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Lectura Complementaria

El profesor de quinto básico que nos correspondió ese año, sí que era una
persona extraña.

El primer día de clases, su exposición de una criatura llamada gatiguampo,


animal extraño y mal adaptado al medio biológico, que se extinguió durante la
Era de las Glaciaciones. El profesor hizo circular un cráneo mano en mano,
mientras explicaba el tema. Esta profesor era extremadamente ameno, su
charla fluía con una calidez y claridad insospechada, cada una de sus palabras
eran anotadas por mi y grabadas en mi mente.

A la clase siguiente nos preguntó sobre el extraño animal, y al ver que cada
una respondía a sus preguntas sugirió hacer una prueba escrita. Nosotros
aceptamos inmediatamente, al menos yo me sabía cada detalle del
gatiguampo y cada una de sus características, incluso estaba dispuesto a
dibujarlo.

Hicimos la prueba, me fue formidable. Al cabo de unos días cuando me


devolvió mi prueba me quedé boquiabierto: una enorme equis roja tachaba
cada una de mis respuestas y en el ángulo superior derecho de la hoja un uno
coma cero. Mi primera nota del año era un uno! Que desastre!, Debía haber un
error!. Había repetido al pie de la letra las palabras del maestro. Después supe
que el curso había corrido igual suerte. ¿Qué había ocurrido?.

Muy sencillo, el profesor nos explicó que él había inventado ese cuento del
gatiguampo, jamás había existido tal especie. Por tanto, cada uno de los datos
de nuestras notas eran incorrectos. ¿Acaso queríamos que nos aprobara por
contestar falsedades?.

Demás está decir que nos pusimos furiosos. ¿Qué clase de prueba era esa?,
¿Y qué clase de profesor era ese?.

Alumnos, tendrían que haber escuchado mis palabras con más atención, acotó.
Mientras circulaba el cráneo (que era de gato) por la sala, ¿Acaso no dije que
no había quedado ningún vestigio del animal?. Había hablado también de su
asombrosa vista nocturna y de sus ojos grandes y verdes; del color de su piel,
de su forma larga entre gato y canguro, de sus largas garras delanteras, de su
cola anillada de sus largas orejas para escuchar en la noche a sus pequeñas
presas, ya que era sin duda alguna: carnívoro.

Razonemos dijo el profesor, si no hay vestigios o restos, ¿Cómo es posible que


pueda dar el color de sus ojos? ¿Cómo sabemos que tenía cola?, ¿Cómo
sabemos que las garras de sus patas delanteras eran largas?. Sin
antecedentes no podemos dar características tan específicas. Para colmo, le
había puesto un nombre ridículo, y ni así habíamos caído en la artimaña.
Espero que esta lección tan singular les haya servido de algo y que de ella
sacáramos muchas experiencias importantes. Una de ellas es: los profesores y
los libros de texto no son infalibles. Y nadie lo es. Nos recomendó no permitir
que nuestras mentes se adormezcan y sean manipuladas. Tengan siempre el
valor de expresar respetuosamente nuestra inconformidad cuando el profesor o
el libro de texto nos parecieran equivocados. Nos decía que un científico
siempre debía tener un espíritu libre de compromisos, así podría libremente
formarse un juicio crítico de las cosas, además que su escepticismo le indicaría
el camino de la investigación. Si Ud. No es crítico ni escéptico, ¿Cómo va a
poder refutar juicios inaceptables?, Aceptará todo sin hacer cuestión, creerá
todo sin más?. Desde luego entonces, Ud. No es un científico, me dijo.

Desde ese día, cada lección de este singular profesor era una aventura, nos
hizo viajar por el espacio, nos llevó al interior de una célula, nos acarreo por el
pasado de los científicos, nos hizo amar la ciencia. El decía, la ciencia no basta
con conocerla, hay que vivirla. La ciencia se vive, se ama, la ciencia es
construcción, es creación, nos decía emocionado y feliz en lo que él creía
firmemente. Un día nos dijo que su automóvil era un organismo viviente. Nos
demoramos casi dos semanas en armar una refutación que le pareciera
aceptable. Nosotros sabíamos perfectamente que los autos no son seres vivos,
eso estaba claro, lo que no sabíamos era expresar la idea contraria y lo más
difícil era argumentarlo y respaldarlo con hechos científicos irrefutables. No se
dio por satisfecho hasta que le demostramos no sólo que sabíamos lo que era
un organismo viviente, sino también que teníamos la entereza de defender la
verdad.

Aplicamos nuestro nuevo escepticismo a todas las materias de enseñanza.


Esto ocasionó más de alguna dificultad a los demás profesores, quienes no
estaban acostumbrados a que los contradijeran. El profesor de historias por
ejemplo disertaba sobre cualquier tema y, de pronto, se oía que alguien decía
en voz baja: Es un gatiguampo.

No he realizado ningún gran descubrimiento científico, pero las lecciones de mi


profesor de Ciencias Naturales de 5º básico nos infundieron a mí y mis
compañeros algo igualmente importante: el Valor y la capacidad de mirar a las
personas a la cara y decirles que están en un error. No todo el mundo le
concede valor a esta condición humana, porque a nadie le gusta que le
contradigan. En cierta ocasión le conté a un profesor de enseñanza básica lo
que hacía en su primera clase el profesor de ciencias. Aquel hombre se
escandalizó. “No debió burlarse de Uds. Así”, comentó. Lo miré, recordé lo
hermosos que fueron esos momentos con mi profesor, y le respondí, “Estas
equivocado”.

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