Está en la página 1de 8

El regreso del héroe pródigo

“Siete años han pasado ya tras la destrucción de Troya. Una década combatiendo a sus
puertas. Millares de víctimas en ambos ejércitos. Innumerables los sufrimientos que
padecimos y aquellos que llevamos a sus hogares. Pues sí, los arrasamos. No queda casa
de Ilión en pie a la que los hombres puedan retornar ni alguno de ellos con vida para
hacerlo. Raptamos a sus mujeres, despeñamos a los niños, la incendiamos de arriba a
abajo. Los que vengan después creerán que toda esa guerra fue sólo un mito. Y tal vez
lo haya sido. Los recuerdos son difusos, lejanos. Como si hubiera sido otro y no Ulises
Laertíada quien propuso construir el caballo de madera que nos daría la victoria. Ese
mismo que nos condujo en las batallas con sus tretas y su ingenio ahora nos tiene dando
vueltas en su negro bajel hasta los confines del universo y de regreso. Era un general
bastante decente en los combates, pero como marinero que el Hades se lo trague. Yo
sigo enfermo de escorbuto desde que dejamos la isla de la ninfa hechicera que nos
convirtió en cerdos (ah sí, tengo mucho que contarte para cuando volvamos a vernos,
los dioses mediante), pero al menos respiro. No se puede decir lo mismo de la mayoría
de los compañeros. ¿Te acuerdas de Eúcalion y de Píndaro, los amables vecinos que una
vez nos prestaron el rodillo para moler masa cuando el nuestro se rompió? Pues, bueno,
dile a sus esposas que lo lamento y no les digas que murieron huyendo del terrible
Héctor. Eso no tienen que saberlo. A ti te lo cuento porque sé que te encanta el chisme y
de todos modos me lo ibas a preguntar luego luego llegando a la casa. Te conozco.
¡Zeus! ¿Cómo puedo decir eso? La última vez que nos vimos tú seguías siendo una
chiquilla que no sabía ni hilar sin cortarse con la aguja y yo era un mozalbete con bozo
y muchas ideas locas en la cabeza. Si esa muchachita imberbe me viera regresar así, con
esta barba de ermitaño, pensaría que soy su padre o su abuelo. Pero tú también debes de
haber crecido. No te imagino. Has de estar bien vieja y achacosa. Seguramente te
volviste a casar con uno de tus pretendientes, igual que esa Penélope de quien el capitán
tanto nos hablaba antes de conocer a su Circe. No te culpo. Sería lo normal. Quizá ver
de nuevo el campo de trigo que cultivaba y a ti saludándome a lo lejos, bajo el pórtico
de nuestra choza sea lo único que me motiva a seguir remando. No pasa un solo día sin
que sueñe con eso. Bueno, ya no creo que quepa más en este pergamino. Lanzo esta
botella al mar con la esperanza de que la recibas junto a mis abrazos, dulce Ariadna.
Encontrarte otra vez, en cualquier parte, sería volver a casa.

Tuyo, Polites.”
La odisea, el gran relato que lo comenzó y lo terminará todo. El principio y el fin. El
alfa y el omega de las narraciones del viaje del héroe, que usarán muchas temáticas y
tópicos para crear infinidad de historias con un denominador común: el largo periplo
fuera del mundo ordinario y el ansía del aventurero por retornar a él, después de haber
trotado por medio mundo.

Le sucedería a Don Quijote, quien creía que su ideal le esperaba allá afuera, en las villas
y comarcas de una España que ya no era la medieval que había leído en sus cuentos de
caballería. Abatido después de tantas y tan curiosas aventuras que no terminarían de
satisfacer su búsqueda de la nobleza auténtica, cabalga de vuelta a su nunca recordado
lugar de la Mancha para acabar su existencia lúcido y desengañado del ensueño que lo
había obsesionado tantos años junto a su inseparable amigo.

Le sucedió también al mío Cíd campeador, que pierde el favor del rey de Aragón debido
a unas intrigas de la corte celosa y tiene que recuperarlo acumulando victorias y
riquezas contra el ocupador moro que ofrenda a su señor para que le permitiera tornar a
morar felizmente con doña Jimena y sus hijas en las fronteras de su reino.

Nos sucede asimismo a nosotros cuando nos toca abandonar el hogar paterno y
embarcarnos en la travesía personal para ver mundo por cuenta propia, aunque no
necesariamente tiene que tratarse de un recorrido por tierras extrañas. Sino por maneras
extrañas. La palabra en inglés y alemán es la misma para camino y para modo. “Ways”
y “weisen”. Homero describe a Ulises en la introducción como el hombre de muchos
senderos, pero hay muchas editoras que traducen este vocablo por “de variopinto
ingenio”. Ambos modos de interpretarlo se corresponden con una concepción
completamente diferente y correcta de comprender el mundo de la Odisea. Pero además
de ellos he propuesto dar uno propio.

Del primero se puede deducir que el personaje es un explorador que visita tierras
lejanas, conoce a figuras fantásticas aun dentro de su contexto, pasa por mil dificultades
y se enfrenta a ferosos monstruos inimaginables que ningún navegante había podido
escapar ileso. En definitiva, es el arquetipo del turista mundial, con una lectora textual
de lo narrado en el poema. Se aplica a los trotamundos que deben salir de su país ya sea
por asuntos de negocios o tal vez sólo por gusto y terminan extrañando su cultura y su
lengua natal.
De la segunda versión, en cambio, podemos sacar una visión más universal, toda vez
que sea más introspectiva y nos haga conocer más a fondo la psicología del
protagonista. Puede que sea precisamente gracias a eso, a que su argumento se centra en
su evolución y conflicto interno que podamos trasladarla a una situación en la cual
todos nos sentimos identificados. Odiseo es toda aquella persona que busca un lugar en
el mundo que pueda llamar suyo. A pesar de haber atravesado reinos fantásticos en el
cual hasta sus deseos más descabellados tendrían cumplimiento, él no se logra
acomodar a ellos. Las diosas Calipso y Circe le ofrecen dones por los que el resto de los
miserables mortales suspiran muy hondamente, esos mismos que la humanidad ha
situado en la cúspide de su anhelo místico.

¡La misma inmortalidad, por la que los emperadores chinos tomarían elixires con
mercurio y los egipcios construirían pirámides que preservaran sus momias por
milenios! El paciente y divinal “Polyfrenos” la considera un bien menor a comparación
del verdadero destino de su travesía. Y es que de camino a la vocación y al propósito
que nos hayamos fijado en la vida toda otra aspiración que tengamos debe de ocupar un
papel secundario, si es que deseamos realmente llegar algún día.

La oportunidad de desviarse y asentar cabeza en otro lugar más paradisíaco se le


presenta a Odiseo de varias y variadas formas. Ya que bien sí tuvo muchos
contratiempos y se salvó por los pelos (o los pañuelos) que la diosa le jalaban: La
pérdida de once de los doce barcos de su flota al pelear contra los lestrigones, tener que
arrastrar de mala gana los pesos muertos de sus compañeros cuando probaron la
irresistible flor loto de sabritas de la cual no puedes comer solo una, el terror ante la
posibilidad de ser devorado por el cíclope, la ira de Poseidón, ser atacado por
monstruos marinos invencibles, la destrucción de las naves, otra vez la formidable
ineptitud de sus compañeros, toparse a su madre en el infierno y un largo etcétera de
otros 24 cantos, en general no es que se la haya pasado tan mal en su encierro de siete
años en una isla paradisíaca con hospedaje todo pagado y la sumisión de una hechicera
divina dispuesta a complacer todos sus caprichos.

Sin embargo, se la pasa ayudando al ciclo del agua, devolviéndole al mar el agua que le
quitan las nubes con sus lágrimas. Y no es que su vida ahí no sea placentera, pues
cuando Circe le reclama que se quiera devolver con una mujer que no le gana ni en
inteligencia ni en hermosura, a ella que es divina entre las diosas, él responde muy
admirablemente que lo sabe: Penélope no es una diva que digamos, pero es su esposa y
mal que bien es con quien ya había decidido compartir su vida hasta la vejez.

El valor de las promesas, chicos, no hay que olvidarlo, eso es lo que hace a la Odisea el
relato de un auténtico héroe y no sólo el recuento de una serie de eventos
desafortunados a merced de un dios marítimo encorajinado. Hablando de moralejas,
otras importantes lecciones que puede dejarnos una lectura atenta de este poema son las
de fidelidad, lealtad filial, camaradería y grandeza de ánimo ante miles de adversidades.

He aquí uno de los puntos de torsión en la actitud del combatiente tramposo y casi
invisible de la Ilíada contra el navegante ingenioso y sobresaliente que se muestra en
este otro libro. Mientras en la primera épica donde hace su aparición énfasis se pone
alrededor de la ambición y el orgullo idealizado, la Odisea se centra en un mundo
rústico, hogareño, donde los horrores y la acción violenta de la guerra son cosa de
cantos de aedos en los banquetes. Así los objetivos se invierten para el héroe. Ya lo que
les exige su hado no es atravesarse unos a otros con broncíneas lanzas, sino que el
desafío ahora es reinsertarse, si pueden, en el modo de vida (relativamente) pacífico al
que se habían desacostumbrado tantos años atrás.

Cosa muy contraria observamos, por ejemplo, en las rapsodias actuales como furia de
titanes o Percy Jackson. Si bien la ambientación mejoró un poco, de ver las escenas de
acción con la imaginación a verlas en tercera dimensión, la composición de la narrativa
sigue el mismo patrón ya establecido desde los tiempos antes del nacimiento de Cronos.
Un don nadie, llámese fulano de tal, vive en una aldea acosada por algún mal que nadie
puede detener, él lo intenta, fracasa en un principio. Recibe ayuda de un compañero
mágico convenientemente aparecido en el momento exacto. Conoce a una belleza, se
enamora de ella, pero su papá o su ex novio o su mascota o alguien de su familia Todos
Mejores que Tú le impiden juntarse con ella. Lo mandan lejos esperando que se pierda.
Se enfrenta a muchos jefes menores preparándose para la batalla final contra su
archirrival. Dice un discurso medio emotivo, según la música orquestal que ponen. Se
muere uno de sus amigos. El villano se ríe maliciosamente. Lo intenta de nuevo esta vez
con el poder de algún arma mágica, el consejo de un sabio, o simplemente porque es
Brad Pitt. Gana. La cámara enfoca la cara del héroe, sudado pero nunca desmaquillado.
Retorno al pueblito natal. Fin.
¿Qué notamos? Aparentemente la temática es la misma a grandes rasgos, pero eso sólo
es a primera vista. Por desgracia la mayoría de las historias modernas recogieron lo
puramente accesorio de las historias de antes y perdieron de vista lo que hacía a los
clásicos obras maestras. ¿Qué importa que gracias a los efectos especiales podamos ver
hasta dentro de la pupila del ojo del cíclope y sentir cómo nos rostizan los rayos de
Zeus si ambos personajes se convierten tan sólo en medios de entretenimiento y pierden
el carácter que tenían en el contexto original? Con una intención semejante Borges
preguntaba “¿Dónde está aquel hombre que en los días y noches de su destierro erraba
por el mundo como un perro y decía que Nadie era su nombre?” en su poema al canto
vigésimo tercero aludiendo a la perdida virtud del heroísmo.

Así, la Odisea puede ser entendida por muchos como la historieta de una figura de
acción matando monstruos, y bajando a la boca del infierno porque hacerlo es de
machos, muy rudos. Y sí, se puede resumir en eso. Pero si lo dejamos hasta ahí no se
entiende porque para el héroe todas las desventuras que corre se reducen medios y todas
las recompensas a descansos pasajeros. Un superhéroe de los de ahora hubiera llegado
hasta la corte maravillosa de los feacios y ahí se detenía. Nada hay que lo empujara a
seguir adelante y fijarse una meta que estaba siempre más allá y sinceramente no ofrecía
la gran cosa. ¿Qué hay en Ítaca? Puercos, cerdos animales y cerdos humanos que
devoran su hacienda. Un hijo que no conoce, pueden nacerle muchos otros. Una esposa
que seguramente ya ni está tan guapa. Su rancho feo, sus vacas. ¿Qué hay en Ítaca? Hay
un poema de Konstantinos Kavafi que hace la misma pregunta.

Y, sin embargo, la historia gira en torno a ese lugar misterioso que se nos presenta como
el Dorado para los españoles. Puede cruzar selvas, mares, cielo y el país de los sueños,
pero el objetivo sigue siendo volver a la mentada Ítaca. Cuando finalmente lo hace,
resulta que el poema no acaba ahí. Y uno se pregunta, ¿qué más quieres, Homero, ya
llegó Odiseo de su Odisea, de dónde sacas otros diez capítulos de libro? Luego viene a
Atenea a echarle polvos mágicos para que no se dé cuenta, lo convierte en un viejo
andrajoso y se hace otro lío, y otro más, y otro.

Hasta que no queda muy en claro qué falta. Telémaco le reconoce, pero aún tiene que
pasar muchos maltratos de los codiciosos pretendientes y de los sirvientes desleales
antes de que se revele como el rey perdido y resucitado. Pero por más que le demos
vueltas todo este acto del pobre que viene a pedir limosna en muchos puntos no parece
que fuera realmente necesario esconder tanto su identidad. Podría ser que este
encubrimiento persiguiera simplemente un fin dramático. Para generar expectación en el
gran momento de la revelación, después de masacrados los pretendientes. Pero esta sola
razón no basta para explicar que aun estando conversando con su sirvienta y porquerizo
leales a solas no se deshace de su coartada y en cambio se inventa una fábula
extravagante cuando le preguntan por su procedencia. Además, en varias ocasiones,
mientras está pidiendo limosna en los banquetes de los descendientes, va demasiado
lejos en su acto de desvalido y se deja humillar más de la cuenta. Debe haber una razón
más satisfactoria para dar razón de su proceder, si no en el ánimo del ingenioso
prototipo del Quijote sí por lo menos en la del ingenioso autor. Foustel afirma en la
ciudad antigua que el mitema del rey convertido en mendigo se repite a lo largo de
diversas leyendas y cuentos populares de las culturas occidentales. Un ejemplo de ello
está en las mil y una noches. Algunas lo hace voluntariamente con el fin de probar la
adhesión que le tienen sus súbditos y otras, como en el caso que nos compete, su
trasformación es obra de un chamán algún tipo de genio. En estos, se da una pérdida de
la dignidad real que constituía el rasgo identitario fundamental del soberano caído en
desgracia. Debido a que no es reconocido o es creído muerto numerosos supuestos
amigos suyos se alzan en su propia corte para usurparle el trono y mientras esté en esta
forma menguada le es imposible oponérseles. Lo interesante de estas fábulas es la
condición que muchas veces imponen al rey para que recobre su posición y su majestad
arrebatadas. Mas, puesto que normalmente se trata de la prueba de un ser mágico
juguetón que pretende enseñar al ensorbecido monarca una lección. Las lecciones son
diversas, pero la que puede encajar con este contexto, suponiendo que Odiseo era el rey
bueno y generoso como un padre para sus súbditos que dice ser, no es necesario que
corrija una actitud arrogante, es la alegoría del sapo. No la del cuento de hadas, pero
parecido. Consiste en el hombre que se ha marchado a un lugar lejano, a la guerra, o a
cortar leña y ha dejado de ser visto por su familia un largo tiempo. Cuando finalmente
regresa encuentra que su lugar dentro de su propia unidad familiar ya ha sido tomado,
pero no por alguien más, sino por una versión romantizada de quien era. Al volver
andrajoso y sucio o trocado metafóricamente en sapo ni siquiera su propia esposa ni sus
hijos logran reconocerlo.

Entonces pueden suceder dos cosas. Una: el hombre descubre que afuera pudo haber
ganado honor, fama y gloria imperecederos, pero en su propio hogar perdió el cariño y
la admiración que ya tenía o dos: el personaje tiene que desvestirse del orgullo que
consiguió de sus hazañas y volverse a presentar ante ellos como el padre o el esposo que
estuvo ausente. Para esto tiene que probar a los ojos de sus seres queridos que sostiene
en más alta estima el lazo paternal o conyugal que los unía que las recompensas de oro,
riquezas y renombre que trajo consigo de sus logros como forajido. Su esposa y su hijo
son convertidos en los jueces de este lance final que se le presenta al héroe.

Con esto establecido, quiero ahora sí, recalcar la importancia de una figura que
aparentemente no tiene mucha relevancia en el desarrollo del relato y juega un rol
pasivo llorando antes de dormir como buena princesa en la torre. Cuando la realidad es
que si no fuera por la lealtad a toda prueba de Penélopea la Odisea no tendría sentido ni
cierre. Ni una brújula ni la ayuda de Atenea ni un GPS pudiera llevarlo a destino al que
lo empujaba su corazón porque al llegar a Ítaca descubriría que ésta se ha convertido en
una parada más en la que no se puede quedar. Por eso la Odisea realmente cierra un
capítulo antes del punto final, y no porque algunos críticos consideren a esta parte
como una interpolación de otro poeta, sino porque al momento en la esposa leal
reconoce en el forastero que estuvo mendigando en su palacio todo este tiempo a su
esposo perdido culmina la condición de exiliado de Odiseo. Cierto, él ya había llegado a
su tierra, ya estaba en su palacio, ya lo habían reconocido sus sirvientes leales y su hijo
Telémaco; pero no es sino hasta que ella corrobora que él es verdaderamente el hombre
que se fue a Ilión, no siendo nada más que otro soldaducho sediento de gloria, que
Odiseo se transforma en ese rey añorado y excelente cuyo regreso todos esperaban.
Antes, me fascina la forma en que Homero utiliza la imagen del méndigo apestoso que
tiene ser recibido en el corral por pura caridad y es obligado a soportar las burlas de los
pretendientes para representar el estado de vagabundo en que se hallaba su alma. Como
si pesara sobre él una maldición que lo condenara a nunca sentirse acogido en ninguna
morada, en ningún regazo, a no ser que fueran aquellos que había dejado atrás al
comenzar su viaje.

Una vez llegado Odiseo de su viaje, ha de afrontar la prueba de la diosa que lo auxilio
hasta entonces. Esta sección también me parece muy simbólica. Todo el tiempo que
transcurrió en el viaje pudo fiarse de que tendría el apoyo de una divinidad, pero ahora
que está a punto de concluirlo y enfrenta el peligro más decisivo de todos, la divinidad
que siempre lo socorrió se trasfigura, ya no sólo en ojos, sino en cuerpo de lechuza y
observa impávida como Odiseo y su hijo pelean en desventaja contra una horda de 108
pretendientes. Expresamente dice que tal prueba fue para que le demostraran que sí
había valor en sus pechos después de todo y lo deja a la incertidumbre. Y es que a fin de
cuentas el viaje era suyo y de su familia. Él era quien tenía que darle término que
pudiera alcanzar, bueno o malo. En muchas ocasiones la odisea que nosotros hacemos
se vuelve más liviana en cuanto contamos con ayuda externa. Ya sea económica,
caritativa, institucional, de palancas, etc. Pero ha de llegar un momento en que todas
estas asistencias se vuelvan impedimentos para que nos realicemos a nosotros mismos.
Si queremos que cualquier fruto de una labor sea realmente mérito nuestro, entonces
hay que probar que fuimos sus autores y que fue nuestra propia inteligencia, valor y
astucia la condición imprescindible para que aquello se lograra.

Odiseo lo consigue, ya al final de su porfía y es así que hace suya por fin la epopeya
trágica que le tocó vivir, no una simple jugarreta del destino o un castigo de Poseidón,
sino la contienda y el triunfo personal de un hombre que surcó los mares y consiguió
mejor que ningún otro héroe guiar por sí mismo el curso de su hado. Es así que su
trayecto no es parte de la Ilíada sino un poema aparte que lleva su nombre y de todos
cuantos participaron en aquél él es el único que se vuelve con su paciencia y su ingenio
más que un títere de los dioses, un dominador de aquello que ellos nunca pudieron
controlar: La actitud humana frente a lo que deciden.

Ficha bibliográfica:

- Borges, Jorge Luis; 1964; “El Otro, El mismo”; Madrid, España; Destino.
- de Coulambrangue, Foustel; 1954; “La ciudad antigua”; París, Francia; Porrúa.
- Joyce, James; 1922; “Ulysses”, Dublín, Irlanda; Sylvia Beach.
- Konstantino, Kavafi; 1913; “Antología de poemas homónima”; Madrid,
España; Alianza Editorial.
- Bantham; 1991; “The value of hospitality”; Manchester Inglaterra;
Madelbraum

También podría gustarte