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Dio un paso hacia delante, la hojarasca crujió bajo la suela desgastada de sus
botas. A unos cien metros el horizonte hallaba la muerte a manos de troncos
marrones y verdes allá donde estaban cuajados de musco y hiedra. Haber llegado
hasta allí con la cabeza sobre los hombros podía considerarse todo un hito, y
Nyarai estaba a punto de cometer lo más parecido al suicidio que cualquiera de
su casta conocía.
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Venderla, ese era el plan. Buscar un neolibio con unos dinares de sobra que
quisiera pagar por una muchacha con los brazos fuertes, casi todos los dientes y no
muy fue, pero su destino la llevó a Sevilla. Ciudad de contrastes, como fue en otros
tiempos, parapeto de frontera, dónde siempre había tensión en el aire. Lugar de
residencia de su captor, Odhiambo. El Simba tenía grandes ambiciones y un hermano,
Yaqoob, oriundos de Córdoba. Eran tres hilos que se tejían en el tapiz del sino.
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—Esperad.
Una única palabra antes de caer rendida con el segundo golpe. Cayó de
cara, no llegó a distinguir si crujieron los huesos de la máscara o los de su propio
cráneo. Debería haberlo sabido: los corredores disparan primero, y si sobrevives,
preguntan después.
La luz naranja del atardecer le apuñaló la retina cuando una mano abrió la
portezuela. Al internar hablar su lengua se enredó con la mordaza.
No mediaban palabra con los africanos, eso lo sabía bien, así que dejó que
la arrastraran por las pasarelas y puentes colgantes sin oponer resistencia. Ella
conocía sus secretos, pero ellos no tenían la menor idea de sus intenciones. Fue
arrojada a los pies de un hombre, ataviado con unas botas sucias y la sonrisa más
juiciosa que habían contemplado sus ojos pardos. Las palabras se le atropellaban,
intentando encontrar el mejor discurso. No esperaba llegar viva hasta allí, y ahora
no le salían las palabras.
—Bienvenida.
No fue la voz del hombre la que se alzó en el tenso silencio que ocupaba el
círculo de corredores que la habían rodeado. Tenía los ojos tan violetas como el
cielo que asomaba entre las ramas más altas, allá arriba, en la cima del mundo,
donde se escondían los corredores. En la mano le daba vueltas a su máscara,
rota por la mitad. Acuclillada a su lado, la visión de una sabia le arrebató el
aliento.
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Datos de Interés
Nyarai lleva cinco años colaborando activamente con el colectivo de los corredores. Posee gran parte de su
cultura debido a su herencia materna, pero no suele participar de ella por su condición de Anubiana. Antes
de que su rostro y su nombre se hicieran conocidos entre las filas africanas, bajaba a zonas del sur en
solitario para contactar con otros anubianos. Actualmente es hoz.
Participa en las redadas y asaltos contra los africanos, defendiendo la frontera. Ve la muerte como lo que es,
un mandato divino, y presta su hoja a los designios de Anubis, disipando con ella las ondas de la vida. En el
frente africano es conocida por su ferocidad y número de bajas, los corredores la apodaron Nyarai la
Segadora.