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4 /1 Derecho Constitucional

Mª Josefa Ridaura Martínez

EL TÍTULO I DE LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA


El Título I de la Constitución Española. La dignidad de la persona. Los
derechos inherentes a la persona y derechos fundamentales. El singular
criterio de interpretación de los derechos fundamentales del artículo 10.2
de la Constitución. Eficacia de los derechos fundamentales, en particular,
en las relaciones entre particulares. Límites de los derechos fundamen-
tales.

I. EL TÍTULO I DE LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA

La Constitución española de 1978 contiene una tabla de derechos considerada como


la más completa y garantista de toda la historia constitucional española. Junto a la pro-
clamación de un exhaustivo cuadro de derechos y libertades, prevé un amplio abanico de
medidas de defensa de distinto orden: jurisdiccionales, extrajudiciales, así como las que
tienen como objeto asegurar la especial vinculación de los poderes públicos.
El texto se inserta, así, en el movimiento constitucional que surge tras la IIª Guerra
Mundial; y se inspira, para la redacción de los preceptos relativos a los derechos, en las
Constituciones alemana, italiana y portuguesa, que son fruto de dicho movimiento,
caracterizado por concebir los derechos fundamentales como eje vertebrador de todo
el ordenamiento.

1. Ubicación y ordenación de la Declaración de derechos


Es el Título Iº el que contiene la Declaración de derechos, que constituye la parte
dogmática de la CE; diferenciándose de la orgánica que es la que contiene la ordena-
ción de los poderes del Estado y su funcionamiento.
En nuestro modelo constitucional, la parte orgánica está condicionada por la dog-
mática, ya que los derechos fundamentales son la expresión jurídica de un sistema de
valores que, por decisión del constituyente, ha de informar el conjunto de la organización
jurídica y política.
Los derechos son, así, componentes estructurales básicos, tanto del conjunto del orden
jurídico objetivo como de cada una de las ramas que lo integran (por todas, STC 53/1985).

La Tabla incorpora distintas concepciones de derechos, al ser reflejo de la procla-


mación en el art. 1.1 CE del Estado Social y Democrático de Derecho, por lo que
contiene:
– derechos propios del Estado Democrático: esencialmente los derechos de par-
ticipación política: referéndum, iniciativa legislativa popular, participación a tra-
vés del jurado, la acción popular, entre otros.
– derechos propios del Estado Social: los principios rectores de la política social
y económica (seguridad social, educación, vivienda, sanidad). Así como los de-
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rechos de sindicación y huelga, negociación colectiva, derecho al trabajo en sus


dos manifestaciones, individual (art. 35) y colectiva (art. 40.1).
– derechos propios del Estado de Derecho que se proyecta en el art. 9.1, cuando
garantiza el principio de legalidad, la jerarquía normativa, la publicidad de las
normas, la irretroactividad de las disposiciones sancionadoras no favorables o
restrictivas de derechos individuales, la seguridad jurídica, la responsabilidad y
la interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos. El Título I recoge con
mayor amplitud derechos que garantizan una esfera individual frente a la acción
de los poderes públicos: libertad ideológica, libertad religiosa, derecho a la inti-
midad, al honor y ala propia imagen, etc.
– Todas estas generaciones de derechos se completan con la incorporación de los
denominados “nuevos derechos” o “derechos de tercera generación”, como son
los derechos a disfrutar de un medio ambiente, o la protección frente al uso de
la informática.
Esta tabla de derechos contenida en el Título I CE ha de completarse, en el orden
interno, con la declaraciones de derechos de los Estatutos de Autonomía; ya que éstos,
aunque no pueden regular derechos subjetivos, si que pueden regular derechos vincu-
lados al ámbito competencial propio de la propia Comunidad Autónoma.
Estos derechos estatutarios han sido considerados como mandatos a los poderes
públicos autonómicos, para el ejercicio de competencias que el Estatuto atribuya, pero
no podrán exceder el ámbito de cada CCAA (SSTC 247/2007, 31/2010).
Y, en el orden internacional y supranacional ha de completarse con los derechos
reconocidos en los textos internacionales en materia de derechos válidamente ratifica-
dos por España, señaladamente el Convenio Europeo de Derechos Humanos (1950)
y la más reciente Carta de Derechos fundamentales de la Unión Europea (2007).
Ello ha derivado en la exigencia de articular los distintos niveles de protección de
derechos que se juega, al decir de Carmona, a tres bandas: UE-CEDH-Constituciones
nacionales) siendo necesario determinar pautas operativas que orienten la armónica con-
vivencia entre los tres niveles. Planteando, a su vez, una compleja relación entre los Tri-
bunales a los que se les encomienda la defensa jurisdiccional de cada uno de los textos.

2. Estructura
La estructura del Título es capital para entender la configuración de los derechos,
ya que el constituyente no optó por una clasificación de los mismos en orden a su
contenido o naturaleza, sino en atención al sistema de garantías previsto para cada uno
de ellos. Y es el art. art. 53 el que establece dicho sistema de garantías en función de la
ubicación de cada derecho.
El Título I consta de 46 artículos, estructurados en 5 Capítulos del siguiente modo:
Título I. De los derechos y deberes fundamentales
Capítulo Primero. De los españoles y extranjeros (arts. 11-13), que regula las
condiciones de ejercicio de los derechos fundamentales; esto es, la capacidad jurídica y
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la capacidad de obrar. Aunque puede encontrase en el art. 13, relativo a las condicio-
nes de ejercicio por los extranjeros, el derecho de asilo.
Capítulo Segundo. Derechos y libertades, precedido por el art. 14. Constituye la
auténtica Declaración de Derechos de nuestro texto constitucional.
• Sección 1ª. De los derechos fundamentales y de las libertades públicas (arts. 15-29)
• Sección 2ª. De los derechos y deberes de los ciudadanos (arts. 30-38).
Capítulo Tercero. De los principios rectores de la política social y económica
(arts.39-52)
Capítulo Cuarto. De las garantías de las libertades y derechos fundamentales
(arts. 53-54)
Capítulo Quinto. De la suspensión de los derechos y libertades (art. 55), que regula
la suspensión general de derechos durante la declaración de los estados excepcionales; y la
suspensión individual, en los casos de bandas armadas y elementos terrorista.
En relación con esta estructura y ordenación del Título I cabe destacar una serie de
consideraciones:
A) No todos los derechos están ubicados en este Título I, sino que algunos están
regulados en preceptos fuera de este título: por ejemplo el derecho a la iniciativa legis-
lativa popular (art. 87); la participación en el jurado y la acción popular (art. 125); el
derecho a una indemnización que repare los daños causados por error judicial (121);
el derecho de los ciudadanos de acceso a los archivos y registros públicos (art. 105).
El problema que plantea la ubicación de derechos fuera del Título I es el de su
garantía, ya que el art. 53 CE las ordena en atención a su ubicación en un capítulo u
otro. No obstante, ello se ha salvado, en algunos casos, por medio del desarrollo legis-
lativo o de la interpretación constitucional: por ejemplo la Ley Orgánica reguladora
de la iniciativa popular, al conectarla con el art. 23.1, extiende la garantía del recurso
de amparo constitucional; o la indemnización por error judicial se conecta con el art.
24 relativo al derecho a la tutela judicial efectiva, gozando así de la misma protección.
B) El Título I recoge derechos, calificados unos como fundamentales, y otros como
constitucionales.
Pero también prevé deberes de los ciudadanos: la defensa de España (art. 30) o el
deber de tributación (art. 31). Aunque no todos los deberes estén ubicados en este
Título, sino que algunos están regulados en otros Títulos diseminados a lo largo del
texto constitucional: el deber de conocer la lengua (art. 3); el deber de comparecencia
ante la Cámaras (art. 77), entre otros.
c) Junto con los preceptos que atribuyen derechos o los que ordenan deberes, el Título
I formula las denominadas “garantías institucionales”. Este concepto, que surge en Ale-
mania durante la vigencia de la Constitución de Weimar, se ha consolidado en un buen
número de Constituciones; siendo una de ellas la Constitución española de 1978.
La Constitución no sólo enuncia derechos, sino que también enuncia determinadas
instituciones que gozan de garantía vinculando, especialmente, al legislador. Son ins-
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tituciones previstas en el Título I la autonomía universitaria, el matrimonio, o la segu-


ridad social, entre otras; pero también pueden encontrarse algunas relevantes fuera de
este Título: es el caso, por ejemplo, de la autonomía local (art. 141 CE).
La garantía institucional obliga al legislador a no desvirtuar el núcleo esencial de la
garantía institucional:
• No asegura un contenido concreto; sino la preservación de una institución en
términos recognoscibles para la imagen que de la misma tiene la conciencia so-
cial en cada tiempo y lugar.
• Esta garantía es desconocida cuando la institución es limitada, de tal modo que
se la priva prácticamente de sus posibilidades de existencia real como institución
para convertirse en un simple nombre (STC 32/1981).
Un problema que plantea la ordenación de garantías institucionales fuera del Título
I, es el de su garantía. Al respecto, la doctrina constitucional ha ofrecido protección a
la garantía institucional con independencia de dicha ubicación. Así, por ejemplo:
a) En relación con la garantía de la Seguridad Social, que está regulada en el Capí-
tulo III relativo a los principios rectores de la política social y económica, el Tribunal
ha estimado recientemente que “Lo que verdaderamente ha de ser tutelado por im-
perativo constitucional es que no se pongan en cuestión los rasgos estructurales de la
institución Seguridad Social a la que pertenecen”. (STC 84/2015).
b) Y, en relación con la autonomía local, regulada en el art. 141, también reciente-
mente, el Tribunal ha remarcado el contenido mínimo de dicha garantía institucional
que se concreta “básicamente, en el ‘derecho de la comunidad local a participar a través
de órganos propios en el gobierno y administración de cuantos asuntos le atañen, gra-
duándose la intensidad de esta participación en función de la relación existente entre
los intereses locales y supralocales dentro de tales asuntos o materias (STC 57/2015).

II. LA DIGNIDAD DE LA PERSONA

El Título I tiene como pórtico el art. 10 que, en sus dos apartados, contiene procla-
maciones de especial relevancia y significación para la configuración de los derechos.
El apartado 1 proclama que la dignidad de la persona, los derechos inviolables que
le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los dere-
chos de los demás son fundamento del orden político y de la paz social.
Este reconocimiento de la dignidad de la persona está inspirado tanto en los textos
internacionales como en los constitucionales de la segunda posguerra. Los primeros
textos en reconocer la dignidad como eje esencial son la Declaración Universal de los
Derechos Humanos de 1948, la Constitución de la República Italiana (1947), Ley
Fundamental de Bonn (1949), que en su art. 1, declara que “la dignidad del hombre
es sagrada y su respeto y protección constituyen un deber de todas las autoridades del
Estado”, y la Constitución de Portugal (1976).
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1. El Valor de la dignidad
La dignidad de la persona y el libre desarrollo de la personalidad no constituyen, en
si mismos considerados, derechos subjetivos, sino que son valores que presiden todo el
ordenamiento, y en especial la ordenación de los derechos. Por ello, no cabe basar una
pretensión alegando solamente la dignidad, sino que está habrá de ponerse en relación
con un derecho garantizado jurisdiccionalmente.
Proyectada sobre los derechos individuales, implica que, en cuanto «valor espiritual
y moral inherente a la persona» la dignidad ha de permanecer inalterada cualquiera
que sea la situación en que la persona se encuentre (STC 53/1985).
Su reconocimiento constitucional en este precepto entraña conferirle un valor ju-
rídico.

2. Consecuencia de su proclamación
La proclamación del art. 10.1 CE implica principalmente que:
– la dignidad cumple una función legitimadora del orden político y del ejercicio
de todos los poderes públicos.
– la dignidad constituye, también, un “minimum” invulnerable que todo estatuto
jurídico debe asegurar; debiendo quedar inalterada cualquiera que sea la situa-
ción en que la persona se encuentre (STC 120/1990).
– los derechos fundamentales son considerados proyecciones de la dignidad de la
persona.
– la dignidad sirve como parámetro para dirimir conflictos entre derechos; inclu-
so para el reconocimiento de nuevas dimensiones de los derechos, o nuevos titu-
lares. Por ejemplo, el Tribunal Constitucional ha determinado que el desarrollo
legislativo de los derechos por parte de los extranjeros deberá tener en cuenta el
grado de conexión de los concretos derechos con la garantía de la dignidad hu-
mana. Esta conexión ha conducido a reconocerles derechos como el de reunión
y manifestación, al derivar de la dignidad humana (STC 236/2007).
Así pues, aunque el Título I de la CE contiene una tabla extensa de derechos, ésta
no está cerrada; de forma que a la luz de la dignidad y del libre desarrollo de la perso-
nalidad, la legislación y la doctrina constitucional han permitido ofrecer visiones más
completas y novedosas de los derechos, ampliando su dimensión constitucional.
La dignidad de la persona no es un valor aislado en el art. 10, sino que está en
conexión con los de los valores constitucionales que, diseñados en el Preámbulo de la
Constitución, el constituyente quiso integrar expresamente en el texto constitucional;
reconociendo en el art. 1.1 que el modelo de Estado propugna como valores supe-
riores de su ordenamiento jurídico: la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo
político.
Estos valores representa el fundamento axiológico para la comprensión de todo el
orden constitucional.
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Los valores constitucionales se proyectan sobre los principios contenidos en el art.


9.2 que encomienda a los poderes públicos promover las condiciones para que la liber-
tad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas;
remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación
de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social.

III. LOS DERECHOS INHERENTES A LA PERSONA Y


DERECHOS FUNDAMENTALES

1. El nacimiento de las Declaraciones de Derechos


Históricamente, los derechos han evolucionando tanto en su significado como en su
denominación. Del carácter fragmentario y estamental propio del orden medieval, en
el que los destinatarios de los derechos eran —no las personas— sino los integrantes de
determinados estamentos, el movimiento constitucional que surge tras las Revoluciones
liberales francesa y americana dará paso a las modernas Declaraciones de Derechos.
Estas Declaraciones superan la clásica formulación de los Derechos Naturales, y se
caracterizarán por su universalización. Son Declaraciones de derechos que están estre-
chamente ligadas a la idea de Constitución y de Estado Constitucional, sustentados
en el reconocimiento de los derechos y la división de poderes. En efecto, el art. 16 de
la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 proclamaba que
“Toda sociedad en la que la garantía de los derechos no se encuentra asegurada, ni la sepa-
ración de poderes determinada, carece de Constitución”.
Las primeras Declaraciones propias del liberalismo, en el que se reclama del Estado
su abstencionismo, proclamarán derechos individuales y políticos, garantizando su
protección frente a la acción del Estado.
Con posterioridad, la crisis del liberalismo dará paso al surgimiento del Estado
Social, que reclamará la intervención estatal para garantizar derechos de carácter social
y laboral. Estas distintas generaciones de derechos se irán integrando en textos inter-
nacionales y en los propios textos constitucionales.
Si bien el término “derechos fundamentales” es de origen francés (siglo XVIII), se
consolidará en los textos constitucionales que vieron la luz tras las dos Guerras Mun-
diales; fundamentalmente de la segunda, utilizándose en las Constituciones alemanas
de 1848 y en Ley Fundamental de Bonn en 1949, generalizándose después su termi-
nología y su significación. Los textos constitucionales que incorporan la denomina-
ción derecho fundamental compartirán como idea matriz la garantía de los derechos
como elementos nucleares del ordenamiento.
Existe cierta confusión terminológica entre los términos derechos humanos, dere-
chos fundamentales y libertades públicas.
• Hoy en día parece comúnmente admitido que el término derechos humanos
viene referido a los derechos positivizados en los textos internacionales, como
proyecciones de la dignidad, la libertad y la igualdad.
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• Mientras que el término derechos fundamentales está referido a los derechos


positivizados y garantizados en un texto constitucional; que son, además, funda-
mento del orden político y social.
• El término libertades públicas hace referencia a proyecciones de la libertad, que
aseguran una ámbito de actuación exento de la injerencia de los poderes públicos.
La distinción entre Derechos Humanos y Derechos Fundamentales, hoy en día,
no es excluyente, sino complementaria; en cuanto que los textos internacionales en
materia de derechos que España ratifique válidamente forman parte de nuestro or-
denamiento; además, de constituir parámetro de interpretación. En consecuencia la
ordenación de los derechos se traduce tanto en un reconocimiento como en una pro-
tección multinivel.

2. El significado del término derechos fundamentales en la


Constitución española de 1978
El constituyente español emplea una terminología diversa al referirse a los derechos
en atención a su ubicación: denomina derechos fundamentales a los regulados en los
arts. 14 a 29; y derechos constitucionales a los regulados en los arts. 30 a 38.
En principio, la diferencia entre ambos es la garantía que el art. 53.2 Ce les con-
fiere; ya que este apartado prevé la garantía preferente y sumaria y la del recurso de
amparo constitucional sólo para los que el texto denomina fundamentales.
Hoy la posición menos seguida es la que trata de identificar el derecho fundamental
como aquel derecho susceptible de ser protegido mediante el recurso de amparo cons-
titucional, pues ello conduciría “a negar la existencia de derechos fundamentales en
todos aquellos sistemas jurídico-constitucionales en los que no exista esta vía procesal”
(STC 26/1987, voto particular formulado Rubio Llorente).
Por tanto, existe bastante acuerdo en reconocer que el que unos derechos sean pro-
tegibles ante el Tribunal Constitucional mediante el recurso de amparo no los hace más
fundamentales que otros que no cuentan con esta garantía. Máxime cuando tras la reforma
operada por la LOTC 6/2007 se ha objetivado dicho amparo, de tal forma que sólo puede
admitirse a trámite una demanda que justifique su trascendencia constitucional.
Así pues, la posición mayoritaria es la que considera que son derechos fundamen-
tales los recogidos en los Capítulos I y II (arts. 14 a 38), porque participan de las dos
notas básicas del carácter fundamental de los derechos:
(a) la disponibilidad del derecho por su titular y (b) la indisponibilidad de su
existencia por el legislador (Bastida, Cruz Villalón).
Los derechos fundamentales son, pues, como indica Jiménez Campo derechos re-
sistentes en su contenido esencial a la acción del legislador.
El art. 53.1 cuando proclama la vinculación de los poderes públicos, la reserva de
ley y la protección mediante el recurso de inconstitucionalidad es el precepto determi-
nante para concebir a todos los derechos comprendidos en los Capítulos Iº y II como
“derechos fundamentales”.
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La consideración de los derechos como derechos fundamentales implica la supera-


ción de su naturaleza estrictamente subjetiva. Así se ha reafirmado desde bien tempra-
no por el TC en la Sentencia de 14 de julio de 1981, que los derechos fundamentales
tienen un doble carácter:
1) “en primer lugar, los derechos fundamentales son derechos subjetivos, derechos de los
individuos, no solo en cuanto derechos de los ciudadanos en sentido estricto, sino en
cuanto garantizan un estatus jurídico o la libertad de un ámbito de la existencia.
2) Pero, al propio tiempo, son elementos esenciales del ordenamiento jurídico obje-
tivo de la comunidad nacional, en cuanto ésta se configura como marco de una
convivencia humana, justa y pacífica, plasmada históricamente en un Estado de
Derecho, en un Estado Social y democrático de derecho”.
En síntesis, los derechos fundamentales vinculan a los poderes públicos, tienen
eficacia inmediata sin necesidad de previo desarrollo legislativo, y por tanto son ejerci-
tables ante la Jurisdicción Ordinaria.

3. La Titularidad de los derechos


La diversidad de titulares de derechos y libertades aludidos en los artículos 14 a 53
de la Constitución dificulta la clara determinación de la titularidad de los derechos. El
título I emplea diversos términos: “los españoles”, “todos”, “toda persona”, “los indivi-
duos “las comunidades”, “los ciudadanos”, etc ...
El TC ha ido pronunciándose al respecto, siguiendo la pauta marcada por la ex-
periencia alemana, afirmando en su Sentencia 19/1983, de 14 de marzo afirmó que:
“La Cuestión de la titularidad de los derechos fundamentales no puede ser resuelta con
carácter general en relación a todos y cada uno de ellos”. De modo que habrá de tenerse
en cuenta la naturaleza de cada derecho, cuya titularidad dependerá en ocasiones del
cumplimiento de unas exigencias como la edad o la nacionalidad.
La titularidad de los derechos de las personas físicas entraña menos dificultad que
la de las personas jurídicas, ya que no contamos con un precepto constitucional que
resuelva esta cuestión. La CE alude en dos ocasiones a las personas jurídicas en rela-
ción con este tema: 27.6 y art. 161.1.b “están legitimados para interponer el recurso
de amparo toda persona jurídica…que invoque un interés legítimo”.
En relación con las personas jurídico-privadas casuísticamente se ha ido reconocien-
do que por su naturaleza hay derechos que plenamente se les puede reconocer (derechos
procesales, derecho a la legalidad sancionadora, propiedad, asociación). Mientras que no
pueden serlo de derechos que naturaleza personalista (derecho a la vida e integridad liber-
tad personal, sufragio activo y pasivo, derecho a la educación). Sin embargo, no se excluye
a todos los derechos de la personalidad, ya que se ha venido reconociendo que las personas
jurídicas pueden ser titulares del derecho al honor (SSTC 139/1995 y 183/1995).
Por el contrario, a las personas jurídico-públicas se les ha negado su capacidad para
ser titulares de derechos fundamentales. En todo caso, se ha reconocido el derecho a
la tutela judicial efectiva; aunque con algunas limitaciones. Pues como ha manifestado
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en diversas ocasiones el TC este derecho no tiene para las personas jurídico-públicas el


mismo alcance que para los ciudadanos, dado que únicamente reviste en relación con
aquéllas una dimensión procesal. De modo que su contenido no es otro que el de os-
tentar las facultades inherentes a la condición de parte en el proceso, (SSTC 91/1995,
123/1996).
En relación con la edad, el art. 12 de la Ce, establece que “Los españoles son mayores
de edad a los 18 años”. Esta mayoría de edad civil y política es una exigencia para ad-
quirir la plena capacidad de obrar, condicionando la titularidad de algunos derechos
como, por ejemplo el sufragio (art. 23). Es la Ley Orgánica 1/1996/ de 15 de enero
de Protección Jurídica del Menor, la que ordena el ejercicio de los derechos de los
menores de edad, estableciendo ciertas restricciones en su ejercicio. Modificado por la
reciente Ley Orgánica 8/2015, de 22 de julio, de modificación del sistema de protec-
ción a la infancia y adolescencia.
La doctrina constitucional ha sentado que “los menores de edad son titulares plenos
de sus derechos fundamentales... sin que el ejercicio de los mismos y la facultad de dis-
poner sobre ellos se abandonen por entero a lo que al respecto puedan decidir aquellos
que tengan atribuida su guarda y custodia”. Modulando su disfrute en función de la
madurez del niño y los distintos estadios en que la legislación gradúa su capacidad de
obrar (artículos 162.1, 322 y 323 del Código Civil o el artículo 30 de la Ley 30/1992,
de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Pro-
cedimiento Administrativo Común)” (STC 141/2000).
En relación con los extranjeros como titulares de derechos, en virtud del artículo
13 de la Ce cabe la distinción entre:
(a) Ciudadanos Comunitarios, cuyo régimen jurídico es determinado por el De-
recho de la Unión Europea, sustentado en la ciudadanía europea para todos los nacio-
nales de los países de la Unión Europea, que no opera como una doble nacionalidad,
pero permite el disfrute sino del disfrute de una serie de derechos anudados a la misma.
(b) Extranjeros no comunitarios, respecto de los cuales opera el articulo 13 Ce y
la LO 4/2000, de 11 de enero, de Derechos y Libertades de los Extranjeros en España
y su Integración Social. En la ordenación de los derechos que puede realizar la ley, el
Tribunal Constitucional en la Sentencia 236/2007, de 7 de noviembre ha determina-
do una serie de límites: en primer lugar, la dignidad de la persona, garantizada con
abstracción de su situación administrativa; debiendo determinarse el grado de cone-
xión con la dignidad humana que mantiene cada derecho concreto. En segundo lugar,
el límite relativo a aquellos derechos que la Constitución reconoce directamente a los
extranjeros, concretamente los derechos de reunión y manifestación. En este sentido,
la reforma de la LO 2/2009, de 11 de diciembre reconoce expresamente los derechos
de reunión y manifestación, asociación, sindicación y huelga de los extranjeros. Y, en
tercer lugar, la Declaración Universal de Derechos Humanos y los demás tratados y
acuerdos internacionales sobre las mismas materias ratificados por España desempe-
ñan una función hermenéutica clave.
En síntesis, la Sentencia afirma que, fuera de esos límites, el art. 13.1 de la Cons-
titución concede al legislador una notable libertad para regular los derechos de los
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extranjeros en España, pudiendo establecer determinadas condiciones para su ejerci-


cio, como por ejemplo, el cumplimiento de los requisitos de estancia o residencia en
España por parte de los extranjeros cuando los derechos o contenidos de los mismos
sean, por su propia naturaleza, incompatibles con la situación de irregularidad.
Y, más recientemente, la STC 155/2015, de 9 de julio extiende el reconocimiento del
derecho de acceso a la educación postobligatoria de los extranjeros “no residentes”; enten-
diendo que el derecho a la educación de un extranjero es en principio independiente del
derecho que pueda tener a permanecer en el territorio del país en que se encuentra.

4. Extinción de la Titularidad
La titularidad de los derechos se extingue con la muerte persona (SSTC 231/1988,
218/1991), de modo que “una vez fallecido el titular de esos derechos, y extinguida
su personalidad —según determina el art. 32 del Código Civil, desaparece también
el mismo objeto de la protección constitucional”, por lo que no cabe aceptar la inde-
fensión de una persona fallecida. Esto no impide, que algunos derechos puedan tener
eficacia post mortem. Así lo reconoce el art. 4 Ley Orgánica 111982, de 5 de mayo,
de protección civil del honor, la intimidad y la propia imagen, que regula la legiti-
mación para el ejercicio de las acciones de protección tales derechos en el caso de las
personas fallecidas; en tanto en cuanto se lesione el derecho a la intimidad personal
y familiar.

IV. EL SINGULAR CRITERIO DE INTERPRETACIÓN


DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES DEL
ARTÍCULO 10.2 DE LA CONSTITUCIÓN

1. Los criterios de interpretación


De la doble naturaleza de los derechos deriva que, además de ser derechos públicos
subjetivos, tienen una finalidad axiológica. En consecuencia, se convierten en paráme-
tros de interpretación de todo el ordenamiento, de modo que:
– la legalidad ordinaria ha de interpretarse de la forma más favorable para la efec-
tividad de tales derechos.
– el principio de favor libertatis opera como criterio hermenéutico, que implica
adoptar la interpretación más favorable al derecho o la libertad. El favor liberta-
tis, debe presidir la interpretación del alcance de los requisitos establecidos para
el ejercicio de los derechos fundamentales. (por todas, STC 115/2014).

2. El valor hermenéutico del art. 10.2 CE


Además, el art. 10.2 contiene un principio hermenéutico clave, ya que prevé que
las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades que la Constitución
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reconoce se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de Derechos


Humanos y los tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas materias ratifica-
dos por España.
Este precepto refleja la asunción por el constituyente de la internacionalización de
los derechos. Fenómeno que surge tras la Segunda Guerra Mundial como una respues-
ta frente a las flagrantes vulneraciones de derechos, mediante la creación de organi-
zaciones internacionales y regionales (Naciones Unidas y Consejo de Europa) cuyos
textos introducirán unos estándares mínimos de garantía de los derechos.
Serán textos que erigirán la dignidad de la persona en un mínimo invulnerable,
siendo claros exponentes en el marco de Naciones Unidas la Declaración Universal de
Derechos Humanos de 1948, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, y
el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y culturales). Y, en el marco
del Consejo de Europa el Convenio Europeo de Derechos Humanos (1950).
La Constitución española de 1978 al asumir expresamente como parámetros de in-
terpretación los Tratados y Convenios internacionales en materia de derechos remarca
su voluntad de incardinarse en ese movimiento constitucional; incorporando, asimis-
mo, a su ordenamiento interno los tratados válidamente celebrados y ratificados, tal y
como dispone el artículo 96 del texto constitucional.
La regla del art. 10.2 no sólo convierte a los tratados en materia de derechos en
parámetros de interpretación, sino que también lo serán las decisiones de los órganos
jurisdiccionales establecidos en dichos textos. Así, constituyen referentes de alto valor
las Sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, y las del Tribunal de Jus-
ticia de la Unión Europea, que son ampliamente alegadas por los órganos jurisdiccio-
nales internos y por el Tribunal Constitucional en la solución de conflictos relativos a
derechos.
Ahora bien, por la vía del art. 10.2 no se puede dar rango constitucional a los de-
rechos y libertades internacionales proclamados si no están también consagrados en
nuestra Constitución (STC 36/1991); por lo que un tratado o acuerdo internacional
no puede restringir el alcance con el que un derecho o libertad ha sido prefigurado por
la Constitución.
En consecuencia, de la doctrina constitucional se deriva que:
• “aunque los textos y acuerdos internacionales del artículo 10.2 constituyen una
fuente interpretativa …no los convierte en canon autónomo de constitucionali-
dad”.
• “Si así fuera, sobraría la proclamación constitucional de tales derechos, bastando
con que el constituyente hubiera efectuado una remisión a las Declaraciones
internacionales de Derechos Humanos o, en general, a los tratados que suscriba
el Estado español sobre derechos fundamentales y libertades públicas” (SSTC
64/1991, 372/1993, 41/2002).
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V. EFICACIA DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES,


EN PARTICULAR, EN LAS RELACIONES ENTRE
PARTICULARES

Los derechos y libertades vinculan a todos los poderes públicos, y son origen inme-
diato de derechos y obligaciones, y no meros principios programáticos. La cuestiones
que plantea dicha vinculación se dirimen a la luz de dos preceptos constitucionales:
– Por un lado, el art. 9.1 CE, afirma que Los ciudadanos y los poderes públicos están
sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico
– Por otro lado, el art. 53.1 ce, cuando reitera y concreta el precepto anterior, re-
marcando la especial vinculación de los poderes públicos, debido a la centralidad de
los derechos y libertades en el ordenamiento constitucional.

1. Eficacia de los derechos frente a los poderes públicos


Está claramente remarcada en el texto constitucional, derivándose una doble obli-
gación:
– negativa de no lesionar la esfera individual o institucional protegida por los de-
rechos fundamentales,
– pero también la obligación positiva de contribuir a la efectividad de tales de-
rechos, y de los valores que representan, aun cuando no exista una pretensión
subjetiva por parte del ciudadano.
Esta eficacia lo es respecto de todos los poderes públicos, pero especialmente se
predica del legislador, que, por mandato constitucional, es el que ha de desarrollar los
derechos. Obligación que adquiere especial relevancia allí donde un derecho o valor
fundamental quedaría vacío de no establecerse los supuestos para su defensa (STC
53/85).
Sentada la eficacia de los derechos frente a los poderes públicos, se plantea la cues-
tión de si todos los derechos tienen el mismo el mismo grado de eficacia o no; debien-
do distinguirse entre:
A) Eficacia Directa: El art. 53.1 proclama la directa de los derechos comprendidos
en el Título I, Cap. II (14-38) siendo directamente ejercitables por sus titulares, sin
necesidad de interpositio legislatoris (desarrollo legislativo). Son, pues, origen inmedia-
to de derechos y obligaciones, y no meros principios programáticos (STC 21/1981).
B) Eficacia Indirecta: El art. 53.3, al referirse a los Principios rectores de la política
social y económica (Capítulo III, arts. 39-52) establece que su reconocimiento, res-
peto y protección informarán la legislación positiva, la práctica judicial y la actuación
de los poderes públicos. Sólo podrán ser alegados ante la Jurisdicción ordinaria de
acuerdo con lo que dispongan las leyes que los desarrollen. En consecuencia, no tie-
nen una eficacia directa, sino indirecta, de modo que no son ejercitables directamente
como derechos subjetivos, hasta que sean desarrollados por el legislador. Aunque ello
4 /13 Derecho Constitucional Mª Josefa Ridaura Martínez

no significa que no tengan contenido, pues sí que establecen mandatos a los poderes
públicos, señaladamente al legislador, impidiendo que en sus actuaciones se les perju-
dique; conteniendo en algunos preceptos mandatos de optimización.

2. Eficacia frente a los particulares


La eficacia de los derechos frente a los poderes públicos no excluye, su eficacia fren-
te a particulares. A la luz del art. 9.1 de la Constitución también se predica la sujeción
de los ciudadanos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico.
Sin embargo, desde otras posiciones se ha llegado a negar tal vinculación, partiendo
de que en la esfera de las relaciones entre privados rige el principio de autonomía de la
voluntad, limitándose los mandatos constitucionales a los poderes públicos.
Siendo los derechos fundamentales la piedra angular de nuestro ordenamiento
constitucional, también los derechos vinculan a los ciudadanos; superándose, así, la
concepción inicial de los orígenes del constitucionalismo en la que los derechos se
conciben sólo como límites a la actuación de los poderes públicos; primando la auto-
nomía de la voluntad frente a la injerencia de los poderes públicos.
Sentada, pues, la eficacia de los derechos entre particulares, la cuestión que se plan-
tea es la del grado de dicha vinculación; en principio, se habla de que la vinculación
que generan los derechos respecto de los poderes públicos es una vinculación directa o
inmediata, mientras que en relación con los particulares es indirecta o mediata.
La sujeción a la Constitución es una consecuencia obligada de su carácter de nor-
ma suprema, que se traduce en un deber de distinto signo para los ciudadanos y los
poderes públicos:
– mientras los primeros tienen un deber general negativo de abstenerse de cualquier
actuación que vulnere la Constitución, sin perjuicio de los supuestos en que la misma
establece deberes positivos (artículos 30 y 31 entre otros),
– los titulares de los poderes públicos tienen además un deber general positivo de reali-
zar sus funciones de acuerdo con la Constitución” (STC 101/1993).

VI. LÍMITES DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES

La dimensión objetiva de los derechos fundamentales y su carácter de elementos


esenciales del Ordenamiento jurídico imponen a los poderes públicos la obligación de
tener presente su contenido constitucional, impidiendo reacciones que supongan su
sacrificio innecesario (STC 124/2005).
Los derechos fundamentales son susceptibles de limitación, de ahí que la Constitu-
ción española de 1978 contemple unos límites genéricos cuando afirma en el art. 10
que éstos encuentran su fundamento en el respeto a los derechos de los demás.
El Título I de la Constitución Española 4 /14

1. Clases de Límites
Otros preceptos contienen límites Expresos:
• art. 16. 1: Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los indivi-
duos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la nece-
saria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley.
• 18.2: El domicilio es inviolable. Ninguna entrada o registro podrá hacerse en él
sin consentimiento del titular o resolución judicial, salvo en caso de flagrante
delito.
• art. 20.4: Estas libertades tienen su límite en el respeto a los derechos reconocidos
en este Título, en los preceptos de las leyes que lo desarrollen y, especialmente,
en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección
de la juventud y de la infancia.
• art. 33 la función social es un límite a la propiedad.
Asimismo, pueden derivarse límites Implícitos: que son los que de manera mediata
o indirecta se infieran de la Constitución al resultar justificados por la necesidad de
preservar otros derechos constitucionalmente protegidos (STC 120/1990).

2. Requisitos internos para el establecimiento de límites


En todo caso, las limitaciones a los derechos fundamentales han de estar sujetas
a unos criterios o exigencias, que de acuerdo con la doctrina constitucional podrían
sistematizarse del siguiente modo:
1) sólo la ley puede establecer los límites
La Ley es la única habilitada por la Constitución para fijar los límites. Por tanto la
ley debe fijar los límites de manera expresa, precisa, cierta y previsible.
No caben delegaciones en materia de límites a los derechos fundamentales: el legis-
lador no puede habilitar a otros poderes públicos para fijar los límites (STC 292/2000).
2) proporcionalidad y necesidad
Toda resolución que limite o restrinja el ejercicio de un derecho fundamental ha
de estar motivada, siendo las medidas limitadoras las necesarias para conseguir el fin
perseguido (62/1982)
Siendo la regla de la proporcionalidad de los sacrificios de observancia obligada al
proceder a la limitación de un derecho fundamental (STC 37/89).
3) justificación
Toda restricción de los derechos deba estar justificada (STC 62/82,).
4) El respeto al contenido esencial
Toda limitación de un derecho ha de respetar, en todo caso, su contenido esencial,
no pudiendo obstruir el derecho más allá de lo razonable. (STC 11/1981).
4 /15 Derecho Constitucional Mª Josefa Ridaura Martínez

5) Interpretación restrictiva de los límites


La fuerza expansiva de todo derecho fundamental restringe, por su parte, el alcance
de las normas limitadoras que actúan sobre el mismo; de ahí la exigencia de que los
límites de los derechos fundamentales hayan de ser interpretados con criterios restric-
tivos y en el sentido más favorable a la eficacia y a la esencia de tales derechos (STC
159/1986).

3. Los requisitos fijados por el TEDH y la CEDF


Esta interpretación restrictiva de la limitación de los derechos está prevista también
en los textos internacionales; así, por ejemplo, el Convenio Europeo de Derechos Hu-
manos dispone que “Las restricciones que se impongan a los .. derechos y libertades no
podrán ser aplicadas más que con la finalidad para la cual han sido previstas” (art. 18).
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha exigido:
• que tales limitaciones estén previstas legalmente y sean las indispensables en una
sociedad democrática.
• que la ley que establezca esos límites sea accesible al individuo concernido por
ella,
• que resulten previsibles las consecuencias que para él pueda tener su aplicación,
• y que los límites respondan a una necesidad social imperiosa y sean adecuados y
proporcionados para el logro de su propósito
(Sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, caso X e Y, de 26 de mar-
zo de 1985; caso Leander, de 26 de marzo de 1987; caso Gaskin, de 7 de julio de 1989;
casos Z, de 25 de febrero de 1997, y Funke, de 25 de febrero de 1993).
En la misma dirección el art. 55 de la Carta Europea de Derecho fundamentales
exige que cualquier limitación del ejercicio de los derechos y libertades reconocidos
por la presente Carta debe estar establecida por ley y respetar el contenido esencial de
dichos derechos y libertades.
Pudiendo establecer limitaciones sólo respetando el principio de proporcionali-
dad, cuando sean necesarias y respondan a objetivos de interés general reconocidos
por la Unión o a la necesidad de protección de los derechos y libertades de los demás.

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