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CUENTO DE NAVIDAD O ALGO PARECIDO.

Basado en un hecho real ocurrido estas Navidades pasadas en Amposta


(Tarragona)

Posiblemente su caminar es cansino por el peso de los días, de


las experiencias y del frío de la Navidad. Posiblemente se
conozca todas las estrellas a las que llamará a su antojo.
Posiblemente su pareidolia le haga ver paraísos escondidos allá
en los cielos envueltos de nubes caprichosas… o posiblemente
nada de esto sea una realidad y su identidad sea la de una
persona con su historia oculta tras siete cerrojos que
simplemente sonríe al transeúnte con la esperanza de una
respuesta que alivie su decrépito presente, sentado en una
esquina y tratando de estorbar lo mínimo posible, un día sí y otro
también hasta que a la cartera-billetera de alguno de esos
transeúntes, que tal vez ni siquiera se percató de su
“insignificante” presencia, se le ocurrió zafarse de las ataduras
de algún bolsillo y fue a parar a un lugar por donde nuestro
protagonista, en su azarosa andadura, habría de pasar. Vio un
bulto raro en la acera, lo cogió, lo observó con curiosidad y
descubrió el secreto de su contenido: dinero y otras cosas más,
pero sobre todo dinero, mil euros, según dicen. Esos mil euros le
podían resolver esa sinrazón de la Navidad, él también tenía
derecho a disfrutar de la gran excepción que todos los años esos
transeúntes ciegos se empeñan en sacar de contexto. Era su
oportunidad: Saciar su hambre con aquello que en las noches
profundas que como un satélite circulaba por su mente, una
manta más amable, un saco de dormir amigo que no traicionase
la guardia para impedir el paso del denso frio… pero desterró la
idea y decidió hacer lo que su dignidad le exigía porque aquello
no era suyo e hizo lo posible para que, de alguna manera, le
fuera entregado a su dueño. Hecho esto dio media vuelta y se
fue en busca de sus estrellas, con la sonrisa más abierta, más
franca, porque alguien se iba a encontrar con una gran noticia y
más aun siendo estos días de bolsillos abiertos y alguna que otra
sonrisa ficticia. Cuando llegó la noche se perdió en la oscuridad
para no estorbar y por ahí debe estar. Lo buscan, dicen, para
recompensarlo pero a él lo que le interesa es encontrarse de
nuevo con el sol.
Bendita lección de honestidad para que sirva de vomitivo a todos
aquellos con instintos carroñeros insaciables que montan guardia
para que a la primera oportunidad morder de la carnaza que se
pasea delante de sus fauces nauseabundas.

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