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ORATORIA

Oratoria es un hombre fuerte y


Declamación es una mujer muy
bella.
Bruno Pablos.

EL ARTE DE LA PALABRA

El ejercicio efectivo de la palabra¹ se apoya en dos bases: la naturaleza y la


educación. La facultad elocutiva requiere, como cualquier otra facultad del hombre,
cultivo y educación. La elocuencia ha sido definida como un movimiento continuo
del alma (Cicerón, máximo orador romano), para Dionosio es el arte de hacerse
creer, pero hay un fondo común en todas las definiciones: la elocuencia es el
testimonio externo de un alma profunda.

LA GRAMÁTICA Y LA RETÓRICA

Gramática se ha definido como “el arte de hablar y escribir correctamente”.


Desde la época de los griegos y los romanos, la retórica trataba particularmente el
arte de hablar y escribir, no ya desde un mero punto de vista gramaticalista, sino
desde un ángulo real y práctico. En los tiempos actuales han surgido tratados
especializados de ‘elocuencia’, ‘arte de la palabra’, ‘arte del bien decir’, ‘oratoria’ y
otras denominaciones, que enseñan a las personas a expresarse con eficiencia.
En lo esencial, estas disciplinas son derivaciones de la retórica clásica,
complementadas con aportes de la sicología y de la sociología.

LA RETÓRICA O EL ARTE DEL BIEN DECIR

Se denomina retórica –del griego rhétor, orador– al “arte del bien decir, de
embellecer la expresión de los conceptos, de dar al lenguaje escrito o hablado
eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover; es pues un conjunto de
preceptos y reglas para bien hablar. Esta definición presume la posibilidad de hacer
elocuente al hombre mediante la enseñanza de ciertos principios. Acerca de esta
posibilidad se ha debatido mucho y aún hoy se discurre si el orador nace o se hace.
Si nace, la retórica no tiene justificación.

La retórica tiene legítimos títulos para existir en el mundo de la cultura, a


condición de que no se le confunda con un recetario, ni con una fórmula mágica
capaz de dotar de genialidad a quien no la tiene. Nunca será sana la disciplina
que intente asfixiar al espíritu del hombre y que trastoque a la naturaleza en vez de
encausarla o conducirla. La retórica o arte de la palabra responde al pensamiento
del más grande preceptista de la antigüedad, el romano Quintiliano, quien lo dejó
definitivamente establecido en una frase inmortal: “el orador se hace, el poeta
nace”.

¹ Loprete, Carlos. 1991. Introducción a la oratoria moderna. Editorial Época, S.A. México, D.F.
La totalidad del ámbito lingüístico queda abarcada adoptando la clasificación
siguiente:
Enseñar y aprender; es decir, transmitir conocimientos a otras personas o
investigarlos y adquirirlos en deliberaciones.
Persuadir. O sea, convencer a otros de que nuestras opiniones son las
verdaderas y moverlas, de acuerdo con esto, a la acción.
Conmover. Esto es, provocar en el espíritu ajeno determinados sentimientos,
pasiones o emociones.
Agradar. Vale decir, producir por medio de las palabras en el alma ajena un
sentimiento de placer, con fines determinados.

En la realidad oratoria, estos fines pueden darse solos o –lo que es muy
frecuente- combinados entre sí. Tanta es la variedad de formas, temas, ocasiones,
lugares, sujetos y fines que ponen de manifiesto el poder y la belleza de la palabra.

“LA PALABRA ES UN DON GRATUITO EN EL SER HUMANO, Y ES


LÍCITO EXIGIR A QUIENES SE SIRVEN DE ELLA, QUE HAGAN UN USO
ACORDE CON SU ALTA DIGNIDAD DE ORIGEN Y DESTINO”.

ELEMENTOS DE LA ELOCUENCIA

La elocuencia, como todo arte, tiene sus propios elementos, que debe
conocer toda persona que aspire a la jerarquía de orador: el orador, el tema y el
auditorio. Hay que evitar la errónea creencia de que el sujeto de este oficio es sólo
el orador. La elocuencia es un hecho social y no individual.

La elocuencia se clasifica de la siguiente manera:


Didáctica. Llamada también académica. Su objeto específico es enseñar, informar,
transmitir conocimiento.
Política. Cuyo fin propio es exponer o debatir todas las cuestiones relacionadas
con el gobierno de la cosa pública.
Forense o judicial. Es la que tiene lugar en el ejercicio del derecho.
Religiosa. Denominada también ‘sacra’ o ‘sagrada’. Es la que trata de asuntos de
fe y religión.
Sentimental. Es la que tiene por ámbito propio las múltiples ceremonias humanas.
Artística. Cuyo objeto es producir placer estético.
Militar. Para inspirar la defensa de la patria, estimular las virtudes patrióticas y el
heroísmo en los soldados.
Deliberativa. Su objeto es el debate y ocurre en las asambleas de contraste de
opiniones.

MÉTODOS ORATORIOS

Según el método de preparación, el discurso puede ser:


Leído. En determinadas ceremonias es preferible llevar el discurso escrito, ya
que no se admite el riesgo de una improvisación. Se impone cuando la ocasión es
de gran responsabilidad, cuando el protocolo lo establece así o cuando el orador
carece de dotes para la improvisación. La lectura tiene algunas ventajas: permite
una factura más meditada, un estilo más pulido y literario y precave de errores. En
la posibilidad de balbucear y decir desatinos, es preferible leer el discurso. Se
perderá en espontaneidad, en naturalidad y en vida, pero se ganará en seguridad y
precisión. Hay que escribir el discurso como si se estuviera hablando, para sumarle
los recursos naturales de la palabra oral.
Memorizado. Quien encare esta forma de oratoria, deberá ser un formidable
actor, capaz de simular una improvisación y tener una gran memoria o capacidad
suplementaria de improvisar, al menos momentáneamente.
Improvisado. Esta es la forma superior de la elocuencia. Difícilmente se
logrará un nombre y una fama en la elocuencia, si esta facultad falta. La
improvisación tiene la ventaja de impresionar, conmover y convencer, pues se
advierte enseguida en el orador superioridad intelectual, dominio de sí mismo,
dones de conducción y real capacidad oratoria. Por otra parte, el discurso
improvisado tiene más personalidad, originalidad, naturaleza y vida que cualquier
otro.
Combinado. Es rarísima la improvisación absoluta. El discurso típico es una
combinación sabia de preparación e improvisación.

LO ACONSEJABLE ES QUE CADA CONFERENCIANTE U ORADOR


ADOPTE EL MÉTODO QUE MÁS CONVENGA A SU PECULIARIDAD
SICOLÓGICA, ENTREGANDO A LA MEMORIA Y A LA MEDITACIÓN ANTE-
RIOR TODO AQUELLO QUE NO SEA CAPAZ DE IMPROVISAR. LA FACULTAD
DE IMPROVISAR SE TIENE POR NATURALEZA O SE ADQUIERE POR LA
PRÁCTICA. AL PRINCIPIO NO SE PUEDE PRESCINDIR DEL APRENDIZAJE;
HABRÁ QUE PREVERLO CASI TODO, HACER ESQUEMAS MUY AMPLIOS,
RETENER GRAN CANTIDAD DE PALABRAS, FRASES Y AÚN PÁRRAFOS
ENTEROS, PERO AL CABO DE UN TIEMPO LA FACULTAD ESTARÁ
PERFECCIONADA Y NOS HABILITARÁ PARA IMPROVISAR EN UNA GRAN
PARTE NUESTRA DISERTACIÓN.

LA FORMACIÓN DEL ORADOR

Todos desean expresarse, porque la palabra es un placer. Hay una alegría


de la palabra, que la experimenta en su propio ser quien convence, persuade,
conmueve o enseña. Pero este profundo y sano regocijo del alma sólo es
patrimonio de quienes dominan el instrumento expresivo; para este ministerio de la
palabra pública, el orador debe reunir en sí:

CUALIDADES FÍSICAS
En el orden de las condiciones físicas, hay un ideal, pero muy pocas personas
puede decirse que lo satisfacen. Hay oradores de gran porte, voz sonora y
agradable, rostro sugestivo y además subyugante. En la práctica no debe
considerarse como obstáculo para el ejercicio de la elocuencia el aspecto físico,
salvo algunos defectos realmente incompatibles, como la mudez o ciertos vicios
insuperables de voz y pronunciación o malformaciones corporales muy exageradas.
Todo dependerá, en definitiva, de cómo compense los defectos corporales una
inteligencia superior, una sensibilidad conmovedora o un verbo imponente.

CUALIDADES INTELECTUALES
El sentido común es la cosa más distribuida del mundo. Lo importante es
contenerse en las ambiciones, no ceder al peligro de sobreestimarse y saber
impostar la pretensión de su conferencia. Una cultura general adquirida en el
aprendizaje paciente a través de los años es una efectiva garantía de sabiduría.
Como no es fácil improvisarse en hombre culto, conviene ir haciendo el propio
equipo de conocimientos paulatinamente, día a día. Aunque la competencia de un
orador depende en gran parte de su capacidad y acervo intelectual, conviene
prevenirse contra la idea de que un discurso debe estar hecho solamente sobre la
base de la inteligencia; un exceso de intelectualismo, por el contrario puede
convertir al discurso en una cosa seca, árida, abstracta. Es ineludible para un
orador el cultivo de su inteligencia. Éste puede hacer conforme a las reglas,
métodos y procedimientos expuestos por filósofos y maestros y, aunque no existe
en verdad método alguno infalible y cada persona puede crear el propio, no debe
olvidarse tampoco que el comercio con las personas cultivadas, la observación, la
lectura y el sentido común, son métodos también de aprendizaje.

La sensibilidad es la capacidad de conmovernos ante el espectáculo de la


vida y de los hombres, de experimentar emociones y pasiones; de comunicarnos
con el corazón. La oratoria tiene algunos puntos de contacto con el lirismo y la
poesía. El secreto de la sensibilidad está en el amor a las cosas y a las personas,
pero un exceso de sensiblería es sospechoso, y poco duradero; en vez de
conmover, provoca risas; en vez de emocionar, aburre y disgusta.

La imaginación es la facultad que permite concebir las ideas desde un nuevo


punto de vista; es una facultad de creación original y embellecimiento que ningún
arte debe olvidar. Sucede muchas veces que grandes ideas son demasiado
conocidas y que expresadas en forma repetida, pierden el encanto de la
originalidad; le toca entonces a la capacidad imaginativa del orador, revestirlas de
formas originales. La imaginación debe situarse a igual distancia de la sequedad y
la divagación; si se abusa de las imágenes en un discurso y no hay ideas, el
discurso parece dar vueltas, ir y venir, sin expresar nada. Tampoco hay una fórmula
para desarrollar o perfeccionar la imaginación, pero en cambio, puede ser
fortificada por las lecturas, el trato con personas imaginativas, la observación
detenida y la ejercitación.

La memoria es la capacidad que nos permite retener y recordar, y la


improvisación es sólo una forma de recuerdo. Un orador de excelente memoria
tiene asegurado el manantial de ideas que puede necesitar para elaborar un buen
discurso: frases, vocablos, citas, imágenes, ideas y pensamientos. No todos
tenemos una memoria feliz, pero sí todos podemos perfeccionarla. Hay varios
tipos de memoria: la intelectual que recoge las ideas y las palabras en general;
tenemos también la visual, una auditiva, una motor, que retienen las formas y
colores, los sonidos y las acciones, respectivamente. El orador bien dotado
necesita de todas estas formas, pero la más importante para él, la que conviene
estimular y ejercitar, es la intelectual.

CUALIDADES MORALES
Un orador es, ante todo, un hombre. Y esto de ser hombre es una gran
responsabilidad. Las cualidades morales que adornan al orador tienen decisiva
importancia en su carrera; si éste tiene fallas morales pronto será descubierto por el
público y repudiado. La oratoria es una de las artes que más exige esta condición,
precisamente porque el fundamento del poder de convicción radica en el prestigio y
la confianza. “El hombre digno de ser escuchado es aquel que no se sirve de la
palabra sino para el pensamiento, y del pensamiento sino para la verdad y la
virtud”. El orador deberá ser un carácter, un modelo humano, si es que pretende
erigirse en conductor de sus oyentes.

Pensar en positivo. Una persona asertiva es aquella que tiene una buena opinión
de sí misma y se siente segura de sus posibilidades, lo cual es muy importante en
nuestro tema, ya que existe una gran relación entre hablar en público y la
autoconfianza. Esta confianza en las propias capacidades hace que sea capaz de
mantener una relación clara y franca con los demás y, al mismo tiempo, le permite
aceptar los propios errores y actuar con firmeza pero sin agresividad ni prepotencia.
En suma, la asertividad no es más que empezar por “quererse y respetarse a uno
mismo” como paso previo para querer y respetar a los demás, y poder comunicarse
con ellos abierta y sinceramente.

PARA SER UNA PERSONA ASERTIVA:


Sonreír y hacer sonreír.
Aceptarse a uno mismo sin quejas.
No discutir inútilmente, sólo si se sabe que se puede conseguir un cambio.
Ser honesto con uno mismo.
No imitar los comportamientos de otras personas.
Procurar adecuar el mensaje verbal con el no verbal.
Expresar las propias opiniones.
Mirar el lado positivo de las críticas.

EL MIEDO ORATORIO

El gran enemigo del orador es el miedo. Éste paraliza la lengua, seca la boca y
la garganta, produce transpiración, engendra movimientos torpes del cuerpo, los
brazos y las piernas, traba la articulación y la voz, y lo que es peor, obnubila la
mente. “Tener miedo antes de hablar, perderlo cuando se habla, es la marca del
buen artista”. En cierto sentido la timidez es un signo positivo en el ser humano
pues obedece a una especial sensibilidad del alma, y muy a menudo, a una intensa
vida interior. En realidad cuando alguien siente que tiene algo importante que
decir, que su mensaje es útil, verdadero y valioso, tiene motivos suficientes como
para anular el temor inicial y lanzarse en el campo de la oratoria. Hay tres aspectos
que debemos considerar para apoyar el aspecto que tratamos, y son:
Elección del tema. Elija un tema de su propia experiencia, que le provoque
una actitud mental de apoyo, un espíritu de lucha.
Preparación del discurso. Prepare un esquema en el que las ideas tengan
unidad y coherencia. Escriba completamente las 3 ó 4 primeras frases y
memorícelas, así como las últimas. Memorice el esquema tan a fondo que cuando
cierre los ojos, pueda verlo en su totalidad. Lleve su esquema al estrado y si es
necesario, colóquelo en el pupitre.
Control de la mecánica corporal. Rompa el círculo vicioso de la tensión
muscular, mediante el relajamiento. Relájese en su asiento antes de hablar, luego
en el estrado. Respire hondamente para calmar la tensión.

Por último, son auxiliares algunas estrategias como el de mirar fijamente a una so-
la persona; suponer que se habla sin público; mirar lo menos posible la sala, diri-
giendo la vista un poco por encima de ella, nunca abajo; cerrar
momentáneamente los ojos, como haciendo coincidir este gesto con algún
pensamiento de nuestro discurso, y abrirlos recién cuando haya pasado el temor.
“En todos los casos, repítase a sí mismo que nadie queda libre del susto”. Conviene
tomar las cosas con filosofía.

LA FALTA DE HERRAMIENTAS

Al no saber qué recursos se pueden utilizar para que la comunicación con los
demás sea satisfactoria, se aumenta el miedo que pudiera padecerse y no se
superan –por ello- las barreras existentes y se confirma una y otra vez, la secreta
convicción de que todo está perdido, de que es imposible mejorar las relaciones
interpersonales, por no dominar el arte de hablar en público. Aunque todas las
personas poseemos un instinto innato para comunicarnos mediante palabras,
gestos y actitudes, hablar no es un acto mecánico. Ser comprendido y comprender
a los demás depende de varios factores como la claridad expresiva, la
predisposición, la intencionalidad, la fuerza del mensaje y el grado de convicción y
el tono con que este se transmite.

A veces el miedo a ser evaluados y juzgados negativamente o a hacer el


ridículo hace que la persona se sienta ansiosa y pierda seguridad en sí misma, al
centrar más la atención en las reacciones de los demás y en los resultados, que
en aquello que desea decir.

CONSEJOS PARA EMPEZAR

Primero pueden realizarse ejercicios en solitario para adquirir seguridad,


como practicar la relajación o técnicas de meditación. En esta etapa de preparación
es necesario familiarizarse con determinados movimientos del cuerpo hasta que
parezcan naturales, así como el uso de los tonos de voz y la acentuación de
determinadas palabras y gestos, entre otros recursos. En una segunda etapa, es
útil probar con un amigo o con alguien de confianza hasta que se decida el
momento de la primera experiencia de hablar en público.

PARA HACER LECTURAS EN VOZ ALTA

Remarcar las pausas indicadas por los signos de puntuación mientras se lee.
Las comas y los puntos no sólo sirven para dar sentido a las oraciones sino para
respirar.
Acentuar los silencios al acabar una idea.
Ejercitarse en el ritmo. Es conveniente leer textos narrativos, tanto en prosa
como en verso, que tienen un ritmo propio.
Valerse del tono de la voz para lograr matices, poniendo especial énfasis en
determinadas palabras o fragmentos.

LA ELABORACIÓN DEL DISCURSO

El tema. Lo ideal es poder elegir en cada oportunidad el tema de la


disertación, pero esto no siempre es posible. No se trata, en muchos casos, de
tener en el instante mismo de contraer el compromiso la suma de conocimientos
totales del tema, sino de estar potencialmente en condición de adquirirlos con
profundidad hasta el momento de la disertación. Todo dependerá del mensaje que
tenga que transmitir, de la forma como lo transmita y de la circunstancia en que lo
haga. La mejor recomendación para el orador y el artista: proponerse un asunto al
alcance de sus fuerzas y meditarlo largamente, que a quien elige el tema que le
conviene, no le faltará ni la abundancia ni la claridad ni el orden.

ETAPAS DE LA ELABORACIÓN

Una vez determinado el tema y compilado el material, debe elaborarse el


discurso. Esta tarea se divide en tres componentes:

La invención, es la búsqueda y elección de los pensamientos.


La composición, es el ordenamiento y desarrollo de esos pensamientos y
La elocución, es la expresión de esos pensamientos mediante la palabra.

LA INSPIRACIÓN INICIAL

La idea inicial de una obra es siempre confusa, amorfa y, por consiguiente,


debe ser desplegada. Esto presume un estudio del tema, información y meditación.
Las ideas no siempre aparecen en el momento en que las necesitamos. Esto
significa que el asunto no está suficientemente maduro; habrá que seguir
meditando y esperar a que el tema se torne fecundo. La madurez se logra a veces
sin que tengamos necesidad de meditar directamente sobre el asunto. El
subconsciente tiene una gran importancia en la invención, y trabaja por nuestra
cuenta mientras nosotros dormimos o estamos dedicados a otras cosas. Aunque
parezca extraño, esto es así, y puede confirmarlo todo artista, escritor u orador.

LA ELECCIÓN DE PENSAMIENTOS

A medida que nuestra cultura, las lecturas, la observación y la imaginación


proveen materiales para nuestro discurso, debemos anotarlos para no olvidarlos,
dentro de un orden o plan más o menos primario. Por lo pronto el primer criterio
de selección es desechar las ideas, aun las más atractivas y efectivas, que no se
ajusten a los fines y al tema de nuestra disertación. El sacrificio de ideas y frases
bellas es tarea ingrata para el orador y el escritor, pero más vale perder una
hermosa idea o dejarla para otra oportunidad, que decirla fuera de ocasión. Nada
debe decirse en un discurso que no sirva a los fines que nos proponemos. El
segundo criterio selectivo es discernir lo principal de lo accesorio. En cada una
de las partes del discurso debe ponerse sólo lo esencial, la idea central, dejando
lo demás fuera del texto. Por último, la selección debe realizarse teniendo
siempre presente al auditorio, pensando en las almas a las cuales tenemos que
dirigirnos. Rechacemos todo cuanto no conduzca a nuestros fines oratorios.

LA ORGANIZACIÓN DE LAS IDEAS

Una vez reunidos los materiales del discurso y seleccionados los que habrán
de emplearse, hay que ordenarlos y distribuirlos del modo más adecuado a
nuestros fines.
LAS PARTES DEL DISCURSO

La introducción o EXORDIO es muy importante, ya que en oratoria, las


primeras palabras tienen una influencia decisiva, pues provocan la primera
impresión del auditorio. Hay una razón psicológica para que esto sea así: la espera
crea en el oyente un estado especial del alma que se exacerba por el silencio. Si
el orador atina a decir lo adecuado, rompe esa inquietud mezclada de
desconfianza y conquista al auditorio para todo el acto. El exordio es el puente que
el orador debe tender entre su alma y la de los oyentes, para establecer así la
comunicación.

Se utilizan 4 tipos diferentes de exordios:


1. El ex abrupto es una entrada inesperada, brusca y categórica en el tema, con el
objeto de impresionar hondamente al auditorio, satisfaciendo la gran inquietud o
preocupación general que está en los ánimos.
2. Por insinuación es más usual, y consiste en entrar en contacto con el público
de manera suave y progresiva, creando paulatinamente el clima de
comunicación.
3. El exordio directo es el comienzo sin preparativos ni precauciones. Se
recomienda para el ejercicio de la cátedra y para aquellos casos en que se está
de antemano en la posesión del sentimiento previo de los oyentes.
4. El pomposo es el menos frecuente de todos. Es apto para ocasiones de gran
solemnidad, en la que la elevación del pensamiento y del sentimiento se ajustan
a la nobleza y magnificencia del acto o del asunto.

La actitud del orador tiene importancia en la introducción. El orador se


presentará con humildad y autoridad, simultáneamente, sin hacer ostentación
alguna, con gran confianza y seguridad en sí mismo y, si es posible, con
simpatía y cordialidad.

El CUERPO o medio es el núcleo del discurso, la parte central. En él se de-


sarrolla el tema, se dan los argumentos, se refutan las ideas, se ejemplifica la de-
mostración, se adopta una posición. El cuerpo es la conferencia misma, y en él de-
ben atenderse ciertas exigencias:

a) Unidad. Todo lo que se diga en el cuerpo del discurso deberá tener unidad,
es decir, cada idea tendrá que estar relacionada con las otras y todas, con el con-
junto del tema.
b) Orden. Las ideas deben estar desarrolladas por su orden lógico y los razona-
mientos deben derivarse unos de otros, de manera que el asunto se despliegue en
forma natural. Esto es lo que suele llamarse el “hilo del discurso”.
c) Progresión. El conjunto debe desarrollarse paso a paso, marchar en forma
creciente hasta el punto culminante o nudo del asunto, para dar lugar entonces a la
solución final.
Transición. Es el paso de un asunto a otro. Estos cambios no deben ser meros
artificios del lenguaje, sino que deben apoyarse en reales transiciones del pensa-
miento. De otra manera, el cuerpo da la impresión de ser un simple amontona-
miento de ideas y razonamientos, y no un conjunto.

La CONCLUSIÓN o peroración es la parte última del discurso y, muy a


menudo, la parte más difícil. A veces, es también la parte más decisiva, porque
según lo que en ella se diga se arriesga todo lo logrado durante la exposición. El
orador insuficiente o no preparado, suele dar vueltas sin saber cómo cerrar la
conferencia, o en otros casos, anuncia con poco conocimiento de la sicología del
público, que va a terminar su disertación y rompe así el encanto de la peroración.

Esto supone una disertación bien meditada y bien conducida, porque en


realidad no basta expresar la fórmula tradicional “he dicho” para crear en la mente
del público la idea de que todo ha concluido. No debe ser muy larga ni amanerada,
pues su valor radica en la posibilidad que tiene de dejar en el espíritu de los
oyentes una conclusión o idea perdurable. Hace falta mucho arte para terminar con
una fórmula que resuene netamente como una puerta al cerrarse. Por lo general, la
peroración exige ciertas condiciones artísticas, cierta dosis de pulimento literario y
estético que dejen la impresión de un perfume permanente.

Se puede terminar con un resumen de lo dicho; con una expresión de cortesía


hacia el público; con una exhortación a seguir la idea explicada; con una cita
poética o en prosa; con una anécdota o frase de buen humor; con una graduación
descendente de pensamientos o sentimientos; con un retorno al exordio e incluso
con un ex abrupto, si la ocasión, el tema y el auditorio lo permiten y si tenemos
para ello la suficiente capacidad artística. Al concluir el desarrollo del tema, el
orador deberá hacer una pausa, anunciadora de la peroración, y sólo entonces
decirla, teniendo cuidado de decir las últimas palabras con una caída del tono de
voz.

LA EXPRESIÓN DE LAS IDEAS O ELOCUCIÓN

Después de preparado el plan y escogidos los pensamientos que en él


tendrán cabida, ha llegado el momento de escribir el discurso, si será leído, o de
ser pensado en detalle si se le improvisará. En otras palabras, ha llegado el
momento de poner en vocablos el discurso, o sea, ejecutar la expresión en forma
idiomática de los pensamientos, imágenes y sentimientos.

ESTILO Y PERSONA

Ella está íntimamente condicionada por la manera individual de expresarse


que tiene cada persona. El talento oratorio no es más que una aptitud que se
desarrolla con el estilo y el ejercicio. La experiencia es testigo de que los más
grandes escritores y los más famosos oradores de todos los tiempos, han sido
formidables trabajadores y han elaborado su estilo artístico a fuerza de estudio,
ejercicio y paciencia.

PARA TENER UN ESTILO PROPIO AL HABLAR:

No imitar a otros.
Tener un mejor estilo no significa usar un mayor número de palabras.
Despertar el interés de los escuchas, con nuestro entusiasmo al hablar.
Desarrollar la capacidad de “salirnos de nosotros mismos” para mejorar la
elocución.
EL ESTILO ORATORIO

No se habla como se escribe. La lengua hablada tiene sus propias leyes, que
no son las mismas de la lengua escrita. El lenguaje oral permite -y aun más,
necesita- repeticiones, suspensos, interrogaciones, exclamaciones y toda una
suerte de procedimientos que no son aconsejables en la composición escrita.

CUALIDADES DEL ESTILO ORATORIO

• Verdad. En primer lugar, la palabra hablada debe ser verdadera; significa aquí el
acuerdo entre lo que pensamos y lo que decimos, es decir, no ser artificiosos,
falsos. Un estilo que no sea verdadero no tiene ninguna probabilidad de
imponerse, porque no brota de adentro del alma. Debemos hablar como nos es
natural, y emplear los recursos aprendidos a medida que ellos vayan incorporándo-
se, naturalmente, a nuestra manera de pensar y de decir. Hay que volar hasta
donde nos llevan las propias alas, con un estilo verdadero que nos sea propio y
natural.

• Claridad. Este principio se apoya en el más elemental sentido común: hablamos


para comunicarnos con el prójimo y esta comunicación es imposible si no nos
expresamos con claridad, la cual está en relación con la mentalidad común del
auditorio y la naturaleza del tema. Es un error muy común el creer que un discurso
está mejor hecho cuando más insólitos son los términos que se emplean. Conviene
prevenirse, sin embargo, contra la idea de que la claridad y sencillez del habla sean
lo mismo que el habla vulgar, insípida y elemental. Una cosa es decir pensamientos
profundos, con sencillez, y otra muy distinta decir necedades en forma también
sencilla.

• Belleza. Un discurso es también una obra de arte, y por ello debe cumplimentar la
belleza, la cual debe estar subordinada a la finalidad del mismo, al auditorio y al
tema. Un discurso científico será bello cuando sea claro, bien organizado, sobrio,
demostrativo y algo elegante. Un sermón sacro, en cambio, para ser bello tendrá
que conmover hasta lo más profundo el corazón y la mente de los feligreses, elevar
el espíritu hasta el éxtasis religioso, y provocar en ellos el amor infinito, y esto sólo
se consigue con la sublimidad oratoria.

• Vitalidad. La palabra hablada debe tener una especial vitalidad, calor, fuerza,
realidad; lo contrario de esto es el discurso pálido, mortecino, sin dinamismo, frío,
que se dice sin pasión ni sentimiento. No por ello involucrará gestos desmesurados,
frases pomposas, epítetos altisonantes y toda una serie de defectos en que
suelen incurrir los oradores de teatro. El buen orador sabe cómo variar los modos
de su discurso con procedimientos formales. Alterna las frases cortas con las lar-
gas, intercala anécdotas, deslumbra súbitamente con una frase profunda, hace la
broma oportuna cuando llega el momento, llama la atención con un gesto, profiere
interrogaciones y exclamaciones, interpela a un oyente, invoca a la patria o a Dios,
jura, efectúa citas, guarda silencio, acelera o retarda la velocidad de su discurso,
eleva o baja el tono de la voz.

•Adecuación. Una cualidad importantísima en retórica, se logra subiendo o bajan-


do el lirismo de acuerdo a la altura del asunto, desde el lenguaje familiar al solemne
La norma es establecer un contacto humano y real entre el público y nosotros. Esto
hará sentirse a cada oyente al lado nuestro y comprenderá que hablamos para un
público humano, para él y para nosotros, pero no para un sujeto anónimo y teórico.

•Ritmo. El ritmo es el movimiento de la frase. La lectura en voz alta de algunos


famosos oradores, en su lengua original, nos revela enseguida su dominio del
ritmo. En realidad,

cada orador debe imponer a su discurso el ritmo que es consustancial a su


naturaleza, a su modo de sentir las cosas; entonces ese ritmo será natural, grato y
no artificioso.

EJEMPLOS DE DISCURSOS CORTOS

A continuación, presento ejemplos de discursos que pueden ser utilizados


para practicar. Lo ideal es que el alumno viva todo el proceso y haga sus propios
discursos. En los siguientes, se puede observar claramente la parte correspondien-
te al exordio, al cuerpo y a la conclusión:

1. La paz no es para el cobarde o el ensimismado; no es para quien se contenta


con una vida tranquila. La paz significa vivir honradamente ante Dios, ante nuestra
propia conciencia y ante los demás; trae obligaciones y deberes, pues exige obras
de amor. Vivir en paz también es un compromiso que exige coraje y esfuerzo,
pundonor y trabajo; la paz, que no la tranquilidad -eso es otra cosa- se obtiene en el
trato con los demás; en la soledad puede disfrutarse, pero no conseguirse. Hablo
del sosiego del alma, no del reposo del cuerpo, que también puede ser algo bueno,
pero no en la misma profundidad; no me refiero a la ausencia de problemas, sino a
la actitud para enfrentarlos. La paz es la tierra más fértil para el amor o para la
ausencia de éste.

2. ¿ Quieres saber si eres más inteligente ahora que al inicio del curso ?
Si sonríes más, si eres más optimista y si sabes motivar a tu mejor amigo, al
que ves en el espejo cada mañana; entonces, en la medida en que contestes sí a
estos aspectos eres más inteligente.
Si te caes menos veces, pero cuando la caída sucede te levantas más
rápido -y no sólo hablo de lo físico- sino de asuntos que tienen qué ver con el alma
y el corazón.
Si te esfuerzas por hablar mejor y respetas a nuestro idioma como un legado
de ancestros que no has conocido siquiera, pero de los que te sabes parte y
también en su honor enuncias tu verdad de una manera serena y clara.
Si las palabras coraje y vergüenza son algo positivo para ti; si amas más y
tienes más amigos, entonces, eres más inteligente ahora que cuando iniciamos el
curso.

3. No estás deprimido, estás distraído. Por eso crees que perdiste algo, lo que es
imposible, porque todo te fue dado. No hiciste ni un solo pelo de tu cabeza, por lo
tanto no puedes ser dueño de nada. Además, la vida no te quita cosas, te libera de
ellas... te alivia, para que vueles más alto, para que alcances la plenitud. De la cuna
a la tumba es una escuela; lo que llamas problemas, son lecciones. No perdiste a
nadie: el que murió, simplemente se nos adelantó, porque para allá vamos todos.
Además, lo mejor de él, el amor, sigue vivo en tu corazón.

4. La reina de un país lejano convocó un concurso de pintura y ofreció premiar la


obra que mejor representara la paz interior. Rápidamente se propagó el entusiasmo
por la corte. El día de la exposición se presentaron muchos cuadros: algunos eran
paisajes marinos, que contenían muchísimos tonos de azul y de verde;
otros capturaban valles soleados, sembrados de flores de colores alegres y de
formas graciosas. Otros eran ríos de aguas puras que saltaban sobre las
rocas. Algunos decidieron dibujar a niños jugando en preciosos parques. Hubo,
además, quien pintó una tormenta, en un mar de inmensas olas y cielos cargados
de oscuros y densos nubarrones de los que brotaban rayos amenazadores.

Cada cual tenía su favorito; sin embargo todos se sorprendieron cuando la


reina, sin dudarlo, eligió el cuadro de la tormenta como el ganador.

¿ Por qué escogiste esa obra ? -Le preguntaron.-

- La paz... -dijo ella pausadamente- la verdadera paz es la que se elige vivir


aun durante la peor tormenta. Y continuó: Quien escoge mantener su serenidad
en medio de las aguas revueltas podrá mantener su rumbo, y no será llevado por
los remolinos hacia donde no quiere ir.

5. Un día, un hombre sentado al borde del camino bajo un árbol, observó cómo
la oruga de una crisálida de mariposa intentaba abrirse paso a través de una
pequeña abertura aparecida en el capullo. Estuvo largo rato contemplando cómo se
esforzaba hasta que, de repente, pareció detenerse y que había llegado al límite
de sus fuerzas: no conseguía ir más lejos, o al menos, así lo creía él. El hombre
decidió ayudar a la mariposa: agarró una tijera y ensanchó el orificio del capullo. La
mariposa, entonces, salió fácilmente. Pero su cuerpo estaba blanquecino, era
pequeño y tenía las alas aplastadas. El hombre continuó observándola, porque
esperaba que, en cualquier momento, sus alas se abrirían y estirarían y el insecto
se echaría a volar. Nada ocurrió. La mariposa vivió poco y murió. Nunca voló, y las
pocas horas que sobrevivió las pasó arrastrando lastimosamente su cuerpo débil y
sus alas encogidas.

Aquel caminante, con su gentileza y voluntad de ayudar, no comprendió que


el esfuerzo necesario para abrirse camino a través del capullo era la manera que
Dios había dispuesto para que la circulación de su cuerpo llegara a las alas, y
estuviera lista para volar, una vez que hubiera salido al exterior.

Algunas veces, justamente es el esfuerzo lo que necesitamos en nuestra vida.


Si Dios nos permitiese vivir sin obstáculos, quedaríamos inválidos. Nunca
llegaríamos a nuestra plenitud.

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