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FELIX LUNA SOY ROCA EDITORIAL SUDAMERICANA © BUENOS AIRES. I Usted me pregunta qué sont{ en aquel momento. Que yo recuerde, nada. Sf: penséndolo bien, mi mayor preocupacion durante la ceremonia radicé en mis botas nuevas, que me apretaban horriblemente. . . Es que la ambicion es un extrafio sentimiento: nos llena de ansiedad cuando su objetivo esta lejano pero a medida que se acerca disminuye su intensidad y, cuando se cumple aquello que tanto se sofid, uno ya esta ‘como indiferente y ajeno. De todas maneras fue un aeto digno y solemne. Yo me encontraba en la casa de Diego de Alvear, en la calle del Vein- tieinco de Mayo. Acompafiado por mi vicepresidente y un nutrido grupo de amigos me dirigi, poco después del medio- dia de ese martes 12 de octubre, hacia el Congreso. Habia bastante gonte en la plaza, desde el jardin de la Casa'de Go- biemo hasta la Recova, y no hubo gritos hostiles ni sefial al- guna de malquerencia por parte del piiblieo, Fuerzas militares me rindieron honores y tuve el placer de saber que al frente de ellas se encontraban mis viejos centuriones, Donovan, Ra- ‘codo, Fotheringham, Levalle, Viejobueno: este era también su triunfo, Presté el juramento constitucional y me senté para leer el mensaje que yo mismo habfa escrito; algunos de mis predecesores habfan dicho de pie su discurso inaugural, pero yo tengo concisncia de que no soy buen orador. . . y ademas las botas me torturaban, de modo que tomé asiento al lado de Del Valle, presidente del cuerpo. Algin diario sefial6 en su erénica que mi tono fue un tanto monocorde y que sélo ad- quirié una vibracién més neta cuando dije: Lo declaro bien alto desde este elevado asiento, para que me oiga la Repiblica entera: emplearé todos los resortes y facultades que la Constitucién ha puesto en manos del Bje- ‘cutivo Nacional, para evitar, sofocar y reprimir cualquier ten- ‘tativa contra ls paz piiblina. En cualquier punto del territorio argentino en que se levante un brazo fratricida o en que esta- lle un movimiento subversivo contra la autoridad constituida, alli estar todo el poder de la Nacion para reprimirlo. 186 FELIX LUNA Mi mensaje se desarroll6 sobre el siguiente argumento: ha concluido el perfodo de la inestabilidad y ahora empieza una etapa de “Paz y Administracién”. Hablé del “imperium de la Nacién establecido para siempre después de sesenta afios de lucha sobre el imperium de provincia” y afirmé que “en adelante, libres ya de estas preocupaciones y de las conmocio- nes internas que a cada momento ponian en peligro todo, hhasta la integridad de la Repiblica”, el gobierno podria consa- wrarse a la tarea de la administracin y a las labores fecundas de ta paz, Rend un homenaje al Bjército, “modelo por su ab- negacion, sufrido en las fatigas, valiente én el combate, leal y fiel a su bandera”, al que habia que dotar de leyes ‘para evi ‘ar el peligro de! militarismo, que es Ia supresion de la liber- tad” y para desarrollar su fuerza en prevision de que los dere- chos de la Patria estuvieran en peligro. También me referi a las vias de comunicacién y me comprometi a que en tres afios pudieran saludarse “con el silbato de la locomotora” a “los pueblos de San Juan y de Mendoza, la regién de la vid y el olivo, de Salta y Jujuy, la regién del café, del azticar y demas productos tropicales, dejando ademas de par en par abiertas las puertas al comercio de Bolivia, que nos traerd los metales de sus ricas e inagotables minas”.’ Anuncié que continuarfan las operaciones militares en el Sur y en el Norte “hasta com- pletar el sometimiento de los indios de la Patagonia y del Chaco. . . a fin de que no haya un solo palmo de tierra argen- tina que no se halle bajo la jurisdicci6n de las leyes de la Nacién”, En otra parte de mi mensaje afirmé: “Somos la traza de ‘una gran nacién, destinada a ejercer una poderosa influencia en la civilizacton de la América y del mundo”, pero para ello necesitabamos “paz duradera, orden estable y libertad per- manente”. Fue entonces cuando eché el parrafo sobre la ine- xorable accion que ejercerfa frente a cualquier intento contra la autoridad nacional, y cuando los legisladores y el piblico me aplaudieron con més entusiasmo. La ceremonia se complet en Ia Casa de Gobierno, don- de Avellaneda me entreg6 el bastion de mando y cifié mi uni- forme con la banda presidencial. Yo le dirigf entonces unas palabras de encomio a su accién gubemativa relatando sus lo- G00 mée importantes, aunque dos de las realizaciones que mencioné —el “ensanchamiento de los dominios de la Nacién or la supresién de la pampa salvaje” y ‘la liquidacién de los titimos obstaculos que se oponfan a in organizacion definiti- SOY ROCA 187 va de la Repablica” se debjan a mi propia accidn més que a la de Avellaneda. Pero habia que ser generoso en ese momento y el presidente saliente acept6 encantado mis elogios. En ‘cambio, fui mey sincero cuando al terminar mis palabras me comprometi a entregar a mi sucesor, integro e incdlume, el depésito que recibfa de sus manos, “y hago votos porque asi pase de presidente en presidente hasta la consumacion de los siglos”’ ne "Después, los incontables saludos de conocidos y desco- nocidos. Ahora yo era el que mandaba y tenia que ponerme a trabajar, En una manifestacién de modestia absolutamente falsa, yo habia dicho en mi mensaje que tenfa ‘mucha desconfian- za en mis propias fuerzas”. No era as{. Me sabia inteligente, sano, activo, conocedor del pas y de sus hombres, y tenia en claro los problemas que debfa afrontar. Pero necesitaba rodearme de un elenco muy por lo alto, para demostrar que habia superado todo sectarismo y que mi deseo era gobernar ccon los mejores. Y asf fue, me parece. Por mi gabinete pase- ron las personalidades més eapaces y experimentadas con que contaba la Republica, salvo Mitre, y nadie pudo decir que en la seleccion de mis colaboradores prevalecio una preocupacion partidista 0 el deseo de rodearme de gente sumisa, Los mas ilustres fueron, sin duda, don Bernardo de Irigoyen y el gene- ral doctor Benjamin Victoria. E] primero tenfa 60 afios cuando asumié el ministerio de Relaciones Ex:eriores y se puede decir que no desconocia ningiin asunto importante que hubiera ocurtido en el pais desde la época de Rosas, Los mitristas no le perdonaban ha- ber estado al servicio del Tirano en su juventud, pero se lo viera por donde se lo viese, don Bernardo era un hombre irre- prochable. Hablar con él era aprender siempre algo interesan- te y divertido, porque lo alumbraba una malicia intema nun- ca destructiva, un humorismo que lo colocaba por encima de toda mezquindad, Victorica, por su parte, diez afios menor que don Bemardo, era un conocedor profundo de los temas mas diversos; jhasta de cdnones eclesidsticos sabia! Yerno de Urauiza, también él eargaba antecedentes federales y, al igual que don Bernardo, habia tenido que ver en todos los episo: dios importantes de las filtimas tres décadas. Irigoyen y Vie- torica fueron consejeros insustituibles y fuentes permanentes

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