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Béisbol y Revolución

por Roberto González Echevarría

González Echevarría, profesor de literaturas hispánicas y comparadas en la Universidad de Yale, es


autor de The Pride of Havana: A History of Cuban Baseball, minuciosa crónica de la relación entre
béisbol e historia en la Cuba del siglo XX, de la que presentamos este fragmento sobre la forma en que
la revolución expropió para sus fines el deporte más popular de la isla.

La estructura organizativa de la práctica deportiva en la Cuba posrevolucionaria


sigue el modelo de los regímenes totalitarios del siglo XX. El modelo fue
naturalmente el soviético, pero es análogo al que desarrollaron la Alemania nazi
y la Italia fascista durante los años treinta: la integración de medicina,
educación física y salud pública con el objetivo de crear ciudadanos preparados
en cuerpo y mente para defender a la patria.
Dentro de dicha estructura, la práctica deportiva se convierte en un camino de
perfección hacia el éxito, pues la competición internacional se define como
escenario de una confrontación ideológica con los poderes capitalistas. El diseño
de la competición tiene como fin seleccionar los mejores jugadores con destino a
la selección nacional, un objeto de orgullo patriótico, lealtad política y
propaganda mundial. Todo funciona bien, sin duda, en un país capaz de
producir atletas tan espléndidos. Torneos y ligas se convirtieron en una serie de
cedazos cada vez más sutiles por los cuales se filtraba a los atletas hasta que sólo
quedaban los mejores. El establecimiento de las academias deportivas fue la
primera piedra del sistema, y su tarea era identificar el talento lo antes posible a
fin de cultivarlo en la forma más eficiente, con destino a la selección nacional.
Todos aquellos niños que muestran un talento atlético en la escuela primaria
son enviados a dichas academias, cuyo objetivo es instruirles en una disciplina
deportiva dada en la forma más científica, desarrollando un físico adecuado al
deporte en cuestión al tiempo que toman su educación a su cargo. Al ser
preguntado sobre esta organización, Jorge Fuentes, entrenador de la selección
nacional cubana, respondió como sigue: "En todas las provincias cubanas
existen dos instituciones atléticas. Una es introductoria y recibe el nombre de
Escuela de Iniciación Deportiva Escolar, o EIDE, que llega hasta los dieciséis
años. Luego, hasta llegar al preuniversitario, hay una Escuela de Superación y
Perfeccionamiento Atlético, ESPA". Para Fuentes, estas academias son "pilares
del desarrollo atlético cubano". Estas academias incluyen dos secciones, una
donde los niños reciben la instrucción escolar acorde a su edad, y otra donde
reciben la educación "teórica" en el deporte elegido. Ello se completa con
sesiones prácticas que incluyen competiciones con otras academias. El proceso
dura el equivalente de un año escolar. Aquellos que responden a lo esperado en
la EIDE ascienden a la ESPA, desde la cual pueden aspirar a formar parte de
sus equipos municipales, las series nacionales, y así hasta que el grupo más
selecto, por lo general suficiente para formar dos equipos, compite por entrar en
la selección nacional. Este grupo es enviado a un complejo deportivo llamado
Cerro Pelado, donde se les mantiene en cuarentena durante su preparación final
para las competiciones internacionales. Dado que el bloque soviético no tenía
experiencia en el campo del béisbol, el sistema hubo de ser adaptado para
adecuarse a este deporte, y aquí la aportación cubana, con una nada desdeñable
proporción de influencia norteamericana en lo tocante a los métodos y las
técnicas de entrenamiento, desempeñó un papel vital.
En el antiguo bloque soviético, particularmente en Alemania del Este, este
sistema produjo atletas que se conducían con eficiencia robótica: sin elegancia,
sin creatividad. En atletismo y en algunos deportes de equipo, los resultados
fueron impresionantes. Pero el béisbol es un deporte en el que las condiciones
atléticas juegan un papel menor, y cuyas tradiciones en el ámbito del
entrenamiento y la competición son más artísticas que científicas. La suerte de
saber popular que pasaba de generación en generación sobre la práctica del
deporte y la mejor forma de estar en forma difería de la gris y mecánica
aplicación de los axiomas soviéticos y alemanes. No obstante, los entrenadores y
preparadores cubanos recibieron este tipo de instrucción, en la que se incluía,
por supuesto, medicina deportiva, educación física y estrategia. A medida que
los hombres con experiencia en el béisbol profesional o la liga amateur
envejecieron, los nuevos mentores fueron entrenados según el sistema soviético,
con las inevitables desviaciones. Fuentes me comentó que había empezado a
entrenar a los 22 años, cuando fue seleccionado con algunos otros para recibir
instrucción formal. Es un hombre culto y de voz suave que sopesa todo con
cuidado y no muestra emoción. Cuando le comenté a Enrique Núñez Rodríguez,
un periodista de los 70 conocido por su sentido del humor, que Fuentes había
jugado muy poco tiempo, lo tildó de producto de laboratorio, alguien que había
sido programado como un robot. Así pues, las generaciones de cubanos más
viejos son conscientes de que hay una diferencia en el estilo de juego, y muchos
jugadores cubanos siguen desempeñándose con una sagacidad que debe más al
saber popular que a los manuales de los técnicos.
Las páginas de Béisbol 1968: Guía Oficial, un resumen estadístico de la
octava Serie Nacional, la primera que siguió a una expansión sustancial en el
número de equipos participantes, dejan sentado con gran claridad cuáles eran
los objetivos de la INDER: "Nuestras más altas organizaciones deportivas no
han tenido nunca en cuenta el grado de asistencia a un torneo o la paridad entre
equipos, porque su interés primordial ha sido siempre la progresión de los
atletas, y no había dudas de que está expansión favorecería el mayor desarrollo
de los atletas, como fue el caso." Aunque esta expansión artificial no acabó con
el interés de los aficionados, otros cambios posteriores, inspirados por los
mismos objetivos, sí lograron mermarlo. Equipos con nombres genéricos que
designaban su estatus "selectivo" no podían ser en modo alguno interesantes. El
sistema, sin embargo, siguió produciendo jugadores de béisbol, pero a expensas
de aquellos que no lograron ascender por la pirámide del éxito y cuya educación
había tenido que ver en general con el deporte.
Pero el gran fracaso del béisbol posrevolucionario proviene de lo que no
puede sino llamarse "deficiencia épica". Es evidente que el deporte en el mundo
moderno ha tomado el lugar de la épica, y que ésta es la razón de que pueda ser
asimilado por un régimen o un movimiento político en el proceso fundacional de
una nación. Pero los sucesos épicos deben ostentar una grandeza absoluta, han
de ser insuperables en lo que toca a la fuerza, la destreza y el coraje de los
héroes que los protagonizan. No hace falta añadir que hablamos de una
grandeza asumida que no se puede verificar, como sí puede serlo en el mundo
moderno. Aquiles, Héctor y Eneas fueron héroes de logros insuperables en
cualquier parte de su universo conocido. Ninguno era mejor. Con estos logros
venía la fama. Los héroes protagonizaban sucesos épicos, y éstos eran cantados
por los poetas, que extienden su renombre del tal manera que llega a rivalizar
con el de los dioses. En nuestro tiempo, el deporte amateur raramente puede
aspirar a estas alturas. Siempre tenemos la sensación de que, no importa cuán
grandes sean sus hazañas, no pueden en modo alguno compararse con las de los
profesionales.
Esto es así, en particular, en el caso del béisbol, por la existencia de las ligas
mayores. Ha habido incontables amateurs de potencial en apariencia ilimitado
que han fracasado en las ligas mayores, cuando han debido enfrentarse
diariamente a los mejores del mundo. Cuando llegamos al terreno de las
actuaciones, no importa si el individuo recibe o no una paga; todo lo que se
requiere es que compita según las reglas y limitaciones del deporte en cuestión.
Hay algunos absolutos en la medida de las realizaciones humanas,
particularmente en los deportes y las artes, que existen sin consideración a las
circunstancias. Fuera de ello cualquier otra consideración es moral, política, o
las dos cosas, o cae en el campo aberrante de la obsesión racial. Un atleta o un
artista, bien es el mejor, bien está entre los mejores, o bien es un perdedor que
caerá pronto en el olvido. Los logros de los jugadores de béisbol cubanos están
atemperados por esta carencia épica. Por supuesto, Omar Linares consiguió tres
jonrones en un mismo partido durante las Olimpiadas de 1996, pero, ¿contra
quién? José de la Caridad Méndez aplastó a los Rojos de Cincinnati, y Cristóbal
Torriente tuvo las mejores estadísticas de lanzamiento de la liga negra
americana. Miñoso bateó para trescientos en la Liga Americana, y Camilo
Pascual ganó veinte juegos. Tengo la certeza de que Linares hubiera brillado en
las ligas mayores, pero nunca sabremos si se hubiera convertido en otra de las
incontables decepciones en las que se depositan fortunas y que luego fracasan.
De Clint (The Hondo Hurricane) Hartung se esperaban cosas tan grandes que se
hablaba de que iría directamente al Salón de la Fama. Pero sus lanzamientos no
estuvieron a la altura de lo requerido en la liga superior, y fracasó.
El asunto de la fama es tan exigente como cruel. El hecho es que, por mucha
importancia que las autoridades cubanas deseen otorgar a los torneos de béisbol
amateur como la Copa del Mundo, la Serie Mundial amateur, los Juegos
Panamericanos e incluso las Olimpiadas, el resto del mundo les presta muy poca
atención. En los Estados Unidos sólo una minoría sigue el béisbol universitario,
y el Team USA es seguido por una minoría diminuta, por mucho que más de
cincuenta mil seguidores presenciaran la derrota de su equipo ante Cuba en las
Olimpiadas de Atlanta. Todo el mundo sabe que los mejores jugadores jóvenes
están en el grupo de los profesionales, y que un equipo medio de la clase AA es
capaz de derrotar un día sí y otro también a Team USA. Dejando de lado la
cuestión de si es justo o no, la fama de los jugadores de béisbol amateur,
inclusive los cubanos, no se halla muy extendida. Sus marcas no provienen de
enfrentamientos con lo más alto de la competición. Este no es el caso del
atletismo, donde las Olimpiadas constituyen la forma más alta de competición, y
alguien como Adalberto Juantorena es conocido por haber derrotado a los
mejores del mundo y protagonizado una hazaña digna de su tiempo. Sus logros
respondieron a los requerimientos de la épica.
Incluso en Cuba, aunque a contracorriente del proclamado espíritu
colectivista del sistema político, algunos de estos atletas son investidos de una
gloria local. Omar Linares, hasta donde las circunstancias lo permiten, disfruta
de un estatus de estrella en Cuba. Pero el renombre de estas luminarias no se
halla tan extendido como antes de 1959. Una de las razones para ello es la falta
de cobertura informativa y mediática. La prensa en Cuba se halla firmemente
controlada por el gobierno, que la emplea como instrumento de propaganda.
Los deportes son un componente importante de esta propaganda, por lo que es
improbable que muchas historias picantes sobre los atletas y los partidos
asomen a las páginas de los periódicos y revistas para acrecentar el aura de los
jugadores. Las publicaciones deportivas escasean en comparación con lo que
existía antes. La cobertura de la radio y la televisión es mucho más abundante,
pero apenas quedan huellas de la misma. La falta de publicidad comercial no
puede ser compensada por una propaganda política que usa a los atletas pero
que, excepto en los aspectos puramente ideológicos, está desenfocada. La más
alta forma de reconocimiento para un atleta es aparecer en la prensa o la
televisión con el Líder Máximo otorgándole a él o a ella la bendición de la
patria, porque, en resumidas cuentas, en la Cuba posrevolucionaria sólo puede
haber un héroe de proporciones épicas, y ese héroe es Fidel Castro. José de la
Caridad Méndez, Martín Dihigo y Roberto Ortiz eran superiores en la mente de
los aficionados a los políticos de su tiempo. Pero ningún atleta puede
equipararse a Fidel Castro, que es tratado por sus devotos como si fuera la
encarnación viviente de la nación cubana. ~

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