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El profesor de quinto básico que nos correspondió ese año, sí que era una
persona extraña.
A la clase siguiente nos preguntó sobre el extraño animal, y al ver que cada
una respondía a sus preguntas sugirió hacer una prueba escrita. Nosotros
aceptamos inmediatamente, al menos yo me sabía cada detalle del
gatiguampo y cada una de sus características, incluso estaba dispuesto a
dibujarlo.
Muy sencillo, el profesor nos explicó que él había inventado ese cuento del
gatiguampo, jamás había existido tal especie. Por tanto, cada uno de los datos
de nuestras notas eran incorrectos. ¿Acaso queríamos que nos aprobara por
contestar falsedades?.
Demás está decir que nos pusimos furiosos. ¿Qué clase de prueba era esa?,
¿Y qué clase de profesor era ese?.
Alumnos, tendrían que haber escuchado mis palabras con más atención, acotó.
Mientras circulaba el cráneo (que era de gato) por la sala, ¿Acaso no dije que
no había quedado ningún vestigio del animal?. Había hablado también de su
asombrosa vista nocturna y de sus ojos grandes y verdes; del color de su piel,
de su forma larga entre gato y canguro, de sus largas garras delanteras, de su
cola anillada de sus largas orejas para escuchar en la noche a sus pequeñas
presas, ya que era sin duda alguna: carnívoro.
Desde ese día, cada lección de este singular profesor era una aventura, nos
hizo viajar por el espacio, nos llevó al interior de una célula, nos acarreo por el
pasado de los científicos, nos hizo amar la ciencia. El decía, la ciencia no basta
con conocerla, hay que vivirla. La ciencia se vive, se ama, la ciencia es
construcción, es creación, nos decía emocionado y feliz en lo que él creía
firmemente. Un día nos dijo que su automóvil era un organismo viviente. Nos
demoramos casi dos semanas en armar una refutación que le pareciera
aceptable. Nosotros sabíamos perfectamente que los autos no son seres vivos,
eso estaba claro, lo que no sabíamos era expresar la idea contraria y lo más
difícil era argumentarlo y respaldarlo con hechos científicos irrefutables. No se
dio por satisfecho hasta que le demostramos no sólo que sabíamos lo que era
un organismo viviente, sino también que teníamos la entereza de defender la
verdad.