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LENGUAJE INCLUSIVO:
¿PARA TODOS, TODAS Y TODES?
¿Qué implicancias en la práctica de lxs psicólogxs tendría la adopción del
lenguaje inclusivo de género1 (y/o no sexista)?

Objetivos generales:
● Indagar las posibles implicancias que tendría la adopción del lenguaje inclusivo
de género en la práctica del psicólogo.

Objetivos específicos:
● Investigar sobre las transformaciones del lenguaje a lo largo de la historia.
● Caracterizar lenguaje inclusivo de género y lenguaje no sexista.
● Explorar la relación existente entre la realidad social actual y el uso del lenguaje
inclusivo.
● Reflexionar en torno a la posible implicancia de la adopción del lenguaje inclusivo
en las prácticas de los psicólogos.

Introducción
La presente investigación surge en el marco de la relevancia que ha tomado
recientemente el lenguaje inclusivo de género. Este proceso se contextualiza a partir de
las múltiples transformaciones que acontecen en nuestra sociedad, a raíz de la creciente
visibilización de la diversidad de identidades de género.

En este contexto, la lógica basada en el binarismo genérico está siendo cuestionada y


revisada con la finalidad de incluir tal multiplicidad. Este proceso no pasa desapercibido,
teniendo una repercusión directa en el lenguaje. El mismo no es neutral, sino que
responde a un orden imperante. La lógica del binarismo genérico, donde lo masculino
tiene jerarquía sobre lo femenino, genera que el lenguaje se configure como

1
Nuria Varela (2005): La noción de género surge a partir de la idea de que lo femenino y lo masculino no
son hechos naturales o biológicos, sino construcciones culturales. Por género se entiende, como decía
Simone de Beauvoir, “lo que la humanidad ha hecho con la hembra humana”. Es decir, todas las normas,
obligaciones, comportamientos, pensamientos, capacidades y hasta carácter que se han exigido que
tuvieran las mujeres por ser biológicamente mujeres. Género no es sinónimo de sexo. (p. 181)
2

androcéntrico2. Esto impacta dando lugar a que el uso de las palabras y sus significados
coloquen al hombre en el centro del lenguaje.

El lenguaje inclusivo de género surge en pos de cuestionar este androcentrismo, que


encuentra sus raíces en el binarismo y la lógica patriarcal3, exigiendo la inclusión de las
mujeres y las identidades disidentes de la comunidad LGBTIQ+. De esta manera,
promueve ciertas modificaciones a las palabras que incluyen al sujeto.

En función de esta transformación, aparecen a nivel legal, social, organizativo, ciertas


modificaciones que acompañan y vislumbran a este movimiento. La Ley 26.743 de
Identidad de Género en Argentina que surge en 2012, la Subsecretaría de Políticas de
Diversidad Sexual del Gobierno de Santa Fe que se crea en 2015, son un fiel reflejo de
esto. Sin ir más lejos, también el Código de Ética de la Federación de Psicólogos de la
República Argentina incluye, en su última modificación de 2013, la categoría de género,
y reconoce la existencia del Lenguaje Inclusivo de Género, aunque no lo utiliza en su
redacción.

Así mismo se pueden reconocer dos posturas antagónicas frente a la emergencia del
lenguaje inclusivo de género. Por un lado, quienes lo valoran positivamente y por el otro,
aquellos que lo descalifican. Es por ello que el presente trabajo, desde los postulados
del construccionismo social, fija por objetivo la construcción de una posición respecto
del lenguaje inclusivo, y las implicancias que tendría en el ejercicio profesional de los
psicólogos. Para cumplir con tal propósito, se realizará un breve recorrido histórico sobre
las transformaciones del lenguaje, planteándolo como constructor de realidad.

Recorrido histórico del lenguaje.


Para iniciar esta exposición resulta importante remarcar y explicitar la relación existente
entre la lengua y la sociedad o la cultura en el que la misma se enmarca. La lengua es
producto del proceso social en que se encuentra inmersa, por lo que se puede afirmar
que deriva y pertenece al contexto cultural que la envuelve. Es así que, la lengua no
puede ser pensada de manera autónoma de sus determinantes históricos, políticos o

2
Nuria Varela (2005): el mundo se define en masculino, y el hombre se atribuye la representación de la
humanidad entera. Eso es el androcentrismo: considerar al hombre como medida de todas las cosas. El
androcentrismo ha distorsionado la realidad, ha deformado la ciencia y tiene graves consecuencias en la
vida cotidiana. (p. 175)
3
Nuria Varela (2005): es una forma de organización política, económica, religiosa y social, basada en la
idea de autoridad y liderazgo del varón, en el que se da el predominio de los hombres sobre las mujeres
(p. 177)
3

culturales. Al respecto, Lirola, M. (s.f.) retoma los planteos de Halliday propone:


“‘Cuando hablamos sobre los ‘usos de la lengua’, nos referimos a los significados
potenciales que se asocian con determinadas situaciones tipo; y es probable que
estemos especialmente interesados en aquellos que tengan algún significado social y
cultural’. (1978, p. 34)” (p. 6). Por lo que, en la interpretación de lo enunciado, no
podemos dejar de considerar las normativas de decodificación específicas de cada
contexto.
La relación entre lengua y sociedad/cultura es tan estrecha que al producirse
transformaciones en la sociedad o en la cultura, las mismas se ven plasmadas en las
expresiones de la lengua. Es decir, la terminología utilizada por los sujetos para
comunicarse se enmarca en un contexto cultural que establece las características de
esa lengua y sienta las bases a partir de las cuales la misma es creada de una manera
determinada.
A partir del reconocimiento de lo anteriormente expuesto, no podemos dejar de
considerar que, a lo largo de la historia el lenguaje ha sufrido modificaciones de todo
tipo. Evolucionaron los idiomas, las palabras, sus significados y esto responde,
fundamentalmente, a cambios socio-culturales que provocaron/provocan, año tras año,
que dejemos atrás algunas palabras y tengan lugar otras.

En este mismo orden de cosas, Rita Jáimez (2015) propone:

Pasado el tiempo, la lengua extiende su ritmo, no se detiene. Se mueve, se


desplaza, se configura y refigura, continúa incorporando y desincorporando
voces y significados, mientras se ajusta a la complejidad de las nuevas
sociedades. Llegada la era digital, la comunidad iberoamericana acomete
acciones, se aturde, protagoniza reyertas, requiere dinero, pero ya no acude a
las mismas formas de ayer porque cada generación se apoya en entidades que
contengan su realidad. (p.281)

En este sentido, tomando las teorizaciones de Benveniste (1971) podemos establecer


que la sociedad no es posible más que por la lengua; y por la lengua también el individuo
(p. 35 - 36). En esta frase el lingüista condensa la idea de que el lenguaje es el medio
de comunicación que los grupos humanos utilizan en un momento determinado. Por lo
que, las transformaciones socio-culturales, en una época socio-histórica determinada,
configuran el dinamismo de los idiomas: aparecen palabras y giros idiomáticos
completamente nuevos, mientras que otros muchos desaparecen. Estas alteraciones
4

llegan incluso al nivel de los idiomas, lo que provoca la desaparición de algunas lenguas,
consideradas ya como muertas.
Las mencionadas transformaciones de la lengua han sido acompañadas por la Real
Academia Española (RAE). Haciendo un paréntesis a la exposición, y aunque poco
coincidamos con la RAE respecto de la incorporación del lenguaje inclusivo de género,
no podemos dejar de especificar que dicha Institución fue fundada con el propósito de
trabajar al servicio del idioma español, en el año 1713 en Madrid. Tal y como se explicita
en su página web, esta Academia “se ha dedicado a preservar -mediante sus
actividades, obras y publicaciones- el buen uso y la unidad de una lengua en
permanente evolución y expansión” (Real Academia Española, s.f). El diccionario
emitido por la RAE ha buscado incluir y abarcar las constantes modificaciones que ha
atravesado la lengua.
Ahora nos preguntamos ¿quiénes conforman esta academia? ¿Quién ha presidido por
siglos la dirección de dicha institución?
Indagando en profundidad la conformación de la Academia, en su cronología histórica
expuesta en su página web, podemos ver que quienes han tomado el puesto de
dirección a lo largo de tres siglos fueron treinta figuras masculinas. Por su parte, la
primera mujer académica que conforma parte del grupo aparece en 1978 mientras que
la primera mujer que ocupa el cargo de secretaría de la RAE fue elegida en 2017.
En torno a estas cuestiones indagadas nos preguntamos… ¿es inocuo que en el trabajo
llevado a cabo por la RAE haya gran predominio de varones? ¿Tendrá algún tipo de
relación la regla gramatical del genérico masculino con que, quienes estuvieron al
mando siempre de esta institución fueron y son hombres? ¿Es casual que nuestra
lengua invisibilice, no mencionando, a las mujeres y a las identidades disidentes? No
nos atrevemos a cuestionar la trayectoria ni el valor de esta institución sino que son
interrogantes que nos planteamos.

Ahora bien, si indagamos respecto a las características de nuestro lenguaje, podemos


establecer que, tradicionalmente ha expresado una tendencia a ser androcentrista:
palabras, significados, y el uso del genérico masculino para designar a la clase son una
fiel muestra de este fenómeno. Al respecto, Castillo Sánchez y Gamboa Araya (2013)
reconocen:

El lenguaje ha representado otra forma de discriminación (Subirats, 1994). Acker


(2003) menciona, por ejemplo, que en las revistas ha sido convencional el uso
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de “él” para referirse a “él y ella” u “hombre” por “humanidad”, por lo que se ha
dado la idea de que las mujeres literalmente no existen o no son relevantes para
el tema en cuestión. Igualmente, el lenguaje utilizado para referirse a las
profesiones u ocupaciones denotan discriminación de género ya sea que dicha
profesión implique un grado de prestigio y poder o subordinación. Por ejemplo,
presidente, gerente, médico, sirvienta, ama de casa, maestra, entre otros. (p. 6).

No debemos ser ingenuos: no sólo el lenguaje expresa un androcentrismo, sino que la


sociedad y la cultura también tienen estas características. A lo largo de los años, el
patriarcado ha oprimido a las mujeres y a los géneros no binarios, que han quedado
subsumidos a la figura del varón. En el marco de este tipo de sociedades es que la
lengua castellana recibe su razón de ser.

Sin embargo, hace ya un tiempo la lengua está siendo puesta en tela de juicio. Alrededor
de los años 90 comenzaron a tomar relevancia en América Latina ciertos movimientos
que cuestionan esta lógica patriarcal. El colectivo LGBTIQ+ y el colectivo feminista, a
partir de sus manifestaciones, han logrado ciertas conquistas, como lo son la Ley de
Protección Integral de las Mujeres 26.485 y la Ley de Identidad de Género 26.743, que
vienen acompañando ciertos cambios a nivel socio-cultural (aunque con muchas
resistencias).

Estos colectivos introducen la perspectiva de género y proponen un uso no sexista del


lenguaje, actualmente llamado “lenguaje inclusivo de género”. Estos colectivos
argumentan que la importancia del lenguaje inclusivo radica en su trasfondo, en los
reclamos concretos que quedan tras él. A grandes rasgos podemos decir que, a través
del mismo, se busca suprimir el significado sexista4 de las palabras, y, en determinados
casos, el uso de la “e” en lugar del genérico masculino como abarcativo: de esta manera,
en lugar de decir “todos”, se plantea el uso del “todes”. Esta corriente de lenguaje
inclusivo de género tiene su origen hace tres décadas en Argentina, y comienza con la
ruptura del genérico masculino: se utilizan ambos géneros en el discurso para visibilizar
a las mujeres (“todos y todas”).

4
Nuria Varela (2005): El sexismo se define como “el conjunto de todos y cada uno de los métodos
empleados en el seno del patriarcado para poder mantener en situación de inferioridad, subordinación y
explotación al sexo dominado: el femenino. El sexismo abarca todos los ámbitos de la vida y las relaciones
humanas. (p. 180)
6

Posteriormente, empieza a pensarse que utilizar las palabras de esta forma continuaba
la lógica binaria, excluyendo a las personas con identidades disidentes del discurso.
Comenzaron a aparecer alternativas: el uso del “@” o de la “x”, consideradas neutrales,
en lugar de la “o”, pero ambas, aunque fueron muy difundidas, tuvieron la misma
complicación: la imposibilidad de ser pronunciadas. Así es como, poco a poco, comienza
a postularse la “e” como signo que llega en reemplazo de la “o”.

En la actualidad el lenguaje inclusivo se encuentra muy debatido, y en la discusión


confluyen múltiples voces y argumentos. La RAE (Real Academia Española), por
ejemplo, dedicó unas líneas en su cuenta de Twitter a la temática, denotando un
profundo rechazo:

RAE. (18 ene. 2018). #RAEconsultas Al decir «todos» no quedan excluidas de


la referencia las mujeres. Si se tiene en cuenta esto, se ve que son innecesarias,
y artificiosas, las propuestas de uso de signos como la «@», la «x» o la «e»
como fórmulas para un uso inclusivo del lenguaje. Recuperado de
https://twitter.com/RAEinforma/status/953932673302630402

No nos resulta llamativo ya que a lo largo de los años, en las diferentes ediciones de
sus diccionarios, esta Institución fija como norma gramatical el uso genérico del
masculino (Real Academia Española, 2009, p. 8). De esta manera, “los padres” pueden
significar “padre y madre”; “hijo” puede significar “hijo” o “hija”; “hijos” puede significar
“hijos e hijas”, pero el femenino no engloba a ambos géneros: “hija” no puede significar
“hijo”. De la mano de Diana Maffia (2012), podemos pensar al respecto que “el no poder
del femenino en el lenguaje, refleja y perpetúa, condiciona y estructura, el no poder
representativo de las mujeres en la cultura” (p. 4).

En íntima relación con lo expuesto, es notorio que durante sus publicaciones el


diccionario de la RAE asocia “sexo débil” al colectivo de las mujeres, y “sexo fuerte” a
los varones, reproduciendo una clara desigualdad entre los géneros. Además, si
tenemos en cuenta estas construcciones, la conjugación entre ambas contribuye al
androcentrismo del lenguaje. En consonancia con Maffia (2012), pensamos: “El uso del
lenguaje supone un emisor y un receptor, y en el lenguaje androcéntrico queda de
manifiesto que esos supuestos sujetos son siempre masculinos.” (p. 3).
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Frente a esto cabe preguntarse ¿qué intereses hay detrás? Independientemente de la


respuesta a este interrogante, desde nuestra postura, consideramos que la lengua no
debe invisibilizar ni subordinar a una parte de la humanidad bajo la hegemonía de una
minoría poderosa.

Han sido expuestas a lo largo de este capítulo las dos posturas que existen en relación
al lenguaje inclusivo; de las cuales una está fundamentada por la RAE, y otra, por los
colectivos feministas y LGBTIQ+. Así mismo, la historia del lenguaje inclusivo en el país
aún no está terminada, y al parecer su resolución se encuentra muy lejos. El hecho de
que actualmente no exista consenso entre las múltiples respuestas, implica para los
profesionales del ámbito de la Psicología un dilema ético ante el cual es necesario
asumir una posición debidamente fundamentada.

El lenguaje como constructor de realidad


En relación a lo expuesto en el capítulo anterior, cabe preguntarse: ¿Cuál es la
relevancia de estudiar las diversas modificaciones que sufre, y está sufriendo, el
lenguaje, en el marco de la práctica de la psicología?

Para comenzar a responder a esta pregunta, nos resulta pertinente retomar a Ferdinand
de Saussure (1989), quien planteaba la lengua como un producto social de la facultad
del lenguaje, y, a la vez, un conjunto de convenciones necesarias adoptadas por el
cuerpo social para permitir el ejercicio de esa facultad en los individuos. La lengua es
una totalidad en sí y un principio de clasificación, es cosa adquirida y convencional; es
una convención y la naturaleza del signo en que se conviene es indiferente. Además es
una institución social y es un sistema de signos que expresa ideas (p. 27-31). En este
sentido, la lengua sólo puede existir en sociedad, como instrumento de comunicación
humana, modificándose por la presión de otras comunidades, en las cuales puede
expresarse de modos diferentes; o por coacción de necesidades diversas.

Por otra parte, en función del enfoque del construccionismo social, y retomando los
planteos de Ian Hacking (2001) reconocemos que gran parte de nuestra experiencia
vivida y del mundo que habitamos, han de ser considerados socialmente construidos.
Estas experiencias fueron producidas o conformadas por sucesos sociales, fuerzas, la
historia; los cuales podrían haber sido diferentes. De este modo, podemos decir que los
hechos no son naturales, sino que han sido socialmente construidos. (p. 25-27). Estas
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construcciones se dan dentro de un marco social, el cual opera como una matriz material
y simbólica que rodea a los hechos, los clasifica y les da existencia. (p. 32-33).

Si reconocemos a la realidad y a las categorías que nos permiten conocerla, como


socialmente construidas; debemos reconocer, también, el rol esencial del lenguaje en
esta construcción. Al respecto, retomamos a Berger y Luckmann, T. (1999) quienes
postulan:

El lenguaje, que aquí podemos definir como un sistema de signos vocales, es el


sistema de signos más importante de la sociedad humana. (...) La vida cotidiana,
por sobre todo, es vida con el lenguaje que comparto con mis semejantes y por
medio de él. Por lo tanto, la comprensión del lenguaje es esencial para cualquier
comprensión de la realidad de la vida cotidiana. (p. 55)

En este sentido, podemos decir que la vida cotidiana se presenta como una realidad
interpretada por los hombres, y con un sentido subjetivo para cada uno de ellos. El
lenguaje, objetivador por excelencia, da sentido al mundo objetivado, ordena los objetos,
les brinda un espacio y un tiempo. Marca coordenadas de la vida en sociedad y la llena
de objetos significativos. Es de este modo, que la realidad se nos plantea como
construida, en la medida en que se le atribuyen sentidos, con un alto nivel de
subjetividad. En esta construcción el lenguaje tiene un rol esencial.

Diana Maffia (2012) plantea que, a diferencia del autómata, el ser humano puede crear
con un lenguaje finito, infinitos sentidos: controlar el lenguaje es controlar la producción
de significados, los mundos posibles, nuestras intervenciones en la cultura y en la
construcción de lo social. Y por eso, las mujeres libramos una batalla para entrar
explícitamente en el lenguaje. (p. 6). Si bien coincidimos con la autora, en este punto
necesitamos aclarar que, en el presente trabajo no sólo consideraremos a las mujeres
en esta puja, sino también al colectivo LGBTIQ+, quienes también reclaman ser
representados en el lenguaje.

Por otra parte, Gastón Becerra (2011) retoma la propuesta de Judith Butler, y expresa
al respecto:

La autora propone el uso del concepto de performatividad (al que podemos


entender inicialmente como “el poder que tiene el discurso para producir aquello
que nombra” por lo tanto “una esfera en la que el poder actúa como discurso”
[Butler, 2002:316]) para entender las construcciones sociales relativas al género
y al sexo -a la materialidad del cuerpo sexuado-. (p. 50)
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De esta manera, podemos pensar al lenguaje como actor principal en la construcción


de la realidad, en la medida en que logra imponerse, en tanto discurso, dándole entidad
a aquello que nombra. La autora lo plantea en relación al género, diciendo que el
lenguaje crea identidades sexuales binarias, que son inscripciones contingentes del
lenguaje. Así mismo, la idea de la performatividad del lenguaje la podemos pensar en
relación con otras categorías que permiten conocer y construir la realidad, así como
analizarla a la luz de las mismas. En torno al concepto que propone Butler, podemos
pensar: si el lenguaje tiene facultad para producir aquello que enuncia, ¿qué pasa, por
ejemplo, a nivel laboral, con los sujetos transexuales? Si el lenguaje los excluye, también
quedan por fuera de lo que la sociedad construye, y así, imposibilitados de incluirse en
estos ámbitos.

De esta manera, podemos establecer que la importancia del lenguaje, y de la


interpretación del mismo, radica en el hecho de que este no puede separarse de la
realidad en la que se produce, que a la vez es construida a través de él. Es producto y
productor social: el lenguaje construye realidad y en un movimiento dialéctico, ésta
construye el lenguaje.

El lenguaje inclusivo en el marco de una


sociedad diversa.
La sociedad no se configura de manera unívoca, sino que en la actualidad está
caracterizada, en su esencia, por la diversidad. Ahora bien, ¿qué es la diversidad?
respecto a esto, Diana Maffia (2018) propone: “lo primero que hay que preguntar es,
¿diverso con respecto a qué? Hay una norma, y lo diverso es lo que se sale de la norma
impuesta socialmente”. Se puede hablar de diversidad en cuanto a etnia, creencias,
costumbres, tradiciones, identidades de género, orientación sexual, generaciones,
status socioeconómico. Resulta pertinente a los fines de la presente exposición retomar
las categorías de orientación sexual e identidades de género que configuran un
componente importante y sumamente conflictivo de la diversidad en nuestra sociedad.

Conforme la Ley 26.743 (2012) de Identidad de Género se va a definir, en su artículo


2°, a la identidad de género como: la vivencia interna e individual del género tal como
cada persona la siente, la cual puede corresponder o no al sexo asignado al momento
del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo. Esto puede involucrar la
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modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios farmacológicos,


quirúrgicos o de otra índole, siempre que ello sea libremente escogido. También incluye
otras expresiones de género, como la vestimenta, el modo de hablar y los modales. (p.
1)

Por otra parte, la Fundación Húesped (s.f.) define a la orientación sexual de la siguiente
manera: “Es la atracción fìsica, emocional, erótica, afectiva y espiritual que sentimos
hacia otra persona. Esta atracción puede ser hacia personas del mismo género
(lesbiana o gay), el género opuesto (heterosexual), ambos géneros (bisexual) o a las
personas independientemente de su orientación sexual, identidad y/o expresión de
género (pansexual). A lo largo de la vida, es posible cambiar de orientación sexual”.

Retomamos ambas conceptualizaciones en la medida que nos permiten poder pensar


la diversidad sexual en nuestra sociedad aún cuando en ella se manifiestan resistencias
a reconocerlo. Esto se debe fundamentalmente a que en la sociedad actual la norma,
es una norma cis. ¿Cis qué? Cisgénero se denomina a aquellas personas cuya identidad
de género está alienada al sexo que le asignaron al nacer.

La norma que rige y regula nuestra comunidad se construye conforme a cierta


correspondencia entre sexo y género, y esto conlleva a que todas aquellas identidades
de género que se encuentren por fuera de lo normativo sean rechazadas, cuestionadas
e invisibilizadas. Para dar cuenta de lo expuesto, retomamos a Diana Maffia (2018),
quien enuncia: “De cuerpos que portan una genitalidad que define no sólo su sexo sino
también su género. Este es el modo en que habitualmente se interpreta la relación entre
cuerpos y géneros. También es una norma de deseo heterosexual.”

Sin embargo en el último tiempo, el colectivo LGBTIQ+ y el movimiento feminista en el


país han logrado ciertas conquistas en la lucha contra la norma cis y patriarcal, dando
lugar a ciertos avances en materia de derechos.

Si hablamos de derechos, no podemos dejar de hablar de las leyes que dan entidad a
demandas específicas, las reconocen, en cierto punto las validan, aunque no
necesariamente esto implique un cambio a nivel social. Los principios de Yogyakarta,
publicados en marzo del año 2007, reconocidos a nivel internacional, suponen ser la
base para la promulgación en nuestro país de la Ley de Identidad de Género 26.743 y
la Ley de Matrimonio Igualitario 26.618. Por otra parte, surge también la Ley de
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Protección Integral de las Mujeres 26.485, que apunta a prevenir, sancionar y erradicar
toda forma de violencia contra las mujeres. Estas legislaciones que reconocen los
derechos a estos colectivos, y al mismo tiempo los visibiliza como sujetos de derecho;
igualmente, no logran que se produzca una total aceptación social, en cuanto que sigue
habiendo casos de violencia y discriminación tanto contra mujeres como contra
colectivos disidentes en diversos ámbitos.

Esta resistencia social a reconocer los derechos de estas agrupaciones y a no


vulnerarlos, podemos pensarla como correlativa al rechazo a aceptar el lenguaje
inclusivo de género. Identificamos mecanismos similares para invalidarlos: la burla, la
ironía, la exageración, etc.

Dado que el lenguaje no puede pensarse separado de la sociedad que lo engendra y lo


utiliza, históricamente ha expresado la norma patriarcal. Si la sociedad muestra
resistencias a reconocer estas identidades, así como el empoderamiento del género
femenino; lo mismo pasa con el lenguaje, dada la relación dialéctica entre ambos,
explicada en capítulos anteriores.

Hemos mencionado anteriormente que las leyes expresan enunciados normativos y dan
lugar al reconocimiento simbólico de alguna problemática en particular. Retomando
algunas de las legislaciones mencionadas, podemos ver que la Ley Nacional de
Identidad de Género (Ley nº 26.743, 2012) expresa, en su artículo 1º, que toda persona
tiene derecho al reconocimiento de su identidad de género, al libre desarrollo de su
persona conforme a su identidad de género, y a ser tratada de acuerdo con su identidad
de género, así como a ser identificada en función de la misma.

En la misma línea los Principios de Yogyakarta (2007), tratado internacional, reconoce


los Derechos Humanos Universales en todas las personas sin discriminar por su
orientación sexual e identidad de género. Este tratado es redactado por el mismo
colectivo LGBTIQ+, y apunta a garantizar dichos derechos a las personas con
identidades disidentes.

Por otra parte, la Ley Nacional de Protección Integral a las mujeres, Nº 26.485 (2009),
establece como objetivo promover y garantizar la eliminación de la discriminación entre
mujeres y varones en todos los órdenes de la vida, así como la remoción de patrones
socioculturales que promueven y sostienen la desigualdad de género y las relaciones
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de poder sobre las mujeres. Esta misma ley, en su artículo 5º, inciso 5, reconoce a la
violencia simbólica como un tipo de violencia que se produce a través de patrones
estereotipados, mensajes, valores, íconos o signos, transmite y reproduce dominación,
desigualdad y discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la subordinación
de la mujer en la sociedad.

¿Por qué creemos importante tener en cuenta estas legislaciones? Pues las mismas
son de suma importancia porque apuntan a correr del foco al hombre como medida de
todas las cosas. Ese lenguaje, históricamente, basado en el androcentrismo expresa
relaciones de poder, donde ciertos sujetos son ponderados en detrimento de otros. En
este sentido, si el lenguaje reproduce la desigualdad de género, teniendo en cuenta que
el genérico masculino es el que engloba a la diversidad, ¿no se trata de una forma de
violencia simbólica? Para dar sustento a nuestra postura, retomaremos los planteos de
Diana Maffia (2012):

Esa hegemonía no es sólo masculina. El androcentrismo del lenguaje contiene


otras relaciones de poder que tampoco son nombradas, y el problema de género
no se termina cambiando el “nosotros”, que no resulta natural para nosotras las
mujeres, por un “nosotros y nosotras” que no resultará tampoco natural albergue
lingüístico para travestis, intersexuales y transgéneros que han propuesto la @,
la X o el * (nosotr@s, nosotrxs, nosotr*s) para señalar una convivencia de lo
masculino y lo femenino en un mismo cuerpo, una incógnita sobre su definición,
o incluso una esencial inestabilidad de los cuerpos y los géneros. Y es que el
sexismo en el lenguaje también oculta la diversidad. (p. 6)

Respecto de lo que plantea Diana Maffia, como hemos anticipado ut supra, en la


actualidad, se ha incorporado la letra “e” en un intento de generar un reconocimiento en
el lenguaje de la diversidad que hasta el momento había sido invisibilizada. Es
importante destacar que la utilización de la “e” posibilita la implementación del lenguaje
inclusivo de género en el discurso oral, y no solo en el escrito, hecho que estaba vedado
con anterioridad.

Cómo establecimos anteriormente, en tanto construcción cultural, socialmente


determinada, el lenguaje expresa las relaciones de poder que el género masculino ha
establecido históricamente respecto de las demás identidades de género (teniendo en
cuenta al femenino como a las identidades disidentes, en tanto se apartan de la norma).
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Por lo tanto, el lenguaje implica otra forma de discriminación y de violencia. En esta


misma línea, Diana Maffia (2010) expresa que el lenguaje puede resultar violento y
discriminatorio de muchas maneras, unas obvias (como el insulto) y otras menos obvias
(como el genérico masculino que nos deja fuera del lenguaje). Pero todas merecen una
reflexión feminista para ejercer un efecto político sobre el lenguaje, una política que
incide en las relaciones de poder, que explicita nuestra presencia en el discurso en
primera persona, que revela las trampas del lenguaje que nos enajenan de la igualdad
y la justicia, al transformar la igualdad en identidad y la diferencia en desigualdad. (p. 1
y 2).

Contra esta violencia, los movimientos feministas y LGBTIQ+ alzan la voz, reclamando
por su invisibilización en el lenguaje, pues no se sienten representado a través del
mismo. Y si bien parte de la sociedad ofrece resistencia, otra parte, resalta el valor del
lenguaje inclusivo en tanto articulador simbólico entre la diversidad y la sociedad. Con
respecto a esto último podemos retomar algunos acontecimientos puntuales que se han
hecho virales tales como: grupos de estudiantes que diseñan el tradicional buzo de fin
de año utilizando la palabra “egresades” (Maximiliano Fernández, 2018).

Por otra parte, una nota de La Gaceta (2018), titulada “Canticuénticos apuesta a la
igualdad de género en su cuarto disco” trabaja como, un grupo de música infantil
proveniente de la provincia de Santa Fe, utiliza lenguaje inclusivo en su cuarto disco:
por ejemplo, “Juntes hay que jugar”, es como se titula una canción que trabaja con la
ruptura de los estereotipos de género. Los comentarios de la nota online resultan
interesantes, ya que expresan el rechazo a tener en cuenta esta forma lingüística de
expresarse.

Dada la creciente relevancia y movilización social frente a la temática, en la ciudad de


Rafaela, Provincia de Santa Fe, se llevará a cabo la realización de una charla - debate
titulada “La lengua en disputa: discusiones sobre el lenguaje inclusivo”, a cargo de
Gastón Diax, a realizarse el miércoles 7 de noviembre de 2018. La misma, organizada
por “Ramos Culturales”, resulta interesante para pensar cómo este lenguaje que se
manifiesta como disruptivo, es puesto en discusión, tomando ciertos espacios,
mostrando su relevancia y riqueza simbólica.

Podemos pensar estos hechos en relación a lo expresado por D. Maffia (2012):


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Mientras tanto, la batalla por las palabras incorpora nuevos sujetos, nuevas
sujetas, y otras novedades subjetivas que se resuelven mejor en la gráfica que
en el lenguaje oral, pero cuya dificultad no debe hacernos desistir de buscar las
formas explícitas de la inclusividad. Son tiempos de incomodidades
gramaticales, exabruptos semánticos y reclamos airados por la palabra en
primera persona. Son tiempos de derechos humanos. Porque no habrá derechos
universales si no incluimos a los sujetos más diversos bajo las formas políticas
de la igualdad. (p. 7)

Teniendo en cuenta todo lo expuesto, reflexionamos sobre cómo estas identidades


disidentes de la norma cis y patriarcal que se imponía socio-culturalmente, comienzan
a hacer temblar los pilares básicos sobre los que se asientan; cuestionando los
estereotipos que surgen en el lenguaje, las relaciones de poder que en él se expresan.
De esta manera, logran plantear una alternativa en la búsqueda de equidad de género
en el plano de lo simbólico. Es así, que el lenguaje inclusivo intenta abarcar la diversidad
que puja por hacerse visible dentro de la sociedad actual.

Lxs psicólogxs inmersxs en la diversidad


En función de lo que hemos trabajado, y teniendo en cuenta las características de la
sociedad actual, proseguiremos pensando la inserción del Psicólogo en la misma. ¿Qué
podemos hacer, desde el ejercicio del Rol de la Psicología, respecto del lenguaje
inclusivo de género?

Tomás Ibañez Gracia plantea que el psicólogo contribuye a crear realidades. Es, de
algún modo, un intérprete que trabaja sobre interpretaciones y que, al hacer públicas
sus propias interpretaciones contribuye a crear realidades (lo quiera o no). El Psicólogo
es un hacedor lingüístico socialmente legitimado y, por lo tanto, un agente activo en la
producción simbólica de la realidad (Pairetti C., 2008, p. 3).

Nosotras, apropiándonos de lo que dice este autor, creemos que nuestro futuro rol como
psicólogas implica tomar posición política respecto de la sociedad, contribuyendo a que
se visibilice y respete la diversidad, y por otro lado, acompañar el empoderamiento de
los sectores oprimidos. Esta posición se encuentra fundamentada, además, en el
principio E de Responsabilidad Social del Código de Ética de la Fe.P.R.A. (2013), en el
que se establece que los Psicólogos ejercen su compromiso social través del estudio de
la realidad, y promueven y/o facilitan que se desarrollen leyes y políticas que apunten
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hacia las condiciones de bienestar y desarrollo del individuo y la comunidad (p. 4).
Siguiendo estos lineamientos, teniendo en cuenta las características de la sociedad, y
en pos de lograr una mayor inclusión, desde nuestro rol aportaríamos a la creación de
una realidad diferente, podríamos decir, diversa. Por este motivo, valoramos
positivamente la adopción del lenguaje inclusivo de género, entendiéndolo como un
lenguaje que contiene y abarca la diversidad.

Nos resulta tan ético como necesario tener en cuenta también otro de los principios del
Código de Ética de la Fe.P.R.A. (2013). El principio A, de Respeto por los Derechos y la
Dignidad de las personas, plantea que los Psicólogos se comprometen a hacer propios
los principios que establece la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y no
participarán en prácticas discriminatorias (p.3). Adherimos a este principio, defendiendo
el lenguaje inclusivo de género, dado que sin tal perspectiva el lenguaje puede resultar
violento en tanto, implícitamente, subordina bajo el masculino a los demás géneros
estableciendo una jerarquía notoria.

En este mismo sentido, consideramos pertinente retomar una norma deontológica


enunciada en el Código de Ética de la Fe.P.R.A. (2013), dentro del apartado de
Responsabilidad en las relaciones profesionales con la profesión y la comunidad (3.3.)
el cual expresa:

3.3.3.: los psicólogos deberán: ser prudentes frente a nociones que generen
discriminaciones y rotulaciones estigmatizantes, ser conscientes de sus
sistemas de creencias, valores, necesidades y limitaciones, y del efecto que
estos pueden tener en su práctica profesional. (p. 9).

En función de este inciso, podemos pensar que si el sistema de creencias que subyace
a nuestra lengua es patriarcal y androcéntrico, debemos ser conscientes a la hora de
utilizarlo, para no constituirnos como agentes reproductores de discriminación y de
estigmatización. En este sentido, creemos que el lenguaje inclusivo sería una
herramienta valiosa para el trabajo en el contexto de una sociedad diversa en cuanto a
los géneros.

En consonancia con lo propuesto por Seoane, Carolina y otros (2018) pensamos:

¿Esto significa que de pronto, de manera compulsiva, todos, todas, todes


debemos comenzar a hablar y a escribir con un lenguaje inclusivo del que aún
no nos hemos apropiado del todo? No se trata de eso; sino de generar un
espacio de debate y construcción colectiva de esta práctica donde cada une a
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su ritmo pueda ir desarrollando maneras más igualitarias de comunicarse. Un


espacio que visibilice las tensiones sociales existentes, en lugar de negar las
prácticas emergentes mediante la naturalización de prácticas ancestrales.

A pesar de nuestra postura respecto del mismo, sabemos que existe cierta disputa
respecto de la utilización del lenguaje inclusivo. Como profesionales, este emergente
puede resultar un dilema ético, pero no podemos negar que el lenguaje inclusivo logra
visibilizar, a nivel simbólico, las luchas de género contra el sistema patriarcal. Así mismo,
reconocemos que nos genera una dificultad en la lecto-escritura, motivo por el cual no
utilizamos el lenguaje inclusivo a lo largo del desarrollo del trabajo, limitándonos a utilizar
la “x” en los títulos. Podemos preguntarnos: ¿se deberá a tantos años hablando el
lenguaje androcéntrico? ¿se trata de una falla a nivel gramatical del lenguaje inclusivo?
¿qué podemos hacer para volver más accesible el uso del mismo?

De esta manera, y de acuerdo a los ideales planteados por Rosa Luxemburgo, nos
proponemos velar “por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente
diferentes y totalmente libres”, lo que implica trabajar para crear sociedades más justas,
donde se respete la diversidad social, para conducirnos hacia un modelo de sociedad
libre. Y sabemos que en esta lucha, el lenguaje en tanto constructor simbólico de
realidad, será un instrumento fundamental.
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