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El niño que no controla la orina

Muchas pueden ser las causas de que un niño no controle la orina al alcanzar la edad escolar o, para hablar con más
propiedad, que evacue la orina en lugares o momentos socialmente inadecuados. En muchas ocasiones no es falta de
control, sino no adquisición del hábito de posponer la evacuación.
Los niños, como es sabido, no controlan la orina desde el nacimiento como los animales. El porcentaje de niños que han
adquirido el hábito de no mojar las camas va ascendiendo con la edad, independientemente de la raza y la cultura en la
que se hayan criado, pero varía mucho de una cultura a otra. La gran diferencia de porcentajes entre una y otra cultura
indica también el factor educativo, en el sentido de crear un hábito cultural del problema.
La capacidad de retrasar el momento de la evacuación para buscar lugar y tiempo apropiados varía mucho de unos niños a
otros, dependiendo de cómo ha sido entrenado y de muchos factores orgánicos y psíquicos, pero en general, sigue el
siguiente orden:
 Al principio, los niños sólo manifiestan a su madre cuando están sucios o mojados. Algunos con dos años ya
usan palabras distintas para la orina y las heces.
 Luego suelen manifestarlo mientras están evacuando, no siempre con palabras.
 El siguiente estadio es retener voluntariamente la orina por un tiempo, desde que notan la necesidad de orinar,
manifestándolo así a sus padres.
 Más tarde ya buscan un sitio más o menos adecuado y se bajan o quitan los pantalones antes de hacerlo.
 Luego ya saben buscar el lugar o los servicios para vaciar la vejiga y se muestran muy orgullosos de este hábito,
contándoselos a sus familiares, dado que esto es muy buen visto generalmente por parte de todos. Al comienzo
sólo hacen esto cuando tienen la vejiga llena.
 Sigue una fase de mostrar un gran interés por los cuartos de baño de cualquier sitio donde van, disminuyendo
con el tiempo este interés.
 Usualmente esto sigue de una fase en la que cierran la puerta del cuarto de baño, necesitando cierta
privatización para hacer sus necesidades. En esta fase ya son capaces de evacuar orina no teniendo la vejiga
completamente llena.
Normalmente todas estas fases se han conseguido en la mayoría de los niños antes de la edad de los seis años, que es
cuando los niños comienzan la escuela.
Desde el punto de vista del educador que se enfrente al niño que no esté seco, le interesará saber, para enfocar
debidamente su manejo, si el niño pertenece a alguno de los siguientes grupos:
 Niños que no retienen la orina debido a que no han alcanzado la madurez adecuada por factores orgánicos o
ambientales, o ambos, peor en los que es presumible que la controlen pasado algún tiempo.
 Niños en que la cusa es puramente orgánica pero que esta causa es corregible y ha de presuponerse que
controlarán la orina con el tratamiento médico adecuado.
 Niños en los que la cusa es predominantemente ambiental, y que se presupone también corregible a través de la
acción del psicólogo, psiquiatra, asistente social, etc.
 Niños con causa orgánica no corregible, es decir, que no controlan los esfínteres ni los controlarán nunca a lo
largo de su vida.

Algunas indicaciones sobre el control de esfínteres

En casos de maduración atrasada.


La capacidad de posponer la evacuación hasta el momento adecuado es una conducta aprendida en el hombre, en cuyo
logro influyen tanto la maduración orgánica cerebral como el condicionamiento más o menos consciente que hacen los
padres. En las escuelas donde haya niños preescolares y en las aulas de apoyo niños con retraso, deben iniciarse
programas de condicionamiento operante para adquirir la conducta apropiada. En general, para iniciar un programa para
control de la orina y esfínteres seria preciso que el niño fuera capaz, por lo menos:
 De poder obedecer órdenes sencillas; por ejemplo: ven aquí o ve allá;
 De permanecer sentado cinco minutos;
 De que las evacuaciones de orina estén espaciadas una hora y media.
Si estos presupuestos aún no se han logrado, habrá de iniciarse el condicionamiento para conseguirlos.
El condicionamiento del control de esfínteres no termina cuando se ha adquirido la capacidad de posponer la evacuación,
sino que debe constar de los siguientes puntos:
 Que el niño reconozca cuándo ha de ir a evacuar.
 Esperar evacuar en el momento y sitio adecuados.
 Bajarse los pantalones.
 Colocarse en la posición correcta.
 Evacuar.
 Usar el papel correctamente en caso de defecación.
 Subirse los pantalones.
 Tirar de la cadena.
 Lavarse las manos.
 Secarse las manos.

En caso de incontinencia debida a lesión orgánica corregible.


A algunos niños les falta el control urinario debido a una a una causa orgánica corregible. Las más frecuentes son las
infecciones urinarias que, si son repetidas, pueden deberse a que existe alguna anomalía estructural en el aparato urinario
(uréteres, vejiga, etc.). Lógicamente, todo esto debe ser investigado en un niño que tiene accidentes y que en otros
aspectos de su conducta no sugiere retraso de su maduración, siendo el resto de sus conductas apropiadas a su edad. Una
función importante del profesor es observar que un niño, con conducta normal en otros aspectos, tiene evacuaciones
indeseadas, y enviarlo a los servicios médicos con una información por escrito, o comunicar a los padres su observación,
haciendo hincapié en que busquen el asesoramiento medico adecuado. Una vez corregida la causa, si esta es corregible, el
niño adquirirá el hábito rápidamente.

En caso de enuresis nocturna de origen psicológico.


En los casos de enuresis nocturna se ha estudiado exhaustivamente el papel de los factores ambientales sobre su
producción.
Las causas más frecuentes citadas son:
 Ruptura de la familia por muerte de uno de los cónyuges (mayor incidencia en casos de la muerte de la madre),
divorcio o separación.
 Niños criados en ambientes familiares con estructuración distinta a la familia tradicional.
 Separación temporal del niño de la madre, bien en un ambiente extraño o en un ambiente familiar incluso.
 El nacimiento de un hermanito.
 Mudanzas a otra casa.
 Cambios en el ambiente escolar.
 También en la enuresis nocturna se ha comprobado mayor incidencia en los niños de clase social más baja,
aunque en los niños pobres suelen confluir mayor incidencia de muchos factores, desde maduración más
retrasada hasta mayor frecuencia de infecciones.
Todos estos factores deben ser tenidos en cuenta en un niño que un día determinado tiene un accidente en clase. El
conocimiento de estas causas puede servir para tomar una actitud más comprensiva por parte de sus profesores ante un
eventual accidente del alumno.

En casos de incontinencia debidas a causas orgánicas no corregibles


Este grupo está constituido por los niños en los que la falta de control de orina está producida por una causa orgánica que
no va a resolverse ni por tratamiento médico ni por la maduración del niño. Es decir, son niños que van a padecer la falta
de control de esfínteres de por vida. En la mayoría de los casos se trata de niños parapléjicos (con la parálisis de los
miembros inferiores) que, por tanto, no marchan o bien lo hacen con alguna dificultad. Estas paraplejías pueden ser
adquiridas o congénitas.
Desde el punto de vista del educador, sólo le interesa saber que la vejiga de la orina se ve afectada en su función de
diferentes modos. Unas veces pasa a funcionar como la de un niño pequeño, es decir, se va llenando de a poco y se vacía a
determinado grado de llenado, independientemente de la voluntad del niño, y en la mayoría de las ocasiones sin que éste
tenga conciencia de ello. En otras ocasiones, la vejiga se está vaciando continuamente, gota a gota, en particular cuando el
niño está sentado o de pie. Por último, hay algunos casos, más leves, en los que el niño tiene alguna noción de tener ganas
de orinar, pero cuando lo nota ya no puede retener la orina y evacua inmediatamente. Sea cual fuere la modalidad de la
función de la vejiga que tenga el niño, el resultado será el mismo, es decir, la salida involuntaria de la orina en momento y
lugares socialmente inadecuados.
En líneas generales, nos podemos encontrar con los siguientes tipos de posibilidades:

a) Que el niño use gasas absorbentes y pañales de plástico. Este tipo de medidas será tanto más tolerable cuanto
más pequeño sea el niño, por ser menor el volumen de orina y ser menos concentrada, por lo que tendrá menos
olor. Los pañales han de ser cambiados con cierta frecuencia. Un niño mayorcito deberá saber cambiarse los
pañales él solo, en particular si tiene bien las manos. Aunque el cambio de pañales sea frecuente, quizás pueda
apreciarse cierto olor a orina; en general, el olor a orina puede notarse en cualquier sistema de colector, pero es
más frecuente cuando se usan pañales o bragas. Para contrarrestarlo, el aula donde esté el niño debe estar bien
ventilada y puede usarse algún desodorante; pero siempre sin hacer gran aparatosidad en los mecanismos de
eliminar el olor, sino efectuándolos con discreción, con objeto de no humillar inútilmente al niño incontinente.
En el caso de usar perfumes desodorantes, conviene cambiar éstos de cuando en cuando para que no se asocie el
olor de la orina con el olor del perfume.
b) Otro tipo de posibilidades es el niño que puede mantenerse seco por períodos de tiempo y que vacía su vejiga
presionándose en la parte baja del abdomen o bien estimulándose, tocándose o dándose golpecitos o rascando la
cara interna del muslo o cualquier otra zona cercana a los genitales. Generalmente, esto se hará sentado en el
inodoro. Este tipo de procedimiento exige la evacuación en períodos determinados de tiempo, que son lo que
tarda la vejiga en llegar a un llenado determinado. El educador debe, cuidadosamente, asesorarse de a qué
período de tiempo el niño debe ir a los servicios para evacuar. Es útil que el niño o el profesor usen un reloj de
los que tienen un avisador sonoro. Nunca se debe caer en la tentación de animar al niño a restringir la toma de
líquidos, si lo hace regularmente. Incluso se puede animar a que lo haga, aunque pueda existir más peligro de
evacuaciones indeseadas. Esto es porque la orina cuanto más clara y menos concentrada esté originará menos
peligro de infección.
c) Otra posibilidad es que el niño, si es varón, use un colector de orina, que es un receptáculo elaborado con
sustancia flexible que se aplica sobre el pene y que tiene una forma de embudo. Este receptáculo va fijado a la
cintura. Otro tipo de colector en varones mayores es un preservativo que se fija a la raíz del pene y que tiene un
orificio por la parte distal que se une a un tubo. Tanto el preservativo como el colector descrito van a parar a una
bolsa de goma o de plástico que suele ir fijada a la pierna. Cuando la bolsa se llena se orina, se va a los servicios
y se le abre una válvula que tiene en la porción distal, tirándose la orina. El único problema que puede suceder
con estos artificios es que se despegue el preservativo. El niño debe ser entrenado a conservar su material.
d) Con más frecuencias las niñas, pero también los niños a veces, pueden ser enviados a la escuela con una sonda
uretral permanente. La sonda es un tubo de goma o de sustancia plástica que tiene en un extremo un pequeño
balón que se llena de líquido para que se hinche y forme un tapón que evite que se salga la sonda de la vejiga. El
incidente que puede ocurrir en la escuela con estas sondas es que, por cualquier motivo, se salgan. No hay que
alarmarse. Si se sale la sonda, el niño con toda seguridad orinará y solo hay que ponerle paños higiénicos para
que no se moje. De cualquier modo, un niño que ha estado sondado no padece ningún problema grave porque no
orine en tres o cuatro horas después de haberse salido la sonda. Un niño que use este tipo de con balón puede
hacer una maniobra brusca jugando y situarse la sonda a medio salir, quedando el balón en la uretra (conducto
que va de la vejiga de la orina exterior). Si se observan gotas de sangre o la sonda se queda medio afuera, lo
mejor es vaciar el balón que esta dentro de la vejiga.
e) Otra posibilidad es que el niño haya sido sometido a una intervención y que tenga una vejiga artificial con un
orificio abocado al abdomen. En este caso traerá una bolsa con un aro sobre el orificio. Si todo va bien, no hay
ningún problema; la orina irá a esa bolsa, ésta se abre con una pequeña válvula y se tira la orina en el inodoro
cuando esta llena, sin separar la bolsa del niño. Sólo se tendrá cuidado de que el niño no se ponga boca abajo
sobre la bolsa para que no la estalle o rompa. Si la bolsa se despega accidentalmente y no hay algún sanitario o
persona que sepa colocarla en la escuela, se ponen unos paños absorbentes sobre el orificio, se fijan con unas
vueltas de vendas para que no se caigan y se avisa a los padres.
f) Una posibilidad más rara en nuestro país, pero que cada vez se irá haciendo más frecuente, ya que está
demostrando que da mejores resultados cuando la vejiga no se vacía bien, es que el niño/niña haya sido
enseñado a sondarse él mismo. En estoa casos el niño irá provisto de una caja con los útiles precisos. Al profesor
le corresponderá facilitar un sitio reservado, para que el niño pueda hacer la operación en forma sistemática cada
vez que sea tiempo de evacuar la vejiga.
g) Otros sistemas más sofisticados, como el esfínter artificial, que se abre a voluntad mediante la presión sobre un
orificio alojado bajo la piel, y los estimuladores eléctricos de los músculos del suelo de la pelvis puede decirse
que están aún en fase experimental y, desde luego, no están nada generalizados. La sistemática en cada caso será
la misma, se informará qué sistema tiene el niño para almacenar y evacuar la orina y facilitarle el sito apropiado
para hacerlo. No asustarse de entrada ante lo desconocido, sino informarse con deseos de colaborar, puesto que
en la mayoría de los casos la s maniobras son sencillas.
Sea cual sea el sistema que utiliza el alumno con problemas de control de orina, lo importante es que le permita adaptarse
al ritmo general de la clase e integrarse en el quehacer ordinario sin necesidad de mayores apoyos, a parte de los aspectos
higiénicos-sanitarios descritos. Superados estos problemas, el profesor y alumnos conjuntamente logran unos
rendimientos educativos satisfactorios en su totalidad.

El niño que no controla la orina adecuadamente puede producir algunos inconvenientes en clase, pero estos son salvables
y han de aceptarse con buena voluntad. En algunos casos, como hemos visto, esta falta de control es transitoria; va siendo
cada vez menor con la maduración del niño, y no hay nada mejor para adquirir un hábito de control que el ejemplo y la
coexistencia con sus compañeros que sí controlan. En otros casos de origen orgánico no corregible, el control de la orina
no va a producirse nunca en la vida del niño, pero esto no es razón suficiente para condenarle a que no vaya a la escuela,
pues es un castigo que el niño no merece, o bien enviar al niño a una escuela de las llamadas de subnormales porque en la
mayoría de los casos no tiene retraso mental y no tiene por qué seguir el ritmo lento educativo de estas escuelas ni, lo que
es peor, quedar etiquetado de subnormal.
Se debe ver al niño incontinente como una persona más, con capacidad de aprender e integrarse y con todos sus derechos
humanos. El profesor, bien informado previamente, debe informar a los condiscípulos, con palabras clara del problema
que presenta el niño. Los condiscípulos comprenderán el problema y, como consecuencia de ello, lo desdramatizaran
inmediatamente. Se darán cuenta de que, a pesar de esas diferencias, son niños tan capaces como los demás y que las
semejanzas predominan sobre las diferencias.

Epilepsia infantil

Se utiliza el término epilepsia para diagnosticar la aparición periódica de unas crisis convulsivas que se presentan
acompañadas de otras manifestaciones como, procesos motores, sensitivos, psíquicos o neurovegetativos.
Estos fenómenos se producen a consecuencia de una descarga simultánea de un conjunto de neuronas cerebrales.
Los factores que condicionan en determinadas personas la producción de descargas neurológicas a nivel cerebral son de
diversa índole: herencia, maduración, metabolismo y por presencia de lesiones cerebrales.
Respecto al factor hereditario, lo que se trasmite es una predisposición a las convulsiones ante factores que pueden hacer
descender el “umbral convulsionante” en el sujeto.

Diagnóstico

A causa de de que el proceso de maduración del sistema nervioso central se desarrolla en la niñez, es en este período de la
vida el de mayor predisposición a las crisis convulsivas. En el diagnóstico y pronóstico es importante distinguir en el niño:
Crisis ocasionales: son convulsiones neonatales que aparecen en el primer mes de vida a consecuencia de alteraciones
cerebrales específicas.
Epilepsia infantil: puede presentarse de diferentes formas con distintos niveles de afectación:
 Epilepsias generalizadas primarias: se manifiestan por crisis que se generalizan bruscamente y se caracterizan
por ausencias (perdida de la conciencia) más o menos breves y alteraciones del tono muscular (contracciones,
sacudidas, etc.). El tratamiento deberá ser específico para cada tipo de crisis, obteniéndose diferentes resultados
según los componentes psicológicos del paciente y su reacción a los fármacos.
 Epilepsias generalizadas secundarias: aparecen durante la primera infancia, acompañada de signos neurológicos
o de atrofia cerebral, paro sobre todo, asociadas a una sintomatología mental deficitaria.
Pertenece a este grupo el síndrome de West, caracterizado por espasmos que aparecen en el lactante
posiblemente como manifestaciones de encefalopatía.
De aparición mas tardía síndrome de Lennox, se manifiesta a través de crisis tónicas (contracción de los
músculos del eje corporal) y ausencias. Se puede presentar un déficit intelectual y trastornos del carácter y de la
conducta.
 Epilepsias parciales: su etiología suelen ser por dos causas únicas: traumatismos producidos en el parto e
infecciones auditivas. Se caracterizan por pérdida de conciencia y aparición de automatismos psicomotores.

Consecuencias de las crisis epilépticas

Las crisis provocan la interrupción de toda actividad en el sujeto afectado. Tratándose de episodios que están destinados a
tener siempre una repetición a intervalos más o menos prolongados, estas circunstancias determinarán inevitablemente en
el individuo, en el transcurso de su evolución emocional, motriz e intelectual, una forma esencial -distinta- de
relacionarse con la realidad.
En cuanto a la personalidad, ésta ira estructurándose en torno a la enfermedad y siempre influenciada por ella.

El niño con crisis de Epilepsia

La epilepsia en sí no es una enfermedad, sino un síntoma (signo externo) de un trastorno subyacente del sistema nervioso
central. Este trastorno se manifiesta en las llamadas crisis epilépticas, que no son más que descargas eléctricas excesivas
sincronizadas de las células cerebrales (neuronas).

Hay tres grandes grupos de epilepsia:

1. El llamado “Gran Mal”, aquí el niño pierde el conocimiento y cae bruscamente al suelo, se agita en una parte de la
crisis con movimientos bruscos llamados convulsiones, respira con dificultad, puede gritar o hacer ruido con la
garganta y puede expulsar saliva. Esta crisis dura algunos minutos, luego queda somnoliento y puede querer dormir
un rato. No recuerda que la ha pasado durante la crisis. Este tipo de crisis, por lo general no va seguida por otras y no
reviste gravedad. Si el profesor sabe esto y se mantiene en calma transmitirá su sensación de seguridad a los otros
alumnos.
2. Otro tipo es el llamado “Pequeño mal”. Estas crisis son muy cortas, de segundos, pero pueden repetirse hasta cientos
de veces al día. El niño se pone pálido, se queda mirando a un punto fijo en el espacio, pestañea y , a veces, hace
pequeños movimientos con alguna parte del cuerpo, como pequeños calambres. Durante el tiempo de la crisis el niño
ha estado ausente, es decir, no se ha enterado de lo que explicaba el profesor en esos momentos. Hay que tener muy
en cuenta este dato si las crisis se repiten mucho.
3. Otro grupo son las llamadas “Crisis Psicomotoras”. En este caso no hay problemas motores, pero sí conductas raras.
Pueden durar desde minutos hasta horas. El niño hace movimientos de masticación, chasquea los labios y está como
confuso, se pellizca la ropa, se frota los brazos o las piernas. A veces, tiene crisis de miedo o de enfado i inexplicable.
Una vez que pasa la crisis, no se acuerda de nada y tiene sueño.
El papel del profesor

El profesor puede ayudar al niño que tiene crisis de epilepsia del siguiente modo:

Cuando se encuentra ante el aparatoso cuadro de la crisis del “Gran Mal”:

Debe mantenerse en calma. Los otros niños se calmarán si el profesor no pierde el control de sus nervios. Puede irles
diciendo que la crisis no le produce dolor al niño y que, por lo tanto, no está sufriendo.
Quitará los objetos duros de alrededor del niño, para que no se golpee, y le aflojará algo su ropa.
No es necesario poner una inyección ni hacer nada especial. La crisis que ha empezado sigue su curso se haga lo que se
haga.
No debe forzarle ningún objeto a la boca. Si se le mete una cuchara o un lápiz, se lastimará más. Si la boca, aún está
semiabierta, puede ponerle un pañuelo entre los dientes laterales para que no se muerda la lengua, pero nunca metérselo
adentro de la boca.
Le colocará la cabeza de lado, para que salga con facilidad la saliva.

Ni siquiera hay que llamar urgentemente al médico, porque cuando llegue la crisis habrá pasado. Una crisis aislada no es
grave. Solo hay una eventualidad en la que las crisis pueden tener gravedad, que es cuando después de una crisis de este
tipo se inicia a continuación otra mayor, y otra, y otra. Esta eventualidad se llama “Status Epiléptico”. En este caso sí
necesita el niño de actuación médica, pero mejor que llamar al médico (se perderá más tiempo), se lleva al niño, en taxi o
ambulancia a estos servicios. Este tipo de crisis no debe asustar al profesor, porque es como cualquier otro accidente que
le ocurre a otro alumno de la escuela y seguramente sucederá mucho más raramente.

Cuando ya ha pasado la crisis del gran mal, conviene dejar dormir al niño en un sitio tranquilo, si él lo desea. Debe
informar a los padres, pero no precipitadamente y con angustia.
Para la buena integración del niño en la clase, debe hablar a los otros alumnos del problema, pero transformándolo en una
enseñanza más. Explicar que una crisis epiléptica es algo que se da, a veces, en las personas que no es contagioso, que no
hay que tener ningún miedo si se produce.
Otro modo en el que el profesor puede ayudar es la detección de la crisis del “Pequeño Mal”. Entonces si se observa
alguno de los siguientes síntomas combinados, debe pedir y recomendar a los padres que lo lleven a un neurólogo o a un
pediatra con experiencia en neurología. Es aconsejable escribirle los síntomas en un papel. Los signos de identificación
son: el niño está somnoliento, da cabezadas, tiene periodos de mirada fija, tiene pequeños movimientos como calambres,
vuelve los ojos con frecuencia, se le caen las cosas con demasiada frecuencia, o algunos de los otros síntomas ya
descritos.
El profesor va a encontrarse en el aula con una serie de niños que toman medicación antiepilèptica. Esta tiene acciones
positivas, como disminuir la intensidad de las crisis o controlarlas; y negativas, como, producir somnolencia o
irritabilidad. El profesor puede registra por escritos uno u otro efecto para brindárselos al medico y así poder ajustar la
dosis en caso que sea necesario. Otro aspecto de la colaboración del educador con el medico es la administración de la
medicación. Esta debe ser traída por los padres a la escuela y custodiarse en el botiquín de ésta bajo llave, para evitar
posibles intoxicaciones a éste o a otros niños.

Repercusiones educativas de la epilepsia

La epilepsia puede repercutir en el aprendizaje a través de varios factores:


- por el trastorno que produce la crisis en sí;
- por el retraso mental que puede estar asociado;
- por el efecto de las drogas antiepilépticas;
- por los problemas psicológicos derivados de unas relaciones interpersonales, alteradas, del niño epiléptico con la
familia, con la sociedad, con los compañeros de escuela, etc.
Las crisis epilépticas aisladas, aunque sean de gran mal son las que menos problemas dan, si están muy espaciadas. Sin
embargo, las de pequeño mal, si son muy repetidas, pueden producir problemas, porque durante cada ausencia el niño se
desconecta del medio escolar y percibe la información que le da el maestro de un modo fragmentado, lo que puede hacerle
perder el hilo de la explicación. Igualmente, en una crisis de ausencia pueden apreciarse en alteraciones en el grafismo y
en la presencia de borrones. Lógicamente, si se han detectado las crisis de pequeño mal y son tratadas adecuadamente,
disminuirán en número. El educador debe captar cuándo éstas se producen y repetir lo que estaba explicando en aquel
momento, para que el niño no pierda la secuencia de la información suministrada. Si quiere que no resalte mucho esta
repetición en el contexto de la clase, puede hacerlo dándole una forma de resumen o conclusión, con lo que el niño
recuperará el hilo de la exposición sin que casi sean conscientes de ello los compañeros.
Otro problema de las crisis aisladas es si se dan en una circunstancia que pudiera ser peligrosa para el niño; por ejemplo,
en las actividades educativas escolares. En general, no deben prohibirse al niño los deportes por el hecho de tener crisis
aisladas. Podrían prohibirse deportes competitivos de contacto, que son los que pueden dar lugar a traumas craneales;
deportes que puedan colocar al niño en una situación peligrosa, como sería trepar a cierta altura por una cuerda.
La actividad intelectual no sólo no aumenta las crisis, sino que tiende a disminuirlas. Por ello, el educador no debe
disminuir su expectación con respecto al rendimiento del niño. Sí que debe intentar disminuir las situaciones de stress
bruscas; como por ejemplo, no hacerle preguntas rápidas o por sorpresa, sino abordar la pregunta de un modo paulatino y
con una conversación previa.

Retraso mental y epilepsia

Uno de los mitos de la epilepsia es hacerlo sinónimo de retraso mental.


Es cierto que muchos niños epilépticos padecen retraso mental, pero estos casos se deben en su mayoría, a lesiones
orgánicas cerebrales que han sido la causa de ambas cosas: el retraso mental y las crisis. Existe un tipo de epilepsia, a la
que los médicos llaman esencial (quieren decir que no conocen su causa), en la que usualmente la inteligencia está
conservada y en ocasiones es excelente. Por todo ello, es una sana actitud no considerar de entrada al epiléptico como
retraso mental y adoptar con él en clase la misma sistemática que con el resto de los niños.
Otro mito que parece que se va desvaneciendo es el llamado carácter del epiléptico. Se decían que eran lentos y
meticulosos, perseverantes, miedosos de que se les desorganizace su mundo privado, de tal modo que podían reaccionar
con irritabilidad si alguien alteraba sus ordenadas costumbres. Hoy se sabe que la lentitud y la perseverancia que
presentan algunos se debe no a la epilepsia en sí, sino que ésta es consecuencia de una lesión cerebral, y éstos son
síntomas de los procesos cerebrales orgánicos. Pero, además, muchos de los rasgos de carácter del niño epiléptico son
consecuencia de factores ambientales y de la interrelación del niño con su medio.

Reacciones psicológicas derivadas de factores ambientales


Muchos de rasgos caracterológicos del niño con epilepsia se deben a factores ambientales. Ha de tenerse en cuenta que un
niño con epilepsia está sometido a un medio ambiente muy especial, con padres que o bien se aterrorizan ante la presencia
de una crisis, o que creen que la epilepsia está curada si las crisis están controladas. Padres que son irregulares en la
administración de las dosis (pueden ser para obtener un control absoluto o disminuirla por miedo a drogar al niño) y que, a
veces, interumpen la medicación cuando el niño más lo necesita (si hay una enfermedad febril y tienen que dar otra
medicación) padres que sobreprotegen al niño o tienen rechazo encubierto, que lo llevan de médico en médico en busca de
curación, que interrumpen la escolaridad cuando le da una crisis en el colegio (creen que el esfuerzo intelectual les
perjudica), que disminuyen los contactos sociales con niños de su edad, que reducen los deportes, juegos y proyectos de
vida futura, etc.
Todas estas anomalías ambientales alteran el carácter del niño, que como ya se dijo, no deben atribuirse a la epilepsia en
sí, y mejorarán tanto más cuanto mayor sea la actitud normalizadota de la escuela.
El niño con epilepsia se beneficia con la asistencia normalizadota a la escuela ordinaria y no tiene ninguna ventaja con la
asistencia ala escuela de educación especial por la epilepsia en sí.
Por el mero hecho de la epilepsia no hay que cambiar los curricula escolares y, salvo en crisis muy frecuentes y mal
controladas, podrá irse adaptando a la escuela sin tener que poner en marcha servicios de apoyo. Es decir que es un niño
que puede normalizarse con la estructura escolar actual.
Si el niño tiene, además, retraso mental para su normalización en el ambiente escolar seguirá las mismas tácticas y
estrategias que cualquier otro niño retrasado.

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