Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La tesis indigenista
2 En 7 ensayos de la interpretación de la realidad
peruana. Mariátegui reproduce con una fuerza y au (...)
La organización agraria
precolombina
5 Para los cronistas que constituyen nuestra única fuente escrita
sobre la civilización incaica, ver (...)
9 Cobo, ibid.
13 Ibíd.
El ayllu precolotmbino
14 Es Rowe quien hace esta observación con buen sentido
(Handbook, v. 2, p. 273): “Calificar o no de (...)
15 Saavedra, El ayllu.
16 Durkheim citado por Davy, G., Des Clans aux Empires, p. 18.
9El ayllu, cuando los españoles llegaron al Perú, era una unidad
comunitaria de producción, sometida al control continuo de
una autoridad política central que, además de la propiedad
eminente del suelo y de un tributo probablemente fijo en horas
de trabajo, se había reservado el derecho de intervenir en la
cultura y en la afectación de la mano de obra; tal es la hipótesis
que parece más o menos establecida. Son tales hechos los que
autorizan, si se quiere, a hablar del “imperio socialista de los
incas”.14 Por el contrario, sobre los orígenes
del ayllu preincaico la obscuridad permanece casi
impenetrable. Se ha imaginado que el ayllu era un clan
estrictamente exogámico, de derecho uterino, de religión
totémica, cuya estructura habría sido tardíamente alterada por
la administración de los señores del Cuzco. Bandelier sugiere
esta hipótesis. Saavedra la ha desarrollado con
dedicación,15 pero el asunto parece irremediablemente
obscuro. Dejemos de lado la cuestión del totemismo. Nuestras
informaciones mejor establecidas se refieren a la religión
incaica que, en todo caso, había sobrepasado largamente el
estado totémico. La herencia de los cargos públicos se
verificaba por línea masculina. Probablemente, en el momento
de la conquista, el ayllu era una unidad endogámica, cerrada
sobre ella misma, como más o menos ha permanecido. Para
afirmar con alguna seguridad un estado anterior de exogamia,
habría que recurrir a una hipótesis auxiliar, como la existencia
de la fratria, es decir “de un clan primario segmentado en cierto
número de clanes secundarios... que hacen del agregado
formado por su reunión un grupo dotado de cierta
unidad”,16 de la que no se ve traza alguna. Si la filiación uterina
y la regla de exogamia deben ser tenidas por suposiciones
arbitrarias, es generalmente más admitido que
el ayllu constituye una unidad en la que los lazos de parentesco
son fuertes y vivos; por otra parte, la palabra se emplea
también en el sentido de linaje para designar las diferentes
secciones de la familia imperial.
Hacienda y encomienda
17 Matienzo, citado por Kubler, p. 367, “Colonial Quechwa”.
En Handbook of South American Indians, pp (...)
LA COMUNIDAD
En busca de una definición
1 Cuando Bourricaud escribe este texto, estaba en vigencia la
Constitución del 29 de marzo de 1933,(...)
El pueblo
24La misma forma del pueblo, las relaciones que mantiene con
el territorio de la comunidad nos informan sobre su vida social.
Está construido a uno y otro lado de una carretera que le sirve
más o menos de eje de simetría. Esa carretera viene de la
pampa, entra al pueblo en cuya extremidad superior está
edificada la iglesia. Frente a esta, en la parte norte de la plaza,
se encuentra la antigua escuela que pronto será reemplazada
por una construcción más moderna. A la derecha, bajando —
porque Ichu está construido sobre una terraza que baja al
suroeste hacia una especie de valle—, se encuentra una
segunda plaza, de dimensiones más reducidas que la primera
y que sirve de plaza de toros en ocasión de la fiesta de San
Pedro y San Pablo, ambos patrones de Ichu. A la izquierda,
hacia el noroeste, en los flancos de la colina se encuentran
algunas casas ya separadas del pueblo mismo. En general, el
pueblo tiene la forma de un rectángulo, más largo que ancho,
y está dividido en forma regular en varias manzanas o cuadras,
en las que las casas también adoptan la forma del rectángulo.
Las casas están orientadas hacia la calle y generalmente las
fachadas se abren sobre esta.
23 El teniente gobernador es el representante del Prefecto, en el
último escalón de la jerarquía admi (...)
Minifundios
29Como quiera que sea, podemos decir que en la región de
Puno la comunidad es un pueblo que corresponde a una forma
de población aglomerada. Agreguemos que es una
aglomeración de pequeños propietarios. Aun cuando existan
campos o pastos comunes, la mayor parte de la tierra está
dividida entre propietarios individuales. A este respecto el caso
de Ichu es revelador. No hay familia que hayamos visitado que
no sea propietaria de un campo; los únicos no propietarios son
algunos ancianos que con anticipación han dispuesto de sus
bienes en beneficio de sus herederos. Pero si bien en Ichu todo
el mundo es propietario, las parcelas que a cada quien le tocan
son ínfimas. El servicio regional del Ministerio de Agricultura
emprendió en Puno el levantamiento del catastro de Ichu. Las
dificultades se revelaron tan grandes que el proyecto fue
abandonado. Solamente fueron censados la parcialidad de
Ojerani y el pueblo de Ichu. El jefe del Servicio Agrícola nos ha
permitido examinar sus informes y nosotros mismos hemos
podido verificar esas informaciones mediante algunas
observaciones directas. Para 41 familias censadas en Ichu, el
total de campos de cultivo, excluyendo los pastos y las tierras
en descanso, es de 343,52 ha, lo que por familia significa 0,84
ha como promedio. Las 41 familias constituyen una población
total de 230 personas; la media se sitúa, pues, entre 5 a 6
personas por familia. Agreguemos que el propietario más
importante de Ichu posee aproximadamente 6 ha, el más pobre
0,20; 10 poseen más de 1 ha; 18 poseen entre 0,50 y 1 ha; el
resto, es decir 11 familias, vive de lo que produce de 0,20 a
0,50 ha. Es difícil determinar hasta qué punto estas cifras
pueden ser consideradas como típicas y representativas. Sin
embargo, señalemos que Tschopik, en su artículo
del Handbook of South American Indians, “Contemporary
Aymara”, publica informaciones muy comparables relativas a
Chucuito, pueblo vecino de Ichu.
26 Tschopik, “The Aymara”, p. 514.
La comunidad y su territorio
32Ahora, tratemos de caracterizar a la comunidad indígena por
la organización de su territorio. Conforme hemos podido
observar directamente y de lo que se desprende de nuestras
informaciones, los campos comprendidos en la parte central
del territorio y denominados aynoca están sometidos a una
rotación que, si bien no es obligatoria en el sentido literal,
presenta una regularidad muy notable. Cada propietario tiene
una o varias parcelas en cada uno de los sitios de
la aynoca. Esta nos intrigó mucho tiempo. La cosa y el nombre
se encuentran en todas las comunidades aimara del sur de
Puno. Creímos, en primer lugar, que se trataba de un territorio
comunal de propiedad colectiva. Pero nada hay de eso. Cada
parcela de la aynoca tiene un propietario y, entre las parcelas,
los linderos simbolizan muy claramente los derechos de los
mismos. No se trata de que las parcelas que trabaja cada
familia le hayan sido cedidas por decisión de la comunidad o
del consejo de la comunidad o que le puedan ser retiradas
según la costumbre incaica de la distribución de tierras. Esas
antiguas prácticas se observarían aún en el altiplano boliviano.
Al comenzar el año, la comunidad, siguiendo el molde descrito
por Garcilaso y Cobo, repartiría tierras a los jefes de familia
según el número de hijos y de personas a su cargo. Conforme
se modifique el volumen de la familia, un individuo verá reducir
o acrecentar el número y la extensión de parcelas que le otorga
el consejo de la comunidad. No lo hemos constatado por
nosotros mismos y los testimonios que hemos recibido se
refieren a un pasado más o menos alejado: “así era hace más o
menos 15 años”. Se pueden asociar estos relatos más o menos
verificables con una observación de Mishkin: la repartición,
especie de catastro anual, es solemnizada por la visita del
gobernador, que ratifica los antiguos linderos y límites de la
propiedad, con la reserva de los arreglos o cambios que el
gobernador hubiera introducido.
33Como quiera que sea, en la aynoca de Ichu el comunero es
dueño, con la única restricción de las rotaciones que se
imponen a todos con notable uniformidad. Por eso, el
observador que la visita queda sorprendido por la unidad de
cultivo; cada uno ocupa una gran extensión. Como la rotación
se inicia con las papas, que constituyen la base principal de la
alimentación, le es dedicada toda una parte de la aynoca, una
segunda lo es a la cebada y a la avena, destinadas al consumo
humano o animal y no solamente empleadas como forrajes, y
la tercera a la quinua; parte del terreno se deja en descanso por
un tiempo (un año o dos), que varía según la calidad de los
suelos y la urgencia de las necesidades del agricultor. En lugar
del abigarramiento de parcelas dedicadas a diferentes cultivos,
por pequeñas que sean (dos surcos de cebada, tres surcos de
papas), es un espacio más o menos homogéneo el que aguarda
al visitante. El contraste entre la homogeneidad de la aynoca
y la heterogeneidad de las pequeñas parcelas nos impresionó
tanto que, en un primer momento, consideramos la unidad de
cultivo vinculada a la unidad de la propiedad. Bastó para
disuadirnos ver la aynoca vacía después de la cosecha. El
parcelamiento reaparece; los límites entre los campos de los
diversos propietarios no siempre son muy visibles. Sin
embargo, los denuncian diversos signos: los surcos que hasta
cierto punto están orientados en una dirección cambian de
sentido (los surcos del campo B son oblicuos o perpendiculares
en relación con los del campo A). O bien la separación entre
dos surcos cambia bruscamente: un surco intercalado indica el
cambio de propietario. O puede ser que un trozo de yerba
verde se deje al final del campo, en esa parte que nuestros
campesinos llaman la “vuelta”. Esta visita a la aynoca vacía, al
mismo tiempo que nos confirmó el carácter individual de la
propiedad, nos descubrió la vigencia de ciertas tareas
colectivas. A fines de julio, cuando la cosecha ha terminado y
antes de que los campos se preparen para la siembra, los
carneros vagan en la aynoca buscando ahí su pastura. El
propietario de una parcela no puede quejarse porque el rebaño
de su vecino esté en ella, pues dispone del mismo derecho
respecto de su vecino. La regularidad de la rotación no sufre
sino dos obstáculos. Los servicios del Ministerio de Agricultura
desde hace algún tiempo desean introducir el cultivo de ciertas
variedades de trigo. Este recién llegado podría quebrar el ciclo
tradicional. Por eso encontramos un poco de trigo en
la aynoca de cebada. Al informarnos sobre la infracción que
significa, se nos respondió que el propietario del campo había
conversado con las autoridades de la comunidad y estas le
habían otorgado un permiso. Otra amenaza proviene de la
escasez de tierra y, como lo hemos ya indicado, influye en la
periodicidad del descanso. Varias veces se mencionó delante
de nosotros el caso de familias tan pobres que no dejan
descansar sus tierras. Salvo estas dos reservas, parece que el
ciclo tradicional de rotación de cultivos continúa funcionando
sin mayores tropiezos.
34Es difícil decir lo que actualmente significa el conjunto de
prácticas vinculadas a la aynoca. En todo caso, se trata de una
costumbre, porque ninguna sanción legal seguiría a su
violación y las sanciones, por severas que fueren, no podrían
venir sino de los mismos comuneros. La ley no prevé ninguna
pena contra quien quisiera sustraerse a la obligación colectiva
de la aynoca; esta rotación tradicional, se dice, tiene la gran
ventaja de asegurar un aprovisionamiento más o menos regular
de los productos alimenticios al repartir los riesgos en varios
cultivos. Sin embargo, grosso modo, no hace sino reproducir
la repartición que todos cumplen en las parcelas que no forman
parte de la aynoca. Ocurre que, como las tierras de
la aynoca en general son de las más fértiles, las cosechas
resultan más abundantes que en el resto de las parcelas. Por
eso, en el espíritu del campesino se produce una curiosa
asociación. Muy a menudo hemos escuchado quejas por la
pobreza de las cosechas; las heladas que caen de improviso
pueden de un solo golpe arruinar todas las esperanzas. Sin
embargo, nuestro interlocutor agregaba: “felizmente la
cosecha fue buena en la aynoca”. Así se explica la creencia de
que la aynoca constituye una reguladora de las cosechas o,
más bien (porque allí no se plantea el problema de la
abundancia ni del excedente) una especie de recurso supremo
cuando las cosas amenazan con resultar completamente mal.
Sin embargo ¿por qué no considerar a la aynoca como
proveedora de lo esencial del consumo y a las parcelas como
destinadas a asegurar el excedente?
28 Comentarios reates, parte 1, libro V, cap. 2.
El ayni
29 Vocabulario de la lengua general de todo el Perú, llamada lengua
quechwa o del inca. reeditado por (...)
Hostilidad y vecindad
37Cualquiera sea la vitalidad de las instituciones de ayuda
mutua y de asistencia pública, en nuestra visita a Ichu nos
sorprendió la hostilidad que se testimoniaban buen número de
habitantes. Nuestro hostelero se encontraba en muy difícil
relación con su vecino. Los hombres no se dirigían la palabra y
cuando de un patio al otro las mujeres se distinguían, casi
siempre se interpelaban en tono poco amable. Tuvimos la
suerte de asistir a una disputa que progresivamente llegó a
incluir a todos los miembros de las dos casas. Era de mañana
y los hombres se preparaban a partir al campo. El asunto
comenzó con una riña de perros. equivalentes y homogéneos),
hay que hacerle lugar a un ayni, lato sensu (relación de
intercambio gracioso entre un indio y un misti en la que la
estricta exigencia de igualdad y de homogeneidad en el
servicio prestado y rendido, si no ha desaparecido, por lo
menos se ha relajado notablemente). Nuestra hipótesis es que
el funcionamiento actual del ayni tiende a esta segunda forma,
aun si los que participan son indios.
38Cada hombre llamó al suyo y le echó la culpa al perro del
otro. Los niños se acercaron y los muchachos comenzaron a
desafiarse. Por último, intervinieron las mujeres y después de
unas breves observaciones cada una logró convencer a su
marido de entrar a su casa. No entiendo una palabra de aimara
y mi intérprete carecía de la sutileza necesaria para traducirme
las réplicas a medida que se producían y sobre todo para
restituirme todo su sabor. Pero bastaba ver para sorprenderse
por la intensidad de sentimientos que este mediocre episodio
comprometía. Los protagonistas casi no elevaban la voz y se
mostraban sobrios de gestos. Las dos bandas se enfrentaban,
claramente se desafiaban. Ahora bien, la mujer de mi hostelero
era la hermana de nuestro enemigo y me explicó que, a la
muerte de su padre, su hermano, que era el mayor, había
repartido la herencia según su interés, de manera que ella
prácticamente quedó excluida. Su marido, entonces, decidió
llevar el asunto a Puno ante el juez. Este, compadre de un
amigo de su hermano, contra todo derecho y toda equidad,
según mi informante, rechazó al querellante. Es posible que el
fondo de la historia, tal como me la contó mi hostelero, haya
sido dramatizado. Así y todo el relato muestra la aspereza de
las querellas familiares y la fuerza de los conflictos que la
propiedad suscita.
Propiedad y embrollos
39El sentimiento de la propiedad individual es muy vivo en el
indígena. Este hecho, muy conocido por los hombres de ley, ha
servido para que algunos deduzcan conclusiones sobre la
mentalidad del indio, mientras que la mayoría se ha dedicado
a sacarle provecho. Es de observación constante que el
indígena se compromete sin dudar, y con una perseverancia
casi infinita, en procesos cuyos gastos le comen incluso la
utilidad que el juicio aun ganado le ofrecería o que sobrepasan
de lejos la pérdida que significaría para él una decisión
contraria del juez. Este sentimiento de la propiedad tiene, sin
duda, un origen utilitario. No es difícil comprender por qué una
familia, cuyos campos le son insuficientes, considera toda
amputación como una calamidad. La tierra es también un
símbolo de estatus. Su pérdida afecta directamente al
propietario. A esto se agrega, cuando el asunto está en marcha,
la vanidad de no desdecirse, la obstinación en no descuidar
ningún recurso en la esperanza de no sufrir en el amor propio.
Por eso, los procesos ocupan una parte apreciable del tiempo
del indígena y de esto incluso se vanagloria. En uno de mis
pasos por Ichu la mujer de mi hostelero, Aurelio, vino una
mañana a verme con las manos llenas de papeles; eran las
copias de los juicios relativos a los procesos que su marido
había sostenido con su hermano. Me contó el asunto con todo
detalle, citando con complacencia el nombre de los notables
abogados de Puno cuyos consejos había buscado.
33 Gamonal, latifundista, gran propietario en el vocabulario de los
indigenistas.
La integración de la comunidad
41La palabra integración es de uso corriente; sin embargo, es
necesario subrayar algunos equívocos. El psicólogo habla “de
personalidad bien integrada” cuando los deseos, apetitos o
tendencias de una persona son relativamente compatibles y su
satisfacción no expone al sujeto a intolerables conflictos,
consigo mismo y con sus compañeros. Se dirá también que la
cultura francesa está bien integrada si los temas que se
reconocen en los productos materiales o espirituales de
nuestra civilización se prestan apoyo y se refuerzan, en lugar
de contrariarse y destruirse. En razón de la sola naturaleza de
los elementos que se trata de integrar, aquí tendencias y
apetitos, allá la tecnología, arte o ciencia, la integración cultural
y la integración psicológica son muy diferentes tanto en su
estructura como en su desarrollo. Pero la integración social es
distinta de una y de otra. Una sociedad, en apariencia por lo
menos, puede estar fuertemente integrada; entre los
individuos que la componen pueden desarrollarse
intercambios regulares, sobre todo si esos intercambios están
convencionalmente cuantificados, sin que aparezcan, por lo
menos inmediatamente y en forma explícita, conflictos
demasiado violentos, aun cuando las obligaciones que impone
dicha sociedad a la personalidad de sus miembros sean muy
pesadas y los sometan a una tensión próxima al punto de
ruptura. Del mismo modo, no habría dificultad en concebir una
sociedad desintegrada o de débil integración si se prolonga en
una cultura en la que ciertos valores hayan permanecido
armoniosos y activos. Por otra parte, indicaremos después en
qué sentido se debe tomar la distinción entre integración
cultural e integración social. Cuando hablamos de integración
social se debe entender que las diferentes actividades a las que
se dedican los individuos que componen una sociedad se
efectúan de tal manera que minimizan las tensiones y
conflictos que esta acción colectiva puede ocasionar a los
individuos. La determinación objetiva de esas tensiones y
conflictos ¿no es acaso tan difícil como la medida de las
satisfacciones que obtienen los individuos de su participación
en la vida social? Nos contentaremos con índices superficiales,
tales como la frecuencia de procesos y querellas, y al ahondar
en ellos nos creemos autorizados a poner en duda el punto de
vista trivial, y para nosotros muy optimista, sobre la integración
de las comunidades. Con toda seguridad que una comunidad
indígena como Ichu no está integrada en la forma de una gran
ciudad, como Lima o Arequipa, donde los grupos
profesionales, los grupos étnicos y aun las clases sociales
tienden a diferenciarse y a oponerse. Pero sería apresurarse
demasiado calificar a Ichu como comunidad integrada y a Lima
como ciudad socialmente desintegrada. En Lima, el millonario
de San Isidro y el pobre indio recién llegado de la sierra
representan dos universos que se ignoran casi tanto como se
oponen. En Ichu, los conflictos que destrozan a vecinos y
parientes son de expresión, cuando no de naturaleza
interpersonal, y no por eso son menos vivos, y el predominio
de querellas que conciernen al derecho de propiedad nos
sugiere que estas tensiones interpersonales reflejan
antagonismos a escala de la sociedad global.
Organización política de la
comunidad: la doble jerarquía
34 El vecino, en la época colonial, era “el habitante que había podido
probarle al cabildo que le per (...)
42De esta debilidad de la comunidad encontramos otro signo
en su organización política. Esta última revela orígenes
prehispánicos y coloniales, a la vez que rasgos característicos
de la sociedad peruana contemporánea. A una organización
formal, diseñada por los funcionarios mistis, se superpone una
organización informal que satisface con más o menos felicidad
las exigencias tradicionales de la vida indígena. El Estado está
representado en el departamento por el prefecto, que tiene su
sede en Puno; en la provincia por el subprefecto, cuya
residencia está en la capital de la provincia; y en la capital del
distrito por un gobernador. Por último, en los pueblos
indígenas se encuentra como representante de la autoridad
central a un teniente gobernador cuyo estatus es muy ambiguo.
El gobernador es un notable, un vecino.34 Muy a menudo se
trata de un comerciante o de un mediano
43propietario; tal era en 1959 la situación de Chucuito. Sus
funciones son múltiples. Vela por el orden público; se asegura,
en unión del cuerpo de policía rural, denominado guardia civil,
que los reclutas no escapen a sus obligaciones militares. Una
de sus tareas más estrictamente administrativas es la de
proporcionar certificados de conducta, para cuya entrega pide
a veces una gratificación, contrariando la ley. El gobernador
interviene también en los conflictos entre propietarios.
Dispone de un poder de patronato porque prepara una nómina
de la que el subprefecto escoge a los tenientes. En principio,
para cada puesto se hacen tres propuestas, pero lo más
frecuente es que el subprefecto ratifique la primera elección
del gobernador. Ocurre a veces que el cargo se encuentra
capturado por una familia que lo pasa y repasa a sus diversos
miembros. El teniente ocupa la base de la jerarquía y se trata
de un notable ínfimo, unas veces es misti (como es el caso en
Ichu), y otras indio. (Puede ocurrir que en el mismo pueblo haya
un teniente de indios al lado del teniente de misti.) De todos
modos, el teniente es solo un adjunto del gobernador,
pertenece a su clientela, salvo el caso, muy raro, en que por
sus méritos o afiliaciones goce de una posición autónoma. Así,
Cotimbo, teniente de Ichu, ocupa el cargo desde hace mucho
tiempo y goza de un prestigio personal considerable en las
oficinas de Puno. Pero el teniente, por el simple hecho de que
su nominación es propuesta por el gobernador y no obstante
que a menudo este es indígena, no es considerado como una
verdadera autoridad indígena. Cotimbo es el único misti de
Ichu; los indígenas lo tratan con deferencia, porque le temen y
algunos odian en él al prestamista intratable. Precisemos,
además, que en los ayllu no siempre se cubre el puesto de
teniente. Su designación se deja a la diligencia y criterio del
gobernador, que muchas veces no provee el puesto. Esto da
por resultado cierta fluctuación. Al lado de la jerarquía
administrativa legal, subsiste una organización indígena
tradicional cuyo origen debe buscarse en el pasado colonial.
Está constituida por el consejo de mandones, cuyos títulos y,
en menor medida, las funciones varían grandemente según los
lugares. En la zona quechua, en Paucarcolla por ejemplo, se
encuentra un alcalde, un segunda (segunda persona) y
regidores; las atribuciones de estos personajes están muy mal
definidas y la nomenclatura es bastante vaga. A veces el alcalde
ocupa la cima de la jerarquía; en otros casos, los indígenas lo
citan en tercer lugar, después del teniente, a quien no se debe
confundir con el personaje administrativo cuyo rol hemos
descrito. El subprefecto de Puno (en Puno, capital del
departamento y de la provincia, tienen sede un prefecto y un
subprefecto) nos aconsejó ponernos en relación con el teniente
Cotimbo y nos proporcionó una recomendación muy
halagadora. Pero en Ichu este era conocido como gobernador.
Uno de los efectos de esta promoción era que Cotimbo, por
teniente que fuera, tenía su propio teniente de carácter
indiscutiblemente indígena.
44En otras comunidades de la región aimara, el hilacata ocupa
unas veces el último rango (es el más joven de los mandones)
y otras el primero. La nomenclatura no distingue claramente
entre la jerarquía tradicional y administrativa. El teniente puede
ser un funcionario o un notable indígena. El título de alcalde no
solamente se usa entre las autoridades del pueblo, también
designa al jefe de la administración municipal: Lima tiene su
alcalde del mismo modo que Ichu tiene el suyo. La confusión
se hace todavía mayor cuando al lado de las instituciones
comunitarias tradicionales coexisten los organismos jurídicos
de la comunidad legal. La ley precisa que los persone-ros sean
elegidos en votación secreta. Además, es necesario que sepan
leer y escribir, y por eso se reclutan entre los individuos más
aculturados del grupo indígena. Aunque el caso no se presenta
en Ichu, la información que hemos podido recoger nos permite
hacernos una idea de las complejas relaciones que se
establecen entre estas múltiples jerarquías. A veces, cuando la
comunidad legal está comprometida en una empresa de interés
común, sus personeros aparecen como los verdaderos
detentores del poder, con los que es necesario contar. En otras
ocasiones, su iniciativa suscita resistencias entre los notables
tradicionales, se forman coaliciones con o contra funcionarios
(gobernadores y tenientes), tanto más que los gobernadores
hábiles o intrigantes a veces presionan a los indígenas para que
acepten tal o cual cargo en la organización tradicional. Por eso
las diversas jerarquías que hemos distinguido no constituyen
órdenes autónomas, unas veces se recortan y refuerzan, otras
se oponen y contradicen. Ciertos mandones (los más
influyentes y poderosos del conjunto, el alcalde, por ejemplo)
son presentados por el gobernador, quien más o menos los
impone a la comunidad; otras veces son designados sin el
acuerdo y contra la voluntad de las autoridades
administrativas.
El apego a la comunidad
47¿Qué fuerza tienen aún las instituciones tradicionales? ¿Por
qué el indígena acepta entrar en cursus honoruml? Por mucho
tiempo, los notables indígenas han sido utilizados como
instrumentos por las autoridades administrativas. ¿Tenía el
gobernador necesidad de mano de obra para la construcción o
mantenimiento de los caminos, para la reparación de la iglesia
o de los edificios comunales? Su teniente se dirigía a
los mandones, a quienes incumbía la tarea de reclutar los
hombres y esta obligación, como se supone, no contribuía a
hacer muy deseable el cargo de mandón.Pero las autoridades
tradicionales no solamente estaban obligadas a ofrecerle
brazos al gobierno. ¿Se le ocurría al gobernador hacer una
requisición de carne o lana, en su propio beneficio o para el de
una autoridad administrativa más elevada, el subprefecto por
ejemplo? Tal comisión recaía también sobre los notables
indígenas. No es, pues, sorprendente que el honor de serlo
haya sido considerado por estos como el signo precursor de
una ruina cierta o, por lo menos, de muy serios disgustos. Y
los cargos más elevados (segunda, alcalde, teniente),
expuestos a los mayores sinsabores, eran evitados o, por lo
menos, se procuraba apartarse de ellos. El caso es que, de
buena o mala gana, había que decidirse; los que ya habían
cumplido, así como los más jóvenes, a quienes no les
importaba porque aún no veían aproximárseles muy pronto
este peligroso honor, no dejaban en paz al recalcitrante. Sobre
este también hacía presión el gobernador, que no dejaba de
sacar provecho de su función, porque si bien uno se arruina
cuando es mandón, se enriquece cuando llega a gobernador.
Este humilde funcionario ha dispuesto de privilegios de hecho
mucho tiempo después de que la ley los permitiera. La mano
de obra reclutada con fines pretendientes colectivos, pero
utilizada en las tierras del que la reclutaba, las requisiciones,
más o menos arbitrarias de carne o de lana, las apropiaciones
de tierras a veces dudosas, y ante las que cerraban los ojos
magistrados complacientes, constituían las ventajas de estos
pequeños jefes. Algunas fortunas de Puno deben su origen a
un abuelo, todavía muy cercano de los indios, del que el
subprefecto había hecho un gobernador. La situación que
describimos ha cambiado y la arbitrariedad administrativa ha
decrecido notablemente. Pero todavía hoy las funciones
administrativas rinden provecho (mucho más que prestigio) y
por esta razón son deseadas, mientras que los cargos
indígenas provocan rechazos y evasiones. Aunque estas
protestas no se cumplen efectivamente, si bien no hacen sino
expresar el malhumor de los interesados, sin dispensarlos de
la costosa tarea, porque el ciclo de los honores está tan
claramente trazado que son muy débiles las oportunidades de
evitarlo, subrayan que en la comunidad el poder político no se
busca, pero sí que se teme tanto como se desea.
48Para explicar la vitalidad de las instituciones tradicionales es
necesario considerar a la vez la sociedad comunitaria y la
persona del indígena. En lo relativo a la sociedad del pueblo,
se puede admitir que la organización tradicional la defiende
contra el dominio o contra los abusos y amenazas de las
haciendas vecinas. La gente de la comunidad lo sabe bien. Pero
la misma función de defensa podría ser asumida de manera
más eficaz y con menor costo. La vitalidad de la organización
tradicional no solo se explica por los servicios que presta a la
sociedad indígena, sino por la significación simbólica de la que
está revestida a ojos de los comuneros. A pesar de las
incomodidades que trae el cargo de mandón, tiene prestigio
porque consagra al individuo en su comunidad (se debe
distinguir con cuidado las declaraciones explícitas de los
indígenas y su conducta efectiva). A este respecto, el caso más
instructivo es el del mayordomo, especie de maestro de
ceremonias a cuyo cargo corren todos los gastos de la fiesta
tradicional del pueblo. No se trata de un cargo propiamente
político, aunque esté incluso en el cursus honorum, pero a
causa de su designación religiosa y de los gastos que implica
está rodeado de más respeto y temor que los demás.
Literalmente, consagra al individuo que debe pagar la mayor
parte de los gastos ocasionados por el santo patrón. Los padres
de Maryknoll han hecho lo posible en Ichu para reducir el
esplendor ruinoso de la fiesta patronal de San Pedro y San
Pablo. Sin embargo, en 1959, parece subsistir con el mismo
brillo. Decíamos que los cargos de autoridad son evitados,
reconozcamos que también constituyen una fuente de
prestigio. El pasadoes un consejero cuya opinión es solicitada
con deferencia. Uno de nuestros amigos de Ichu que pretendía
haber visto en su niñez a los ocupantes chilenos, emitía
arbitrajes salomónicos. Hacía venir a los litigantes uno por vez,
los escuchaba con mucha paciencia y después proponía su
solución. A la vista de la autoridad de que están revestidos
algunos pasados tomamos con algo más de prudencia las
quejas del indio que gime sobre las “cargas” que pesan sobre
los notables; también le inspira el orgullo de ser reconocido
como individuo que ha cumplido adecuadamente las
obligaciones del hombre adulto.
35 Cfr. La cuestión agraria, en este mismo capítulo.
La hacienda
36 Notas de campo, 25 de junio de 1953.
Hacienda y dominio
54La estructura de la hacienda puede ser analizada a la luz de
lo que nos enseñan los historiadores sobre el feudalismo
europeo.
39 Bloch, Marc, La société féodale: la formation des liens de
dependence, p. 365.
LA REFORMA DE LA
HACIENDA
68Chávez Molina, en la segunda parte del artículo que hemos
citado, revisa las diversas técnicas por las cuales puede
mejorarse el rendimiento de la gran propiedad. La primera, que
consiste en transformar al pastor indígena en asalariado, le
parece impracticable en la mayoría de los casos, teniendo en
cuenta las consecuencias sociables desagradables que acarrea.
La eliminación de una parte importante de la población
suscitaría tantas dificultades en escala colectiva como las
resolvería en escala individual. El método del cual exalta los
méritos, por haberlo utilizado personalmente, consiste en
“interesar” al indígena en el mejoramiento de su ganado. Se
pagarán salarios, hasta donde sea posible, muy diferenciados
del pastor que acepte cuidar al ganado seleccionado y le serán
distribuidas primas según su tasa de éxito con el ganado,
teniendo en cuenta la mortalidad de los animales jóvenes.
También se pueden distribuir gratificaciones al pastor, si su
propio ganado comporta un porcentaje más o menos elevado
de animales de raza. Al finalizar el periodo transitorio —tanto
del indio como del hacendado—, el ganado se habrá renovado
y mejorado completamente. Esta política supone que el
propietario esté en capacidad de financiar el costo de la
innovación y que el indígena reaccione positivamente a las
incitaciones del progreso. Se puede admitir que lo hará si no le
cuesta nada, si no le retiran las pobres ventajas a que la
organización tradicional lo tiene acostumbrado y si obtiene
algunos beneficios del nuevo método. En todo caso, las
resistencias indígenas son débiles porque el procedimiento de
Chávez Molina no deja a nadie sin trabajo. Teóricamente, se
llega a un punto crítico cuando el mejoramiento del ganado, al
obligar a la reducción de su densidad por hectárea (el ganado
de calidad es más hambriento), deja de compensar la
disminución del efectivo por el mejoramiento de la
productividad física por cabeza de ovino o de bovino.
Evidentemente, todavía no se ha llegado a ese punto; sin
embargo, uno se puede preguntar en qué medida el pastor
indígena no arriesga ser más sensible a la constancia o a la
reducción del efectivo que al mejoramiento de las calidades.
La cuestión agraria
69El propietario y los comuneros mantienen malas relaciones:
predomina la hostilidad. Hemos visto cómo el hacendado
constantemente se encuentra en conflicto con sus pastores
indígenas; por la concesión de tierras o por la cesión de
productos se reserva un medio de explotar su trabajo, pero el
control que ejerce sobre la explotación de su patrimonio es tan
vago que permanentemente teme la ruina. La misma
combinación de astucia, violencia y temor marcan las
relaciones del hacendado con las comunidades; la mayor parte
del tiempo la tensión es latente; escarceos, en apariencia
insignificantes aunque continuos, apenas la hacen perceptible.
Los carneros, los asnos o los caballos de los comuneros son
sorprendidos en flagrante delito en los pastos de la hacienda,
o bien el propietario interviene en el nombramiento del
gobernador o de otra autoridad inferior. Sin embargo, a veces
toda la región es sacudida por una serie de explosiones en
cadena. Es difícil hacerse una idea de lo que los peruanos
llaman “sublevación indígena”, amotinamiento que degenera
en pillaje. La historia de estas luchas campesinas en el
departamento de Puno valdría la pena de ser escrita, pero faltan
informaciones serias. No podemos conceder mucho crédito ni
a la prensa local (que muy a menudo ni siquiera las menciona)
ni a la prensa de Lima, que ve las cosas desde muy lejos. Las
declaraciones de los testigos, o de quienes pretenden serlo,
pueden, también, ser sospechosas. Desde los últimos
movimientos de alguna importancia, que remontan a 1925, han
pasado más de 30 años; la exactitud de muchos testimonios se
encuentra afectada por un plazo tan largo. Además, según su
humor, los testigos se muestran, ya discretos y reservados o,
de lo contrario, estilizan los sucesos, agrandándolos. Hemos
tenido acceso a los expedientes de algunos procesos
criminales correspondientes a los participantes en tales
sucesos. El hecho de que hayan sido atribuidos a la
competencia de los jueces y no tratados según un
procedimiento más corto, sugiere que no deben ser tenidos por
muy graves o muy exactamente representativos ni en su
desarrollo ni en la solución judicial que los sanciona.
70A veces los indígenas le buscan pleito a un individuo a quien
detestan particularmente. El Día de los Muertos, un hacendado
de la provincia de Lampa se fue de paseo a la capital del
distrito, Calapuja. Era amigo del gobernador. Mientras que los
dos hombres bebían, se les anunció que el mayordomo del
hacendado tenía una discusión con indios ebrios. Algunos de
ellos eran pastores de la hacienda; otros, simples habitantes
del pueblo, en dimes y diretes con el mayordomo. Finalmente
se libra de ellos y los indios se ponen a las órdenes del
gobernador. Pero, en la tarde, cuando el mayordomo y el
hacendado salen del pueblo a caballo, caen en una emboscada.
Se les lleva delante del gobernador, de quien los indios
pretenden que ponga en prisión a sus amigos. Después los
encierran y, por la noche, un grupo de furiosos regresa, los
maltrata y finalmente matan a uno y otro. Un antiguo odio
dirigido contra un hombre marcado por su aspereza y dureza
produjo una explosión espontánea, que se vio acrecentada por
el alcohol y la excitación de la fiesta y se desahogó
violentamente. Otras veces, la lucha es organizada: casi
degenera en guerra. Es dirigida no solo por la masa de indios
contra el propietario, sino por cabecillas que no siempre son
indios. Hemos podido reunir algunos datos de un asunto que
remonta al 27 de septiembre de 1920. Una hacienda de la
región de Azángaro pertenecía a una viuda que no la visitaba
jamás. El mayordomo era el dueño absoluto y aprovechaba muy
bien la situación. Un indio que había sido soldado adoptó poco
a poco la figura de jefe y reclamante. Los dos hombres se
enfrentaron varias veces violenta y públicamente. A fin de
obligar a su enemigo a dejar la hacienda, el mayordomo le
infirió mil vejaciones. Un día, un grupo de indios (varios
centenares, según el informe del procurador) asedió y saqueó
la casa-hacienda y el mayordomo resultó muerto. Un grupo de
policías, expedido desde Azángaro, fue acogido a tiros de fusil.
Hubo una decena de gendarmes heridos y también numerosos
indios, pero el jefe logró fugarse y nunca más fue hallado.
71Hay varios tipos de bandoleros. Ciro Alegría ha bosquejado,
bajo el nombre de fiero Vásquez, el retrato de un quijote de la
región de Cajamarca: ladrón, pero valiente y magnánimo. Este
enderezador de entuertos actúa solo, aunque sus hazañas le
valen la complicidad de numerosos admiradores. Las bandas
de hoy tienen como objeto más prosaico el robo de ganado. He
aquí un asunto que hizo gran ruido en Puno alrededor de 1925:
X se da cuenta de que su ganado disminuye. Se queja de
abigeato. La hacienda vecina pertenece a uno de sus primos.
Tiene una explicación con este —quien le declara ignorar todo
lo de la marcha de su hacienda y lo remite a su mayordomo—.
Escoltado por tres amigos, X se dirige a la hacienda de su primo
y pregunta por el mayordomo, quien se encuentra ausente,
aunque no debe tardar en regresar. Los tres hombres esperan
largo rato. Finalmente llega el mayordomo. X le entrega una
carta de su primo y la discusión se torna agria. El mayordomo
encierra a los visitantes y regresa escoltado de hombres
armados y enmascarados. Sigue una pelea general en la que
mueren X y uno de sus acompañantes, el tercero logra escapar,
pero guardando una notable discreción.
48 Por lo menos, tal era la situación hasta estos últimos años, pero
esas antiguas familias están per (...)
72A todo lo largo del siglo XIX y hasta hoy no han sido muy
graves los amotinamientos. Una hacienda quemada, un
mayordomo muerto, encuentros entre gendarmes e indios, así
son las sublevaciones de los años 20 y 30. Según los
propietarios, se debieron a la violencia y la bestialidad de los
indígenas. Se les excita haciéndoles creer que la hacienda los
ha despojado de sus tierras y que el hacendado quiere quitarles
las que aún les quedan. La versión de los “indigenistas” es
totalmente distinta: en general, esas sublevaciones serían
“provocaciones” preparadas por los mismos propietarios.
Tomando como pretexto algunos desórdenes, se llama a la
guardia civil y al ejército, se hace tornar presos a los indígenas
que molestan y se quiebra así la resistencia de los comuneros,
de los que pueden explotar la mano de obra y adquirir tierras.
Sin embargo, se debe tener cuidado de no reducir todos los
conflictos agrarios a la sola oposición entre los grandes
propietarios y los indígenas. Hemos recordado que, según
estimaciones generalmente admitidas, la mediana propiedad
ocupa en Puno alrededor del 10% de los campos de cultivo y de
pastos. Esos medianos propietarios con frecuencia son los
notables (vecinos) de los pueblos, que a los ingresos de sus
bienes territoriales agregan otros recursos. Esta categoría está
muy lejos de ser homogénea. A ella pertenece Cotimbo, el
teniente de Ichu, y también el joven maestro que el año 1959
encontramos en la región de Azángaro. Si el primero es un
notable de estilo tradicional, muy al corriente de las sutilezas
del comercio y de la usura, aunque completamente indiferente
a las nuevas prácticas agrícolas, el segundo es un hombre
joven, abierto al progreso técnico y que se interesa en
particular en la introducción de nuevos tipos de pastos,
capaces de resistir la helada. En resumen, esta categoría reúne
a los comerciantes de antiguo estilo, a los tenderos más
emprendedores que representan, por ejemplo, algunas casas
comerciales, y a funcionarios que han logrado hacerse nombrar
en sitios muy próximos a sus pueblos de origen. Agreguemos
que, si la importancia de la mediana propiedad es muy limitada
en Puno, sería falso imaginar que en todo el Perú la oposición
entre la gran propiedad y la comunidad indígena ofrece el rigor
y la brutalidad que le prestan los escritores indigenistas. En dos
regiones sobre las que tenemos alguna información, la de
Puquio y la de Huamanga, una y otra situadas en el vasto
departamento de Ayacucho, los pequeños señores locales —
aquellos que José María Arguedas describe en su hermosa
novela Yawarfiesta— son pequeños o medianos propietarios y,
además, se da que estos pequeños potentados locales son tan
duros con los indígenas como los más ricos hacendados con
sus indios.48 Hasta donde podemos saber, las famosas
sublevaciones de Huancané en 1923 no enfrentaron a los
indígenas con hacendados abusivos (en la región de Huancané
no hay grandes haciendas); parece que tuvieron por origen la
resistencia activa de los indios a las pretensiones exorbitantes
de los vecinos, investidos con la autoridad administrativa, que
les exigían prestaciones gratuitas de servicios y de trabajo.
Estaríamos inclinados a creer que buena parte de los conflictos
que destrozan a la sociedad agraria interesan sobre todo a las
relaciones entre indios y pequeños notables, que han buscado
y, hasta hace muy poco tiempo han logrado, sacar todas las
ventajas de la dependencia y de la inferioridad indígenas, tanto
más que los empleos administrativos medianos y subalternos
generalmente les son confiados. Es lo que en el Perú se llama
el gamonal. Esto quiere decir que el propietario que explota al
indio no siempre es un hacendado, muchas veces es un hombre
que en resumidas cuentas no es muy rico, sino que ha sabido
rodearse de protectores poderosos en un puesto de ventaja. El
teniente, tal juez o tal subprefecto, puede ser un gamonal, tan
abusivo y tan odiado como un gran propietario de varias
decenas de miles de hectáreas.
73La última crisis remonta a los años treinta, después de la
caída del presidente Leguía. Desde entonces la guardia civil y
la policía parecen ejercer un control muy firme; por otra parte,
los particulares no están autorizados a llevar armas. Si bien la
inseguridad se manifiesta casi exclusivamente por el abigeato,
nuevas dificultades pueden volver a suscitar la agitación. La
presión demográfica se incrementa en las tierras ya bastante
escasas de las comunidades, aunque hasta ahora parece que
ha estado limitada por las tasas de mortalidad todavía muy
elevadas (tal como lo hemos podido ver en Ichu). Se han puesto
grandes esperanzas en las migraciones espontáneas de la
población, sea hacia los valles cálidos (Tambopata), o a los de
la costa. Desgraciadamente, estos movimientos parecen ser
tanto limitados cuanto temporales. Los de Huancané —algunos
millares en total— bajan hacia la región de San Juan del Oro
para cultivar café. Pero regresan una vez que recogen la
cosecha. Del mismo modo, los valles de la costa atraen una
mano de obra golondrina para la viña y el algodón. Las grandes
inversiones en la región de Toquepala (minas de cobre) entre
1956 y 1959 fijaron allí a varios miles de trabajadores, pero
una vez que las principales construcciones estuvieron
terminadas, el efectivo obrero se redujo. Solo queda que la
población rural excedente pueda salir para trabajar en la
ciudad. En Puno no se ha emprendido ningún estudio completo
respecto de la distribución de tierras en las diversas categorías
de propietarios. Las estimaciones usuales que hemos recogido
de los Servicios Agrícolas atribuyen a las comunidades
indígenas un poco más del 20% de las superficies cultivadas,
10% a la mediana propiedad, y más o menos 70% a las grandes
haciendas. Debe precisarse que en las grandes haciendas el
20% de la superficie total está ocupada por los colonos, que la
destinan a cultivos alimenticios. Si se tiene en cuenta que el
90% de los indígenas vive en las comunidades con el 20% de
tierras, y que al 10% que trabajan como colonos corresponde,
aproximadamente, el 15% del dominio en la forma de
tenencias, concedidas por el hacendado, se concluye que la
población indígena, que representa la casi totalidad de la
población agrícola del departamento, dispone
aproximadamente del 35% de las tierras. El campesino indígena
se ahoga en sus campos exiguos, mientras que las haciendas
dedican a la ganadería inmensas extensiones en las que viven
muy mal algunas decenas de miles de pastores.
74Todo sería simple si fuera posible y deseable entregar a la
agricultura esos pastos. Desgraciadamente, a 3800 metros de
altura la agricultura es una empresa insegura. Está expuesta a
sequías y heladas: las cosechas son irregulares —veces
catastróficas, como en los años 1955-1956, en que el invierno
fue muy severo y largo y de una aridez excepcional—. Contra
la sequía hay trabajos de irrigación emprendidos en la región
de Azángaro en particular. Son muy costosos y aún es pronto
para apreciar su efecto en el rendimiento de los principales
cultivos (papas y avena).
75Por otra parte, la ganadería ofrece posibilidades inmediatas
muy atrayentes. La región de Puno, convenientemente
tecnificada, puede ofrecer a la economía nacional parte de su
carne y de su lana. A este respecto facilitaría las cosas la
instalación de un gran matadero moderno en Cabanillas, en la
ruta de Puno a Arequipa, ahora en vías de conclusión. La
realización de este proyecto abriría nuevos mercados a la
producción de carne. Por el contrario, una reforma agraria
clásica que parcele las grandes propiedades, tal vez
incrementaría la producción alimenticia o mejor el
autoconsumo indígena, pero arriesgaría destruir la producción
de carne y lana de calidad, que requiere una mano de obra
competente e importantes inversiones. Lo que ensombrece las
perspectivas, en la hipótesis de que el proceso de tecnificación
se deje a la diligencia de los hacendados, es que la política de
cerco amenaza desprender un surplus creciente de mano de
obra que, al dejar de tener trabajo en la hacienda, se encuentra
privado de tierra y de medios de subsistencia. La comunidad
indígena, tal como funciona actualmente, no está en capacidad
de alimentar a sus miembros. Hemos señalado la exigüidad de
los campos que corresponde a cada familia. Es
aproximadamente en esos términos que en el Perú se plantea
lo que se conoce como el problema de la reforma agraria. En la
región de Puno la reforma parece, a la vez, particularmente
urgente y difícil. La exigüidad de tierras de que dispone el
comunero aconseja una redistribución en su provecho y en
detrimento de las grandes haciendas ganaderas. Pero, además
de las dificultades de toda expropiación, los riesgos
económicos son impresionantes: ¿se contentarán los indígenas
con las medidas parciales y prudentes que preparan los
expertos? ¿No entenderán toda reforma, por moderada y
juiciosa que sea, como una transferencia, inmediata y sin
reserva, de todas las tierras en su provecho? Conociéndose las
posibilidades estrictamente agrícolas del departamento como
muy reducidas, ¿la reforma, no arruinará la ganadería —por lo
menos a la ganadería de calidad— sin mejorar en mucho la
agricultura?
76Sin embargo, se bosquejan transformaciones importantes.
Hemos subrayado las iniciativas de ciertos hacendados. Se
deben mencionar las consecuencias de las medidas tomadas
por el gobierno en favor de los indígenas, tanto en el orden
educativo, como en el dominio económico.
77En el orden educativo, una de las experiencias más
interesantes es la de los núcleos escolares. Se escoge la capital
de un distrito como sede de una escuela principal que abre
sucursales en las diversas parcialidades. A esta escuela se
encuentran adjuntos un educador de higiene, un educador
agrícola y un tercero encargado de la castellanización. La
condición del éxito reside en la aptitud de los nombrados para
entenderse con los comuneros, para suscitar y retener su
interés. A este respecto las opiniones están divididas; unos
reprochan a los núcleos escolares su inercia, otros los acusan
de excitar a los indígenas y de difundir opiniones radicales. No
esperemos resultados inmediatos, ni demasiado notables. Uno
de los efectos más interesantes de estas medidas es el acceso
de una nueva élite indígena a la vida moderna. En este
particular vale la pena citar la reciente iniciativa del Banco de
Fomento Agropecuario, que se remonta a 1958. Este
organismo decide ofrecer a los indígenas contratos de
engorde. La dificultad está en que los interesados no pueden
ofrecer sino garantías muy mediocres: algunas parcelas de
tierras, cuya propiedad muy a menudo es incierta. El Banco
dispone de agentes que recorren los pueblos, encargados de
formular listas de eventuales beneficiarios. El préstamo es por
un año y en 1959 las deudas habrían sido convenientemente
pagadas. El interés de esta medida no solamente es económica:
al ganar dinero con el engorde del ganado, el indígena entra
en el circuito monetario, aprende a contar y a calcular. No lo
logra sino con dificultad. En el momento en que la campaña de
ventas estaba en lo mejor, con la que los indígenas clientes del
Banco de Fomento Agropecuario contaban para saldar sus
deudas, una huelga de tratantes de ganado y de los grandes
compradores significó una baja de precios en los principales
mercados de la región. El Banco fleta varios camiones que van
directamente a Arequipa y Lima. Los precios se mantienen
pero, cuando se trata de pagar el costo del transporte, buen
número de los que reciben préstamos protesta y se queja. Por
otra parte, los indígenas no solamente reaccionan por la
desconfianza: si el transporte es tan costoso es porque el
camionero solicita una remuneración excesiva. ¿Por qué no
encargarnos nosotros mismos, y no nos convertimos en
camioneros? Encontramos aquí la tendencia a la organización
espontánea sobre la que pueden apoyarse las iniciativas
oficiales, si son oportunas y bien preparadas. Buen número de
escuelas se construyen con la ayuda y participación voluntaria
de los comuneros, por “acción popular”. Una serie de
incitaciones parciales, juiciosamente aplicadas, puede preparar
los cambios necesarios. Educación, obras públicas, ayuda por
el crédito, tantos medios cuya eficacia depende tanto de la
acogida que encuentren entre los indígenas como de la
intensidad y continuidad de la intervención. Pero ¿serán
suficientes para evitar la explosión?
NOTAS
1 Bloch, Marc, “Le probleme des régimes agraires”. En Bulletin de
l'Institut Français de Sociologie, p. 46.
9 Cobo, ibid.
12 Cfr. Cieza de León, Del señorío de los incas, cap. XXII; Cobo,
ob. cit., libro 13, cap. 33-35.
13 Ibíd.
16 Durkheim citado por Davy, G., Des Clans aux Empires, p. 18.
48 Por lo menos, tal era la situación hasta estos últimos años, pero
esas antiguas familias están perdiendo sus comodidades y la
escala de prestigio. En Puno, por ejemplo, un observador tan
advertido como Arguedas se sorprende por la rápida decadencia
de los notables tradicionales (que describe en sus primeras obras)
y del ascenso de los cholos que han hecho dinero con el comercio
y sus camiones (José María Arguedas, “Puquio: una cultura en
proceso de cambio”. En Revista del Museo Nacional).
NOTAS FINALES
1 Cuando Bourricaud escribe este texto, estaba en vigencia la
Constitución del 29 de marzo de 1933, donde se habla de
“Comunidades indígenas” en los artículos 193, 205 y en todo el
título XI (arts. 207-231). En el artículo 209 se señala que “la
propiedad de las comunidades es imprescriptible e inenajenable...
asimismo, inembargable”. (N. del E.]