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JOSÉ SANTIAGO JIMÉNEZ RUBIANO

I TEOLOGÍA
HISTORIA DE LA IGLESIA ANTIGUA – VIIº INFORME FECHA: 03/05/19

EL CRISTIANISMO Y EL IMPERIO ROMANO

El cristianismo desde sus primeros inicios no tuvo relaciones fáciles con el imperio romano,
puesto que después de la muerte de Jesús, dado que ellos acusan que estos son los culpables
de la muerte de Jesús en la Cruz, pues aplicado por los romanos a aquellos que eran
acusados de rebeldía contra Roma: la inscripción que se puso sobre la cruz “Jesús de
Nazaret, rey de los judíos” refleja que fueron sus pretensiones mesiánicas, interpretadas
según las concepciones del judaísmo tradicional, el motivo de su condena y ejecución. Pero
no parece que después de su muerte las autoridades romanas se preocupasen más del
asunto: fue un episodio más de las numerosas revueltas de la época provocadas por judíos
con pretensiones mesiánicas que la autoridad romana dio por concluido. Y es así que los
judíos son presentados con las autoridades como los culpables de la muerte de Jesús.

Sin embargo, quince años después, en el 64, nos encontramos con la llamada “persecución”
de Nerón que afectó exclusivamente a los cristianos. La información procede del
historiador romano Tácito, que describe con detalle los acontecimientos: para acallar los
rumores que corrían haciendo al emperador culpable del gran incendio que se desató en
Roma el 19 de julio del 64, Nerón “presentó como culpables y sometió a refinadísimos
castigos a aquellos que, odiados por sus crímenes, el pueblo denominaba
cristianos”[CITATION Man13 \p 194 \l 9226 ] así mismo define el cristianismo como una
secta de fanáticos que se habían difundido fuera de Judea y había alcanzado Roma, donde
confluyen de todas partes, todo tipo de movimientos criminales. Con todo, el episodio del
64, del que seguramente fueron víctimas también los apóstoles Pedro y Pablo, fue un hecho
aislado y centrado exclusivamente en la capital, aunque los escritores cristianos posteriores
lo considerarán como “la primera persecución” y harán de Nerón el perseguidor por
antonomasia y la encarnación del Anticristo. Y por tanto en estos primero años no hubo una
distinción entre judíos y cristianos.

De esta forma el cristianismo desde sus inicios, como ya se indicaba, fueron víctimas de los
mismos prejuicios que sufrían los judíos y que se acrecentaron tras las grandes revueltas
judías de los años 66-70 bajo Nerón y 132- 135 bajo Adriano; además, los cristianos no
pudieron nunca liberarse del hecho de que rendían culto como a Dios a una persona que
había sido condenada por la autoridad romana legítima a morir en la cruz como los rebeldes
políticos y los bandoleros, es decir que compartían con los judíos la intransigencia hacia
cualquier otra forma de religión que no fuese la suya, lo cual se equiparaba al ateísmo por
no reconocer a los dioses oficiales, y manifestaban incivismo por no aceptar el culto
político al emperador.

Por su parte los romanos, que eran transigentes en materia religiosa, como no podía ser de
otra forma en un Imperio que dominaba sobre gentes de razas, lenguas y creencias
religiosas muy diversas, tenían profundamente arraigada la idea de que la única religión
válida era aquella reconocida por el Estado. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en
una sociedad como la romana, donde era inconcebible el ateísmo y estaba profundamente
arraigado el principio de que la religio, la religión oficial, tenía como objetivo asegurar la
pax deorum, es decir, la benevolencia de los dioses con el Estado o la ciudad; y los
cristianos, al no prestar culto a estos dioses, constituían un peligro para toda la comunidad,
puesto que el cristianismo era una religión individual, que aseguraba la salvación
individual, no la comunitaria como era el caso de la religión greco-romana.

Entonces, el tema cristiano fue durante este tiempo más un problema de orden público y de
policía que un problema político. Y de ahí que el cristianismo pudo seguir expandiéndose
paulatinamente pese a la hostilidad de las masas populares y de los filósofos paganos y dar
origen a una nueva y rica literatura: los tratados apologéticos y las Actas de los mártires. Y
por ello esta situación equívoca, que oscilaba entre la tolerancia consentida y la represión
manifiesta, que caracterizó la vida de los cristianos en el siglo II, se transformó a
comienzos del siglo III con la llegada de la dinastía de los Severos en una situación de
tolerancia abierta que permitió una gran expansión del cristianismo incluso en los niveles
más altos de la sociedad y en el seno de la misma familia imperial. Ello facilitó que las más
importantes iglesias cristianas del momento como Roma, Cartago y Alejandría
consolidasen sus jerarquías internas y la expansión por sus áreas de influencia política,
puesto que los cristianos, aunque aún no están legalmente reconocidos, en la práctica están
autorizados a ejercer su culto sin obstáculos y, con algunos emperadores como Alejandro
Severo, incluso estimulados desde el poder central.

Por otra parte, en el siglo II el cristianismo conoció el nacimiento y desarrollo de una nueva
literatura cristiana que es testimonio y producto a la vez del ambiente social y político en
que se desarrolló la vida de los cristianos en el seno del Imperio. Una literatura muy
diferente de la conservada en el Nuevo Testamento y en los llamados Padres Apostólicos y
de la que surgió en los debates contra las herejías en el seno de las comunidades cristianas.
Las dos manifestaciones más relevantes son la literatura martirial y la literatura apologética.

La primera nació del deseo de dejar testimonio de las luchas heroicas de los mártires por
fidelidad a su fe. Se desarrolló en dos géneros literarios diferentes: las llamadas Actas de
los Mártires y las Pasiones o Martyria. Frente a esta literatura martirial de carácter popular,
aunque de gran realismo y vivacidad, la literatura apologética es muestra de la penetración
que el cristianismo fue alcanzando ya en el siglo II entre las clases más cultas de la
sociedad.

En su contraste -la segunda-, los apologetas cristianos dan un paso más al hacer recaer las
críticas de «ateísmo» y libertinaje moral sobre la religión tradicional greco-romana por su
origen diabólico y su carácter idolátrico. Es en el Discurso a Diogneto donde se avanza más
hasta presentar al cristiano como el verdadero representante de la auténtica cultura greco-
romana. Pero este optimismo de algunos apologetas, especialmente griegos, no fue
aceptado de buen grado por todos, como es el caso del africano Tertuliano, que mostró, en
especial en sus obras más tardías, posteriores al 207, un profundo rechazo hacia la cultura
greco-romana. Tertuliano defiende un cristianismo de los elegidos, opuesto al mundo que le
circunda y cuyos mejores testigos son los mártires.
Dentro de estos apologetas encontramos a Orígenes (185-253) quien llevó a sus últimas
consecuencias los planteamientos de Clemente que gracias a su enorme erudición, que le
permitió, como no había sucedido con nadie antes de él, un conocimiento profundo de la
Biblia y de la filosofía griega. Ha sido considerado como el Filón cristiano, que sentó las
bases de toda la teología cristiana, pero también puso toda su capacidad intelectual al
servicio de la apologética cristiana.

Sin embargo, la situación de los cristianos en el Imperio cambió de una forma brusca e
inesperada con la subida al poder del emperador Decio en el 249. Decio ocupó el trono tras
un golpe de Estado que acabó con la vida de Filipo el Árabe. La nueva política en cuanto a
la unidad religiosa en torno a los dioses del panteón romano y del culto imperial fue
considerada un elemento fundamental de esta política y el cristianismo, que había
alcanzado una gran difusión en el medio siglo anterior, representaba, a los ojos de los
elementos más tradicionalistas, un obstáculo fundamental para alcanzar estos objetivos. Y
pues muchos que cedieron a las amanezcas de estos, cayeron en la apostasía.

Bibliografía
Ubiña, M. S. (2013). Historia del Cristianismo - Mundo Antiguo . Madrid: Trotta.

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