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Domingo 07 de julio de 2019.

14º del Tiempo Ordinario

Evangelio: Lc 10, 1-12. 17-20

Después del envío de los Doce a los pueblos de Israel, Lucas nos narra ahora la elección de
los setenta y dos discípulos anónimos, enviados a las naciones. Los misioneros dependen
del Señor, son enviados por el Señor. Jesús les enseña a centrar su atención en Dios: a Él
deben orar para que envíe más obreros a la mies (v. 2), Él es la fuente y el fin de la
actividad eclesial. La obra encomendada a los discípulos no depende de ellos, sino de Dios;
es más: los elegidos son prescindibles, es el Señor quien a diario suscita personas
dispuestas a ser testigos del evangelio.

Por otro lado, el abandono en la providencia queda manifiesto en la renuncia a los


elementos necesarios para un viaje de itinerantes (bolsa, alforja, sandalias…); los
misioneros dejan toda seguridad en sí mismos o en las cosas materiales, pues lo único
esencial y decisivo, es Aquel de quien ellos son transparencia (Jesús de Nazaret). La misión
consiste en ser testigos del arribo del reinado de Dios para quienes lo reciben (10,9) y tres
acciones nos hablan de esta realidad: Los discípulos son enviados “como ovejas en medio
de lobos”, es decir, en medio de dificultades y peligros; sin embargo, no podemos olvidar
un claro paralelo con Is 11,6: «el lobo habitará con el cordero», se trata de una alusión a la
posibilidad cierta de la reconciliación entre los adversarios.

Cuando regresan los misioneros, Jesús califica su éxito como un “caer Satanás como un
rayo del cielo”: las sanaciones, el deseo de paz a las familias, la reconciliación entre
adversarios muestra cómo ya no es Satanás quien reina en el mundo, sino Dios, con su
infinito amor compasivo y eficaz. Y los enviados no se alegran por el triunfo espectacular
de la misión, sino porque ellos sienten en su vida a Dios reinando, tanto así, que sus
nombres están inscritos en el cielo, es decir, ellos no están destinados a la muerte y al sin
sentido, sino a entrar en una comunión de vida con su Creador.

Sacudir el polvo de los pies, era un gesto común en el antiguo oriente y lejos de manifestar
cólera o rencor, daba a entender la ruptura en la relación y el horror ante la impureza; se
trata de dejar al otro bajo su propia responsabilidad. Debe tomar una decisión y no quedarse
indiferente ante la gracia del Señor que pasa por su vida. Jesús eligió varios grupos de
servidores para ser testigos del Reinado de Dios (primero doce, luego setenta y dos). A ellos
les pidió depender de Dios; su misión, como testigos de Jesús, fue cumplida a cabalidad,
por eso regresaron llenos de alegría: con sus palabras y sus obras mostraron al Señor como
el soberano de este mundo, ya no es Satanás, sino Dios, quien desea lo mejor para sus hijos.
Los discípulos con su testimonio revelan el Reinado de Dios, presente en sus vidas y en la
dinámica cotidiana de la comunidad, hasta el punto de recibir una vida sin fin.

1. ¿Cuáles pensamientos del texto deseo destacar?


2. ¿Hoy a qué me envía Jesús? ¿Le respondo con alegría y decisión?
3. ¿Cómo se inserta en mi oración esta invitación de Jesús a la misión?
Domingo 14 de julio de 2019. 15º del Tiempo Ordinario

Evangelio: Jn 10, 25-37

Según el texto de Lucas, Jesús lleva adelante su camino decisivo a Jerusalén. El Maestro se
dispone a dar la vida en la Cruz, pero antes dará “en pequeñas dosis” a los suyos no solo
una sólida formación sino también la invitación a ser como él: el llamado se halla en las
sanaciones (11,14ss; 14, 1ss), los banquetes (14, 12ss) y el perdón de los pecados (19, 1ss).
En medio de este camino se le acerca un doctor de la Ley, un hombre sabio, cuya intención
es “tentarlo”; pero mientras el maestro judío se compromete en el diálogo, será Jesús quien
lo ponga a prueba y lo mueva a un cambio de perspectiva. La escena gira en torno al verbo
“hacer” como condición para “heredar la vida eterna”, que alude a un deseo inmenso de
comunión con Dios: “¿qué hacer para una perfecta (y eterna) comunión con Dios?” Jesús
remite al maestro judío a la Escritura: el amor a Dios (Dt 6,5) y el amor al prójimo (Lv
19,18).

La parábola presenta una situación (v, 30) en dos actitudes contrarias: la mirada negligente
por una parte (vv. 31-32) y la mirada atenta unida a la compasión (vv. 33-35). El bien es
practicado por quien se asociaba con el mal, con el enemigo, el despreciable samaritano. El
sacerdote había terminado su servicio en el templo, regresaba a casa y en vez de conjugar el
amor al prójimo con el servicio de Dios, se olvida de la compasión, complemento obligado
y prolongación del culto. Igual ocurre con el levita, otro oficiante del templo, de rango
inferior. Lucas los considera como inexcusables, ellos vieron al hermano caído, pero los dos
cerraron los ojos y cambiaron de acera.

El samaritano, por su parte, aunque es consciente del inmenso abismo que separaba su
grupo religioso de los judíos, ve, se conmueve en sus entrañas (“splagchnízomai”), se deja
tocar por la situación de este ser humano y se dispone a actuar: limpia las heridas,
transporta, alberga, cuida de él... La misión de auxilio del samaritano no termina allí: ¡él
pretende regresar! (“lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta”: v. 35). Al inicio del
diálogo, el doctor de la Ley buscaba un prójimo a quien amar; pero en la pregunta de Jesús
al resumir la parábola (v. 36) habla de una persona que se hace prójimo del herido aún sin
tener obligación de actuar así, debido a las distancias entre los habitantes de ambas regiones
(Judea y Samaría). Pero “hacerse prójimo” del desvalido indica una transformación: no
existía y ahora es; el samaritano abrazado por la compasión, se convirtió en prójimo del
moribundo asaltado.

1. ¿Quién es hoy un samaritano o una samaritana compasivos?


2. ¿Cuáles realidades del texto me impactan más?
3. ¿Cómo se inserta este relato en mi oración del día de hoy?

Domingo 21 de julio de 2019. 16º del Tiempo Ordinario

Evangelio: Lc 10, 38-42

Jesús y sus discípulos continúan su camino (v. 38), van hacia Jerusalén y el Maestro es
acogido por una mujer llamada Marta. En el judaísmo no se veía bien que una mujer
administrase sus bienes, dirigiera su casa, y mucho menos, acogiese en ella a un hombre.
Marta se preocupa por acoger bien a Jesús, hecho expresado por el verbo “ypodéjomai”,
que manifiesta ante todo una gran hospitalidad, actitud eclipsada luego por su excesivo
trabajo. El verbo “perispōmai”, de poco uso, da a entender una gran tensión emocional, un
estar “absorbido” y “distraído” por las obligaciones o problemas existentes. En lenguaje de
hoy, Marta en el relato asoma “estresada”. Se deja llevar por sus miles de preocupaciones y
no es capaz, como ama de casa, de prestarle atención a lo esencial.

La diakonía (o servicio) de Marta se ve afectada porque hace muchas cosas, tanto así, que
su desespero la lleva a criticar a Jesús («¿no te importa?») y a su hermana («que me haya
dejado sola»). Ella se queja de la falta de atención, pero Jesús, con la repetición del
vocativo (“Marta, Marta”), la invita con cariño y delicadeza a la reflexión. En un activismo
sin límites, nos olvidamos de Jesús, pensando que hacemos bien con ello. Marta, como ama
de casa, tenía unas obligaciones específicas, había invitado al Maestro a cenar; pero no
debe pasar por alto la necesidad de escucharlo: ella quería hacer muchas cosas para Él, pero
se negaba a dejarlo hacer mucho por ella. Cuando confrontamos las hermanas de Betania,
no debemos hacer una dicotomía entre oración y trabajo, como si la una fuese necesaria sin
el complemento de la otra. No se trata de decir que “orar es bueno y trabajar es malo”, sino
de dejarse atender por Jesús, esta actitud es la primera y las más esencial.

Jesús no duda que Marta tenga un vivo deseo de servir; pero, le propone una jerarquía de
valores: aceptar ser servida antes que servir. Marta no comprende, mientras ella pretende
hospedar a Jesús, es él quien la invita a dejarse acoger como discípula y como huésped de
honor en su corazón. Demos prioridad a la escucha de la Palabra de Dios. La diakonía es
buena, más aún es necesaria, pero necesita de la fe; es decir, alimentarse del encuentro con
Jesús y no solo de un sentido autónomo del deber o de una preocupación individual de
obrar el bien. En medio de sus muchas preocupaciones, Marta se olvidó que el Señor se
preocupa por ella; el Maestro nos llama a colocar nuestras necesidades en sus manos.

1. ¿Dispongo de tiempo para compartir con quienes están cerca?


2. ¿Valoro el hecho de dejarme atender por Jesús?
3. ¿Invierto parte de mi tiempo en servir a otros?

Domingo 28 de julio de 2019. 17º del Tiempo Ordinario

Evangelio: Lc 11, 1-13

El Evangelio de hoy se divide en dos secciones: la enseñanza del Padre Nuestro y una
exhortación a perseverar en la oración. El AT compara a veces a Dios con un padre, pero
raras veces lo llama “Padre” (Is 64,7; Ml 1,6; Sb 14,3; Eclo 23,1). Jesús va más allá: detrás
del vocativo “patēr” se encuentra el vocablo arameo “Abba”, que designa una relación
personal de Dios con sus hijos: se trata, de un cariño personalizado, es la primera palabra
pronunciada por un infante en Israel cuando comienza a hablar. El punto de partida de la
oracion es la convicción de una relación filial.

Esta versión del Padrenuestro se puede dividir en dos partes: la primera con dos peticiones
referidas a Dios: «santificado sea tu nombre», «venga tu reino»; la segunda con tres
peticiones, referidas a nuestras necesidades: el pan, el perdón de los pecados, el no caer en
tentación. Llama la atención el orden de las peticiones: primero están las relativas a Dios y
luego las inquietudes personales. Solo cuando Dios ocupa el primer lugar, todo lo demás
ocupa el lugar que le corresponde. Con la oración nunca se intenta torcer la voluntad de
Dios para adecuarla a nuestros caprichos, más bien se crea un espacio para dejar a Dios ser
Dios en mí, Él como Padre alimenta, perdona y protege (las tres peticiones “nuestras”)
nuestro camino cotidiano.

En los vv. 5-13, por medio de una comparación, Jesús nos hace notar las diferencias entre
las relaciones humanas y la relación con Dios, cuando se trata de la oración. Un hombre
llama a la puerta de su amigo a medianoche, porque llegó un huésped y no hay cómo
atenderlo. La amistad permite no sólo que el huésped sea inoportuno a una hora tan
impropia–, sino que solicite sin más una ayuda material (v. 5). Pero la hora es importante:
es la hora de la prueba que ahora acosa al amigo del viajero y éste a su vez, traslada esa
prueba al amigo que duerme junto a sus pequeños. A pesar de todo triunfa la hospitalidad.

Los verbos “recibir”, “encontrar” y “abrir” representan la respuesta de una persona ante la
solicitud de un amigo; pero los tres ejemplos de los vv. 11-12 dejan de lado esta relación (la
amistad) y pasan al parentesco: un padre no puede sino desear lo mejor para sus hijos; en
otras palabras: si es padre, se esfuerza por darles lo mejor: el hijo pide vivir, pide alimento;
luego, su progenitor no podrá darle una piedra o un veneno (la serpiente y el escorpión). Si
los seres humanos, siendo malos, sabemos dar cosas buenas a los hijos, aún más: si por un
amigo nos levantamos a medianoche, cuánto más dará Dios el Espíritu Santo a quienes lo
pidan. El Espíritu como Santo (en hebreo, “qādōš”) nos separa de lo profano para vivir la
realidad divina. Jesús se comportó siempre de esta manera; por eso sus discípulos, al verlo
orando (v. 1), se animaron a aprender a orar y obrar como Él.

1. ¿Qué me enseña Jesús con esta oración?


2. ¿Cómo puede mi oración personal y en comunidad fomentar el bien común?
3. ¿Cómo colaborar en la construcción de una comunidad solidaria y fraterna?

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