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Pero sucedía que Quijano, que por su edad tenía mal barajada la
memoria, trastocaba los monólogos y los diálogos insertándoles olvidos
y errores, y, para disimularlos, extremaba los efectos truculentos hasta
llevarlos a la parodia involuntaria, mientras que Sancho, que al principio
había querido actuar su papel en registro serio y luego fue
descubriéndose una vena cómica, metía refranes de la sabiduría
popular y esos chistes improvisados que la jerga teatral llama morcillas.
Así lograban que tanto los dramas como las comedias regocijaran al
bajo pueblo y, en una inolvidable ocasión, implicaran y divirtieran a unos
copetudos duque y duquesa.