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Leopoldo (sus trabajos)
Ufanamente, casi con orgullo, Leopoldo Ralén empujé la puerta
giratoria y efectué por enésima vez su triunfal entrada en la biblioteca.
Recorrié las mesas, con un amplio y cansado vistazo, en busca de un
lugar cémodo y tranquilo; saludé a dos 0 tres conocidos con su resig-
nado gesto habitual de «pues bien, aqui me tienen de nuevo en la
tarea», y avanz6 sin prisa, seguro de si mismo, abriéndose paso por
medio de repetidos «con permiso, con permiso», que sus labios no
pronunciaban, pero que eran faciles de adivinar en su expresién
amable y conciliadora. Tuvo la fortuna de encontrar su lugar preferido.
Le gustaba sentarse frente a la puerta de calle, lo que le ofrecia la
oportunidad de hacer un descanso en sus fatigosas investigaciones
cada vez que entraba una persona. Cuando ésta era del género femeni-
no, Leopoldo dejaba momentdneamente el libro y se dedicaba a
observarla con su penetracién de costumbre, con esa mirada Ilena del
brillo que da la inteligencia alerta. A Leopoldo le gustaban los cuerpos
bien formados; pero no era éste el principal motivo de su observacién.
Lo movian razones literarias. Esté bien leer mucho, estudiar con
ahinco, se decia con frecuencia: pero observar a [82] las personas le
sirve més a un escritor que la lectura de los mejores libros. El autor que
se olvide de esto esta perdido. La cantina, la calle, las oficinas publicas,
rebosan de estimulos literarios. Se podria por ejemplo, escribir un
58cuento sobre la forma que tienen algunas personas de llegar a una
biblioteca, o sobre su modo de pedir un libro, 0 sobre la manera de
sentarse de algunas mujeres. Estaba convencido de que podia escribir-
se un cuento sobre cualquier cosa. Habia descubierto (y tomado
certeras notas sobre ello) que los mejores cuentos, y aun las mejores
novelas, estan basados en hechos triviales, en acontecimientos cotidia-
nos y sin importancia aparente. El estilo, cierta gracia para hacer
resaltar los detalles, lo era todo. La obra superaba a la materia. No
cabia duda, el mejor escritor era el que de un asunto baladi hacia una
obra maestra, un objeto de arte perdurable. «El escritor —dijo una
tarde en el café— que més se parece a Dios, el ms grande creador, es
don Juan Valera: no dice absolutamente nada. De esa nada ha creado
una docena de libros.» Lo habia dicho por casualidad, casi sin sentirlo.
Pero esta frase hizo reir a sus amigos y confirmé con ella su fama de
ingenioso. Por su parte, Leopoldo tomé nota de aquellas memorables
palabras y esperé la oportunidad para usarlas en un cuento.
Dejé sus papeles sobre la mesa. Una vez asegurado de que nadie se
atreveria a usurpar sus derechos, se levanté y dirigié sus pasos hacia la
bi-[83]bliotecaria. Tomé una boleta. Extrajo con elegancia del bolsillo
su fiel estilografica y con su mejor letra, con lentitud cuidadosa,
escribié: E-42-326. Katz, David. Animales y hombres. Leopoldo Ralén.
Estudiante. 32 afios.
Desde hacia ocho se venia quitando dos. Desde hacia ocho ya no
era estudiante.
59Poco después Leopoldo estaba otra vez sentado, con el libro abier-
to por el indice, en busca del capitulo relativo a los perros. Varias hojas
de papel blanco y su estilogréfica esperaban impacientes sobre la mesa
el momento de registrar cualquier dato de interés,
Leopoldo era un escritor minucioso, implacable consigo mismo. A
partir de los diecisiete afios habia concedido todo su tiempo a las
letras. Durante todo el dia su pensamiento estaba fijo en la literatura.
Su mente trabajaba con intensidad y nunca se dejé vencer por el suefio
antes de las diez y media, Leopoldo adolecia, sin embargo, de un
defecto: no le gustaba escribir. Leia, tomaba notas, observaba, asistia a
ciclos de conferencias, criticaba acerbamente el deplorable castellano
que se usa en los periddicos, resolvia arduos crucigramas como ejerci-
cio (0 como descanso) mental; sélo tenia amigos escritores, pensaba,
hablaba, comfa y dormia como escritor; pero era presa de un profundo
terror cuando se trataba de tomar la pluma. A pesar de que su mas
firme ilusién consistia en llegar a ser un escritor famoso, fue poster-
gando el momento de lograrlo con las excusas clasicas, a saber: prime-
ro hay que vivir, [84] antes se necesita haberlo leido todo, Cervantes
escribié el Quijote a una edad avanzada, sin experiencias no hay
artista, y otras por el estilo. Hasta los diecisiete afios no habia pensado
en ser un creador. Su vocacién le vino mas bien de fuera. Lo obligaron
las circunstancias. Leopoldo rememoré cémo habia sido la cosa y
pens6 que hasta podia escribirse un cuento. Por unos instantes distrajo
su atencién del libro de Katz.
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