habría
gustado ser de más ayuda.
—Que pase buenos días, futuro capitán Brizuela, con permiso.
Santiago la vio entrar a la casa, pero no pudo decir ni una palabra más.
Miró la caja con una mezcla de resignación y tristeza, regreso a la casa y
estaba por subir a la habitación cuando su padre lo vio.
—¿No la quiso?
—No dijo que no conoció a su abuelo, que esas cosas eran de él, no de su
padre, dijo que lo único que sabía era que fue un poderoso comerciante…
—¿Comerciante? Ese hombre era un pirata, Nelson se jactaba de decir que
jamás encontraron el tesoro que oculto cerca de aquí. Que nunca pudieron
condenarlo por ninguno de sus delitos, se disfrazaba con la fachada de un
mercader y andaba de ladrón.
—¿Querías atraparlo?
—Nelson me retó a intentarlo, pero nunca supe como leer esos papeles tan
raros, creo que no me dio todas las piezas.
—Creo que lo intentare, será una buena forma de entretenerme.
—Recuerda que el cumpleaños de Laura es en unos días, aun no le
compras un obsequio.
—Ni lo hare.
—¿Qué?
—Por favor padre, es Laura, nada que le dé será suficiente para ella, cada
año es lo mismo, el año pasado gaste hasta la última moneda que tenía en un
vestido y lo quemó unos días después, estoy cansado de tratar de agradar a mis
hermanos.
—Pero no lograras nada si solo te rindes.
—También sufriré menos, con permiso.
Santiago subió a su habitación y colocó en la mesa todas las cosas que
estaban en aquella caja. Pero se concentró solo en aquel viejo y polvoso diario.
Una bitácora de los viajes de aquel comerciante. Pero algo llamó de inmediato
la atención de Santiago, había páginas marcadas, como si hubiesen estado
dobladas alguna vez, pero no estaba seguro de como doblarlas correctamente.
Hojeando toda la bitácora no parecía tener nada especial, historias de mar,
cuentas de mercadería, cargas y puertos de entregas, pedidos y clientes y entre
otras cosas aparecía el nombre de Zuri, pero eso no era de extrañarse para
Santiago. Era el nombre de la esposa de aquel marinero. En palabras de la
misma bitácora, la única mujer que lo había esperado sin dudar ni por un
momento. Vincent Lazcano era el nombre de aquel caballero.
Santiago se detuvo de inmediato ante aquella revelación, le resulto
sorprendente, que el abuelo paterno de Zuri se llamara igual que el suyo.
Vincent Brizuela, el padre de su padre, había dirigido las tropas marítimas del
rey durante años. El poderoso capitán de un inmenso navío, tenía bajo su
mando una flota de quince naves poderosas. Cuidaba las costas de aquel reino
con puño de hierro, ningún comerciante pisaba los muelles, sin que él pisara
antes su barco y revisara las cargas de pies a cabeza. Había sido conocido por
su regio temple a pesar de ser un hombre delgado. Dominó las costas sin
rivales hasta que perdió la batalla con un poderoso pirata sin nombre, que
venía de tierras lejanas. Aquel hombre destruyo el barco principal de la flota
asesinando a Brizuela y hundiéndolo en el fondo del mar.
Cuando el capitán murió dejo tras de sí a dos niños y una esposa en aquella
ciudad. Su abuela Ana María, había criado sola después de eso a Guillermo su
padre y a Santiago, tío de quien había recibido su nombre, el cual nunca pudo
conocer, pues había muerto presa de una severa enfermedad, que casi había
acabado con su padre también. Santiago se preguntó por un momento, si era
una coincidencia que su abuelo fuese asesinado por un pirata sin nombre y que
el abuelo de Zuri llevara de hecho el mismo nombre de su abuelo. No era algo
que pudiera resolver, por su cuenta. Continúo leyendo la bitácora hasta no
encontrar nada más en ella que le causara interés. Por lo que decidió comenzar
a doblar las páginas para ver que podía descubrir, estaba tan absortó en aquella
tarea que no escuchó la puerta, ni se percató de que Damián había entrado
hasta que lo había tomado del cuello de la camisa.
—¿Tú lo sabias?
—Bájame.
—Respóndeme.
—No sé de qué me hablas.
—Estabas en su casa, lo vi en tu cara ¡Te gusta Lazcano!
—¿Qué?
—No te hagas el idiota.
—Bájame ahora mismo.
—Por eso le pediste a mi padre que la dejara vivir.
—Yo no le he pedido nada, además, no veo lo malo en que viva.
—Engaño a todos.
—No a todos, solo a unos pocos, deja de exagerar, la mayoría de las
personas del pueblo no saben quién es.
—No me interesa el pueblo, me interesan mis compañeros que lo saben y
están al tanto de que…
—¿De que una mujer limpio el piso contigo? Eso es lo único que te
preocupa, ella te humillo pero nadie tiene permitido decirlo, así que ni siquiera
puede jactarse de eso, eres el único que está preocupado, yo estoy feliz de que
este con vida.
—Por eso siempre fuiste tan amable con Lazcano, te gustaba desde antes,
respóndeme ¿Lo sabias?
Apenas termino Damián de hacer la pregunta, cuando sintió un poderoso
golpe, sonoro y firme sobre el brazo con el que sostenía a Santiago. A causa
del dolor soltó la camisa dejándolo caer de nuevo en la silla. Se volvió de
inmediato y se sorprendió de ver a su madre sosteniendo una vara de madera,
que solía decorar la pared del pasillo no muy lejos de la habitación de
Santiago.
—Te lo advertí.
—Madre yo…
—Estas actuando como un energúmeno Damián, esto lo puedo tolerar de
todos, menos de ti, se supone que debes ser una persona con la cabeza fría si
quieres ser como tu padre, pero veo muy difícil que lo logres.
—Yo…
—Vete de aquí, ahora mismo, hablaremos con tu padre más tarde.
—Si madre.
Cuando la mujer lo vio dejar la habitación se volvió a mirar a Santiago aun
con una expresión de molestia bastante marcada. Se acercó a la mesa y se
sentó frente a él, haciéndole una pregunta que le dejó la sangre helada a
Santiago
—¿Es verdad lo que dijo Damián?
—¿Qué cosa?
—Esa es la dama que te tiene actuando como un imbécil ¿Zuri Lazcano?
Santiago sintió que el aire se le había escapado de los pulmones, no podía
respirar, el corazón se le iba a salir del pecho y la mirada penetrante de su
madre solo le empeoraba el miedo que sentía de responder aquella pregunta.
—La ausencia de negativa responde por ti hijo.
—No es lo que parece, no es tan sencillo como eso, es muy difícil de
explicar.
—Te escucho.
—Es que yo, era algo extraño, pero yo lo sabía.
—¿Y guardaste su secreto?
Aquella última pregunta dejó caer sobre Santiago una oportunidad que no
iba a dejar escapar, sintió que podía respirar, el miedo se disipo de un solo
golpe. Evidenciaba completamente que su madre no había entendido lo que él
trataba de decirle, pero no iba a tratar de aclarárselo, eso solo iba a causar más
problemas para él, aunque ella podía estar tendiéndole una trampa, pero aun
así se arriesgaría.
—Sí.
—Eso es muy lindo hijo, pero ser su cómplice podría haber causado que tu
padre te asesinara.
—Solo si se daba cuenta.
—Pero entonces, ha sido su culpa que te lastimaras.
—No, eso ha sido culpa mía nada más.
—¿Tuya?
—Debí escuchar a Lazcano desde el principio y dejar de ser un servil.
—No te comprendo.
—Quería decir la verdad, pero no quería decepcionar a mi padre, no podía
contarle nada, iba a ser el hazme reír de la familia, él mismo me habría
asesinado de cualquier forma solo quería ahorrarle el trabajo.
—No te habría asesinado…
—Ese día dijo, que me casara con la hija del jardinero, que actúa como una
loca, para ridiculizar más a la familia. Imagina que hubiese pasado si le cuento
sobre Zuri, Admito que no soy brillante mamá, pero tampoco soy tan estúpido,
me habría asesinado sin esperar una explicación.
—Yo no lo habría permitido y tú lo sabes.
—Entonces cargaría con tu muerte, incluso en eso entiendo a Lazcano
ahora
—Por eso no querías invitarla al cumpleaños de Laura, pero ya puedes
hacerlo.
—No, esa no es buena idea, no le gustan las reuniones y la verdad, no sé si
quiero.
—Deberías pensarlo, alguien con la determinación de ella, puede ser una
gran aliada, pero por ahora, debemos bajar a cenar, ya es tarde.
—Bajare enseguida.
—Luego me cuentas de dónde has sacado todo esto ¿Esta bien?
—Está bien.
Santiago vio salir a su madre de la habitación y dejó escapar un suspiro.
Cerró la bitácora y la dejó sobre la mesa. Bajo al comedor pensando en lo que
su madre había interpretado de sus palabras, realmente no estaba tan alejado
de la verdad. En retrospectiva una parte de él se había dado cuenta del secreto
que Zuri escondía, pero no había sabido interpretarlo. Agradeció al cielo que
fuese así, pues de haberlo hecho en el momento equivocado, quizás habría
cometido una estupidez de la que se hubiese arrepentido mucho. No se
sorprendió de ver a Damián y su padre enojados, sin duda su madre ya había
hablado al respecto y como era de esperarse, su padre se había puesto del lado
de ella. De no haber sido por Laura la cena hubiese estado bastante callada,
aunque Santiago no le ponía nada de atención a lo que ella decía, se le ocurrió
justo entonces algo que regalarle en su cumpleaños y de hecho pensó en ir a
comprarlo al día bien temprano.
Dejó la mesa primero que el resto y al llegar al cuarto se dejó caer en la
cama durmiéndose enseguida. Justo como planeo salió después de desayunar a
comprar aquel regalo. Mientras caminaba por el mercado en dirección a la
carpintería alcanzó a ver a Zuri con su madre y el niño, pero prefirió no
acercarse pues llevaba algo de prisa. Se sintió mucho más animado al ver que
él carpintero aún seguía en la tienda, pues el hombre solía dejar su negocio
para reparar muebles en las casas de sus clientes y resultaba complicado
encontrarlo después. Santiago entro muy emocionado al taller, tomó de una
pila de madera un pedazo de tronco sin corteza y lo llevo con el hombre.
—Quiero este.
—¿Qué?
—Quiero comprarle este tronco.
—Puedes llevártelo, no tiene valor alguno.
—Para nada caballero, necesito pagar algo por él, le daré diez monedas.
—Pues con todo gusto las acepto.
—Gracias.
Santiago entregó las monedas y de camino a casa compró un bello moño y
lo coloco sobre el tronco, con una tarjeta dedicada a Laura. Llego a la casa y
dejó el tronco en su cuarto, antes de continuar revisando las cosas que había
dejado en la mesa. Examino los mapas pero no tenían ni el menor sentido, no
había indicaciones de cuál era el norte o el sur, no había puntos de referencias
y tampoco palabras, solo puntos y garabatos. Estaba intrigado en ello cuando
su madre apareció de nuevo, esta vez con intenciones de saber que era todo
aquello. Santiago se dedicó a explicarle de lo que se trataba y ella curiosa
decidió tratar de doblar la bitácora para ver si podía descubrir algo. Pasaron el
resto de la mañana entretenidos hasta que la hora del almuerzo llego.
—Vamos a comer Santiago, no quiero que te enfermes.
—Si, bajare enseguida.
—Creo que tengo algo que te puede ayudar con estos mapas tan extraños.
—¿Qué cosa?
—Las cartas marítimas de tu abuelo, están arriba en una caja, las puedes
buscar después de almorzar.
—Gracias mamá.
Justo como su madre le indico, Santiago encontró las cartas marítimas, en
una vieja caja, sobre un escritorio negro que había al final del ático. Además
de ellas, había un diario firmado por el capitán Vincent Brizuela que decidió
llevarse también. El diario de su abuelo no hablaba sobre el mar, sino sobre
sus vivencias como soldado y como capitán. Santiago ya conocía esas
historias, su padre se las había contado muchas veces, sin embargo llamo su
atención que en el diario saliera una última historia que nadie le contó. Su
abuelo no se había encontrado con aquel pirata una sola vez, de hecho se le
había escapado antes y estaba decidido a atraparlo. Ni aun él conocía el
nombre de aquel hombre, solo una persona lo conocía, una mujer, solo ella
sabía el verdadero nombre de aquel pirata. Su abuelo la había hecho
prisionera, para de esa manera, hacer que este pirata se rindiera.
Había decidido llevarla en su barco, para que así él lo buscara, pero tras
aquellas líneas, no había nada más en ese diario. Su abuelo sin duda había
hecho eso, causando que la ira del pirata lo llevara a la muerte, quizás por eso
su padre jamás le conto esa parte de la historia. Dejó el diario a un lado y trató
de entender aquellas cartas de navegación y usarlas para los mapas del abuelo
de Zuri, pero no alcanzaba a entender nada. Regreso a doblar las páginas de la
bitácora hasta la cena y después de comer volvió a dormir, al fin que al día
siguiente sería el cumpleaños de Laura y pasaría el día bastante ocupado.
Aquel asunto de los objetos de la caja lo había mantenido tan entretenido que
había olvidado por completo el asunto de Zuri, aunque de vez en cuando
regresaba a ocupar la mayor parte de sus pensamientos.
Aquella mañana antes del desayuno estaba de nuevo doblando las páginas
de aquella vieja bitácora cuando un sonido llamó su atención. Se acercó al
balcón y no pudo evitar notar que Damián y otros cuatro soldados dejaban el
jardín a caballo, con una lista en la mano. Pensó que tal vez Laura se había
antojado de algo de última hora. Bajó a desayunar sin dar mayor importancia
al asunto, pero aquello cambio cuando su padre pregunto por él en el
desayuno, pues tenía que entregar el reporte de sus obligaciones. Un grupo de
tareas como castigo, que su padre le había puesto a petición de Larissa, por
haber trato de herir a Santiago de nuevo. Guillermo miró a su esposa pero ella
se encogió de hombros, le pregunto a su hija a lo que Laura respondió que no
sabía a donde había ido. Santiago le dijo que lo había visto partir a caballo con
otros cuatro soldados aquella mañana con una lista en la mano, pero que no
sabía nada más.
Guillermo estaba intrigado, pero no tenía más remedio que esperar a que
volviera, pues estaría ocupado con la celebración de Laura, cosa que le
tomaría todo el día. Santiago dejó su regalo en la mesa de obsequios, después
de que los invitados habían empezado a llegar, para ocultarlo detrás del resto y
luego se incorporó a la fiesta. Dedicándose solo a caminar de un lado a otro
sin nada que hacer, mientras esperaba que su madre dejara de vigilarlo, para
poderse escapar.
Escapar es un acto generalizado de cobardía pero no se puede escapar del
abismo.
Una nota antes de caer al abismo
Tu corazón y el mío eran abismos,
Abismos profundos y oscuros,
Aterradores para algunos inalcanzables para todos.
Es claro el porque te amo y porque te amo es que trato de lastimarte, de
adorarte, de tratar por todos los medios posibles, que te alejes de mi vida y de
mi corazón.
Éramos dos abismos separados únicamente por la luz en la superficie,
Éramos dos abismos conectados muy en el fondo, lejos de la vista del
mundo o de cualquier rayo de luz.
Éramos, somos y seremos un solo abismo de inmensa oscuridad.

Cap.8 Él nunca llego


A veces aun espero algo que nunca llegara.


Y la tragedia vino después de la locura; hermosa, sombría, amable o cruel,
tiene tantos nombres, pero yo lo llamo amar.
El dios que tanto nos aborrece,
Nos ha maldecido,
Porque nos hace sufrir la más grande de las agonías,
Juega contigo y conmigo,
Se divierte destrozando nuestras vidas por un poco de felicidad.
Había comenzado a caer la tarde cuando Damián regresó a la casa, pero en
lugar de unirse a la celebración, se había encerrado en su habitación, con la
excusa de que se sentía muy mal. Su padre se sintió intrigado pero estaba
demasiado ocupado, con los invitados. Santiago notó que uno de los soldados
que había salido aquella mañana con su hermano se había quedado en la fiesta
y comía y bebía desenfrenadamente. Se percató de inmediato que estaba algo
golpeado, eso no era extraño en un soldado, pero aquella mañana no tenía esos
golpes. Santiago tenía un extraño presentimiento que no dejaba de molestarlo,
pero tenía una idea para descubrir sus sospechas. Espero pacientemente hasta
que el soldado estaba tan ebrio que hacerlo hablar era solo cuestión de hacer
las preguntas correctas. Le tomó algo de trabajo pero no demasiado tiempo
descubrir a donde había estado su hermano aquel día.
En medio de burlas y risas aquel ebrio le contó a Santiago, que habían ido
a visitar a un viejo amigo soldado, para cobrarle las que debía. Le dijo aun
entre risas que tenían que volverlo a intentar, porque se les había escapado,
pues resultaba muy escurridizo. A Santiago que ya estaba a punto de sufrir un
colapso nervioso le costó un poco más que soltara el nombre. Al escucharlo le
dio un golpe en el rostro tan fuerte al soldado, que acabó rompiéndole la nariz
y lanzándolo sobre una de las mesas. De inmediato aquello llamo la atención
de todos los presentes. Santiago ya estaba por subir las escaleras cuando su
padre lo intercepto y lo arrastro a su despacho.
—¿Qué demonios te pasa?
—¡Damián fue a vengarse de Lazcano!
—Eso no es verdad, yo mismo se lo he prohibido.
—Ese soldado dijo que fueron juntos, cuatro. Dijo que Damián quería
desquitarse la humillación que Lazcano le había causado.
—Necesitamos confirmarlo primero, ese soldado estaba ebrio.
—Adelante, sube a preguntarle.
—Este no es el momento.
—Claro, no es el momento, no te importa.
—¿Por qué te importa tanto a ti?
—Incluso si está muerta, no castigaras a Damián.
—Eso no es verdad.
—No quieres que te lo diga ahora, porque no quieres exponerlo frente a
todos, no al hijo del capitán Brizuela, su orgullo.
—No digas tonterías Santiago.
—Entonces has que baje, solo debe responder una pregunta, nada más.
—Bien.
Ambos subieron a la habitación de Damián, pero este se negó a salir de
allí. Presa de la ira por su desobediencia Guillermo abrió la puerta de una
patada y no pudo evitar retroceder al ver que Damián tenía un ojo oscurecido y
la boca hinchada. Aquello había sido la clara respuesta a la pregunta que no
hizo falta hacer, por lo que su padre decidió cambiarla por una diferente.
—¿Dónde está Lazcano?
—No lo sé ¿Por qué debería saberlo?
—¿Qué sucedió?
—Tuve una pelea con un soldado que se creía muy importante, pero lo
puse en su lugar.
—¿Qué soldado?
—No es importante, ya no es soldado de todos modos.
—Fuiste tras Lazcano, aunque te lo prohibí.
—Esa miserable se merece lo que le paso.
—¡Lo sabía! ¡Voy a matarte!
—¡Deberías estar orgulloso! ¡Tú ramera se defendió bastante!
—¡Estás Muerto!
—Basta ya los dos. Santiago a mi despacho, ahora
—Pero…
—¡Ahora Santiago!
— Y tu Damián, no quiero que salgas de este cuarto hasta que determine
un castigo a la altura de esto, reza a quien escojas, para que Lazcano siga con
vida.
El capitán salió de la habitación sin cerrar la puerta y logró detener a
Santiago justo antes de que dejara la casa y lo arrastro hasta el despacho de
nuevo.
—¿A dónde vas?
—Voy a buscar a Zuri.
—Ya casi anochece, no harás nada sino sabes dónde buscar. Si lo que el
soldado te dijo es verdad, se escapó y si es la mitad de lista de lo que ha
demostrado, no dejara que la encuentren.
—¿Y si mintió?
—¿Qué podrías hacer tú? ¿Para qué vas a buscarla? Ella no es alguien
que…
—Yo no pedí tu ayuda…
—Santiago, si sales de esta casa…
—¿Qué? Lazcano tenía razón, no he sido más que un zalamero del capitán
Brizuela. Ya tienes el hijo que querías, el soldado de clase que buscabas, allá
arriba esta, simplemente cubre sus crímenes, para que nadie los vea, yo a ti no
te hago falta.
—Regresa aquí.
Guillermo tomó al muchacho del brazo y de un solo jalón se lo retorció en
la espalda haciendo que dejara escapar un grito.
—No vas a salir de esta casa, eres un Brizuela.
—¡Ya no!
—¡Eso piensas!
En un arrebato de cólera, el capitán rompió la camisa de Santiago,
dejándole el dorso al descubierto y coloco de un solo golpe el puño sobre una
marca que el muchacho tenía casi al final de la espalda.
—Esta marca nació contigo, porque eres un Brizuela y morirás como un
Brizuela.
—Pues me arrancare la piel si es necesario, para dejar de molestar a tu
familia, pero no me quedare aquí.
—¿Eso piensas?
Guillermo estaba por desenvainar su espada, cuando Larissa entró al
despacho.
—Suelta a tu hijo en este momento.
—Él ya no es mi hijo.
—¿Entonces asesinaras al único que tienes? ¿Es eso lo que dices?
—Larissa por favor, perdió la razón.
—¿Y tú no? Déjalo ya, por favor.
Guillermo soltó entonces el brazo de Santiago y el joven se le escabullo
entre las manos, se acercó a su madre y tras darle un abrazo dejó la casa.
Santiago tomó un caballo y llego a toda prisa a la casa de los Lazcano. Tocó la
puerta angustiado, espero pacientemente hasta que Helena abrió.
—¿Qué haces aquí muchacho?
—Zuri ¿Esta aquí?
—No, esa muchacha inútil ha desaparecido desde esta tarde.
—¿No sabe a dónde fue?
—No, pero si la ves, dile que debe volver a cumplir sus tareas.
—Gracias.
Santiago regresó a la mansión, caminando mientras tiraba del caballo,
mirando en todas direcciones, con la esperanza de verla en algún lugar, pero
no fue así. Se escabullo hasta su habitación por los pasillos de la servidumbre
y llego a su habitación sin ser visto. Guardo en un bolso las cosas del abuelo
de Zuri, algo de ropa, dinero y volvió a salir sin que lo vieran. Pasó aquella
noche buscando a Zuri por todas las calles de aquella ciudad, llegó incluso a la
playa sin dar con ella. Deseaba con cada fibra de su ser que realmente hubiese
escapado, aunque una parte de él estaba seguro de que Damián la había
asesinado y sabía que su padre no haría nada al respecto. Cuando por fin lo
venció el cansancio casi llegaba la mañana. Se quedó dormido oculto entre los
árboles del bosque, fuera de la ciudad. Aquella mañana su madre angustiada
entró al despacho y culpó a Guillermo de que su hijo no hubiese regresado,
exigiéndole que fuesen a buscarlo, incluso si tenía que movilizar a toda la
guardia para encontrarlo.
—Por favor Larissa…
—Santiago regresó Guillermo, tomó sus cosas y se fue de nuevo, ni
siquiera hablo conmigo, mi hijo no está bien.
—Está actuando como un imbécil.
—Digno hijo de Guillermo Brizuela.
—¿Qué?
—¿Acaso no eres tú el mismo, que una vez fue un muchacho estúpido?
—Pero no como Santiago.
—Supongo que en cada generación es mejor ¿Por qué estás tan enojado
con él?
—Esa muchacha no es…
—¿De su altura? Reniegas de la hija del capitán Lazcano, en otro momento
incluso la habrías considerado perfecta para Damián.
—Quizás si para Damián, pero no para Santiago.
—Lamento decepcionarte, pero Santiago la quiere y no es poco.
—Eso lo ha dejado muy claro ayer, quizás este con ella.
—Entonces vamos a buscarlo, necesito saber si mi hijo está bien.
Guillermo se levantó de su escritorio enojado, pero sabía que Larissa
estaba verdaderamente angustiada y que si no quería sufrir su desdén, era
mejor ayudarla. Salieron en dirección a la casa de los Lazcano, en una carroza
porque ella no deseaba caminar. Al llegar el capitán se vio invadido por la
desconfianza, al notar que la puerta estaba entreabierta. Guillermo colocó a
Larissa tras de sí, desenvaino la espada y entró despacio a la casa. Comenzó a
llamar sin recibir respuesta, camino con cautela, cruzo el recibidor y llego a la
puerta que llevaba al siguiente salón. Apenas si pudo detener una espada que
iba directo a su cuello, apareciendo desde la derecha tras la puerta. Uso
bastante fuerza para lanzar a su enemigo hacia atrás y se sorprendió de ver a
Lazcano, lista para atacarlo de nuevo. Permaneció en guardia, esperando que
él atacara primero, mientras lo observaba con la expresión más regia que él
capitán Brizuela hubiese visto. Larissa decidió intervenir, pues se había
percatado de que a pesar de su comportamiento Zuri estaba asustada.
—Calma muchacha, Guillermo y yo no venimos a hacerte daño.
—Hágase un favor y deje de mentir, su hijo vino ayer, como no logró lo
que buscaba mandó a sus perritos a terminar el trabajo se fueron hace muy
poco tras fallar veo que fueron a buscar a su capitán, para destruir las
evidencias, no engañan a nadie.
—Yo no soy parte de esto…
—¡Mentiras! Por su culpa mi vida esta arruinada, ni siquiera puedo irme
ahora, no me dejaran escapar.
—¿De qué hablas?
—No se haga el imbécil.
Zuri se arrancó entonces las mangas del vestido dejando ver las marcas, las
heridas y los moretones que le habían quedado por defenderse.
—Y esto es solo una parte. Yo solo quería irme de aquí, pero cuando traté
de escapar me persiguieron sus soldaditos hasta que tuve que volver a
encerrarme en la casa. Mi madre se fue con su hijo esta mañana, ellos le
dijeron que me dejara y ella solo se fue… y ellos volvieron por mí ¿Cree que
no sé lo que quieren?
—Yo no…tenía idea.
—Nosotros no te buscamos a ti, buscamos a mi hijo, a Santiago.
—Yo no sé dónde esté, pregúntele al capitán, al fin que Santiago, un
zalamero de su padre.
—Él vino a buscarte ayer, cuando supo lo que Damián había hecho, por
favor muchacha ¿No lo has visto?
—Él nunca llego.
—Él quería ayudarte.
—¿Por qué querría ayudarme? Damián es su hermano ¿Por qué me
ayudaría a mí?
Larissa la miró perpleja por un instante, pero se dio cuenta de todo de
inmediato
—El nunca hablo contigo, jamás te lo dijo.
—¿Decirme que?
—Santiago no está aquí Guillermo ¿Dónde está entonces? ¿Dónde está mi
hijo?
—Yo no sé dónde está su hijo.
—Lazcano, necesito que vengas conmigo.
—¿Qué tan estúpida cree que soy capitán? Usted no puede controlar a sus
soldados y no va a ponerme en bandeja de plata para ellos.
—No estarás a salvo en esta casa.
—Ahora me dirá que quiere ayudarme, no gracias, me las he arreglado
muy bien por mi cuenta, si quiere ayudarme, amarre a sus bastardos.
—¿Piensas quedarte aquí?
—Voy a escapar de este lugar, yo no pedí su ayuda.
Aquellas palabras hicieron al capitán dar un paso atrás y volver la mirada
por un momento. Levanto entonces la cabeza y miro fijamente a Zuri con
expresión firme.
—Yo mismo los ejecutare, a todos ellos, para demostrarte que no he tenido
nada que ver con esto.
—Usted no ejecutara a su hijo.
—Yo tengo un solo hijo y quiero recuperarlo, pero necesito tu ayuda para
ello.
—Yo no tengo nada que darle.
—Escúchame, si ves a Santiago, dile que necesito que regrese a casa.
—Yo no sé dónde está.
—Si no lo ves, no tienes ninguna deuda con nosotros, pero de lo contrario,
por favor, solo eso te pido.
—Lo cumpliré, si usted cumple su parte.
—Así será.
Guillermo envaino su espada y tras hacer un ademan de despedida dejó la
casa, Larissa por su parte se acercó a Zuri un momento, haciendo a la
muchacha dar un paso atrás.
—Por favor, quizás no me creas, pero te has apoderado de la cordura de
Santiago y quizás solo tú puedas hacerlo entrar en razón.
—No sé de qué me habla.
—Si lo encuentras, te bastara con mirarlo a los ojos para entender lo que te
digo, trata de hablar con él, te aseguro que tu si podrás encontrarlo.
—Ni siquiera puedo salir de aquí.
—Podrás, ya verás.
Larissa se despidió y fue tras Guillermo. El capitán estaba enfadado,
regresó a la mansión con la intención de asesinar el mismo a Damián, pero se
le había escapado. Reunió a toda la guardia para que lo capturaran junto con
aquellos que lo apoyaban, si esa era la forma de calmar las cosas, entonces eso
haría. Laura no podía entender porque su padre había puesto precio a la cabeza
de su hermano mayor, pero lo descubrió de la peor manera, cuando al
enfrentar a su padre en su despacho, exigiendo una explicación, el capitán
amenazara con cortarle la cabeza a ella también si se encontraba del lado de
Damián.
—Es mi hermano padre, es tu hijo.
—No, no es así.
—¿Qué?
—Guillermo Brizuela solo ha tenido un hijo. Le bautice Santiago por mi
hermano, solo uno de los tres hijos de Larissa tiene en su espalda la marca de
nacimiento de un Brizuela y ese es Santiago. Así que ten cuidado con el bando
que vas a elegir Laura, porque puedes llevar mi apellido, pero mi sangre no
recorre tu cuerpo, así que no me va a doler derramarla.
—Pero…
—Si sabes donde esta Damián, será mejor que me lo digas.
—No padre, no sé dónde está.
—Entonces será mejor que desaparezcas de mi presencia, hasta que yo
decida que deseo hablar contigo.
—Si padre, con permiso.
Aquella tarde ante el capitán fueron presentado cuatro de los soldados que
secundaban a Damián, de un total de diez hombres. Pero el resto había
escapado sin dejar rastro. Los soldados no habían logrado dar con Santiago,
aunque lo tenían en las narices. El joven había regresado a la ciudad y
deambulaba por las calles oculto a plena vista, con el disfraz de un pirata.
Desarreglado, con la cara sucia y el cabello revuelto cubierto con una pañoleta
rojiza y sucia, logró pasar desapercibido por completo. Había comprado
comida y vendido el caballo e incluso había dejado en el pórtico de su casa
una carta para su madre. Antes de regresar a vigilar la casa de los Lazcano,
tras ver a Zuri con vida, cuando sus padres dejaron la casa aquella mañana. No
estaba seguro de querer hablar con ella, pero sabía que por el momento no
quería regresar con su padre.
No necesitaba ayuda para cuidarse solo, lo único que le hacía falta era
dinero y comida. Se preocuparía cuando comenzara a faltarle el dinero,
mientras tanto solo deambularía por la ciudad. Tenía pensado seguir a Zuri
cuando decidiera dejar aquella ciudad y quizás entonces hablar con ella, para
convencerla de dejarlo seguirla. Aquella tarde observó entre los curiosos un
poco detrás de ella la ejecución de aquellos cuatro soldados, observando con
cautela a todos aquellos que los rodeaban, por si Damián había decidido tomar
la oportunidad para acabar lo que había comenzado, pero no se presentó.
Después de la ejecución la siguió de lejos hasta que la vio entrar a la casa de
los Lazcano, donde para sorpresa de ambos, estaban Helena y Nelson, quienes
habían regresado por pedido del capitán Brizuela; Quien le había asegurado a
la mujer, que su casa ya era segura y que su esposo no habría querido que la
dejara, convenciéndola de regresar tomando provecho de su locura.
Después de que todas las luces se habían apagado, Santiago regreso
caminando hasta el mismo lugar donde había dormido la noche anterior, cayó
tendido al suelo, con la cabeza sobre su mochila y se quedó dormido
enseguida. En la casa de los Brizuela, Larissa leía la carta con una mezcla de
calma y dolor. Mientras Guillermo trataba de consolarla, al fin y al cabo, entre
aquellas líneas, Santiago no solo le aseguraba que estaba bien, sino que
además le decía que regresaría cuando se sintiera listo para hacerlo. Se había
disculpado por hacerla sufrir de esa manera y le había pedido que le
comprendiera. Le había prometido tener cuidado y no alejarse demasiado sino
era necesario. Larissa no lo entendía, no quería entenderlo, sabía que él quería
pensar solo, pero para ella, eso podía hacerlo en cualquier lugar de aquella
inmensa mansión.
Quería a su hijo de vuelta, pero no podía obligarlo a volver. Después de
meditarlo un rato, con la voz cortada y los ojos llenos de lágrimas le pidió a
Guillermo que dejara de buscarlo.
—¿Estás segura?
—Puede que Santiago aun sea joven, pero no es un tonto. Si lo presiono
voy a perderlo para siempre y no quiero eso, él muy similar a ti, por eso sé que
este es el camino correcto.
—Muy bien, dejare de buscarlo.
—Quiero que concentres todo en encontrar a Damián, no quiero que él
encuentre a Santiago antes de que nosotros lo encontremos a él.
—En eso si estoy completamente de acuerdo, aunque no creo que Santiago
le dé a Damián la oportunidad de matarlo.
—No lo hará, Santiago quiere encontrar a Damián para matarlo él mismo y
tampoco quiero que eso suceda.
—¿Temes por su vida?
—Santiago es bueno para muchas cosas, pero incluso yo reconozco que
Damián en combate le lleva mucha ventaja, no quiero que lo mate.
—Tampoco yo.
—Por eso debemos encontrarlo primero.
—Así será, pero por ahora necesito que subas a descansar, por favor
Larissa.
—¿Cómo esta Laura?
—Ya se ha ido a dormir, parece mucho más astuta que sus hermanos, ha
dejado de entrometerse donde no la llaman.
—Hablare con ella después, vamos a la cama.
Contrario a lo que su madre pensaba, Santiago no tenía pretensiones de
asesinar a Damián, pero no pensaba permitir que su hermano dañara a Zuri de
nuevo. Había vigilado la casa varios días, sin novedad alguna. Cuando se
aburría, sin descuidar su tarea, trataba de resolver la bitácora de Vincent
Lazcano. Había logrado doblar varias de las páginas correctamente,
descubriendo de a poco las instrucciones para aquellos mapas tan extraños. En
las tardes regresaba al bosque donde se había construido un refugio, en una
colina alta, desde donde podía ver la casa de los Lazcano, con el catalejo que
Zuri le había entregado. Procuraba esquivar a la guardia para que no lo
encontraran. Sin embargo, aquel pirata había llamado la atención de otra
persona, que había comenzado a vigilarlo. Hasta que en un descuido del
mismo Santiago, aquella persona logró reconocerlo y una tarde, mientras se
entretenía con aquella bitácora, se le acerco con cautela, hasta sentarse a su
lado para conversar.
—Tu madre tenía razón.
—Zuri.
—¿Qué haces aquí Santiago?
—Nada, doblar papel.
—¿Solo eso?
—De momento sí.
—Me sorprende que hayas logrado burlar a la guardia.
—A mí me sorprende más, que a ti no.
—Tu sí, pero te delató el catalejo de mi abuelo, se asoma en el bolso.
—Rayos, no lo vi.
—Tu madre está preocupada.
—Ya no lo está.
—¿Hablaste con ella?
—Algo así.
—¿Quieres comer algo?
—¿Qué?
—Bueno, no quieres volver con ellos y ellos ya no te están buscando, yo
no voy a delatarte, así que puedes venir a comer si quieres.
—La verdad…
—Se lo que haces idiota, vamos, será más fácil que vigiles desde dentro de
la casa, además, la persona que buscas también ha estado vigilando la casa.
—¿Lo dices en serio?
—Sí, pero desde este lugar nunca ibas a poder verlo, vamos y te lo
mostrare.
—¿Estás segura?
Zuri se levantó y sin volverse a mirarlo dejo escapar un suspiro; subió la
mirada al cielo, pero cerro los ojos antes de hablar.
—Sinceramente no, pero prefiero creer que puedo confiar en ti, que seguir
actuando como una paranoica que no puede dormir, esperando a que alguien
salte de entre las sombras. No tienes ni la menor idea de lo que me ha costado
venir a hablar contigo, no lo hagas más difícil para mí.
—Vamos.
Santiago tomó la mochila y se levantó.
—¿En que tenía razón mi madre?
—En que yo te encontraría primero.
Santiago se sintió sorprendido con aquellas palabras ¿Cómo podía su
madre saber eso? Zuri empezó a caminar en silencio hacia la casa, con
Santiago pisándole los talones, mirando en todas direcciones. Quizás un poco
menos paranoico que ella, aunque lucía un poco más desquiciado, con el
atuendo que llevaba y el aspecto que tenía. Después de llegar a la casa y
obligarlo a que se diera un baño y se cambiara la ropa por algo limpio, lo
acompaño a comer en la cocina. Mientras Santiago se atragantaba feliz, Zuri
solo lo miraba, buscando aquello que Larissa le había mencionado, aunque no
estaba segura de que era aquello que debía buscar. Después de comer, lo guio
hasta el ático y le mostró una ventana escondida tras un viejo escaparate. Le
pidió que la esperara y bajó por un par de postres, se sentó en el piso a su lado,
le entregó uno y en silencio esperaron a que apareciera aquella persona, que
cada tarde a la misma hora, Zuri miraba de pie entre las sombras del callejón
del ribete de enfrente, mirar en silencio la casa, lejos de la mirada del resto, de
manera sospechosa.
Es difícil para mí, encontrar respuesta a cosas inexplicables y es inútil para
mí explicar cosas como él.
Una rara nota feliz.
Hay dos cosas que se saben por naturaleza, que el amor solo te hace daño y
aun así lo buscas, que la felicidad no existe y aun así la esperas. Pero hay algo
que pocos logran entender antes de que ya sea tarde. Cuando de verdad te
enamoras sufres amando, pocos lo soportan y prefieren vivir un cuento sin fin.
Y al final llegaste tú,
Tan vacío tan normal.
Una existencia hermosa que llena mi corazón.
Somos dos almas gemelas odiadas y enamoradas,
Imagine locura y soledad,
Imagine agonía y dolor,
Imagine tantas cosas y al final, la imaginación me abandono.
Ya no quedaba más que imaginar porque llegaste tú.
El final feliz no existe, el amor duele y duele toda la vida, porque nunca lo
olvidas.

Cap.9. Aquella Figura Oscura


La oscuridad es el principio y el fin


La habitación es pequeña y fría,
El tiempo se detiene frente a la ventana,
Las paredes proyectan los reflejos como si fueran espejos,
Estoy cansada,
Asustada,
Triste,
Y tan viva.
Aquella tarde, casi a la hora de la cena, la persona en cuestión apareció.
Pero Santiago no podía distinguirlo en medio de las sombras, no obstante
estuvo seguro de que era un guardia, pues notó de inmediato, que cuando los
soldados que hacían ronda por la calle pasaban, le saludaban disimuladamente.
Aquel acto puso en alerta a Santiago, sino era Damián, fuese quien fuese, tenía
el apoyo de los demás soldados, así que cuando decidiese hacer algo, nadie lo
detendría, quizás incluso lo apoyarían. No sabía porque aún no había atacado,
pero sin duda tramaba algo y Damián tenía que estar detrás de ello, pero ¿Qué
estaba esperando entonces? Solo vigilaba la casa, quizás para evitar que Zuri
pudiera escapar de allí, quizás esperando que la casa quedara sola para entrar a
buscarla, pero no podía más que especular.
Lazcano estaba recostada del armario, pero sin mirar por la ventana, ya
sabía que estaba allí, cada tarde llegaba a la misma hora y justo como ella
había mencionado, por su ubicación Santiago no habría podido verlo jamás.
No había pasado mucho tiempo cuando Santiago se percató de que Zuri había
empezado a cabecear, se habría dormido sino hubiese recordado que ya casi
era hora de cenar. Sin decir ni una palabra bajó a la cocina, preparó la cena, le
sirvió a Nelson y a su madre. Preparó un par de platos más y subió al ático, le
dio a Santiago uno y se sentó a comer también.
—Ya casi es hora de que se vaya.
—¿Nadie lo releva?
—Quizás, pero no lo sé, desde aquí no se ve el resto de la calle, alguien
debe relevarlo, porque siempre tratan de entrar cuando mi madre sale.
—¿Siempre?
—Mientras está en casa, nadie se acerca, pero cuando sale de paseo con
Nelson, me oculto aquí arriba, hasta que dejan de buscar.
—Debemos sacarte de aquí, acabaran por encontrarte tarde o temprano.
—No puedo irme.
—¿Por qué?
—Todos ellos quieren matarme, salvo tú y tu padre. El capitán Brizuela no
puede matar a todos los soldados del pueblo.
—Bastaría con asesinar a Damián.
—Él no matara a su hijo.
—Entonces déjame ayudarte.
—Habría preferido que no te entrometieras, pero ya estás aquí y si te
hubiesen visto, quizás habrían tratado de matarte a ti también.
—No me sorprendería que Damián, ande detrás de mi cabeza, pero si mi
padre no puede detenerlo, quizás nosotros si podamos.
—Ni siquiera me atrevo a dejar la casa.
—Hoy fuiste a buscarme.
—Y aun no estoy segura de cómo.
Santiago se quedó en silencio, no estaba seguro de que se suponía que
debía decirle, aunque le habría encantado mencionar que la comida estaba
exquisita, pero pensó que se escucharía estúpido.
—¿Quieres dormir?
—¿Ah?
—Es que mencionaste que no habías dormido últimamente, podemos
turnarnos para vigilar, si tú quieres.
—Eso sería maravilloso.
—Entonces tomare el primer turno, ve por una manta, hará frio.
—El frio me mantiene despierta.
—Sí, pero se supone que vas a dormir.
—No tardare.
Él seguía mirando aquella figura oscura oculta en el callejón. Se sobresaltó
al sentir la manta caer sobre sus hombros y ver a Zuri entregarle un pedazo de
postre, antes de sentarse al lado. No pasó mucho tiempo antes de que el
extraño saliera de su escondrijo y se escabullera, ocultándose detrás de las
últimas personas que deambulaban por la calle, de camino a sus casas. Nadie
tomó su lugar, pero Santiago no dejó de mirar la calle, el callejón y los
alrededores hasta donde le alcanzaba la vista. Zuri se había dormido recostada
contra el armario, cada tanto despertaba sobresaltada pero sin hacer ruido,
quizás por temor de delatar su posición, miraba en silencio al muchacho antes
de volverse a dormir. Casi a medianoche algo llamó la atención de Santiago,
un par de hombres, deambulaba por la calle, pero no parecían soldados.
No estaban ebrios, ni perdidos. Procuraban no hacer ruido, mientras
examinaban los alrededores, parecían buscar algo, pero Santiago no estaba
seguro de que. Pasadas un par de horas dejaron el lugar y todo quedó en calma
de nuevo. Aquella noche Santiago no se durmió, espero la mañana
pacientemente sin despertar a Lazcano hasta que el sol comenzaba a aparecer,
recibiendo por desgracia, un golpe en la cara, que lo dejó acostado en el suelo.
—Auch, eso dolió.
—Lo lamento Santiago, no fue mi intención ¿Estás bien?
—Lo sé, fue mi error por no pensar que eso podía pasar, al menos no me la
rompiste.
—Lo lamento mucho de verdad.
Justo entonces Zuri se percató de que ya casi salía el sol.
—Ya casi es hora del desayuno ¿Te quedaste dormido?
—No, preferí dejarte dormir, yo puedo descansar mientras estas abajo.
—¿No dormiste nada?
—No estaba cansado.
—Gracias, mentiroso, volveré en cuanto pueda.
—Toma tu tiempo, creo que me dormiré con el golpe.
—Ya dije que lo lamento.
—Y yo dije que fue mi culpa, no te dije que tenías que volverte a disculpar.
Zuri lo miró con cierta molestia, pero no dijo nada más. Bajó deprisa y
preparó el desayuno para Nelson y su madre, dejó todo en orden como de
costumbre para cuando los maestros del niño llegaran y termino de ordenar la
cocina. Preparó dos desayunos más, pero al volver justo como imaginó,
encontró a Santiago dormido. Dejó la comida a un lado y volvió a bajar,
Mientras esperaba que todo estuviera listo, subía cada tanto para ver a
Santiago, quien continuaba profundamente dormido. Permaneció abajo hasta
que las maestras se fueron, para asegurarse de cerrar todas las puertas cuando
su madre saliera con Nelson a su paseo acostumbrado, después de almorzar.
Volvió a subir después de que se habían ido y encontró a Santiago tratando de
doblar el diario de su abuelo.
Se quedó algo, sorprendida de que él aun lo tuviese en su poder y aún más
que hubiese descubierto como doblas más de la mitad de las páginas, se sintió
muy satisfecha de ver que no había dejado nada de comida, se acercó entonces
y se sentó frente a él.
—¿Qué haces?
—Pensé que te quedarías abajo más tiempo.
—Mi madre salió a caminar con Nelson, cerré todas las puertas y las
ventanas, siempre vengo aquí cuando estoy sola.
—No siempre, antes no lo hacías ¿o sí?
—Tomé la costumbre desde que mi padre murió y mi madre comenzó a
actuar extraño, era un buen lugar para esconderme incluso de ella, porque, hay
un retrato de mi padre al final de la escalera y ella no quiere verlo.
—Entonces tu padre quería un hijo.
—Sí.
—Pero te amaba.
—¿Qué?
—Tu padre, te amaba, eso dijo el mío. Que el capitán Lazcano no tenía
ojos para nadie más que para su niña, si es así ¿Por qué quería un varón?
—Es una historia tonta y extraña.
—Tenemos tiempo.
—Mi abuela era un marinero, al parecer también era un pirata.
—Y vaya si lo era.
—¿Qué?
—Pues con todo lo que he doblado y descubierto en este diario, he
encontrado instrucciones para algo que oculto, no debe estar lejos de aquí.
—¿Lo dices de verdad?
—Así es.
—Eso era lo que mi padre quería, para eso quería un varón.
—¿Para qué encontrará el secreto?
—Si, dijo que buscar tesoros no era cosa de mujeres.
Zuri retrocedió un momento, a causa de la carcajada que Santiago dejó
escapar. Él joven colocó la frente en el suelo y trató de calmar sus risas,
mientras se sujetaba el estómago, algo que le tomó un momento.
—¿Buscar tesoros no es para mujeres?
—No.
—Sinceramente Zuri, tu padre no te conocía ¿Sabes que no es para
mujeres? Ser guardia, al menos eso pensaba yo y mira todo lo que hiciste.
—Pero eso fue…
—Tú, fuiste tú, porque no eras otra persona, solo te vestiste con una ropa
que no era tuya.
—Él no habría estado de acuerdo con eso.
—Claro que no, pero no hay duda de que lo has hecho. Ahora pienso que
solo hay una cosa que no es para mujeres.
—¿Qué cosa?
—Buscarse una esposa.
Zuri lo miró intrigada y pensativa, mientras volvía la vista hacia la ventana
con expresión dudosa.
—Sabes algo Zuri, quizás podamos hacer que tu padre cambie de opinión,
esta claro que esta ciudad no cambiara, pero quizás tu padre desde otro lugar,
pueda ver lo que yo veo.
—¿De qué hablas?
—Encontremos eso que tu abuelo escondía, si me ayudas, le demostraras a
tu padre, que no es algo solo para hombres. Además hay mujeres piratas, creo
que tu abuelo se sentiría muy orgulloso de tener una nieta capaz de dirigir un
barco lleno de hombres.
—Estás loco.
—Un poco, pero ¿Imaginas la cara de Damián si tu fueses la capitana de
un barco pirata?
—Ya estás fantaseando zalamero.
—Lo sé, pero encontrar este “Tesoro” no debe ser tan difícil, yo no tengo
nada que hacer y tampoco tú.
—Me da miedo salir de aquí.
—No es verdad, te da miedo porque son más que tú, pero ahora somos dos.
—Siguen siendo más que nosotros tonto.
—Tal vez, pero espalda contra espalda nos cuidamos el uno al otro ¿Acaso
no lo hacíamos antes?
Ella lo miró con una sonrisa que le hizo saltar a Santiago el corazón en el
pecho, estaba satisfecho con solo hacer eso. No le interesaba encontrar aquel
tesoro, el hecho de que ella dijera que lo ayudaría a hacerlo, le bastaba para
sentirse en el cielo. A ella le agradaba la idea, no tenía nada más que hacer,
pero aún le daba algo de miedo salir de la casa. Se quedó mirando a Santiago a
los ojos y buscó en ellos, aquello que Larissa le había mencionado, él solo la
observaba esperando una respuesta positiva. Pero aquello se vio interrumpido
cuando un sonido llamó la atención de ambos y los hizo volver la mirada para
poner atención. Santiago se levantó y desenvaino la espada, pero antes de que
pudiera empezar a caminar ella se interpuso en su camino y lo detuvo.
—No vas a bajar, aquí no van a encontrarnos.
—No podemos seguir escondidos Lazcano, no eres cobarde lo demostraste,
no estás sola, somos un equipo, actuemos como tal.
—Pero.
—Busca la espada de tu padre, hoy limpiaremos sangre y no será la
nuestra.
Zuri lo vio asomarse a la puerta del ático y medito un momento que hacer,
no podía dejarlo solo y en parte Santiago tenía razón, ella no era cobarde, se
había defendido hasta entonces, quizás con algo más de ayuda podría dejar de
ocultarse. Revolvió las cajas del ático hasta encontrar la espada de su padre y
siguió a Santiago de cerca. Al llegar al segundo piso pudieron verlos desde
allí, caminando por el pasillo de la planta baja. Alcanzaron a contar cuatro de
los soldados rebeldes que el capitán Brizuela buscaba, pero Damián no estaba
con ellos.
—Están solos.
—Cuatro contra dos, no es una pelea justa zalamero.
—Lo sé, pero es más pareja que cuatro contra uno, imbécil. Creo que
quieren llevarte con Damián.
—Pues me llevaran en pedazos.
—Tengo una idea, vamos por tres.
—¿Por tres?
—Si, dejemos vivo a uno, lo vamos a necesitar.
—¿Piensas buscar a Damián?
—Esto no se acabará sino acabamos con la víbora por la cabeza.
—No hables de víboras por favor.
—Es tu casa, debes saber cómo llegar abajo sin ser vistos, los
acorralaremos arriba.
—¿Estás seguro?
—Claro que sí. Vamos.
Zuri le mostro un pasaje que los llevaba a la cocina, con una escalera que
llegaba a la alacena, pero no era visible desde otro lugar. Al llegar abajo se
ocultaron tras los mesones. Justo como Santiago predijo, los cuatro soldados
subieron al segundo piso y ellos los siguieron sin hacer ruido, Santiago tomó
al último de la le cubrió la boca, lo metió a uno de los cuartos y lo asesino.
Zuri atravesó el cuello del siguiente con su espada matándolo de inmediato y
llamó la atención de los otros dos, que se volvieron a verla, pero antes de
poder ir por ella, Santiago salió de uno de los cuartos y atravesó a uno en el
pecho clavándolo en la pared, dejando solo al último en pie, que justo
entonces se percató de lo precaria de su situación.
—Dos contra uno no es una pelea justa ¿No crees Lazcano?
—Es todo tuyo Brizuela, yo no me voy a entrometer.
Zuri se hizo a un lado y se sentó en un diván que había en el pasillo
—Nuestra pelea no es contigo Santiago, eres el hijo del capitán Brizuela,
no has engañado a nadie, pero ella nos mintió a todos.
—Ella no le mintió a nadie, según se, el soldado Lazcano está enterrado.
—Tú sabes que esa tumba estaba vacía.
—Había un cuerpo allí ¿Acaso no lo viste?
—Deja de mentir, Damián dijo que la tumba estaba vacía.
—¿Y tú le creíste? Digamos que tienes razón, Lazcano no murió y es ella
¿En qué te afecta a ti que ella humillara a Damián? No se ha metido contigo.
—Nos engañó.
—Por favor de no ser por Damián jamás te habrías enterado y por ridículo
que se escucha le crees, sinceramente eres aún más estúpido que el mismo
Damián.
—¿Por qué la ayudas?
—¿Por qué lo ayudas tú a él? Tiene más sentido a mi parecer ayudar a una
dama que aun soldado o ¿Acaso me equivoco? No me importa lo que pienses
al respecto, quiero saber dónde está Damián y lo que pretende hacer
—¿Y piensas que te lo diré?
—O, claro que lo harás.
Antes de que el hombre pudiera escapar, Zuri lo había dejado inconsciente,
al lanzarle justo a la cabeza una estatuilla que había en la mesita a su lado.
Santiago la ayudo a limpiar el desorden antes de que Helena y Nelson llegaran
y ella sirvió la cena como todos los días. Mientras, en el ático, Santiago se
entretenía con el prisionero que habían dejado atado a una vieja y pesada silla
de madera. Después de que su madre y el niño se fueran a dormir, Zuri regresó
al ático y le llevó algo de cenar a Santiago. Después de cenar, tomaron al
prisionero y lo bajaron con todo y silla hasta el sótano, donde nadie podría
oírlo quejarse, el hombre estaba amordazado, así que no podía hacer más ruido
del necesario.
—No creo que hable Santiago.
—Claro que hablara, ya verás que sí, simplemente no te entrometas.
Santiago desenvaino aquella daga, que antes casi le causó la muerte, se
acercó con calma al soldado y le volvió a repetir la pregunta pero él se negó a
responder. Zuri estaba intrigada de que Santiago no lo hiriera, pero notó que
tenía una intención maligna en los ojos, que incluso logró hacerla dudar sobre
dejarlo seguir adelante.
—No quiero repetir la pregunta, es evidente que Damián tiene ayuda del
resto de la guardia, tú fuiste un cadete como nosotros, no eres de posición alta,
acabas de ascender como Lazcano y como yo, así que para mi hermano no
eres más que un peón, él no te ayudara. Quizás no tengas familia, pero como
no me respondas, jamás vas a tenerla. Lo preguntare solo una vez más ¿Dónde
está Damián?
El hombre volvió la cabeza y justo entonces Santiago comenzó, levanto el
brazo tan alto como pudo y bajo la daga a toda velocidad, enterrándola en el
asiento a unos pocos centímetros de la entrepierna de aquel hombre quien de
inmediato palideció y lo miró con los ojos muy abierto, Zuri notó de inmediato
que sin la menor duda, estaba aterrado y que Santiago de hecho había fallado
intencionalmente. Volvió a sacar la daga de la tabla y la levanto.
—La siguiente no fallara, será mejor que empieces a hablar ¿Dónde está
Damián?
El hombre estaba pálido, temblaba y sudaba, se podía ver a leguas que su
corazón latía con fuerza, había empezado a dudar acerca de contestar, cuando
Santiago levanto la daga de nuevo. Comenzó a bajarla de nuevo a toda
velocidad, justo entonces el hombre entre sollozos y quejidos, apenas logró
responder la pregunta con la mordaza en la boca, la daga se enterró de nuevo
en la madera con tal fuerza que se abrió una grieta en la silla. Causando en el
soldado tanto terror que casi se desmayó.
—No entendí lo que dijiste, voy a quitar la mordaza, si gritas te pateare.
Santiago liberó su boca y de forma inmediata el hombre comenzó a decir
todo.
—Está en un barco, no está en la ciudad, por eso su padre no pudo
encontrarlo, pero no todos los soldados están de su lado, solo unos pocos,
piensa asesinar al capitán Brizuela para tomar su lugar.
—¿Qué quiere con Zuri?
—Humillarla como ella hizo con él, quiere convertirla en una mujerzuela,
para luego matarla, por favor no sé nada más, no me apoques te lo suplico.
Zuri comenzó a reír y lo miró asombrada por la rapidez del resultado.
—Vaya, tengo mucho que aprender ¿Cómo sabias que hablaría?
—Pensé que si quería tener hijos, no le interesaba perder su virilidad,
además, eso sería increíblemente doloroso ¿No es así?
—Por favor, ten piedad.
—Harás algo más, si es piedad lo que quieres, le dirás todo esto al capitán
Brizuela, de inmediato y para estar seguro de que lo harás, nosotros mismos te
llevaremos con él.
—Me matara.
—No, te prometo que no, le dejare una carta, tu vida por la suya, no te
matara, pero Damián, ese si te asesinara si te atrapa, así que asegúrate de que
mi padre pueda atraparlo, porque si no él te atrapara a ti.
—Lo entiendo, lo entiendo, lo hare señor.
—¿Hay alguien más afuera?
—Si, están por la calle del frente.
—Entonces nos iremos por el bosque, Zuri, ponte un abrigo, daremos una
vuelta bajo las estrellas.
—Me parece bien.
Santiago desato al hombre de la silla, pero no lo liberó. Sacando provecho
de las sombras se ocultaron en el bosque y caminaron hasta llegar a la casa del
capitán Brizuela, pero antes de adentrarse en los terrenos de la casa Santiago
se detuvo. Tomó al hombre del cuello y le coloco la daga en la nuca.
—Te la enterrare hasta desprenderte la cabeza si hay algún soldado de los
suyos en este lugar.
—No hay nadie, lo juro, no vigilan la casa del capitán, Damián sabe que su
padre no sospecha nada.
—Muy bien, vamos entonces. Zuri tú lo llevaras, no tengo muchas ganas
de ver a mis padres por el momento, te esperare aquí.
—¿Estarás bien solo?
—Sí, no te preocupes y tú, no pienses que puedes escapar, tendré el arco
tensado para romperte las piernas si lo intentas ¿Quedo claro?
—Sí, lo entiendo.
La casa no estaba muy lejos, así que Zuri llegó allí en un momento. El
capitán Brizuela se sorprendió mucho de verla y de inmediato la hizo pasar
con el prisionero. Mientras Santiago se aseguraba de que no hubiese nadie más
en los alrededores, se había subido al árbol para no ser visto y poder vigilar
todo. Dentro de la mansión Lazcano le explicaba al capitán lo sucedido y lo
que el hombre había confesado. Como era de esperarse la noticia puso al
capitán de un humor infernal, pero no le quedó más alternativa que dejar vivir
al prisionero, pero lo mantendría encerrado hasta ponerle las manos encima a
Damián. Mientras el capitán preparaba caminaba de un lado a otro del salón,
despotricando y maldiciendo, preparando todo para atacar el barco, Larissa
que había bajado por el alboroto se acercó con cautela a Zuri, quien estaba de
pie en el recibidor lista para irse de nuevo, pues consideraba que ya no tenía
nada que hacer allí.
—Lo encontraste ¿No es verdad?
—Sí.
—¿Está esperándote?
—Así es.
—Supongo que no le has dicho nada, porque Guillermo no ha cumplido
con su parte.
—Si le he dicho, pero dijo que de momento quiere estar solo, incluso me
costó convencerlo de quedarse en casa de mi madre.
—¿Está durmiendo allá?
—Sí.
—Qué alivio, al menos esta bajo techo. Yo quisiera hacerte una pregunta
muchacha, no tienes que contestarla si no quieres, pero de verdad me gustaría
saber ¿Por qué le has contado tu secreto a Santiago? ¿Cómo sabias que lo
guardaría?
Zuri se quedó algo sorprendida con aquella pregunta. Ella estaba segura de
que jamás le había dicho nada a Santiago ¿Acaso lo había descubierto desde
antes? Y de ser así ¿Por qué no había dicho nada? Estaba claro que si Larissa
lo decía, era porque Santiago le había dicho que era así, pero ella no se lo
había contado y desmentir aquello, sin duda le causaría problemas tanto a
Santiago como a ella. Dejó escapar un suspiro y recordó con calma aquellos
momentos que habían pasado como cadetes, allí estaba la respuesta. Incluso si
fuese una mentira la pregunta, no había ninguna falsedad en la razón, de
haberse visto en la necesidad de contarle la verdad. Pero prefirió no dejarse
ver a sí misma como una soplona.
—Él lo descubrió solo y me enfrentó.
—¿Por qué no dijo nada?
—Porque yo se lo pedí, él me convenció de dejarlo todo después de salir
de cadetes, temía que yo muriera.
—¿Te pidió que lo dejaras a cambio de guardar tu secreto?
—No, dijo que lo guardaría de todos modos, pero que no quería que me
asesinaran si alguien más lo descubría. Santiago siempre fue muy atento y un
excelente compañero de equipo.
—Comprendo, por eso se preocupaba tanto por ti, por eso se siente así por
ti.
—¿En qué forma?
—¿Aún no lo has visto? No tardaras en notarlo. Le mandare algo contigo,
espera por favor, no me acercare a él, cuando quiere estar solo es mejor
dejarlo, es como su padre en eso, no tardare.
—¿Me diría que debo buscar?
—No sé explicarlo con palabras, las palabras por lo general arruinan
ciertas cosas, abren las puertas al miedo y no quiero eso, lo sabrás cuando lo
sientas.
Zuri la vio salir del salón y se quedó mirando los retratos a su alrededor.
Llamó su atención una pintura de la familia, justo entonces se percató de que
él único de los tres hijos del capitán Brizuela que realmente guardaba un
parecido físico con él, era justamente Santiago. Ambos de cabello oscuro,
expresión recia, nariz fina, labios delgados y rectos, ojos marrón claro, de
mirada pesada. Mientras que Laura y Damián, tenían ojos verdes como su
madre, cabellos claros, miradas petulantes y narices gruesas. Era raro creer
que podían ser familia. Aun miraba el retrato cuando la mujer regresó, le
entregó una canasta antes de colocarle una manta sobre los hombros, para que
no pasara tanto frio pues ya era casi medianoche. La despidió en la puerta con
un abrazo y agradeciéndole por no darle una espalda al alocado de su hijo.
Zuri salió de la casa y camino en silencio hasta llegar al lugar donde
Santiago la esperaba aun subido al árbol. Bajó de un salto al verla y la esperó
para continuar juntos el camino de regreso.
—¿Qué es eso?
—Lo manda tu madre.
—¿Sabe que estaba aquí?
—Es tu madre, claro que lo sabe, pero dijo que te dará tu espacio, te envió
una manta.
—Qué bien, pero de momento no tengo frio.
—También dijo que dirías eso.
—Esa es mi madre.
El camino a Zuri se le hizo algo largo, estaba intrigada con las palabras de
Larissa ¿Cómo era posible que Santiago lo supiera y jamás le hubiese dicho
nada? Zuri lo miró un instante y se percató de que por momentos caminaba
medio dormido. Por lo que decidió comenzar a conversar para que no fuese a
caer al suelo de repente y tratar de descubrir algo, sacando provecho de que
con lo cansado que estaba, le costaría trabajo inventar una mentira.
—¿Lo sabias?
—¿Qué cosa?
—Tu madre dijo que yo te dije que era mujer. Recuerdo que nunca te dije
eso.
—¿Eso dijo?
—¿Lo sabias?
—Tal vez.
Zuri se detuvo de inmediato ante aquella respuesta, lo que hizo a Santiago
volverse a mirarla.
—Y no hiciste nada al respecto.
—Digamos que, no estaba seguro de que se suponía que debía hacer.
—¿El zalamero hijo del capitán Brizuela no sabía qué hacer?
—La verdad, pensé que estaba loco, no podía probarlo y para serte sincero
realmente, no lo sabía.
—¿Acaso estás loco? ¿Lo sabias o no?
—Es difícil de explicar.
—Tu madre dijo que sí.
—Le mentí, porque tampoco supe explicarle lo que quería.
—¿Explicarle qué?
—Es algo confuso, no sé cómo decirlo exactamente. Las únicas palabras
que lo explican, hacen que todo suene, a que yo estoy loco y soy un enfermo.
—No lo entiendo.
—¿Para qué quieres saberlo?
—No lo sé, solo quiero saber ¿Por qué no dijiste nada?
—Porque no estaba seguro y no quería saber si estaba equivocado.
—¿Equivocado sobre qué?
—Estoy cansado para encontrar las palabras correctas en este momento
¿Si?
—¿Palabras correctas?
Santiago se sujetó la cabeza y comenzó sacudirla, quizás tratando de
revolverse las ideas para responder algo coherente, pero justo entonces Zuri
decidió detenerse, pues recordó de nuevo las palabras de Larissa. Si quería
saber que sucedía, no podía ahogarlo o se alejaría. Se acercó despacio hasta
donde Santiago estaba y le colocó la mano sobre el hombro, llamando su
atención.
—Hay cosas, que no tienen palabras.
—¿Qué?
—Gracias por no decir nada, a veces es mejor no ahondar en los detalles.
Vamos a dormir, ya es tarde y este bosque está muy oscuro.
Él la miró un instante y ella se sonrió al verlo cerrar los ojos y suspirar con
alivio. No dejaría de insistir, pero por el momento era mejor dejar la
conversación hasta allí. Continuaron caminando hasta llegar a la casa, entraron
sin hacer ruido y Zuri le indico una habitación, pero al darse cuenta de que ella
iba a volver al ático, Santiago tomó las mantas, las almohadas y la siguió. La
encontró sentada, envuelta en una manta, en el mismo rincón de antes, oculta
detrás del armario. Colocó las cosas en el suelo y se acostó en el piso donde
Zuri se había sentado.
—¿Qué haces Santiago?
—Eso bien te lo puedo preguntar yo a ti.
—Damián sigue por allí.
—Entonces yo me quedare acá, hasta que él ya no este y tú vuelvas a
dormir abajo.
—Eres muy extraño Brizuela.
—No más que tu Lazcano, nadie vendrá hoy, descansa.
—Tratare, buenas noches Santiago.
—Buenas noches Zuri.
Santiago realmente no se durmió del todo. Cada tanto abría los ojos para
ver que hacía Zuri, hasta que se dio cuenta de que se había quedado dormida.
Tomó entonces la segunda almohada que había traído y con mucho cuidado la
colocó contra su cabeza. Consiguió empujarla suavemente hasta que estuvo
acostada, completamente dormida. Santiago se tumbó de nuevo y por fin se
durmió profundamente. Aquella mañana Zuri despertó sentándose de un salto.
Miró en todas direcciones y sus ojos se quedaron fijos por un momento en
Santiago, que se había dormido a su lado, con la almohada sobre la cabeza. No
recordaba haberse quedado dormida, mucho menos haberse acostado, ni poner
su cabeza en una almohada, pero no tenía tiempo de pensar en ello. Se levantó
tan rápido como pudo y bajó a preparar el desayuno, antes de que su madre se
levantara, terminó en la cocina y empezó a ordenar todo como cada mañana.
Aún estaba en ello cuando un sonido fuera de la casa llamó su atención,
tomó su espada y se acercó a la ventana. No pudo evitar sorprenderse al ver
que había algo parecido a un desfile, pasando por la calle, aunque no había
mucho ruido, ni ajetreo. Se dio cuenta de que era el capitán Brizuela, que traía
desde la costa a Damián y todo su sequito de soldados. Los llevaban hacia la
plaza, por lo que era imposible no pasar por aquella calle. Se preguntó por un
momento si el alboroto había despertado a Santiago, pero no tuvo tiempo de
descubrirlo, pues su madre si se levantó y Zuri regresó a la cocina para
preparar la mesa y servir el desayuno. Cuando termino con eso, subió al ático,
para dejar la comida allí, pero encontró a Santiago sentado acabándose de
despertar y se la entregó en las manos, antes de sentarse a su lado a comer.
—¿Cómo es que te despiertas tan temprano? ¿No te cansas?
—Sí, pero no puedo evitarlo, creo que ya me acostumbré.
—Debes descansar más.
—Santiago ¿Qué harás cuando tu padre atrape a Damián?
—Nada, eso no es asunto mío.
—¿No piensas volver?
—Volveré cuando quiera hacerlo, además, aun no termino con el diario de
tu abuelo.
—¿De verdad quieres terminar con eso?
—Claro que sí, aun no me has respondido si quieres buscarlo conmigo.
Zuri lo pensó por un momento, quería irse de allí, aun quería hacerlo.
Quizás si realmente había un tesoro, sería suficiente para conseguirlo.
—Si, la verdad si me gustaría.
—Magnifico, ya casi he resuelto todo el diario, será sencillo después de
que termine.
—Tu padre atrapó a Damián, creo que lo ejecutaran esta tarde.
—¿De verdad?
—Los he visto pasar en la mañana hacia la plaza.
—¿Quieres ir a ver la ejecución?
—No, no sé si…
—Vamos, será interesante, no tienes que estar en primera fila, podemos
verla desde el tejado de alguna casa.
—¿De verdad?
—Sí.
—Vamos entonces, después de que mi madre salga.
—Me parece bien.
—¿Terminaste?
—Si, gracias.
—Volveré después.
Santiago la vio irse y sacó del bolso el diario y continuó doblando las
páginas y revisando los mapas, para encontrar las pistas que necesitaba. Había
estado llevando notas en una libreta a parte y sabía que no le faltaba
demasiado para dar con el camino hacia aquel secreto escondido. Como cada
día, después de que los maestros de Nelson se fueran, él y la señora Helena
salieron a caminar. Zuri volvió al ático entonces y se sentó frente a Santiago.
Lo miraba con cierta intriga mientras él doblaba las páginas sin tomar en
cuenta su presencia. Estaba sorprendida de que no se sintiera molesta con él
allí. Su padre no lo hubiese aceptado de ninguna manera, Santiago habría sido
rechazado por Nelson Lazcano de forma inmediata, sin darle tiempo de hablar.
Lo hubiese considerado un lame botas incurable con un futuro incierto y
deplorable, alguien que definitivamente no sería digno de su hija.
Alguien que no tenía el temple para formar parte de la familia Lazcano.
Pero aquello parecía más bien, la fachada que Santiago se había creado, para
ahorrarse disgustos. Casi había terminado de doblar la página que sostenía,
cuando Zuri le recordó lo de la ejecución. Santiago levanto entonces la cabeza
y la miró algo desconcertado, se le había olvidado por completo. Se levantó
entonces, guardo todo en la mochila y le acompaño hasta la plaza. No quedaba
demasiado lejos, así que no daba tiempo de tener una conversación. Ambos
sabían que podían subir al tejado de la biblioteca para ver todo desde allí, sin
peligrar. Zuri miraba con algo de calma mientras subían a la tarima a los
primeros diez hombres. El total era de casi treinta rebeldes que secundaban a
Damián, que habían sido capturados en el barco. Además de ellos, Zuri había
escuchado de otros soldados que habían sido encerrados en el cuartel de la
guardia, pues estaban entre las filas que dominaba el Capitán Brizuela,
esperando la orden para asesinarlo. Santiago estaba ocupado buscando entre
los prisioneros a Damián. Pero no alcanzaba a dar con él. Pensó que quizás lo
traerían después, pues su ejecución ya había sido anunciada. Una tras otra
cayeron en la canasta, las cabezas cercenadas de los condenados, llenándola
cada vez más, mientras la lista se volvía más y más corta. Sin embargo antes
de que el penúltimo grupo de diez hombres subiera, una figura encapuchada,
se acercó a los prisioneros sin ser vista por nadie más que Santiago. Llamaba
su atención, pero no podía solo formar un alboroto por un extraño, sin
embargo, se percató por la expresión en el rostro de Zuri, que ella también
dudaba.
—¿Quieres bajar?
—Los prisioneros se escaparan.
—Eso quiere hacer, lo sabía.
Santiago sacó entonces de su bolso el arco que llevaba consigo y apunto
hacia la figura encapuchada, pero no podía disparar sin correr el riesgo de
herir a un inocente. Necesitaba esperar el momento, pero se le acababa el
tiempo, aquella persona no solo era algo pequeña de estatura, sino que además
sabía cómo moverse para jamás quedar al descubierto. Pero en un momento de
presión, quizás por el miedo, se acercó a los prisioneros sin que los guardias le
notaran, pero quedando sin el resguardo de la gente y Santiago disparo. Un
tiro certero al brazo de aquel intruso, quien de inmediato dejo escapar un grito,
pero lanzó con la otra mano una espada a los pies de Damián, quien de
inmediato corto las cadenas y escapo seguido por el intruso, en medio del
alboroto Santiago no podía dispararle.
Estaba tratando de encontrar un momento para darle a Damián en la
cabeza, cuando sintió que Zuri lo obligaba a bajar el arma y le señalaba al
intruso, que corría en otra dirección y escapaba en un caballo dejando su
identidad al descubierto.
—¿Laura?
—El capitán Brizuela la ha visto.
—La asesinara si la atrapa.
—Debemos irnos, Damián sabe que estamos aquí
—¿Qué?
—Te ha visto después de que disparaste.
Santiago guardó el arco, sujeto a Zuri del brazo y la llevo por un camino
diferente al que habían usado para subir.
—¿A dónde vamos?
—Sera mejor tomar otro camino, no sé si Damián conoce las escaleras
externas de la biblioteca, pero sin duda sabe que las internas existen.
Los guardias habían logrado capturar a varios de los prisioneros, ya que
muchos seguían encadenados entre ellos, solo tres habían logrado escapar
cuando Damián se separó de ellos. Santiago y Zuri no tardaron en llegar a la
casa, pero antes de que ella pudiera entrar, Santiago la sujeto del brazo y la
detuvo, señalándole unas manchas de sangre en el camino de la entrada. Ella
sabía que su madre aun no volvía, aun no era la hora de que regresara, así que
no era suya. Sin duda alguien había entrado a la casa y hacer lo mismo
acabaría siendo una sentencia de muerte. Ambos regresaron sobre sus pasos,
Santiago decidió esperar en las sombras del callejón de en frente. Cuando
Helena y Nelson llegaron, se descubrió que había un cadáver dentro de la casa,
pero no era el de Damián, sino el de aquel ebrio que alguna vez había sido
amigo del padre de Zuri.
De inmediato la mujer hizo venir a la guardia, sin dejar a su hijo entrar.
Justo como Santiago esperaba, el alboroto hizo escapar al intruso de la casa
por una de las ventanas laterales. Estaba a punto de seguirlo cuando Zuri lo
sujetó de la muñeca y lo detuvo. En lo que a ella concernía, Santiago era
demasiado impulsivo en ocasiones, lo que lo volvía bastante estúpido por
momentos. No podía seguirlo solo, no sabía si lo estarían esperando o si se
había ocultado para asesinarlo después de que pasara. Aquella noche la madre
de Zuri no durmió en la casa, pero ella y Santiago si se quedaron allí,
turnándose para vigilar. En la mañana ella le preparó algo para desayunar y se
sentaron a comer de nuevo en el ático. Santiago no entendía porque Laura
había cometido semejante locura, aunque agradecía no haberla asesinado, pero
estaba seguro de que su padre si lo haría, o lo había hecho, si había logrado
ponerle las manos encima.
Decidió ir a hablar con su madre aquella tarde, sabía que Laura era su
pequeña, por lo que de seguro estaría muy triste. Pero necesitaba pensar cómo
convencer a Zuri de no quedarse sola en aquella casa, no sabía cómo
pedírselo, pero aquello no le hizo falta para nada, ella misma se había ofrecido
a acompañarlo.
Desde la oscuridad solo alcanzo a atisbar una pequeña luz, parecida a una
estrella, si abro muy bien mis ojos. No sé cuánto tiempo ha transcurrido quizás
duerma bien esta noche
¡Notas la tormenta!
Sabías que, se necesitan solo dos gotas de agua, cayendo del cielo, para
hacer creer a alguien que está lloviendo.
Un día algo caminaba bajo un cielo lleno de estrellas, gritaba y cantaba,
reía y gritaba, conversaba y gritaba, refunfuñaba y cantaba.
Sabías que, se necesitan solo dos palabras, para hacer creer a alguien
¿Qué?
Caminaba y cantaba, gritaba y reía, discutía y reía, llovía y cantaba.
Sabías que, se necesitan millones de palabras, para hacer creer a alguien
¿Qué?
Gritaba y llovía, caminaba y cantaba, reía, llovía ¿amaba? o ¿Lloraba?
Después de la tercera gota, empieza una tormenta.
****

CUARTA PARTE
Si fuera posible volver a empezar de nuevo, seguramente nada cambiaria.

Cap.10 ¿Cuándo volviste?


Había una vez alguien que era feliz, reía feliz, hablaba feliz, engañaba a las
personas y era feliz, todo su mundo siempre fue una feliz, oscuridad.
Los detalles que vinieron de ti, fueron un principio y el fin.
Salieron después de almorzar y caminaron por el bosque, ocultándose hasta
llegar a la mansión Brizuela. Santiago se coló por el mismo pasillo que había
usado la noche que se fue, seguido por Zuri. No tardó en llegar a la biblioteca,
donde sabía que estaría su madre, pues allí acostumbraba a dar vueltas en
círculos cuando se sentía preocupada. Con solo verlo la mujer se le abalanzo
encima dándole un abrazo tan fuerte que casi consiguió partirlo al medio.
—Qué bueno que están bien, pensé que Damián los había encontrado.
—Se escapó, pero no dio con nosotros.
—Laura lo ayudo a escapar, tu padre esta histérico, no vino a dormir
anoche, tengo miedo de lo que esté planeando.
—Los asesinara sin duda.
—Trate de detener a Laura, hable con ella, me mintió y me engaño, me
siento tan estúpida.
—No es tu culpa mamá, sinceramente esos dos siempre fueron muy
unidos.
—Te quedaras aquí, no quiero que te atrapen, ella piensa que tú no
regresaras, de seguro le dirá eso a Damián.
—Pero quieren asesinar a mi padre, quizás también a ti.
—Si quisieran venir por mí, ya lo habrían hecho Santiago, esta casa no está
custodiada y tú lo sabes y también ellos.
—Lo sé pero…
—Tú también te quedaras jovencita, Damián también esta tras tu cabeza.
—Estar todos en el mismo lugar para que nos encuentre no parece sensato
señora Brizuela.
—No me retobes, ambos se quedaran aquí, Guillermo dijo que mandaría
un grupo de soldados para acá, pero no confió en ellos tampoco.
—Mi padre no te mandara asesinos mamá, eso no sería lógico.
—El ya no sabe cuáles soldados son confiables.
—Tu madre tiene un buen punto.
—Además, Damián es un tonto, debería irse, en lugar de estar buscando
una venganza sin sentido, no sabía que había traído al mundo un hijo tan
estúpido y ahora Laura lo secunda, pensé que al menos ella sería más lista,
ambos son dignos hijos de su padre.
Ante aquellas palabras, Zuri decidió tomar la oportunidad y no dejarla
escapar.
—No habla de su esposo ¿No es así?
La mujer la miró sorprendida, pero de inmediato enarbolo una sonrisa.
—Eres muy perspicaz pero eso no es un secreto ya, jamás lo ha sido de
hecho. El único hijo del capitán Brizuela es Santiago.
—¿Cómo es que los tres llevan su apellido?
—Si me acompañas a merendar te lo explicare ¿Gustas?
—Sera un placer.
—Santiago cielo, vamos.
—Las alcanzo después, necesito subir a buscar algo.
Larissa se dirigió a la cocina y después de tomar los postres y entregárselos
a Zuri, levanto la bandeja con los vasos de limonada y la guio hasta uno de los
salones donde acostumbraban merendar cuando no querían hacerlo fuera de la
casa. Dejaron todo en la mesa y se sentaron. La mujer miró a la joven con una
sonrisa mientras ordenaba las ideas en su cabeza, hacia tanto que no contaba
aquello a nadie que casi lo había olvidado.
—Dime algo, antes de contarte lo que sucedió.
—¿Qué desea saber?
—¿Ya descubriste lo que te dije?
—No estoy segura.
—Pero por tu respuesta tienes una sospecha, así que no falta demasiado.
—Me da curiosidad algo diferente.
—¿Qué cosa?
—Santiago estaba seguro de que usted estaría muy triste por lo que Laura
hizo, pero no parece demasiado consternada.
—Cuando tenía tu edad, vivía en un barco.
—¿Un barco?
—Era la hija de un comerciante, casi nadie sabe eso, pero el barco de mi
padre fue atacado por piratas y yo fui tomada prisionera, quedé embarazada
del capitán de aquel barco. Su nombre era Darius, Darius Menliak.
—He escuchado de él, el capitán Brizuela lo ejecuto.
—Así es, pero antes de eso, yo traje al mundo un niño, su padre lo nombró
Damián. Antes de notarlo quede embarazada otra vez, Damián tenía tres años
cuando el barco de su padre fue atacado por la guardia y fuimos traídos aquí.
El barco de Menliak se hundió y yo fui encerrada. Pensé que me ejecutarían,
los hombres del capitán me habían señalado como la mano derecha de su
señor y el peor de todos ellos. yo les di la razón, así que dije que también era
un pirata. Pero Guillermo me miró con dudas.
—¿Qué hizo?
—Me sacó de allí. Hizo venir al médico y supo que estaba embarazada,
hablo con el concilio y consiguió que no me asesinaran, pero debía hacerse
cargo de mí. Me devolvió a Damián, que había sido vendido como esclavo y
cuando Laura nació se encariño con ella. Nunca pensé que sería madre de
Santiago, de hecho ambos nos sorprendimos, porque había un rumor de que él
no podía tener hijos.
—¿Por qué no?
—Su esposa anterior no le había podido dar hijos y por eso se habían
separado. Cuando Santiago nació, Guillermo dejo salir a su verdadero padre,
jamás fue con Damián y Laura como con Santiago. Quería que diera lo mejor
de sí, siempre fue exigente con él, quería ver hasta dónde podía llegar.
—Acabo por convertirlo en un zalamero.
—Una ligera consecuencia supongo. Damián no tiene nada de Guillermo
más que el apellido, no es su hijo, pero sin duda es hijo de Menliak, vengativo
y estúpido.
—No esperaba eso de una madre.
—De no ser por Guillermo, Damián estaría muerto y también Laura. Lo
que Menliak me hizo no tiene nombre, admito que los ame, a ambos, pero
cada vez que los veía me recordaban a su padre. Pero como Damián había
cumplido todas las expectativas de Guillermo desde pequeño, decidí dejar de
preocuparme. Cuando Santiago nació, Damián ya era hijo de Guillermo, no
iba a lastimarlo.
—Por eso son tan distintos.
Aun conversaban cuando Santiago se sentó a la mesa y tomó un postre.
—A mi padre no le importó, de hecho nunca lo oculto, salvo de Laura creo,
no estoy del todo seguro.
—¿Encontraste lo que estabas buscando?
—Si, voy a necesitarlo después.
—¿Se quedarán aquí? Por favor, no sé si tu padre regrese y no quiero
quedarme sola, por favor Zuri, si tú te quedas Santiago se quedará.
—¡Mamá!
—Mi madre no regresará a la casa, hasta unos días más y este lugar parece
más seguro que allá, Damián no piensa que estamos aquí, supongo que estará
bien.
—Gracias, pediré que preparen sus cuartos ya mismo.
Ambos la vieron irse y justo entonces Santiago se volvió a mirar a Zuri
algo sorprendido con aquella decisión.
—Gracias.
—Sera interesante dormir esta noche ¿No crees?
—¿Y realmente dormirás?
—Sí, creo que sí.
Después de la merienda, Santiago le mostró el resto de la casa, pues las
pocas veces que Zuri había estado allí, no la había recorrido del todo. Justo
como imaginaron el capitán Brizuela no llegó para la cena y tampoco a dormir.
Larissa estaba enojada y no lo disimulo hasta irse a dormir. Había preparado
para Zuri la habitación que estaba junto a la de Santiago, para que se sintiera
más cómoda. Aquella noche justo como predijo, después de darse un largo
baño, Zuri subió a la cama y se quedó profundamente dormida, al punto de
que no se levantó para desayunar, pero Santiago decidió que era mejor que
descansara lo que necesitaba. En el desayuno el capitán Brizuela se sorprendió
de ver al muchacho en la casa, sentado a la mesa con su madre. Antes de que
pudiera reaccionar, su padre lo había levantado de la silla y lo había abrazado
con aun más fuerza que su madre.
Santiago no estaba seguro de cómo responder, su padre jamás había sido
expresivo, los abrazos se limitaban a los cumpleaños o ciertos eventos, pero
aquel era distinto, cálido y cariñoso.
—Que alegría verte aquí, es un alivio que Damián no te encontrara.
—Lo mismo dijo mamá.
—¿Cuándo volviste?
—Ayer, pensé que mamá estaría preocupada y no quería que estuviese
sola.
—¿Sabes dónde están esos dos?
—No, escaparon por caminos separados, fueron por nosotros, pero
acabaron asesinando a un ebrio.
—¿Dónde está Lazcano?
—Arriba, está dormida.
—Qué bueno que está bien. Damián ya no está en el agua, pero no sé
dónde se esconde, mande varios grupos a buscarlo al bosque, pero no han
logrado dar con él. Quiero que te quedes hasta que lo atrapemos.
—No lo atraparan, él no dejara que lo hagan de nuevo.
—Lo sé, por eso di la orden de que lo asesinen al verlo, no dejare que esto
vuelva a pasar. La madre de Lazcano está en otra casa, se quedará allí hasta
que yo le diga que puede regresar a la suya, así que no tienen que preocuparse
por ella.
—Esa es de hecho una maravillosa idea, se lo diré cuando despierte.
—Vine a buscar unas cosas, esta noche vendré a cenar, así que quiero que
estés aquí cuando llegue.
—Lo intentare.
—No lo dejes escapar Larissa, quizás no se deje atrapar la siguiente vez,
debo irme.
—Ten cuidado papá.
Después de que el capitán se fuera, Santiago subió a revisar los mapas de
su abuelo que aún estaban en el ático. Un grupo que no se había llevado, pues
pensaba que no los necesitaría, eran de la ciudad y sus alrededores, a su
parecer era tonto que Vincent Lazcano, hubiese ocultado aquel tesoro tan
cerca. Aún estaba mirando los mapas cuando escucho unos pasos detrás, se
sorprendió un poco al ver a Zuri acercarse. Recordó justo entonces
mencionarle lo que el capitán Brizuela había hecho con la señora Helena, algo
que de inmediato la puso de buen humor y la hizo sentirse más tranquila. Él
notó entonces que Zuri estaba usando un vestido diferente, que de hecho le
quedaba muy lindo a su parecer. Santiago decidió llevar los mapas al piso de
abajo y así poder revisarlos juntos en un salón con más luz y espacio.
Para poder explicarle a Zuri lo que había descubierto y la idea que tenía en
mente. Él estaba seguro de que le faltaba muy poco para encontrar el lugar
donde debían buscar. De no haber sido por Larissa habrían olvidado incluso
almorzar, entre buscar pistas en el diario, doblar páginas, revisar mapas y
comparar indicaciones se les había ido toda la mañana. Zuri casi no podía
creer que Santiago realmente tuviera tanto interés en aquellos papeles viejos,
que a su parecer no eran más que historias y leyendas de su padre, que no
podían ser probadas. No tenía sentido para ella, si realmente su abuelo era
sueño de semejante fortuna ¿Por qué su familia no tenía una mejor posición?
¿Por qué no vivían en otro lugar? ¿Por qué su padre había muerto sin más oro
que el que se había ganado como soldado? Sin duda todo aquello no era más
que sueños de niños, historias de hombres, mentiras de ancianos.
Pero de alguna forma el entusiasmo de Santiago la contagiaba, aunque de
los mapas no comprendía casi nada, por lo que solo se dedicaba a doblar el
diario correctamente, para descubrir pistas allí. Había visto en las primeras
páginas que Santiago ya había doblado, una nota que decía con amor para
Zuri. Era claro que hablaba de su abuela, de ella venia su nombre. Aquella
mujer de la que tampoco sabía demasiado, había amado a un hombre de mar,
un mercader y ahora un pirata, quizás estaba loca como su madre, pero era su
abuela paterna, de seguro la locura no pasaba de una persona a otra solo por
casarse. Larissa los llamó a ambos al comedor y después del almuerzo,
regresaron al salón, pues Santiago se sentía particularmente motivado ese día.
Pero su entusiasmo llego al suelo de golpe cuando al doblar la última página
del diario Zuri descubrió algo, nada alentador.
—Santiago.
—¿Sí?
—Falta otro libro.
—¿Qué?
—Lo dice aquí, falta otro diario.
—Pero no hay otro ¿Cómo puede faltar un diario más?
—No lo sé, yo nunca vi más que este diario, quizás tu padre lo tenga.
—Puede ser, él rara vez recuerda donde guarda las cosas ¿Qué descubriste?
—Nada importante, al menos eso creo, no lo sé, siguen apareciendo esos
dibujos extraños de flechas sin sentido.
—Si tiene sentido, ven y te muestro.
—A ver, sorpréndeme.
—Cada flecha aparece al doblar las páginas, y cada página tiene un
número y la flecha un sentido, estoy seguro de que son pasos y direcciones, la
primera flecha que apareció tenía en unas páginas antes un par de
instrucciones y además descubrí que tu abuelo no usaba las letras comunes de
los puntos cardinales.
—¿A no?
—No, usaba las cuatro letras de tu nombre. Z para el norte, R para el sur, U
para el este e I para el oeste, me tomó varios días entenderlo.
—Le gustaba complicarse la existencia.
—Podría ser, pero creo que era porque lo hacía para tu abuela.
—Tampoco la conocí a ella, no podría decírtelo.
—¿No tenía un diario?
—Sí, pero jamás lo tome, está en casa, en uno de los armarios del ático, allí
lo guardó mi padre.
—No creo que haga falta buscarlo, en cualquier caso creo que se dónde
empezar ¿Te animas?
—¿De verdad crees en esto no es así?
—Sí, estoy convencido de que puedo encontrarlo.
—¿Estas consciente de que eso demostraría que mi abuelo era un pirata?
—Y que el mío era un inútil ¿Qué puede importar? ¿O acaso tienes algo
mejor que hacer?
—No, realmente no.
—Entonces vamos, aún es temprano, volveremos para la cena, de lo
contrario mi padre me asesina.
—Zalamero.
—¿Sería usted tan gentil de acompañarme a perseguir un sueño señorita
Lazcano?
—No exageres.
Zuri volvió la mirada enojada, y sonrojada salió del salón en dirección a la
puerta principal. Santiago le aviso a su madre a donde irían y después de ir por
dos caballos alcanzo a Zuri en el camino que salía de la mansión.
—Es algo lejos para caminar.
—Gracias.
No tardaron demasiado en llegar al lugar, que las instrucciones a medias
que había conseguido Santiago, les indicaban. Un lugar sin nada especial en
medio del bosque, desde donde se podía ver el mar y parte del muelle de la
ciudad. Nada parecía fuera de lugar allí, salvo por una inmensa roca, cubierta
por un curioso musgo de color oscuro, que ya estaba completamente seco.
Claramente no pertenecía a ese lugar, por lo que Santiago decidió retirar los
restos de aquella planta y enarbolo una inmensa sonrisa al encontrar tallada en
la piedra uno de los símbolos que coincidía con los del diario de Vincent. No
le tomó mucho tiempo encontrar la página correspondiente entre las ultimas
que habían sido dobladas. Las instrucciones eran sencillas, mover la piedra y
nada más. Ataron el pedrusco con unas cuerdas e hicieron tirar a los caballos.
Incluso a los dos fuertes animales les costó algo de trabajo moverla, pero
tras retirarla encontraron lo que buscaban. En un profundo agujero descansaba
un cofre mediano, sin seguros. Santiago se acostó en el suelo para poder
sacarlo y se lo entrego a Zuri antes de levantarse de nuevo.
—¿Este era el increíble tesoro?
—No lo creo, no seas tan negativa, además si está lleno de diamantes o
rubíes, no importa que la caja no sea demasiado llamativa.
—Eres demasiado optimista.
—Quizás, vamos a la casa, lo abriremos allá, ya casi es hora de la cena.
Al llegar a la mansión, dejaron el cofre en la mesa con el resto de las cosas
y se prepararon para cenar. El capitán Brizuela llego a tiempo para sentarse a
la mesa, algo que de inmediato dibujo una sonrisa en el rostro de Larissa. La
cena estaba algo callada, pero no era de extrañarse, pues cada vez que el
capitán abría la boca era para quejarse, por lo que el resto decidió no
provocarlo más. Después de cenar Santiago y Zuri regresaron al salón a abrir
el cofre. El candado estaba viejo y oxidado por lo que un par de golpes
bastaron para romperlo. Al abrirlo se encontraron con un par de brazaletes de
oro, un bello anillo de diamantes y un diario con la dedicatoria, para mi bella
Zuri en la portada. Santiago lo tomó con cuidado y comenzó a hojearlo. En las
páginas de aquel libro estaba el resto de las instrucciones para descubrir, que
era aquello que Vincent ocultaba.
Un tesoro que según decían las mismas páginas del libro, era el precio que
pagaría para que Zuri lo amara. La única mujer que conocía su nombre, su
historia y la ubicación su corazón perdido.
—Te lo dije, era para ella.
—Ese era un pirata muy cursi.
—Pero tu abuela le correspondió ¿No?
—Quizás, pero entonces ¿Que estamos buscando? Si ella lo correspondió
¿Por qué nunca encontró este cofre? ¿Acaso no le interesaba buscarlo?
—Buena pregunta, quizás tu abuela no quería el tesoro.
—Puede ser, como dije, yo nunca la conocí, quizás encuentres las
respuestas en su diario, pero es algo tarde para buscarlo.
—Es verdad, será mejor dormir, tú sabes dónde está guardado, mañana
podemos buscarlo, tu madre aun no regresa a la casa.
—Es verdad.
Santiago acompaño a Zuri hasta la puerta de su cuarto y después de que
ella cerrara se fue a dormir.
Santiago se levantó aquella mañana con una curiosa idea en mente. Bajó al
salón antes del desayuno y revisó el diario nuevo. Las instrucciones allí,
estaban claras como el agua, todas las que faltaban. Eran sin duda para que
Zuri pudiera encontrar el tesoro sin tener que resolver acertijos confusos. Pero
si el diario estaba allí, significaba que ella jamás lo había buscado, para
Santiago aquello no tenía sentido. Vincent Lazcano había escrito sobre ella en
el otro diario muchas veces, sobre lo mucho que la amaba, el hecho que
dejaría el mar por ella, que buscaría refugio en su casa ¿Qué había sucedido
entonces? ¿Acaso el realmente no regreso? Estaba absorto en esos
pensamientos, mientras que al mismo tiempo colocaba todo según las
instrucciones del diario, marcando el camino directo al lugar donde se
ocultaba aquel tesoro que Vincent Lazcano tanto había cuidado y que según
parecía, aquella mujer se había negado a recibir.
Se preguntó por un momento si esta Zuri Lazcano, sería cómo aquella
dama que había rechazado el tesoro de aquel pirata.
Logró terminar antes del desayuno y guardo todo en un bolso, para salir a
buscar aquel tesoro esa tarde. Llegó al comedor justo a tiempo para desayunar,
su padre ya se había ido, pero su madre no parecía molesta por ello, Zuri fue la
última en bajar y unirse al resto. Después del desayuno Santiago le explico
todo lo que había descubierto e incluso el hecho de que tenía sentido que su
abuelo hubiese escondido el tesoro en un lugar cercano, pero no en la casa
donde su abuela vivía. Aquella había sido la razón por la que Vincent Lazcano
jamás fue descubierto, hubiese sido muy tonto ocultar los tesoros en la misma
casa en la que vivía. Sin embargo aquella suposición de Santiago quedo
desmentida cuando Zuri le aseguro que su abuela había vivido sola, después
de quedar viuda de su primer esposo y que Vincent llegó a vivir con ella
muchos años después de dejar de ser un hombre de mar.
—¿Qué? Entonces tiene menos sentido.
—Él vivió con mi abuela después de años de ser mercante, nunca
permaneció en su casa antes de eso, la visitaba sí, pero no se quedaba a vivir
con ella.
—Entonces ¿Por qué no le entrego el tesoro?
—No lo sé, yo solo se fragmentos de la historia.
—¿Quieres ir a buscar aquello que Vincent Lazcano escondía?
—Adelante, vamos.
Santiago casi eufórico fue por los caballos y encontró a Zuri al salir de la
casa. Cabalgaron hasta la costa, en una zona a la que no llegaban los barcos.
Una pequeña playa oculta entre dos enormes desfiladeros y protegida por un
arco de rocas donde rompían las olas y cortaban el paso a cualquier barco de
gran tamaño. Al llegar allí, Santiago se bajó del caballo y comenzó a buscar
las primeras pistas de las indicaciones. Ella lo seguía despacio, mientras él,
leyendo el mapa mal dibujado que llevaba en las manos, trataba de entender
sus propios garabatos y encontrar el camino. Zuri aún no creía que eso fue
posible, pero no quería desanimarlo. Un par de horas le tomó a Santiago
encontrar en una de las paredes de piedra, un símbolo tallado que coincidía
con el que estaba en el diario.
Dio un grito eufórico que hizo relinchar a los caballos y comenzó a correr
junto a la pared de piedra contando sus pasos a toda velocidad, hasta dar con
una piedra alta y plana que estaba floja. Parecía una pieza más del lugar, nadie
la vería como algo llamativo sino sabía que buscar. Ataron la piedra a los
caballos y repitieron el proceso que había realizado el día anterior. Sin
embargo solo pudieron moverla lo suficiente para hacer espacio para cruzar al
otro lado. Santiago estaba tan emocionado que casi no podía disimularlo,
cuando se dio cuenta de que se encontraban al interior de una profunda gruta.
Era un laberinto de pasajes y para eso eran las flechas y las instrucciones del
primer diario. Encendieron una antorcha y comenzaron a caminar siguiendo
las instrucciones, hasta dar con una cueva aún más grande.
Lo que había en su interior los dejó a ambos con la boca abierta. La
caverna era inmensa, una gran parte estaba llena de agua, aun con la marea
baja. Tenía una salida que daba al mar, pero que estaba oculta por una pared de
raíces viejas, que caían desde el techo, ocultándola casi por completo, no solo
desde adentro sino también desde afuera. Había tesoros en el suelo, esparcidos
en varios lugares y rincones. Cofres, monedas, joyas, alhajas, telas y demás
cosas. Pero algo llamó la atención de Zuri, que se acercó con cautela a la orilla
de la saliente en la que estaban caminando y de inmediato la hizo tirar del
brazo de Santiago. Él se asomó con cuidado y se sorprendió al ver que allí, al
fondo descansaba una inmensa embarcación. Era imposible no verla; de
madera oscura, se había hundido dentro de aquella caverna, la marea la cubría
al subir y la descubría al bajar.
—Vincent tenía dos barcos.
—¿Por qué tendría dos?
—Tu abuelo era un genio.
—¿Qué?
—Piénsalo, un barco para mercader y el otro para piratería, cuando llegaba
a las costas ambos barcos se encontraban pasaban las cosas de uno al otro y
este se escondía en este lugar para ser descargado.
—Mucho trabajo a mi parecer.
—Pero mira toda la fortuna que amaso.
—No le ha servido de nada, no lo entiendo.
—¿Qué cosa?
—Si tenía todo esto ¿Por qué mi abuela vivía en esa casa? ¿Por qué nunca
tuvo lujos?
—Algo falta, pero no lo sabremos parados aquí.
Continuaron hasta llegar al fondo de la caverna. Contra toda la negatividad
de Zuri, Santiago subió al viejo barco, pues sabía que si esperaba, la marea
subiría y no podría revisarlo. Camino de un lado a otro, pero el barco había
sido vaciado. Se veía que sin duda muchos esclavos trabajaban para aquel
pirata, pues el piso estaba lleno de grilletes viejos, oxidados y cubiertos de
percebes. En el camarote del capitán no había nada que llamara su atención,
salvó por una vieja pintura, con los contornos casi desvanecidos, aunque el
personaje representado en ella, se había conservado curiosamente bien. Había
junto a ella otra pintura de una mujer, pero estaba demasiado deteriorada para
distinguirla con claridad. Santiago tomó con cuidado la primera pintura y la
llevó a donde se encontraba Zuri.
—Te presento al capitán Vincent Lazcano.
—Eso no es lo que dice allí.
—¿Qué?
—Mira, al pie de la fotografía, Lazcano Alberto.
—¿Tu abuelo se llamaba Alberto?
—Así parece, pero, entonces ¿Por qué le decían Vincent?
—Necesitamos el diario de tu abuela, de verdad.
—Supongo que sí ¿Qué más encontraste?
—Un viejo licor que se añejo muy bien, se lo llevare a mi padre.
—¿Licor? Es licor de piratas, ten cuidado con eso.
—No es la primera vez que pruebo un licor, no soy tonto.
—Tonto no, descuidado que es diferente.
—Con lo que hemos encontrado, podrás comprarte muchas cosas.
—Yo solo quiero un caballo y quizás otra carreta.
Aquellas palabras le golpearon el pecho a Santiago como un puñal helado,
aun cuando sabía que ella diría eso. Pero justo entonces una idea se le ocurrió
para tratar de retrasar lo inevitable.
—¿Te iras sin saber que sucedió con tu abuela?
—¿Con mi abuela?
—Sí ¿Por qué no tomó nada de esto?
—Es una buena pregunta.
—Podríamos ir por el diario, llegaríamos a la casa a tiempo para cenar.
—Sí, la verdad quiero saber que sucedió.
—Vamos entonces, tomemos lo que podamos cargar, no tendría sentido
volver a cada rato.
Con las mismas indicaciones salieron del laberinto por el mismo camino
que habían llegado, subieron a los caballos y llegaron a la casa de los Lazcano.
Sabían que no había nadie allí, sin embargo trataron de que nadie los viera
entrar. Zuri subió directo al ático y comenzó a revisar entre los viejos muebles,
hasta encontrar aquel pequeño diario viejo y polvoso que su madre había
tirado donde no tuviera que verlo. Helena jamás se había llevado bien con su
suegra, la había conocido siendo una anciana y no conversaban mucho, la
mujer solo tenía un hijo y lo adoraba con locura, bautizado con el nombre del
padre de ella, para no llamarlo como a su esposo, era su razón para vivir y en
lo que a ella concernía ninguna mujer era lo bastante buena para él. Era el
único recuerdo que aquella anciana, conservaba de aquel viejo pirata, que
había llegado a amar.
Helena le había contado a Zuri que su abuela era una mujer loca y senil,
que contaba historias para niños, que solo decía incoherencias y que se había
encargado de arruinar su matrimonio. Zuri sin embargo, estaba convencida de
que le habría gustado conversar con aquella anciana senil, que llevaba un par
de años fallecida cuando ella llegó al mundo. Tomó el diario de una vieja caja
olvidada en un rincón y estaba por comenzar a hojearlo cuando la voz de
Santiago llamo su atención. Acaba de encontrar una vieja pintura que Zuri
nunca había visto. El lienzo estaba doblado y escondido al final de una gaveta.
Ella se acercó para mirar la pintura y le entrego a Santiago el diario que
llevaba en las manos.
—Tu abuela tocaba el violín.
—¿Ella es?
—Zuri de Lazcano, era una dama muy hermosa.
—No parece una mujer loca.
—No, pero si luce algo triste, es una mujer muy joven en esta foto, quizás
aún no conocía a Vincent.
—¿Pensé que habíamos llegado a la conclusión de que se llamaba Alberto?
—Si, lo lamento es difícil recordarlo, este diario no es tan viejo, ha de ser
de los últimos que escribió.
—Es el único que hay, tendrá que servir.
—Vamos a casa, se hace tarde.
Santiago no pudo evitar percatarse al salir de aquella casa, que su padre
había redoblado la guardia en las calles de la ciudad, con la clara intención de
atrapar a Damián, aunque sin éxito. Al llegar a la casa, casi rallando en la
puntualidad de la cena, la madre Santiago dejo escapar un suspiro de alivio
que ambos pudieron escuchar claramente, la antesala al regaño que les dio
antes de llegar al comedor para la cena. El capitán Brizuela no se presentó
aquella noche a cenar, pero no era de sorprenderse, esa tarde durante el
almuerzo lo había dejado dicho con Larissa, para que no lo esperaran.
Santiago llegó a la conclusión de que ese era el motivo por el que su madre los
había regañado, pensó que se quedaría sola aquella noche también. Durante la
cena, le contaron a Larissa lo que habían descubierto.
Ella miro entonces a Zuri con una amplia sonrisa, justo antes de dejar
escapar una carcajada que los hizo a ambos dar un salto en las sillas y volverse
a mirarla con sorpresa.
—Esto es realmente maravilloso.
—¿Qué cosa mamá?
—A tu padre le dará un infarto, pasó casi seis años tratando de descubrir el
secreto de Vincent Lazcano y no pudo hacerlo y ustedes dos lo resolvieron.
—A mi padre le faltaban pistas importantes, no fue su culpa.
—No estoy diciendo que lo sea, simplemente que ya sabes cómo se pone
cuando alguien más resuelve lo que él no pudo solucionar.
—Quizás no sea buena idea que lo sepa entonces.
—Por el contrario, estará muy agradecido después de eso, no te imaginas
que tanto.
—¿De verdad lo crees?
—Estoy segura, deberías contarle, le encantará.
—Si tú lo dices, de cualquier forma, acabara por descubrirlo, mañana
quizás.
—Es buena idea, yo iré a descansar, Buenas noches.
—buenas noches mama.
—Buenas noches señora Brizuela.
Antes de irse a la cama, mientras caminaban hacia sus cuartos, Santiago
decidió regresarle a Zuri el diario de su abuela.
—Pensé que querías leerlo.
—Prefiero que lo hagas tú, es tu abuela después de todo, creo que sería una
falta de respeto que yo lea el diario de una dama, que además no pertenece a
mi familia.
—Comprendo.
—Además, no creo que escondas más de lo necesario.
—De ninguna manera.
—Buenas noches Zuri.
—¿Santiago?
—¿Sí?
—Gracias, por...
—Nada, gracias a ti, por quedarte un poco más. Que descanses Zuri
Lazcano.
—Buenas noches Santiago Brizuela.
Ella entró en su habitación un tanto intrigada, pero no por el diario en sus
manos, sino por las palabras de Santiago ¿Por qué se sentía agradecido de que
no se hubiese ido aun? Se sentó en la cama, con aquella pregunta rondando su
cabeza, mientras miraba el diario de su abuela. Lo dejó a un lado y se cambió
para dormir. Comenzó a leerlo, como quien lee un libro de historias para así
conciliar el sueño, pero aquellas memorias acabaron causando el efecto
opuesto. Eran casi las tres de la madrugada cuando por fin se quedó dormida,
aun con el diario en las manos. Se había saltado el desayuno por dormirse
tarde, de hecho no parecía tener la pretensión de despertar hasta que un
alboroto la saco de su sueño. Apenas si pudo cambiarse y llegar al recibidor
donde Santiago y su padre discutían, Larissa no parecía estar en ningún lugar
por lo que Zuri decidió arriesgarse a detenerlos, pues ya tenía más o menos
una idea del motivo de la disputa entre ambos.
Sin embargo, no se esperaba lo que encontró.
Santiago estaba al pie de la escalera con la espada en la mano, intentando
con bastante dificultad detener a su padre.
—Eres un idiota ¿Acaso no escuchas lo que te digo? Ellos asesinaron a tu
abuelo.
—La única evidencia que tienes, es un barco y una pintura.
—¿Piensas que necesito algo más?
—Para asesinarla si, una evidencia irrefutable de que su abuelo asesino a tu
padre.
—Por favor hijo, yo conozco la historia, he buscado ese maldito barco
mucho tiempo, ¿Crees que no lo reconocería con solo verlo?
—Ni siquiera lo has visto, solo has escuchado lo que yo te conté y ya estás
sacando conclusiones.
—La evidencia es clara Santiago, no te hagas el imbécil.
—No lo hago, simplemente pienso que estas siendo impulsivo.
—Seré impulsó contigo justo ahora sino te quitas de mi camino. De
cualquier forma para ser un mercader no necesitas ambos brazos.
—Bien, adelante, pero no te dejare pasar
Aún estaban las palabras en su boca, cuando Zuri tomó de la pared un arco
que decoraba con su carcaj y disparó una flecha entre los dos, haciendo que se
separaran de inmediato. El capitán se volvió a mirarla enojado.
—¡Lazcano!
—Santiago ya basta, por favor, escucha al capitán.
—¿Qué? ¿Acaso no te das cuenta de que enloqueció?
—Realmente, no esta tan lejos de la verdad.
—Esto es inaudito, incluso ella lo sabe, solo tu estas de despistado.
—Para su información capitán Brizuela, yo lo he descubierto anoche tras
leer el diario de mi abuela.
—¿Entonces es verdad?
—Ella lo dice, Alberto Lazcano, es el pirata que causó la muerte de
Vincent Brizuela, pero él no lo mató.
—¿Por eso uso su nombre?
—Eso ha sido culpa de mi abuela.
El capitán dejó escapar un grito y comenzó a dar zapatazos iracundo,
dando vueltas en el mismo lugar, justo antes de lanzarle la espada a Zuri,
apenas rozando la cabeza de Santiago, quien se dio vuelta para tratar de frenar
el arma, que se escapó entre sus dedos, continuando su camino deprisa, pero
fallando por completo pasando junto a Zuri quien permaneció inmutable y
clavándose en la pared.
—¡Ella lo encubrió! Por eso nunca lo encontraron, por eso tu padre no me
dio las pistas completas.
—Eso yo no lo sé capitán, yo solo conozco el fragmento que he leído.
—¡Mentiras!
—¿Alberto Lazcano es el pirata sin nombre? Pero, si tenía un nombre.
—Aun en eso nos han mentido Santiago, el retrato que viste en el barco, lo
uso mi abuelo para robar el nombre, el rostro, e incluso el barco de ese
mercader.
—Pero ¿Por qué?
—Mi abuelo realmente no tenía un nombre, porque tampoco tenía un
rostro digno de recibir uno, nació deforme, a tal grado que nadie quiso
nombrarlo, pensaron que moriría. Pero él ataco a su padre, capitán, porque
secuestro a mi abuela y de hecho, no solo se hundió el barco del capitán
Vincent, sino también el de mi abuelo.
—Esa no es la versión que yo conozco.
—Si su madre viviera quizás le corregiría.
—¡No te atrevas Lazcano!
—¿Mi abuela también está involucrada?
—Así es. Cuando el barco se hundía, el capitán Brizuela escapó y dejó a
mi abuela para que se ahogara.
—¡Mi padre no habría hecho eso!
—El capitán Brizuela nadó hasta la orilla, pero no contó con que los
piratas tenían un segundo barco. Tenías razón al respecto de eso Santiago.
—Por eso tu abuelo no murió, pero, si el mío llego a la orilla ¿Que
sucedió?
—Mi abuela lo asesino.
Al escuchar aquellas palabras Santiago se volvió a mirar Zuri con una
expresión de sorpresa e incredulidad, justo antes de caer sentado al suelo.
—¡Mentiras! A mi padre no lo asesino una mujer.
—El capitán no se lo esperó, cuando llegó a la orilla, mi abuela lo
esperaba, aprovecho su cansancio para asesinarlo.
—¿Por qué?
—Porque Alberto Lazcano, el auténtico, fue el primer esposo de mi abuela
y el capitán Brizuela lo asesinó. Después de su muerte, aquel esclavo sin
rostro tomó su lugar, bajo las órdenes de mi abuela para matar al capitán
Brizuela.
—Y él si se volvió un pirata.
—Exactamente.
—Pero ¿Que tiene mi abuela que ver en todo esto? Y ¿Por qué usaron el
nombre de mi abuelo?
—Mi abuela sabía que el capitán Brizuela tenía dos hijos. Así que le
entregó a la esposa del capitán Brizuela, la fortuna que su esposo había
amasado como mercader, pensando que recuperaría la del pirata.
—Patrañas y mentiras, mi madre no habría aceptado semejante cosa.
—Pero lo acepto, porque de lo contrario una mujer sola, no habría podido
cuidar dos hijos. Mi abuela se apiado confiando en el otro tesoro.
—El tesoro que tu abuelo guardo para ella.
—Por desgracia, durante la batalla ese hombre recibió un golpe tan fuerte
en la cabeza, que cuando despertó estaba convencido de que se llamaba
Vincent Lazcano.
—Por eso ella no pudo tener el tesoro, no supo cómo encontrarlo.
—Y los piratas que lo ayudaban jamás le dijeron a mi abuela donde
buscarlo.
—Ella se quedó con él porque estaba desmemoriado.
—Sí, pero mi abuela no lo amaba, por eso nunca se casaron, ella solo
quería que él recordara donde había ocultado el tesoro.
—Pero tu padre...
—Un error y nada más.
—Pero el diario, decía Vincent Lazcano.
—Un intento de mi abuela por hacerlo recordar, mi abuelo si la amaba, por
eso escribió todo eso en el diario, por eso reunió esa fortuna, quería
reemplazar al verdadero Alberto Lazcano.
—Pero no pudo.
—El único hombre que mi abuela amo después de su esposo, fue mi padre.
El capitán no dejaba de caminar de un lado a otro pensando. Era evidente
que su madre jamás habría contado eso, pero si recordaba haberla escuchado
maldecir a los Lazcano en más de una oportunidad, por motivos que el no
deseo ahondar. También recordaba que ella, le había negado ser amigo de
Nelson Lazcano, una petición que el mismo se negó a obedecer. La mujer
había sucumbido a una penosa enfermedad y aún en su lecho de muerte, Ana
María culpaba a la familia Lazcano por su desdicha. Justo entonces el capitán
recordó algo que podía ser una carta del triunfo para él o la absoluta condena
para su causa.
—Lazcano, si lo que dices es cierto y no digo que lo sea, tu abuela debió
tener una carta, firmada por mi madre.
—Así es, el diario lo dice.
—No creo nada de lo que diga ese libraco, si me traes esa carta, yo mismo
daré fe de la historia que has contado e incluso te ayudare a sacar el tesoro del
pirata y lo hare tu absoluta propiedad y no algo robado.
—Pero esa carta ya no debe existir padre.
—Al menos debe intentarlo.
—Yo estoy de acuerdo con el capitán, la buscare.
—Te ayudare a buscarla.
—¿Eres un idiota Santiago?
—Quizás, pero no más que y temo por mi futuro, porque si lo idiota me
viene de sangre cuando llegue a tu edad seré un total imbécil.
—No me hables así.
—Tú te lo has buscado. Voy a desayunar, tantas noticias me han
despertado el apetito y eso me pone de mal humor.
—Yo tengo cosas que hacer, cuando tu madre regrese, dile que vendré para
la cena y espero ver esa carta para entonces.
—Con suerte solo veras la carta.
—No me amenaces Santiago.
El capitán salió de la casa, aun enojado mientras Zuri bajaba las escaleras
hasta donde Santiago se encontraba poniéndose de pie. No pudo evitar
sonreírse, era evidente que Santiago era hijo legítimo de Guillermo Brizuela y
sin duda nieto de Vincent Brizuela. El carácter era algo que definitivamente
les venía en la sangre y que no menguaba por generación, sino que al contrario
parecía empeorar. Su padre había logrado asestar un par de golpes en su brazo
derecho, que habían dejado dos profundas heridas que aunque ya habían
dejado de sangrar necesitan ser vendadas, pero Santiago parecía haberlas
olvidado por completo. Sin embargo Zuri se lo recordó y llamaron al médico
antes de desayunar. El hombre se encargó de todo deprisa, mientras Zuri subía
a terminar de arreglarse, pues no había podido más que quitarse la piyama y
ponerse el vestido antes de bajar.
Después de que el médico se fuera, Zuri encontró a Brizuela sentado en la
mesa del comedor, con el desayuno frente a él, pero sin probar bocado alguno.
—¿Por qué no comes? Pensé que tenías hambre.
—Entonces resulto ser verdad, quizás no debíamos descubrir esa parte de
la historia.
—Por el contrario, ha resultado divertido, jamás pensé que nuestras
familias tuvieran pasados tan extraños.
—¿Extraños?
—Mi abuelo era una especie de malformado que no debió sobrevivir, al
que mi abuela le dio trabajo, mi abuelo era un mercader inocente e iluso, que
se casó con la mujer que había comprado a otro mercader y mi abuela resulto
ser una asesina.
—Supongo que no cualquiera puede decir eso de su familia ¿Por qué
asesino mi abuelo a Alberto Lazcano?
—No lo sé, mi abuela nunca lo descubrió, no le interesó preguntárselo.
—¿Realmente existe la carta que piensas buscar?
—El diario lo dice, pero yo jamás la he visto, la verdad no quiero buscarla,
era una excusa para que tu padre se fuera.
—¿Qué harás entonces?
—Con lo que sacamos de la cueva, podría irme, no necesito lo demás, solo
pasare por la casa de mi madre a buscar unas cosas que me hacen falta y
preparar otras.
—¿Puedo al menos ayudarte con eso?
—Me sentiría encantada, puedes quedarte con el resto del tesoro.
—Creo que, yo tampoco lo necesito, esa fortuna fue amasada por un amor
que no vio futuro, de seguro esta maldita. Es una pena que ese malformado
jamás encontrara el afecto que buscaba, al menos ella no lo hecho de su casa.
—Jamás habría hecho eso, mi abuela lo crio desde niño.
—¿Qué? ¿Ella ya lo conocía?
—Cuando Alberto la compró, mi abuelo y mi abuela ya estaban juntos, ella
evito que lo asesinaran, sintió lastima o al menos eso creo, pero nunca
menciono haberlo amado, por el contrario con Alberto si lo dijo.
Santiago guardo silencio un momento, pensando que tal vez no era su
destino ser querido por Zuri, al fin y al cabo, su abuelo había asesinado al
único hombre que su abuela había amado, orillándola a tener un hijo no
deseado con un sujeto deforme que ya ni siquiera recordaba que la había
amado alguna vez. Quería pedirle que se quedara, pero después de lo que
habían descubierto pensaba que era insensato de su parte si quiera hacer una
insinuación como esa. Al mismo tiempo se sentía sorprendido de que Zuri no
estuviese enojada en lo más mínimo por ello, quizás ella no llevaba consigo la
misma carga de odio que lo Brizuela parecían haber llevado contra los
Lazcano al menos hasta Guillermo. Santiago estaba tan callado que de nuevo
había dejado de comer llamando la atención de Zuri.
—¿En qué piensas?
—Lamento mucho que mi abuelo, asesinara al esposo de tu abuela.
—¿Por qué te disculpas por algo que no se puede cambiar?
—No lo sé.
—Mi padre decía que no hay que disculparse por las cosas que se hacen
mal, de forma intencional, que es mejor no hacerlas. Pero como tú no lo
hiciste, tampoco deberías disculparte por ello.
—¿No estás enojada con Vincent Brizuela?
—No, mi abuela lo estaba y mira lo que sucedió, ella ya tomó su venganza,
tu padre quiere la suya, pero no la conseguirá, yo no tengo nada contra tu
familia, además, sin la intervención homicida de tu abuelo, yo no hubiese
llegado a este mundo.
—Eres una persona muy extraña Zuri Lazcano, de verdad muy extraña.
—Eso bien podría decirlo yo de usted señor Santiago Brizuela.
—¿Te tomara mucho tiempo preparar las cosas?
—Algo de tiempo, debo volver a empezar.
—¿Me permites ayudarte con ello?
—Si gustas, creo que comienzo a acostumbrarme a tu ayuda.
—Me alegra saberlo.
Después del desayuno, mientras esperaban que Larissa regresara; se
dedicaron a recoger las cosas del salón y colocarlas en una vieja caja, que a
petición de Zuri quemaron por completo. Los diarios, los mapas, las cartas,
todo quedó reducido a cenizas, ellos ya sabían cómo llegar a aquel lugar, no
necesitaban nada de eso, salvó el pedazo de papel con las instrucciones mal
escritas que Santiago había guardado, para no perderse en el laberinto de
pasajes de aquella cueva. Era pasada la hora de almorzar cuando Larissa llegó
a la casa y no logró disimular su asombro, al ver a Zuri sentada junto a
Santiago en la mesa del comedor haciendo sobremesa. En vano intento fingir
alegría, Santiago la había descubierto en un instante y estaba por sufrir una
crisis de ira, pero prefirió esperar una explicación que al menos la justificara.
—Sabías que mi padre reaccionaria de esa forma, por eso te fuiste antes
del desayuno.
—No es lo que crees Santiago.
—¿Qué sucedió entonces? ¿Vas a fingir que no es sorpresa lo que sentiste
al ver a Lazcano aquí? Estabas segura de que mi padre la asesinaría, tú sabias
la historia.
—Claro que sí, tu padre enloqueció a todos con ella, pensé que tomaría
venganza y que todo esto acabaría.
—¿Acabar? Estaría lejos de acabar, aunque quizás sí, yo también iba a
morir, así que sí, todo habría acabado.
—Tu padre no te habría asesinado.
—No hablaba de él ¿Te das cuenta de que no tenías todas las piezas
madre?
—Entre lo que decía tu abuela a cada rato y lo que tu padre contaba me
pareció saber más que suficiente.
—Bien, te cuento el fragmento que te falta resumido en una frase. La
fortuna Brizuela, es de hecho propiedad legítima de los Lazcano, fue una
compensación, por decirlo de alguna forma. Una compensación que ni siquiera
se merecían, porque mi abuelo fue el que empezó con toda esta locura. Y tal
parece que se te contagio a ti.
—Lo lamento, si estaba equivocada me disculpo, pero tu padre realmente
quería descubrir si Lazcano era un pirata, buscaba al que había asesinado a su
padre, pero no pensó que fuese Lazcano, yo lo deduje con lo que me contaste,
tu padre ha deseado ponerle fin a esto hace tanto que…
—¿Ninguno pensó que el fin era solo dejar de buscar?
Santiago se levantó y salió del comedor enojado, directo a buscar a los
caballos. Zuri lo esperaba en la puerta cuando regresó. Irían primero a la cueva
a buscar otra parte del tesoro y luego a la casa de los Lazcano por las cosas
que faltaban. Por insistencia de Santiago, también buscarían la carta de la que
su padre había hablado, pues quería dejarle en claro, que aquella venganza ya
había llegado demasiado lejos y que de hecho estaba más que compensada,
con el tiempo que los Lazcano habían vivido en la ruina y los Brizuela como
una de las familias más opulentas de aquella ciudad.
A veces los recuerdos vienen mientras duermo y se van porque aun puedo
despertar.
Una nota antes de dormir.
Ya está anocheciendo, la luz del día se alejó de mi ventana...
Me gustaría mirar una vez más, las estrellas.
Poder sentir tus labios en mi mejilla y el latir de tu corazón en mi pecho.
Quisiera gritarle al mundo,
Que estoy cansada de demostrar, alegría todo el tiempo,
Cansada de sentirme sola.
Quisiera gritarle al mundo, que era feliz cuando estabas tú.

Cap. 11. Cuando confieses


Confesaría locura, soledad, agonía y dolor. Confesaría todos los crímenes


del mundo, exceptuando el amor.
La vida es un cuento lleno de mentiras y más mentiras,
Lleno de colores y más colores,
Felicidad y más felicidad,
Tragedia y mucha, mucha tragedia,
Pienso que yo solo se hablar de cosas tristes y estupideces, que dan malas
impresiones, pero es agradable ser como yo.
Zuri estaba algo preocupada por Santiago, pues había pasado todo el
camino callado, él generalmente era muy ruidoso, al punto de que era quien
siempre le buscaba conversaciones a ella para que el paseo se volviera más
ameno, pero en ese momento estaba muy silencioso. Zuri no era de mucho
conversar y no estaba segura de que decirle para hacerlo hablar, por lo que se
le ocurrió hacer algo impulsivo, que si bien no lo hacía hablar de buena gana
lo haría de mal humor. Al llegar a la cueva se le escapó corriendo entre los
oscuros pasillos del laberinto, haciendo que Santiago corriera tras ella para
poder alcanzarla antes de que se perdiera. Pero Zuri no era nada lenta al correr
y darle alcance no resultaba tan sencillo. Por más que Santiago le pedía que
parara Zuri solo corría más rápido, cruzando por las esquinas y perdiéndose de
vista por instantes.
Hasta que por fin se detuvo, pero no porque hubiese conseguido lo que
quería, sino porque había encontrado al final de uno de aquellos laberintos una
cueva hermosa, de techo abierto, dentro de la que había un estanque de agua
salada, lleno de peces y ostras. Quedó anonadada y antes de notarlo sintió a
Santiago abrazarla de la cintura, justo antes de sentirlo afincar la frente sobre
su espalda. Estaba jadeando de tanto correr, pero de nuevo se había quedado
en silencio, pero no por la razón que Zuri creía, Santiago en realidad estaba
feliz. Al fin había podido abrazarla, la tenía entre sus brazos y eso había
bastado para que olvidara que estaba enfadado. No quería que se fuera, pero
no tenía el valor de pedirle que se quedara. Disfrutó el momento en silencio,
mientras esperaba a respirar con calma, antes de soltarla suavemente, levantar
la mirada y ponerse a su lado mirando todo a su alrededor.
—¿Por qué corriste así? Ahora estamos perdidos.
—No estoy segura, estabas actuando tan extraño, que pensé que me
asesinarías en un descuido.
—¿Por qué te detuviste entonces?
—Porque si daba un paso más, caería al agua.
—Pero no te defendiste.
—Tú tampoco me atacaste ¿Qué te sucede?
—Es muy confuso de explicar.
—Todo es confuso contigo, aun me debes la respuesta de otra pregunta
¿Piensas acaso que lo he olvidado?
—Esperaba que sí.
—¿A que le temes Santiago? Aquí solo estamos tú y yo.
—Le temó incluso a lo que tú puedas pensar.
—Lo que yo piense, no te matara.
—Lo que no me digas lo hará y estoy convencido, de que no me dirás todo
lo que hayas pensado, en cualquier caso, no es significativo en lo absoluto, en
este momento tenemos algo más importante en que ocuparnos.
—¿Qué cosa?
—Como salir de aquí.
—Regresando por el laberinto. No creo que exista otro camino.
—No puse atención a la ruta cuando corría tras de ti.
—No debe ser difícil regresar, los piratas también estuvieron aquí.
—¿Cómo lo sabes?
—Hay joyas en el estanque, casi un tesoro completo.
Santiago se asomó entonces al borde del agua y se sorprendió al ver, que
de hecho, Zuri tenía razón. Había varios tesoros en el fondo del estanque, pero
no entendía porque razón alguien habría lanzado eso allí. Miró con atención el
estanque, creyó ver entre las piedras, por un mísero instante a una criatura, que
solo había visto en los dibujos, de los libros de historias, de la biblioteca, no
pudo evitar sonreírse, creyéndose un loco.
—Pero que rayos ¿Acaso enloquecieron?
—No lo creo, los piratas tenían costumbres extrañas Zuri, mi padre lo
decía, que a veces pagaban ofrendas a monstruos del mar. Ahora que lo
pienso, debemos salir de aquí antes de que la marea suba, porque de seguro
ese estanque crece mucho cuando eso pasa.
—Creo que podemos regresar por el laberinto.
—Hay que intentarlo al menos.
Mientras caminaban entre las sombras, se llevaron la sorpresa de que
varios de los caminos llevaban a otras cuevas, algunas vacías y otras, usadas
como escondites de los piratas. Mientras iban de un lugar a otro, marcaban
cada vuelta para no repetir dos veces el mismo camino y dejaban señales que
le indicaran si la cueva dejada atrás estaba vacía o usada. Habían pasado todo
el día buscando la salida, y se percataron de que el tiempo se les estaba
acabando, cuando el piso del laberinto comenzó a estar mojado y el agua de
apoco comenzó a llegarle a las rodillas.
—Esto no está bien, sino encontramos la salida, nos vamos a ahogar aquí
dentro.
—Aún faltan cuevas por revisar, no te desanimes, además, no tengo ganas
de morir ahogada, preferiría algo diferente.
—¿Cómo qué?
—No lo sé, quizás, saltar de un abismo.
—Interesante, yo preferiría dormir y no despertar.
—Santiago.
—¿Sí?
—¿Responderás la pregunta que te hice ahora?
—No entiendo de que te serviría conocer la respuesta, creo que es más
importante salir de aquí.
—¿Por qué siempre caminas delante de mí?
—No lo sé, porque es lo correcto supongo.
—No es por eso, es porque te gusta cuidar a las personas, siempre eres así,
pero no sé si lo notas, yo si lo he notado, por eso quiero saber la respuesta.
—Gracias por notarlo, estoy buscando las palabras correctas para
explicarte, lo que quieres saber, pero antes busquemos una salida, porque
incluso la antorcha comienza a acabarse.
Santiago aceleró la marcha, habían recorrido cuatro estancias más cuando
el agua ya les llegaba a la cintura. A diferencia de él, Zuri estaba bastante
tranquila, por lo que se percató de que habían entrado a un pasillo, que de
hecho subía y de apoco el nivel del agua comenzaba a bajar, al llegar al final,
el agua había desaparecido casi por entero, aunque les pisaba los talones
porque la marea aun no terminaba de subir por completo. La cámara del fondo
era distinta a las otras. Esta había sido esculpida, para guardar licores y telas, a
resguardo del agua. Había toneles, botellas, estantes de vinos, rollos de telas,
cojines, muebles finos, instrumentos musicales, libros, vestidos, trajes, entre
otras cosas que no debían mojarse. Zuri le quitó a Santiago la antorcha y la
acerco a una canaleta de aceite que estaba en la pared para encenderla, lo que
de inmediato ilumino todo el recinto.
Dejando en evidencia sus inmensas dimensiones. Era muy profundo y
aunque había muy poco oro, las cosas que llenaban el recinto eran de mucho
valor. Mientras recorrían aquel lugar Zuri tomo uno de los vestidos y lo miro
con cuidado, era bastante lujoso, la tela estaba decorada con hilos dorados y
zafiros cosidos al vestido para hacer una imagen semejante al agua que corría
sobre la falda. Era un tanto pesado para el gusto de Zuri, pero definitivamente
muy hermoso. Santiago por su parte estaba más interesado en los licores,
estaba sorprendido de la cantidad de botellas y barriles que había en aquel
lugar, unos más finos que otros, algunos incluso traídos de tierras tan lejanas
que él no conocía su nombre. Estaba mirando una estantería cuando alcanzo a
escuchar a Zuri murmurando algo. Se volvió a mirarla para tratar de entender
lo que decía, pero al verla las palabras de Zuri solo se volvieron más confusas
para él.
Se había cambiado aquel vestido mojado que llevaba, por uno más sencillo
pero definitivamente más hermoso; lucia simple pues Zuri no se había
colocado el armador, ya que solo quería algo que no estuviese mojado y la
dejara caminar. Aquel vestido era blanco, no tenía piedras preciosas, pero si
estaba decorado con hilos de oro, que formaban exquisitos arabescos en la
falda, semejantes a ondas de fuego que subían hacia el corpiño blanco cuyo
borde superior estaba decorado con pequeñas flores de pétalos dorados que se
ocultaban bajo los brazos, pues aquel vestido no tenía mangas, dejaba al
descubierto el cuello y lo hombros. Sin duda alguna de haberla conocido con
aquel atuendo, de haberla visto así la primera vez, habría sacado de su camino
a cualquiera que le dijese que no podía comprometerse con ella, incluso a su
padre si era necesario.
Sin duda él si lo sabía, la respuesta a esa pregunta con la que Zuri lo
torturaba tanto era si, lo sabía ¿Cómo lo sabía? Eso era lo de menos, él lo
sabía, su cuerpo lo sabía, su corazón lo sabía y sabía que la quería, ya sabía
que estaba enamorado incluso antes de darse cuenta y ¿Qué podía haber de
malo? Después de verla así, cualquier cosa que hubiese de mala, quedaba
relegada a un entero caso sin importancia. Santiago no estaba seguro de que le
estaba diciendo Lazcano, hacia un momento que ya no la escuchaba, estaba
hundido en sus pensamientos, en los que revoloteaba aquella dama que aunque
le hablaba él no oía. Sumido en su mente solo reacciono cuando la sintió
sacudirlo por los hombros y casi cae al suelo al retroceder, tras darse cuenta de
que la tenía tan cerca.
—Te dije que tuvieras cuidado con el licor de piratas.
—No he bebido nada.
—¿Por qué actúas como ebrio entonces?
—¿Yo?
—Estás ebrio, incluso haces preguntas estúpidas.
—En realidad no he bebido nada, solo pensaba, que tienes razón, no sé a
qué le tengo miedo, al rechazo creo, pero cuando se defiende una buena causa,
no importa lo que los demás puedan pensar.
—Es verdad, pero ¿A qué se debe ese repentino razonamiento? ¿De verdad
no has bebido nada?
—Ni una gota.
—Entonces quizás tienes fiebre, deberías quitarte esa ropa mojada.
—Ese vestido, te queda muy hermoso.
—Gracias, aunque lo uso para esperar que el mío se seque, es algo
ostentoso para mí, al menos eso creo ¿Qué tienes en las manos?
—Yo creo que te queda exquisito, deberías quedártelo. Esto es un licor
muy fino, cada botella tiene un valor considerable, además, es muy bueno para
el frío.
—¿Para el frío?
—Si y no hay que beber demasiado.
—No quiero que tomes ni una gota Santiago, por favor, en caso de que
algo suceda, necesito que estés cuerdo.
—No beberé nada, lo prometo.
—Gracias.
—Creo que pasaremos la noche acá ¿Te gustaría hacer algo?
—Leer un libro estaría bien.
—¿Lo leerías en voz alta?
—¿Quieres que te lea un libro Santiago?
—Sí, eso me gustaría.
—Entonces cámbiate esa ropa mojada, buscare algo para leer.
Después de encontrar un traje de su talla, Santiago se cambió, pero sin
ponerse el saco, ni el alzacuello. Miró a su alrededor y coloco juntos dos
muebles largos, tomó varias telas suaves para cubrirlo y hacer lo que parecía
un cómodo sillón de buen tamaño para los dos. Zuri se sentó a un lado abrió el
libro y empezó a hojearlo. Para su sorpresa Santiago había decidido sacar
valor de donde no sabía que tenía. Se acostó, colocó la cabeza en el regazo de
ella y la miró esperando un regaño, pero Zuri solo lo observó un instante con
una sonrisa ligera y regresó la mirada a su libro. Santiago sintió, que la alegría
que lo invadía, habría bastado para hacerlo pegar un salto de euforia, pero
prefirió mantener la compostura, lo menos que quería era arruinarse el
momento. Escucho con paciencia a Zuri mientras leía, pero realmente no
estaba poniendo atención a la historia.
Quería que aquello durara, pero sabía que ella se iría, porque él no tenía los
pantalones para detenerla. Decidió que al menos tenía que intentarlo, lucir
como un loco y un idiota delante de Zuri en ese momento, parecía menos
peligroso que morir con aquel secreto. Se sentó de nuevo, le quitó el libro de
las manos y la miró a los ojos por un momento. Zuri se quedó en silencio,
porque sabía que de decir algo, Santiago no lograría decir lo que quería. Él
dejó escapar un suspiro, bajó la mira un momento y después de respirar
profundo volvió a mirarla otra vez.
—Si lo sabía. Admito que no lo descubrí, pero lo sabia
—¿Cómo podías saberlo sino lo descubriste?
—Te lo diré, porque la verdad no creo que sea peor, que morir con esto por
dentro. Para serte sincero, no lo supe desde el principio, detalles, cosas
pequeñas, gestos que hacías, me hacían ponerte más atención, pero no lo
descubrí, en lugar de eso, comencé a sentir algo especial por ti.
—¿Incluso sin estar seguro?
—Así es, por ridículo que se escuche, así es. Quería morirme, no podía ni
pensarlo, no quería imaginarme lo que sucedería si alguien lo descubría, trate
de entender que me pasaba, pero tenía la sensación de que faltaba algo más,
algo que tu sabias, algo que tenías, pero que yo no tenía el valor de
preguntarte, por miedo a equivocarme y dejarme a mí en evidencia.
—Tu padre te habría asesinado.
—Lo sé, solo le preocupaba que humillara a su familia, por eso tampoco
me atrevía a hablar al respecto contigo, porque incluso si yo tenía razón y eso
que quería era de hecho real, temía entonces que te asesinaran.
—¿Por eso me ayudaste a escapar?
—Si hubieses sentido, lo que sentí, cuando supe que eras una mujer, te
sorprenderías.
Santiago se tumbó de cara contra el mueble y no se movió por un
momento. Zuri no lo entendía, ella había logrado engañarlos a todos menos a
él. Aunque en realidad si lo había engañado, porque lo había hecho dudar
sobre sí mismo. Le colocó entonces la mano en la espalda y para sorpresa de
Santiago comenzó a recorrérsela de arriba, abajo de forma cariñosa. Se sentía
un tanto culpable, por hacerlo sentirse así, no era su intención dañar a nadie,
ella solo quería irse.
—Lo lamento.
Santiago continuo con el rostro contra el mueble, giró la cabeza para poder
hablar pero no la levanto.
—No fue tu culpa, tu madre enloqueció, ahora pienso que de haberte
enfrentado, quizás solo hubiese empeorado tu situación. Después de que se
descubrió todo, pensé que sería más sencillo hablar contigo, pero no, fue de
hecho peor. Pase días buscando una excusa para acercarme a ti y cuando mi
padre me entrego esa caja de cosas, sentí que eran las puertas del cielo
abriéndose para mí.
—Exagerado.
—Sé cómo se oye, pero te juro que hablo con la verdad. Pero luego vino
Damián y solo empeoro las cosas, estaba seguro de que si antes no odiabas a
los Brizuela, después de lo que él hizo lo harías sin duda y cuando estaba por
perder la cordura, decidí dejar a mi familia, porque quería tener espacio para
pensar, tu ibas a irte y yo no quería que te fueras, no sin estar seguro de lo que
sentía.
—En ese momento no podía irme.
—Lo sé, Damián no te dejaría ir, pensé que me odiarías también a mí pero
me dejaste entrar incluso a tu casa y me sentí tan feliz por eso.
—¿Solo eso bastó para que te sintieras feliz?
—La excusa de buscar el tesoro, me hizo aún más feliz, pasarías más
tiempo conmigo y así fue. Solo para descubrir que de hecho mi familia había
hecho añicos a la tuya desde antes de que naciéramos.
—Parece que la desgracia nos persigue.
—Si, así parece.
—No era tan difícil de decir.
—No tienes idea de lo que me ha costado decirlo.
—¿Te sientes mejor?
—Bastante mejor.
—Entonces quizás debamos dormir, pareces más cansado que yo.
—Es curioso, no me siento cansado.
—¿Quieres que siga leyendo hasta que te duermas?
—¿Puedo pedirte algo como eso? Después de todo lo que te he dicho ¿No
te burlaras? ¿No dirás que soy un tonto?
—Claro que no, de hecho eres muy valiente, necesitas mucho valor para
decir algo como eso y de verdad aprecio lo que has hecho por mí, incluso si lo
que querías era hacer algo diferente. Pudiste ponerme trabas, piedras en el
camino, pero en lugar de eso me ayudas, ni siquiera estoy segura de cómo
pagarte.
Santiago se sentó entonces, quedando al mismo nivel de ella, permaneció
mirándola a los ojos un momento, para su sorpresa Zuri no se movió. Ella
también lo miraba curiosa, esperando encontrar aquello de lo que Larissa le
había hablado, aun sin saber de qué se trataba lo que buscaba. Santiago la
sujeto entonces de las mejillas y le dio un beso en la frente que dejó a Zuri
bastante confundida, pero justo entonces creyó ver lo que estaba buscando. Un
destello de alegría eufórica en los ojos de Santiago que no parecía tener un
motivo, pero que no se apagaba y que por alguna razón, la hacía sentir una
calidez en el pecho que antes no había sentido. Ahora era ella quien no sabía
cómo explicar las cosas.
—El hecho de que no me hayas alejado de ti después de oírme, es más que
suficiente para mí.
—¿Quieres que siga leyendo el libro?
—Te escuchare con gusto, al menos hasta que me venza el sueño.
—Santiago.
—¿Sí?
—Gracias.
Santiago se tumbó de nuevo con la cabeza en el regazo de Zuri, quien
continúo leyendo hasta que estuvo segura de que él se había dormido. Cerró
entonces el libro, movió un poco a Santiago sin despertarlo, se acostó a su lado
y se durmió también. Santiago no estaba seguro de si ya había salido el sol
cuando abrió los ojos, se levantó y sin despertar a Zuri camino hasta el pasillo
y se percató de que la marea ya había bajado por completo, marcó la pared que
llevaba a aquella inmensa sala y continúo buscando la salida por su cuenta. Al
fin dio de nuevo con el lugar donde se encontraba el barco de Alberto.
Regreso entonces hasta la entrada de la cueva y justo como esperaba los
caballos no estaban por allí, de seguro se habían puesto a resguardo cuando la
marea había empezado a subir. Regresó entonces hasta el salón, pero Zuri no
había despertado todavía.
Por lo que Santiago decidió sentarse a su lado y continuar leyendo aquel
libro que ella leía antes de dormir. No había pasado más de dos hojas, cuando
la vio sentarse junto a él.
—Buenos días madame ¿Descanso Bien?
—Buenos días Santiago, si, la verdad sí, creo que estábamos igual de
cansados.
—Creo que debemos irnos ¿Qué te parece si desayunamos en algún lugar
bonito de la ciudad?
—¿Qué?
—Podemos pagarlo y aún no hemos ido por la carta que quiere mi padre,
así que pensé, podemos comer en algún lugar agradable y luego ir por la carta.
—Es una idea muy linda.
—¿Puedo hacerte una petición quizás indebida?
—Te escucho.
—¿Podrías conservar ese vestido? Realmente te luce hermoso.
Zuri se sorprendió ante aquella petición, pero decidió aceptarla con una
sonrisa sincera. Después de colocar algo de oro en una bolsa, salieron de la
cueva de camino a la ciudad. Se sintieron afortunados al encontrar los caballos
no muy lejos. Colocaron todo en las alforjas y partieron. Al llegar Santiago
eligió un bonito lugar para desayunar, después de comer, fueron a comprar una
carroza a petición de Zuri y de allí directo a la casa de los Lazcano. Pasaron el
resto del día revisando el lugar de arriba abajo, pues ya sabían que estarían
solos. El capitán Brizuela aun no le permitía a Helena regresar a la casa.
Comenzaron en el segundo piso, juntando las cosas de Zuri y buscando
aquella carta de la que el diario hablaba. Habitación por habitación, libro por
libro, closet por closet, habían descartado cada cuarto de la casa.
Decidieron subir al ático, al fin y al cabo, si la carta estaba entre las cosas
de la abuela de Zuri, quizás había terminado en una de esas viejas cajas. Zuri
casi deja escapar un grito al encontrarla, la coloco entre los pliegos de su
vestido, para seguir juntando las cosas que se llevaría, con ayuda de Santiago.
Después de la hora de la merienda, mientras conversaban, un sonido llamó la
atención de ambos. Un ruido crepitante que provenía del primer piso. Se
movieron con cautela para descubrir de qué se trataba, pero al abrir la puerta
del ático, se vieron rodeados de un intenso y oscuro humo negro que no los
dejaba respirar. Cerraron la puerta de nuevo obligados a retroceder, la casa
estaba en llamas y no había como escapar de allí. Ambos sabían que nadie se
acercaría a la casa, así que tenían que encontrar su propio camino para escapar.
Santiago recordó entonces una ventana que había visto desde el bosque,
una segunda ventana en el ático. Zuri no tardó en mostrarle donde estaba
aunque se encontraba tapiada. Con su espada y algo de esfuerzo Santiago
comenzó a romper las tablas, mientras Zuri preparaba unas viejas sabanas para
hacer una cuerda y así bajar. El humo comenzaba a invadir el ático y el calor
se volvía cada vez más intenso, Santiago apenas si logró quitar descubrir la
ventana y romper el cristal. Ya casi no podían respirar, Zuri no podía
levantarse, le entregó la cuerda a Santiago y él la aseguro a una de las vigas, la
dejó caer por la ventana, subió a Zuri en su hombro y salto de allí sin calcular
demasiado, pues se quedaba sin tiempo. Casi habían logrado tocar el suelo
cuando la cuerda se rompió y ambos acabaron cayendo de un solo golpe,
cansados pero vivos.
No tenían tiempo para pensar nada, con las fuerzas que le quedaban
Santiago levanto de nuevo a Zuri y salió de allí, en dirección al bosque, antes
de que alguien alcanzara a verlos. Al menos eso pensó, pues no había llegado
demasiado lejos cuando un golpe al rostro lo dejó inconsciente de inmediato.
Despertó sin saber cuánto tiempo había pasado o donde estaba, pero no tardo
demasiado en darse cuenta de que tenía las manos atadas a la espalda. No muy
lejos de allí estaba tumbada Zuri también con las manos atadas, respiraba pero
aun no despertaba. Santiago trató de ponerse de pie y justo entonces alcanzo a
escuchar la voz de Damián, le tomó solo un momento percatarse de que venía
desde arriba de ellos. Levantó la cabeza y se percató de que estaban en un
pozo, no era demasiado profundo y estaba vacío, así que Santiago no
comprendía que tramaba Damián.
—Que maravilloso verte despierto hermanito.
—¿Qué estás haciendo?
—Terminando con lo que empecé, admito que mi plan original era un poco
más elaborado que este, pero viéndome solo, no me queda más remedio que
improvisar. La verdad quería asesinarte, pero me he percatado de que Lazcano
y tú han encontrado algo importante. Llevaban mucho oro en los caballos y
estoy seguro de que tu padre no te lo dio y la familia de ella esta arruinada, así
que pensé, mejor hare que me digan donde esta lo que encontraron y luego
decido si viven o mueren.
—Si vas a matarnos de todos modos ¿Por qué te diría donde esta?
—Podrías salvar a tu querida, la dejaría vivir a ella.
—¿Qué tan imbécil crees que soy? Si quieres saber dónde está, encuéntralo
tú mismo.
—Cambiaras de opinión, ya verás, solo debo esperar a que ella este
sufriendo y te convencerá de hablar o quizás lo haga ella misma si la saco de
allí y la hago sufrir lo suficiente.
—No creo que te diga nada, no siente precisamente aprecio por ti.
—Tampoco por ti, según veo.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando?
—Laura se arriesgó a ser herida para liberarme, supo esconder nuestra
relación de todos porque yo se lo pedí, ni aun nuestra madre se percató de lo
que había entre nosotros, cuanto menos tú, dime ¿Qué ha hecho Lazcano por
ti?
—No necesita hacer nada, deja de decir estupideces.
—Estás enamorado solo Santiago, pero está bien, eso hacen los serviles,
volveré después, cuando crea que has cambiado de opinión.
De inmediato una sombra cubrió la tapa del pozo y todo quedó a oscuras.
Santiago trato de desatarse en vano, las cuerdas estaban muy apretadas. Se
sentó de nuevo a pensar que hacer y justo entonces algo, llego a su mente. Se
levantó de nuevo y tanteo hasta encontrar a Zuri y trató de desatarla a ella, casi
lo había conseguido cuando ella despertó sobresaltada y le dio un empujón
haciéndolo caer al suelo. Apenas si tuvo Santiago tiempo de decirle que era él
y explicarle lo que sucedía, para que ella no lo golpeara y se tranquilizara.
Después de calmarla, logró desatarle las manos y ella lo soltó a él.
—Entonces, Damián nos atrapó.
—Me había olvidado por completo de él.
—También yo, pero ¿Por qué seguimos con vida?
—Quiere el tesoro de tu abuelo, se percató de que llevábamos algo con
nosotros al revisar los caballos en casa de tu madre.
—Solo hay que decirle donde está.
—Nos matara, mientras no lo sepa seguiremos vivos un poco más, lo
suficiente para descubrir como escapar.
—Tiene el mapa ¿No?
—No, aun esta en mi bolsillo, el muy imbécil no lo reviso.
—Comprendo. No creo que nos deje ir si descubre donde esta y tampoco
lo hará sino lo descubre.
—¿Qué tienes en mente?
—Y si le ofrecemos mostrárselo.
—¿Qué? ¿De verdad piensas entregárselo?
—Es mejor que morir aquí ¿No lo crees? Además, podríamos escapar.
—Es verdad, pero entonces debemos esperar que regrese.
—¿Qué tan profundo es el pozo?
—No demasiado ¿Por qué?
—¿Llegaría arriba subida en tus hombros?
—Podemos intentarlo.
Santiago se levantó y con cuidado ayudo a Zuri a subir en sus hombros.
Apenas lograba rozar la tapa con la punta de sus dedos, pero eso le bastó para
saber que no era demasiado pesada. Con algo de esfuerzo entre los dos
lograron abrirla y Santiago pudo escalar la pared para salir de allí, pero al
tratar de sacar a Zuri, Damián lo tomó del cuello y de un golpe en el estómago
lo hizo caer de rodillas, lo arrastro hasta una silla y lo amarro.
—Buen intento, pero no soy tonto, no por nada yo ascendí más que ustedes
dos.
Damián se sentó entonces en el borde del pozo y miró a Zuri con cierto
desprecio, mientras esperaba que Santiago recuperara el aliento. Santiago se
percató de que estaban en una especie de cabaña y el pozo estaba en el centro.
No había pasado mucho tiempo cuando Laura entró en aquel lugar buscando a
Damián. Con solo ver a Santiago se le acercó y le dio una sonora bofetada sin
decirle ni una palabra, pero era evidente que la razón de su enojo, era el hecho
de que el brazo que él le había herido, ahora colgaba de su cuerpo,
completamente inerte. Se acercó al borde del pozo y miró a Zuri con desprecio
antes de dejar el lugar sin decir nada.
—Ustedes dos son verdaderamente inútiles, les daré la oportunidad de
seguir con vida, si me dicen dónde está el tesoro.
—¿Por qué te lo diríamos? Es claro que nos mataras.
—No hare eso Lazcano, yo tengo palabra.
—Te diré algo, si dejas ir a Santiago yo te mostrare el lugar.
—Claro que no, que tan tonto crees que soy, si lo suelto ira por su padre,
iremos los tres o los matare.
—Nos mataras de todos modos Damián, no engañas a nadie, incluso ella se
da cuenta de que mientes.
—No estoy mintiendo, muéstrenme el lugar, llevare lo que pueda cargar y
me iré.
—¿Qué hay de la venganza que tanto ansiabas contra nosotros?
—Yo no tengo nada contra ti Santiago, admito que quería asesinar a tu
padre, pero los que me secundaban ya no lo hacen y hacerlo solo es una
sentencia de muerte y contra Lazcano, podemos resolver nuestras diferencias,
si ella no se defendiera tanto, cuando uno va a cobrar deudas…
—¡Cierra la boca!
—¿No te gusta lo que te propongo Lazcano? Es una pena que tu madre no
estuviese dentro de la casa cuando se quemó, así habría muerto allí de una vez,
pero la inútil de Laura no logró convencerla de volver.
—Déjala en paz Damián ¿Quieres saber dónde está lo que encontramos?
Te mostraremos el camino, pero no quiero que le toques un cabello.
—¿A esa basura? Nadie podría tocarla, parece una lunática cuando se
defiende, aun usa ropa de hombre bajó los vestidos, sino hubiese sido así,
quizás habría conseguido lo que quería.
—¡Cállate ya!
—Basta Damián, suéltame y vamos por el oro, deja a Zuri en paz.
—Sinceramente no comprendo que te gusta tanto de ella, no es una dama,
tampoco un hombre, es más bien como una perdición entre ambos, solo basura
y nada más. Tus gustos dejan mucho que desear Santiago.
—¿Lo dices tú? Que reconoces que te acuestas con tu propia hermana,
sangre de tu sangre.
—Al menos Laura es hermosa, pero Lazcano ¿Qué tiene de especial?
—No es asunto tuyo.
—Aunque era de esperarse, un extraño con otro extraño, tal parece que
algo sentías antes de que la fachada cayera ¿Ya lo sabias?
—¿Realmente te importa?
—¿Cómo lo descubriste? Lazcano no te lo dijo ¿O sí? Quizás no lo sabias.
Damián volvió la mirada hacia Santiago quien de haber podido asesinarlo
en ese momento lo habría hecho sin dudarlo.
—Si quieres tu ridículo tesoro, será mejor que vayamos a buscarlo de una
buena vez.
—Está bien, pero Lazcano se queda, cuando tenga lo que quiero, vienes
por ella, así me asegurare de poder escapar.
—¡No! Santiago, no puedes confiar en él.
—Es lo mejor que tenemos, además al menos así no lo tendrás cerca.
Damián llamó entonces a Laura, quien entró enojada en la habitación.
Damián le pidió que se asegurara de que Lazcano no escapara del pozo y
después de desatar de la silla, a Santiago lo obligó llevarlo al lugar donde
estaba el tesoro. Como Damián se negó a llevar los caballos, les tomó un poco
más de lo esperado llegar allí. Pero todo estaba sumergido bajó el agua,
porque la marea ya había subido a causa de la noche. No había forma de entrar
a la cueva sin perderse a causa del agua, además de que todo el tesoro debía
estar sumergido a esa hora. Damián sufrió entonces un ataque de cólera y
acabo descargándose contra Santiago y dándole de golpes en el estómago y
dejándolo inconsciente, acabo teniendo que cargarlo de vuelta. Apenas
regresaron a la casa lo empujo dentro del pozo. Tan de prisa como pudo Zuri
lo sujeto para que no se golpeara más y lo sentó en el piso.
—Sabías que estaría lleno de agua.
—No sé qué tan tarde es, estoy dentro de un pozo, imbécil.
—Él lo sabía ¿Por qué nos llevó hasta allá?
—No lo sé, quizás sino lo hubieses dejado inconsciente podrías
preguntárselo.
—Te daba tiempo para escapar.
—Eso sería muy tonto, no tenías que hacerle tanto daño.
—Apenas si lo toque.
—¿Qué son estas heridas?
—No me interesa lo que sean. Mañana temprano iremos por ese tesoro.
Damián dejó entonces la habitación. Como la camisa estaba húmeda por el
sudor y la sangre, las cicatrices del pecho de Santiago se volvían casi visibles.
Zuri la abrió por completo y se sintió intrigada con aquellas cicatrices, que ya
estaban bastante curadas, pero no completamente sanas, pues algunas de hecho
habían empezado a sangrar de nuevo. Damián no se las había hecho, no había
duda de ello, pero Zuri no lo averiguaría solo especulando, necesitaba esperar
que Santiago despertara, para poder preguntárselo. Mientras estaba sentada en
el pozo, con Santiago dormido a su lado, Zuri no dejaba de pensar como
escapar de allí. Desarmada llevaba las de perder y tampoco conocía la
distribución del lugar en el que estaban.
Se preguntaba que estaría haciendo un pozo dentro de la habitación de una
cabaña, sin duda era para guardar algo, pero no había ni el menor indicio de
que, pensaba que tal vez si descubría lo que guardaban allí, tendría más o
menos una idea de cómo era la casa sobre ellos. Al mismo tiempo imaginaba
con cierta tristeza lo que su madre sufriría cuando supiera que la casa había
quedado hecha cenizas. Ella no tenía dinero, aquella casa era todo lo que le
quedaba y ahora estaba destruida. Aquello no le iba a gustar, pero sin duda iba
a ser una razón para que su locura se manifestara de peor manera y si ella
seguía atrapada allí, no podría evitar que la lastimaran. Quizás el capitán
Brizuela la ejecutaría y volvería a vender al pequeño como esclavo ¿Qué
mejor manera de vengarse de los Lazcano? Ahora que no podía tocarla a ella.
Aún estaba pensando en ello, cuando el quejido de Santiago al despertarse
llamó su atención. Lo miró sentarse y sujetarse, la cabeza aturdido. Zuri no
pudo evitar sentir un miedo desconocido invadirle el pecho, antes no había
tomado en cuenta que le daría tristeza perderlo, no quería que Santiago
muriera.
—No deberías moverte.
—Zuri ¿Estás bien?
—Yo podría preguntarte eso.
—Pensé que Damián te lastimaría.
—Aun quiere ir por el tesoro.
—Es un idiota.
—Deja que lo tenga, en cualquier caso, es demasiado para mí y no conoce
todos los secretos de ese laberinto.
Santiago dio entonces un salto y se volvió a mirar a Zuri con una inmensa
sonrisa antes de empezar a reír.
—Eres una, genio Zuri, de verdad lo eres.
—¿Que dije?
—Creo que se cómo librarnos de Damián y esta vez será permanente.
—No lo hagas.
—¿Qué?
—No quiero que te lastime, quizás nos deje en paz si le entregas el tesoro,
no vale la pena pelear por eso.
—No lo hago por eso Zuri ¿De verdad piensas que con eso le bastara?
Damián no es más pirata porque no tiene un barco a su disposición, incluso si
se va, regresara cuando quiera y si Laura esta con él, será aun peor.
—Ella está embarazada.
—¿Qué?
—Me lo dijo mientras no estabas, por eso quería liberar a Damián, es por
eso que quieren el oro. Tu padre lo hubiese descubierto y quizás la habrían
asesinado. Te odia porque ahora será una madre con un solo brazo.
—Debí dispararle a la cabeza, sinceramente creo que miente, pero si
consideras que es mejor solo hacernos a un lado, hare lo que tú quieres.
—¿Puedo saber una cosa?
—¿Qué quieres saber?
—Esas cicatrices, no son tan antiguas ¿Qué te sucedió?
Santiago permaneció en silencio un momento. Aun se sentía como un
idiota al pensar en eso, avergonzado y confundido por lo que había hecho,
mantenía la mirada fija en el suelo. No estaba seguro de que palabras usar o
siquiera de si quería que ella lo supiera. Para su sorpresa Zuri se le adelanto.
—No tienes que decirlo si no quieres.
—Es increíble pensar, que de verdad creí que nunca lo descubrirías.
—No las tenías cuando dejamos la guardia, estoy segura.
—¿Cómo puedes saberlo?
—Siempre tenías calor al dormir.
—Y tú frio. La verdad ahora tiene un poco más de sentido, pero tienes
razón, no las tenía cuando salimos de la guardia, fueron después.
—¿Fue tu padre?
—No ¿Recuerdas que te mencione, que quería morirme?
Zuri se quedó en silencio por un momento y volvió la mirada hacia el suelo
antes de hablar.
—¿Fue mi culpa verdad?
—No, claro que no. El único culpable soy yo, me comporte como un
cobarde y decidí tomar la salida fácil en lugar de enfrentar el problema, solo
que mi padre no lo permitió.
—Eres un idiota.
—Lo sé.
—Casi te matas.
—Lo sé.
—Y además ¿En qué forma es esa la salida fácil?
—Pues, si estaba muerto, nadie se enteraría de nada, no habría humillado a
mi familia, tu jamás te hubieses enterado y yo…
—Debería matarte yo misma, por zalamero.
—Ya no tengo ganas de morir. Aprendí mi lección, hubiese sido más
sensato hablar contigo.
—¿Y si las cosas no hubiesen salido a tu favor?
—Volverlo a intentar, sin fallar la segunda vez. Estoy bastante feliz de que
saliera bien.
—¿Aun te duelen?
Santiago se quedó paralizado ante aquella pregunta. Zuri podía ser muy
dulce, pero también muy cruel y él lo sabía perfectamente, por lo que no
estaba seguro de que responderle. Ella se volvió a mirar ante la ausencia de
respuesta y le colocó la mano en el pecho con firmeza, haciendo que soltara un
quejido.
—Si, aun te duelen, no puedo creer que hayas hecho algo así, por culpa
mía.
—No ha sido tu culpa, Zuri.
—Si no hubiese mentido, no te habría pasado eso.
—Y tu vida sería un infierno peor, además, no estoy muerto.
—No, pero vaya que te faltó poco.
—Lamento que estés enojada conmigo, en ese momento no pensé que te
podrías enfadar, tampoco pensé que mi madre estaría tan triste, solo quería que
ese sentimiento y ese dolor que sentía terminaran, nada más, reconozco que fui
egoísta.
—No harás eso de nuevo ¿Verdad?
—Prometo que no, puedes estar tranquila.
—Eso no te hace menos idiota.
—Lo sé.
Zuri se levantó, y trató de llegar al borde del pozo. Santiago la miraba
intrigado, pero casi sabía que sucedía.
—Tenemos que pensar cómo salir de aquí.
—Pensé que querías darle el tesoro a Damián.
—Acabo de cambiar de opinión.
—Entonces quizás quieras, que yo me encargue de Damián ahora.
—No quiero que mueras, estaba pensando que si salimos de aquí,
podríamos buscar a tu padre.
—No saldremos a tiempo y si saliéramos, no podremos evitar tener que
enfrentar a Damián.
—Tiene que haber una manera.
—Si descansas un poco quizás se te ocurra algo, no has dormido nada.
—¿Cómo sabes eso?
—Porque cuando no duermes te pones gruñona y sacudes las piernas.
—No hago eso.
—Claro que si Lazcano, lo haces desde que nos conocimos. Siéntate ven,
será mejor descansar un poco, de cualquier forma, no podremos enfrentar a
Damián estando agotados.
—No soy tonta Santiago, quieres que me duerma, para irte cuando
aparezca el idiota de Damián y dejarme sola con Laura.
—Claro que no. Vamos, ven aquí. Me agrada tu compañía.
—¿Qué tramas Santiago Brizuela?
—Nada, lo prometo, vamos ven. Mañana será un día pesado, estoy
cansado, adolorido y me gustaría que descansemos solo un poco.
Zuri lo miró un momento, él la miraba con una sonrisa suplicante. Con
solo verlo ella supo que él no se levantaría de allí y pensando que estaba
adolorido, le pareció que de hecho, era mejor darle gusto por esa vez, para que
se le pasara el dolor. Se acercó hasta donde él estaba y se sentó a su lado.
Santiago dejó caer la cabeza sobre el hombro de Zuri y cerró los ojos, ella se
dio cuenta entonces de que a él le costaba algo de trabajo respirar, era claro
que Damián lo había golpeado más de lo que se veía. Se quedó muy quieta
hasta que estuvo segura de que él se había dormido y no tardo en dormirse
también.
A veces pienso que soy el ser extraño, de este mundo extraño.
Una nota y su locura.
Había una vez una niña, llamada soledad, que se perdió en un abismo sin
fin,
Donde encontró dos cuerpos sin vida.
Amor y locura.
En aquel abismo la existencia no era nada,
Nadie nota la usencia de un ser marginado, nadie notó la usencia de
soledad, nadie excepto el amor.
Pero el amor es un cuerpo muerto, en un abismo donde reina la locura.


Cap. 12. Debí quedarme

Quisiera quedarme contigo más tiempo, pero ya casi es hora de


despedirme.
Había una vez
Suena muy común en un cuento,
Pero quizás esos cuentos si existieron una vez, o cientos, o miles de miles,
de veces.
En algún lugar, quizás aún ocurren y nunca dejaran de ocurrir.
O tal vez, solo sean simples mentiras.
Hoy es un día raro, para alguien común como yo....
Hoy me paso algo común, para alguien raro como yo...
Ambos fueron despertados por el alboroto de Damián. Zuri se aferró al
brazo de Santiago, tratando de evitar que se levantara, pero lo sintió soltarle la
mano suavemente, mientras la miraba con una sonrisa, que casi logro
tranquilizarla. Santiago extendió la mano hacia Damián, quien lo sacó del
pozo y ella los vio irse. No estaba segura de que debía hacer, pero necesitaba
salir de allí, sabía que Santiago no estaba a salvo con Damián. Comenzó a
escalar las paredes del pozo, no estaba dispuesta a quedarse sin hacer nada.
Apenas había alcanzado el borde cuando sintió un golpe fuerte en la cabeza
que la lanzó de nuevo al fondo y la dejó inconsciente. No sabía cuánto tiempo
había pasado cuando despertó. Al levantarse, alcanzó a ver a Laura sentada en
el borde del pozo, leyendo un libro.
—Como vuelvas a subir, te golpeare de nuevo, quédate allí hasta que
Damián regrese, no deben tardar es más de medio día.
Zuri sentía un intenso dolor a causa del golpe, pero a pesar de ello, una
idea fugaz cruzó su mente.
—Déjame salir, te están engañando.
—¿Qué?
—Él no regresara, asesinara a Santiago y se ira con el tesoro, no piensa
volver por ti.
—Mentiras.
—Es verdad, por favor, lo juro.
—Él jamás me haría eso.
—Lo dijo cuándo trajo a Santiago, dijo que lo asesinaría y que luego se iría
sin ti.
—Solo lo dices para engañarme.
—Claro que no, te estoy dando la oportunidad de entrar en razón, déjame
salir e iremos a buscarlos juntas y veras que te digo la verdad.
—¿Juntas?
—Sí, yo conozco el camino a la cueva, podrás enfrentar a Damián, veras lo
que trama realmente.
—No te creo.
—Bien, entonces te quedaras sola y yo moriré encerrada.
Zuri se percató de que Laura había comenzado a dudar, se sentó en el suelo
a esperar y no pasó mucho tiempo, para que Laura colocara una escalera y la
sacara del pozo, pero Zuri no tenía pretensiones de ayudar a Laura a probar
nada. Salieron de la cabaña en dirección a la playa. Laura sostenía una espada
contra la espalda de Zuri mientras caminaban, pero en el camino Zuri se
detuvo y se volvió a mirarla.
—Laura ¿Dónde está mi madre?
—¿Qué?
—Damián dijo que no pudiste convencerla de ir a la casa ¿Dónde está mi
madre?
—¿Eso que puede importar? Camina de una vez.
—No me moveré hasta que me digas donde está mi madre.
—En la ciudad, ahora muévete.
—¿Por qué querías llevarla a la casa?
—Eso no importa.
—Respóndeme.
—Damián quería tomar las cosas de la casa de tu madre, para reunir
dinero, pero la anciana se negó a decirnos donde estaban las joyas y esas
cosas.
—¿Nelson estaba con ella?
—Siempre están juntos, tú lo sabes, ella está loca por su hijo, pero el niño
tampoco pudo convencerla de cooperar con nosotros, era igual de testarudo
que ella.
—¿Qué dijiste?
—Que el mocoso era igual de testarudo que la estúpida vieja, ambos eran
unos necios.
—¿Eran?
La expresión en el rostro de Laura fue una clara respuesta para Zuri, las
palabras no hacían falta. Antes de que la muchacha pudiera reaccionar, Zuri se
había movido deprisa, la había desarmado y lanzado al suelo.
—Laura ¿Dónde está mi madre?... ¡Respóndeme!
—En la ciudad, está en la ciudad.
Laura había empezado a llorar sin siquiera darse cuenta, pero sus lágrimas
no eran suficientes para conmover a Zuri. Ella se acercó lentamente y le
colocó la espada en el cuello. Zuri no quería hacer esa pregunta, no quería
escuchar la respuesta, no quería saber lo que Laura diría, pero ya era tarde para
retroceder.
—¿Esta con vida?
Laura tragó saliva con dificultad pero no respondió. El silencio solo hizo
subir el terror y el enojo de Zuri. Laura no podía parar de llorar, estaba
claramente aterrada, la espada en el cuello se sentía fría y el temblor de la
mano de Lazcano solo empeoraba la situación. Zuri perdió la razón por un
momento.
—¡¿Por qué no respondes?! ¿Esta con vida?
—¿Por qué te interesa? Ella no te amaba, se lo dijo a Damián, dijo que ella
jamás había tenido una hija llamada Zuri, que tú no eras más que una simple
criada, ella no te recordaba. Dijo que Zuri era su hijo, que no era una mujer,
sino un hombre, un soldado. Ella de verdad se creyó esas mentiras que dijo el
capitán Brizuela.
—¿De qué hablas?
—Decía que Zuri era su hijo, un soldado de elite que enorgullecería a su
padre, así como la había hecho sentir orgullosa a ella. Estaba claro que era una
loca, te hicimos un favor.
—¿De verdad piensas eso Laura?
—Si, deberías agradecernos, ella iba a dejarle todo a ese esclavo, que ni
siquiera era hijo suyo, pero ahora tú lo heredas todo.
Zuri miró a Laura con una expresión fría por un momento, en un instante
sonrió y se hinco hasta quedar frente a frente con Laura.
—Que amables. Tienes razón, me han hecho un gran favor.
—Sí, es verdad.
—Y te lo voy a pagar con creces.
—¿Qué?
Laura se levantó tan rápido como pudo, gritando aterrada, trató de correr,
pero Zuri la sujeto del cabello y la atravesó por la espalda con la espada, una y
otra vez, con suficiente fuerza para que el arma saliera por el pecho, siguió sin
parar hasta que Laura dejó de gritar y de moverse. Dejó caer el cuerpo al suelo
y la decapito. Fue deprisa a la cueva buscando a Santiago y a Damián. Al
entrar al laberinto, siguió las marcas que habían dejado en las paredes hasta
llegar al lugar donde se encontraba el barco, pero no estaban allí. Reviso la
habitación de los licores pero estaba vacía, continuo revisando todos los
lugares donde pensó que podían estar, pero por más que buscaba no podía
encontrarlos. Estaba a punto de entrar en pánico, cuando escucho la voz de
Santiago casi ahogada. Llego a la bóveda del estanque tan rápido como pudo y
lo vio sentado en el suelo, con una herida profunda en el estómago que no
paraba de sangrar.
Dejó caer la espada y se acercó hasta Santiago, Damián no parecía estar en
ningún lugar. Zuri salió de allí de prisa, pues recordó algo. Llegó a toda prisa
hasta el salón de los licores y tomó una de las botellas y varias de las telas.
Regresó tan rápido como pudo y después de darle un tragó de licor a Santiago
lo hizo recostarse en el suelo. Trató la herida como pudo a toda prisa,
sujetándola con todas sus fuerzas. Apenas había terminado de vendarlo cuando
alguien la tomó del cabello y la lanzó lejos de Santiago.
—¿Cómo escapaste?
—Yo no escape, Laura te traicionó, ella piensa que no quieres compartir el
tesoro.
—Es una estúpida, la engañas fácilmente, pero le demostrare que le has
mentido cuando hable con ella.
—Ella ya no hablara contigo, fue a buscar al capitán Brizuela, le dije que si
te entregaba podía quedarse con la mitad del tesoro, al fin y al cabo ella no
hizo nada malo.
—Ella asesino a tu madre.
—No es verdad, tú lo hiciste.
—Ella lo hizo, porque tu madre la llamó zorra.
—No me interesa, ella ya fue en busca del capitán Brizuela.
—Pues que mal, cuando lleguen, solo encontraran dos cadáveres.
Zuri se percató de que Santiago se había levantado con las fuerzas que le
quedaban. Trató de detenerlo, pero se había sujetado de Santiago, haciéndolo
caer al estanque. Zuri pensó que la falta de sangre había hecho enloquecer a
Santiago. Era evidente que Damián tenía mayores chances de salir del agua
que él, porque ambos sabían nadar, pero en su estado, Santiago no tenía
suficientes fuerzas. Santiago se había aferrado con fuerza a Damián llevándolo
casi al fondo, pero perdió las fuerzas y acabó por soltarlo. Antes de que
Damián pudiera subir, Zuri se había lanzado al agua y trató de sacar a Santiago
de allí. Mientras subían, un inmenso tentáculo paso a su lado haciéndola soltar
un grito, Zuri no sabía lo que era, pero se sorprendió al ver que aquello, fuese
lo que fuese se aferraba con fuerza a Damián y comenzaba a arrastrarlo hacia
el fondo.
Zuri comenzó a nadar más de prisa para sacar a Santiago del agua. Al
ponerlo a resguardo, se volvió para mirar el alborotó en el estanque. Aquella
criatura, no tenía un solo tentáculo, sino varios. Todos se habían aferrado al
cuerpo de Damián y lo hundían hasta el fondo del agua sin dejarlo respirar. El
joven luchaba aterrado y extendía sus manos hacia ella, mirándola con ojos
suplicantes, mientras que de apoco el aire se le acababa. Zuri no iba a
ayudarlo, de ninguna manera entraría al agua a enfrentarse con aquella
criatura. Pudo ver como Damián dejaba escapar la última bocanada de aire que
le quedaba, después de patalear y luchar con sus últimas fuerzas, su cuerpo
solo se quedó inmóvil y sereno. Aquella criatura lo arrastro entre las piedras
del fondo y trituro el cuerpo casi por completo para hacerlo pasar, tiñendo de
sangre el resto del estanque.
Zuri se volvió a mirar a Santiago y trató de que reaccionara. Se sintió
aliviada al escucharlo toser y verlo escupir toda el agua. Pero aún no estaba
fuera de peligro. Zuri logró recostarlo de la pared y ajustar a un más las
vendas, haciéndolo reaccionar por el dolor.
—¿Estás bien? Santiago por favor respóndeme.
—Da… Damián.
—Esta muerto, tenemos que sacarte de aquí.
—No… te preocupes… por mí.
—No digas tonterías Santiago, vamos, por favor levántate, no me dejes te
lo suplico.
Zuri logró llevarlo con mucho esfuerzo hasta la entrada de la cueva, pero
no consiguió que diera un paso más. No iba a dejarlo morir, no quería que
muriera. Lo sentó junto a la entrada y después de pedirle que no muriera, salió
de allí a toda prisa en dirección a la ciudad. Necesitaba ayuda y no tenía
tiempo, ya comenzaba a caer la tarde por lo que debía darse prisa. Apenas
logró llegar a la casa del capitán Brizuela, pero antes de poder decir algo, la
habían arrestado y la llevaban al cuartel. Por más que gritaba nadie le ponía
atención. No estaba segura de cuanto había pasado cuando por fin el capitán
Brizuela apareció.
—Que descarada eres al volver, pensé que después de matar a tu madre no
volverías.
—¡Yo no mate a mi madre!
—Hay testigos que te vieron hacerlo, una mujer, la mato, debes confesar
para ser juzgada.
—Eso no importa…
—Claro que sí ¿Acaso también mataste a mi hijo?
—¿Va a dejarme hablar?
—Cuando confieses.
—Está bien, yo mate a mi madre, pero escúcheme….
—¿A ver? ¿Cuál es la explicación?
—Santiago está en peligro…
—¿Qué has dicho?
—Está en la playa, herido, no podrá levantarse, sino lo buscan la marea lo
ahogara cuando suba, por favor, ayúdelo.
—¿Dónde está?
Zuri le explico cómo llegar y el capitán mandó de inmediato a un grupo de
soldados a buscarlo. Zuri permaneció encerrada en la celda aquella noche,
caminando de un lado a otro sin poder dormir. Estaba cansada en la mañana de
tanto caminar, se había quedado sentada en el rincón y no se dio cuenta de que
se había dormido. En aquella celda no había ventanas, no algún indicio que le
diera una idea del paso del tiempo. Estaba profundamente dormida cuando la
voz del capitán Brizuela la hizo reaccionar.
—Capitán.
—¿Puedo saber que sucedió Lazcano?
—¿Santiago?
—¿Qué fue lo que sucedió? ¿Por qué asesinaste a tu madre?
—Yo no asesine a mi madre, Laura lo hizo.
—¿También asesino al niño?
—Eso no lo sé.
—¿Sigues con eso? Laura escapó con Damián.
—No es así, Laura y Damián nos atraparon.
Zuri le contó entonces al capitán Brizuela, con todo detalle, lo que había
sucedido. Al menos la parte de la historia que ella conocía. El hombre la miró
confundido e incrédulo.
—¿Asesinaste a Laura?
—Sí.
—¿Quién asesino a Damián?
—Se ahogó.
—Él sabía nadar.
—No puedo explicar que paso, no sé porque se ahogaría, creo que el peso
del oro no lo dejó nadar.
—¿Entonces fueron por el tesoro? Incluso antes de ir por la carta.
—Ya teníamos la carta cuando Damián nos atrapo.
—¿Dónde está?
—¿Para que la quiere?
—Todo esto es por culpa de ese tesoro, siempre los Lazcano.
—Aun quiere venganza, es eso ¿Quiere el tesoro? Quédeselo, vaya y
dígales a todos que mi padre era un pirata y que los Lazcano somos ladrones y
asesinos, adelante, pero asegúrese de que esta vez, me ejecuten.
—Yo no…
—Quiere demostrar que su abuelo, asesino a Alberto Lazcano porque era
aún pirata, cuando en realidad era un mercader y lo asesino sin motivo, vaya,
limpie el apellido de su familia, ya nosotros le limpiamos el camino, todo está
quemado o destruido, la carta que buscábamos se mojó es imposible leerla.
Haga lo que quiera, soy el único Lazcano que queda, nadie resentirá la
ausencia.
El capitán Brizuela no dijo nada más, le dio la espalda y dejó las celdas.
Zuri se había negado a comer, estaba enfadada y deprimida. Permaneció
sentada en el rincón esperando que vinieran por ella para ejecutarla. No estaba
segura de cuánto tiempo había pasado o de que tanto había llorado. Le dolía la
cabeza por el hambre, además de eso, ella no estaba acostumbrada a llorar
tanto, pero la verdad era lo único que sentía deseos de hacer. Quería saber de
Santiago, pero el capitán no había dejado que nadie se le acercara o le hablara.
Zuri estaba convencida de que quería llevarla a juicio sin que tuviera un
argumento para defenderse, pero ella realmente ya no tenía deseos de hacerlo.
La única razón por la que seguía con vida, era porque no tenía un arma para
hacerse daño. Pensaba que de seguro no habían llegado a tiempo y también la
culparían por la muerte de Santiago.
Estaba resignada a una ejecución, de cualquier forma ya no tenía nada que
defender. Quería regresar a casa, pero ya no había un lugar a donde regresar.
No sabía cuantos días habían pasado cuando la voz de una mujer llamó su
atención, venia discutiendo con el capitán Brizuela en tono de angustia y furia,
alcanzo incluso a escuchar una sonora bofetada, que consiguió hacerla
levantar la cabeza. Un momento más tarde pudo ver a Larissa frente a la
puerta de la celda. Le arrancó la llave de las manos al capitán quien insistía en
que Zuri debía ser juzgada y que lo que estaba haciendo no era correcto, pero a
Larissa poco le importó. Abrió la puerta de la celda y se sentó frente a la
muchacha quien la miró con frialdad y luego volvió la vista al suelo.
—Zuri, necesito tu ayuda.
—Por favor, váyase, yo no puedo ayudarla con nada.
—Claro que sí, Santiago…
—¿Está vivo?
—¿Guillermo no te lo dijo?
—¿Qué cosa?
—No estaba donde dijiste, no pudieron encontrarlo, pero tampoco su
cuerpo.
—Usted piensa que está vivo.
—Yo sé que está vivo Zuri, mi corazón de madre me lo dice.
—¿Qué la hace pensar que yo sé dónde está?
—No puedo explicarlo, solo lo sé.
—No sé dónde pueda estar. Lo lamento, Quizás regrese cuando me
ejecuten.
—Nadie va a ejecutarte Zuri. Yo hable hoy con las personas del consejo.
Necesito tu ayuda, no sé dónde está mi hijo, sé que no está muerto y si lo está,
quiero una prueba de ello. Te lo suplico. Vamos por favor, te sacare de aquí.
—Yo no puedo ayudarla señora Larissa, no sé dónde puede estar, de
verdad, e incluso si lo supiera, no sé si quiero encontrarlo.
—¿Por qué no?
—Porque si está muerto, es por mi culpa. Desde la primera vez que lo
intento, fue mi culpa.
—No digas eso tontuela, Santiago siempre fue así, que haga tonterías no es
algo nuevo en él. La única cosa de la que deberías sentirte culpable es de que
se haya vuelto más valiente y menos adulador.
—Eso no es verdad.
—Por favor, vamos, te necesito y él también.
Fue tal la insistencia de la mujer que Zuri decidió acompañarla, pero
apenas había dado unos pasos cuando se desmayó del agotamiento por la falta
de alimento. Larissa quería asesinar a Guillermo, apenas lograron llevar a Zuri
a la casa, hacer que el medico la tratara y despertarla para que comiera algo.
Zuri continuaba sin deseos de comer, ahora estaba más preocupada que antes
¿Dónde podía estar Santiago? Él no podía moverse, ella estaba segura de eso,
aunque la herida no era mortal, ella también la había visto, no entendía porque
Santiago no podía levantarse y de haberse levantado ¿A dónde había ido? Si
había regresado a la cueva, en su estado de confusión, acabaría ahogándose
sino no podía encontrar la cámara correcta. Cuando el médico determino que
Zuri ya se encontraba mejor, Larissa decidió conversar un poco más con ella.
—¿Cómo te sientes? Aun estas comiendo muy poco.
—No tengo hambre, la verdad solo comí para no despreciar su ayuda.
—Estas actuando como Santiago, tal parece que a los dos les gusta hacerse
los tontos. Él siempre se escondía detrás de mis piernas cuando Laura lo
fastidiaba.
—¿Laura lo molestaba?
—Él era más pequeño, ella lo usaba de juguete, quizás debí enseñarle a
detenerla. Quería saber ¿Es verdad que tú la asesinaste?
—Si, y en lo que a mí respecta, puede pensar lo que desee al respecto.
—No quiero pensar nada, solo saber ¿Qué te llevo a hacer eso?
—Ella asesino a mi madre y después insinuó que me hacía un favor.
—Comprendo.
—No me disculpare por eso.
—No quiero que lo hagas. Zuri, yo solo he tenido un hijo en mi vida, es
verdad mi vientre fue cuna de tres, pero dos de ellos… pues no eran algo que
yo quisiera y aunque puedes fingir amor, el lazo no es igual de fuerte. Trate de
que Damián y Laura no fuesen como su padre, pero… estaba claro que era
algo de sangre.
—Así parece, Santiago pensaba lo mismo.
—Pero Santiago es como Guillermo, son dos gotas de agua.
—Dejé de mentir, se le ve mal.
—No es mentira, ya sé que no lo parece y es porque tú no conoces al
Guillermo que yo conocí. Antes de llegar a ser capitán, le tomaba horas
prepararse para salir a darle órdenes a los soldados y la única razón por la que
mejoró, por irónico que te parezca fue porque tu padre lo motivo.
—¿Usted lo conoció antes de ser capitán?
—Aún era un soldado cuando me liberó, estaba bajo las órdenes de su
padre, justo como Santiago ahora. Tengo una idea, ya es casi hora de
merendar, buscare un postre y subiré de nuevo, quizás te provoque más comer
algo dulce.
Antes de que Zuri pudiera responder, Larissa se había levantado y dejó la
habitación. No tardó mucho en regresar con ambos postres y un par de
limonadas. Zuri miró curiosa el pastel de chocolate, jamás había sido muy
entusiasta del chocolate, pero por alguna razón, en ese momento, le agradaba
la idea de comerlo.
—Entonces ¿Se parecen?
—Mucho, Guillermo era un desastre, pero no le gusta hablar al respecto.
—¿Y mi padre?
—Nelson era más bien todo lo opuesto, siempre de buen ánimo, siempre
emocionado, un entusiasta de mejorar, era mayor que Guillermo un par de
años y siempre estaba un rango adelante, pero no por eso dejaba de hablar con
él. No entiendo porque le habló de aquel pirata.
—Quizás se sentía culpable.
—Puede ser, pero solo podemos especular. Cuando Santiago nació,
Guillermo ya era un capitán. Él quería nombrarlo Vincent, como su abuelo y
su padre, pero yo le pedí que le pusiera Santiago.
—¿Por qué?
—Cuando Guillermo hablaba de su hermano, lo hacía con mucho aprecio,
siempre contaba lo feliz y efusivo que era Santiago. Él era quien siempre lo
movía, Santiago era fantástico y lo hacía sentirse vivo, era un niño precoz,
inquieto, brillante. Eso quería que fuese su hijo para él. Quería ese tipo de lazo
entre ellos. Guillermo no hablaba de su padre, no tanto como lo hacía de su
hermano.
—Irónico, Santiago se parece más a Guillermo que a su tío.
—Es verdad, pero eso no es algo malo. Cuando su hermano enfermo, fue
muy difícil para Guillermo, verlo cambiar tanto lo volvió aún más retraído y
cansado. Guillermo al final creció y se convirtió en un hombre con carácter,
recio.
—Zalamero.
—¿Qué?
—El capitán Brizuela es un zalamero, con poder. No hace nada que no
dicte la ley, incluso si ella está equivocada.
—Tienes razón, pero trata de ser bueno en lo que hace.
—¿Quiere que Santiago sea como él?
Larissa se quedó en silencio un momento, jamás se había hecho esa
pregunta. Amaba a Guillermo sin duda, pero tenía demasiados defectos para
cualquiera lo soportara. Realmente no quería que Santiago se convirtiera en su
padre, no del todo, quizás solo en cierta medida, aunque no sabía cuál podía
ser la medida justa. Se volvió a mirar a Zuri con una sonrisa forzada antes de
responder.
—No lo sé.
—Yo no quisiera eso. A pesar de todo lo estúpido y adulador que es,
Santiago tiene una calidez, que el capitán Guillermo no tiene. Él es frio
incluso con usted. Lo peor de todo, es que no quiere ser así, pero no sabe
cómo detenerse.
—¿Cómo sabes eso?
—Lo tiene escrito en la cara.
—Pues no supe como leerlo.
—Porque usted lo ama así.
—Podrías tener razón.
Zuri la miro esperando una negativa, pero se sorprendió un poco, al notar
que la mujer no parecía ofendida, ni molesta. Estaba pensativa, parecía estar
analizando su vida en retrospectiva. Aún estaba en silencio cuando el capitán
Brizuela irrumpió en la habitación.
—Larissa, tenemos que hablar.
—¿Ahora?
—Por favor.
Zuri vio a la mujer lanzar un suspiro antes de levantarse, tomó las cosas de
la merienda y luego de despedirse salió de la habitación. Ella permaneció en la
cama un momento, era pasada la hora de la merienda, pero aun había
suficiente luz. Salió de la cama y se acercó al balcón, quería ir a buscarlo, pero
a esa hora no llegaría a la playa antes de que la marea subiera, necesitaba
esperar a la mañana. Se quedó recostada de la baranda con la mirada perdida
en el lindero del patio cuando una figura oscura que caminaba entre las
sombras llamo su atención. A pesar de que era bastante buena escondiéndose,
cada tanto podía verla. Zuri pensó que había enloquecido, sabía que Laura y
Damián estaban muertos, ellos no podían estar persiguiéndola. Sintió el frio
del miedo hacerla temblar, pero casi al mismo tiempo la ira se apodero de ella,
se dio la vuelta, se colocó un vestido y bajó.
Logro burlar al capitán Brizuela y a Larissa que hablaban en el despacho y
fue directo al patio de la mansión, caminando con paso firme en dirección al
lindero. Buscó por todos lados, pero no encontró a nadie allí, ni señal alguna
de que alguien hubiese estado en ese lugar. Lanzó un suspiro mezcla de alivio
y tristeza. Pensó que tal vez la locura de su madre era contagiosa después de
todo. Regreso hasta la casa y subió a la alcoba, pero antes de entrar decidió
curiosear en el cuarto de Santiago. La puerta estaba abierta, como lo imagino.
Entró sin mucha prisa, le daba curiosidad que había en aquella habitación,
sinceramente no sabía que esperaba encontrar. Justo como cualquier
habitación, estaban los típicos muebles, la cama, un espejo, un guardarropa,
una mesa, una biblioteca y nada más.
Zuri recorrió el cuarto mirando en todas direcciones, y llamo entonces su
atención un violín que reposaba junto a su arco en una de las repisas de la
biblioteca. Estaba cubierto de polvo, completamente abandonado. Lo tomó
con cuidado y se sorprendió al ver el nombre de Santiago en letras doradas,
grabado en la curva inferior. No se lo imaginaba tocando un instrumento como
ese. Santiago, A. Brizuela, M.
—¿Qué significa la A?
Zuri casi deja caer el instrumento, al escuchar la voz de Larissa tras ella.
—Alexander, como su padre. Su nombre, es Santiago Alexander.
—¿Sabe tocar?
—Sí, es muy bueno, aunque lo diga yo, pero con el tiempo perdió el
interés. Ese violín se lo regalo Guillermo.
—Por eso se sorprendió al saber que mi abuela tocaba.
—¿Lo hacía?
—Sí, pero no sé qué sucedió con su instrumento.
—Santiago solía tocar cuando se sentía molesto o triste, pero después dejo
de hacerlo, decidió no dejar salir lo que sentía, ese fue un enorme error.
—Si, lo fue.
—Zuri, necesitamos que vayas con nosotros mañana a hablar con el
consejo, es verdad que Damián y Laura iban a ser ejecutados pero…
—No era correcto que murieran por mi culpa, ya lo sé. Pero yo no asesine
a Damián.
—Lo sé, de haberlo hecho lo habrías confesado, eso es evidente.
Zuri volvió a colocar el violín sobre la repisa con cierta tristeza y se volvió
a mirar a Larissa.
—¿Por qué mañana?
—Yo pedí algo más de tiempo, para sacarte de aquí.
—¿De verdad quiere ayudarme?
—Ellos te juzgaran incluso si están equivocados y lo sabes.
—Están en lo correcto respecto a la muerte de Laura.
—Quizás, pero tú no asesinaste a Santiago, sé muy bien, que descubriste lo
que sentía, no lo habrías asesinado.
—Dejarlo allí fue aún peor, debí quedarme.
—No digas tonterías.
—No quiero rechazar su ayuda, pero, preferiría ir a hablar con el consejo,
sino le molesta.
—¿Qué? ¿Te darás por vencida?
—No es eso, es solo que, quiero hacerlo, la razón no es algo sencillo de
explicar.
—Sabes que eres inocente.
—No de todo, pero no me siento culpable de nada.
—Si eso deseas, entonces lo haremos a tu manera.
Larissa dejó la habitación, pero Zuri decidió dejarse caer sobre la cama de
Santiago y quedarse durmiendo allí. En la mañana después del desayuno
salieron a la ciudad para reunirse con el gran consejo. Larissa no estaba de
acuerdo con aquello, para su sorpresa el capitán Brizuela tampoco, pero no
podía hacer más que seguir las reglas. Zuri escucho con atención las palabras
del consejo, aunque su mente en realidad estaba en otro lugar. Ignoro por
completo el hecho de que también se le acusara de la muerte de su madre, de
Nelson y de Santiago. Mientras los ancianos hablaban la mirada de Zuri
permanecía fija en la pintura de un inmenso barco que estaba en la pared
frente a ella, detrás de la mesa donde se sentaba el consejo. Cuando las
acusaciones terminaron de decirse y después de lograr que Zuri regresara a la
sala, le pidieron su versión de los hechos.
Justo como Larissa imagino, la muchacha contó absolutamente todo lo
sucedido, sin dejar cabos sueltos, incluso confesando el homicidio de Laura y
luego solo guardo silencio. El consejo delibero por un par de minutos, pero al
no poder demostrar nada de lo que ella había dicho, la acusarían de todos los
cargos y prepararían la ejecución para esa misma tarde. Zuri no estaba
sorprendida, estaba claro para ella que el consejo ya le tenía saña desde antes,
por lo que antes de salir de allí, decidió recriminarles todo lo que pensaba al
respecto de ellos, algo que solo empeoró su situación. Zuri permaneció
encerrada en una carroza, junto a la plaza, mientras esperaba la hora de la
ejecución. Larissa no dejaba de caminar de un lado a otro, no muy lejos de allí,
mientras pensaba que hacer.
El capitán Brizuela estaba sentado junto a ella siguiéndola con la mirada,
cada tanto se volvía a mirar a Zuri que permanecía con las rodillas contra el
pecho y la cabeza baja. No tenía idea de que debía hacer, salvó quizás fingir
demencia y dejar que se escapara, pero no quería que lo ejecutaran a él. Aún
estaba absortó en sus pensamientos cuando un estruendo llamó su atención.
Provenía de la plaza, donde la tarima que estaba siendo armada, había
comenzado a quemarse. La guardia llegó tan deprisa como se pudo, a revisar
que había sucedido y como era el protocolo, el capitán Brizuela bajó a Zuri de
la carroza y la sacó de allí, junto a Larissa. Mientras iban hacia la mansión tan
deprisa como se lo permitían sus caballos.
Un tercer jinete cubierto de pies a cabeza les dio alcance, con una sola
flecha hizo caer al capitán Brizuela junto a Zuri y obligó a Larissa a detenerse.
La mujer angustiada regresó y se bajó para revisar que Guillermo estuviese
bien, por fortuna la flecha solo le había herido el hombro y el golpe lo había
dejado inconsciente. Aquel jinete se acercó a toda prisa hasta Zuri y le
extendió la mano.
—Vámonos.
—¿Qué?
—Por favor, ven conmigo.
—¿Por qué?
—No tenemos tiempo.
—¿Santiago?
—Por favor, ven te lo suplico, si él se levanta no podremos salir de aquí.
—Es tu padre.
—No, no es así, solo dame la mano.
Zuri se detuvo a mirarlo a los ojos un momento, solo un instante, pero
antes de poder poner atención a lo que buscaba, Larissa la interrumpió.
—Ve con él.
—¿Qué?
—Por favor Zuri acompáñalo, te dije que no estaba muerto.
—¿Cómo puede saber si…?
—Soy su madre Zuri, yo lo sé. Quería pruebas y ya las tengo, no dudes,
busca la explicación después.
Aun hablaban cuando un grupo de soldados se escuchó.
—Rayos, no se suponía que fuesen tan rápidos.
—¿Por qué haces esto?
—Por favor, ven, no quiero perderte de nuevo, te lo suplico, dame la mano.
Zuri se volvió a mirar a la guardia que venía y antes de que él volviese a
decir nada más, ella le sujeto la mano, subió al caballo y se aferró a su cintura
antes de que empezara a galopar. Se volvió por un momento a mirar a Larissa
quien le sonreía con una firme seguridad en la mirada. Se aferró con más
fuerza y afincó la frente sobre la espalda del jinete, cerrando los ojos. No
estaba segura de que tanto habían recorrido cuando lo sintió aminorar la
marcha, hasta detenerse por completo. Zuri alcanzó a escuchar a un segundo
caballo y al levantar la mirada vio una carroza frente a ellos con tres animales
atados a ella. Él la ayudo a bajarse y ató el cuarto caballo a la carroza, pero
antes de pedirle que subiera Zuri dio un paso atrás.
—No iré a ninguna parte, sino me dices quien eres tú.
—Pensé que tal vez tú me lo podías decir.
Él se descubrió entonces el rostro, Zuri no estaba sorprendida, pero si
extrañada. Se acercó hasta él y de un solo tirón le abrió la camisa. Las
cicatrices estaban allí, también la herida aun sin sanar, era Santiago, pero al
mismo tiempo parecía otra persona.
—¿Qué te sucedió? Pensé que estabas muerto.
—¿Tú no sabes que me sucedió?
—No, la última vez que te vi…
—Fuiste por ayuda, pero no volviste.
—¿Por qué no regresaste con tus padres?
—No sé dónde estoy, estaba perdido, eres la única persona que recuerdo y
ni siquiera se tu nombre. Cuando pude ponerme de pie te busque por todas
partes, pero no logre encontrarte. Hasta que esa mujer apareció, ibas con ella,
pero te llevaron a esa casa inmensa.
—Eras la sombra en el bosque.
—Luego supe que te iban a ejecutar y entré en pánico, no podía dejar que
eso pasara, te iba a perder y no quiero quedarme solo.
—¿Solo?
—Por favor, debemos irnos ya, si nos encuentran te mataran.
—A este paso, también a ti. Esa mujer es tu madre Santiago.
—No, no es así, si fuese así yo…
—¿Qué sucedió contigo?
Zuri le colocó entonces la mano sobre el rostro y Santiago dejó caer la
cabeza sobre su hombro.
—Estaba asustado cuando desperté y no habías regresado. Esa cueva no
era segura, era confusa, saqué de allí todo lo que pude mientras te esperaba,
pero no regresaste.
—¿Qué es lo último que recuerdas? ¿Qué había antes de que yo me
alejara?
—Gritos, solo gritos. Luego aparecieron los soldados y me escondí, pensé
que ellos te habían atrapado y por eso fui a buscarte.
—¿De dónde sacaste la carroza?
—La robe.
Zuri permaneció en silencio un momento, con la mano sobre la cabeza de
Santiago. Estaba pensativa, era claro que aunque él estuviese con vida, aun los
culparían por la muerte de Laura y Damián. Hacerlo volver no iba a ser tan
sencillo, acababa de atacar a su padre, no sabía quiénes eran y ella no estaba
segura de cómo hacerlo recordar.
—Santiago ¿A dónde quieres ir?
—Lejos de aquí, tan lejos como pueda, para que ellos no te separen de mí.
—Está bien, pero antes déjame escribirles una carta ¿Si? La dejamos en su
puerta y nos vamos.
—Puedes decirme tu nombre.
—Zuri, mi nombre es Zuri Eloísa Lazcano.
—¿Y el mío?
—Santiago Alexander Brizuela, hijo del capitán Guillermo Alexander
Brizuela y de Larissa Antonella Garbes de Brizuela.
—No puedo recordarlos.
—No importa, cuando los recuerdes volveremos para que los veas, vamos,
o se hará muy tarde.
Santiago la abrazo entonces con todas sus fuerzas, pero no como para
lastimarla.
—Te amo Zuri, por favor no me deje.
—No lo hare, lo prometo.
Después de terminar la carta, esperaron a que la noche los cobijara y la
dejaron en la puerta de la casa Brizuela antes de partir. A Zuri le importaba
poco quien la encontrara, quería irse y no iba a tirar por la borda una
oportunidad tan perfecta como aquella. Se sentó junto a Santiago y bajo las
sombras dejaron atrás la ciudad. Zuri no consiguió sentir cierta sorpresa al
percatarse de que los guardias, que acostumbraban recorrer los caminos
externos de la ciudad parecían haber desaparecido. Cada tanto miraba a
Santiago curiosa, realmente estaba perdido ¿Cómo sabría lo que le había
sucedido si el mismo no podía decírselo? Decidió ignorar el asunto por un
momento, no necesitaba pensar en ello, tenía algo mejor en que pensar,
Santiago había regresado por ella, perdido, confundido, herido había regresado
por ella.
Sabía que la pólvora con la que hizo arder la tarima estaba en la cueva, los
caballos de seguro también estaban con la carreta. Había sido bastante listo
para guardar la mayor parte de los tesoros y luego rescatarla. No había nada
más que pensar.
Después de tantas cosas, al final nunca queda nada que pensar.
Una nota antes del fin
Nunca en mi vida me sentí tan relajada, tan cansada y tan viva al mismo
tiempo.
Mi historia comenzó contigo y la tuya terminara conmigo.
Soy feliz hace tanto, que no escribo para ti.
Pero creo que ya es momento de que deba hacerlo.
Quisiera yo poder escribir poemas,
Pero no son lo mío.
Quisiera yo poder escribir mentiras,
Pero tampoco es sencillo.
Entonces me tienes aquí pensando en algo k escribirte,
Y solo espero que las letras fluyan, que la persona que ya no soy, aparezca
de nuevo,
Me devuelva algún verso, que me hable de ti.
****

QUINTA PARTE

Cap. 13. Fin.


¿Sabes Santiago? Ya está anocheciendo.


Ya no tengo miedo de soñar,
Esta noche soñare contigo.
Saldremos a pasear bajo las estrellas, te llenare de besos,
Es todo lo que puedo darte.
Por primera vez en mi vida, estoy feliz de estar cansada,
Tan alegre,
Tan libre,
Tan viva.
Cuando llegue a tu lado, lo primero que escucharas es un te amo.
Con mucha paciencia y afecto, Zuri logró convencerlo de que ya estaban
bastante lejos y de que podían quedarse en una de las ciudades, por las que
pasaban. Santiago se había vuelto un tanto celoso con ella, cuidándola tanto
como le era posible. No permitía que nada le faltara. Aquella ciudad no estaba
cerca del mar; no había piratas, ni capitanes, ni barcos, ni tesoros. Santiago
había conseguido ser ese mercader que su padre hubiese odiado, mientras que
Zuri era esa refinada dama de casa, que no hubiese enorgullecido a su padre,
pero estaban felices. Con el tiempo la familia se completó, con un niño y a
pesar de que la memoria de Santiago se había negado a volver, por mucho que
Zuri le contaba historias cada noche, ella logró convencerlo de escribirle a su
familia una invitación. Una carta sin remitente llegó a la casa de los Brizuela
una tarde.
Únicamente había en ella una dirección. Pero el capitán Brizuela solo la
hizo a un lado sin ponerle demasiada atención. Hasta que mucho tiempo
después, cuando estaba cansado de dirigir ejércitos y barcos, cuando ya se
mareaba con solo pensar en navegar, mientras entregaba sus papeles y dejaba
todo en orden, la encontró de nuevo. Se escapó de entre sus cosas y llego a los
pies de Larissa.
—Guillermo ¿Cuándo llegó esta carta?
—No lo sé, ya la había olvidado, solo tiene una dirección y nada más.
—Es la letra de Santiago.
—¿Qué?
—Santiago la escribió.
—Por favor Larissa, aun sigues con eso, déjalo descansar ya.
—Santiago no está muerto Guillermo, deja tú de ser tan necio, yo misma
iré.
—Por favor no empieces.
—No necesito que me acompañes, yo no pedí tu ayuda.
—Está bien, dame unos días más y vamos los dos.
—¿Lo prometes?
—Solo debó entregar todo y nos iremos.
Como había prometido, partieron en busca de aquella ciudad unos días
después. Habían perdido la cuenta del tiempo que viajaron cuando llegaron
allí. Una ciudad grande y ruidosa, llena de gente y alboroto. Nada parecida a
su pequeña ciudad de costas. Esta estaba rodeada de montañas y bosques
densos. La ciudad era tan grande que ocupaba casi todo el valle. Dos días
después de llegar les tomó encontrar la casa que buscaban. Una bella mansión
de dos pisos al final de una calle de piedras blancas. Un limonero rodeado de
rosas adornaba el jardín, junto a la que se encontraba una bella mesa de metal
con cuatro sillas. Junto a ella, de pie, un joven practicaba con un violín blanco.
Larissa casi quiso correr a abrazarlo, pero se detuvo al notar que era solo un
chiquillo, demasiado joven para ser su hijo. Guillermo la detuvo para
convencerla de volver, pero ella tiró con fuerza de su brazo y camino hasta la
casa, se acercó a la cerca e interrumpió al muchacho.
—Disculpa jovencito.
La música ceso de forma suave aunque repentina y el joven se volvió a
mirarla. Larissa no tenía duda, aquellos ojos eran suyos. El joven la miró
intrigado, como queriendo recordarla de algún lugar.
—¿Se le ofrece algo?
—¿Cómo te llamas?
—Vincent.
—¿Y tu padre?
—Santiago.
—¿Él está en casa?
—No, lo lamento, pero puedo llamar a mi madre si quiere.
—¿Dónde está tu padre?
El joven se volvió a mirar por sobre el hombro de Larissa, al capitán que se
acercaba caminando despacio con una expresión cansada y casi de inmediato
dejó escapar las palabras que Larissa buscaba.
—¿Abuelo?
El capitán se volvió a mirar al joven sin decir una palabra, pero Larissa no
tenía pretensión de esperar.
—¿Por qué le has dicho así?
—Entonces usted, es la abuela Larissa ¿No es así?
—¿Qué has dicho?
—Él es el capitán Guillermo Brizuela, mi madre dijo que lo reconocería de
inmediato, porque verlo era ver papá. Pero…
—¿Qué sucede?
—Sera mejor ir por mi madre ¿Gusta tomar asiento?
—¿Dónde está tu padre?
—Yo… buscare a mi madre.
Vincent dejó el violín en la mesa, antes de entrar a la casa. Larissa entró al
jardín intentando sujetar al jovencito, pero se le escurrió entre los dedos. Tomó
de la mesa el violín blanco y de inmediato pudo ver el nombre grabado en
letras doradas abajo, Vincent A. Brizuela L. antes de que pudiera hacer la
pregunta, las manos de Zuri sujetaron las suyas con dulzura para quitarle el
instrumento con cuidado. Larissa la miró con los ojos llenos de lágrimas y
reventó a llorar cayendo al suelo de rodillas, seguida por Zuri quien la abrazo
con fuerza.
—Lo lamento, no pensé que sería tan rápido.
—¿Qué le sucedió?
—Enfermo, el médico dijo que fue el corazón.
Zuri levanto la mirada sorprendida, al ver al capitán caer al suelo
petrificado, con la mirada fija y las lágrimas recorriéndole el rostro, no espero
escucharlo, pero le puso atención cuando el hombre comenzó a hablar.
— Se fue apagando ¿No es así?
—Si, perdió la energía, después la fuerza, su ánimo duro mucho más, pero
al final solo sucumbió.
—¿Cuánto tiempo?
—Tres años, hace seis. Vincent tenía once cuando…
—Duró más que mi hermano.
—La medicina supongo.
Larissa levantó entonces la mirada y entre sollozos tomó valor para
preguntar algo que no sabía si quería saber.
—¿Nos recordó?
—No lo sé, la verdad no estoy segura, por instantes hacia cosas que hacía
parecer que una parte de él lo hacía.
—¿Qué cosas?
—El nombro a Vincent, dijo que era por su abuelo, también le regalo ese
instrumento.
—Entonces quizás…
—Yo la verdad creo que si, al menos en parte, también nombro a la más
pequeña, la llamó Antonella, pero no supo decirme la razón, dijo que le
recordaba a un abrazo cariñoso.
—¿Ella lo conoció?
—Hasta sus cinco años.
—¿Dónde está?
—Adentro, estoy segura de que le encantaría conocer a la abuela.
—Les hablaste de nosotros.
—Claro que si ¿Por qué no iba a hacerlo? Cada tarde, mientras trataba de
que Santiago recordara.
Larissa miró entonces a Vincent que permanecía de pie en la puerta.
—Son sus ojos ¿No es así?
—Si, también su carácter y antes de que pregunte capitán, la marca está en
su espalda, igual que en la de su padre.
—No habría hecho falta mencionarlo, es la viva imagen de Santiago.
—¿Se quedarán verdad? A Antonella le encantaría escuchar más historias
de su padre.
—Claro que sí, la abuela tiene mucho que contarle sobre ese niño.
—Vamos entonces, ya es casi hora de merendar.
Zuri la ayudo a levantarse, mientras que con una sonrisa cálida y familiar
Vincent le extendía la mano a su abuelo, para ayudarlo a ponerse de pie.
Recibió entonces un abrazo inesperado, antes de entrar a la casa. Donde el
hombre miro a la niña que corría a recibirlos después de que su madre la
llamara. Al llegar al recibidor el capitán miro una pintura de la familia,
Santiago cargaba a Antonella aún muy pequeña, con Vincent a su izquierda y
Zuri a su derecha. Habría resultado imposible no notar la alegría en los ojos de
su hijo. No estaba sorprendido de sentirse lleno de orgullo en ese momento,
pero si arrepentido, por no haber podido decírselo. Se volvió entonces a mirar
a Vincent, cuando Zuri se le acercó y le hablo en voz baja.
—Quizás la vida si da segundas oportunidades.
—Quizás sí.
—Él está muy contento de conocer a su abuelo, preferiblemente, omita
nuestra previa enemistad, por el bien de la familia Brizuela Lazcano.
—Lo hare Lazcano, lo hare.
Mi padre y mi madre siempre se amaron, si la muerte tuviera compasión
dejaría llegar a mamá al lado de papá.
La nota del fin.
Frustración maldita, tan cruel fue tu vida y tan tranquila tu muerte. Podría
yo sentir amor por ti, pero tu amor nunca seria mío, deja que tome tu mano tan
solo una vez, te llevare con alguien que espera por ti.
Tu habitación es pequeña y silenciosa.
Las paredes grises evitan mi reflejo.
La sombra en tu ventana refleja mil inviernos.
Aun así, no luces cansada, te veo más bien,
Radiante,
Alegre,
Libre,
Tan mía.
El capitán Brizuela no regresó a aquella ciudad costera, llena de una
historia vieja y olvidada, relatos de ladrones y piratas que ya nadie quería
escuchar, de tesoros que ya nadie buscaba y de capitanes a los que nadie
recordaba. Prefirió quedarse en otra ciudad, grande y ruidosa; ayudando a
escribir una nueva historia.
Una nota en algún lugar junto a ti.
¿Cuántas noches han pasado?
Alguien me abraza.
Me mira fijamente.
Me sonríe como lo hacías tú.
Me hace pensar que estoy en casa.
Estoy casi seguro,
Que eres tú.

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