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ROMANCES MEDIEVALES

Blancaflor y Filomena

Está la pobre viuda A la salida del pueblo


entre el amor y la guerra se puso a remenecerla.
con sus dos hijas queridas, — Estate quieto, Tranquilo,
Blancaflor y Filomena. que el demonio a ti te tienta.
Pasa por allí Tranquilo, — Que me tiente o no me tiente
se enamora de una de ellas. quiero gozar tu belleza.
— ¿Quiere usted que yo me case La ha bajado del caballo,
con su hija Filomena? hizo lo que quiso de ella,
— Cásate con Blancaflor y para que no gritase
que es mayor y te respeta. le ha despuntado la lengua.
Se casó con Blancaflor A los gritos que ella daba
no olvidando a Filomena. un pastorcillo se acerca.
Pasó por allí Tranquilo. — ¿Qué te pasó, niña hermosa,
— ¿Qué haces por estas tierras? qué te pasó Filomena?
— ¿Cómo queda Blancaflor? A señas o como pudo
— Blancaflor ha «quedao» buena, papel y pluma pidió,
«embarazá» de seis meses, y con sangre de su lengua
que eso es lo que usted desea, una carta allí escribió.
pero me ha encargado mucho — Echa esta carta al correo
que me lleve a Filomena, que la reciba mi madre,
para a la hora de su parto que se entere de la afrenta
tenerla en su cabecera. que ha cometido el infame.
La visten de azul y blanco — Toma criada este niño
que parecía una estrella. y guísalo en la caldera,
Él se sube en el caballo «pa» cuando venga Tranquilo
y ella se subió en la yegua. que se lo pongan de cena.
— Adiós, madre de mi alma, Está cenando Tranquilo.
tú, mi madre, me destierras. — ¡Ay, q buena está esta cena!
— No te destierro, hija mía, — Más dulces son los abrazos
que tu cuñado te lleva. de mi hermana Filomena.

1
Las señas del esposo Romance de Delgadina

-“Caballero de lejas tierras, Un rey tenía tres hijas


llegáos acá y paréis, todas tres como la plata;
hinquedes la lanza en tierra, la más chiquita de ellas
vuestro caballo arrendéis. Delgadina se llamaba.
Preguntaros he por nuevas Un día estando comiendo
si mi esposo conocéis”. su rey padre la miraba:
-“Vuestro marido, señora, -“Hija mía, Delgadina,
decid ¿de qué señas es?” tú has de ser mi enamorada”
-“Mi marido es mozo y blanco, -“No permita Dios del cielo
gentil hombre y bien cortés, ni la virgen soberana,
muy gran jugador de tablas que yo sea esposa suya,
y también del ajedrez, madrastra de mis hermanas”
en el pomo de su espada -“¡Pronto, pronto, mis criados,
armas trae de un marqués, a Delgadina encerradla
y un ropón de brocado y si os pide de comer,
y de carmesí al envés; dadle la carne salada;
cabe el fierro de la lanza y si os pide de beber,
trae un pendón portugués, dadle la hiel de retama!”
que ganó en unas justas Un día de gran calor
a un valiente francés”. se asomara a una ventana;
-“Por esas señas, señora, desde allí vio a sus hermanas
tu marido muerto es; bordando paños de holanda:
en Valencia le mataron, -“¡Hermanas, por compasión,
en casa de un ginovés, dadme un poquito de agua,
sobre el juego de las tablas que el corazón tengo seco
lo matara un milanés. y a Dios entrego mi alma!”
Muchas damas lo lloraban, -“Yo te la diera, mi vida,
caballeros con arnés, yo te la diera, mi alma,
sobre todo lo lloraba mas si padre rey lo sabe
nos ha de matar a entrambas”.
la hija del ginovés;
A la mañana siguiente,
todos dicen a una voz
asomose a la ventana
que su enamorada es;
por la que vio a sus hermanos,
si habéis de tomar amores,
jugando al juego de cañas:
por otro a mí no dejéis”.
-“¡Hermanos, por compasión,
-“No me lo mandéis, señor,
dadme un poquito de agua,
señor, no me lo mandéis,
que el corazón tengo seco
que antes que eso hiciese,
y a Dios entrego mi alma!”
señor, monja me veréis”.
-“Por Dios, hermana querida,
-“No os metáis monja, señora,
no te daremos el agua;
pues que hacerlo no podéis,
si el rey, mi padre lo sabe,
que vuestro marido amado
la cabeza nos cortará”.
delante de vos lo tenéis”.
Al otro día, apenas pudo
llegar hasta la ventana
En Morillo Caballero, Manuel Romancero viejo, Madrid: por la que ha visto a su madre
Ediciones Isla del Gallo, 2005. en silla de oro sentada:
-“¡Madre mía, por compasión

2
deme un poquito de agua aquel que llegue el primero
que el corazón tengo seco la corona le plantara
y a Dios entrego mi alma!” y aquel que llegue el postrero,
-“¡Quita de ahí, Delgadina, la cabeza le cortara.
quítate de ahí, malvada, Todos llegaron a un tiempo:
que ya va para siete años Delgadina ya expiraba.
que tú me haces malcasada!”
Delgadina, con gran sed, En Morillo Caballero, Manuel Romancero viejo, Madrid:
se asomaba a otra ventana Ediciones Isla del Gallo, 2005.
y vio entrar a su padre,
con los otros en compaña:
-“¡Por Dios le pido, buen rey,
por Dios un poco de agua,
que el corazón me la pide
y la vida se me acaba!”
-“¡Alto, alto, caballeros,
a Delgadina traed agua!”
unos con jarros de oro,
otros con jarros de plata,

Romance del Enamorado y la Muerte

Un sueño soñaba anoche soñito del alma mía,


soñaba con mis amores, que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca, muy más que la nieve fría.
—¿Por dónde has entrado, amor? ¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas, ventanas y celosías.
—No soy el amor, amante: la Muerte que Dios te envía.
—¡Ay, Muerte tan rigurosa, déjame vivir un día!
—Un día no puede ser, una hora tienes de vida.
Muy deprisa se calzaba, más deprisa se vestía;
ya se va para la calle, en donde su amor vivía.
—¡Ábreme la puerta, blanca, ábreme la puerta, niña!
—¿Cómo te podré yo abrir si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio, mi madre no está dormida.
—Si no me abres esta noche, ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando, junto a ti vida sería.
—Vete bajo la ventana donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare, mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe; la muerte que allí venía:
—Vamos, el enamorado, que la hora ya está cumplida.

En Morillo Caballero, Manuel Romancero viejo, Madrid: Ediciones Isla del Gallo, 2005.

3
Infanta preñada

Estaba doña Blanca sirviendo a la mesa a su padre,


con la falda levantada y hacia adelante la panza.
¿Qué tienes tú, doña Blanca? De color estás mudada.
Esto fue una jarra de agua que bebí de madrugada.
Manda el rey llamar los médicos que vivían en la ciudad
y todos ellos dijeron: Doña Blanca está preñada.
Hombres de Dios, no mintáis no mintáis por caridad;
esto fue una jarra de agua que bebí de madrugada.
También vienen las parteras corriendo a la real llamada
y todas ellas responden: Doña Blanca está preñada.
Parteras, no mintáis, no, no mintáis por caridad;
esto fue una jarra de agua que bebí de madrugada.
Hija que le hace esto al padre bien merece ser quemada
por siete carros de leña y por mí, bien atizados.
Hija que le hace esto al padre bien merece ser degollada
por siete hojas de navajas y por mí bien afiladas…

En Chicote, Gloria (Comp.) Romancero, Buenos Aires: Colihue, 2012.

4
CANTIGAS MEDIEVALES
Cantiga de amigo
de Pero Meogo
-Dime, hija, hija mía hermosa,
-Digades, filha, mía filha velida: ¿por qué tardaste en la fuente fría?
porque tardastes na fontana fría? - Amores tengo.
-Os amores el. -Dime, hija, hija mía lozana,
-Digades, filha, minha filha louçana: ¿por qué tardaste en la fría fuente?
porque tardaste na fría fontana? -Amores tengo.
-Os amores ei. -Tarde, madre, en la fría fuente:
-Tardei, mia madre, na fontana fría, los ciervos del monte revolvían el agua.
cervos do monte a augua volvían. - Amores tengo.
-Os amores ei. -Mientes, hija mía, mientes por el amigo;
-Tardei, mia madre, na fría fontana: nunca vi que un ciervo revolviese el río.
cervos do monte volvían a augua. -Amores tengo.
-Os amores ei. -Mientes, hija mía, mientes por el amado:
-Mentir, mia filha, mentir por amigo: nunca vi que un ciervo revolviese el río.
Nunca vi cervo que volvess´ o rio. -Amores tengo.
-Os amores ei.
-Mentir, mina filha, mentir por amado:
En Alfonso el Sabio y otros Poesía medieval
Nunca vi cervo que volvess´o alto.
galaicoportuguesa, Buenos Aires: CEAL, 1983.
-Os amores ei.

Cantiga de amigo
Muitos me dizen que servi dõado
de Nuno Porco
de Alfonso Sanchez
Iré a la mar por verlo a mi amigo,
Muitos me dizen que servi dõado
le preguntaré si querrá vivir conmigo:
ũa donzela que ei por senhor.
y me voy enamorada.
Dizê- lo poden, mais ¡a Deus loado!
poss'eu fazerquen quiser sabedor
Iré a la mar por verlo a mi amado,
que non e'ssi; ca ¡se me venha ben!
le preguntaré si hará lo por mí mandado:
non é dõado, pois me deu por én
y me voy enamorada.
mui grand'afan e desej'e cuidado.
Le preguntaré por qué no vive conmigo,
Y le diré la cuita en que por él yo vivo:
Muchos me dicen que serví de balde
y me voy enamorada.
a una doncella que tengo por señora.
Pueden decirlo, pero ¡Dios sea loado!
Le preguntaré por qué me ha mal pagado,
puedo informar a quien quiera saberlo
Y con saña y sin razón me ha torturado:
que no es así; porque, ¡así me vaya bien!
y me voy enamorada.
no es de balde,
pues me dio por ello / muy gran afán y deseo y
cuidado. En Alfonso el Sabio y otros Poesía medieval
galaicoportuguesa, Buenos Aires: CEAL, 1983.

5
Cantiga de escarnio

No quiero doncella fea No quiero doncella fea


que ante mi puerta pedea. que tenga blanco el cabello,
que ante mi puerta pedea, ni que huela como
No quiero doncella fea camello.
y negra como el carbón, No quiero doncella fea
que ante mi puerta pedea, que ante mi puerta pedea.
ni que haga como el rascón.
No quiero doncella fea No quiero doncella fea
que ante mi puerta pedea. vieja y de mal color,
que ante mi puerta pedea,
No quiero doncella fea ni haga cosa mucho peor.
y peluda como leona, No quiero doncella fea
que ante mi puerta pedea, que ante mi puerta pedea.
ni que parezca una mona.
No quiero doncella fea
que ante mi puerta pedea. Alfonso el Sabio
(Rey de Castilla de 1252 a 1284)

Cantiga de escarnio

El que quiera verla, ¡ay caballero!,


a María Pérez, lleve algún dinero:
si no, no tendrá de ella ni el olor.
Que podrá verla en la oscuridad
a María Pérez, solo el que algo da:
si no, no tendrá de ella ni el olor.

Todo el que la quiera ver asuso


a María Pérez, lleve algo de ayuso:
si no, no tendrá de ella ni el olor.

Xoán Vázquez de Talaveira

6
Cantiga de amor

Doña Genta Leonorita,


me atormenta fiel rosita,
vuestro amor en guisa tal bella flor sobre toda flor,
que tormenta que yo sienta fiel rosita
otra no me es bien, ni mal, ¡en tal cuita
mas la vuestra me es mortal: no me ponga vuestro amor!
Leonorita,
fiel rosita, Tal ventura
bella sobre toda flor, en locura
fiel rosita tanto me ha hecho os amar;
¡en tal cuita es locura
no me ponga vuestro amor! que me dura
Y no me puedo quitar
Las que veo ¡ay hermosura sin par!
no deseo Leonorita
señora, como a vos, fiel rosita,
Y deseo bella sobre toda flor,
tanto anhelo; fiel rosita,
mataría un león, ¡en tal cuita
dama de mi corazón: no me ponga vuestro amor!

Xoán de Lobeira

En Alfonso el Sabio y otros Poesía medieval galaicoportuguesa, Buenos Aires: CEAL, 1983.

7
Garcilaso de la Vega
(1501/3-1536)
SONETO XXIII
En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;

y en tanto que el cabello, que en la vena


del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;

coged de vuestra alegre primavera


el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado,


todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre.

Vega, Garcilaso de la Obras, ed. de Tomás Navarro Tomás, Madrid: Espasa-Calpe, 1973, 10.ª ed.

SONETO XIII

A Dafne ya los brazos le crecían


y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos qu'el oro escurecían;

de áspera corteza se cubrían


los tiernos miembros que aun bullendo 'staban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,


a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,


que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!

8
SONETO V

Escrito’stá en mi alma vuestro gesto


y cuanto yo escribir de vos deseo:
vos sola lo escribistes; yo lo leo
tan solo que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto,


que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;


mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;

cuanto tengo confieso yo deberos;


por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

Vega, Garcilaso de la Poesías castellanas completas, ed. de Elías L. Rivers, Madrid: Castalia, 1972, 2.ª ed.

SONETO XXXVIII SONETO X


Estoy contino en lágrimas bañado,
rompiendo siempre el aire con sospiros, ¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas,
y más me duele el no osar deciros dulces y alegres cuando Dios quería,
que he llegado por vos a tal estado; juntas estáis en la memoria mía,
y con ella en mi muerte conjuradas!
que viéndome do estoy y en lo que he andado
por el camino estrecho de seguiros, ¿Quién me dijera, cuando las pasadas
si me quiero tornar para hüiros, horas que en tanto bien por vos me vía,
desmayo, viendo atrás lo que he dejado; que me habíais de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?
y si quiero subir a la alta cumbre,
a cada paso espántanme en la vía Pues en una hora junto me llevastes
ejemplos tristes de los que han caído; todo el bien que por términos me distes,
lleváme junto el mal que me dejastes;
sobre todo, me falta ya la lumbre
de la esperanza, con que andar solía si no, sospecharé que me pusistes
por la oscura región de vuestro olvido. en tantos bienes, porque deseastes
verme morir entre memorias tristes.

Vega, Garcilaso de la Poesía completa, ed. de Juan


Vega, Garcilaso de la Poesía castellana completa, ed. de
Francisco Alcina, Madrid: Espasa-Calpe (col. «Austral», n.º
Antonio Prieto, Madrid: Biblioteca Nueva, 1999.
96), 1999, 6.ª ed.

9
Francisco de Quevedo y Villegas
(1580- 1645)

Represéntase la brevedad de lo que se vive


y cuán nada parece lo que se vivió Amor constante más allá de la muerte

¡Ah de la vida! ¿Nadie me responde? Cerrar podrá mis ojos la postrera


¡Aquí de los antaños que he vivido! sombra que me llevare el blanco día,
La Fortuna mis tiempos ha mordido; y podrá desatar esta alma mía
las Horas mi locura las esconde. hora a su afán ansioso lisonjera;

¡Que sin poder saber cómo ni adónde, mas no, desotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
la salud y la edad se hayan huído!
nadar sabe mi llama el agua fría,
Falta la vida, asiste lo vivido, y perder el respeto a ley severa.
y no hay calamidad que no me ronde.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
Ayer se fue; mañana no ha llegado; venas que humor a tanto fuego han dado,
hoy se está yendo sin parar un punto; médulas que han gloriosamente ardido,
soy un fue, y un será y un es cansado.
su cuerpo dejarán, no su cuidado;
serán ceniza, más tendrán sentido,
En el hoy y mañana y ayer, junto polvo serán, más polvo enamorado.
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.

Quevedo, Francisco de Poesía varia, Ed. James O.Crosby. Ediciones Cátedra - Letras Hispánicas, nº 134. Undécima edición, 1997.

Comunicación de amor invisible por los ojos

Si mis párpados, Lisi, labios fueran,


besos fueran los rayos visüales
de mis ojos, que al sol miran caudales
águilas, y besaran más que vieran.

Tus bellezas, hidrópicos, bebieran,


y cristales, sedientos de cristales;
de luces y de incendios celestiales,
alimentando su morir, vivieran.

De invisible comercio mantenidos,


y desnudos de cuerpo, los favores
gozaran mis potencias y sentidos;

mudos se requebraran los ardores;


pudieran, apartados, verse unidos,
y en público, secretos, los amores.

Quevedo, Francisco de Poemas escogidos, Edición de José


Manuel Blecua. Clásicos Castalia. Núm. 60

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Sor Juana Inés de la Cruz
(1651 – 1695)
Quéjase de la suerte: insinúa su aversión a los vicios y justifica su divertimento a las musas

En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?


¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?

Yo no estimo tesoros ni riquezas;


y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi pensamiento
que no mi pensamiento en las riquezas.

Y no estimo hermosura que, vencida,


es despojo civil de las edades,
ni riqueza me agrada fementida,

teniendo por mejor, en mis verdades,


consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.

Resuelve la cuestión de cuál sea pesar más


molesto en encontradas correspondencias, amar Que contiene una fantasía contenta, con
o aborrecer. amor decente

Que no me quiera Fabio, al verse amado, Detente, sombra de mi bien esquivo,


es dolor sin igual en mí sentido; imagen del hechizo que más quiero,
mas que me quiera Silvio, aborrecido, bella ilusión por quien alegre muero,
es menor mal, mas no menos enfado. dulce ficción por quien penosa vivo.

¿Qué sufrimiento no estará cansado, Si al imán de tus gracias atractivo


si siempre le resuenan al oído, sirve mi pecho de obediente acero,
tras la vana arrogancia de un querido, ¿para qué me enamoras lisonjero,
el cansado gemir de un desdeñado? si has de burlarme luego fugitivo?

Si de Silvio me cansa el rendimiento, Mas blasonar no puedes, satisfecho,


a Fabio canso con estar rendida; de que triunfa de mí tu tiranía:
si de éste busco el agradecimiento, que aunque dejas burlado el lazo estrecho

a mí me busca el otro agradecida: que tu forma fantástica ceñía,


por activa y pasiva es mi tormento, poco importa burlar brazos y pecho
pues padezco en querer y ser querida. si te labra prisión mi fantasía.

Cruz, Sor Juana Inés de Obras completas, México: Porrúa 1999.

11
Johann Wolfgang Von Goethe (1749 -1832)
Amor sin Descanso

¡A través de la lluvia, de la nieve,

A través de la tempestad voy!


Entre las cuevas centelleantes,
Sobre las brumosas olas voy,
¡Siempre adelante, siempre!
La paz, el descanso, han volado.

Rápido entre la tristeza


Deseo ser masacrado,
Que toda la simpleza
Sostenida en la vida
Sea la adicción de un anhelo,
Donde el corazón siente por el corazón,
Pareciendo que ambos arden,
Pareciendo que ambos sienten.

¿Cómo voy a volar?


¡Vanos fueron todos los enfrentamientos!
Brillante corona de la vida,
Turbulenta dicha...
¡Amor, tu eres esto!

Lord Byron (1788 -1824)

En un álbum

Sobre la fría losa de una tumba


un nombre retiene la mirada de los que pasan,
de igual modo, cuando mires esta página,
pueda el mío atraer tus ojos y tu pensamiento.

Y cada vez cada vez que acudas a leer este


nombre,
piensa en mí como se piensa en los muertos;
e imagina que mi corazón está aquí,
inhumado e intacto.

en Lord Byron. Buenos Aires: Losada, 1997.

12
Gustavo Adolfo Bécquer (1836 – 1870)

Rima III
Sacudimiento extraño
que agita las ideas, brillante rienda de oro
como el huracán empuja que poderosa enfrena
las olas en tropel; de la exaltada mente
el volador corcel;
murmullo que en el alma
se eleva y va creciendo, hilo de luz que en haces
como volcán que sordo los pensamientos ata;
anuncia que va a arder; sol que las nubes rompe
y toca en el cenit;
deformes siluetas
de seres imposibles; inteligente mano
paisajes que aparecen que en un collar de perlas
como a través de un tul; consigue las indóciles
palabras reunir;
colores, que fundiéndose
remedan en el aire armonioso ritmo
los átomos del iris, que con cadencia y número
que nadan en la luz; las fugitivas notas
encierra en el compás;
ideas sin palabras,
palabras sin sentido; cincel que el bloque muerde
cadencias que no tienen la estatua modelando,
ni ritmo ni compás; y la belleza plástica
añade a la ideal;
memorias y deseo
de cosas que no existen; atmósfera en que giran
accesos de alegría, con orden las ideas,
impulsos de llorar; cual átomos que agrupa
recóndita atracción
actividad nerviosa
que no halla en qué emplearse; raudal en cuyas ondas
sin rienda que lo guíe su sed la fiebre apaga;
caballo volador; oasis que al espíritu
devuelve su vigor...
locura que el espíritu
exalta y enardece; ¡Tal es nuestra razón!
embriaguez divina Con ambas siempre lucha
del genio creador... y de ambas vencedor,
¡Tal es la inspiración! tan sólo el genio puede
a un yugo atar las dos.
Gigante voz que el caos
ordena en el cerebro, en Rimas y leyendas de amor. Buenos
y entre las sombras hace Aires: Plantea, 1999.
la luz aparecer;

13
Arthur Rimbaud (1854 – 1891)
Vocales

A negra, E blanca, I roja, U verde, O azul: vocales,


diré algún día vuestros latentes nacimientos.
Negra A, jubón velludo de moscones hambrientos
que zumban en las crueles hediondeces letales.

E, candor de neblinas, de tiendas, de reales


lanzas de glaciar fiero y de estremecimientos
de umbrelas; I, las púrpuras, los esputos sangrientos,
las risas de los labios furiosos y sensuales.

U, temblores divinos del mar inmenso y verde.


Paz de las heces. Paz con que la alquimia muerde
la sabia frente y deja más arrugas que enojos.

O, supremo Clarín de estridores profundos,


silencios perturbados por ángeles y mundos.
¡Oh, la Omega, reflejo violeta de Sus Ojos!
en Una temporada en el Infierno, Buenos Aires: Eudeba, 2012.
El durmiente del valle

Es un claro del bosque donde canta un río


Cuelgan alocadamente de las hierbas harapos
De plata; donde el sol de la altiva montaña
Luce: es un pequeño valle espumoso de luz.

Un soldado, joven, boquiabierto, cabeza desnuda


La nuca bañada en el frescor azul,
Duerme; está tumbado en la hierba, bajo el cielo,
Pálido en su verde lecho donde llueve la luz.

Los pies en los gladiolos, duerme. Sonriendo como


sonreiría un niño enfermo, se echa un sueño:
Naturaleza, mécelo cálidamente: tiene frío.

Ya no le estremecen los perfumes;


Duerme en el sol, la mano sobre el pecho,
Tranquilo. Tiene dos agujeros rojos en el costado derecho.

Traducción de Claire Deloupy

14
Charles Baudelaire (1821- 1867)
Correspondencias
La Natura es un templo donde vívidos pilares
Dejan, a veces, brotar confusas palabras;
El hombre pasa a través de bosques de símbolos
que lo observan con miradas familiares.

Como prolongados ecos que de lejos se confunden


En una tenebrosa y profunda unidad,
Vasta como la noche y como la claridad,
Los perfumes, los colores y los sonidos se responden.

Hay perfumes frescos como carnes de niños,


Suaves cual los oboes, verdes como las praderas,
Y otros, corrompidos, ricos y triunfantes,

Que tienen la expansión de cosas infinitas,


Como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso,
Que cantan los transportes del espíritu y de los sentidos.
Baudelaire, Charles Obra poética completa (ed. López Castellón). Madrid: Akal, 2003.

El albatros

Por divertirse a veces, suelen los marineros


cazar albatros, grandes pájaros de los mares,
que siguen, de su viaje lánguidos compañeros,
al barco en los acerbos abismos de los mares.

Pero sobre las tablas apenas los arrojan,


esos reyes del cielo, torpes y avergonzados,
sus grandes alas blancas míseramente aflojan,
y las dejan cual remos caer a sus costados.

¡Qué zurdo es y qué débil ese viajero alado!


Él, antes tan hermoso, ¡qué cómico en el suelo!
Con una pipa uno el pico le ha quemado,
remeda otro, renqueando, del inválido el vuelo!

El Poeta es como ese príncipe del nublado


que puede huir las flechas y el rayo frecuentar;
en el suelo, entre ataques y mofas desterrado,
sus alas de gigante le impiden caminar.

Baudelaire, Charles Las flores del mal, Buenos Aires: Losada, 1989. Trad. Lydia Lamarque.

15
La sopa y las nubes

Mi pequeña y bien amada locuela me invitaba a cenar, y por la ventana abierta del comedor
contemplaba las móviles arquitecturas que Dios hace con los vapores, las maravillosas
construcciones de lo impalpable. Y en mi contemplación, me decía: “Todas estas fantasmagorías son
casi tan bellas como los ojos de mi bien amada, la pequeña y monstruosa locuela de ojos verdes”.
Y de repente sentí un violento golpe en la espalda y oí una voz ronca y encantadora, una voz
histérica y como enronquecida por el aguardiente, la voz de mi pequeña y querida bien amada, que
me decía: -“¿Cuándo c… vas a terminarte la sopa, especie de mercader de nubes?”.

Baudelaire, Charles Pequeños Poemas en Prosa [1862], Cátedra, 1998. Trad. José A. Millán Alba.

De profundis clamavi

A Ti, la única amada, yo tu piedad demando


Del fondo de la sima en que mi alma ha caído.
El horizonte plúmbeo es de un mundo nefando,
Donde nada el horror a la blasfemia unido.

Un frío sol seis meses encima va a planear,


Y los otros seis meses son de noches, cabales;
Es país más desnudo que la tierra polar:
¡ni selvas, ni verdores, ni arroyos, ni animales!

Y en el mundo no hay horror que superado


Haya la crueldad fría de ese sol congelado,
Y de esa inmensa noche, del Caos viejo hermana;

La suerte de las bestias más viles compartir


Quisiera, pues se pueden en torpes sueño hundir;
¡tan lentamente el tiempo su madeja devana!
Baudelaire, Charles Poesía y prosa, Buenos Aires: CEAL, 1969.

Los ciegos

Míralos, alma mía; ¡son en verdad horribles!


Parecen maniquíes; vagamente ridículos;
Terribles, singulares, igual que los sonámbulos;
Lanzando no sé adónde sus globos tenebrosos,

Sus ojos, que la chispa divina ha abandonado,


Igual que si mirasen lejos, alzados quedan
Al cielo; no les vemos nuca hacia el empedrado,
Inclinar, soñadores, su cabeza pesada.

De este modo atraviesan lo negro ilimitado.


Hermano del eterno silencio. ¡Oh tú, ciudad!
Mientras tú, en torno nuestro, cantas, bramas y ríes,

Hasta la atrocidad el placer adorando,


¡mira! También me arrastro pero aún con más torpeza.
En el cielo estos ciegos -me digo yo- ¿qué buscan?
16
A una transeúnte

Aullaba en torno mío la calle. Alta, delgada,


De riguroso luto y dolor soberano,
Una mujer pasó; con mano fastuosa
Levantando el festón y el dobladillo al vuelo;

Ágil y noble, con su estatura de estatua.


Yo bebía crispado como un loco en sus ojos,
Cielo lívido donde el huracán germina,
La dulzura que hechiza y el placer que da muerte.

¡Un relámpago!... ¡Luego la noche! –Fugitiva,


Beldad cuya mirada renacerme hizo al punto,
¡Sólo en la eternidad podré verte de nuevo!

¡En otro sitio, lejos, muy tarde, acaso nunca!


Pues no sé adónde huyes, ni sabes dónde voy,
¡Tú, a quien yo hubiese amado! ¡Si, tú, que lo supiste!

La belleza

Yo soy bella, ¡oh mortales!, como un sueño de piedra,


Y mi seno, en que todos a veces se afligieron,
Para inspirar se ha hecho al poeta un amor
Que igual que la materia es eterno y es mudo.

En el azul impero yo, esfinge incomprendida;


Un corazón de nieve junto al blancor del cisne;
detesto el movimiento que desplaza las líneas,
Y nunca, nunca río; y nunca, nunca lloro.

Los poetas, al ver mis grandes ademanes,


Que parecen prestados de edificios soberbios,
Consumirán sus días en austeros estudios;

Pues, para fascinar a estos amantes dóciles,


Tengo puros espejos que hacen todo más bello:
¡mis ojos, mis profundos ojos de eternas luces!

Baudelaire, Charles Las flores del mal. Barcelona: Altaya, 1996.

17
El juguete del pobre

Quiero dar la idea de una diversión inocente. ¡Hay tan pocas distracciones que no sean culpables!
Cuando salga usted por la mañana, con la intención de pasear por los grandes caminos, llene sus
bolsillos de pequeñas invenciones baratas, tales como los polichinelas movidos por un hilo no más,
los herreros que golpean sobre el yunque y el caballero y su caballo, cuya cola es un silbato. Y a lo
largo de las tabernas, al pie de los árboles, rinda un homenaje a los niños pobres y desconocidos que
encontrará. Verá cómo se agrandan sus ojos desmesuradamente. Al principio, no osarán tomar su
regalo: dudarán de su dicha. Después, sus manos se aferrarán vivamente a su presente y finalmente
escaparán como lo hacen los gatos, que se van a comer, lejos de uno, el bocado que se les dio, pues
han aprendido a desconfiar del hombre.
Sobre el camino, detrás de la reja de un vasto jardín a cuyo fondo aparecía la blancura de un bonito
palacete recortado por el sol, estaba un niño hermoso, flameante, vestido con esos atavíos
campestres tan llenos de coquetería.
El lujo, la despreocupación y el espectáculo habitual de la riqueza hacen a sus niños tan bonitos, que
se les creería hechos de otra pasta que los hijos de la mediocridad o de la pobreza.
A lado de aquel niño yacía, sobre la hierba, un juguete espléndido, tan flamante como su dueño,
barnizado, dorado, vestido con un traje púrpura y cubierto de penachos y abalorios. Pero el niño no
se ocupaba de su juguete preferido y he aquí lo que miraba:
Del lado de allá de la reja, sobre el camino, entre los cardos y las ortigas, estaba otro niño, sucio,
raquítico, fuliginoso, uno de esos pequeños parias, en los que un ojo imparcial descubriría la belleza,
como el ojo conocedor que adivinan una pintura ideal bajo un barniz de carrocero y la limpia de la
repugnante pátina de la miseria.
A través de aquellos barrotes simbólicos que separaban dos mundos, el camino y el palacete, el niño
pobre mostraba al niño rico su propio juguete, que el rico examinaba ávidamente como un objeto
raro y desconocido. Ahora bien, ese juguete que el pequeño mugroso agitaba y sacudía en una caja
agujereada era una rata viva. Los padres, por economía sin duda, habían sacado aquel juguete de la
vida misma. Y los dos chiquillos se reían entre ellos fraternalmente con unos dientes de la misma
blancura.

Los ojos de los pobres

¡Ah! Quieres saber por qué te odio hoy. Te será sin duda menos fácil os entenderlo que a mí
explicártrlo. Porque tú eres, creo, el mejor ejemplo de impermeabilidad femenina que se pueda
encontrar.
Habíamos pasado juntos una larga jornada que a mí me pareció corta. Nos habíamos prometido que
nuestros pensamientos serían comunes entre los dos, que, en lo sucesivo nuestras almas no serían
más que una, un sueño que, después de todo, nada tiene de original, si no es que, soñado por todos
los hombres, no ha sido realizado por ninguno.
Por la tarde, un tanto fatigada, quisiste sentarte en un café nuevo, que hacía esquina con un nuevo
bulevar, todavía lleno de cascajo, que mostraba ya gloriosamente sus esplendores inconclusos. El
café centelleaba. El gas mismo desplegaba todo el ardor de un debut e iluminaba con todas sus
fuerzas los muros cegadores de blancura, las láminas deslumbrantes de los espejos, el oro de las
varillas y las cornisas, los pajes de mejillas regordetas arrastrados por unos perros encadenados, las
damas que sonreían al halcón prendido en su puño, las ninfas y las diosas que portaban frutos,
pasteles y caza en la testa, las Hebes y los Ganímedes que ofrecían, en los brazos tendidos, la
pequeña ánfora de las bavaresas o el obelisco bicolor de los helados empenachados: toda historia y
toda la mitología puestas al servicio de la glotonería.
Delante de nosotros, sobre la calzada, se hallaba plantado un buen pobre hombre de unos cuarenta
años, con el rostro cansado y la barba grisácea, y tenía de la mano a un muchachito mientras
cargaba a un ser diminuto, demasiado débil para caminar. El hombre desempeñada quehaceres de
niñera. Todos estaban en harapos. Y aquellos tres rostros eran extraordinariamente serios, aquellos

18
seis ojos contemplaban fijamente el nuevo café, con igual admiración, aunque diversamente
matizada por la edad.
Los ojos del padre decían: “¡Qué bello, qué bello! Se diría que todo el oro del pobre ha ido a dar a
esas paredes”. Los ojos del muchachito: “¡Qué bello, qué bello! Pero es una casa en la que sólo
pueden entrar las personas que no son como nosotros”. En cuanto a los ojos del más pequeño,
estaban demasiado fascinados para experimentar otra cosa
que una alegría estúpida y profunda.
Los cancionistas dicen que el placer hace el alma buena y que ablanda el corazón. La canción era
verdad en lo que me concernía. No sólo estaba yo enternecido con aquella familia de ojos, sino que
me sentía un poco avergonzado de nuestros vasos y nuestras garrafas, más grandes que nuestra sed.
Volví mi mirada a la tuya, querido amor, para leer allí mi pensamiento; me sumergí en tus ojos tan
hermosos y tan extrañamente dulces, en tus ojos verdes, habitados por el Capricho e inspirados por
la Luna, cuando me dijiste: “No soporto a esa gente con los ojos como platos. ¿No podrías pedir al
patrón que los alejara de aquí?”.
¡Así es de difícil entenderse, ángel querido, así de incomunicable el pensamiento, aun entre quienes
se aman!

Baudelaire, Charles El spleen de París, México: FCE, 2002.

Stéphane Mallarmé (1842- 1898)

Tristeza de verano

El sol sobre el desierto, oh dormida adversaria,


a tus cabellos de oro da un lánguido calor
y, al despojar de incienso tu mejilla contraria,
prepara con las lágrimas un brebaje de amor.

De ese blanco fulgor la inmóvil parsimonia,


oh mis besos miedosos, te hizo decir con pena:
"Nunca jamás seremos una única momia
bajo el feliz palmero y la senil arena."

Pero tu cabellera es un río caliente


donde ahogar sin temores esta alma insistente
y encontrar esa nada que tú no conociste.

El gusto de tu llanto conocerá mi boca,


por ver si sabe dar al corazón que heriste
la insensibilidad del azur y la roca.

En Poésies, 1864. Trad. Raúl Gustavo Aguirre.

19
Guillaume Apollinaire (1880- 1918)

En 1918.

20
Paul Eluard (1895 – 1952)

La costumbre

Todas mis amiguitas son jibosas;


Ellas aman a su madre.
Todos mis animales son obligatorios,
Tienen patas de mueble
Y manos de ventana.
El viento se deforma,
Necesita un traje de medida,
Desmesurado.
He aquí por qué
Digo la verdad sin decirla.

El espejo de un momento

Disipa el día,
Muestra a los hombres las imágenes desligadas de la apariencia,
Quita a los hombres la posibilidad de distraerse,
Es duro como la piedra,
La piedra informe,
La piedra del movimiento y de la vista,
Y Tiene tal resplandor que todas las armaduras y todas las máscaras quedan falseadas.
Lo que la mano ha tomado ni siquiera se digna tomar la forma de la mano,
Lo que ha sido comprendido ya no existe,
El pájaro se ha confundido con el viento,
El cielo con su verdad,
El hombre con su realidad.

Al alba te amo…
Al alba te amo tengo toda la noche en las venas
Toda la noche te he contemplado
Tengo que adivinarlo todo me siento seguro en las tinieblas
Ellas me conceden el poder
De envolverte
De sacudirte deseo de vivir
En el seno de mi inmovilidad
El poder de revelarte
De liberarte de perderte
Llama invisible de día.
Si te vas la puerta se abre hacia el día
Si te vas la puerta se abre hacia mí mismo.

21
La necesidad

Sin grandes ceremonias en tierra


Junto a aquellos que conservan el equilibrio
En esa desventura del reposo total
Muy cerca del buen camino
En el polvo de la seriedad
Establezco conexiones entre el hombre y la mujer
Entre las pistoleras del sol y el zurrón del vagabundo
Entre las grutas encantadas y el alud
Entre las ojeras y la risa acosada
Entre la mirleta heráldica y la estrella del ajo
Entre la plomada y el rumos del viento
Entre la fuente de las hormigas y el cultivo de las frambuesas
Entre la herradura y la punta de los dedos
Entre la calcedonia y el invierno punzante
Entre las pupilas del endrino y el mimetismo comprobado
Entre la carótida y el espectro de la sal
Entre la araucaria y una cabeza de enano
Entre los rieles en los cruces y la paloma rojiza
Entre el hombre y la mujer
Entre mi soledad y tú

Pellegrini, Aldo Antología de la poesía surrealista, Buenos Aires: Argonauta, 2006.

Antonin Artaud (1896 - 1948)

Poeta negro

Poeta negro, un seno de doncella


te obsesiona
poeta amargo, la vida bulle
y la ciudad arde,
y el cielo se resuelve en lluvia,
y tu pluma araña el corazón de la vida.

Selva, selva, hormiguean ojos


en los pináculos multiplicados;
cabellera de tormenta, los poetas
montan sobre caballos, perros.

Los ojos se enfurecen, las lenguas giran


el cielo afluye las narices
como azul leche nutricia;
estoy pendiente de vuestras bocas
mujeres, duros corazones de vinagre.

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Robert Desnos (1900- 1945)

Es de noche

Te irás cuando quieras


El lecho se ciñe y se afloja con las delicias igual que un corsé
de terciopelo negro
Y el insecto resplandeciente se posa sobra la almohada
Para estallar y entonces reunirse con lo oscuro
El oleaje llega martillando y se calla
Samoa la bella duerme entre algodones
Conejar ¿qué haces con las banderas? las arrastras por el fango
A la buena de Dios y en lo profundo de todo fango
El naufragio se acentúa bajo los párpados
Relato y describo el sueño
Recojo los envases de la noche y los ordeno sobre el estante
El ramaje del pájaro de madera se confunde con la irrupción
de los tapones en forma de mirada
Nada de volver allí nada de morir allí la alegría desborda
Un invitado de más a la mesa redonda en el claro verde esmeralda
del bosque con yelmos resonantes cerca de un
montón de espadas y armaduras abolladas
Nervio a modo de amorosa lámpara apagada al fin del día
Yo duermo

Tanto soñé contigo

Tanto soñé contigo que pierdes tu realidad.


¿Todavía hay tiempo para alcanzar ese cuerpo vivo y besar
sobre esa boca el nacimiento de la voz que quiero?
Tanto soñé contigo que mis brazos habituados a cruzarse sobre
mi pecho cuando abrazan tu sombra, quizá ya no podrían
adaptarse al contorno de tu cuerpo.
Y frente a la existencia real de aquello que me obsesiona y
me gobierna desde hace días y años,
seguramente me transformaré en sombra.
Oh balances sentimentales.
Tanto soñé contigo que seguramente ya no podré despertar.
Duermo de pie, con mi cuerpo que se ofrece a todas las
apariencias de la vida y del amor y tú, la única que cuenta
ahora para mí, más difícil me resultará tocar tu frente
y tus labios que los primeros labios y la primera frente
que encuentre.
Tanto soñé contigo, tanto caminé, hablé, me tendí al lado de
tu fantasma que ya no me resta sino ser fantasma entre
los fantasmas, y cien veces más sombra que la sombra que
siempre pasea alegremente por el cuadrante solar de tu vida.

Pellegrini, Aldo Antología de la poesía surrealista, Buenos Aires: Argonauta, 2006.

23
César Vallejo (1892 – 1938)

L
EL CANCERBERO CUATRO veces
al día maneja su candado, abriéndonos
cerrándonos los esternones, en guiños
que entendemos perfectamente.

Con los fundillos lelos melancólicos,


amuchachado de trascendental desaliño,
parado, es adorable el pobre viejo.
Chancea con los presos, hasta el tope
los puños en las ingles. Y hasta mojarrilla
les roe algún mendrugo; pero siempre
cumpliendo su deber.

Por entre los barrotes pone el punto


fiscal, inadvertido, izándose en la falangita
del meñique,
a la pista de lo que hablo,
lo que como,
lo que sueño.
Quiere el corvino ya no hayan adentros,
y cómo nos duele esto que quiere el cancerbero.

Por un sistema de relojería, juega


el viejo inminente, pitagórico!
a lo ancho de las aortas. Y sólo
de tarde en noche, con noche
soslaya alguna su excepción de metal.
Pero, naturalmente,
siempre cumpliendo su deber.

en Trilce, 1922.

LIX
LA ESFERA TERRESTRE del amor
que rezagóse abajo, da vuelta
y vuelta sin parar segundo,
y nosotros estamos condenados a sufrir
como un centro su girar.

Pacifico inmóvil, vidrio, preñado


de todos los posibles.
Andes frío, inhumanable, puro.
Acaso. Acaso.

Gira la esfera en el pedernal del tiempo,


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y se afila,
y se afila hasta querer perderse;
gira forjando, ante los desertados flancos,
aquel punto tan espantablemente conocido,
porque él ha gestado, vuelta
y vuelta,
el corralito consabido.

Centrífuga que sí, que sí,


que Sí,
que sí, que sí, que sí, que sí: NO!
Y me retiro hasta azular, y retrayéndome
endurezco, hasta apretarme el alma!
en Trilce, 1922.

Jorge Luis Borges (1899 – 1986)

Al Sur Catedral
Desde uno de tus patios haber mirado Las olas de rodillas
las antiguas estrellas, los músculos del viento
desde el banco de sombra haber mirado las torres verticales como goitos
esas luces dispersas la catedral colgada de un lucero
que mi ignorancia no ha aprendido a la catedral que es una inmensa parva
nombrar con espinas de rezos
ni a ordenar en constelaciones, Lejos.
haber sentido el círculo del agua Lejos
en el secreto aljibe, los mástiles hilvanaban horizontes
el olor del jazmín y la madreselva, y en las playas ingenuas
el silencio del pájaro dormido, las olas nuevas cantan a maitines
el arco del zaguán, la humedad La catedral es un avión de piedra
esas cosas, acaso, son el poema. que puja por romper las mil amarras
que lo encarcelan
En Fervor de Buenos Aires, 1923. la catedral sonora como un aplauso
o como un beso.

En la revista Baleares (1921).

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Oliverio Girondo (1891 – 1967)

PEDESTRE

En el fondo de la calle, un edificio público aspira el mal olor de la ciudad.

Las sombras se quiebran el espinazo en los umbrales, se acuestan para fornicar en la vereda.

Con un brazo prendido a la pared, un farol apagado tiene la visión convexa de la gente que pasa en
automóvil.

Las miradas de los transeúntes ensucian las cosas que se exhiben en los escaparates, adelgazan las
piernas que cuelgan bajo las capotas de las victorias.

Junto al cordón de la vereda un quiosco acaba de tragarse una mujer.

Pasa: una inglesa idéntica a un farol. Un tranvía que es un colegio sobre ruedas. Un perro fracasado,
con ojos de prostituta que nos da vergüenza mirarlo y dejarlo pasar*.

De repente: el vigilante de la esquina detiene de un golpe de batuta todos los estremecimientos de


la ciudad, para que se oiga en un solo susurro, el susurro de todos los senos al rozarse.
Buenos Aires, agosto, 1920.

*Los perros fracasados han perdido a su dueño por levantar la pata como una mandolina, el pellejo
les ha quedado demasiado grande, tienen una voz afónica, de alcoholista, y son capaces de estirarse
en un umbral, para que los barran junto con la basura.

En Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, 1922.

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Octavio Paz (1914 – 1998)

LIBERTAD BAJO PALABRA

Viento
Cantan las hojas,
bailan las peras en el peral;
gira la rosa,
rosa del viento, no del rosal.
Nubes y nubes
flotan dormidas, algas del aire;
todo el espacio
gira con ellas, fuerza de nadie.

Todo es espacio;
vibra la vara de la amapola
y una desnuda
vuela en el viento lomo de ola.

Nada soy yo,


cuerpo que flota, luz, oleaje;
todo es del viento
y el viento es aire
siempre de viaje...

En Libertad bajo palabra, México: Fondo de Cultura Económica, 1960.

Nicanor Parra (1914- 2018)

CAMBIOS DE NOMBRE
A los amantes de las bellas letras
Hago llegar mis mejores deseos
Voy a cambiar de nombre a algunas cosas.
Mi posición es ésta:
El poeta no cumple su palabra
Si no cambia los nombres de las cosas.
¿Con qué razón el sol

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Ha de seguir llamándose sol?
¡Pido que se le llame Micifuz
El de las botas de cuarenta leguas!

¿Mis zapatos parecen ataúdes?


Sepan que desde hoy en adelante
Los zapatos se llaman ataúdes.
Comuníquese, anótese y publíquese
Que los zapatos han cambiado de nombre:
Desde ahora se llaman ataúdes.
Bueno, la noche es larga
Todo poeta que se estime a sí mismo
Debe tener su propio diccionario
Y antes que se me olvide
Al propio dios hay que cambiarle nombre
Que cada cual lo llame como quiera:
Ese es un problema personal.

En Versos de salón, Santiago: Nascimento, 1962.

Alejandra Pizarnik (1936- 1972)

FRONTERAS INÚTILES

un lugar
no digo un espacio
hablo de
qué

hablo de lo que no es
hablo de lo que conozco

no el tiempo
sólo todos los instantes
no el amor
no

no
En Los trabajos y las noches, Buenos Aires: Sudamericana,
un lugar de ausencia 1965.
un hilo de miserable unión

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