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Nyarai, la Segadora

Dio un paso hacia delante, la hojarasca crujió bajo la suela desgastada de sus
botas. A unos cien metros el horizonte hallaba la muerte a manos de troncos
marrones y verdes allá donde estaban cuajados de musco y hiedra. Haber llegado
hasta allí con la cabeza sobre los hombros podía considerarse todo un hito, y
Nyarai estaba a punto de cometer lo más parecido al suicidio que cualquiera de
su casta conocía.

*****

“Renunciarás a tus colores y tu orgullo, agacharás la cabeza. Esa es tu misión, Zoraida.


Tu destino”. Se esforzaba en recordar cada frase, arrastrando los pies por el fango tibio
de la selva, atestado de mosquitos grandes como puños. “Tu destino” palabras de una
sabia que podrían a prueba la fe y el fervor del corredor más entregado. Esa era la
mejor forma de servir al colectivo.

Lo peor del trayecto había quedado atrás. Las extrañas tierras de la


discordancia habían dado paso a espacios vastos, valles pardos de árboles talados por
los jodidos africanos. La caravana avanzaba a paso lento, arrastrando a sus escalvos;
una amalgama de jehamedanos, apocalípticos y otros desgraciados de los clanes que
compartían el camino a Gibraltar. ¿Corredores? Ser esclavo era un destino demasiado
bueno para un corredor. Si había una peste peor que la de aquel puñado de reos
hediondos era la de las cabezas que colgaban de los quads. Estarían corruptas antes
de pisar Al-Andalus, pero una vez decorasen la periferia de la ciudad, poco importaba.
Zoraida no soportaba la visión, todos eran rostros conocidos.

Venderla, ese era el plan. Buscar un neolibio con unos dinares de sobra que
quisiera pagar por una muchacha con los brazos fuertes, casi todos los dientes y no
muy fue, pero su destino la llevó a Sevilla. Ciudad de contrastes, como fue en otros
tiempos, parapeto de frontera, dónde siempre había tensión en el aire. Lugar de
residencia de su captor, Odhiambo. El Simba tenía grandes ambiciones y un hermano,
Yaqoob, oriundos de Córdoba. Eran tres hilos que se tejían en el tapiz del sino.

*****

Dentro del bosque la techumbre vegetal devoraba la luz. Ver a través de la


máscara de hueso era un reto, pero se negaba a presentarse allí con el rostro
desnudo. Caminó, adentrándose en el follaje con el silencio de la misma muerte.
Un ulular le aceleró el pulso. La anubiana giró sobre sus tobillos demasiado
tarde. Reclamada por la gravedad y un dolor palpitante en la nuca, dio de bruces
contra el suelo.

—Esperad.

Una única palabra antes de caer rendida con el segundo golpe. Cayó de
cara, no llegó a distinguir si crujieron los huesos de la máscara o los de su propio
cráneo. Debería haberlo sabido: los corredores disparan primero, y si sobrevives,
preguntan después.

En la negra espesura de la inconsciencia recordó a su padre. La había


guiado por las insondables sendas de Anubis desde que fuera marcada por el
dedo a la precoz edad de cinco años. Tres años atrás había emprendido su viaje,
más allá del penúltimo círculo. Si la mataban ahora jamás volverían a encontrarse.
Y si esto salía mal… Yaqoob sería lo único que quedaría en el mundo para ella.
Mientras la ataban con correas a intrincados sistemas de poleas, el rostro de su
madre se colaba en caras ajenas. Llevaban sus colores, olían como ella, marcando
las palabras al ritmo de las nanas que la acunaban por las noches cuando era una
niña. Zoraida la había enseñado a amar la tierra y honrar la patria, a cualquier
precio. Le había dado alma de corredor después de escaparse con, y gracias a,
Yaqoob de las tierras Africanas cuando ella era apenas una niña. Por eso la
habían matado, seis meses atrás, cuando Odhiambo las había encontrado.

Alzaron en volandas su cuerpo pequeño y duro. La arrastraban hasta su


madriguera sin perturbar el sonido del bosque, formando parte de él. Parecía
menuda y más pequeña, con dieciséis años había conocido el destierro, el dolor y
saboreaba su sed de venganza con cada trago. Estaba ya en las alturas, pero
estaba lejos de encontrarse a salvo cuando la posaron sobre las tablillas de la
plataforma. Cuando despertó estaba cayendo la noche. Reposaba en una choza
oscura que olía a humedad y madera, maniatada y desprovista de todos sus
enseres.

La luz naranja del atardecer le apuñaló la retina cuando una mano abrió la
portezuela. Al internar hablar su lengua se enredó con la mordaza.

—Está despierta. Avisad al intercesor.

No mediaban palabra con los africanos, eso lo sabía bien, así que dejó que
la arrastraran por las pasarelas y puentes colgantes sin oponer resistencia. Ella
conocía sus secretos, pero ellos no tenían la menor idea de sus intenciones. Fue
arrojada a los pies de un hombre, ataviado con unas botas sucias y la sonrisa más
juiciosa que habían contemplado sus ojos pardos. Las palabras se le atropellaban,
intentando encontrar el mejor discurso. No esperaba llegar viva hasta allí, y ahora
no le salían las palabras.
—Bienvenida.

No fue la voz del hombre la que se alzó en el tenso silencio que ocupaba el
círculo de corredores que la habían rodeado. Tenía los ojos tan violetas como el
cielo que asomaba entre las ramas más altas, allá arriba, en la cima del mundo,
donde se escondían los corredores. En la mano le daba vueltas a su máscara,
rota por la mitad. Acuclillada a su lado, la visión de una sabia le arrebató el
aliento.

—Te estábamos esperando, Nyarai.

*****

Datos de Interés
Nyarai lleva cinco años colaborando activamente con el colectivo de los corredores. Posee gran parte de su
cultura debido a su herencia materna, pero no suele participar de ella por su condición de Anubiana. Antes
de que su rostro y su nombre se hicieran conocidos entre las filas africanas, bajaba a zonas del sur en
solitario para contactar con otros anubianos. Actualmente es hoz.

Participa en las redadas y asaltos contra los africanos, defendiendo la frontera. Ve la muerte como lo que es,
un mandato divino, y presta su hoja a los designios de Anubis, disipando con ella las ondas de la vida. En el
frente africano es conocida por su ferocidad y número de bajas, los corredores la apodaron Nyarai la
Segadora.

A pesar de su religión, profundamente profana en el mundo corredor, es una entregada a la causa de


Hibrispania y los corredores.

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