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Terminaba ya el verano y Víctor

recordaba sus días de vacaciones en


Valdivia: sus horas buceando en el
agua mientras buscaba tesoros de
barcos hundidos; las burbujas que
provocaba al sumergirse y que tanto
le gustaban; los buques a lo lejos
que esperaban órdenes de atracar; el
suave tacto de la arena cuando tocaba
sus pies; su balde nuevo de playa;
el poder destructivo de las olas
cuando arrasaban sus castillos de
arena; los amigos argentinos que había
hecho; las ricas comidas de su abuela
preferida. Todo había sido tan bacán
que no aguantaba las ganas de
contárselo a sus amigos de la escuela.

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