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El desmadre de

FuerzaPopular
13 enero, 2019
Diario UNO

No era un partido. Carecía de ideología, de principios programáticos, de


estructura formal, de dirigentes elegidos por sus bases.

Es claro que Fuerza Popular no es un partido político. No lo fue antes, y


tampoco lo es ahora. Es simplemente una estructura en proceso acelerado de
descomposición, que arroja a diestra y siniestra todas sus vaguedades e
imperfecciones.

Si quisiéramos aludir al proceso de gestación de lo que hoy se desmorona,


tendríamos que recordar brevemente lo que fue “Cambio 90”, la organización
que llevó al gobierno a Alberto Fujimori en la última década del siglo pasado.

No fue tampoco propiamente un partido, sino un pequeño núcleo de


entusiastas que decidió jugar al azar para ver si obtenía algo en los comicios
de ese año.

Fueron factores extraños los que incidieron en esa circunstancia. Ellos


determinaron los hechos que no respondieron ni a los méritos del grupo ni a las
calidades del candidato propuesto.

EL ORIGEN
Para que surgiera Cambio 90 fue indispensable una suma precaria: el interés
del entonces rector de la Universidad Agraria empeñado en incursionar en “la
política” para ser senador; y el entusiasmo de Víctor Homma¸ que buscó un
caudillo y se rodeó de amigos.

Obtenida la victoria, el 4 de junio del 90 y luego de su viaje a la aldea de


Kunanmoto, Alberto Fujimori dio un puntapié en el fundillo a Homma y acabó
con “el partido”. En su lugar fue ubicado Andrés Reggiardo, que nunca fue
dirigente de entidad alguna, sino apenas incondicional del “chinito de la yuca”.

Con Reggiardo esa nave se desplazó al garete por aguas procelosas,


integrando lo que peyorativamente se dio por llamar “los no sé quién y los no
sé cuántos” cuando se aludía a la numerosa –aunque casi anónima- “bancada
parlamentaria” del gobierno de entonces. Esa nave naufragó el 5 de abril del
92, con el cierre del Poder Legislativo.

INCONDICIONALIDAD
Para los comicios del CCD y las contiendas electorales sucesivas, Fujimori no
organizó partido alguno. Mudando de membrete, fue alumbrando estructuras
selectas de incondicionales a las que irradió calor con los recursos del poder y
el apoyo interesado de los grandes empresarios y de la “prensa grande”.
Estas fuerzas anudaron un “acuerdo” que les permitió detentar el poder, a partir
de un mensaje directo: Nosotros gobernamos; el pueblo, trabaja.

Con una táctica simulada, y orientada a engañar multitudes, Fujimori logró


borrar de la cabeza de la gente las ideas políticas. Laura Bozzo y Magaly
Medina trasmitieron contenidos, alimentados por la prensa chicha y la TV
basura; gracias a los asesores del Doc y los recursos del SIN.

Así se alentó la incondicionalidad que caracterizara a los fujimoristas de ese


tiempo. Pero era esa una incondicionalidad interesada, precaria y en el fondo
falsa. Podía reflejarse en el proverbio etíope: “Cuando pasa el Gran Señor, el
sabio campesino se inclina profundamente ante él, y en silencio se tira un
pedo”.

LA PRIMERA CAÍDA
A la caída del régimen de Fujimori, esa organización se vino abajo y cayó como
era; apenas un castillo de arena. Por eso costó tiempo, y dinero, reconstruirla y
proyectarla como alternativa de gobierno y de poder.

Eso fue posible porque la clase dominante se dio cuenta que no contaba con
una estructura propia ni confiable. El APRA –luego del fracaso de García en su
primer mandato- no era “garantía”; y los otros segmentos de la sociedad,
estaban dispersos y desorganizados. Incluso, la Izquierda -ya dividida por
intereses de corte electoral- había abandonado virtualmente la pelea.

Keiko Fujimori fue la encargada de “cargar con el muerto”. Pero no lo hizo sola.
Contó con el apoyo de la “vieja guardia”, es decir, con el apoyo de los
incondicionales del padre que se habían enriquecido en la “década dantesca” –
como se llamó a ese periodo- pero que, además, contaban ya con poderosos
nexos con el empresariado local y el gran capital.

Al comienzo mantuvieron la idea de no formar partido, pero cuando percibieron


que podía retornar a las esferas del poder, finalmente optaron por crear
“Fuerza Popular”.

SIN IDEOLOGÍA NI PRINCIPIOS


No era un partido, claro. Carecía de ideología, de principios programáticos, de
estructura formal, de dirigentes elegidos por sus bases. Y es que Keiko y los
suyos no las tenían todas consigo. Les era más prudente combinar formas
supuestamente democráticas con procedimientos autoritarios.

Y rodearse, al mismo tiempo, de un anillo de incondicionales y establecer un


mandato vertical que funcionara con eficacia. Fue esa la tarea que, en su
momento, cumplieron Jaime Yoshiyama, Martha Chávez, Pierre Figari, Anna
Herz y algunos más. Ellos eran “los líderes”, los que asignaban las tareas y
daban las órdenes. El resto, en distintos niveles, estaba llamado a cumplir.

Para que esto funcionara, se ideó un mecanismo que resultó formalmente


exitoso un par de años: La organización partidista era muy pequeña y, por lo
tanto, fácilmente controlable; Fuerza Popular era “más amplia” y estaba
integrada por gente que llegó a sus filas porque ofrecía y buscaba. Tenía “algo”
que dar, en efecto, pero buscaba más: ganancias, beneficios, provecho.

Eso explica la composición de la “bancada parlamentaria” –la expresión del


“poder” del keikismo: la mayoría eran “invitados”, es decir, ni militantes ni
dirigentes del “partido”. Esa estructura -el partido- era una suerte de “línea de
flotación”. La dirigían los “selectos”, es decir, los amigos de Keiko, sus artífices
e incondicionales.

Y SE ACABÓ
Grandes empresas –como Yanacocha- financiaron las campañas de 28
congresistas. Y eso fue público. Y Odebrecht aportó lo suyo para asegurar lo
indispensable. Pero el “partido”, contó con el apoyo de la clase dominante que
había decidido ya que Keiko fuera presidente y que contara con una “mayoría
parlamentaria” holgada y solvente.

Por eso, aunque FP obtuvo solo el 23% de votos en el plano parlamentario, le


adjudicó 73 congresistas, de un total de 130. Lo que ocurrió fue que
verdaderamente, ellos sí “borrachitos de poder” se dedicaron a disfrutar de la
victoria y obtener nuevos beneficios.

Cuando eso se acabó –con la prisión de Keiko y las “confesiones” de los


“colaboradores” de la Fiscalía- se desgranó el choclo. Ahora los fujimoristas
podrían cantar la ranchera: “Ya se cayó el arbolito / donde dormía el Pavo Real
/ Ahora dormirá en el suelo / como cualquier animal”

ALGO MÁS
El tiro, en la línea de flotación de ese barco, fue certero. ¿Volverá al escenario?
Puede ser. Como dijo Bertold Brecht, “el vientre del monstruo, es vientre
fecundo”. Podrá parir otra vez. Hay que estar alerta, entonces.

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