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En general, ciertas conclusiones son posibles con estos datos. No comprueban si la psicoterapia,
freudiana o de otro tipo, facilita la recuperación de los pacientes neuróticos. Muestran que,
aproximadamente, dos tercios de un grupo de pacientes neuróticos se recuperarán o mejorarán de
manera notoria dentro de los dos años de la aparición de su enfermedad, ya sea que se traten
mediante psicoterapia o no. Esta cifra parece ser muy estable de una investigación a otra,
independientemente del tipo de paciente tratado, del estándar de recuperación empleado o del
método de tratamiento utilizado. Desde el punto de vista de los neuróticos, estas cifras son
alentadoras; desde el punto de vista del psicoterapeuta, difícilmente puedan considerarse como muy
favorables. (pp. 322-323).
Eysenck era conocido por sus fuertes prejuicios contra el psicoanálisis y el desarrollo de la terapia
conductual fue, al menos en parte, un intento de responder a este desafío. La primera revista de terapia
conductual, Behaviour Research and Therapy (Investigación y Terapia del Comportamiento),
apareció en 1965 y en unos años la pregunta original de Eysenck “¿funciona la psicoterapia?”, mutó
a un interrogante mucho más específico y difícil (Paul, 1969, p. 44): "¿qué tratamiento, realizado por
quién, es más eficaz para este individuo con este problema específico y bajo qué conjunto de
circunstancias, y cómo se produce?" Los terapeutas conductuales, y más adelante los terapeutas
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Hayes, S. C., & Hofmann, S. G. (2018). The History and Current Status of CBT
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La fuerza de tarea de la División 12 publicó su primer informe en 1995, en el que incluyeron tres
categorías de TPAIs: (1) tratamientos bien establecidos, (2) tratamientos probablemente eficaces y
(3) tratamientos experimentales. Los tratamientos bien establecidos debían ser superiores a un
placebo psicológico, otros medicamentos o tratamientos, mientras que los tratamientos
probablemente eficaces debían ser superiores sólo a una lista de espera o a una condición de control
sin tratamiento. Los tratamientos consolidados también debían contar con evidencia de al menos dos
equipos diferentes de investigación, mientras que a los tratamientos probablemente eficaces se les
exigía tener evidencia de un solo equipo de investigación. Por otra parte, la fuerza de tarea requirió
que todos los tratamientos especificaran las características de los paciente (tales como edad, sexo,
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origen étnico, diagnóstico, etc.) y que los manuales de tratamiento explicaran las estrategias de
tratamiento específicas. Aunque no era estrictamente necesario, la lista de TPAIs se basaba en
tratamientos para trastornos específicos definidos por el Manual de Diagnóstico y Estadística de
Trastornos Mentales (DSM; American Psychiatric Association, 2000, 2013).
Por último, era necesario que los tratamientos mostraran resultados en ensayos clínicos bien
controlados o en una serie de diseños de caso único bien controlados. La calidad de los diseños tenía
que ser tal que los beneficios observados no fueran debidos al azar o a la confusión de factores como
el paso del tiempo, los efectos de la evaluación psicológica o la presencia de diferentes tipos de
pacientes en las diferentes condiciones de tratamiento (Chambless y Hollon, 1998). Este sistema de
categorización del tratamiento pretendía ser una tarea en desarrollo permanente. De modo consistente
con esta meta, la lista de TPAIs se colocó en línea y ahora se mantiene y actualiza en:
http://www.div12.org/psychological-treatments/treatments.
Más recientemente, los criterios para TPAIs fueron revisados para incluir la evidencia de
revisiones meta-analíticas de ensayos múltiples en múltiples dominios de funcionamiento (Tolin,
McKay, Forman, Klonsky y Thombs, 2015). De todos los tratamientos, la terapia cognitivo-
conductual (TCC) tiene, por lejos la mayor base de pruebas. Una revisión de la eficacia de la TCC
para los trastornos mentales llenó con facilidad un gran compendio de tres volúmenes (Hofmann,
2014b). Sin embargo, cabe señalar que algunos trastornos son más sensibles a los métodos existentes
de la TCC que otros. En el caso de los trastornos de ansiedad, por ejemplo, un meta-análisis de
estudios metodológicamente rigurosos, aleatorios, controlados con placebo, informaron que la TCC
produce el efecto más grande para el trastorno obsesivo-compulsivo y el trastorno de estrés agudo,
pero solamente un efecto de pequeño tamaño para el trastorno de pánico (Hofmann & Smits, 2008).
Además, algunos protocolos de TCC muestran especificidad de trastorno; por ejemplo, los cambios
en depresión son significativamente menores que en ansiedad con un protocolo dirigido a los
trastornos de ansiedad y lo inverso es verdadera si el protocolo está destinado a los trastornos
depresivos. Esto claramente habla en contra del argumento que sostiene que la TCC carece de
especificidad de tratamiento. Al mismo tiempo, este y muchos otros meta-análisis muestran que
claramente hay mucho margen de mejora con la TCC contemporánea (Hofmann, Asnaani, Vonk,
Sawyer y Fang, 2012).
A pesar de llevar a cabo una misión bien planeada y ejecutada, el informe de la División 12 y su
lista de tratamientos compatibles generaron debates y acaloradas dscusiones. Algunos de los contra-
argumentos se centraron en el temor de que el uso de manuales de tratamiento conduciría a
intervenciones mecánicas, inflexibles y a una pérdida de creatividad e innovación en el proceso
terapéutico. Otro argumento planteado con frecuencia fue que los tratamientos que son eficaces en
contextos de investigación clínica podrían no ser viables en la práctica clínica de la "vida real" con
pacientes más complejos o con comorbilidad psiquiátrica (para una revisión, véase Chambless &
Ollendick, 2001). La fuerte presentación de los protocolos de TCC (en contraste con las terapias
psicodinámicas o de orientación humanística) entre los tratamientos que cumplen con los criterios de
la TPAI también alimentó la intensidad de los debates. Una preocupación final para algunos
psicoterapeutas fue la alineación de los tratamientos con apoyo empírico con categorías específicas
de diagnóstico.
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Por ejemplo, consideremos la diferencia entre la TCC y las terapias con orientación psicodinámica.
En lugar de intentar identificar y resolver conflictos ocultos, los profesionales la TCC podrían alentar
a los pacientes a utilizar estrategias más adaptativas para afrontar sus problemas psicológicos actuales.
Como resultado de esta relativa concordancia, se desarrollaron protocolos de TCC para prácticamente
todas las categorías del DSM y de la Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y
Problemas de Salud Relacionados, décima edición (ICD-10; World Health Organization, 1992 –
1994).
Una revisión reciente de la literatura identificó no menos de 269 estudios meta-analíticos que
examinaron la TCC para casi todas las categorías del DSM (Hofmann, Asnaani et al., 2012). En
general, la base de evidencia de la TCC es muy fuerte, especialmente para los trastornos de ansiedad,
los trastornos somatomorfos, la bulimia, los problemas de control de la ira y el estrés general, debido
a que los protocolos de la TCC se alinean estrechamente con las diferentes categorías psiquiátricas.
Aunque generalmente es eficaz, existen claras diferencias en el grado de eficacia de la TCC para los
diferentes trastornos. Por ejemplo, el trastorno depresivo mayor y el trastorno de pánico muestran
una tasa relativamente alta de respuesta al placebo. Tales trastornos presentan un curso fluctuante y
recurrente por lo que la pregunta importante no es tanto “¿cuáles son los resultados a corto plazo?”
ya que muchos tratamientos pueden funcionar inicialmente, sino qué tan efectivo son los tratamientos
en la prevención de recaída y recurrencia, a largo plazo (Hollon, Stewart y Strunk, 2006).
El enfoque sobre los trastornos psiquiátricos definidos en el DSM a veces ha limitado la visión
de la TCC en sus evaluaciones y su aplicación. Por ejemplo, las evaluaciones de la TCC para bienestar
general, calidad de vida, sociabilidad, calidad de las relaciones u otras cuestiones más enfocadas en
el crecimiento y prosperidad están a menudo lejos del foco de los estudios a pesar del interés de los
pacientes en estas cuestiones. Esta visión limitada es especialmente cierta para el análisis de la
conducta, lo que es de lamentar, porque sabemos que algunos de los métodos utilizados en la terapia
basada en la evidencia serían aplicables a problemas de salud y bienestar general.
El enfoque sobre los trastornos ha llevado a la proliferación de protocolos específicos que pueden
dificultar la formación del terapeuta y limitar la integración de la investigación y la literatura clínica.
Los profesionales pueden perderse en un mar de métodos supuestamente distintos pero que a menudo
tienen mucho solapamiento. Estas cuestiones de amplitud de enfoque, efectos a largo plazo y
proliferación de protocolos hacen referencia a algunas ideas fundamentales sobre la naturaleza del
funcionamiento psicológico y las metas de tratamiento. Este volumen propone que ese campo necesita
una corrección de su curso que esté a la altura de los retos del presente.
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factores contextuales y situacionales que contribuyen al problema (p. ej., Hofmann, 2014a). La TCC
moderna a menudo enfatiza las técnicas para síntomas específicos a expensas de la teoría y de la
conceptualización del caso, y así se limita el desarrollo posterior de la TCC. La promoción de la salud
y la persona misma pueden perder el foco de atención mientras predomine el pensamiento centrado
en el síntoma. La TCC no ha alcanzado un estado acabado; más bien, necesita seguir evolucionando
con el tiempo, generando modelos comprobables (Hofmann, Asmundson, Beck,, 2013) y estrategias
de tratamiento novedosas (por ejemplo, Hayes, Follette y Linehan, 2004).
Algunos autores sostienen que los investigadores clínicos que desarrollan intervenciones basadas
en la investigación en gran medida ignoran los factores comunes (a diferencia de las estrategias
específicas de tratamiento), y que estos factores son principalmente los responsables del cambio
terapéutico (Laska, Gurman y Wampold, 2014). Abordar este tema como una dicotomía parece ser
un error. Sin embargo, es relativamente común que los investigadores clínicos que desarrollan
tratamientos con apoyo empírico evalúen estos factores, por ejemplo, mediante el examen de los
efectos de la alianza terapéutica en los resultados. El impacto de los factores comunes varía de
trastorno en trastorno, y aunque pueden ser importantes, por sí solos no son suficientes para producir
los máximos efectos sobre los resultados del tratamiento. Además, los factores de relación pueden ser
sensibles a los procesos psicológicos que abordan los métodos basados en la evidencia. Esto sugiere
que los procesos teóricamente coherentes tratados por la TCC pueden explicar, en parte, algunos
factores comunes. Por ejemplo, la relación mediadora de la alianza terapéutica ya no es significativa
para evaluar el resultado si se agrega la flexibilidad psicológica del paciente como un mediador
adicional (Gifford et al., 2011), lo que sugiere que la alianza terapéutica funciona en parte modelando
la aceptación, sin juicios de valor y procesos similares que pueden abordarse con los métodos
modernos de la TCC.
Gran parte de los datos sobre la alianza terapéutica son correlaciónales y señalan características
relativamente inmutables, como las variables del terapeuta. Sin embargo, los factores comunes se
convierten en centrales para los profesionales cuando se desarrollan métodos específicos para
cambiarlos y se los contrapone otros métodos basados en la evidencia. Ese tipo de trabajo apenas está
comenzando, y para llevarlo a cabo de la mejor manera, los terapeutas necesitan desarrollar teorías
sobre la alianza terapéutica y cómo modificarla concretamente, precisamente el tipo de áreas donde
la TCC y la terapia basada en la evidencia pueden ser útiles.
Es hora de que la psicología clínica y la psiquiatría dejen atrás la opción entre factores comunes o
tratamientos psicológicos basados en la evidencia en un análisis de todo o nada (Hofmann & Barlow,
2014). En cambio, tenemos que aislar y comprender los procesos efectivos de cambio y cómo
abordarlos mejor, con los factores de relación tratados como proceso. Este enfoque permitirá que la
investigación se centre en cualquier tema que ayude a nuestros pacientes a mejorar sus vidas y ayudará
a que nuestra disciplina científica avance.
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los síndromes y los trastornos mentales se convirtieron más en el foco de atención. Los científicos
clínicos han participado en un largo y acalorado debate sobre cómo definir y clasificar los trastornos
mentales de la mejor manera (p. ej., Varga, 2011). Las estructuras del DSM-5 y la CIE-10 están
firmemente enraizadas en el modelo biomédico, por lo que asumen que los signos y síntomas reflejan
entidades subyacentes y latentes de enfermedad. Las versiones anteriores de estos manuales se
basaban en la teoría psicoanalítica, presuponiendo que los trastornos mentales tienen su origen en
conflictos profundamente arraigados. En cambio, las versiones modernas implican disfunciones en
los procesos genéticos, biológicos, psicológicos y de desarrollo como las causas primarias de un
trastorno mental.
No es de extrañar que esta definición tenga críticas porque no se sabe cómo definir y determinar
la función o disfunción de un comportamiento (v.gr, McNally, 2011). Los primeros críticos (Szasz,
1961) consideraban que los trastornos psiquiátricos son simplemente etiquetas que la sociedad
atribuye a experiencias humanas normales y que esencialmente representan construcciones sociales
arbitrarias sin ningún valor funcional. El mismo fenómeno que se considera anormal en una cultura
o en un momento en la historia se puede considerar normal o incluso deseable en otra cultura o en
otro momento en la historia.
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Este énfasis está ampliamente en línea con el enfoque del desarrollo de la tradición conductual,
que suele no acentuar las vulnerabilidades y los factores estresantes, pero que reconoce que los
factores históricos que llevaron a un problema pueden diferir de los factores ambientales que lo
mantienen. El análisis funcional se centra en los factores mantenedores de los comportamientos
actuales precisamente porque es lo que hay que cambiar para mejorar la salud mental de un individuo.
Más allá de las cuestiones políticas y financieras (el DSM es una importante fuente de ingresos
para la American Psychiatric Association), el manual de diagnóstico tiene muchos problemas teóricos
y conceptuales. Por ejemplo, patologiza la normalidad utilizando puntos de corte arbitrarios; un
diagnóstico hecho usando el DSM se basa simplemente en el juicio subjetivo de un profesional de la
salud mental en lugar de usar medidas objetivas; se centra demasiado en los síntomas; sus categorías
describen un grupo heterogéneo de personas y un gran número de combinaciones de diferentes
síntomas que definen el mismo diagnóstico, y la mayoría de los profesionales continúan utilizando el
diagnóstico residual ("no especificado") porque la mayoría de los pacientes no cumplen
perfectamente con ninguna de las categorías diagnósticas, que se basan en un acuerdo de consenso
de expertos (para una revisión, véase Gornall, 2013).
Quizás uno de los mayores problemas conceptuales es la comorbilidad (es decir, la co-ocurrencia
de dos o más diagnósticos diferentes). La comorbilidad es incompatible con la noción básica de que
los síntomas de un trastorno reflejan la existencia de una entidad de enfermedad latente. Si los
trastornos fueron de hecho entidades de enfermedades distintas, la comorbilidad debería ser una
excepción en la nosología. Sin embargo, los trastornos comúnmente son concomitantes. Por ejemplo,
entre los trastornos del estado de ánimo y la ansiedad, el DSM-5 plantea que prácticamente toda la
considerable covarianza entre las variables latentes que corresponden a sus constructos de depresión
unipolar, trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de ansiedad social, trastorno obsesivo-
compulsivo, trastorno de pánico y agorafobia pueden explicarse por las dimensiones de orden
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superior de afecto negativo y positivo. Esto sugiere que los trastornos del estado de ánimo y de
ansiedad surgen de diátesis psicosociales y biológico/genéticas compartidas (Brown y Barlow, 2009).
Observaciones como éstas sirvieron de base en los esfuerzos recientes para desarrollar protocolos
de tratamiento transdiagnósticos (Norton, 2012) o unificados (Barlow et al., 2010) que atraviesan las
categorías diagnósticas para abordar las características nucleares de los trastornos, teniendo como
meta desarrollar tratamientos más eficaces y, quizás, de gran impacto (Barlow, Allen y Choate, 2004).
Además, este enfoque podría contrarrestar la desventaja de entrenar a los profesionales en protocolos
de TCC específicos para cada trastorno, lo que a menudo conduce a una simplificación del sufrimiento
humano, inflexibilidad por parte del clínico y baja adherencia a las prácticas basadas en la evidencia
(McHugh, Murray & Barlow, 2009).
Criterios de investigación
En un intento de ofrecer una solución a los problemas de la nosología asociada con el DSM y la
CIE-10, el Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH) desarrolló la Iniciativa de Criterios de
Investigación (Research Domain Criteria, RDoC), un nuevo marco para clasificar los trastornos
mentales basado en dimensiones de comportamientos observables y de mediciones neurobiológicas
(Insel et al., 2010). Esta iniciativa es un intento de avanzar en el campo de la psiquiatría mediante la
creación de un sistema de clasificación que conceptualiza las enfermedades mentales como trastornos
cerebrales. En contraste con los trastornos neurológicos con lesiones identificables, los trastornos
mentales se consideran trastornos con circuitos cerebrales anómalos (Insel et al., 2010). En lugar de
basarse en impresiones clínicas, que dan por resultado categorías definidas arbitrariamente que
conforman grupos de diagnósticos heterogéneos y superpuestos, el NIMH (the National Institute of
Mental Health) propone integrar los hallazgos de las ciencias modernas del cerebro para definir y
diagnosticar los trastornos mentales (Insel et al., 2010).
El objetivo de este proyecto es desarrollar un sistema de clasificación para los trastornos mentales
basado en dimensiones bioconductuales que atraviesen las heterogéneas categorías actuales del DSM.
El marco del RDoC asume que las disfunciones en los circuitos neuronales pueden ser identificadas
con las herramientas de la neurociencia clínica, incluyendo la electrofisiología, la neuroimagen
funcional y los nuevos métodos para la cuantificación de las conexiones en vivo. Más aún, este marco
presupone que los datos de la genética y la neurociencia clínica producirán biomarcadores que puedan
aumentar los síntomas y signos clínicos usados en la práctica clínica. Por ejemplo, en el caso de los
trastornos de ansiedad, el profesional del futuro utilizaría datos de la imagen funcional o estructural,
la secuenciación genómica y de evaluaciones del condicionamiento y extinción del miedo, realizadas
en laboratorio, para determinar un pronóstico y un tratamiento adecuado (Insel et al., 2010). El
producto concreto de la iniciativa del RDoC es una matriz que muestra diferentes niveles de análisis
(molecular, circuito del cerebro, comportamiento y síntomas) para la definición de constructos que
se supone son los síntomas centrales de los trastornos mentales.
Mientras que los neurocientíficos generalmente aplaudieron la iniciativa del RDoC (Casey et al.,
2013), otros la criticaron por varias razones. Por ejemplo, el proyecto pone demasiado énfasis en
ciertos tipos de procesos biológicos, reduciendo los problemas de salud mental a simples trastornos
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cerebrales (Dean, 2013; Miller, 2010). Hasta ahora el RDoC ha tenido una limitada utilidad clínica
porque está destinado principalmente para el avance de futuras investigaciones, no para guiar la toma
de decisiones clínicas (Cuthbert y Kozak, 2013). Por otra parte, la iniciativa del RDoC comparte con
el DSM la fuerte suposición teórica que los problemas psicológicos ("síntomas") son causados por
una enfermedad latente. En el caso del DSM, estas entidades latentes de enfermedad se miden a
través del informe de los síntomas y las impresiones clínicas, mientras que en el caso del RDoC se
miden a través de instrumentos biológicos (por ejemplo, las neuroimágenes) y sofisticadas pruebas
de comportamiento (p. ej., pruebas genéticas).
El modelo de Gross del proceso de generación de las emociones plantea que ciertas señales de
emoción relevantes se procesan para activar respuestas fisiológicas, conductuales y experienciales, y
que estas respuestas son moduladas por las tendencias de la regulación emocional. Dependiendo del
momento en el cual una persona realiza la regulación de la emoción, las técnicas son estrategias
centradas en el antecedente o centradas en la respuesta. Las estrategias de regulación basadas en el
antecedente de la emoción son de re-evaluación cognitiva, modificación de la situación y el
despliegue de la atención y se producen antes de que la respuesta emocional se haya activado
completamente. En cambio, las estrategias de regulación de la emoción enfocadas en la respuesta,
tales como las estrategias para suprimir o tolerar la respuesta, son intentos de alterar la expresión o
experiencia de una emoción después de iniciada la respuesta.
Hay muchas más dimensiones de la patología que atraviesan los trastornos definidos por el DSM,
como el afecto negativo, el control de los impulsos, el control atencional, la rumiación y la
preocupación, la flexibilidad cognitiva, la conciencia de sí mismo o la motivación basada en el punto
de vista, por nombrar sólo algunas. A medida que estas dimensiones se han vuelto más centrales para
comprender la psicopatología, ha quedado más claro que usar de manera flexible las estrategias que
son más apropiadas para un determinado contexto y la búsqueda de un objetivo es el método más
adaptativo para un cambio a largo plazo (Bonanno, Papa, Lalande, Westphal y Coifman, 2004).
Muchas formas de psicopatología son asociadas con las respuestas de valencia negativa, tales como
el miedo, la tristeza, el enojo o la angustia, pero todas estas emociones juegan un papel positivo en la
vida. Ninguna reacción psicológica y ninguna estrategia para hacer frente a una reacción psicológica,
es constantemente adaptativa o desadaptativa (Haines et al., 2016). El objetivo de la TCC moderna
no es eliminar o suprimir los sentimientos, pensamientos, sensaciones o recuerdos, sino promover
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trayectorias de vida más positivas. Aprender a cómo focalizarse mejor en los procesos relevantes que
favorecen un desarrollo y crecimiento positivos es el reto de las intervenciones de la ciencia moderna
y el objetivo de este volumen.
El movimiento hacia el RDoC contiene un aspecto clave que parece ser apropiado para este
momento de la evolución en el campo de la psicoterapia. El enfoque de una red compleja también
ofrece otras nuevas perspectivas potencialmente prometedoras en psicopatología y para el tratamiento
(Hofmann, Curtiss y McNally, 2016). En vez de asumir que los trastornos mentales surgen de
entidades de enfermedad subyacentes, el enfoque de red compleja sostiene que estos trastornos
existen debido a una red de elementos interrelacionados. Una terapia eficaz puede cambiar la
estructura de la red de un estado patológico a un estado no-patológico apuntando a los procesos
básicos. De manera similar al análisis funcional tradicional, necesitamos entender la relación causal
entre estímulos y respuestas con el fin de identificar y abordar estos procesos básicos de patología y
cambio de una manera contextualmente específica. Los diseños longitudinales están permitiendo que
los clínicos desarrollen medidas específicas y concretas que predicen el desarrollo de psicopatología
con el paso del tiempo (por ejemplo, Westin, Hayes, & Andersson, 2008). Los profesionales pueden
enfocarse en estas medidas para el cambio usando métodos basados en la evidencia y determinar cuál
es el papel mediador de cambio en estos procesos (p. ej., Hesser, Westin, Hayes y Andersson, 2009;
Zettle, Rains y Hayes, 2011).
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