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Guerras Púnicas
Las Guerras Púnicas enfrentaron entre los años 264 adC y 146 adC a dos de las potencias
del Mediterráneo: Roma y Cartago. Romanos y cartagineses (púnicos) se enfrentaron en tres
etapas, hasta la destrucción total de estos últimos.
La Primera Guerra Púnica (264 adC-241 adC) fue una guerra en Sicilia en una primera
etapa, para luego convertirse en una guerra eminentemente naval.
La Segunda Guerra Púnica (218 adC-202 adC) es la más conocida, por producirse
durante ella la expedición militar de Aníbal contra Roma cruzando los Alpes.
La Tercera Guerra Púnica (149 adC-146 adC) significó la destrucción completa de la
ciudad de Cartago.
Comienzo de la guerra
Tras la muerte de Agatocles, los Mamertinos --su guardia de élite mercenaria-- se habían
dedicado al saqueo y pillaje de las ciudades griegas. Pero fueron derrotados y arrinconados en
Messana por el capaz Hierón. Sitiada la ciudad por los ejércitos siracusanos, los Mamertinos
recuerdan su origen campanio y solicitan la ayuda de Roma. Ésta se siente encantada de que
se le proporcione un casus belli para intervenir. Al conocer su intención, a su vez, un asustado
Hierón establece una alianza militar con su antaño enemiga Cartago.
Roma fuerza la situación a pesar del intento de Cartago por evitar el conflicto. En una
operación relámpago, y burlando a la poderosa flota cartaginesa, los romanos desembarcan en
el 264 adC cerca de Messana al mando del cónsul Apio Claudio Caudex y rompen el asedio al
que cartagineses y siracusanos han sometido a la ciudad. Las legiones avanzan entonces hacia
la propia Siracusa, aunque un exceso de confianza casi les lleva a la derrota.
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Sin embargo, al año siguiente, una vez los nuevos cónsules reestablecen la habitual estrategia
romana de avance lento pero seguro, es la propia ciudad de Siracusa la que queda sitiada por
los ejércitos romanos. Hierón se ve obligado a llegar a un acuerdo de paz y aliarse con los
romanos, a los que servirá a partir de entonces como base de operaciones y suministros en la
isla. Sus buenas relaciones con Roma le permitirán mantener una relativa independencia del
reino más allá de la guerra hasta su muerte en el 216 adC
La campaña naval
Los romanos llegaron a la conclusión de que la única manera de batir a su enemigo era
privarle de su ventaja en el mar. Pero Roma, cuya historia militar ha transcurrido siempre en
suelo italiano, carecía de flota y de experiencia naval. Por el contrario los cartagineses,
descendientes de los navegantes fenicios, dominaban todo el Mediterráneo occidental y
poseían la mejor flota de la época. Con estos precedentes, la decisión romana de combatir en
el mar resulta inaudita incluso hoy en día.
No obstante, los romanos se emplearon a fondo en su empeño. En el 261 adC consiguen botar
de sus improvisados astilleros más de un centenar de quinquirremes: eran las naves más
modernas de la época, con una gran maniobrabilidad fruto de sus cinco filas de remos.
Los historiadores romanos relatan que tal construcción fue posible gracias a la captura de una
nave cartaginesa encallada. La nave pudo ser capturada antes de que sus tripulantes tuvieran
tiempo de incendiarla, lo que permitió a los ingenieros romanos estudiarla y copiarla pieza por
pieza. Lo más probable es que contaran en su esfuerzo naval con la ayuda y experiencia de
algunas ciudades marítimas aliadas, en especial griegos, que sí contaban con larga tradición
naval.
Los romanos eran conscientes de su inferioridad e inexperiencia, así que decidieron convertir
las batallas navales en combates terrestres, donde eran superiores. Para ello idearon un
sistema: la nave romana, próxima a la enemiga dejaba caer un puente móvil, que quedaba
firmemente anclado gracias a unos garfios de hierro llamados corvus (cuervos) situados en su
parte inferior. Una vez las dos naves quedaban unidas, los legionarios romanos abordaban el
barco cartaginés y vencían a su débil infantería.
De esta ingeniosa forma, la flota romana del cónsul Cayo Duilio Nepote sorprendió y venció a
la flota cartaginesa en Milas (Milazzo), en el año 260 adC, en lo que fue la primera victoria
naval de la historia romana. Sin embargo, a pesar del golpe, la victoria no fue decisiva, ya que
la flota cartaginense conservó su capacidad para abastecer sus enclaves sicilianos de Panormo
(Palermo) y Lilibeo, mientras que la inexperiencia naval romana provocaba frecuentes
naufragios y pérdidas.
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El desastre de la invasión de África
Llegados a un punto muerto, los romanos deciden cambiar nuevamente de estrategia y optan
por seguir el ejemplo de Agatocles. Éste, en el 310 adC, cuando Siracusa se hallaba en puertas
de ser conquistada por un poderoso ejército cartaginés, embarcó junto con un pequeño ejército
griego rumbo a las costas africanas. Su irrupción en los alrededores de Cartago produjo tal
pánico en la indefensa ciudad que, llamados sus ejércitos de vuelta, lograron forzar un
precipitado ataque púnico sobre Siracusa que terminó en una severa derrota.
A pesar de los más de 50 años transcurridos, Cartago sigue tan carente de tropas que la
defiendan como en tiempos de Agatocles, confiada en el bloqueo marítimo de su flota. Los
romanos, sabedores de la situación, preparan una invasión que obligue a los cartagineses a
aceptar la paz. Todo se prepara con sumo cuidado hasta que en el 256 adC una enorme flota
de 330 trirremes con un enorme ejército romano a bordo, al mando del cónsul Marco Atilio
Régulo, parte de la costa adriática. Tras bordear el sudeste y sur de la península itálica se
encuentran con una flota cartaginesa aun mayor en las proximidades del cabo Ecnomo. En
esta segunda batalla naval la victoria vuelve a caer del lado romano. El camino está expedito
para la invasión.
Las fuerzas de Régulo desembarcan en África y pronto se hacen dueñas de toda la región,
poniendo sitio a la propia Cartago. Los púnicos, desesperados, piden la paz como habían
previsto los romanos. Pero las exigencias de Régulo son tales que los cartagineses prefieren
morir luchando. Para entrenar a sus tropas han contratado a un afamado líder militar, el
espartano Jantipo, que instará a los cartagineses a la lucha.
Tras conseguir ser nombrado general en el 255 adC, Jantipo lanza su ataque contra los
desprevenidos sitiadores. Una buena parte del ejército romano había sido trasladado de vuelta
a Sicilia para reforzar las operaciones allí, pero aun así, Régulo decide luchar en vez de
retirarse. En la batalla de los llanos del Bagradas, Jantipo utiliza inteligentemente los cien
elefantes de los que dispone, consiguiendo abrir grandes brechas entre los legionarios, que
sufren una importante derrota. Para mayor deshonor, el propio Atilio Régulo es capturado.
El desastre no acaba ahí: el Senado romano reacciona inmediatamente enviando una flota en
auxilio de los supervivientes. A pesar de que ésta consigue romper el bloqueo, en la vuelta una
tormenta la destruye, pereciendo los restos del derrotado ejército. Una vez más la
inexperiencia romana en el mar se paga a un alto precio.
Guerra de desgaste
La desgracia parece haberse cebado con los italianos, lo que anima a los cartagineses a un
ataque en toda regla en Sicilia, transportando incluso elefantes a la isla. Por desgracia para los
intereses púnicos, Jantipo ha huido por temor a ser asesinado. Los gobernantes habían
decidido que tal era la manera de ahorrarse la recompensa por su victoria. No iba a ser la
primera vez que su mezquindad abortara sus posibilidades en la guerra contra Roma.
Privados de la dirección de Jantipo, los púnicos son nuevamente derrotados por unos
desesperados romanos. Éstos han sido capaces de reconstruir la flota perdida en el increíble
tiempo de tres meses, y con su ayuda toman Panormo. Hasta se atreven a dejarse ver en las
costas africanas, pero a su regreso a Roma otra tormenta vuelve a acabar con una flota
romana.
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La única respuesta de Roma ante estas constantes pérdidas es construir más y más barcos, lo
que conlleva unos enormes gastos. Sólo su alto sentido patriótico les permite mantener el
esfuerzo militar. Pero las fuerzas romanas no son las únicas que están agotadas. Los
cartagineses sufren una parálisis en su economía fruto de la interrupción del comercio que es
su principal actividad y fuente de riqueza.
Así en el 250 adC los púnicos vuelven a solicitar la paz, y para ello mandan una embajada a
Roma, a la que acompaña el ex-cónsul prisionero Régulo. Este se ha comprometido a volver a
Cartago para ser ejecutado si la embajada fracasa, pero, tomada la palabra en el Senado
romano, aboga por la continuación de la guerra hasta la completa aniquilación de Cartago.
Sorprendidos ante este acto de patriotismo, los senadores deciden continuar la guerra. Régulo
cumple la palabra dada y vuelve a Cartago donde es asesinado, no sin antes ser cruelmente
torturado según las versiones griegas y romanas.
Una nueva flota es fletada por Roma, al mando de Publio Claudio Pulcro, hermano de Claudio
Caudex. Igual de precipitado que su hermano mayor, abandona el asedio a Lilibeo para atacar
por sorpresa a la flota cartaginesa que se encontraba 32 km al norte, en Drépano. Según la
tradición romana, al realizar los augurios con los pollos sagrados éstos se negaron a comer, lo
cual era un signo desfavorable del sentido de la próxima batalla. Sin embargo, Claudio Pulcro
despreció el mal augurio y arrojó los pollos sagrados al mar diciendo «Pues si no quieren
comer, que beban».
Sea por la desmoralización de las supersticiosas tropas romanas, sea por la poca pericia del
almirante romano que fue descubierto por la flota cartaginesa antes de poder caer por
sorpresa, el caso es que Drépano se convirtió en una sonora derrota de los romanos. Vuelto a
Roma, Claudio Pulcro fue juzgado por alta traición y terminó suicidándose.
No sólo en el mar las cosas volvían a ponerse favorables a los cartagineses. En tierra había
surgido entre ellos un líder con la suficiente capacidad para liderarlos: Amílcar Barca. Hasta
el momento el último vástago de la familia más eminente de Cartago había sido demasiado
joven para ostentar el mando, pero nombrado jefe de los ejércitos sicilianos en el 248 adC su
cualidades tácticas y estratégicas pronto se hicieron sentir. La propia costa italiana sufre el
ataque de la flota púnica durante dos años, devolviendo así la moneda a la estrategia que
Régulo había iniciado. Amílcar recupera además Panormo en un ataque por sorpresa, y
hostiga continuamente y sin descanso a las fuerzas romanas de Sicilia mediante rápidas
incursiones.
Roma resiste y no cede durante estos amargos años. Sus propios habitantes entregan las
riquezas con las que va a ser financiada una nueva flota. Encomendada al cónsul Cayo
Lutacio Cátulo, éste se enfrenta en la primavera del 241 adC contra la flota cartaginesa frente
a las islas Egadas.
La victoria se convierte en decisiva, pues no sólo acaba con los suministros de Lilibeo, sino
también con las tropas de refresco destinadas a Amílcar. Este se ve obligado a hacer la paz
con Cátulo y abandonar Sicilia, dando así fin a 23 años de guerra ininterrumpida.
Consecuencias de la guerra
El derrotado general Hannón sería ajusticiado según la costumbre cartaginesa. Pero un nuevo
problema surge en el ejército púnico. La mayoría de estas tropas eran mercenarias (muchas de
origen griego), pero los gobernantes de Cartago se niegan a pagarles. Se inicia una revuelta de
los mercenarios, que asedian la propia Cartago, y que le costará a Amílcar tres años sofocarla.
Mientras tanto, algunos mercenarios rebeldes de la isla de Cerdeña entregan la isla a Roma,
que envía una fuerza de ocupación. Los cartagineses protestan porque ello suponía una
violación del tratado de paz recientemente alcanzado. Fríamente, Roma le declara la guerra,
pero se ofrece a anularla si se le entrega no sólo Cerdeña, sino también Córcega. Los púnicos,
impotentes, tienen que ceder, y ambas islas se convierten en el 238 adC en nuevas posesiones
romanas.
Por el contrario, este tipo de muestra de desprecio y prepotencia será lo que mantendrán viva
la llama del odio de los púnicos hacia Roma, personificadas en la familia de los Barca. Odio
que desembocará años más tarde en la Segunda Guerra Púnica.
Principales localizaciones de la 2ª
Guerra Púnica
Antecedentes de la guerra
Tras la guerra de desgaste que había supuesto la Primera Guerra Púnica ambos contendientes
habían quedado exhaustos. Pero la peor parte se la habían llevado los púnicos, que no sólo
habían sufrido amplias pérdidas económicas fruto de la interrupción de su comercio marítimo,
sino que habían tenido que aceptar unas costosas condiciones de rendición. Junto a ello,
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además de tener que renunciar a cualquier aspiración sobre Sicilia, tuvieron que pagar a sus
enemigos una indemnización de 3.200 talentos de plata.
En esta decisión de rendición fue clave la presión de los grandes oligarcas cartagineses (a
cuya cabeza se encontraba Hannón el Grande), que ante todo deseaban el fin de la guerra para
reanudar sus actividades comerciales. Otras importantes figuras púnicas, en cambio,
consideraban que la rendición había sido prematura, especialmente teniendo en cuenta que
Cartago nunca había sabido explotar su superioridad naval, y que la conducción de la guerra
había mejorado ostensiblemente desde que el estratega Amílcar Barca había asumido el
mando de las operaciones en Sicilia. Además, consideraban abusivas y deshonrosas las
condiciones del armisticio impuestas por Roma.
Para agravar la ya enrarecida situación, los oligarcas, que dominaban el senado cartaginés, se
negaron a pagar a las tropas mercenarias que habían vuelto desde Sicilia, y que estaban
estacionadas alrededor de la ciudad. La nueva torpeza costó el asedio no sólo de Cartago sino
la toma de otros enclaves púnicos, como Útica, y sólo una magnífica campaña de Amílcar
consiguió acabar con los mercenarios rebeldes y con los libio-fenicios del interior que se
habían sumado a la revuelta.
Cartago necesitaba una gran solución para mejorar su debilitada economía, tras recibir un
duro golpe con la pérdida de Sicilia sus finanzas se debilitaron. La solución la traería Amilcar
Barca y sus seguidores que organizaron una expedición militar para obtener las riquezas de la
península Ibérica. Los pueblos de
la zona meridional de Hispania
fueron sometidos por Amilcar.
Tras su muerte, su yerno Asdrúbal
toma el mando. Asdrúbal establece
alianzas con las tribus del este de
la Península Ibérica gracias a sus
habilidades diplomáticas. Funda
Cartago Nova (actual Cartagena)y
sitúa la frontera con la colonia
griega de Masilia en el río Ebro.
Fue asesinado en el 221 a.C. tras
el cual se nombra a Aníbal Barca
caudillo cartaginés.
== El periodo de entreguerras
La Guerra en Italia
Los romanos, al mando de Publio Cornelio Escipión, intentaron atacarle cuando aún no estaba
preparado, pero un destacamento de jinetes númidas al mando de Maharbal les rechazó en una
escaramuza a orillas del río Ticino. Escipión, que había resultado herido en el enfrentamiento,
salvándose gracias al valor de su hijo de 17 años (el futuro Escipión el Africano), se retiró a
Piacenza, defendiendo el paso del río Po en aquella altura. Aníbal atravesó el río aguas arriba
de Piacenza, dirigiéndose a su encuentro, y ofreciendo batalla a los romanos al llegar a la
ciudad. Escipión, comprendiendo la superioridad de la caballería cartaginesa, rechazó la
batalla y, sorprendido por la defección de un contingente galo aliado, decidió retirarse de
madrugada al otro lado del río Trebia, esperando la llegada del segundo ejército consular, al
mando de Tiberio Sempronio Longo. Este impuso su criterio de entablar combate de forma
inminente con el ejército púnico, desoyendo los prudentes consejos de Escipión contra esa
medida.
Aníbal dispuso un cuerpo de jinetes que cruzaron el río Trebia y atrajeron la atención del
ejército romano, el cual, habiendo atravesado el río helado en pleno, sin haberse desayunado y
de forma temeraria, se encontraron de frente con el ejército púnico, seco y presto para la
batalla. Ésta fue la batalla del Trebia, en donde sólo 10.000 romanos pudieron escapar (de un
ejército de 40.000 hombres), mientras que las bajas de Aníbal fueron escasas.
Los romanos se retiraron, dejando a Aníbal el control del norte de Italia. El apoyo de las tribus
galas y ciudades italianas no fue el esperado, y muchos terratenientes romanos quemaron sus
hogares para evitar el saqueo (dando lugar indirectamente al latifundismo posterior). A pesar
de esta resistencia, Aníbal fue capaz de reforzar su ejército hasta contar con 50.000 soldados.
Al año siguiente los romanos eligieron cónsul a Gayo Flaminio, esperando que pudiera
derrotar al cartaginés. Flaminio planeó una emboscada en Arretio. Sin embargo, Aníbal
recibió informes del ataque y superó al ejército emboscado, atravesando una región pantanosa
durante cuatro días y tres noches, en una odisea que le costó dos de sus elefantes y la visión
en uno de sus ojos, pero que le garantizaba una marcha directa hacia Roma. El cónsul,
sorprendido por completo, se vio obligado a perseguirle, y el emboscador se convirtió en
emboscado en el Lago Trasimeno, donde las tropas romanas fueron cercadas y destrozadas,
pereciendo el mismo Flaminio a manos de un galo cuya tribu había sido sometida por el
romano años atrás.
A pesar de la victoria y las peticiones de sus generales, Aníbal no procedió al asedio de Roma,
dado que, aparte de que carecía de equipamiento de sitio adecuado y no poseía una base de
aprovisionamiento en Italia central, contaba con debilitar la fuerza de resistencia de Roma
mediante destruir vez tras vez lo mejor de su ejército. Por lo tanto, se dirigió hacia el sur de
Italia con la esperanza de incitar una rebelión entre las ciudades griegas del sur, lo que le
permitiría contar con mayores recursos económicos para vencer a los romanos.
Mientras tanto, el veterano Fabio Máximo había sido nombrado dictador romano, y decidió
que lo mejor sería evitar nuevas batallas campales, debido a la superioridad de la caballería
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cartaginesa. En lugar de ello, intentó cortar la línea de suministros de Aníbal, devastando los
campos de cultivo y hostigando a su ejército. Estas operaciones son ahora conocidas como
tácticas fabianas, y le valieron el sobrenombre de Cunctator (ralentizador). Estas tácticas no
contaban con gran apoyo popular, que deseaba un final rápido a la guerra, por lo que cuando
el comandante de la caballería, Minucio, consiguió una pequeña victoria sobre los
cartagineses, fue nombrado dictador al igual que Fabio. Sin embargo, la consiguiente división
de las fuerzas romanas hizo posible que Aníbal consiguiese una victoria total sobre Minucio,
cuyo ejército hubiese sido completamente destruido si Fabio no lo hubiera socorrido. Esto
puso en evidencia que las fuerzas romanas no debían debilitarse mediante ser divididas, y que
el sistema de la dictadura no era en sí la solución al problema. Así que al año siguiente fue
reemplazado por los cónsules Emilio Paulo y Terencio Varrón con esas intenciones.
Esta batalla le valió a Aníbal algo del apoyo que necesitaba. Los tres años siguientes se
unieron a su causa las ciudades de Capua, Siracusa (en Sicilia) y Tarento. También le valió la
alianza del rey Filipo V de Macedonia el 217 adC, lo que dio comienzo a la Primera Guerra
Macedónica. La flota macedónica era, sin embargo, demasiado débil para oponerse a la
romana, por lo que no pudo facilitarle apoyo directo en Italia.
En Roma, después de tantos desastres, cundió el pánico. Ya no había familia en la que alguien
no hubiese muerto en combate. Se pensó que Aníbal atacaría inmediatamente la ciudad, por lo
que se tomaron severas medidas para la defensa, entre ellas el reclutamiento general de todos
los hombres de más de 17 años de edad aptos para las armas, así como la compra de 8,000
esclavos jóvenes por parte del estado, con el fin de formar 2 legiones, y el uso de las armas
custodiadas como trofeos de guerra. Para evitar que Aníbal se enterara de estas disposiciones,
se prohibió la salida de la ciudad a los civiles. Gracias a estas medidas, la moral del pueblo
fue sensiblemente elevada.
Roma había empezado a comprender la sabiduría de las tácticas de Fabio, que fue reelegido
cónsul el 215 adC y el 214 adC. Otra lección de las duras derrotas sufridas fue que los
romanos debían deponer sus diferencias políticas a fin de enfrentarse unidos con un enemigo
que procuraba su total destrucción. Durante el resto de la guerra en Italia, Roma empleó
"tácticas fabianas", dividiendo su ejército, de 25 legiones inexpertas, en pequeñas fuerzas
situadas en localizaciones vitales, y evitando los intentos cartagineses de atraerlas a batallas
campales. Desde el año 211 Roma empieza a resurgir de sus cenizas.
La victoria de Roma
El frente siciliano
En el año 212 a.C. los siracusanos, después de la muerte de su rey Hierón, decidieron romper
el tratado de alianza con Roma y ponerse de parte de Cartago. Los cartagineses prometieron a
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Siracusa darle el dominio de toda Sicilia a cambio de su ayuda para vencer a Roma. Esto
provocó que los romanos les declararan la guerra, enviando al cónsul Claudio Marcelo con 4
legiones incompletas y la flota para tomar por asalto Siracusa. En esta ciudad vivía el gran
matemático y físico Arquímedes, quien construyó máquinas de guerra que sembraron el
pánico entre el ejército y la flota romanos. Sobresale entre estas máquinas una que podía
arrojar un ancla con un cabestrante, de modo que cuando el ancla se clavaba en la nave era
retirada con violencia por medio del cabestrante, alzando la nave y provocando su
hundimiento.
Marcelo tuvo que desistir del asalto y pasar al sitio. El ejército cartaginés llegó a ayudar a la
ciudad, estableciendo su campamento cerca del romano, al tiempo que la flota entró al puerto
y llevó provisiones a los siracusanos. La situación se decidió cuando se desató una epidemia
provocada por las exhalaciones de los pantanos que rodeaban Siracusa, las que provocaron la
muerte de casi todo el ejército cartaginés (entre los romanos la peste fue más benigna.)
Al llegar la primavera del 211 a.C. la flota cartaginesa decidió llevar ayuda a Siracusa pero,
habiéndosele acercado la flota romana, el comandante cartaginés decidió retirarse, lo que
provocó la rendición de la ciudad. Los romanos procedieron entonces a saquearla, llevándose
innumerables tesoros artísticos y monetarios. Arquímedes, quien había sido requerido por
Marcelo para conocerle, al hacer caso omiso de la orden, fue asesinado por un soldado
romano desconocido. De esta manera los romanos restablecieron y ampliaron su dominio en
Sicilia, lo que les permitió contar con una ingente fuente de aprovisionamiento de granos,
decisiva para levantar la moral del pueblo.
En Hispania los hermanos Escipión (Publio y Cneo) habían conseguido importantes logros,
distrayendo a un gran número de tropas cartaginesas y poniendo en peligro el dominio
cartaginés en ese país, pero el hermano de Aníbal, Asdrúbal, finalmente los derrotó por
separado y les dio muerte. Roma comprendió que era necesario desalojar a los cartagineses de
España para evitar una nueva invasión cartaginesa, por lo que envió a Publio Cornelio
Escipión, el futuro Escipión el Africano, quien tenía ya 25 años de edad. Éste, aprovechando
que los cartagineses estaban diseminados por toda la zona sudoriental de España, toma
Cartago Nova (actual Cartagena)en una audaz y brillante maniobra estratégica, y derrota en
Baecula a Asdrúbal quien, con los restos de su ejército, se dirigió a Italia sobre los pasos de su
hermano Aníbal, a fin de reunirse con él (ver más adelante.)
Mientras tanto en Italia los romanos, que durante toda la guerra contaron con el apoyo de las
ciudades del centro del país, decidieron revertir el curso de la guerra, para lo que enviaron un
gran ejército a sitiar la ciudad de Capua, segunda ciudad de Italia en importancia. Aníbal
obligó a los romanos a levantar el sitio, pero no pudo permanecer en la ciudad por falta de
abastos. Los romanos, una vez Aníbal se hubo retirado, volvieron a sitiar la ciudad, rodeando
completamente a la misma con un doble foso. Todos los ataques de Aníbal fueron rechazados,
por lo que éste, a fin de obligarlos a levantar el sitio, marchó sobre Roma. Llegó a las puertas
de la ciudad, pero las potentes fortificaciones y la presencia en ella de 4 legiones le hicieron
desistir de su ataque. Además, las legiones que sitiaban Capua no se movieron de su puesto.
Aníbal, por lo tanto, se vio obligado a dejar la ciudad a merced de los romanos, quienes la
tomaron y redujeron a esclavitud a parte de su población.
La caída de Capua facilitó a los romanos la reconquista de las principales ciudades de Italia
meridional controladas por los cartagineses, entre ellas Tarento, en la que Fabio Máximo
redujo a esclavitud a 30,000 habitantes.
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Al salir Asdrúbal de España, envió mensajes a Aníbal en los que le expresaba su deseo de
reunirse con él en la zona de Umbría, en Italia central. Sin embargo, los correos cayeron en
manos del cónsul romano Claudio Nerón, quien se encontraba en el sur de Italia enfrentando
al cartaginés. En el norte de Italia se encontraba el cónsul Livio Salinator, con 25,000
hombres. Asdrúbal contaba con 30,000, por lo que Nerón decidió llevarse a los 15,000
hombres más selectos de su ejército para reunirse con Livio. De esa manera, los romanos
sumaron 40,000 hombres, que derrotaron totalmente a Asdrúbal en la Batalla del Metauro,
donde este último perdió la vida. Aníbal, enterado de la muerte de su hermano cuando los
romanos le arrojaron su cabeza, comprendió que no era posible recibir más ayuda desde
España, viendo reducido su sector de operaciones. En cambio, para los romanos esta victoria
motivó un entusiasmo incontenible, que les permitió continuar la guerra con renovada energía
y decisión a fin de ganarla.
Una vez que Asdrúbal salió hacia Italia, Escipión atrajo a sus filas a las diversas tribus
españolas. Esto le permitió derrotar vez tras vez a los cartagineses, hasta que en el 206 a.C.
los expulsó de Hispania tras la Batalla de Ilipa. El hermano menor de Aníbal, Magón, una vez
fuera de Hispania, se dirigió a las islas Baleares (aún bajo el control de Cartago), y los
romanos se apoderaron de las últimas ciudades españolas bajo el control cartaginés. Sin
embargo, Magón trató de ayudar a su hermano desembarcando en la Italia septentrional, pero
los romanos le derrotaron, infligiéndole heridas graves que le condujeron a la muerte meses
después.
En esta ocasión los romanos eran superiores en caballería, aunque Aníbal trató de
contrarrestar esta desventaja formando al frente de sus ejércitos a 80 elefantes de batalla. Sin
embargo, la estrategia romana neutralizó la efectividad de los elefantes, espantando con el
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sonido de trompetas a algunos (que se arrojaron sobre su propias filas) y no poniendo
obstáculos en su paso a través de sus filas a los que sí avanzaron, al tiempo que les infligían
heridas graves. Al mismo tiempo, la caballería romana obligó a huir a la cartaginesa. La
infantería cartaginesa tuvo que luchar encarnizadamente para resistir la presión de los
romanos, lo que produjo un virtual empate, situación que fue decidida cuando los jinetes
romanos regresaron de la persecución de la caballería cartaginesa y la atacaron por la
retaguardia. Esta batalla, la Batalla de Zama, fue la primera gran derrota de Aníbal en su
carrera militar.
El propio Aníbal decide llevar a cabo las negociaciones de paz con Roma, pues comprende
que es inútil seguir resistiendo. Las duras condiciones impuestas por Roma son: pérdidas de
todas las posesiones de Cartago ubicadas fuera del continente africano; prohibición de
declarar nuevas guerras sin el permiso del pueblo romano; obligación de entregar toda la flota
militar; reconocimiento de Masinissa como rey de Numidia y aceptación de las fronteras entre
Numidia y Cartago que éste determinase; pago de 10,000 talentos de plata (aproximadamente
260,000 kg) en 50 años; mantenimiento de las tropas romanas de ocupación en África durante
tres meses; entrega de 100 rehenes escogidos por Escipión, como garantía del cumplimiento
del tratado.
Aníbal aceptó las condiciones, a fin que los romanos le dejaran en paz mientras ayudaba a
Cartago a reconstituir su poderío. El tratado fue ratificado por ambos senados, el cartaginés y
el romano, en el año 201 a.C. Al conocer el fin de la guerra, los romanos celebraron una gran
fiesta triunfal y a Escipión se le empezó a llamar El Africano.
Tan duras condiciones, aunque dejaban a Cartago como un estado independiente, lo redujeron
a una posición de segundo plano en la escena internacional, lo que cortó de raíz cualquier
intento de Aníbal y de otros por recuperar su antigua gloria.
Causas de la guerra
Los romanos nunca perdonaron a Cartago por haber llegado tan cerca de Roma.
Tras la segunda guerra púnica, el tratado de paz consiguiente establecía que los cartagineses
no podían tener una flota armada, ni tampoco hacer la guerra sin permiso de Roma. Por eso,
cuando Catón el Viejo visitó Cartago en el año 152 a.C., creyó que iba a encontrar una
diminuta y mísera ciudad situada en una península africana: nada más lejos que la realidad.
Los cartagineses, no pudiendo emplear su dinero en guerras, y con una enorme capacidad
comercial que les hacía convertir lo que tocaban el oro, habían hecho de su urbe una ciudad
esplendorosa, sobre todo comparándolo con el inmenso barrio de chabolas que era Roma en
esta época de su historia. Ante esta situación, Catón volvió a Roma bramando contra Cartago,
diciendo que si dejaban que ésta se recuperase, volvería a entablar una guerra contra Roma, y
que por tanto, y por razones de seguridad, Cartago debía ser destruida. Esta frase (Delenda est
Cartago), constituyó el final de todos sus discursos, versasen sobre lo que versasen, durante
los tres años que precedieron al inicio de la guerra. Uno de sus discursos más espectaculares
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fue el que dio en el Senado con un higo en la mano, procedente de Cartago según él (aunque
muy probablemente fuera de su propia huerta, eso sí, de una higuera cartaginesa),
argumentando que este higo representaba el inmenso poder civil, a la par que militar, de la
ciudad de Cartago. Sin embargo, el inicio de la guera se dilató repetidamente, debido entre
otras cosas a la oposición del bando de los Escipiones, que consideraban que si el único gran
enemigo de Roma era destruido, los romanos caerían en un relajamiento de costumbres que
les conduciría a su propia decadencia.
No obstante, parece que las razones que tuvieron los romanos para destruir a Cartago no
fueron tanto de rencor ancestral, como económicas. El comercio cartaginés por todo el
mediterráneo hacía la competencia, con sus productos agrícolas (los famosos higos, el vino,
etc), a los ricos latifundistas de Campania (Italia), y este competidor comercial les estaba
arrebatando pingües beneficios. Por tanto, la aristocracia latifundista apoyó la idea de Catón,
y ésta finalmente fue aprobada en cuanto se encontró una excusa adecuada para iniciar la
contienda. Parece que Catón murió poco antes o poco después de que se iniciara el conflicto
que tanto había deseado...
Inicio de la guerra
Durante esta época, Masinissa, rey de Numidia (antigua sierva de Cartago, y vecina suya), y
con el permiso de los romanos, realizaba continuos ataques a los territorios pertenecientes a
los púnicos. Los cartagineses no podían defenderse, ya que (como hemos mencionado),
necesitaban el permiso de Roma para hacerlo, y los latinos hacían siempre la vista gorda.
Llegó un momento sin embargo, en que las humillaciones fueron tan fuertes, que el pueblo
cartaginés depuso al partido prorromano que administraba la ciudad, y colocó al frente a unos
dirigentes partidarios de responder a las provocaciones de los númidas. Respondieron
entonces al asalto de Horóscopa enviando un ejército al mando de Asdrúbal, el cual fue
desastrosamente derrotado. De esta manera, los romanos encontraron el casus belli adecuado
para iniciar la guerra: los cartagineses iniciaron una guerra sin autorización del pueblo
romano.
Habiendo tomado conciencia de lo que eso significaba, los cartagineses condenaron a muerte
a Asdrúbal y a los principales miembros del partido militar, y se enviaron dos embajadas para
tratar de solucionar la situación. Sin embargo, Roma no aceptó las excusas cartaginesas, y
declaró la guerra. En consecuencia, el gobierno cartaginés, en un intento de salvar la ciudad
de su destrucción, decidió rendirse incondicionalmente.
Cuando los romanos llegaron a Utica, ciudad africana sobre la costa del Mediterráneo (que ya
se había rendido) exigieron la entrega de todos los pertrechos militares, orden que fue
obedecida sin discusión. Pero no contentos con esto, los romanos transmitieron la orden
terminante de destruir la ciudad de Cartago. Se dio a sus habitantes la libertad de escoger un
sitio para una nueva ciudad donde ellos quisieran, siempre que la distancia del mar no fuese
inferior a 80 estadios (15.4 km) Eso significaba el fin de Cartago como potencia marítima y
comercial, quedando relegada a las actividades agrícolas.
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Esta decisión carente de humanidad fue airadamente rechazada por la población cartaginesa,
quienes asesinaron a todos los que de una u otra manera estuvieron involucrados en la entrega
de Cartago a Roma. Aunque desarmada, Cartago estaba rodeada por excelentes fortificaciones
que permitirían su defensa a los mismos ciudadanos aun con inferioridad numérica y de
equipo con relación a los romanos. Con el fin de ganar tiempo para fabricar armas, los
cartagineses enviaron una embajada a los cónsules romanos con el pretexto de un armisticio a
fin de negociar con el senado romano. El armisticio fue rechazado, pero inexplicablemente los
romanos no procedieron a asaltar de inmediato la ciudad.
Gracias a esto, los cartagineses pudieron prepararse para resistir el sitio, fabricando armas día
y noche, construyendo máquinas de guerra (cuyas cuerdas se prepararon con cabellos de
mujeres, quienes los donaban para tal fin) reforzando las murallas de la ciudad y
amontonando provisiones en enorme cantidad. Asdrúbal, que después de su condena a muerte
consiguió escapar y formar un ejército propio que ocupaba casi todo el territorio cartaginés,
fue amnistiado y se le imploró que ayudara a la ciudad en ese momento de angustia, lo cual
aceptó de inmediato. Increíblemente los romanos no sospecharon nada de estas acciones, pues
cuando por fin se decidieron a asaltar la ciudad, se encontraron con la muy desagradable
sorpresa de que ésta estaba completamente lista para defenderse.
Los primeros dos años de sitio significaron un fracaso total para los romanos. Para ellos,
tomar la ciudad les parecía imposible, pues contaba con enormes recursos, sólidas
fortificaciones y un gran ejército que impedía su aislamiento total. Tan incapaces se mostraron
los romanos en las acciones militares que ni siquiera lograron paralizar la actividad comercial
y militar marítima de los cartagineses. Como el sitio se prolongaba, los comandantes romanos
decidieron permitir la entrada en su campamento de "elementos de distracción": prostitutas,
comerciantes, y personas similares, lo que provocó un relajamiento catastrófico de la
disciplina militar.
Escipión Emiliano se dirigió a África con refuerzos. Una vez llegado allí, depuró el ejército de
todas las gentuzas que contribuían al relajamiento de la disciplina. Al ser restaurada ésta,
reanudó el adiestramiento de los soldados en la guerra, lo que le permitió enfrentarse al
numéricamente superior ejército de Asdrúbal en una gran batalla en la que los cartagineses
perdieron 85.000 hombres. Esto permitió a Escipión rodear completamente la ciudad por
tierra. La flota romana incursionó masivamente en el golfo de Túnez, impidiendo la salida de
las naves cartaginesas. Por primera vez en el curso de la guerra, Cartago, durante el invierno
del año 147 a.C., estaba completamente aislada del mundo exterior, lo que provocó la rápida
disminución de sus reservas alimenticias, contribuyendo esto al brote y propagación de
enfermedades que hicieron estragos entre la población de la ciudad.
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La toma de Cartago
Al llegar la primavera del año 146 a.C. la población estaba tan debilitada por el hambre y las
enfermedades que los romanos decidieron que era el momento de asaltar la ciudad. Los
romanos penetraron por el puerto atravesando parte de las murallas y también aprovecharon
una grieta hecha en esta por uno de sus arietes. Además, con escalas y construyendo una torre
de asalto en la muralla, consiguieron entrar pese a la fuerte resistencia de los ciudadanos.
Tras entrar en la ciudad, los romanos fueron recibidos por una verdadera lluvia de lanzas,
piedras, flechas, espadas e incluso tejas que lanzaban desde los tejados de sus casas. Los
romanos tuvieron que detener su marcha y con tablones, pasaron de vivienda en vivienda
acabando con los habitantes de la ciudad, la mayoría de los cuales lucharon hasta la muerte.
La lucha continuó y los ciudadanos iban cayendo uno tras otro. Durante seis días con sus
noches los romanos y los cartagineses entablaron una gran batalla urbana, cuyo resultado
claramente favorecía a los primeros. El objetivo de las legiones era tomar completamente la
ciudad, finalizando con la captura de la ciudadela fortificada de Byrsa, ubicada sobre la cima
de una colina escarpada, en el corazón de la ciudad, punto a donde se dirigían los defensores
en su continuo retroceder ante los romanos, quienes avanzaban demoliendo muros, abriéndose
camino a través de montañas de ruinas o pasando por los techos de las casas y los edificios.
Las tropas de Escipión arrancaron las placas de oro de los templos sumando todo esto a una
gran destrucción.
La muerte de Cartago
Los pocos supervivientes (cincuenta mil), fueron en su mayor parte vendidos como esclavos y
la ciudad fue saqueada. Tras su toma, una comisión del senado romano se presentó en Cartago
para decidir qué hacer con ella. Según los indicios, una parte del senado (incluido el propio
Escipión) deseaba conservar la ciudad a fin de repoblarla con colonos romanos, pero la
mayoría del senado decidió que debía ser destruida, tal como Catón el Viejo lo deseaba
(aunque no pudo ver su sueño hecho realidad, pues murió tres años antes.) Así que Escipión
ordenó demoler sistemáticamente la ciudad y allanarla por completo, maldiciendo el sitio en
el que se encontraba, y trazando después sobre él surcos con el arado...
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La leyenda dice que, aparte de la total destrucción de la ciudad, sus campos fueron sembrados
de sal, para que no volviera a crecer nada fértil. No obstante, la mayor parte de los
arqueólogos que allí han trabajado creen que se trata de una mera exageración, y que no hubo
ni mucho menos una destrucción sistemática de los restos de la ciudad púnica, adonde incluso
se dirigió Mario en un momento de exilio, haciendo una especie de visita turística, para
reflexionar sobre la futilidad de las cosas humanas. Sin embargo, contra esto se puede alegar
que es harto motivo de reflexión para cualquier persona visitar una llanura pelada y rocosa
donde se sabe que antiguamente surgía una gran ciudad. Muchos arqueólogos que cavan en
ruinas de ciudades antiguas y deshabitadas experimentan esta clase de sentimientos.
. La historia fue contada por Polibio, fuente principal en la que se basó el relato de Apiano
sobre esta guerra. En ella, entre otros, participó Tiberio Sempronio Graco, que por entonces
sólo contaba con quince años. Unos 20 años más tarde, su hermano Cayo Sempronio Graco,
tribuno de la plebe trató de establecer una colonia en Cartago (llamada Junonia, en honor de la
diosa romana Juno), aunque ésta no llegó a fructificar.
Lo que sí es seguro es que las ciudades que apoyaron a Cartago durante toda la guerra fueron
destruidas. En cambio, las ciudades que se rindieron sin condiciones (como Utica) recibieron
la libertad. El territorio cartaginés se convirtió en provincia romana con el nombre de África,
y abasteció de trigo a la república primero y después al Imperio
Cartago fue reconstruida por el emperador romano Octaviano Augusto, siguiendo una idea de
su padre adoptivo Julio César, que le vino de un sueño. En el siglo II hubo incluso un
emperador, Septimio Severo, que procedía de las cercanías de Cartago (específicamente de
Leptis Magna, y hablaba el latín con un fuerte acento púnico. Cartago, que durante el Imperio
fue una de las ciudades más esplendorosas del mundo romano, sobrevivió hasta el siglo VII,
cuando fue destruida por la invasión árabe del norte de África. Actualmente, Cartago es un
suburbio residencial de la ciudad de Túnez, capital de la república norteafricana del mismo
nombre.
Fuentes adecuadas para estudiar más a fondo esta guerra y sus protagonistas:
Obtenido de "http://es.wikipedia.org/wiki/Tercera_Guerra_P%C3%BAnica"