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Oratoria
Oratoria
EL ARTE DE LA PALABRA
LA GRAMÁTICA Y LA RETÓRICA
Se denomina retórica –del griego rhétor, orador– al “arte del bien decir, de
embellecer la expresión de los conceptos, de dar al lenguaje escrito o hablado
eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover; es pues un conjunto de
preceptos y reglas para bien hablar. Esta definición presume la posibilidad de hacer
elocuente al hombre mediante la enseñanza de ciertos principios. Acerca de esta
posibilidad se ha debatido mucho y aún hoy se discurre si el orador nace o se hace.
Si nace, la retórica no tiene justificación.
¹ Loprete, Carlos. 1991. Introducción a la oratoria moderna. Editorial Época, S.A. México, D.F.
La totalidad del ámbito lingüístico queda abarcada adoptando la clasificación
siguiente:
Enseñar y aprender; es decir, transmitir conocimientos a otras personas o
investigarlos y adquirirlos en deliberaciones.
Persuadir. O sea, convencer a otros de que nuestras opiniones son las
verdaderas y moverlas, de acuerdo con esto, a la acción.
Conmover. Esto es, provocar en el espíritu ajeno determinados sentimientos,
pasiones o emociones.
Agradar. Vale decir, producir por medio de las palabras en el alma ajena un
sentimiento de placer, con fines determinados.
En la realidad oratoria, estos fines pueden darse solos o –lo que es muy
frecuente- combinados entre sí. Tanta es la variedad de formas, temas, ocasiones,
lugares, sujetos y fines que ponen de manifiesto el poder y la belleza de la palabra.
ELEMENTOS DE LA ELOCUENCIA
La elocuencia, como todo arte, tiene sus propios elementos, que debe
conocer toda persona que aspire a la jerarquía de orador: el orador, el tema y el
auditorio. Hay que evitar la errónea creencia de que el sujeto de este oficio es sólo
el orador. La elocuencia es un hecho social y no individual.
MÉTODOS ORATORIOS
CUALIDADES FÍSICAS
En el orden de las condiciones físicas, hay un ideal, pero muy pocas personas
puede decirse que lo satisfacen. Hay oradores de gran porte, voz sonora y
agradable, rostro sugestivo y además subyugante. En la práctica no debe
considerarse como obstáculo para el ejercicio de la elocuencia el aspecto físico,
salvo algunos defectos realmente incompatibles, como la mudez o ciertos vicios
insuperables de voz y pronunciación o malformaciones corporales muy exageradas.
Todo dependerá, en definitiva, de cómo compense los defectos corporales una
inteligencia superior, una sensibilidad conmovedora o un verbo imponente.
CUALIDADES INTELECTUALES
El sentido común es la cosa más distribuida del mundo. Lo importante es
contenerse en las ambiciones, no ceder al peligro de sobreestimarse y saber
impostar la pretensión de su conferencia. Una cultura general adquirida en el
aprendizaje paciente a través de los años es una efectiva garantía de sabiduría.
Como no es fácil improvisarse en hombre culto, conviene ir haciendo el propio
equipo de conocimientos paulatinamente, día a día. Aunque la competencia de un
orador depende en gran parte de su capacidad y acervo intelectual, conviene
prevenirse contra la idea de que un discurso debe estar hecho solamente sobre la
base de la inteligencia; un exceso de intelectualismo, por el contrario puede
convertir al discurso en una cosa seca, árida, abstracta. Es ineludible para un
orador el cultivo de su inteligencia. Éste puede hacer conforme a las reglas,
métodos y procedimientos expuestos por filósofos y maestros y, aunque no existe
en verdad método alguno infalible y cada persona puede crear el propio, no debe
olvidarse tampoco que el comercio con las personas cultivadas, la observación, la
lectura y el sentido común, son métodos también de aprendizaje.
CUALIDADES MORALES
Un orador es, ante todo, un hombre. Y esto de ser hombre es una gran
responsabilidad. Las cualidades morales que adornan al orador tienen decisiva
importancia en su carrera; si éste tiene fallas morales pronto será descubierto por el
público y repudiado. La oratoria es una de las artes que más exige esta condición,
precisamente porque el fundamento del poder de convicción radica en el prestigio y
la confianza. “El hombre digno de ser escuchado es aquel que no se sirve de la
palabra sino para el pensamiento, y del pensamiento sino para la verdad y la
virtud”. El orador deberá ser un carácter, un modelo humano, si es que pretende
erigirse en conductor de sus oyentes.
Pensar en positivo. Una persona asertiva es aquella que tiene una buena opinión
de sí misma y se siente segura de sus posibilidades, lo cual es muy importante en
nuestro tema, ya que existe una gran relación entre hablar en público y la
autoconfianza. Esta confianza en las propias capacidades hace que sea capaz de
mantener una relación clara y franca con los demás y, al mismo tiempo, le permite
aceptar los propios errores y actuar con firmeza pero sin agresividad ni prepotencia.
En suma, la asertividad no es más que empezar por “quererse y respetarse a uno
mismo” como paso previo para querer y respetar a los demás, y poder comunicarse
con ellos abierta y sinceramente.
EL MIEDO ORATORIO
El gran enemigo del orador es el miedo. Éste paraliza la lengua, seca la boca y
la garganta, produce transpiración, engendra movimientos torpes del cuerpo, los
brazos y las piernas, traba la articulación y la voz, y lo que es peor, obnubila la
mente. “Tener miedo antes de hablar, perderlo cuando se habla, es la marca del
buen artista”. En cierto sentido la timidez es un signo positivo en el ser humano
pues obedece a una especial sensibilidad del alma, y muy a menudo, a una intensa
vida interior. En realidad cuando alguien siente que tiene algo importante que
decir, que su mensaje es útil, verdadero y valioso, tiene motivos suficientes como
para anular el temor inicial y lanzarse en el campo de la oratoria. Hay tres aspectos
que debemos considerar para apoyar el aspecto que tratamos, y son:
Elección del tema. Elija un tema de su propia experiencia, que le provoque
una actitud mental de apoyo, un espíritu de lucha.
Preparación del discurso. Prepare un esquema en el que las ideas tengan
unidad y coherencia. Escriba completamente las 3 ó 4 primeras frases y
memorícelas, así como las últimas. Memorice el esquema tan a fondo que cuando
cierre los ojos, pueda verlo en su totalidad. Lleve su esquema al estrado y si es
necesario, colóquelo en el pupitre.
Control de la mecánica corporal. Rompa el círculo vicioso de la tensión
muscular, mediante el relajamiento. Relájese en su asiento antes de hablar, luego
en el estrado. Respire hondamente para calmar la tensión.
Por último, son auxiliares algunas estrategias como el de mirar fijamente a una so-
la persona; suponer que se habla sin público; mirar lo menos posible la sala, diri-
giendo la vista un poco por encima de ella, nunca abajo; cerrar
momentáneamente los ojos, como haciendo coincidir este gesto con algún
pensamiento de nuestro discurso, y abrirlos recién cuando haya pasado el temor.
“En todos los casos, repítase a sí mismo que nadie queda libre del susto”. Conviene
tomar las cosas con filosofía.
LA FALTA DE HERRAMIENTAS
Al no saber qué recursos se pueden utilizar para que la comunicación con los
demás sea satisfactoria, se aumenta el miedo que pudiera padecerse y no se
superan –por ello- las barreras existentes y se confirma una y otra vez, la secreta
convicción de que todo está perdido, de que es imposible mejorar las relaciones
interpersonales, por no dominar el arte de hablar en público. Aunque todas las
personas poseemos un instinto innato para comunicarnos mediante palabras,
gestos y actitudes, hablar no es un acto mecánico. Ser comprendido y comprender
a los demás depende de varios factores como la claridad expresiva, la
predisposición, la intencionalidad, la fuerza del mensaje y el grado de convicción y
el tono con que este se transmite.
Remarcar las pausas indicadas por los signos de puntuación mientras se lee.
Las comas y los puntos no sólo sirven para dar sentido a las oraciones sino para
respirar.
Acentuar los silencios al acabar una idea.
Ejercitarse en el ritmo. Es conveniente leer textos narrativos, tanto en prosa
como en verso, que tienen un ritmo propio.
Valerse del tono de la voz para lograr matices, poniendo especial énfasis en
determinadas palabras o fragmentos.
ETAPAS DE LA ELABORACIÓN
LA INSPIRACIÓN INICIAL
LA ELECCIÓN DE PENSAMIENTOS
Una vez reunidos los materiales del discurso y seleccionados los que habrán
de emplearse, hay que ordenarlos y distribuirlos del modo más adecuado a
nuestros fines.
LAS PARTES DEL DISCURSO
a) Unidad. Todo lo que se diga en el cuerpo del discurso deberá tener unidad,
es decir, cada idea tendrá que estar relacionada con las otras y todas, con el con-
junto del tema.
b) Orden. Las ideas deben estar desarrolladas por su orden lógico y los razona-
mientos deben derivarse unos de otros, de manera que el asunto se despliegue en
forma natural. Esto es lo que suele llamarse el “hilo del discurso”.
c) Progresión. El conjunto debe desarrollarse paso a paso, marchar en forma
creciente hasta el punto culminante o nudo del asunto, para dar lugar entonces a la
solución final.
Transición. Es el paso de un asunto a otro. Estos cambios no deben ser meros
artificios del lenguaje, sino que deben apoyarse en reales transiciones del pensa-
miento. De otra manera, el cuerpo da la impresión de ser un simple amontona-
miento de ideas y razonamientos, y no un conjunto.
ESTILO Y PERSONA
No imitar a otros.
Tener un mejor estilo no significa usar un mayor número de palabras.
Despertar el interés de los escuchas, con nuestro entusiasmo al hablar.
Desarrollar la capacidad de “salirnos de nosotros mismos” para mejorar la
elocución.
EL ESTILO ORATORIO
No se habla como se escribe. La lengua hablada tiene sus propias leyes, que
no son las mismas de la lengua escrita. El lenguaje oral permite -y aun más,
necesita- repeticiones, suspensos, interrogaciones, exclamaciones y toda una
suerte de procedimientos que no son aconsejables en la composición escrita.
• Verdad. En primer lugar, la palabra hablada debe ser verdadera; significa aquí el
acuerdo entre lo que pensamos y lo que decimos, es decir, no ser artificiosos,
falsos. Un estilo que no sea verdadero no tiene ninguna probabilidad de
imponerse, porque no brota de adentro del alma. Debemos hablar como nos es
natural, y emplear los recursos aprendidos a medida que ellos vayan incorporándo-
se, naturalmente, a nuestra manera de pensar y de decir. Hay que volar hasta
donde nos llevan las propias alas, con un estilo verdadero que nos sea propio y
natural.
• Belleza. Un discurso es también una obra de arte, y por ello debe cumplimentar la
belleza, la cual debe estar subordinada a la finalidad del mismo, al auditorio y al
tema. Un discurso científico será bello cuando sea claro, bien organizado, sobrio,
demostrativo y algo elegante. Un sermón sacro, en cambio, para ser bello tendrá
que conmover hasta lo más profundo el corazón y la mente de los feligreses, elevar
el espíritu hasta el éxtasis religioso, y provocar en ellos el amor infinito, y esto sólo
se consigue con la sublimidad oratoria.
• Vitalidad. La palabra hablada debe tener una especial vitalidad, calor, fuerza,
realidad; lo contrario de esto es el discurso pálido, mortecino, sin dinamismo, frío,
que se dice sin pasión ni sentimiento. No por ello involucrará gestos desmesurados,
frases pomposas, epítetos altisonantes y toda una serie de defectos en que
suelen incurrir los oradores de teatro. El buen orador sabe cómo variar los modos
de su discurso con procedimientos formales. Alterna las frases cortas con las lar-
gas, intercala anécdotas, deslumbra súbitamente con una frase profunda, hace la
broma oportuna cuando llega el momento, llama la atención con un gesto, profiere
interrogaciones y exclamaciones, interpela a un oyente, invoca a la patria o a Dios,
jura, efectúa citas, guarda silencio, acelera o retarda la velocidad de su discurso,
eleva o baja el tono de la voz.
2. ¿ Quieres saber si eres más inteligente ahora que al inicio del curso ?
Si sonríes más, si eres más optimista y si sabes motivar a tu mejor amigo, al
que ves en el espejo cada mañana; entonces, en la medida en que contestes sí a
estos aspectos eres más inteligente.
Si te caes menos veces, pero cuando la caída sucede te levantas más
rápido -y no sólo hablo de lo físico- sino de asuntos que tienen qué ver con el alma
y el corazón.
Si te esfuerzas por hablar mejor y respetas a nuestro idioma como un legado
de ancestros que no has conocido siquiera, pero de los que te sabes parte y
también en su honor enuncias tu verdad de una manera serena y clara.
Si las palabras coraje y vergüenza son algo positivo para ti; si amas más y
tienes más amigos, entonces, eres más inteligente ahora que cuando iniciamos el
curso.
3. No estás deprimido, estás distraído. Por eso crees que perdiste algo, lo que es
imposible, porque todo te fue dado. No hiciste ni un solo pelo de tu cabeza, por lo
tanto no puedes ser dueño de nada. Además, la vida no te quita cosas, te libera de
ellas... te alivia, para que vueles más alto, para que alcances la plenitud. De la cuna
a la tumba es una escuela; lo que llamas problemas, son lecciones. No perdiste a
nadie: el que murió, simplemente se nos adelantó, porque para allá vamos todos.
Además, lo mejor de él, el amor, sigue vivo en tu corazón.
5. Un día, un hombre sentado al borde del camino bajo un árbol, observó cómo
la oruga de una crisálida de mariposa intentaba abrirse paso a través de una
pequeña abertura aparecida en el capullo. Estuvo largo rato contemplando cómo se
esforzaba hasta que, de repente, pareció detenerse y que había llegado al límite
de sus fuerzas: no conseguía ir más lejos, o al menos, así lo creía él. El hombre
decidió ayudar a la mariposa: agarró una tijera y ensanchó el orificio del capullo. La
mariposa, entonces, salió fácilmente. Pero su cuerpo estaba blanquecino, era
pequeño y tenía las alas aplastadas. El hombre continuó observándola, porque
esperaba que, en cualquier momento, sus alas se abrirían y estirarían y el insecto
se echaría a volar. Nada ocurrió. La mariposa vivió poco y murió. Nunca voló, y las
pocas horas que sobrevivió las pasó arrastrando lastimosamente su cuerpo débil y
sus alas encogidas.