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Técnicas de Intervención en redes

Revisión bibliográfica

Javiera Arancibia

0961155J

“Las redes son el medio más efectivo de lograr una estructura sólida, armónica, participativa,
democrática y verdaderamente orientada al bienestar común”

(Itriago e Itriago, 2000, p.161)

Junto con saludar al lector paso a esgrimir las principales líneas que desarrollará esta
revisión sobre técnicas de intervención en red. Primero, se describirán los fundamentos y
premisas conceptuales básicas en las que se basa la intervención en red. Esto es,
principalmente, la caracterización de qué es una red social, cuáles son sus características,
tipos, funciones y usos en psicología comunitaria. La finalidad de este apartado es mostrar
parte de los antecedentes teóricos sobre el concepto de red social para luego poder desarrollar
algunas técnicas de intervención en red desde una base de conocimiento común.
En la literatura se ha señalado que el concepto de red social puede remitir tanto a
“modos de funcionamiento de lo social” como a “propuestas de acción en lo social”. Esto quiere
decir que las técnicas asociadas a la intervención en red pueden estar vinculadas a establecer
un modelo de situación sobre una comunidad visibilizando su estructura de red pero también
pueden apuntar al cambio del funcionamiento de esta estructura (Saidón, 1995). Es así como la
presente revisión se centrará en dos técnicas de intervención en red que atienden a estos dos
modos de entender la red social. Por una parte, se describirá la técnica del sociograma o mapa
de red social como un modo de acceder a una aplicación de la noción de red social como
estructura y, por otra, se describirá la técnica del grupo de autoayuda para entender como la
intervención en una red puede propulsar el apoyo social. En ambos casos, se profundizará en
sus nociones de referencia básicas, su usos y características operacionales. Finalmente, se
discutirá acerca del valor y límite cada una de estas técnicas, considerando de manera
particular el contexto de intervención característico del país.
I. Redes sociales: Antecedentes

Las redes son la expresión más evidente de las relaciones sociales que construimos
cotidianamente, es decir, apuntan a las interacciones espontáneas que nutren nuestra vida
social. Responden a conexiones o articulaciones entre grupos y personas con un objetivo
común que sirve de hilo conductor de tales relaciones. Si bien el concepto es particularmente
complejo y multívoco, es importante señalar que lo central de éste es su énfasis en la relación
social. (Gonçalves de Freitas y Montero, 2003).

En general, en una red se encuentran personas diversas unidas por un interés o valor.
Suponen, entonces, una cierta comunidad de creencias o valores que actúa como elemento
aglutinador de sus partes. Las redes sociales desarrollan una consistencia interna y se basan
en la información y conocimiento compartido por sus miembros. Asimismo, pueden proporcionar
apoyo social cuando estas relaciones se basan en la solidaridad y cooperación (Gonçalves de
Freitas y Montero, 2003). Las redes se caracterizan por ser heterárquicas, es decir, por poseer
una distribución de poder más o menos homogénea en su interior. Además son dinámicas y
pueden ser muy flexibles en su comportamiento social, tal como lo vemos en las relaciones que
entablamos día a día (Dabas, 1993).

Según Dabas (1998) una red social se conforma por una dimensión vincular y una
dimensión nocional. La red vincular se conforma por las múltiples relaciones que se establecen,
relaciones atravesadas por la emocionalidad de sus participantes. Por otra parte, la red nocional
permite contar con un soporte de significados compartidos y propios de la red, que asegura que
lo que se comunica “quiere decir lo mismo para ambos”. La anterior expresión recuerda al
concepto “mundo de la vida” de Habermas (1987), en cuanto apela a la existencia de diferentes
planos comunicacionales, uno ligado a supuestos y saberes culturales comunes.

Por otra parte, Itriago e Itriago (2000) proponen ciertas condiciones esenciales de una
red social que, a mi parecer, se parece más a una red social ideal que a una real pero que, sin
embargo, puede servir como referente o aspiración para el análisis y la intervención social.
Entre estas condicionantes encontramos que las redes deben: 1) poseer una organización
horizontal (vinculada al carácter heterárquico de las redes), 2) ser independientes, 3) responder
a los intereses de la red (representatividad) y estar en sintonía con esta, 4) ser participativas, 5)
promover y proteger valores, pero no imponerlos, 6) ser activas e interactivas, 7) No ser
lucrativas, 8) Ser estables y 9) ser flexibles.
Red como organización comunitaria

En una comunidad siempre podremos encontrar redes. No obstante, la organización de


estas redes puede ser más o menos institucionalizada y su visibilidad puede variar en una
comunidad u otra. Las redes comunitarias no son en sí mismas un fin de la organización debido
a que estas preexisten a la organización comunitaria. Más bien, una red puede ser un medio
que posibilite esta organización. Una red actúa como captadora de recursos y, asimismo, como
un entre discriminador de los mismos en función de los objetivos de la red. El fin de una red
comunitaria es, entonces, el desarrollo, fortalecimiento y de estos recursos en pos del alcance
de metas específicas de una comunidad en un contexto particular. La consecución de este fin
no implica el involucramiento de todos los miembros de la comunidad. Más precisamente, “los
procesos organizativos de la comunidad no involucran a todos sus miembros. Se forman grupos
organizados y liderazgos que afectan el operar” [de estos] (Gonçalves de Freitas y Montero,
2003, p. 180).

La red como organización comunitaria se caracteriza por ser más formal qua una red
natural, pero menos formal que una red profesionalizada. En éste continuo informalidad-
formalidad existen dos peligros. Si la informalidad es constante la red puede transformarse en
un conjunto de relaciones desarticuladas, pero si se cristaliza en demasía puede romper con la
dinámica cotidiana de las relaciones.

La organización de la red requiere involucramiento y compromiso. Los vínculos


afectivos y de filiación muchas veces propulsan la creación de estas redes. Su capacidad y
solidez proviene de la interrelación de todas las partes y del manejo de información equitativa
de modo que todas sus partes sean necesarias pero no imprescindibles. Asimismo, es
importante las relaciones sean recíprocas, retroalimentadas y se basen en la cooperación y
colaboración. Mientras más amplia la red, más resultados producirá su organización.

Red como apoyo social

Los términos de “red social” y “apoyo social” han aparecido juntos de modo sistemático
en la literatura, en títulos tales como el influyente libro de Gottlieb (1981) “redes sociales y
apoyo social”, donde estos dos conceptos se tratan de un modo bastante genérico y tienden a
sobrelaparse. No obstante, estos conceptos no son sinónimos. El estudio del apoyo social no se
encuentra circunscrito al estudio de las redes. El análisis de las redes sociales ha personificado
la aproximación estructural a la evaluación del apoyo social porque enfatiza la descripción de la
composición de una red y al patrón de conexiones entre miembros de la red. Sin embargo, el
concepto de apoyo social puede o no ser trabajado desde una perspectiva red social.

Una red de apoyo social se define como el conjunto de provisiones expresivas o


instrumentales- percibidas o recibidas- proporcionadas por la comunidad, las redes sociales y
las personas de confianza. La expresión tiene que ver con el fin en sí mismo de expresar
emociones, y el instrumental como un medio para conseguir tanto consejo como ayuda material.
El apoyo social es, entonces, solo una de las muchas propiedades que puede definir las
conexiones entre los miembros de una red (Nan, Dean y Ensel, 1986). El concepto de apoyo
social surgió al revisar en los años setenta la literatura que parecía evidenciar una asociación
entre problemas psiquiátricos y variables sociales como desintegración social, movilidad
geográfica o estatus matrimonial. Se detectó que el elemento común de esas variables
situacionales era la ausencia de lazos sociales adecuados o la ruptura de las redes sociales
previamente existentes (Villalba, 1993).

El concepto de apoyo social se conecta con otros conceptos de la psicología


comunitaria, tales como la ecología de los recursos naturales, sentido de comunidad,
prevención, adaptación al estrés de la vida, bienestar e incluso empoderamiento. Es un
concepto que, en definitiva, intenta capturar las transacciones de ayuda que ocurren entre
personas que comparten gastos domésticos, escuelas, barrios, colegios y otros escenarios
(Barrera, 2000). El estudio del apoyo social ha sido influido por tres tradiciones de investigación:

Los estudios epidemiológicos: estos estudios nacen como un modo de comprender las
nuevas relaciones laborales y condiciones de vida que se produjeron por la urbanización
masiva en contexto de revolución industrial. Estos cambios rompen y reformulan las relaciones
sociales, provocando desintegración social y un impacto en el bienestar de las personas y los
sistemas sociales. En consecuencia de esto, los estudios epidemiológicos comienzan a
cuestionar la forma puramente individual de concebir la salud y enfermedad y a vincularla con
los procesos sociales (Herrero, 2004).

Las investigaciones sobre el estrés: Abrieron camino para ligar el estado psicológico de
las personas a sus condiciones ambientales. El estrés se vincula a la respuesta que produce un
organismo ante una situación amenazante en la que sus recursos disponibles no logran hacer
frente a las exigencias del estímulo. Es decir, el estrés se esgrime como una respuesta de
alarma ante una situación de desadaptación del organismo a su entorno. Esta no adaptación a
condiciones ambientales amenazantes se vincularían con la aparición de enfermedad (Herrero,
2004). Dentro de esta rama de estudio es necesario dar cuenta de la enorme influencia que ha
tenido el modelo ecológico de Bonfrenbrener (1979), que aportó la idea de que existe una
constante interacción entre individuo y su ambiente, la cual propulsa un proceso de sistemática
modificación mutua. En otras palabras, entre estos dos sistemas complejos, se establecería una
constante relación de ajuste, de adaptación mutua, y de acomodación, a partir de la cual es
posible el desarrollo de ambos sistemas (Navarro 2004).

Los programas de salud mental comunitaria: Dando por cierta la existencia de elementos
en el entorno que evitan la enfermedad o promueven la salud, estos programas apelan al rol de
la comunidad- en tanto entorno- como contenedor de los recursos necesarios para apoyar
socialmente y así facilitar el éxito de la rehabilitación de pacientes. En concreto, estos recursos
apuntan a la existencia de redes naturales no profesionales de apoyo, las cuales jugarían un rol
fundamental de integración social (Herrero, 2004).

Si bien existe un cierto consenso acerca de la existencia y los beneficios del apoyo
social entre quienes se han dedicado a estudiar este fenómeno, existen diferencias sobre cuál
es el factor decisivo para establecer donde se juega realmente el apoyo social. Entre estas
diferencias se encuentran quienes ponen el énfasis del apoyo social en la información, en el
afecto y en los sistemas de ayuda. El primer énfasis, ligado al apoyo social como información,
considera que el apoyo social es información que el individuo obtiene de sus cercanos, quienes
actuarían como un decodificador de contenido que en ambientes sociales desorganizados suele
ser confuso o inexistente. Cuando el individuo no sabe interpretar las señales que proceden del
entorno o no tiene información suficiente sobre dichas señales, desarrolla un estado que
denominamos enfermedad. El segundo énfasis, si bien acepta la teoría del apoyo social como
información lo restringe solo a aquella información que trasmite afectos positivos, que llevan a la
persona a considerarse querida y le lleva a percibir que es miembro de una red de
comunicación y obligaciones mutuas. Por último el apoyo social como sistemas de ayuda otorga
Iuces sobre la importancia que tiene para la persona crear y mantener entornos sociales
estables que permitan el flujo de esta información. El papel de los sistemas de ayuda es
proporcionar a la persona indicadores e información coherente sobre el contexto más global en
que vive (Herrero, 2004)
II. Dos técnicas de Intervención en Redes: El Sociograma y el Grupo de Apoyo

Análisis de Red: Sociograma o mapa de red social

"La técnica del sociograma consiste en representar gráficamente las relaciones


interpersonales en un grupo de individuos mediante un conjunto de nodos (los individuos)
conectados por una o varias líneas (las relaciones interindividuales)… Las líneas empiezan a
ser relaciones sociales de cualquier tipo y los puntos entidades sociales, que no se identifican
necesariamente con los individuos" (Pizarro, 1990, p.147).

Esta técnica se basa en una serie de supuestos básicos:

“1) las relaciones son recíprocamente asimétricas, diferenciándose en contenido e


intensidad, 2) los miembros de la red se relacionan de manera directa e indirecta y es el
conjunto del contexto estructural el que define una relación específica, 3) las redes creadas por
la estructura de relaciones no son arbitrarias, 4) las relaciones pueden vincular a individuos, así
como a grupos y organizaciones” (Gutiérrez, 2001, p. 67).

Entre los aspectos positivos del sociograma encontramos que muestra la realidad social
de manera más compleja que a como la vemos en la vida cotidiana. Los análisis cotidianos
suelen ser simples y simplistas, cargados de estereotipos y sin mostrar la complejidad que los
acompaña, mientras que en un sociograma podremos apreciar diferentes niveles dependiendo
del punto de referencia. Los elementos que van a ser manejados en el análisis son tipos de
relaciones, agrupación (conjuntos) de relaciones entre sujetos, densidades o discontinuidades
en las relaciones y también diferencias en los contenidos de las relaciones. Como se ve las
categorías como los grupos de edad, género, territorio, etc. aquí no son considerados sino en
función de las relaciones que mantienen, de las redes que forman con otros grupos o
categorías sociales (Gutiérrez, 2001).

Siguiendo el esquema de la investigación-acción participativa que hace Villasante


(1995), el sociograma representa gráficamente las relaciones sociales que están presentes en
un momento determinado, entre un conjunto de actores, con vistas a transformar la situación.
Aquí el sociograma (lo instituyente) se confronta con el organigrama (lo instituido, lo
cristalizado) de manera que puede aportar una perspectiva de lo que está pasando en el
momento presente y por dónde pueden decidir los implicados las propuestas de actuación. En
la intervención comunitaria, es preciso elaborar un mapa de las relaciones existentes, dado que
de lo contrario no sabríamos con quién negociar eficazmente, a quién convocar y con qué
alianzas y conflictos nos vamos a encontrar en el trabajo con la comunidad. Pensando en la
negociación con los colectivos implicados, para construir un programa de actuaciones puede
ser muy útil contar con una herramienta que grafique visualmente las redes en pos de
evidenciar problemáticas y planear soluciones colaborativamente. Por otra parte, el sociograma
nos posibilita realizar tanto una evaluación de situación previa a la intervención como una
evaluación posterior a la misma, con el fin comprobar cómo se han articulado las redes sociales
y, más difícilmente, hasta qué punto ha influido el proceso de intervención en esta
rearticulación. Un mapa de red social en el trabajo psicosocial comunitario permite, entonces,
evidenciar la presencia y la las redes, que tipo de actores son clave en la articulación de una
red y cuáles son sus potenciales de desarrollo (Gonçalves de Freitas y Montero, 2003)

Un modo participativo de utilizar el mapa de red es elaborarlo con los miembros de la


comunidad, en una dinámica grupal. El método consiste en explicarles a los colaboradores "las
reglas del juego" (qué es un sociograma, para qué sirve y cómo se traza), desplegar un papel lo
suficientemente amplio y repartir lápices (si son de diferentes colores habrá más oportunidades
de diferenciar). El facilitador de esta sesión puede situar un punto de referencia- institución,
actor, grupo- y a partir de éste se van tejiendo las relaciones con otros grupos, instituciones o
colectivos de la base social. Una vez puesta en marcha la dinámica, el facilitador no debe
condicionar el desarrollo de la misma, dejando que los participantes modelen la técnica según
sus gustos y necesidades. Entre las reglas del juego ha de indicarse la conveniencia de
reflexionar sobre tres elementos: la referencia acerca de quién o desde dónde se ejerce el
poder, el nivel asociativo y la base social; estos niveles los representaremos por figuras
geométricas o colores distintos (Gutiérrez, 2001).
Figura 1. Elementos del sociograma: Nivel, poder asociativo y base social (Frances, 2013)

La composición puede realizarse en forma de pirámide, con el poder en el vértice y la


base social abajo, aunque esta puede variar. Otra de las sugerencias es que las relaciones
pueden ser de diferentes tipos: simples contactos, relaciones estrechas, fluidas o de conflicto.
Esta práctica conlleva una contrastación inicial del sociograma, puesto que se elabora por
acuerdos o por desacuerdos explícitos (Gutiérrez, 2001).

Figura 2. Ejemplo de sociograma (Frances, 2013).


Ya realizado el sociograma, ¿en qué aspectos debe fijarse su análisis?

La intensidad de las relaciones: ver qué relaciones son dominantes en cada espacio, si
las débiles o las fuertes y esto en una doble dirección, tanto horizontal como verticalmente,
entre pares y entre estratos
La densidad de las relaciones: en un mapa suelen aparecer, como mínimo, un par de
zonas diferenciadas y densamente trabadas internamente. Estas zonas de alta densidad han de
ser objeto de especial atención, tanto en sus características internas como en la relación que
mantienen entre ellas
Observación de los elementos centrales: son los que mantienen relación con numerosos
actores y el contacto entre éstos se mantiene a través del elemento central; sirve como
aglutinador de un espacio densamente relacionado.
Observación de los elementos articuladores: es decir, aquellos que, sin ser
necesariamente centrales, ocupan una posición estratégica (por su actividad, prestigio, por la
coyuntura, etc.) como para unir varios conjuntos o articular la red. La centralidad tiene por lo
tanto dos dimensiones: una es sinónimo del número de contactos que establece un actor, la
otra está en función de la importancia de la posición relativa del actor. Este segundo aspecto
considera la importancia de la mediación a través del actor central, sus cualidades como puente
entre dos subgrupos que, de otra forma, estarían desconectados.
Los conflictos o rupturas en la red: fijándonos dónde se producen interferencias en la
relación entre grupos o entre éstos y la base social y el carácter de esto conflictos.
Los espacios sin relacionar: es decir, aquellos lugares que hipotéticamente habrían de
estar relacionados o en los que el establecimiento de relaciones facilitaría una posible actuación
del proyecto, y en los que sin embargo no se da ningún contacto entre actores.
Las relaciones indirectas: que en un momento determinado puedan aclararnos un flujo
de contactos entre actores no ligados directamente.
Observación de los puentes: esto tiene que ver con el análisis de las “relaciones
débiles”. A pesar de lo remoto de las relaciones entre dos actores, no por ello carecen de
significado a la hora de ser analizadas. Si estas relaciones débiles unen dos sectores que de
otra manera estarían desconectados, los elementos que mantienen este tipo de vínculo reciben
el nombre de puentes y son de gran importancia (Frances, 2013).
Redes como apoyo social: El Grupo de Autoayuda

Un grupo de autoayuda es un foro autogestionado en donde los individuos comparten un


problema o situación similar, expresan emociones y sentimientos, intercambian experiencias y
se brindan apoyo mutuo. En estos se reúnen personas en igualdad de circunstancias para
aprender a manejar el problema que los une y los aqueja (Mendoza y Caro, 1999). Si bien las
problemáticas que abordan los grupos de apoyo son cada vez más diversas, sus principales
usos recaen en el apoyo de personas con algún tipo de dificultad de largo aliento, tales como
enfermedades crónicas, discapacidad y adicciones.

Los grupos de apoyo surgen en Estados Unidos en 1935 a iniciativa de los fundadores
de Alcohólicos Anónimos, en respuesta a una carencia de información y de recursos en la
comunidad. Los sustenta la idea de que gracias a la fuerza que se da al interior de un grupo y
de cada individuo se pueden combatir retos y enfermedades (Orígenes, s/f). La eficacia de un
grupo de autoayuda es precisamente su existencia, la cual es en sí misma una estrategia de
intervención.

En lenguaje más técnico, el grupo de autoayuda es una técnica de intervención


comunitaria que utiliza el trabajo en redes para crear apoyo social. Otorga gran importancia a
las relaciones interpersonales y acentúa la idea de que el individuo crece y madura rodeado de
personas, grupos y/o instituciones cercanas e importantes para él o ella, lo cual afecta
directamente su bienestar psicológico. En este sentido, se aproxima a las teorías de apego
(Kahn y Antonucci, 1981). El grupo de apoyo consiste, entonces, en crear esas relaciones
significativas para personas que no están sintiendo un apoyo social adecuado. Esto en un
contexto social donde los estilos de vida predominantes y los cambios sociales han potenciado
la distorsión de las relaciones interpersonales, la desintegración de los lazos sociales y la
ruptura de las redes naturales de ayuda (Navarro, 2004)

Un grupo de autoayuda se califica como un sistema informal de ayuda, en


contraposición a la ayuda profesionalizada. Como tal, tiene la ventaja de: 1) ser accesible de
manera natural debido a que se basa en las relaciones espontáneas de sus miembros, 2) suele
ser congruente con las normas locales, en tanto existe una convergencia en valores y formas
cotidianas de relación, 3) minimizan los costes económicos y psicológicos, disminuyendo la
percepción de anormalidad de los asistentes (Herrero, 2004).
Comparación entre el grupo de autoayuda y los sistemas de ayuda naturales

A diferencia de los sistemas de ayuda naturales, en el grupo de autoayuda todos sus


miembros comparten un problema común. En estos, las interacciones son intencionadas y sus
actividades son guiadas hacia un objetivo definido, es decir, poseen un grado mayor de
formalización que otros sistemas informales pero son más flexibles en comparación con los
sistemas profesionales institucionalizados. Al igual que los sistemas de apoyo natural, el grupo
de autoayuda no posee ningún apoyo profesional directo. Son los propios miembros los que
mantienen el control del grupo. Por lo tanto, su funcionamiento es autónomo (Herrero, 2004).

Existen algunos resguardos que permiten separar al grupo de autoayuda de un grupo


nocivo para la persona como lo sería, por ejemplo, una secta. Entre ellos podemos encontrar: 1)
que la identidad y filiación de los miembros no son relevantes ni exigibles. Esto reduce la
posibilidad de captación, 2) las reuniones se articulan de modo flexible y no existe
obligatoriedad de la asistencia aunque se recomienda, 3) El grupo tiende a variar en cuanto al
número de asistentes y a diferentes las personas en cada sesión, 4) Se limita la aportación
económica que cada uno de los miembros puede donar con el fin de evitar el desequilibrio de
poder entre quienes aportan más y quienes aportan menos, 5) Las sesiones son de libre acceso
con el fin de mantenerse siempre abiertos que otros miembros se sumen o conozcan la
iniciativa (Herrero, 2004).

Con respecto a la operacionalización del grupo de autoayuda existe una libertad grande
de acción. Sin embargo, existen ciertas recomendaciones para fomentar que éste funcione de
la manera más óptima posible.

Generar un ambiente, seguro, predecible, de confianza y de respeto


Aclarar que el grupo no juzga ni critica; Que se respeta la privacidad y confidencialidad.
Es muy importante que todos los asistentes participen pero sin forzar a quienes no se
atreven a hablar al principio. Hay que darles confianza para que lo hagan.
Se recomienda que se acuerde la hora en que se llevarán a cabo las siguientes reuniones y
que dicha hora sea fija.
Establecer los tiempos de participación de cada integrante con el fin de que nadie
monopolice el uso de la palabra. No obstante, hay que tener en cuenta que los integrantes
compartirán relatos íntimos y se sentirán emocionalmente expuestos al hacerlo, por lo que hay
que lograr que cada intervención fluya con soltura, aun evitando lo primero.
Fomentar la propia reflexión y el conocimiento del problema
Previo a que los participantes asistan a una sesión del grupo de autoayuda, es conveniente
que el interesado y/o la familia tengan una sesión de información donde consulten todas sus
dudas respecto a la discapacidad, reto o enfermedad.

Es conveniente contar con folletos informativos para ser repartidos de manera gratuita,
artículos sobre el tema, así como libros básicos que los participantes pueden intercambiar o
comprar.

Después de cada participación es importante retroalimentar ésta, ya sea por parte del
facilitador(a) o por alguno de los participantes.

Formar y/o activar redes

Hacer una lista de asistencia con algún contacto de los asistentes para poder ubicarlos en
posteriores convocatorias y reuniones.

La experiencia de algunos grupos dan cuenta de que ofrecer café, galletas o refrescos al
final de las reuniones facilita la apertura de sentimientos de los integrantes y que se conozcan
entre ellos. Esto implica una organización especial tal como contar con un fondo común para la
compra y también para la distribución y limpieza.

El grupo de autoayuda despierta la conciencia en relación con la creación de servicios


específicos o conexión con otros centros asociados, por ejemplo, un Centro de Rehabilitación; o
bien, llevar a cabo actividades tales como coloquios, congresos, jornadas, campañas de
sensibilización a una escala mayor que el grupo. También pueden contribuir con ideas para
generar políticas públicas adecuadas y universalizar derechos (Mendoza y Caro, 1999).

III. Discusión

Esta revisión ha pretendido sistematizar las principales nociones conceptuales


asociadas al concepto de red social, las cuales actúan como los fundamentos de la intervención
en red. Además, se han detallado dos técnicas de intervención en red: El mapa de red o
sociograma y el grupo de autoayuda. La elección de estas técnicas pretende reflejar la amplitud
del espectro que puede llegar abarcar la intervención en red, y lo distintas que estas pueden ser
entre si aunque respondan a un una idea de interacción individuo/sociedad similar. A
continuación se discutirá acerca del valor y límite cada una de estas técnicas pensando en su
posible aplicación en nuestro contexto país.
El sociograma nos entrega una visión global de la estructura de la comunidad. Se
caracteriza por ser de fácil aplicación y por poder utilizarse en diferentes contextos comunitarios
y en diversos temas de trabajo. Puede ser aplicado, entre otros temas, en el trabajo en
problemas de convivencia, rupturas de confianza entre grupos, problemas en la distribución del
poder, los recursos y la información en las redes comunitarias. Se configura como un soporte
material de interacciones intangibles, posibilitando la reflexión sobre las mismas por parte de la
comunidad y de quienes intervienen.
Entre los límites de la técnica del sociograma encontramos que, dado que esta que se
propone dar cuenta de la estructura de la red, no es efectivo para representar el dinamismo y el
cambio de esta en el tiempo y el espacio. En otras palabras, los procesos caen a un segundo
plano. Por otra parte, si bien el sociograma nos permite visualizar la naturaleza de las
relaciones entre nodos, no nos dice nada acerca de las causas ni los motivos de esas
interacciones. Es necesario, entonces, complementar la utilización de esta técnica con otra que
nos permita abarcar los puntos ciegos de complejidad que el mapa de red social no cubre.
Por su parte, el grupo de autoayuda resulta ser un ejemplo de organización de redes
comunitarias debido a que en este no media un agente interventor externo. Vemos como los
grupos con un problema común se hacen cargo de este de modo bastante efectivo y
satisfactorio para ellos. No obstante, es importante hacer hincapié en las limitaciones que posee
un grupo de autoayuda: no puede resolver todos los problemas, ni puede reemplazar los
servicios de los profesionales de la salud. Un grupo de autoayuda no siempre es útil para
algunas personas pues se sienten incómodas compartiendo sus sentimientos personales con
los demás. También es importante saber que los grupos de autoayuda no son grupos de
psicoterapia y no la reemplaza. Hay personas que tienen la necesidad de un apoyo extra, de
preferencia con un profesional que conozca la discapacidad, reto o enfermedad que viven de
manera profunda. Asimismo, es necesario entender que si bien este tipo de agrupaciones
puede resultar una experiencia positiva y enriquecedora para sus miembros, generalmente se
configuran como una reacción ante una necesidad no cubierta por otros sistemas de ayuda, en
específico no cubierto por la política pública. Desde una perspectiva de aseguramiento de
derechos (Rapaport, 1981), es relevante considerar entonces que los grupos de autoayuda
deben ser un apoyo extra al soporte que otorga el servicio público y no al revés. De este modo,
estas problemáticas no solo beneficiarían a un grupo acotado de personas sino que a todos
quienes la padezcan.
IV. Referencias

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