Está en la página 1de 22

La Balanza de la Fe

Una pobre y triste mujer entró a una tienda de abarrotes. Se acercó al


dueño de la tienda, y de una manera muy humilde le preguntó si podía fiarle algunas cosas.
Hablando suavemente, explicó que su marido estaba muy enfermo y no podía trabajar, que tenían 7
hijos y necesitaban comida. El dueño de la tienda, se burló de ella y le pidió que saliera de la
tienda.
Ante las necesidades de su familia, la mujer insistió: "Por favor señor, le traeré el dinero tan pronto
como pueda." El dueño le dijo que no podía darle crédito, y que se fuera. Junto al mostrador había
un cliente que escuchó la conversación. El cliente se acercó al mostrador y le dijo al dueño que el
respondería por lo que necesitara la mujer para su familia. El dueño no muy contento con lo que
pasaba, le preguntó de mala gana a la señora si tenía una lista. Y la señora dijo: "¡Sí señor!".

"Está bien," le dijo el vendedor, "ponga su lista en la balanza, y lo que pese la lista, eso le daré en
mercancía". La señora pensó un momento con la cabeza baja, y después sacó una hoja de papel de
su bolso y escribió algo en ella. Después puso la hoja de papel cuidadosamente sobre la balanza.
Los ojos del dueño se abrieron con asombro, al igual que los del cliente, cuando el plato de la
balanza que contenía el papel bajó hasta el mostrador y se mantuvo abajo. El dueño, mirando
fijamente la balanza, decía: ¡No puedo creerlo!".

La señora sonreía mientras el abarrotero empezó a poner la mercancía en el otro plato de la


balanza. La balanza no se movía, así que siguió llenando el plato hasta que ya no cupo más.
Finalmente, quitó la lista del plato y la vio con mayor asombro. No era una lista de mercancía. Era
una oración que decía:
- "Señor mío, tu sabes mis necesidades y las pongo en tus manos".

El dueño le dio las cosas que se habían juntado y se quedó de pie, frente a la balanza, atónito y en
silencio. La señora le dio las gracias y salió de la tienda. El cliente le dio al dueño un billete de 50
dólares y le dijo:
- "Realmente valió cada centavo."

Ese día el dueño de la tienda y el cliente que presenció la escena, descubrieron que sólo Dios sabe
cuánto vale una oración.

Cuando sientas el peso de tus preocupaciones y tus necesidades, no te deprimas, ni te desesperes,


déjalas en manos del Señor, El sabe mejor que nadie cómo aliviar tus pesadas cargas. Y sobre todo,
ora con fe, sinceramente, desde el fondo de tu alma y nunca dudes del poder de una oración.
PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE
166 La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero
la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe
a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe
transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe.
Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser
sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros.

167 "Creo" (Símbolo de los Apóstoles): Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada
creyente, principalmente en su bautismo. "Creemos" (Símbolo de Nicea-Constantinopla, en el original
griego): Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por
la asamblea litúrgica de los creyentes. "Creo", es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a
Dios por su fe y que nos enseña a decir: "creo", "creemos".

I "Mira, Señor, la fe de tu Iglesia"

168 La Iglesia es la primera que cree, y así conduce, alimenta y sostiene mi fe. La Iglesia es la primera
que, en todas partes, confiesa al Señor (Te per orbem terrarum sancta confitetur Ecclesia, —A Ti te
confiesa la Santa Iglesia por toda la tierra— cantamos en el himno Te Deum), y con ella y en ella
somos impulsados y llevados a confesar también : "creo", "creemos". Por medio de la Iglesia recibimos
la fe y la vida nueva en Cristo por el bautismo. En el Ritual Romano, el ministro del bautismo pregunta
al catecúmeno: "¿Qué pides a la Iglesia de Dios?" Y la respuesta es: "La fe". "¿Qué te da la fe?" "La
vida eterna".

169 La salvación viene solo de Dios; pero puesto que recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia,
ésta es nuestra madre: "Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento, y no en la
Iglesia como si ella fuese el autor de nuestra salvación" (Fausto de Riez, De Spiritu Sancto, 1,2: CSEL
21, 104). Porque es nuestra madre, es también la educadora de nuestra fe.

II El lenguaje de la fe

170 No creemos en las fórmulas, sino en las realidades que estas expresan y que la fe nos permite
"tocar". "El acto [de fe] del creyente no se detiene en el enunciado, sino en la realidad [enunciada]"
(Santo Tomás de Aquino, S.Th., 2-2, q.1, a. 2, ad 2). Sin embargo, nos acercamos a estas realidades con
la ayuda de las formulaciones de la fe. Estas permiten expresar y transmitir la fe, celebrarla en
comunidad, asimilarla y vivir de ella cada vez más.

171 La Iglesia, que es "columna y fundamento de la verdad" (1 Tm 3,15), guarda fielmente "la fe
transmitida a los santos de una vez para siempre" (cf. Judas 3). Ella es la que guarda la memoria de las
palabras de Cristo, la que transmite de generación en generación la confesión de fe de los apóstoles.
Como una madre que enseña a sus hijos a hablar y con ello a comprender y a comunicar, la Iglesia,
nuestra Madre, nos enseña el lenguaje de la fe para introducirnos en la inteligencia y la vida de la fe.
Mateo 8;5-13

La fe del centurión
5 Al entrar Jesús en Capernaúm, se le acercó un centurión pidiendo ayuda.
6 —Señor, mi siervo está postrado en casa con parálisis, y sufre terriblemente.
7 —Iré a sanarlo —respondió Jesús.
8—Señor, no merezco que entres bajo mi techo. Pero basta con que digas una sola palabra,
y mi siervo quedará sano. 9 Porque yo mismo soy un hombre sujeto a órdenes superiores, y
además tengo soldados bajo mi autoridad. Le digo a uno: “Ve”, y va, y al otro: “Ven”, y
viene. Le digo a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace.
10 Al oír esto, Jesús se asombró y dijo a quienes lo seguían:

—Les aseguro que no he encontrado en Israel a nadie que tenga tanta fe. 11 Les digo que
muchos vendrán del oriente y del occidente, y participarán en el banquete con Abraham,
Isaac y Jacob en el reino de los cielos. 12 Pero a los súbditos del reino se les echará afuera, a
la oscuridad, donde habrá llanto y rechinar de dientes.
13 Luego Jesús le dijo al centurión:

—¡Ve! Todo se hará tal como creíste.

Y en esa misma hora aquel siervo quedó sano.


Marcos 5, 21-30

Después de haber expulsado a una legión de demonios que poseían a un hombre en Gerasa, el Divino
Maestro volvió en barco a Cafarnaúm y, apenas puso sus divinos pies en tierra firme, una gran multitud se
reunió en torno a Él.

Uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, cuando vio a Jesús, cayó a sus pies y pidió con insistencia: ‘Mi
hijita está en las últimas. ¡Ven y pon las manos sobre ella, para que sane y viva!' Jesús entonces lo
acompañó.

Una numerosa multitud lo seguía y lo comprimía.

"Ahora, se encontraba allí una mujer que, hace doce años, estaba con una hemorragia; había sufrido en las
manos de muchos médicos, gastó todo lo que poseía, y, en vez de mejorar, empeoraba cada vez más.
Habiendo oído hablar de Jesús, se aproximó a Él por detrás, en medio de la multitud, y tocó su ropa. Ella
pensaba: ‘Si yo al menos toco su ropa, estaré curada.' La hemorragia paró inmediatamente, y la mujer sintió
dentro de sí que estaba curada de la enfermedad.

"Jesús luego percibió que una fuerza había salido de Él. Y, volviéndose en medio de la multitud, preguntó:
‘¿Quién tocó mi ropa?' [...] Él, sin embargo, miraba alrededor para ver quién había hecho aquello. La mujer,
llena de miedo y temblando, percibiendo lo que le había ocurrido, vino y cayó a los pies de Jesús, y le contó
toda la verdad. Él le dijo: ‘Hija, tu fe te curó. Ve en paz y quedas curada de esa enfermedad'" (Mc 5, 22-30.
32-34)
Marcos 5, 35-43

Mientras él aún hablaba, vinieron de casa del principal de la sinagoga, diciendo: Tu hija ha
35

muerto; ¿para qué molestas más al Maestro?

Pero Jesús, luego que oyó lo que se decía, dijo al principal de la sinagoga: No temas, cree
36

solamente.
37 Y no permitió que le siguiese nadie sino Pedro, Jacobo, y Juan hermano de Jacobo.
38Y vino a casa del principal de la sinagoga, y vio el alboroto y a los que lloraban y
lamentaban mucho.
39 Y entrando, les dijo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta, sino duerme.

Y se burlaban de él. Mas él, echando fuera a todos, tomó al padre y a la madre de la niña,
40

y a los que estaban con él, y entró donde estaba la niña.


41Y tomando la mano de la niña, le dijo: Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo,
levántate.
42 Y luego la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y se espantaron grandemente.
43 Pero él les mandó mucho que nadie lo supiese, y dijo que se le diese de comer.
La ley antigua
La Ley antigua es el primer estado de la Ley revelada
Por: Catecismo de la Iglesia | Fuente: Catecismo de la iglesia

Dios, nuestro Creador y Redentor, eligió a Israel como su pueblo y le reveló su Ley,
preparando así la venida de Cristo. La Ley de Moisés contiene muchas verdades
naturalmente accesibles a la razón. Estas están declaradas y autentificadas en el marco de
la Alianza de la salvación.

La Ley antigua es el primer estado de la Ley revelada. Sus prescripciones morales están
resumidas en los Diez mandamientos. Los preceptos del Decálogo establecen los
fundamentos de la vocación del hombre, formado a imagen de Dios. Prohíben lo que es
contrario al amor de Dios y del prójimo, y prescriben lo que le es esencial. El Decálogo es
una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para manifestarle la llamada y los caminos
de Dios, y para protegerle contra el mal:

Dios escribió en las tablas de la Ley lo que los hombres no leían en sus corazones.

Según la tradición cristiana, la Ley santa espiritual y buena es todavía imperfecta. Como un
pedagogo muestra lo que es preciso hacer, pero no da de suyo la fuerza, la gracia del
Espíritu para cumplirlo. A causa del pecado, que ella no puede quitar, no deja de ser una
ley de servidumbre. Según san Pablo tiene por función principal denunciar y manifestar el
pecado, que forma una ‘ley de concupiscencia’ en el corazón del hombre. No obstante, la
Ley constituye la primera etapa en el camino del Reino. Prepara y dispone al pueblo elegido
y a cada cristiano a la conversión y a la fe en el Dios Salvador. Proporciona una enseñanza
que subsiste para siempre, como la Palabra de Dios.

La Ley antigua es una preparación para el Evangelio. ‘La ley es profecía y pedagogía de las
realidades venideras’ .Profetiza y presagia la obra de liberación del pecado que se realizará
con Cristo; suministra al Nuevo Testamento las imágenes, los ‘tipos’, los símbolos para
expresar la vida según el Espíritu. La Ley se completa mediante la enseñanza de los libros
sapienciales y de los profetas, que la orientan hacia la Nueva Alianza y el Reino de los
cielos.

Hubo, bajo el régimen de la antigua alianza, gentes que poseían la caridad y la gracia del
Espíritu Santo y aspiraban ante todo a las promesas espirituales y eternas, en lo cual se
adherían a la ley nueva. Y al contrario, existen, en la nueva alianza, hombres carnales,
alejados todavía de la perfección de la ley nueva: para incitarlos a las obras virtuosas, el
temor del castigo y ciertas promesas temporales han sido necesarias, incluso bajo la nueva
alianza. En todo caso, aunque la ley antigua prescribía la caridad, no daba el Espíritu Santo,
por el cual «la caridad es difundida en nuestros corazones
El Antiguo Testamento
121 El Antiguo Testamento es una parte de la sagrada Escritura de la que no se puede prescindir. Sus libros son
divinamente inspirados y conservan un valor permanente (cf. DV 14), porque la Antigua Alianza no ha sido
revocada.
122 En efecto, «el fin principal de la economía del Antiguo Testamento era preparar la venida de Cristo,
redentor universal». «Aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros», los libros del Antiguo Testamento
dan testimonio de toda la divina pedagogía del amor salvífico de Dios: «Contienen enseñanzas sublimes sobre
Dios y una sabiduría salvadora acerca de la vida del hombre, encierran admirables tesoros de oración, y en ellos
se esconden el misterio de nuestra salvación» (DV 15).
121 El Antiguo Testamento es una parte de la sagrada Escritura de la que no se puede prescindir. Sus libros son
divinamente inspirados y conservan un valor permanente (cf. DV 14), porque la Antigua Alianza no ha sido
revocada.
122 En efecto, «el fin principal de la economía del Antiguo Testamento era preparar la venida de Cristo,
redentor universal». «Aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros», los libros del Antiguo Testamento
dan testimonio de toda la divina pedagogía del amor salvífico de Dios: «Contienen enseñanzas sublimes sobre
Dios y una sabiduría salvadora acerca de la vida del hombre, encierran admirables tesoros de oración, y en ellos
se esconden el misterio de nuestra salvación» (DV 15).
123 Los cristianos veneran el Antiguo Testamento como verdadera Palabra de Dios. La Iglesia ha rechazado
siempre vigorosamente la idea de prescindir del Antiguo Testamento so pretexto de que el Nuevo lo habría
hecho caduco (marcionismo).
El Nuevo Testamento
124 «La palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la salvación del que cree, se encuentra y despliega su
fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento» (DV 17). Estos escritos nos ofrecen la verdad definitiva
de la Revelación divina. Su objeto central es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus obras, sus enseñanzas,
su pasión y su glorificación, así como los comienzos de su Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo (cf. DV 20).
125 Los Evangelios son el corazón de todas las Escrituras «por ser el testimonio principal de la vida y doctrina
de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador» (DV 18).
126 En la formación de los evangelios se pueden distinguir tres etapas:
1. La vida y la enseñanza de Jesús. La Iglesia mantiene firmemente que los cuatro evangelios, «cuya
historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre los hombres,
hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día en que fue levantado al cielo».
2. La tradición oral. «Los apóstoles ciertamente después de la ascensión del Señor predicaron a sus oyentes lo
que Él había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, instruidos y guiados por los
acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad».
3. Los evangelios escritos. «Los autores sagrados escribieron los cuatro evangelios escogiendo algunas cosas de
las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la
situación de las Iglesias, conservando por fin la forma de proclamación, de manera que siempre nos
comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús» (DV 19).
127 El Evangelio cuadriforme ocupa en la Iglesia un lugar único; de ello dan testimonio la veneración de que lo
rodea la liturgia y el atractivo incomparable que ha ejercido en todo tiempo sobre los santos:
«No hay ninguna doctrina que sea mejor, más preciosa y más espléndida que el texto del Evangelio. Ved y
retened lo que nuestro Señor y Maestro, Cristo, ha enseñado mediante sus palabras y realizado mediante sus
obras» (Santa Cesárea Joven, Epistula ad Richildam et Radegundem: SC 345, 480).
«Es sobre todo el Evangelio lo que me ocupa durante mis oraciones; en él encuentro todo lo que es necesario a
mi pobre alma. En él descubro siempre nuevas luces, sentidos escondidos y misteriosos (Santa Teresa del Niño
Jesús, Manuscritos autobiográficos, París 1922, p. 268).
Profeta es una voz griega, y designa al que habla por otro, o sea en lugar de otro; equivale
por ende, en cierto sentido, a la voz "intérprete" o "vocero". Pero poco importa el
significado de la voz griega; debemos recurrir a las fuentes, a la lengua hebrea misma. En
el hebreo se designa al profeta con dos nombres muy significativos: El primero es "nabí"
que significa "extático", "inspirado", a saber por Dios. El otro nombre es "roéh" o "choséh"
que quiere decir "el vidente", el que ve lo que Dios le muestra en forma de visiones,
ensueños, etc., ambos nombres expresan la idea de que el profeta es instrumento de Dios,
hombre de Dios que no ha de anunciar su propia palabra sino la que el Espíritu de Dios le
sopla e inspira.

Según I Rey. 9, 9, el "vidente" es el precursor de los otros profetas; y efectivamente, en la


época de los patriarcas, el proceso profético se desarrolla en forma de "visión" e iluminación
interna, mientras que más tarde, ante todo en las "escuelas de profetas" se cultivaba el
éxtasis, señal característica de los profetas posteriores que precisamente por eso son
llamados "nabí".

Otras denominaciones, pero metafóricas, son: vigía, atalaya, centinela, pastor, siervo de
Dios, ángel de Dios (Is. 21, 1; 52, 8; Ez. 3, 17; Jer. 17, 16; IV Rey. 4, 25; 5, 8; Is. 20, 3;
Am. 3, 7; Ag. 1, 13).

El concepto de profeta se desprende de esos nombres. El es vidente u hombre inspirado por


Dios. De lo cual no se sigue que el predecir las cosas futuras haya sido la única tarea del
profeta; ni siquiera la principal. Había profetas que no dejaban vaticinios sobre el porvenir,
sino que se ocupaban exclusivamente del tiempo en que les tocaba vivir. Pero todos -y en
esto estriba su valor- eran voceros del Altísimo, portadores de un mensaje del Señor,
predicadores de penitencia, anunciadores de los secretos de Yahvé, como lo expresa Amós:
"El Señor no hace estas cosas sin revelar sus secretos a los profetas siervos suyos" (3, 7).
El Espíritu del Señor los arrebataba, irrumpía sobre ellos y los empujaba a predicar aún
contra la propia voluntad (Is. cap. 6; Jer. 1, 6). Tomaba a uno que iba detrás del ganado y
le decía: "Ve, profetiza a mi pueblo Israel" (Am. 7, 15); sacaba a otro de detrás del arado
(III Rey. 19, 19 ss.), o le colocaba sus palabras en la boca y tocaba sus labios (Jer. 1, 9), o
le daba sus palabras literalmente a comer (Ez. 3, 3). El mensaje profético no es otra cosa
que "Palabra de Yahvé", "oráculo de Yahvé", "carga de Yahvé", un "así dijo el Señor". La
Ley divina, las verdades eternas, la revelación de los designios del Señor, la gloria de Dios y
de su Reino, la venida del Mesías, la misión del pueblo de Dios entre las naciones, he aquí
los temas principales de los profetas de Israel.

En cuanto al modo en que se producían las profecías, hay que notar que la luz profética no
residía en el profeta en forma permanente (II Pedro 1, 20 s.), sino a manera de cierta
pasión o impresión pasajera (Santo Tomás). Consistía, en general, en una iluminación
interna o en visiones, a veces ocasionadas por algún hecho presentado a los sentidos (por
ejemplo, en Dan. 5, 25 por palabras escritas en la pared); en la mayoría de los casos,
empero, solamente puestas ante la vista espiritual del profeta, por ejemplo, una olla
colocada al fuego (Ez. 24, 1 ss.), los huesos secos que se cubren de piel (Ez. 37, 1 ss.); el
gancho que sirve para recoger fruta (Am. 8, 1), la vara de almendro (Jer. 1, 11), los dos
canastos de higos (Jer. 24, 1 ss.), etc., símbolo todos éstos que manifestaban la voluntad
de Dios.

Pero no siempre ilustraba Dios al profeta por medio de actos o símbolos, sino que a menudo
le iluminaba directamente por la luz sobrenatural de tal manera que podía conocer por su
inteligencia lo que Dios quería decirle (por ejemplo, Is. 7, 14).
A veces el mismo profeta encarnaba una profecía. Así, por ejemplo, Oseas debió por orden
de Dios casarse con una mala mujer que representaba a Israel, simbolizando de este modo
la infidelidad que el pueblo mostraba para con Dios. Y sus tres hijos llevan nombres que
asimismo encierran una profecía: "Jezrael", "No más misericordia", "No mi pueblo" (Os. 1).

El profeta auténtico subraya el sentido de la profecía mediante su manera de vivir, llevando


una vida austera, un vestido áspero, un saco de pelo con cinturón de cuero (IV Rey. 1, 8; 4,
38 ss.; Is. 20, 2; Zac. 13, 4; Mt. 3, 4), viviendo solo y aun célibe, como Elías, Eliseo y
Jeremías.

No faltaba en Israel la peste de los falsos profetas. El profeta de Dios se distingue del falso
por la veracidad y por la fidelidad con que transmite la Palabra del Señor. Aunque tiene que
anunciar a veces cosas duras: "cargas"; está lleno del espíritu del Señor, de justicia y de
constancia, para decir a Jacob sus maldades y a Israel su pecado (Miq. 3, 8). El falso, al
revés, se acomoda al gusto de su auditorio, habla de "paz", es decir, anuncia cosas
agradables, y adula a la mayoría, porque esto se paga bien. El profeta auténtico es
universal, predica a todos, hasta a los sacerdotes; el falso, en cambio, no se atreve a decir
la verdad a los poderosos, es muy nacionalista, por lo cual no profetiza contra su propio
pueblo ni lo exhorta al arrepentimiento.

Por eso los verdaderos profetas tenían adversarios que los perseguían y martirizaban
(véase lo que el mismo Rey Profeta dice a Dios en el salmo 16, 4); los falsos, al contrario,
se veían rodeados de amigos, protegidos por los reyes y obsequiados con enjundiosos
regalos. Siempre será así: el que predica los juicios de Dios, puede estar seguro de
encontrar resistencia y contradicción, mientras aquel que predica "lo que gusta a los oídos"
(II Tim. 4, 3) puede dormir tranquilo; nadie le molesta; es un orador famoso. Tal es lo que
está tremendamente anunciado para los últimos tiempos, los nuestros (I Tim. 4, 1 ss.; II
Tim. 3, 1 ss.; II Pedr. 3, 3 s.; Judas 18; Mt. 24, 11).

Jesús nos previene amorosamente, como Buen Pastor, para que nos guardemos de tales
falsos profetas y falsos pastores, advirtiéndonos que los conoceremos por sus frutos (Mt. 7,
16). Para ello los desenmascara en el almuerzo del fariseo (Lc. 11, 37-54) y en el gran
discurso del Templo (Mt. 23), y señala como su característica la hipocresía (Lc. 12, 1), esto
es, que se presentarán no como revolucionarios antirreligiosos, sino como "lobos con piel de
oveja" (Mt. 7, 15). Su sello será el aplauso con que serán recibidos (Lc. 6, 26), así como la
persecución será el sello de los profetas verdaderos (ibid. 22 ss.).

En general los profetas preferían el lenguaje poética. Los vaticinios propiamente dichos son,
por regla general, poesía elevadísima, y se puede suponer que, por lo menos algunos
profetas los promulgaban cantando para revestirlos de mayor solemnidad. Se nota en ellos
la forma característica de la poesía hebrea, la coordinación sintáctica ("parallelismus
membrorum"), el ritmo, la división en estrofas. Sólo en Jeremías, Ezequiel y Daniel se
encuentran considerables trozos de prosa, debido a los temas históricos que tratan. El estilo
poético no sólo ha proporcionado a los videntes del Antiguo Testamento la facultad de
expresarse en imágenes rebosantes de esplendor y originalidad, sino que también les ha
merecido el lugar privilegiado que disfrutan en la literatura mundial.

No es, pues, de extrañar que su interpretación tropiece con oscuridades. Es un hecho


histórico que los escribas y doctores de la Sinagoga, a pesar de conocer de memoria casi
toda la Escritura, no supieron explicarse las profecías mesiánicas, ni menos aplicarlas a
Jesús. Otro hecho, igualmente relatado por los evangelistas, es la ceguedad de los mismos
discípulos del Señor ante las profecías. ¡Cuántas veces Jesús tuvo que explicárselas! Lo
vemos aún en los discípulos de Emaús, a los cuales dice El, ya resucitado: "¡Oh necios y
tardos de corazón para creer todo lo que anunciaron los profetas!" (Lc. 24, 25). "Y
empezando por Moisés, y discurriendo por todos los profetas, El les interpretaba en todas
las Escrituras los lugares que hablaban de El" (Lc. 24, 27). Y aquí el Evangelista nos agrega
que esta lección de exégesis fue tan íntima y ardorosa, que los discípulos sentían abrasarse
sus corazones (Lc. 24, 32).

Las oscuridades, propias de las profecías, se aumentan por el gran número de alusiones a
personas, lugares, acontecimientos, usos y costumbres desconocidos, y también por la falta
de precisión de los tiempos en que han de cumplirse los vaticinios, que Dios quiso dejar en
el arcano hasta el tiempo conveniente (véase Jer. 30, 24; Is. 60, 22; Dan. 12, 4).

En lo tocante a las alusiones, el exégeta dispone hoy día, como observa la nueva Encíclica
bíblica "Divino Afflante Spiritu", de un conjunto muy vasto de conocimientos recién
adquiridos por las investigaciones y excavaciones, respecto del antiguo mundo oriental, de
manera que para nosotros no es ya tan difícil comprender el modo de pensar o de
expresarse que tenían los profetas de Israel.

Con todo, las profecías están envueltas en el misterio, salvo las que ya se han cumplido; y
aun en éstas hay que advertir que a veces abarcan dos o más sentidos. Así, por ejemplo, el
vaticinio de Jesucristo en Mt. 24, tiene dos modos de cumplirse, siendo el primero (la
destrucción de Jerusalén) la figura del segundo (el fin del siglo). Muchas profecías resultan
puros enigmas, si el expositor no se atiene a esta regla hermenéutica que le permite ver en
el cumplimiento de una profecía la figura de un suceso futuro.

Sería, como decíamos más arriba, erróneo, considerar a los profetas sólo como portadores
de predicciones referentes a lo por venir; fueron en primer lugar misioneros de su propio
pueblo. Si Israel guardó su religión y fe y se mantuvo firme en medio de un mundo idólatra,
no fue el mérito de la sinagoga oficial, sino de los profetas, que a pesar de las
persecuciones que padecieron no desistieron de ser predicadores del Altísimo.

Nosotros que gozamos de la luz del Evangelio, "edificados en Cristo sobre el fundamento de
los Apóstoles y los Profetas" (Ef. 2, 20), no hemos de menospreciar a los voceros de Dios
en el Antiguo Testamento, ya que muchas profecías han de cumplirse aún, y sobre todo
porque S. Pablo nos dice expresamente: "No queráis despreciar las profecías (I Tes. 5, 20).
En la primera Carta a los Corintios, da a la profecía un lugar privilegiado, diciendo:
"Codiciad los dones espirituales, mayormente el de la profecía" (I Cor. 14, 1); pues "el que
hace oficio de profeta, habla con los hombres para edificarlos y para consolarlos" (I Cor. 14,
3).
LA PRESENCIA DE LA VIRGEN MARÍA

La Virgen María precede cronológicamente a Cristo. Ella culmina el adviento de la humanidad y


anuncia la aurora de la salvación. Es la Estrella del mar que guía y conduce a Cristo, que atrae
irresistiblemente hacia Él, hacia la Iglesia, hacia los Sacramentos, hacia el bien, hacia la santidad.

EL PLAN DE SALVACIÓN

María y el plan de salvación.

Dios quiere que todos los hombres se salven (Tes.4, 3). Dios Padre, por amor, quiere y decreta la
salvación del hombre por medio de Jesucristo, nacido de la Virgen-Madre por obra del Espíritu
Santo. "Al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer...para redimir…
para que recibiéramos la filiación divina" (Ga. 4,4).

Adoramos el amor y la misericordia del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En el rezo del
Rosario, recordamos la realización del amor de Dios en Jesucristo, contemplando los principales
misterios de nuestra salvación: la Infancia, la Vida pública, la Pasión y Muerte, la Resurrección y
Ascensión al Cielo.

Los tiempos de Dios marcan la plenitud de su amor, de su misericordia, de la salvación. "Tanto amó
Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo… "(Jo.3,16). "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros" (Jo.1,14), nacido de María-Virgen, por obra del Espíritu Santo. Consecuentemente,
Jesucristo nos congrega en la Iglesia por la redención y la gracia.

Es el tiempo redimido. Tiempo nuevo de reconciliación y paz.. El hombre redimido es el hombre


nuevo que podrá ser constructor de la nueva civilización en la verdad y el amor.

María, el plan de salvación y la Iglesia.

María, al engendrar a Cristo, engendra espiritualmente a la Iglesia, cuerpo místico de Cristo. La


Iglesia, instituida por Cristo, comienza a caminar visiblemente el día de Pentecostés, bajo la
presencia de María. María, Asunta al Cielo en cuerpo y alma, precede a la Iglesia que peregrina en
fe con la mirada puesta en Ella.

María es tipo y modelo de la Iglesia en la peregrinación hacia la consumación de los tiempos, hacia
la Iglesia Celeste. La Asunción de María nos invita a recorrer el camino, nos atrae hacia el Cielo.
NUESTRA RESPUESTA

Estamos llamados a enmarcar nuestra vida en el plan de salvación para vivir en la Iglesia peregrina y
poder alcanzar la Iglesia celeste. Nuestra respuesta ha de ser espiritual y doctrinal por medio de
María.

Respuesta espiritual.

Siguiendo la recomendación de María que nos dice: "Haced lo que El os diga" (Jo.3, 4): Él, es
Cristo.

Cristo nos llama a la conversión del pecado por el sacramento de la Reconciliación; nos invita a
vivir y a perseverar en la vida de gracia, sirviéndonos de los medios que nos ofrece, principalmente
de los sacramentos, centrados en la Eucaristía.

Cristo nos convoca al rezo y a la oración. María nos pide que demos un lugar destacado a la oración
del Rosario.

Respuesta Doctrinal

Prestando atención a la formación cristiana, centrados en la gran tradición de la Iglesia y en el


Concilio Vaticano II que proclamó a María, Madre de la Iglesia. Dando espacio a la lectura y
escucha de la Palabra de Dios. Leyendo y estudiando el Catecismo de la Iglesia Católica…
participando en los medios de formación que la Iglesia nos ofrece.

Consagrados a María porque “Ser totalmente de María es la mejor manera de ser totalmente de
Cristo y de su Iglesia”. Con el Rosario en el corazón, en los labios y en las manos, agradeciendo el
cumplimiento del plan de salvación y el lugar destacado de la Virgen María, pidiendo que todos los
bautizados nos renovemos espiritual y apostólicamente y alcancemos la meta de la salvación.
66 "La economía cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará y no hay que esperar ya ninguna revelación
pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (DV 4). Sin embargo, aunque la Revelación esté
acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido
en el transcurso de los siglos.

También podría gustarte