Está en la página 1de 234

VIVIR AFUERA

Fogwill

1996

Algo raro: estaban en el Florida, era como las once de la noche, se oyó sonar el
timbre del teléfono del mostrador, un empleado atendió y el cajero les hizo una señal:
sostenía el receptor con la mano en alto indicando que querían hablar con ellos. Lla-
maba Bioy.
Raro a esas horas. Él, antes de que empezaran a aparecer las chicas del instituto de
pintura, solía despedirse diciendo:
–Me voy a recoger..
Y todos sabían que a las diez ya estaba durmiendo, o tendido en la cama, con los
ojos cerrados y quietos y casi sin oír, pensando, o fantaseando: la mayoría de las
noches fantaseando.
Seguramente se armaba fantasías heroicas. Por ejemplo, esa en la que se
imaginaba envuelto en su perramus blanco dirigiendo una acción de comandos en la
Quinta Presidencial de Olivos.

< I >Desde el comedor del departamentito de un cuarto piso de Avenida Maipú


abrían fuego con una ametralladora 12.50 refrigerada por circulación de agua. La me-
tralla intermitente y ruidosa barría la zona sudoeste de los jardines y las caballerizas
tratando de concentrarse en el sector que en esa época llamaban "paseo de los co-
ches".
Al minuto, desde la costa de Olivos, tres unidades de morteros emplazadas entre
las casas del barrio bajo y los fondos baldíos de los recreos y campings de la Avenida
del Libertador, bombardeaban a intervalos el sector este, la zona del jardín y el frente
de la residencia principal. Alguna de las piezas estallaría directamente en los tejados.
Otras, menos certeras, harían impacto entre los árboles, en las fuentes y en los chalets
del personal, pero sus relampagueos y estruendos servirían para disuadir a cualquiera
que intentase establecer una línea armada de defensa.
Segundos después los dos hombres infiltrados en la guardia ya habrían inutilizado
la central eléctrica y las conexiones de emergencia y aprovecharían los intervalos
programados del bombardeo y la metralla para bajar a guarecerse en el refugio sub-
terráneo, confundiéndose allí con el personal de servicio y la tropa de seguridad que, a
esa altura, ya estaría ganada por el pánico. Entonces, al cuarto minuto de la primer
descarga, el camión tanque de la Shell superaría el portón enfilando hacia el frente de
la residencia.
El hombre empuja hacia el costado los blindajes de la puerta derecha, y tras ellos,
se deja caer accionando con su peso la cuerda fijada a los volantes del magneto que
activará los explosivos.
Lleva malla antibalas bajo el uniforme de bombero de la Policía de Buenos Aires.
Se supone que el casco de fibra, las botas y la ropa de amianto y cuero amortiguarán
el golpe contra el piso que corre a mas de cuarenta kilómetros por hora y lo protegerán
de los fragmentos de metralla y mampostería que han de estar arrasando esa parte del
jardín y de los chorros de combustible ardiendo que la explosión de la cabina difundirá
en un radio de cincuenta o sesenta metros.
El hombre, aquel polista que rechazó la medalla olímpica como repudio al régimen,
eligió esa misión jactándose de contar con ocho posibilidades en diez de sobrevivir y,
de que si el objetivo de pánico buscado con las cargas de mortero y las ráfagas de
ametralladora se cumplía cabalmente, tendría a su favor seis chances sobre diez de
cubrir los pocos metros que lo separaban del cerco y ganar la avenida.
Solo después del estallido del camión, de la huida a salvo del chofer y de la
diseminación del incendio que habría avanzado hacia la residencia, entraba el Pontiac
blindado que lo conducía junto a sus hombres de confianza, vestidos con uniformes de
comandos y armados con las granadas y las automáticas livianas elegidas para reducir
a eventuales defensores y guardaespaldas y, una vez alcanzado el refugio subterráneo,
abrirse paso hacia el bunker de Perón y donde terminarían con él de una vez por todas.
Llevaban planos detallados de los accesos al refugio y al bunker. En caso de que la
confusión impidiese identificar al hombre, las voces de mando largamente ensayadas y
un manejo hábil de las sirenas portátiles y las linternas conseguirían que en menos de
cinco minutos todos quedasen concentrados abajo, bien al alcance de los vapores de
mostaza que empezarían a brotar de los bidones que los técnicos de la usina habían
emplazado en el depósito de combustible y lubricantes contiguo al refugio.
Los reactivos precipitarían entre el cuarto y el décimo minuto de los primeros
estallidos. Para entonces, los comandos que habían infiltrado en la guardia se habrán
sumado al grupo reforzando su avance hacia el jardín. De lo contrario, correrían la
misma suerte que Perón y los quince o veinte boludos de su corte, que, muertos de
miedo, estarían amontonándose en el refugio.

Tiene aún fresca la imagen del cajero Rafael levantando el brazo derecho, el tubo
negro del teléfono colgando de su mano como un péndulo, y el micrófono y el auricular
apuntando hacia su mesa del bar Florida, que por entonces no estaba sobre Florida
sino en Viamonte, casi llegando a San Martín, junto a la librería Verbum, frente a la
librería Galatea, en la manzana que hacía cruz con la de la Universidad y los dos
edificios de renta de las Ocampo.
Tiene la sensación de que todos estaban como clavados en las sillas, de que fue el
único que obedeció la señal de Rafael, y de que, con las piernas entumecidas y un mo-
lesto hormigueo a cada lado de los muslos, fue caminando hacia la caja mientras por
los bordes de su campo visual el público del bar flotaba en el humo y se desplazaba
como para librarse de esa luz amarilla y pegajosa que era un emblema del Florida: una
suerte de marca de distinción que lo emparentaba al Queen Bess de Santa Fe y
Suipacha.
Tiene la sensación de que de todo aquello apenas le llegaba un rumor vago como
un magma de voces o de ecos de voces murmuradas simultáneamente en varias len-
guas desconocidas.
El trayecto de no mas de seis metros hacia la caja debió haberse prolongado
infinitamente. Una cabellera rubia, con ondulaciones artificiales y reflejos dorados a la
moda, subió flotando hacia él: tras ella descubrió la imagen invertida de unos ojos
azules que conocía, y después la nariz, la boca y el cuello de la mujer que se ex-
tendieron mas allá del respaldo de la silla, en lo que debió ser una manera de salu-
darlo.
Desde otra mesa, a su izquierda, la calva de un cuarentón giraba lentamente hacia
él y recién se detuvo cuando el mentón superó el límite de su hombro derecho y ya ni
el cuello obeso, ni su torso atrapado en la silla estrecha, permitieron esa mejor
perspectiva que la voluntad del hombre habría estado buscando.
Casi al mismo tiempo, alguien –quizás el mismo hombre– lanzó una espesa
bocanada de humo de cigarro. A través de esa bruma azulina llegó a reconocer sobre la
mesa un paquete de cigarrillos americanos sin sello fiscal, una Parker de baquelita, un
block de papel de bocetar y la portada de una edición de La Pleiade, que –supone
ahora–, debió ser un Racine.
Por esa zona cercana a la barra del cajero el olor a cigarro habano se disipaba
dando lugar a una atmósfera de mezclas de perfume de mujer, tabaco americano y
cerveza.
Pero nadie bebía cerveza en el Florida. Sobre el mostrador, en fila, brillaban esas
bandejas de zinc, dispuestas con botellas de Martini, sifoncitos de medio litro, platillos
de aceitunas, cubos de queso y rodajas descascaradas de limón.
El espejo detrás de la barra duplicaba esa imagen nublándola y distorsionándola.
Siempre se dijo que los gallegos tendrían que cambiar el espejo. Por entonces ya
estaba surcado por un trazo en zigzag del que partían unos meandros caprichosos,
pruebas del resquebrajamiento de su fondo de papel azogado, en los puntos donde la
descomposición del adhesivo le permitía librarse cristal en busca de su estado
originario: aquel rollo de papel envuelto alrededor de sí e intacto que alguna vez debió
haber sido y que, en la intimidad de la materia, sus fibras intentaban recuperar.

Rafael le pasó el tubo del teléfono, y –raro a esas horas– reconoció la voz de Bioy
preguntando:
–¿Qué...?¿Todavía están ahí..?
–Sí– respondió inútilmente.
–Bueno... –dijo la voz con desgano– Debo avisarte que ya es tu hora de despertar...
¡La hora de despertar..! Levantó el brazo izquierdo, se incorporó apoyándose sobre
el codo derecho, y miró el reloj de la pared del dormitorio.
Sentía las piernas entumecidas y un molesto hormigueo paralizándole los muslos.
Era las seis de la tarde y a las ocho tenía su primer encuentro con Leticia: debía afei-
tarse, ducharse, comer algo después de doce horas de sueño y vestirse para salir antes
de las siete y llegar al lugar de la cita con alguno de los diarios de aquel domingo leído.

< /i >

Dicen que los sueños duran apenas un instante y que solamente se recuerdan los
mas cercanos al despertar. Pero aquel sueño del bar Florida debió durar varios minutos:
aún hoy recuerda nítidamente la escena en su mesa, caras del público de las otras me-
sas, cada una de las imágenes que se proyectaron durante su recorrido hacia la caja y
los detalles del mostrador, el arreglo del espejo y las botellas, los colores o la luz de la
época, y los aromas del Florida.
Entre ellos, recuerda uno que conjugaba el olor de cierto componente de los
vermuts americanos con el del humo de los Chesterfield sin filtro –también ameri-
canos– y el del pelo de mujer rubia recién lavado.
No aquella tarde de domingo cuando lo soñó, sino ahora –hoy–, han de haber
muerto todos los que aquella noche, rato después de la salida de las chicas del ins-
tituto de pintura, compartieron aquella mesa de su bar y allí quedaron, eternamente
clavados en las sillas y en su memoria.
Si escribiera sus nombres, los nombres de aquellos hombres y mujeres y los de las
chicas y los muchachos de primer año de la universidad ya casi a punto de convertirse
en mujeres y en hombres, nadie los reconocería, imaginándolos muñecos de papel
armados con retazos de sueños que se recuerdan veinticinco años después.

El sueño debió haberle ocurrido entre 1958 y 1959. Los sucesos del sueño –
aquellas mesas y aquella gente petrificada alrededor– deben pertenecer a los años
cincuenta y tres o cincuenta y cuatro. Su evocación del sueño se produjo anoche, al
cabo de un encuentro de ex alumnos del Liceo. El relato del sueño se compuso esta
misma mañana de 1996 mientras pensaba en la imagen –soñada– de aquellos cuerpos
clavados en sus sillas preguntándose por qué volvían a representarse con tanta nitidez
esos recuerdo de las luces.
Volvía a ver aquella luz filtrada por pantallas de pergamino que rebotaba en
superficies igualmente amarillas de barniz, tiñendo todo, proyectando sombras sobre
partes de cuerpos, mitades de caras y espacios huecos de pura oscuridad cerca del
piso. Evocando esa luz, se imagina capaz de narrar narrando una historia encajada en
el interior de...
–¿De otra historia..? –Se preguntaba Wolff.
–No: dentro de sí. Justo en el centro de sí misma y no en un pedazo de otra historia
que la contiene...
En otra historia –pensaba Wolff– se traman casi todas las historias, por lo menos,
desde Homero. En cambio, uno tendría que permitirse urdirlas dentro de sí, como
aquella pelota representada en un Scientific American de los años ochenta...

< /i >Wolff recordó el informe de un matemático que afirmaba que, contando con
una pelota de material suficientemente flexible, y de extensión suficientemente grande
–quizás grande como el planeta, o el universo mismo, eso no interesaba en el teorema
que comentaba aquel informe– y plegándola sobre sí, o dentro de sí, tal como se dis-
pone un par de medias antes del viaje, bastaría repetir la operación muchas veces –un
número de veces que en el informe se expresaba con una potencia de ocho, ocho a la
octava, o a la sexagésimo cuarta potencia– para acceder a un enésimo pliegue al cabo
del cual, ante el supuesto observador, aparecería un sector de la cara interna de la pe-
lota, tal como quien dio vuelta su guante derecho de ski encuentra desde el primer
pliegue un guante izquierdo afeado por las arrugas de una tela sintética con motas
que, cuanto mejor imitaron la piel de un cordero, mas restos de tabaco, cera de skíes y
bolitas de arena y tierra cementadas por el sudor son capaces de contener.
–Pero los guantes y las medias tienen una embocadura, en cambio las pelotas están
cerradas sobre sí mismas... Igual que nosotros ahora. –Pensaba Wolff y por un
momento volvió a dudar si había leído aquel informe en un Scientific American, o si lo
había soñado en cada uno de sus detalles.
Solo el recuerdo de los diagramas que ilustraban las distintas etapas del plegado de
una bola amarilla y concluían con la emergencia de una lengüeta de goma roja, de ese
mismo color que representaba el interior de la pelota, indicaba que la paradoja
descripta en ese comentado teorema de la topología no era parte de un sueño, aunque
esa noche Wolff no descartaba que su recuerdo fuese el producto de restos de una
lectura distraída cuyas lagunas e inconsistencias se fueron atenuando con el paso del
tiempo, y, tal vez, con el agregado de fragmentos de otras lecturas, y hasta de imáge-
nes de sueños por ellas provocadas.

< /i >Esa noche, al cabo de un encuentro de ex alumnos, Wolff volvía convencido


de que celebraban sus veinticinco años de egresados.
Era una madrugada de noviembre, serían las dos, y a pesar de lo avanzado de la
primavera la temperatura había caído de golpe. Al salir de la parte urbanizada de La
Plata sintió frío, y mientras cruzaban el parque Pereira en el auto de la gobernación
debieron detenerse para revisar el manual con las instrucciones del sistema de
calefacción.
Aquel 505 conservaba el manual envuelto en una funda virgen de poliestireno, pero
a bordo no había herramientas, linternas y ni siquiera un fósforo. Nunca llegó a saber si
tendría rueda de auxilio, algo que debió haber verificado por la tarde, cuando salieron
hacia la Base Naval.
Tampoco sus acompañantes conocían los mandos de la calefacción, y a la luz de la
llama de un encendedor de gas pasaron un rato de intentonas y esperas: ensayos y
errores con diferentes combinaciones de palancas y llaves seguidos de tanteos en la
oscuridad esperando verificar una corriente de aire cálido que nunca llegó a aparecer.
Finalmente decidieron arrancar, acelerar y soportar, porque la espera y la creciente
sensación de fracaso no resultaban más tolerables que el frío.
Como para olvidar el frío, mientras aceleraba el Peugeot en la ruta vacía comentó:
–¡Qué boludez..! ¡Ir a festejar veinticinco años de egresados para terminar
muriéndose de frío en el camino de vuelta..!
Y entonces uno de atrás corrigió:
–¡Qué veinticinco..! ¡Treinta y cinco, boludo..!
En efecto, habían pasado treinta y cinco años, –era muy fácil cerrar la cuenta– y
todo el día y durante toda la comida había estado refiriéndose a los veinticinco años,
pensando acerca del plazo de veinticinco años como cuarto de siglo y hasta ima-
ginándose el mismo número veinticinco corporizado con tipografía flotante en la cúpula
del cielo negro, y ahora, a través del parabrisas, el vacío helado de la ruta venía hacia
él a ciento treinta kilómetros por hora para representar ese vacío de diez años en su
memoria.

< /i >Ninguno, entre los imbéciles de la gobernación que les habían gestionado
aquel 505 azul tendría memoria de esos diez años, de ese agujero de diez años que
Wolff podía situar en cualquier punto del intervalo corrido entre 1953 y el encuentro de
egresados, que coincidió con la semana del acuerdo entre los muchachos de Los Ánge-
les y la gente de Casa de Gobierno en La Plata, el irrisorio préstamo de ese auto y los
regalos y el cheque que los de Los Ángeles le mandaron desde Paraguay.
Por ejemplo, el primer encuentro con Leticia debió haber ocurrido entre 1958 y
1959. Debió ser un domingo porque los bares del centro, los de la calle Florida y el
mismo bar Florida de Viamonte, estaban cerrados.
Era domingo porque los domingos por la mañana todos leían La Nación y por la
tarde El Correo que todavía sacaba la Marina. Después, los lunes alguien circulaba el
huecograbado de La Prensa y ahí revisaban los comentarios de libros.
Ya por entonces nadie solía comprar La Prensa. El diario de Marina sí, porque traía
una página dedicada a denunciar a comunistas y trotzquistas, y todos lo buscaban para
leer esas columnas con la ansiedad de quien aguarda ser citado en ellas.
El tiempo los premió, y, como en el caso de los huecograbados, hubo un minuto en
el que por fin encontraron sus nombres –una tarde, al leer junto a la taza de café y el
cenicero humeantes, o una mañana frente a una mesa de oficina, aturdidos por el
tecleo de las Remington y las Olivetti– solo para acentuar la decepción, porque el ins-
tante que los había fijado en esa página venía a garantizar la persistencia de un
silencio que seguiría envolviéndolos eternamente.

Como el silencio de la ruta.


A un paso de la ruta, Susi fuma. Pita con fuerza el Jockey Suave que encon tró en el
bolsillo alto de su campera jean, apostando a que el calor de la brasa entibie sus
manos, la boca, el pecho, y hasta el mismo aire de la casilla.
Y que lo llene de algún sonido, una voz, una música o algo que haga mas tolerable
la espera.
Pero nó: así como cruzando el bosque y acercándose al costado de la ruta donde es-
tán las casillas, el frío de la noche no desciende, y, al revés, se percibe mas, quizás por
el contraste con la promesa de aire tibio que viene de las ciudades, también el silencio
del bosque, el silencio que envuelve el triángulo de tierras que la gente de Piero
llamaba El Barrio, y los del Pichi llaman ahora El Campo, se siente mas cuanto mas
cerca estás del borde de la ruta.
Tal vez porque es mas alta la barranca y hay menos bosque que repare del viento
haciéndolo sonar entre las hojas de los álamos. O por esas ráfagas de ruido y luz que
permanentemente trazan los autos y los ómnibus.
Viene la luz creciendo y el ruido va creciendo a la par. Revienta la luz como un flash
que por un instante te enceguece, y ahí mismo la reemplazan las lucesitas rojas que
van empequeñeciéndose mientras el ruido se desvanece para pronto desaparecer y
dejar toda la zona de los alrededores de la ruta bajo una cúpula de oscuridad y de si-
lencio mucho mas densa que la de cuando todo comenzó.
Susi dejó avisado al Pichi y a Mariana que los esperaría allí, en la casilla del borde
de la ruta. No había garrafas. No podía esperar más en el frío del galpón.
Ahora, pitando el final de ese último cigarrillo, medio se arrepiente: creía que a un
paso de la ruta las luces de los ómnibus y los perfiles adivinados de tantos pasajeros
que llegan y desaparecen a mas de cien kilómetros por hora, el silencio y el frío se ha-
rían mas tolerables. Pero no: aquí es peor, piensa y trata de calcular por qué es posible
que sea peor allí. Piensa algo que trae la sensación de que está a punto de adivinarlo
cuando la mano derecha sube automáticamente a la cintura y sus dedos recorren el
cinturón del jean buscando algo mientras se dice, sin hablar, pero oyendo su voz como
si hablara contra el rincón de unas paredes de cemento, que no tendría que haberle
prestado el walkman a Mariana.
–No tendría que haberle dejado el walkman a Mariana... –Repite, esta vez sí
moviendo los labios y dejando pasar entre ellos un poco de aliento que los entibia.
–¡Si hubiera luz..!, piensa. Pero tienen cortada la luz del galpón, y también la han
cortado en las casas del barrio de policía, en la villa y en la casillas del borde de la ruta.

< /i >El lunes había aparecido por la zona una brigada de la compañía eléctrica
que requisó postes y cortó conexiones y se fue dejando sin electricidad no solo a los
colgados, sino también a muchos que tenían los medidores en regla y protestaron y
mostraron las escrituras de propiedad y los recibos de pagos de impuestos y servicios.
–Cuestión de días...– Había dicho el Pichi, y explicó que como venían las elecciones
ya les iban a volver a dar el servicio.
–Hay que esperar una semana y aguantarse sin luz hasta que pasen los
supervisores, y entonces enganchamos de nuevo los cables tranquilos porque hasta el
mes de abril no van a poder volver a pasar...
Con luz se animaría a tenderse en el catre de la casilla y hasta podría cubrirse con
una de las mantas que quedan por allí. Pero en la oscuridad vacila: allí dormía a veces
el Piero que apretaba con cuanta negra se aparecía por la villa, y el olor mismo de la
casilla, y los olores que emanan del mueblecito donde guardan las mantas enrolladas,
le recordaban el tufo de la villa y el olor que impregna la ropa y el pelo de los chicos de
la villa que los evangélicos le daban a veces para cuidar.

< /i >Sin luz, solo se anima a sentarse en el borde del catre y a imaginar que
pronto llegará el Pichi con cigarrillos, comida y porro. Trata de abrigarse con la campera
y entibiarse las manos poniéndolas bajo las axilas –entre la campera y el suéter– y le-
vanta una pierna para protegerse el vientre y sentir menos frío allí donde la campera y
el suéter, demasiado cortos, con cada movimiento de la respiración dan paso a una
corriente de aire helado con cada movimiento de la respiración.
Mientras los pulgares rozaron sus pechos, se le cruzó la imagen de Mariana con los
pechos desnudos y levantados por el chaleco de cuero, y junto a ella, la figura del Pichi
haciendo una señal de espera.
Siempre que se le presenta la imagen del Pichi lo ve haciendo una señal de espera
con la mano. Si no está frente a ella, El Pichi es nada mas que una cara y, a su lado,
una mano derecha haciendo el gesto de esperar para darte confianza: la palma abierta
hacia tu cara como empujando el aire para frenarte busca dar a entender que él
siempre encuentra una solución para todas las cosas.
–Si hubiera porro, aunque solo sea el final de una tuca marrón, ya estaría dormida y
bien tapada con cualquiera de las mantas roñosas que dejó Piero... –Piensa.
Pero no siente ganas de fumar porro: solo siente crecer el frío y ganas de que lle-
guen el Pichi con Mariana, trayendo cigarrillos y algo para comer.
Sentada sobre una pierna, apretando la otra contra el ruedo de la campera, con los
brazos cruzados sobre el pecho y abrigándose los dedos en las axilas, el roce de los
pulgares en sus pezones vuelve a traer la imagen de los pechos de Mariana y el Pichi,
mirándolos con indiferencia del Pichi y haciendo gesto de decir: “esperá que estoy
pensando una cosa importante...”
Imagina una mirada de rabia de Mariana. –¿Cómo es una mirada de rabia de
Mariana? – y siente que sus pezones se entibian y endurecen y está segura de que a su
alrededor se están formando esas bolitas de piel oscura que, tocadas con la yema de
los dedos húmedas de saliva, parecen girar y hacer que algo en el vientre se mueva a
la par soltando una mezcla de tibieza y placer.
Tiene el impulso de llevarse a la boca el dedo índice para mojarlo, palpa su pecho
izquierdo y cuando roza el pezón reconoce sus bolitas de carne dura y las acaricia con
las yemas secas pensando en los ojos de rabia de Mariana, y en la imagen del Pichi que
ya no hace su gesto de “esperá”, sino que lentamente, –“a pesado modo”, como él
dice–, se destraba la hebilla del cinturón, desprende el botón del jean, y hace bajar
despacio el empieza a bajar el cierre de su bragueta sin dejar de mirarla a ella, a Susi.
Sabe que no debe seguir. Ya no siente ni frío ni ganas de fumar, todo fue
reemplazado por el Pichi y las ganas de tocarlo. Sabe que si prosigue y vuelve a to-
carse, o si encoge una piernas para que el jean presione abajo y el movimiento de los
pies tironenando la tela produzca la sensación de una caricia, terminará sintiendo mas
frío y sueño y entonces sí se volverán inaguantables las ganas de fumar.
Vuelve a poner las manos en las axilas. Los dedos están secos, sin restos de saliva.
Entonces recuerda el tema “Inconfesable”.
Una vez el Pichi dijo que ella era una mina “de verdad, transparente”, que no
escondía nada. Y al otro día, volvió a escuchar el rock “Inconfesable” por el Pampa Irala
y pensó que había engañado al Pichi porque había cosas que nadie sabía, y de las que
nunca se enteraría nadie, ni el mismo Pichi, tal como nunca las habían llegado saber ni
a sospechar ni Piero ni Lucía Luque que había sido mujer de Piero hasta unas semanas
atrás.
Uno de sus temas inconfesables era la certeza de que, si estando sola se acariciaba
o se tocaba hasta llegar al orgasmo, todo le saldría mal con el hombre que anduviera
metida en ese momento, y que las cosas le irían aún peor si hacía eso sin apartar su
pensamiento del hombre.
Si lo hacía pensando en cualquiera, o, mejor, en un desconocido, o en una mujer,
las cosas no le saldrían tan mal. Por eso, las pocas veces que no pudo evitar hacerlo
pensó en mujeres, en escenas a oscuras, o en contactos con carnes sin cara. O lo hizo
mirando hombres en cualquier página de una revista, cuidando que no fuesen fotos de
personas famosas, o conocidas, o demasiado atractivas.

< /i >En quinta velocidad, cuando la aguja indica ciento treinta kilómetros por
hora, ese 505 tiene un resto de potencia suficiente para que, pisando apenas el acele-
rador, se sienta una fuerza que empuja hacia adelante.
–Es la segunda boca del carburador, que se abre, –piensa Wolff–¿Por qué les
pondrán motores cada vez mas potentes? ¿Y los frenos..? –se pregunta Wolff y re-
cuerda que, tal como olvidó verificar si ese auto tenía rueda de auxilio, tampoco se dio
tiempo para probar los frenos.
Vuelve a mirar el velocímetro: la aguja indica ciento cincuenta kilómetros por hora.
Debe ser menos... –piensa– Siempre exageran para que los que compran esta chatarra
de Macri se sientan en el límite del peligro, al filo del poder... Pero –piensa– esta
velocidad basta para matarse cuando fallan los frenos, o los reflejos, o cuando la
realidad se caga en la teoría de las probabilidades según la cual a esta altura del
camino no hay chances de que se te cruce un caballo abandonado o que emerja de la
niebla el Rastrojero sin luces de un ciruja te encuentre y te matés.
–Y si me mato, –piensa– y si mato conmigo a estos cuatro boludos que me
acompañan, el mundo no habrá perdido nada: a lo sumo habrá un auto menos en la
gobernación que pronto la dirección de suministros se ocupará de reponer...
Prendió la radio. La FM sintonizaba varias emisiones superpuestas. Alguien
comentó que esa zona estaba invadida por radios clandestinas y que cada capilla y
hasta cada conjunto de rock de barrio tenían una emisora propia.
Tras ese caos sonoro podía reconocerse una voz de una mujer simulando un diálogo
erótico con sus oyentes y un tema musical que repetía hipnóticamente la frase “yo
tengo un sentimiento inconfesable”. Con ritmo de rock, tenía un arreglo instrumental
de guitarra y acordeones que desconcertaba. Entre descargas eléctricas y superposi-
ción de voces y señales, no era posible discernir si eran instrumentos reales, o imita-
ciones generadas por un sintetizador. Tampoco valdría la pena hacer un esfuerzo para
determinar el género de un tema compuesto deliberadamente para eludir las
clasificaciones y durar unas pocas semanas en la memoria.
–¡El baión “Delicado”!

< /i >Susi vuelve a pensar que no debió haberle prestado el walkman a Mariana:
Mariana podría comprarse uno, pedirle a alguien que le consiga uno, o hacer que cual-
quiera le cambie uno por un pasacassettes, o por un ladrillo de yerba, ahora que ha-
bían sembrado toda la costa y que tenían las plantas ya a la altura del hombro.
Mariana siempre se aparecía con la misma historia:
–Hoy tengo un gato... –Decía, o aparecía gritando: –¡El Pichi divino me consiguió un
gato para esta noche..!
Eso, creía, le daba derecho para pedir: el walkman, una cartera, cuarenta pesos
para ir a la peluquería de Florencio Varela, o quince pesos para cruzarse a la depiladora
de enfrente de la ruta.
–Siempre devuelve todo, –se quejaba Susi– pero nunca fue capaz de traer nada y
eso que consta que hace gatos a veces de doscientos y de trescientos pesos...
“Consta” quería decir que Susi había estado escuchando cuando alguno le anun-
ciaba a Mariana que le había conseguido un gato. En general, le conseguían los gatos
entre los clientes de porro de Quilmes, o del centro de Varela, o entre los dueños de las
parrillas de la ruta que encargaban movidas de frula.
Pero Mariana quería hacer gatos con los políticos de La Plata en aquellas reuniones
que empezaban a las dos de la mañana, cuando los tipos venían medio borrachos de
cenar, para pasarse un día entero o hasta un fin de semana cambiándose las mujeres,
entrando y saliendo de las piezas, reuniéndose para volver a discutir algún negocio, o
mandándolas a todas a dormir antes de encerrarse a jugar al póker y a tomar drogas
sin que ellas los viesen. Y cuando se aburrían, les llamaban remises de la cámara que
las repartían a sus casas y siempre había uno que pagaba por todos –quinientos o mil
pesos a cada una–, y el casero les repartía las botellas de whisky y champán y las ma-
sas que les habían sobrado.
Por eso siempre quería ir y cuando se enteraba de que Piero o el Pichi habían es-
tado buscando mujeres en Bernal para alguna reunión en La Plata protestaba y se lar-
gaba a llorar. Hasta ella misma una vez la defendió y le preguntó al Pichi por qué no la
habían invitado a la Mariana y entonces el Pichi le gritó y estuvo a punto de volver a
pegarle cuando le dijo:
–¡Pendeja de mierda, metéte en tus cosas y metéte la lengua en orto..!
Nunca antes había visto al Pichi tan enojado con ella. Recién un día que se pelearon
entendió por qué. A ella le habían hecho un aborto y todavía se sentía mal por la anes-
tesia y solo quería dormir y no pensar en nada, pero el Pichi igual quería apretar: se
había desnudado, se había tirado con ella en la cama grande y le pasaba las uñas por
la cintura y por la espalda. Entonces ella se echó a llorar –no a propósito, porque el
llanto le saltó de repente y en un segundo le empapó la cara– y le gritó que fuera a
apretar con la Mariana, que le daba permiso para encamarse con cualquiera pero que a
ella la dejara en paz.
El Pichi no reaccionó, se puso suave y dijo que Mariana no le gustaba y que,
además, estaba podrida:
–Tiene la pudrición total. ¡Enterate pero no se lo vayas a decir a ninguno!
Eso último lo dijo suavemente, con la voz baja y casi afónica que ponía siempre
para amenazar. Después dejó de toquetearla, no volvió a hablar y enseguida ella se
durmió.

< /i >Ahora no tiene sueño: siente frío y reconoce una corriente de aire entrando
desde las hendijas de la puerta que se lleva el humo por las junturas de la pared de
machimbre o lo hace desaparecer hacia el techo. Calcula el tiempo:
–Deben ser como las tres de la mañana, –calcula–, ya deben estar todos a punto de
llegar.
Por un momento imagina al Pichi llevándola a Mariana del brazo por el centro de
Lomas. Ha de haber estado esperándola en los videos, concentrado siempre en el
mismo flipper o en la misma pantalla del Mortal Kombat, interrumpiendo el juego solo
para explicarle un truco a algún chico menor, o para regalarle un crédito mientras cam-
bia fichas de juegos por fichas del tocadiscos y carga la máquina con tres o cuatro
repeticiones de uno de esos temas que solamente le gustan a él.
Mariana habrá llegado reclamando que la lleve a un bar antes de buscar el remise
que los traerá de vuelta al campo, pidiendo que le convide cigarrillos, que le hable y
que le cuente cualquier cosa para disimularse entre las parejas que toman algo y
hablan y así olvidarse de las fanfarronadas que tuvo que haber estado escuchándole al
gato de esa noche.
–¿Será cierto que la boluda tiene la pudrición total?– Se pregunta Susi imaginando
que Mariana cruza la peatonal de Lomas con el Pichi llevándola del brazo.
O de la cintura, haciéndose pasar por novios y ella luciendo el walkman y con tres-
cientos pesos mas en la cartera.
–¡Ojalá el Pichi le saque ciento cincuenta!– Pide Susi imaginándolos sentados frente
a una mesa de bar en una de las veredas calefaccionadas dentro de la peatonal. –¿Y en
qué estará pensando el Pichi ahora? – Se pregunta.
Ni la gente que los debe mirar, ni el mozo que los está atendiendo, podrían creer
que la Mariana tiene la pudrición total. El Pichi debe parecer el novio, o el marido,
porque Mariana maquillada da impresión de ser mucho mas grande.
Sentados ahí, cualquiera que los vea va a creer que son una pareja del centro de
Lomas, y por la hora y por ser jueves pensarán que son dos de ese barrio que andan
por ahí porque, como las familias les pagan el estudio, al día siguiente no tienen que
salir a trabajar.

< /i >Sentado, quieto, cuando deja caer el llavero sobre la mesa de un boliche, el
Pichi representa menos edad y puede pasar por un chico de familia. Recién cuando se
para y camina se nota que es mayor y solo si se pone a mirar a la gente a su manera,
–“a pesado modo”, como él dice–, uno de Lomas puede llegar a darse cuenta que no es
de ahí.
Sin quererlo, Susi vuelve a representarse la imagen del Pichi destrabando la hebilla
del cinturón del jean y jugueteando con el cierre metálico a su manera. Lo imagina
viniendo con Mariana en el asiento trasero del remise, camino al campo, y que se abre
el cierre no tanto por Mariana, sino para reírse juntos del chofer que, adelante, maneja
sin saber qué están haciendo justo detrás suyo.
Y también para tantear a Mariana, para seguir seguro de que también ella le
obedece.
Susi siente un tironeo entre las piernas. Casi sin querer había empezado a sacudir
un pie de modo que el tironeo de la tela del jean hacia los efectos del roce de una
mano invisible. Recién pudo interrumpir la sucesión de movimientos cuando el ruido de
un motor la distrajo: ése sí iría a mas de cien camino a Buenos Aires, calculó.
Y justo cuando ese ruido se apagaba desde el lado de la ventana le llegaron desde
atrás, primero el zumbido de un motor que se acercaba lentamente por los terraplenes
y después el eco de los barquinazos que daba un auto entrando por el camino del bos-
que.
–Raro que el Pichi haga entrar un remise hasta el barrio.. –Pensó, pero los sonidos
de una radio –voces desde el comando de caminera leyendo un parte– indicaban la
llegada de uno de los Chrysler nuevos de la brigada, que, sin apagar la radio, es-
tacionaba sobre el terraplén apuntando con los faros hacia la puerta de la casilla.
Todo se iluminó. Necesitaba un cigarrillo.

< /i >Estaba pensando en el baión “Delicado” cuando otro auto los alcanzó. Por
un instante lo encegueció la masa concentrada de luz que rebotó desde el espejo
directamente hacia sus ojos. Parpadeó. El auto ya estaba pasándolo por la derecha. ¿A
cuánto iría?
Era un 405 blanco. El asiento trasero estaba iluminado por una lámpara de lectura.
Un pasajero debía estar leyendo algo. El de adelante debía ser su chofer.
–Otro de la gobernación... –pensó Wolff– Alguien que con un poco mas de suerte
consiguió un modelo mas nuevo y de mayor valor de la misma marca...
Miró el reloj: eran las dos y media de la madrugada.
A la derecha, había una hilera de casas de material sin revocar y casillas de chapas
que se alcanzaban a ver por el reflejo de la ciudad contra las nubes bajas.
¿O por el recuerdo de haber pasado por esa misma zona unos años atrás?
–Otro barrio sin luz... –Oyó que decía uno desde el asiento trasero y Wolff imaginó
una casita de madera tinglada y la luz mortecina de un farol a mecha de kerosén y en
esa imagen reconoció el recuerdo del relato de un viaje nocturno desde Lisboa a Sintra,
en uno de los primeros Chevrolet importados a Portugal. Se le ocurrió ese tema de
conversación: proponer, por ejemplo, que a cierta edad las imágenes de los lugares se
configuran por una mezcla de recuerdos de cosas con recuerdos de relatos sobre otras
cosas y que ambas fuentes de lo evocado se vuelven indiscernibles, no tanto porque no
sea posible diferenciarlas, sino porque, con los años, la gente va perdiendo el interés
que impulsa a lleva a discriminar las cosas...
No era un tema apropiado para sus pasajeros y entonces, desafió:
–Che... ¿A ver quién se acuerda del baión “Delicado”..?
Nadie podía reproducir la música, pero, como él, todos recordaron eso que uno
llamó “el furor” y otro “la histeria colectiva” que se produjo en las semanas que
siguieron al estreno del baión en la radio.
Uno de atrás hasta recordó el nombre del autor, o del intérprete que impuso el
tema: Waldir Acevedo. En cambio, ninguno de los cinco era capaz de precisar el año en
que aquello ocurrió, si bien coincidieron en que debió haber sido poco después de que
los cadetes comenzaran a salir a bailar, y tiempo antes de la llegada de los primeros
televisores.
Alguien mas habría visto ese auto de la policía que avanzaba a los saltos en lo que
parecía un potrero sin alambrar, detrás de los terraplenes de la ruta, porque desde el
asiento trasero una voz ordenaba:
–¡Che Gil! ¡Aflojá un poco la velocidad que nos va a parar la caminera..!
Wolff obedeció y aprovechó para probar los frenos: una leve presión del pie llevó la
aguja del velocímetro a un sector sin números que representaba el intervalo entre los
cincuenta los setenta kilómetros por hora.
–¡Habemos frenos! –Pensó y no le sorprendió que esta evidencia le resultara
indiferente, y estuvo a punto de decir, a la manera de un cadete que informa sobre una
inspección exorutina, la expresión “Habemos Frenos”.
Pero, una vez mas, prefirió callar.

< /i >De las inspecciones de rutina en cuartines –cuartos de días, series de seis
horas, ritmos de sueño, campanadas de guardias, intervalos de la carrera representado
por dos colores opuestos en las mitades del reloj de cabina– se omite dar cuenta. Se las
registra en las planillas de guardia y se sabe que nunca nadie las verificará. Las de
exorutina se ordenan con una frase imperativa que el subordinado debe repetir. Un
superior, solo por que te vio cara de sueño ordena:
–¡Checklist verificar ajuste cierres de tambucho tres almacenes babor..!
–¡Verificando ajuste cierres de tambucho babor numero tres mi teniente de
corbeta!!!– Debía responder el subordinado, porque a bordo las instrucciones deben re-
petirse en voz alta, sin errores ni redundancias que demoren su ejecución y sin errar el
rango de quien la emita, aunque la orden proceda de una voz que viene desde la
oscuridad del puente de artillería.
“Tambucho almacenes babor” significaba un largo recorrido por cubierta, y una se -
rie de ascensos y descensos por escalas y toboganes que consumía varios minutos:
estás a quince metros en línea recta del tambucho tercero de babor, pero para
verificarlo en exorutina tenés que recorrer mas de cien metros, trepar veinte metros de
escalas caracol y volver sudando a la ventisca de cubierta para encontrar al tipo y
decirle con el aliento que te quede:
–Tambucho tres babor verifica en regla mi teniente de corbeta. ¡Habemos cierre
apertura y torque sin novedad!
“Haber torque” significa que las llaves de cierre o los volantes de apertura en
mamparos y escotillas están en condiciones de ser operados sin ayuda ni herramientas
por cualquier marinero.
Wolff pensó siempre que el uso de “haber” sustituyendo a “tener” era parte de la
disciplina, que, en este caso, servía para reiterarle al subordinado la certeza de que
solo posee lo poco que cabe en su taquilla –un estrecho armario de rejas de metal– y la
masa de reglas que debe cumplir.
–Esto alguien tendría que escribirlo bien, pensaba Wolff, y estuvo a punto de
comentarlo. Pero una vez mas se reprimió: en ese momento miraba la autopista –una
cortina de niebla que corría y que pronto el viento sudeste terminaría por disipar– sin
señales de tránsito de autos o camiones y anticipaba la aventura de ser víctima de un
asalto que tampoco se produjo aquella madrugada.

< /i >Por esa zona, el camino de acceso a Buenos Aires se angostaba. A la derecha
seguía el apagón, pero a la izquierda del camino las lámparas de mercurio horadando
la niebla y las vidrieras iluminadas de una serie de parrillas indicaban que estaban
entrando en la zona urbanizada.
–Es inútil pensar –pensaba Wolff– si recordamos el furor del baión “Delicado” o
nuestros recuerdos ulteriores de esa o de otras modas parecidas. Esas casuchas están
un poco iluminadas por el reflejo de las luces de la ciudad contra las nubes bajas y otro
poco por lo que debo recordar de esta zona. –¿Cuántas veces habré pasado por aquí
sin mirarlas, viéndolas, como ahora, medio en el borde del campo visual, medio en la
zona del límite entre los recuerdos y sentimientos..? –Se preguntaba.
–Dos kilómetros de aquí queda Plátanos... –Oyó una voz a su derecha, que,
desafiando la memoria de todos preguntaba:– ¿Se acuerdan del juicio de la quiebra de
la Textra..?
Alguien dijo que sí y cuando corroboró que todos lo recordaban, contó que días
atrás había pasado a presentar un escrito en el juzgado y que las cosas seguían igual
que antes: hacía veintitrés años que el tribunal pagaba el sueldo a dos serenos que se
turnaban para cuidar las ruinas de la planta.
–¡Aquí nomás, en Plátanos..! –decía golpeando el cristal de la ventanilla, como si la
proximidad del lugar hiciera mas verosímil su relato, o mas absurda la situación de
esos viejos que a lo largo de un cuarto de siglo habrían costado en sueldos diez veces
mas que el valor de la maquinaria oxidada y los galpones en ruinas que estaban
custodiando.
–¿Cuántos jueces cambiaron? – preguntó uno de atrás y el que había traído el tema
dijo que por lo menos diez.
–Diez o doce, por ahí quince si contás a los secretarios que se hicieron cargo del
juzgado. A ese juzgado siempre le tocaron jueces viejos que se jubilaban o se morían y
secretarios con poca experiencia que, según el reglamento, tienen que suplantarlos
cuando por alguna razón no nombran juez a tiempo.
–Seguro que desde arriba eligen jueces viejos y enfermos para seguir frenando la
causa –intervino Wolff y, pensando que alrededor del tema debía haber un negocio de
tierras, agregó: –Seguro que cuando terminen de hacer la autopista que pasa por ahí
cerca mandan todo a remate y se termina el juicio de la quiebra. ¿De quién es la tierra
de alrededor?– Preguntaba Wolff.
–Una parte es de Gerber y la otra... Aunque no lo crean... ¡Es del Estado Italiano..! –
Dijo el abogado.
–Nada raro, –dijo el otro de atrás–, ¡Si la Textra era una sociedad entre Frondizi y el
hijo de Mussolini..!
–Lo del hijo de Mussolini es cierto, figura en las actas, pero lo de Frondizi nunca se
pudo comprobar... Había como diez apoderados que se pasaban la pelota unos a otros..
–Hablaba el abogado.
–Lo que sería bien fácil de probar, –decían atrás–, es si Gerber está metido, porque
donde compra tierras, primero aparecen las dragas y después los terrenos salen a
loteo...

< /i >

Llamaba "dragas" a los bulldozers que usaban para levantar el humus. Bajaban un
metro la altura media del terreno para vender la tierra fértil de esas zonas que, con el
tiempo se convertirían en nuevos barrios propensos a inundaciones.
La tierra, compactada en lajas de un metro cúbico, se exportaba como abono a
Europa y a Japón.
Se decía que en el partido de Moreno, esas lagunas que llaman la atención cuando
se sobrevuelan los suburbios, eran consecuencia de la exportación de humus
compactado.
–Allí, –decían los dos que parecían mas informados– los socios de Gerber compraron
a mil la hectárea, bajaron la altura de los terrenos como dos metros, y exportaron a
Israel cuatro mil dólares de abono por hectárea.
Contaban que después de pelar la tierra hicieron calles, pusieron una plaza con dos
palmeras y lotearon, pero cuando cobraron las primeras cuotas de los lotes le
perdonaron las deudas a los compradores a condición de que fijaran su residencia en el
partido, pagaran la escritura, se sentasen a esperar la primer sudestada haciéndose
responsables de los impuestos que ellos, “como buenos judíos”, en la puta vida habían
pagado.
La conversación recuperaba el tono antisemita de treinta años atrás. Uno decía que
los judíos dominaban el arte de eludir los impuestos y que en los municipios de la
provincia mantenían por igual a concejales peronistas, candidatos radicales y a funcio-
narios de carrera de la comuna, para “bicicletear” -demorar el pago- impuestos y
conseguir excepciones y moratorias.
Otro decía que justamente el poder de los judíos empezó con Frondizi y volvía al
tema de la quiebra de la Textra. Otro, que como tantos camaradas de promoción esta-
ba en la masonería, reaccionó y, corrigiéndolo, dijo que “el progreso” de los judíos en el
poder empezó durante el gobierno “clerical” de Lonardi y que el que los llevó era un
nacionalista, secretario privado, que trabajaba desde hacia años para Arshenberg y
enfatizó:
–Para Arschenberg y en sociedad con nuestro –dijo “nuestro”– propio capitán de
navío Francisco Manrique.
El abogado dijo que era natural que eso ocurriera, porque “a determinada
instancia” los judíos son mas confiables que cualquiera y que la prueba podía verse en
el hecho de que no solo el ejército y la armada argentina, sino también el chileno
desde la misma época de Lonardi, y los cubanos, en los primeros años del gobierno de
Castro, habían hecho las mejores compras militares directamente a proveedores judíos,
o consultándolas con asesores judíos:
–En cada una de esas consultoras sobre seguridad nacional que dirigen generales
franceses o argentinos con fama de pronazis o neofascistas siempre vas a encontrar un
tipo de Arshemberg metido... –Decía y preguntaba: –¿O a quién eligió Lanusse cuando
tuvo que hacer el monopolio del papel y del aluminio? ¿Eligió a uno de La Rural..? – Y,
golpeando con el canto de una mano el apoyacabezas de la butaca delantera insistía–
¿O puso a algún banquero emparentado con alguien del comando en jefe...? ¡No...! –Se
respondía volviendo a golpear– ¡Hizo el arreglo con un judío y, para peor, de la Zwi Mig-
dall..!
–¡Pero si la Zwi Migdalll desapareció en la década del treinta..! –Terció Wolff y de
inmediato, comparando la escala del monopolio del aluminio y las exportaciones de
tanques con las pequeñas especulaciones inmobiliarias de Gerber se arrepintió de
haber entrado en el juego antisemita de antaño. Pensaba que argumentar contra
cualquier pelotudez que se afirme en el curso de estas conversaciones de borrachos,
los convence aun mas de su veracidad, y, con razón o sin ella, termina por conven cer a
uno mismo de la utilidad y la legitimidad de las divagaciones sobre el tema.
Comparando el tema del aluminio con el de la moda de aquel baión buscaba sin
éxito ejemplos de otros temas que vuelven tan esporádicamente a la memoria o a las
conversaciones que se hace imposible precisar si uno lo recuerda lo que sabe o si
recuerda lo que dijo en oportunidad de sus pocas emergencias a la superficie cotidiana
de los diálogos, o de la conciencia.
Oyendo a sus camaradas hablar sobre los judíos y la Zwi Migdal, se esforzaba
buscando otros ejemplos tan triviales y obvios como aquellos. ¿Otro agujero en la
memoria? ¿Serían nuevas señales del final?
Sintió un vago malestar que lo impulsó a acelerar inútilmente cuando ya estaba a la
vista el puesto de la policía caminera de Florencio Varela y habían dejado atrás el
primer cartel que exigía la reducción gradual de la velocidad. Había pasado el frío.

< /i >Esa noche los camineros verificaban las luces y la documentación de los
autos. Mientras un oficial revisaba los papeles, los agentes advertían que de allí en
mas, cuando “empalmaran” la autopista, no debían detenerse porque ya habían
asaltado a dos autos con el simulacro de una motocicleta accidentada.
Ahora tenían tres autos demorados y unos de civil aprovechaban los faros del
primero para iluminar la casilla de guardia donde habían detenido a una pareja. Ambos
tenían los brazos en alto y por las manos apoyadas casi en el borde del alero de la
cabina de la guardia parecían estar colgados de la viga que sostenía el tejado.
Pero no estaban atados ni parecían intimidados por esos jóvenes de civil que,
caminando alrededor de ellos, hablaban a los gritos y gesticulaban.
Mientras esperaba sus documentos Wolff trataba de interpretar la escena: por la
ropa y los cortes de pelo reconoció en los trajeados a la clase de muchachos del inte-
rior recién egresados de la escuela de oficiales de la policía y los comparó con la pareja
detenida. La chica tenía un cuerpo atractivo, resaltado por sus jeans de Kenzo y una
campera corta de cuero de buena confección. El hombre, poco mayor que los policías
que debían estar interrogándolo, vestía una campera de cuero Mango y jeans oscuros,
posiblemente un par de UFO Gross.
Respondió con una sonrisa la venia que, como saludo y orden de hacer lugar a los
autos y camiones que formaban cola detrás de su 505, le dirigió desde la puerta de su
oficina el oficial que dirigía el operativo.
Seguía sonriendo al tomar el acceso de la autopista. Pensaba que si veinte años
atrás hubiera imaginado en esa pareja una historia de terrorismo, y hace diez años
habría diagnosticado que se trataba de una “taxi–couple” que vende sus servicios en la
boites del suburbio, en estos tiempos en los que venía de hacer un negocio de im-
portación de telas para jeans, descubría en ellos a un par de consumidores de
indumentaria informal.
Estuvo a punto de decir a sus acompañantes: “ojalá la cana no les afane toda la
guita, así mañana pueden venir al shopping”. Pero ellos seguían hablando de los judíos
y del terrorismo árabe y en ese momento, pensar en la pareja, en la cintura pronun-
ciada de la chica, en su cuerpo flexible, el cuello largo y la cara maquillada que creyó
ver cuando, con gesto arisco se volvió hacia los oficialitos, sintió otra vez la sensación
de estar llevando un agujero de diez años en la memoria y un malestar que hacia
mucho tiempo que no experimentaba. Habían bebido demasiado.
A sus pasajeros el vino de la cena y el champán de los brindis les habían contagiado
un entusiasmo que los llevaba a repetir sus eternos lugares comunes sobre política
internacional, imaginarias características raciales y códigos de distinción social que ya
no existían ni en la peor novela costumbrista.
A él le habían causado una pesadez y una forma de desgano que, sabía. con las
horas, irían convirtiéndose en esa excitación que tantas veces le impidió dormir.
Estaban entrando a la ciudad por el acceso sudeste. Sobre la autopista, corrían
nubes bajísimas empujadas por el viento sur.
–Mañana llueve...–Comentó él.
–Y ésa que estaba en la casilla... ¿Era una mina o era un travesti?– Habló casi
simultáneamente, como si estuviera respondiéndole, el de su derecha.
–¿Se dieron cuenta que los que siguieron en la Armada están mas viejos que
nosotros?– Preguntó uno de atrás.
–Nadie por la autopista...Todos tienen terror a los asaltos y se desvían por
Avellanada... –Dijo el abogado y siguió hablando: –Pero a éste no hay peligro que lo pa-
ren, porque los chorros reconocen el número de patente: en cuanto ven que empieza
en 034 y que es modelo nuevo, sacan en seguida que es un auto de gobierno... No
quieren meterse en quilombos.
–¿Viste que en la zona sur hay mucho menos travesti que en el norte..? Por la
Panamericana ya no se puede ir...–Insistía el de su derecha, pero nadie pareció
prestarle atención– ¿Vieron –volvía a intentar– el programa sobre los travestis que
transmitió Zennetti en News Factory..?
Si anduviera la calefacción, pensó Wolff, estos cuatro tarados ya dormirían. Pero –
pensó– no son peores que yo: es la primera vez en veinticinco años que me doy cuenta
de que somos iguales.
–¿Cuántas veces en estos veinticinco años habré estado con algunos de éstos o con
otros tarados de la promoción o habré pensado en ellos con la certeza de tener algo
que me hacía mejor?
¿Será por creer entenderlos?
¿Creer entender te lleva a creerte mejor?
¿Y por qué ahora que entiendo que soy igual, creo entenderlos más, o mejor, y me
terminan resultando mas penosos y despreciables..?
Se le representaba el sonido de la palabra veinticinco y el número veinticinco
grabado en la tipografia fluorescente del instrumental del Peugeot. Ya entrando a la
ciudad, seguía fiel a sus veinticinco años de egresados, y, aunque sabía que habían
pasado treinta y cinco, se propuso que siempre seguiría pensando a ese intervalo como
si midiera apenas un cuarto de siglo.
–Seguramente –pensó– ha de haber un libro de autoayuda que recomiende a sus
lectores persistir en cada error que inexplicablemente se repite. Estos cuatro jamás lo
han de haber leído, pero si algo los acercó a la experiencia de la felicidad es haber
vivido casi sesenta años obedeciendo a este precepto que nadie les impuso. En
cambio, yo nunca obedecí a nada y así jamás estuve cerca de la felicidad. Habría que
inventar un libro de autoayuda basado en esta idea que –pensaba Wolff– se puede atri-
buir a una enseñanza budista, taoísta, o zen.... O...¿Cristiana? –Se preguntó y sintió que
recuperaba la sonrisa con que se había despedido del suboficial caminero.
–No: cristiano nó. Ahora que reconozco en estos cretinos a mis hermanos y
semejantes, mas convencido estoy de que jamás podré llegar a amarlos.
–¡Desprecia a tu prójimo tanto como a ti mismo! –dijo en voz alta, como recitando, y
mintió, fingiendo preguntar a sus camaradas: – No se si Nietzsche o Schopenhauer
escribió eso. ¿Que habrá querido decir..?
Ninguno de ellos se interesó por responder ni por continuar ese tema. Faltaban unos
pocos minutos para llegar al centro de Buenos Aires, y, recién ahora, tan cerca de sus
casas, sus cuatro pasajeros parecían dispuestos a ceder al sueño que habían estado

resistiendo durante mas de media hora de viaje.

< /i >–
¿Qué hacés Enana acá..?

Era la voz del Pichi que acababa de abrió la puerta de la casilla seguido por dos
hombres de la brigada. Uno de ellos, con uniforme de suboficial, le apuntaba con el haz
de una linterna de luz fluorescente.
Susi supo su voz la traicionaría: casi no tenía aliento. La visión de esos hombres,
especialmente la del que vestía de civil, le provocó una sensación de ahogo, al tiempo
que sus manos se empaparon de un sudor frío que no llegó a secarse cuando sus
palmas, en un gesto automático, palparon los costados buscando los bolsillos de su
campera.
Ahora sentía que la frente, las sienes y la nuca debían estar cubriéndose de gotitas
de sudor mientras la sensación de ahogo se convertía en un dolor en el cuello. No la
alivió el aspecto festivo que traía el Pichi cuando avanzó para abrazarla: estar
tranquilo, hacerse todavía mas el ganador y parecer contento en los momentos mas
difíciles era una de las características que mejor le conocía.
–¿Qué viniste a hacer acá?– Le preguntaba ahora, y ella no recordó por qué había
ido a refugiarse a la casilla, ni el frío ni las ganas desesperadas de fumar. Tampoco
podía hablar y saber que si intentaba hablar le faltaría el aire y quedaría allí con la
boca y los ojos abiertos y tratando de hacerse entender con ademanes de los brazos
aumentó su terror.
–Nos trajeron dos canas amigos..– Volvía a hablar él señalando a los hombres.
Aunque la linterna no terminaba de iluminar sus caras, algo le hizo sentir que ellos
también sonreían y trató de sonreír, pero solo sintió un tironeo de la piel hacia los lados
de la boca.
El Pichi se dirigía ahora a ellos:
–Es mi novia... –Decía, y como los tipos levantaron los hombros en señal de
indiferencia, le dijo a ella: – Vinimos a hacer una transa, pero vos no viste nada...
¿Entendés..?
Susi hizo un movimiento afirmativo con la cabeza. Empezaba a tranquilizase
cuando le llegaron los chillidos de Mariana.
–¡Reventada...! ¿Donde mierda te habías metido..? –Gritaba desde la puerta– Te
estuvimos buscando... Sos la mina mas botona que existe... ¿Qué viniste a hacer
aquí..? ¿A botonearnos...?–Ahora entraba trayendo algo en la mano y arreglándose el
pantalón, como si estuviera saliendo de un baño.
Sin responderle Susi salió de la casilla y estuvo dando vueltas por el potrero y
alrededor del auto. Calculaba que el Pichi pronto saldría a buscarla y efectivamente, se
asomó al alero y haciéndole un gesto de silencio con un dedo cruzado sobre la boca le
tendió un paquete de los Marlboro.
Pudo escuchar desde el alero: los tipos reían y se asombraban de la cantidad de
droga que Mariana era capaz de esconder en la vagina. Esta vez, habían sido dos pre-
servativos llenos de producto y ellos querían saber:
–¿Es pura..?
–Y yo que sé...–escuchó que decía el Pichi– es la parte que me tocó de una
mejicaneada en Palermo...
Mentía: todas las mejicaneadas –lo sabía bien Susi– eran en la zona norte de la
provincia. Oírlo mentir y hablar de las mejicaneadas, y esa seguridad que empezó a
sentir desde la primer pitada al cigarrillo le estaban devolvieron el aliento. Escuchaba:
–¿Pero no la probaste?– Quería saber uno, parec{ia a voz del de civil.
–¡Ni en pedo! Yo no toco esa mierda...–Les contestaba el Pichi.
Eso sí era verdad. El Pichi nunca tomaba drogas, ni pastillas. Porro fumaba siempre
y en todos los barrios por los que andaba escondía sus canutos: bolsitas de celofán de
cigarrillos con dos porritos armados, o con picadura como para armar media docena de
finos. Tenía canutos en huecos de árboles, en medidores de gas, en junturas de chapas
–en esa misma casilla debía haber alguno de sus canutos– y en lugares donde a nadie
se le hubiera ocurrido buscar.
A veces perdía algún embute –llamaba “embute” a sus canutos– y andaba como
loco pensando y frotándose las manos hasta que la cara se le iluminaba de alegría y,
gritando “me lo acordé”, salía para aparecer al rato con un manojo de cigarrillitos entre
los dedos, como si fuera a fumárselos todos a la vez.
O entraba cantando:
–¡Hola chii...coooos...! ¡Llegó el Papá Noel...!
Y repartía porro para todos.
También era verdad que él pensaba que las drogas eran una mierda. Siempre decía:
–La coca, el ácido, las pepas y las anfetas son una mierda, son drogas inglesas...
Que algo fuera inglés era lo peor que sabía decir el Pichi. Ultimamente que estaba
metiéndose en mejicaneadas por la zona norte, cuando aparecía con plata, o con droga
para cambiar explicaba:
–Anoche reventamos a unos ingleses...– Aunque jamás hubiera ingleses para
apretar, y aunque la mayoría de los revendedores que apretaban fuesen villeros de San
Isidro o de la zona de El Tigre, o bolivianitas petisas y deformadas que a lo último que
podrían parecerse sería a un inglés.
Ahora los tipos estaban probándola. Uno se entusiasmaba:
–Es buena... ¡Es de diez! ¡Esta medio húmeda pero es de diez..! Cuando la sequen
va ser diez puntos.
–A ver.. A ver... –Era la voz de Mariana. Seguro estaba estirando la mano hacia el
paquete.
–¡Vos no la probés. Colorada..! –Le escuchó al Pichi
–Dale basura... ¡Dejá que la piba se de el gusto...! – Debió ser la voz del de civil–
que después dijo: –Tomá nena...Este cacho es para vos.
La voz de Mariana se apuraba a decir gracias y después gritó “achalay”, copiando
la manera de hablar del Piero. Recién en ese momento se oyo que el Pichi golpeaba la
mesa y contestaba, dirigiendose a los de la brigada:
–¡Achalay las pelotas, loca..! Ustedes llevensé todo y no le den veneno a la pendeja
que bastante sonada está ya.
–Pichi..¡Vos sos un cuida de mierda..! Me voy con ellos.. –Era Mariana, histérica– y
de inmediato se oyó otro golpe: un típico cachetazo del Pichi la había silenciado.
Los policías intercedían, trataban de calmarlo y le decían algo en voz baja. Los
gritos del Pichi se escuchaban mejor:
–Vos loca hacé lo querés, pero si volvés a tomar eso no pintás mas por este barrio...
Y ustedes hagan la de ustedes pero no me jodan a la gente..
–Negro... –Hablaba un policía, seguramente el de civil– no te zarpés... ¿Así que
hacés yirar a la piba pero no la dejás vivir...? ¡Dejala que haga su vida..!
Susi tuvo la sensación de que, dentro de la casilla, Mariana estaba llorando. Pensó
en el walkman. Si se iba, seguro que se lo llevaría con ella. Se dio ánimos y le gritó:
–¡Mariana...! ¿Trajiste el walkman..?
Desde adentro, el Pichi le respondió que lo tenía él. Y siguió hablándole a los
policías:
–¿Cuanto me van a dar..?
–¿Como cuánto querés?
–Lo que usted mande patroncito... –Dijo imitando la tonada de un pibe del norte.
–Te doy un cien ahora y te mando cien mas cuando la podamos hacer guita... –
Proponía el de civil.
–Ta bien... –Decía el Pichi. Ya habría tomado el dinero, porque agregó: –Por lo otro no
hay apuro... –Ahora le hablaba a Mariana– Vos si te querés quedar con esa mierda te
vas con ellos.... Vos elegís.
–Me voy con ellos.. –Decía Mariana sin parar de llorar... –¡Sos un negro careta! ¡Sos
un careta! –Repitió eso varias veces, buscando otra cachetada.
Pensando solo en su droga Mariana debió haberse olvidado de ella. Pasó por el alero
sin saludarlos y mientras los provinciales le les daban la mano a los dos y ofrecían de -
jarles la linterna para alumbrar la casilla, la otra ya estaba sentada en el asiento tra -
sero del Chrysler de la brigada.
Susi pensó que Mariana era capaz de encamarse un rato con los dos para pedirles
mas droga y hacerse acercar con el patrullero hasta el cruce de Quilmes.
–¡Ojalá que nunca mas vuelva a aparecer por acá..! –Deseó mientras miraba como
el Crhysler iba hacia la ruta esquivando los troncos del potrero. Lo siguió con la vista
fija en las luces traseras, pensando que en cualquier momento iban a atropellar un
árbol, o a hundirse en un zanjón. Sintió que el Pichi la tomaba de atrás y le ha blaba en
la oreja:
–Enana... ¡Hace un frío de cagarse..! Si trajiste los documentos nos vamos a mirar
televisión a un telo y después apoliyamos hasta las cuatro de la tarde..
Ir a un hotel significaba cruzar a pie todo el potrero y la mitad del parque Pereyra,
pero con el Pichi llevándola del hombro y caminando a la par suya el frío pronto se le
iba a pasar. Igual que un rato antes, cuando el susto le había hechoolvidar el frío y
hasta las ganas de fumar.

< /i >

Entrando a Buenos Aires se sentía menos el frío. La temperatura del motor del 505
se habría transmitido a la cabina, o, tal vez, el reparo del viento y el calor acumulado
durante el día en las moles de hormigón y ladrillos mantuviera la atmósfera de la
ciudad varios grados por encima de la temperatura de la ruta. Eran las tres y sus
acompañantes se quejaban del sueño. Uno decía que tenía que trabajar temprano.
Otro, que si dormía menos de ocho horas al día siguiente estaba como un opa en el
estudio y el otro –el de su derecha– quejándose de los hjos que siempre aparecían
después de las seis de la mañana, contó que en una reunión de padres del colegio se
había preparado un petitorio a los partidos políticos reclamando ordenanzas muni-
cipales que impusieran una hora de cierre a los lugares de baile para empezar a co-
rregir la moda de salir después de medianoche. Después hablaba sobre la viabilidad de
la norma y a medida que aumentaba el acuerdo con ella parecía evidente que jamás se
pondría en vigencia.
Poco después se lo escuchaba resignado: había que esperar que los chicos se
graduaran, pasaran unos años estudiando en Estados Unidos, y entonces conseguirían
un trabajo que les ordenaría la vida.
–La verdad –decía el tipo – es que no hay nada que hacer.
–No sé... Pero que la próxima comida la hagan en Buenos Aires... ¡Yo ya estaría
durmiendo hace una hora y media..!– Habló otro que acababa de despertarse. –En la
próxima vamos a ser tan pocos que se podrá hacer en una casa... ¿No vieron que
estaban todos hechos unos viejos chotos..?
–Che... ¡Abrí el techo!...Fijate... Ahí hay uno de los Hawks nuevos de la Federal–
Gritaba uno de atrás al tiempo que abría la ventanilla.

< /i >Con el aire frío les llegó también el ruido del motor. El helicóptero

o
sobrevolaba la zona de Paseo Colón y Humberto I . Al maniobrar se advertía la
intensidad del viento: se desplazaba de costado, y era evidente que los pilotos
inentaban, sin éxito, corregir la deriva lateral. Estarían a unos noventa metros de
altura.
–Mas no puede bajar en esta zona, por las antenas y los edificios altos... –Decían.
–Qué potencia che... ¡Qué potencia impresionante...!– Se admiraban cuando desde
el aparato encendieron el reflector.
El haz de luz bajaba concentrado en un ángulo estrecho proyectando un óvalo
contra el asfalto de la avenida. El óvalo venía avanzando desde la plaza de Indepen-
dencia y corría por la vereda, de modo que los árboles, en grupos de a dos o de a tres,
recobraban por un instante su verdor convirtiéndose en imágenes diurnas. El color vivo
verde de las hojas impactaba, después de tanto ver la ciudad virada al blanco y al gris
opacos de esa madrugada lluviosa.
Era evidente que los del helicóptero querían mantener el haz de luz en una
barranca donde había un operativo con patrulleros, ambulancias y decenas de hombres
armados con lanzagases y escopetas antidisturbio. El viento jugaba contra ellos,
porque no bien la zona quedaba en foco, se escuchaban bruscas variaciones de
potencia y cambios de régimen de las turbinas y de inmediato otra vez el óvalo de luz
volvía a proyectarse sobre la avenida, o entre los techos de edificios de baja altura de
las manzanas de los alrededores.
–¡Están erradicando...!–Dijo el de su derecha, y, en efecto, se veían hombres
uniformados que cargaban muebles y artefactos de cocina y los iban depositando en la
vereda frente al lugar que los del Hawk intentaban mantener enfocado.
–Todos peruanos y uruguayos...– Dijo el abogado de atrás– En los últimos meses
entraron mas de cincuenta mil y están todos en Buenos Aires... –Aclaraba.
–¿Por qué no los deportan?–Preguntó el que había estado hablando del petitorio a
los políticos.
–Porque bajan los costos laborales y porque cuando consigan residencia pueden
votar y les van a restar votos a los radicales...– Dijo él y al instan te se arrepintió de
haber hablado.
–Peor, porque van a votar a la zurda...–Dijo el de su derecha.
–¡Mejor! –corrigió el abogado– son menos votos para los radicales. Pero van a votar
bien, porque todos tienen parientes afuera y serían los mas perjudicados por una
devaluación... Cada uno de estos coyas manda cincuenta dólares por mes a su país y
con eso mantienen toda la parentela.
Rato después, cuando ya los de atrás ya habían bajado frente a sus casas, y tuvo
que hacer un rodeo por la zona de Palermo para acercar a su acompañante, vieron otra
erradicación. Esta vez, los desalojados estaban rodeando al móvil de un informativo de
televisión.
Allí no había helicóptero aunque sí reflectores operados por los asistentes de los
cameramen. En el momento que cruzaban la avenida Córdoba, vio un oficial de policía
que posaba para los periodistas con una nenita en sus brazos. La chica, muy despierta
y de ojos negros enormes sonreía y estiraba un bracito hacia las cámara. No tendría
mas de cinco años.

< /i >Cuando despidió a su último acompañante, y cruzaba la Avenida Santa Fe


tenía la sensación de haber visto mas de una vez esas mismas escenas. ¿Cuándo?
Trataba de recordar y en su memoria se confundían distintas imágenes nocturnas e
invernales: el año sesenta y ocho, el año setenta y tres, el setenta y siete, el ochenta y
cinco: siempre hubo épocas disponibles para situar estas apariencias de patetismo
nocturno e invernal. Razonablemente podía calcular que nunca había asistido a
escenas como éstas: latinoamericanizadas, televisadas, supervisadas desde el cielo.
Pero sentía que sí, que ya lo había visto y, que quizás estuviese escrito en alguna parte
y que podría encontrarlo si valiera la pena revisar sus papeles.
La sensación de llevar un agujero creciendo en la memoria volvía a acentuarse a
medida que se acercaba a la cochera de su edificio: era un vacío de años, hecho de
tiempo discontinuo. No eran diez años: eran bloques de semanas y meses marcados
por algo que unas imágenes invernales, en pleno mes de noviembre, representaban
con exactitud.
Pensó que cuando se librase del 505 y estuviera frente a su escritorio, con la
calefacción encendida, una taza de mate cocido, una pastilla estimulante, tal vez un
cigarrillo y un encendedor desafiando su voluntad, a la vista de su agenda con los
planes de la semana y, entre sus páginas, el cheque que le acababan de traer de Para-
guay, conseguiría definir por fin el significado de esa sensación que insistía en escapár-
sele.

Que al mismo precio les darían la habitación presidencial, porque la otra parte del
hotel estaba sin agua, les dijo el de la ventanilla.
Y como el Pichi les dijo que estaba bien, pero que iba a tapar la foto del presidente
y al entrar al cuarto, vio que en efecto, como chiste, habían colgado un poster con la
imagen del presidente rodeado de angelitos, Susi entendió que él ya había estado en
ese mismo cuarto y sintió una mezcla de rabia y celos.
Le preguntó al Pichi con quién había ido ahí y él no le quiso contestar y ella sintió
que estaba por largarse a llorar y que se iba a arruinar la noche y entonces le pidió
perdón y el Pichi la abrazó y después la envolvió en una frazada y la acostó, no en la
cama, sino en un sillón de varios cuerpos que había a la entrada del cuarto justo frente
al televisor
El de la ventanilla lo conocía al Pichi. Lo había tuteado cuando le ofreció videos. El
Pichi dijo que no y después la miró a ella y le preguntó si quería mirar videos porno,
pero como pensó que él no quería ella también dijo que no y en voz bien alta, para que
el de la ventanilla la escuchase. Los dos querían ver cable, una película, o mejor,
dibujos animados.
Le gustaba ver dibujos animados y jugar con el control remoto anulando el sonido
por un rato para que el Pichi inventara lo que podían estar diciendo los per sonajes. A
veces armaba historias buenísimas: el Pichi podía imitar las voces de los Simpsons y los
efectos de sonido de todas las películas. Tiros, motores, cachetadas y portazos
sonaban siempre en el momento justo y, –pensaba ella–, si los grabara, o los dijese a
través de un micrófono, una que estuviera mirando la película podía llegar a creer que
los ruidos y las voces salían del mismo televisor.
Y sin televisor, le gustaba que el Pichi le contara historias. A veces las inventaba
para cambiar de tema y tapar algo que había estado haciendo el día anterior. Otras
parecían ciertas. De la guerra nunca contaba nada. Pero de manos pesadas, afanos,
apretadas y movidas grandes sí.
Varias Susi pudo confirmar que algunas cosas que le parecían inventadas o
exageradas resultaron ciertas. Como la historia de esos dos alemanes que vivieron
encerrados en la fábrica.

< /i > El Pichi era amigo de dos serenos que cuidaban una fábrica abandonada.
Hacía tantos años que se turnaban para vigilar que se habían vuelto medio locos y pi-
dieron ayuda para hacer arrancar los motores, y ver, por lo menos una vez, como debió
haber sido la fábrica funcionando. El Pichi les enseñó a reconectar la fuerza motriz
como hacía con todos los colgados del barrio y por eso terminó amigo de ellos y
muchas veces le guardaban cosas: bolsas con “fierros” –armas–, paquetes grandes de
yerba o cualquier otra cosa que necesitaba que no le viesen en el barrio.
En la fábrica había mucho lugar vacío, y donde habían estado las oficinas había
ahora unas piezas que una época los buscados usaban para guardarse.
Según el Pichi, en una de ellas estuvieron viviendo los alemanes. Eran un viejo y un
joven que llegaron del Paraguay. El joven tenía pinta de alemán pero hablaba
castellano con acento paraguayo, en cambio el mayor podía venir de cualquier parte
porque apenas se le entendían tres o cuatro palabras. Podría haber sido un ruso, o un
holandés.
A la fábrica los llevó uno de La Plata que les dijo a los viejos, –a los serenos – que
habían venido a hacer un negocio y que tenían miedo de que los judíos los mataran.
Según los viejos, los tipos tenían un frasco con una cabeza y decían que era la cabeza
de Hitler y estaban tratando de venderla. No se le reconocía la cara de Hitler: uno de
los serenos que la vio dijo que parecía mas un orejón gigante con peluca que una
cabeza de muerto.
A la fábrica estuvieron yendo varios candidatos a discutir el precio. Autos con
patente de diplomáticos, varios Mercedes, y dos Falcon con custodia. Los serenos
llegaron a tener miedo por tanto movimiento de gente.
Los alemanes decían que la Mossad quería matarlos y robarles el frasco, pero los
viejos se lo cuidaban vaya a saberse dónde. El Pichi pudo hablar con los alemanes
porque cuando supieron que había estado en Malvinas quisieron conocerlo y lo
invitaron a Paraguay. No le dieron ni los nombres ni una dirección pero el mas joven le
prometió:
–Venite a Paraguay, decí por los boliches de Asunción que venís desde Plátanos y
sos el Pichi Varela y en menos de dos días te encontramos y te llevamos a conocer todo
el país...
Justo ahí, cuando hacia tanto tiempo que el Pichi tenía el tema de El Paraguay
metido en la cabeza.
Una noche el sereno de turno oyó una discusión muy fuerte: dos hombres que
habían llegado caminando y que habían entrado de buenos modos se largaron a gritar
en alemán y a romper todos los muebles de la oficina. Después salieron como locos.
Uno de ellos llevaba una ametralladora colgando del hombro que –aclaraba el Pichi–,
según la descripción del sereno debía ser una Intratec.255 del tipo que usa la policía
aduanera de Brasil.
Los alemanes no tenían miedo a nada: se reían del loco de la ametralladora y
querían tranquilizar a los serenos diciendo que la pelea había sido puro teatro.
Días después volvieron los mismos en una kombi. Los alemanes llamaron al sereno
que estaba de turno y le pidieron el paquete. Ellos se lo tenían guardado en un lugar –
dijo– que nadie nunca se iba a enterar, –seguro que en una bolsa sumergida en el
arroyo –, y cuando se los trajo era de noche y los tipos ni miraron el orejón: dejaron a
los alemanes terminando de contar la plata y subieron a su kombie sin decir nada,
contentos con el frasco.
Esa misma noche los alemanes se fueron con un bolso lleno de billetes, y muy
confiados en la pistolita .22 y en un machete de campo que fue lo unico que no
dejaron en la fábrica, tomaron el camino del lado de la vía en dirección a la estación
Berazategui y nunca mas aparecieron por allí. Pero con lo que les dejaron de comisión a
los serenos, uno de ellos, Russo, le pagó al yerno el anticipo de un taxi cero quilómetro.
El sereno que la alcanzó a ver mejor contó que la cabeza podía haber sido de
cualquiera, y que por el color, parecía mas ser de un indio que de un nazi. Decía que
era pesada, que siempre estaba siempre aplastada contra el fondo del frasco de
formol, y que cuando se la sacudía un poco, los pelos largos y blancos empezaban a
flotar y parecían los de una vieja volando por el fondo del mar, con viento.
–A Hitler –le había comentado el sereno–, uno se lo imagina mejor con un flequillo
negro en la frente que con esas chuzas canosas flotando en un frasco....
–Pero para engañar a un gil, los alemanes podían haber elegido una cabeza de piel
blanca con pelo negro... Así que... –decía el Pichi–...Los tipos, debían estar convencidos
de que la cabeza era verdadera, o eran tan vivos que calcularon que cuanto mas
parecida fuera a la realidad, menos les iban a creer que lo que querían vender era
verdadero.

< /i > Tres veces oyó al Pichi contar en público la historia de los alemanes de la
cabeza y las tres veces, igual que la primera vez que se lo había contado a ella, la
había contado igual, aunque sin decirle a los otros el lugar ni mencionar a los serenos,
algo que solo ella conocía y que le hice jurar que nunca se lo diría a nadie.
Cuando el Pichi contaba la parte de los tipos que iban en Mercedes o en autos con
custodia a tratar de comprar la cabeza los llamaba “los ingleses”, y a veces, “los
paganos”.
Eso se le había pegado del cura del cruce de Pereira, que cuando hablaba de los
que tomaban drogas, iban a las disco o usaban motos japonesas los llamaba
“paganos”, así como llamaba “herejes” a los políticos peronistas del barrio y “hebreos”
a los evangélicos.
El cura estaba bastante pirado, decía el Pichi que, sin embargo, cada día estaba
mas amigo de él. Los evangélicos iban con megáfonos a las salidas de las misas y
hablaban de Jesús y convidaban a fiestas que se hacían los mismos días, pero al
atardecer. Y el cura se subía al techo de la camioneta y gritaba con voz mas fuerte que
los megáfonos:
–Hebreos: ¡Albergad a nuestros hijos y devolvedlos sanos al reino de Dios, que es
Roma! – Pero después de las peleas decía que los hebreos eran elegidos de Dios y que
eran mejores que los paganos y mucho mejores que los peronistas herejes.
El Pichi le contaba ahora que había visto al cura hablando en secreto con una
evangélica que venía a ayudar a la colonia y que le parecía que había algo entre ellos.
Susi, medio dormida bajo la manta, le dijo que no lo podía creer y entonces el Pichi le
contó que dos veces los había visto ir a apretar al bosque en la camioneta del cura y
que otra vez, en el cruce de Pereira, vio que el cura, de remera y bermudas, la chu-
poneaba mientras ella estaba por subir al omnibus. Y que después, cuando le dijo al
cura que lo había visto, el loco le había pedido que lo guarde como un secreto de
confesión y el Pichi dio su palabra de que no se lo iba a contar a nadie.
–¿Y por qué me lo contás a mí...? –Preguntó Susi medio dormida y él le dijo “Enana
boluda” y empezó a besarla y en seguida se le metió desnudo bajo la manta y empezó
a desnudarla dándole besos y repetiéndole cada tanto “Enana”, "boluda" y “enanita”.

< /i >

Wolff escribió en la página del día de su agenda las palabras aniversario/


decadencia/ venticinco = treintaicinco/agujero de diez años en la memoria y en la
página siguiente, “cheque de cuarenta y cinco".
Volvió la página y volvió a revisar el cheque. Algo raro: habían escrito su nombre
completo. Pocos conocían sus dos nombres: seguramente lo habrían copiado de su
pasaporte, cuando se registró en el hotel de Dallas.
La firma del cheque era ininteligible. Un sello identificaba al firmante como tesorero.
Tenía fondos: lo habían verificado los de la agencia de cambios que, por una ínfima
comisión, lo cambiaría por dólares efectivos, evitándole la espera en el banco y el
riesgo de que apareciesen pagos emitidos por una empresa recolectora de basura
radicada en Brasil a favor de alguien que jamás tuvo algo que ver con la basura, ni con
Brasil, ni con el holding de los supuestos dueños de la empresa que funcionaba en
Panamá.
–Soy editor y crítico –pensó– en el fondo, yo también hago negocios con basura,
aunque no sea la misma clase de basura que estos tipos recolectan en cuarenta
ciudades de América, según se jactan en sus folletos.
El cubano que lo había contactado en Asunción dijo una vez, bromeando:
–El lavado es la pantalla que usamos para cubrir nuestro verdadero objetivo:
mantener limpios a todos los ayuntamientos de Sudamérica, y, por ahora, atender con
eficiencia a cuarenta ciudades para beneficiar a treinta y ocho millones de hogares,
fábricas y comercios que necesitan, cada día, de nuestros servicios.
En aquel momento todos rieron. Pero al cabo de un par de semanas, cuando el
negocio con el Banco de la Provincia se había concretado, ya habían “transcripto” –
como decían ellos– nueve millones y todo indicaba que podrían organizar la línea para
lavar cuarenta millones mas por año, los tipos parecían mas interesados en promover
sus servicios de limpieza entre intendentes y concejales de pequeños municipios que
en atender a la gente de gobierno que había facilitado la operación.
–En el fondo son ejecutivos, –le dijo un dirigente radical que había asistido a las
últimas reuniones en la gobernación– Hoy están en este negocio, mañana son gerentes
de una operadora de bolsa en Chile y el día menos pensado te los encontrás haciendo
de funcionarios en la OEA o en el Banco Mundial...
Pensar en los cuarenta y cinco mil dólares y en la posibilidad de que siguiera
repitiéndose el negocio y que siguieran reconociendo las comisiones aumentaba sus
ganas de fumar. No había fumado aquella noche. Aunque casi todos los de la cena
habían dejado de fumar la mayoría aceptó los cigarros que repartieron con el café. El
se abstuvo: si dejo de fumar definitivamente, será la única cosa útil que conseguí en
estos últimos cinco años, decía.
Pero guardaba un paquete de 555 Light en algún lugar del escritorio y pensaba en
él casi tanto como en el cheque. La corriente de aire tibio que venía del acondicionador
no facilitaba las cosas: es mas fácil tolerar las ganas de fumar manejando en el frío de
la ruta, que frente a un escritorio, haciendo huevo, calefaccionado y yendo hacia
ninguna parte con un cheque de cuarenta y cinco.
Sintió un impulso de salir:
–Me baño, me cambio, me pongo jeans, polera y campera de abrigo, me voy a leer
los diarios al Dandy, veo el amanecer lluvioso, veo a los tarados que desayunan para
irse a trabajar al microcentro, y después yo también desayuno y me vengo a dormir –
planificó.
Eran las cuatro de la madrugada: miró el reloj de pared, bebió el final dulzón de su
taza de mate cocido, probó un sorbo de Remi Martin directamente de la botella y sintió
un franco entusiasmo anticipando la perspectiva de un hidromasaje caliente
acompañado por alguna gimnasia respiratoria bajo los efectos del vapor.
–Me visto despacio, ordeno bien el guardarropas, y por ahí después hasta me afeito
y me hago un buen masaje capilar... – Se prometió.
Se asombraba por la cantidad de autos que corrían a esa hora por la avenida
Libertador. Pensaba: tengo un agujero de veinte años en la memoria, lleno de
imágenes de autos que corren sobre la avenida Libertador mojada. Solo me faltaría que
el blindex de esa ventana se cubriera de gotitas de condensación, como en las noches
de invierno.
Pero el acondicionador deflectaba el aire hacia el cristal, impidiendo con una
corriente de aire tibio que esa imagen evocativa de los inviernos de los años setenta
terminara de componerse. Solo los faroles con lámparas de vapor de mercurio de la
nueva plaza que habían improvisado junto al ferrocarril, envueltas ahora en halos de
neblina, ayudaban a provocar aquel efecto de los años setenta.
A su derecha, el monitor color de la computadora parecía instalado
deliberadamente para descalificar cualquier evocación. Siempre encendido a la espera
de un fax o de un e–mail, bastaba dejar unos minutos de operar con su teclado para
que el programa protector comenzara a emitir puntitos de luz que, partiendo desde el
centro, simulaban nacer en la profundidad y avanzaban hacia los bordes de la pantalla
produciendo el efecto de un imaginario viaje a las estrellas.
También esas estrellas falsas se empecinaban en correr hacia ninguna parte.

< /i >

Sintió frío y recordó la época del pescado. Estaba practicando taekwondo en un


gimnasio de City Bell y un día su sabón le dijo que tenía un cuerpo privilegiado y que le
convenía complementar la práctica con gimnasia de pesas y aparatos para promover a
una categoría superior mas rápido: el ideal era llegar pronto a competir en torneos y
obtener el cinturón negro que habilitaba para ubicarse del lado de los profesores en
cada sesión de entrenamiento y en la mesa de los jurados en las ceremonias de
graduación.
Al comienzo el Pichi pensaba que Sabón era el apellido del tipo. Después supo que
era una palabra coreana que, según los taekwondistas, singificaba “maestro ejemplar”:
algo sarmientino, nada que ver con técnicas de combate.
Por la insistencia del sabón, y por el entusiasmo de una tipa de City Bell con la que
estaba saliendo, durante algunos meses estuvo alternando la clases de takwondo con
sesiones de dos horas de pesas y máquinas de musculación.
El instructor de gimnasia le repitió lo mismo: tenía un cuerpo privilegiado, y le
sugirió que tal vez había heredado algo de un antepasado negro.
Efectivamente, en su familia había primos o tios tucumanos que tenían motas en el
pelo y labios gruesos de mulato y a todos los de esa rama los llamaban “los negro”.
–Negro... Lo que te falta es un poco mas de definición...– Decía el instructor. Lo
mismo repetía siempre aquella piba de City Bell que se pasaba todas las tardes en un
gimnasio.
Para conseguir definición le aconsejaron una dieta: tenía que alimentarse
solamente de pescado. Pescado asado, hervido, saltado en la plancha, pero nunca con
aceite ni salsa. El ideal sería comer solo pescado y sopa de pescado. Naranjas, limones
y pomelo podía comer libremente. Zanahoria o banana, solo una por día: pan, leche,
huevos, galletitas y carne, jamás.
El Pichi obedeció: durante mas de un mes siguió la dieta. Al principio tenía siempre
hambre y antojos, pero a la semana ya se había acostumbrado y todo el tiempo
pensaba en pasar por su casa y tomarse una fuente de sopa de pescado mientras
algún otro pescado –filets de merluza la mayoría de las veces – se asaba sobre la hor-
nalla.
Consiguió marcación. El instructor, que era un bebedor de cerveza bastante gordo
lo admiraba y le pedía que mostrase los dorsales y los poplíteos a los que llegaban de
visita al gimnasio con intenciones de inscribirse.
El sabón no miraba los músculos, pero él también pedía que mostrase como había
ganado destreza en las medialunas y en los lances de brazo.
La chica de City Bell le regaló remeras nuevas: una Lacoste y otras sin mangas, del
tipo llamado “musculosa”, con colores flúo y frases en francés; nunca se las puso para
andar por la calle, salvo la noche del estreno de la Lacoste en un baile del aeroclub.
Todavía era verano, pero con los primeros fríos del otoño empezó a temblar y a
abrigarse como si estuvieran en pleno invierno. Todos le preguntaban si tenía frío y él
confesaba que sí, que se cagaba de frío. Había uno en camisa, una mina con remerita y
otro con campera liviana de verano, y él los acompañaba con pullover, campera de
cuero con forro de piel y cagándose de frío mientras los otros se burlaban diciéndole
que también en eso se le notaba que rea negro, y que el frío le agarraba porque estaba
extrañando al Africa.
A los que en ese momento andaban con el Pichi les bancaba cualquier cosa. Sin
embargo, jamás lo burlaron con el tema Las Malvinas.
–No banco el frío: no me resfrío, no tengo fiebre, pero por mas que me abrigue y me
tape paso la noche temblando– Se quejó un día en el barrio y una vieja que a veces le
hacia las compras dijo que seguro era por el pescado:
–¡Tomate un vaso de leche caliente con mucha azúcar antes de dormir y vas a ver
que se te pasa..!– Recetaba la vieja.
Y fue tomar esa única leche caliente y dulce y comerse dos paquetes de galletitas
de chocolate para olvidarse para siempre del pescado, de la definición de las fibras
musculares y de tantas semanas perdidas cagándose de frío.
Se acuerda de la escena del bar del cruce de Varela: dos chabones estaban desde
hacia media hora pegados a la compactera. Escuchaban el mismo tema de Sting y
cada dos minutos corrían al mostrador a comprar fichas para repetirlo. Unas pibas,
novias de ellos, hablaban en una mesa y aunque festejaban cada vez que la máquina
volvía a empezar con su Sting, se la pasaban mirándolo solamente a él. El ruido y los
gritos en inglés eran insoportables. El estaba esperando a uno que lo iba a acercar en
buggy hasta el barrio y como ya no aguantaba mas el frío se acercó al mostra dor, puso
las manos sobre la máquina de café para calentarse y le pidió al negrito de la máquina
que le preparara una leche caliente. El pibe lo miró asombrado porque él allí siempre
pedía cerveza negra, pero obedeció. Como la leche estaba hirviendo, los tres sobrecitos
de azúcar se disolvieron de inmediato. Casi ni tuvo que revolverla y empezó a tomarla
de a poco, con la cuchara. Estaba en eso cuando llegó el del buggy y le dijo algo así
como:
–¡Pichi qué mambo debes tener para coparte así con un submarino..!
Parece que por la cara que ponía al sentir el sabor de cada cucharada de leche el
tipo pensó que estaba tomando chocolate y que venia recolocado de porro, o en un trip
de ácido.
Él le juró que no había fumado y el otro nunca se lo creyó: lo mas rico del mundo es
la leche con mucho azúcar cuando hace dos meses que venís comiendo y comiendo
pescado, pensaba con cada cucharada, y sentía que la leche caliente le entraba por la
sangre como un pico bien hecho: pegaba en la lengua, bajaba como una capa de aceite
que se estira despacio en el agua del puerto, y cuando, todavía quemante, pasaba
desde la garganta al medio del pecho, todo entraba en calor y se pintaba de un color
blanco achocolatado, que, bien visto, debía ser el verdadero el color de lo dulce y de lo
caliente.
–¿Y no te da asco la leche cuando se empieza a enfriar y se le forma la nata gorda
arriba?– Le preguntó el del buggy y recuerda que le contestó
–Asco es ser pobre... Todo lo demás viene por añadidura.
< /i >Lo recuerda porque fue la primera vez que usó esa frase que no era suya. Se
la había oído a un tipo del Modín y desde aquella noche de la leche siempre la vol vía a
decir. Pero en el barrio todos pensaban que era de él, y aunque lo jurase, nadie lo
creería capaz de repetir la frase de otro. Aquí, ni a los mas chicos allí les permiten
copiar.
Tantas mujeres hay sin trabajo y tanto hablan y chismosean porque les sobra el
tiempo, y porque, menos culiar, todo lo hacen a medias con las amigas o con las
mujeres de los lotes de alrededor, que cada palabra nueva que alguien trae –y mas si
es una frase nueva–, enseguida empieza a usarse y, por lo menos ellas, cuando la
escuchan, deben acordarse de quien la trajo, o, mas o menos, de que clase de
ambiente viene.
Como “pagano” o “hereje”: ¿quién no las conoce desde chico?. Ahora que las había
empezado a usar el cura y que, contagiados, los pibes las usan como puteadas para
reprochar un foul o un gol en contra y las viejas para quejarse de las brigadas de
EDESUR que cortaban las conexiones y las dejan sin electricidad para las heladeras
cuando llega el verano. O como las palabras que traen de Quilmes y La Plata los que
estuvieron presos: “quilú”, “yuta”, “piloncho”, “guarracera”, “lotubo”, –el vino–,
“tranchiar” –dar algo a cambio–, “exfamia” y otras nuevas que alguien copió cuando
pasó dos noches en la Alcaldía de tribunales, o que otro aprendió sin darse cuenta
después de tres años en Batán y que por tanto oírlas y repetirlas, ahora hasta las viejas
las dicen como si esas palabras hubieran existido siempre.
Y el Pichi, que una vez, hablando de una paraguaya del rancho de los albañiles,
discutiéndole a unas que decían que era “mas fea que un loro” dijo por primera vez la
frase “feo es ser pobre… Todo lo demás viene por añadidura”, al día siguiente empezó
a oír que las mas jóvenes ya la estaban usando con cualquier pretexto y se enteró que
hasta una recién parida en el hospital, cuando le preguntaron si el parto le había dado
mucho dolor contestó que dolor era ser pobre y que todo lo demás se daba “de
añadido”.
Por eso ahora, si usa esa frase dice:
–Como decía un viejo del Modín, hijo de puta, “triste es ser pobre... todo lo demás
viene por añadidura...”
Porque le daría vergüenza que alguien, creído de que él inventó el dicho, un día
descubra por casualidad que era copiado: copiar es de giles, de pendejitos, o de mina.
El verdadero macho no copia.
< /i >–Dame mimitos loco que estamos cagándonos de frío...–Pedía ahora por
teléfono. “Mimitos” quería decir calefacción central en los hoteles, o cargarle el termo
con agua a punto para el mate a un preso que se quedó sin querosén para el
calentador.
–Ya te doy... Al principio te va a venir un poco fría... ¡Aguantate..! –Vibraba el
auricular. Después reprochaba:– Pero te aviso que la mina de limpieza se quejó del olor
a porro que se siente al pasar por la puerta...
–Y qué querés... Si abrimos la ventana nos recagamos de frío.. ¿Hay morfi?
–Si... ¿Qué querés?
–Mandá hamburguesas...Mandá cerveza... Mandá bamburguesas con jamón y queso
y lechuga y algo dulce... ¡Alfajores! ¿Hay alfajores..?
–¿De chocolate o blancos?– Averiguaba el del teléfono.
–De los dos.. Mandá de los dos y mandános café con leche...¿Che..?
–¿Qué?
–Ya se prendió... Ya corre el aire... ¿Cuánto mas va a tardar en calentar?
–Diez, como más quince minutos... Aguantate y ventilá un poco la pieza que si la
baranda la llegan a sentir otros clientes se pueden rayar..–Dijo la voz, antes de cortar.

< /i >

–Ahora tendría que despertar a la Enana, – pensó mientras la envolvía en la manta


para llevarla alzada hasta la cama. –Casi no pesa nada, – calculó: –cuando mucho ha
de pesar cincuenta kilos. Menos que una bolsa de harina. Menos que un peso mosca:
quien sabe metiéndola entre las sábanas heladas se me despierta antes de que se
enfríe el café.
Sintonizó el canal de noticias y aumentó el volumen del sonido desde el control
remoto. Transmitían escenas de una interpelación de diputados al ministro de
economía: ver a los políticos buscando cámara y notar el parecido entre los radicales,
los peronistas y los de la zurda le hacía simpatizar con el ministro.
Si Susi despertase le diría que el ministro es un asesino, que terminó de entregar el
país y que trabaja para los yanquis y para los mafiosos de la economía, pero que se
notaba que era un tipo verdadero y que laburaba. Los otros, que hablaban de los
jubilados, del hambre en las provincias y de los sueldos de miseria eran chorros,
mentirosos y no servían para nada. El ministro siempre terminaba dejando daba la
impresión de estar diciendo la verdad.

< I >Los evangélicos la habían llamado para cubrirles otro sábado. Esa tarde, y
hasta después de medianoche, Susi debía quedarse en el Hogar Evangélico,
cuidándoles los chicos. Como siempre, era sábado, pero este fin de semana habían
agregado chicos de otro asilo: había uno sin manos, otro sin pies, y tenía que cuidar a
otro sin nariz y sin ojos que había aprendido a moverse con muletas blancas. La única
nena del grupo había nacido sin cabeza, aunque una mata rubia de bucles le brotaba
de la punta del cuello. Los cuatro chicos lloraban y reclamaban comida, pero cada vez
que se daba tiempo para atenderlos, se negaban a comer. La encargada del hogar le
explicó que eran todos hijos de mujeres que habían tomado vino adulterado con un
tóxico y ella entendió que estaba insinuando que el culpable era el Pichi, que había
robado esas damajuanas en un laboratorio de la Universidad.
Los evangélicos se iban a una fiesta en City Bell, la saludaban con pañuelos desde
las ventanillas del ómnibus que habían alquilado para ir todos juntos y se perdieron de
vista por la ruta cantando himnos sobre la alegría de Jesús. Pero los chicos no paraban
de llorar y a medianoche, cuando volvía el ómnibus y ya estaba por pasar a buscarla el
Pichi, no habían dormido ni un segundo, ninguno había querido jugar ni probar la
comida y todavía seguían llorando. El Pastor bajaba del ómnibus y los llevaba al
dispensario para sentarlos en la balanza. Los chicos eran pesados como piedras y
seguían llorando cuando el Pastor la obligó a pesarse también a ella: esa noche había
adelgazado veinte kilos por amargura. Ahora tendría que internarse y no podría ir a
bailar.
La encargada del hogar se negaba a pagarle porque no había sabido entretener a
los chicos. Pero después llegaba el Pichi y le arrebataba el monedero del escritorio y la
acusaba de mentir. Al los gritos, delante de los chicos y del Pastor, le decía que lo del
vino lo habían inventado ellos para taparse y que todos sabían la verdad: esos chicos
eran abortos que ellos habían resucitado sacándolos del pozo ciego del chalet de la
partera para hacer los experimentos de esa universidad norteamericana que les
mandaba plata. Con los gritos del Pichi los chicos se calmaban y estaban dejando de
llorar. Sentía frío y sabía que el Pichi la estaba destapando para despertarla, pero ella
necesitaba dormir mas para recuperar los veinte quilos que había perdido aquella
noche.
Los del patrullero le habían pedido que los acompañara hasta una casa. Como
prometieron que le darían diez gramos mas pensó que iban a pretender encamarse con
ella, pero la llevaron a la casa de la familia de otro policía. Allí, los timbrazos desperta-
ron a una abuela que abrió el garage para que entrasen con el auto. La llevaron a un
quincho y al rato apareció el otro policía, el dueño de la casa, en pijama y medio
dormido. Los otros dos lo llamaban jefe. Era mas viejo, y debía ser el jefe: no tuteaba a
nadie. Quería saber dónde había estado el Pichi la noche anterior y como ella les dijo
que en los videos Nova de Lomas, el de civil le retorció la muñeca, le gritó que mentía y
estuvo a punto de golpearla hasta que el jefe lo calmó. Después, mas suaves, le
preguntaron quién los había ido a buscar a Lomas y cuando ella les dijo que era un tal
Mario ellos le preguntaron si tenía un Duna blanco. Ella había dicho que sí, que seguro
era blanco y que le pareció que debió ser un Duna o un Renault. Querían saber donde
había estado afanando el Pichi y ella dijo que creía que en una villa de la Panameri-
cana, en el norte. Le preguntaron con quién había ido y ella dijo que con un grandote
de bigotes, que parecía policía o militar. El viejo quería saber si ese tipo aparecía
seguido por el barrio y ella le dijo que lo había visto una o dos veces, y siempre porque
buscaba al Pichi. Le dijeron si quería trabajar para ellos y ella miró la bolsa que tenían
secándose frente a la estufa del quincho y les dijo que sí. Ellos también miraron la
bolsa y mientras el de uniforme la abría y empezaba a separar una parte para ella y
otra para el viejo, el de civil le anotó un número de teléfono en la agenda y le pidió que
lo llamara todos los días a las ocho de la noche, para ver si tenían noveda des. Tenía
que preguntar siempre por Willy: no parecía un nombre de policía. El de uniforme la
llevó en el patrullero hasta el cruce de Varela y mantuvo el auto en marcha hasta que
apareció un ómnibus de la línea Río de la Plata.
El chofer del ómnibus debió haberla visto bajando del patrullero, porque no le quiso
cobrar y le pidió que se sentara en la primer butaca. Venía casi sin pasaje ros y durante
todo el viaje buscó entrar en conversación. Cuando empalmaron la autopista, por la
zona de Wilde, hizo un ademán, señalándose la entrepierna. Ella estuvo a punto de
reaccionar pero mirando hacia el lugar que el tipo señalaba, se dio cuenta de que se
estaba jactando de llevar un revólver. Después lo entendió: el tipo le contó historias
sobre los asaltos en la autopista: desde los puentes elevados tiraban bulones para
romper el parabrisas de los ómnibus y cuando el chofer se detenía para sacar las
astillas y pedir auxilio a bocinazos le entraban por el parabrisas y se robaban todo.
–La única manera de zafar es a tirar antes que ellos... –decía y después contó que
ponían alambres de púa disimulados entre ramas, en las zonas de los pozos, y que
cuando el ómnibus pinchaba una goma lo rodeaban, lo prendían fuego y a los
pasajeros, a medida que iban saliendo, los desnudaban en la banquina y les robaban
hasta la ropa. A veces violaban a las mujeres.
Decía que los asaltantes estaban cada vez mas organizados: que usaban teléfonos
celulares y sabían cuánta gente viajaba en el ómnibus, dónde había subido cada
pasajero y por dónde andaban los patrulleros en el momento de empezar el asalto. Le
preguntaba si ella tenía cosas de valor y después le pidió el número de teléfono. Ella le
dio un número cualquiera de la zona de Quilmes y el chofer dijo que no necesitaba
anotarlo, porque era fácil. Cuando llegaban a Constitución se lo repitió de memoria y le
dijo que estaban por entregarle un Duna cero quilómetro y que en cuanto lo tuviera la
iba a llamar para invitarla a salir.
En la terminal de Constitución, cuando trató de abrir la puerta del taxi, sintió dolor
en la muñeca y en el brazo y recordó el tironeo del tipo de la brigada.
–Ya me las vas a pagar.. – Pensó, y después pensó:– Hoy me tocan los choferes que
hablan.
Porque el del taxi no había parado de hablar: cuando ella dijo que iba a Libertador y
Bulnes, le preguntó si vivía allí y como ella no respondió, debió imaginar que sí y dijo
que esa esquina se llamaba Barrio de La Paloma: era una zona de hinchas de River y
que el bar La Paloma había sido la sede de los jugadores y entrenadores del club. Era
un boliche del hampa, porque por quedaba cerca de la cárcel de Las Heras, donde
metían a los delincuentes peligrosos antes de la inauguración del penal de Caseros. El
tipo parecía estar hablando solo y ni siquiera la miraba por el retrovisor.
El taxi era cómodo. El tipo había dicho que era un Ford Sierra justo cuando ella
estiraba las piernas para ensayar el ejercicio. “Telepatía”, pensó mientras practicaba:
haciendo fuerza como para contener la orina, y entrando el vientre al máximo,
conseguía la primer contracción. Sintió que el paquete seguía bien colocado, casi en el
fondo y se tranquilizó. Repitió el ejercicio cuando pasaban por una rotonda ubicada
entre el puerto y la casa de gobierno. Esta vez le produjo una excitación que circuló
desde abajo de la cintura hasta el vientre y subió después hasta los pezones mientras
el chofer le contaba que habían internado a Charly –un músico– y que un compañero
suyo lo había llevado en ese mismo taxi, totalmente drogado, sostenido por los dos
guardaespaldas.
El chofer empezó a hablar sobre drogas y el peligro de llevar a cualquiera en el
auto. Mariana recordó una pituca que guardaba en el fondo de un atado de Marlboro y,
por eso, pidió fuego al chofer, prendió un cigarrillo de tabaco y aprovechó para tirar el
paquete por la ventanilla. El aire helado terminaba de despertarla.
–La Capital es para tomar blanca, – pensó, o, mejor dicho, se imaginó diciendo–, no
para fumar porrro: porro en la Capital sería de última...
A la izquierda vio la calle Corrientes: las luces de vapor de mercurio estaban como
debilitadas por la neblina, y aunque pocos autos bajaban la barranca del centro, había
mucho tránsito por la avenida Libertador. El chofer habló del tema en ese mismo
momento: comentaba que desde hacía unos meses la madrugada de los viernes había
mucho mas trabajo y mas accidentes, porque estaba de moda ir a bailar los jueves a
medianoche. Mariana quiso saber la hora. Eran las cinco y diez y no tenía nada que
hacer hasta las ocho de la mañana. Preguntó si por el camino habría algún veinticuatro
horas que vendiese walkmans. El chofer se detuvo un par de veces, después dio un
rodeo por la Facultad de Derecho y por la avenida Alvear y finalmente la llevó a una
estación de servicio donde vendían compacts y cassettes. Como no tenían walkmans,
ella compró chocolate, una revista Elle y tres cajas de preservativos Prime, que, ahora
todos estaban diciendo que eran los mejores y allí los ofrecían en un exhibidor
giratorio.
Cuando llegaron al Dandy el chofer le preguntó si vivía allí y ella volvió a decir que
sí mientras él le contaba que a un par de cuadras vivía el ministro de economía y que
los jubilados iban todas la mañanas a protestar y cortaban el paso de autos
particulares.
El viaje había costado ocho pesos. Le pasó al hombre un billete de diez y cerró la
puerta del Sierra sin esperar el cambio: otra vez sentía la puntada en la muñeca y
entró al bar diciéndose que ya se la iban a pagar. Pensaba en los choferes, pero
también en el policía de civil, en el Pichi y especialmente en Susi.
–Es una negrita, una siervita...– pensó imaginando lo ridícula que resultaría a quien
la viese, a esa hora, sentada en una mesa del Dandy.

< /i > Dos veces se había dormido y las dos veces lo despertaron las piernas de
Susi. Cruzaba una pierna sobre su vientre, empezaba a moverla, lo incomodaba,
después lo excitaba y empezaba a tocarlo con las manos y a lamerlo y le decía:
–¡Vos no hagás nada Pichi, me muevo sola yo..!
Pero él, llegado cierto momento, no podía evitar moverse tratando de penetrar mas
y pensando que lastimaba adentro cuando ella gritaba y ya no pedía mas que se
quedara quieto.
Susi estaba convencida de que él no podía durar mas que unos minutos haciendo
el amor porque se sacudía demasiado
–Es mi manera... –Decía él y muchas veces tuvo ganas de decirle que si no le
gustaba así se buscara otro.
–Ni hablar del tema...– Le respondió la única vez que ella se había quejado
directamente.
Y ahora él empezaba a tocarla. Pensar que era tan chiquita, que parecía una
ardillita cuando se sentaba desnuda al pie de la cama y empezaba a lamerle entre las
piernas, le producía esas ganas de agarrarla como a un muñequito de carne y de
apretarla cada vez mas fuerte hasta dejarla sin respiración.
Ahora, dormida y tan fumada, le parece mas grande: ya no es un animalito y en el
espejo de ahí enfrente parecemos un hombre y una mujer.
Susi estaba húmeda, empapada. Se dejaba tender boca abajo y abría las piernas, y
le pareció que hasta alzaba un poco las caderas para ayudarlo a penetrar, pero durante
todo el tiempo ni se movió ni habló, ni gritó como otras veces, aunque, hacia el final se
le notaba la respiración agitada.
Quedó con hambre y sed. Comió otro alfajor de chocolate y tomó los restos de
cerveza que quedaban en la botella. Todavía estaba fumado y al pararse a buscar el
control remoto tuvo la sensación de que las piernas se le hundían en la alfombra y
quedaban pegadas allí, mientras su cuerpo salía flotando por el cuarto y alrededor de
la cama, y, si quisiera, podía pasar entre la cama y la pared o patinar por el aire sobre
el piso del baño sin sentir el frío de los mosaicos.
Volvió a la cama llevando un alfajor en cada mano. Al acostarse, cuando decidió
cerrar los ojos y dormir, miró por última vez la pantalla del televisor colgante y cerró
los puños convirtiendo la masa de harina y dulce en una bola crujiente y pegajosa que
escapaba por las junturas del papel y enchastraba sus palmas.
Afuera estaba empezando a amanecer. No se veía el sol, pero las nubes bajas se
iban tiñendo de tonos rosados y naranja como cuando está a punto de llover. Después,
filtrándose a través de las nubes y de las cortinas, la luz llenaría al cuarto y quizás los
despertase antes de que los de conserjería avisen el final del turno.
El sol sale por ahí, hacia el este, justo después de las fábricas, entre las vías del tren
y la barranca del río: el sol ahora debe estar saliendo por los sembrados. ¿Como
andarán los sembrados? ¿Como van a ponerse los sembrados de la costa después de
esta lluvia, cuando vuelva el calor? ¿Habrán crecido los zapallos? ¿Será verdad lo de los
zapallos?

< /i >Tendría que haberme ido a sentar al Openplace, pensó al descubrir que el
Dandy estaba casi vacío. Había una mesa con dos parejas, otra mesa con una pareja
que miraba hacia la calle, una mesa de hombres solos –gente mayor que parecía
venida de una reunión de ejecutivos, o, tal vez, del velorio de un ejecutivo– y, cerca
suyo, otra mesa con un viejo con anteojitos de leer, parecido al locutor Grondona, que
cuando ella entró ni había levantado la vista de sus papeles.
En cambio el mozo la había tratado muy bien. Le dijo buenos días, le acomodó la
silla y le miró la ropa como si se hubiera dado cuenta de los jeans y la campera de
Kenzo, importados. Había pedido café doble y tarta de limón. Tal vez esa mañana
volvieran a sacarle sangre, pero como no le habían avisado, no tenía porque privarse.
El tipo de anteojitos seguía leyendo y tenía por lo menos tres diarios y una revista.
Tenía cara de católico. Si no fuese por la ropa sport cualquiera lo confundiría con el
locutor Grondona, del que siempre se supo que era muy católico.
–¿Por qué –se preguntaba– esta frula te pone tan tranquila y te despierta tanto?
Tuvo ganas de inhalar otra vez y planificó que después del café pasaría al baño y
aprovecharía para cambiar el paquete y tratar de moler una piedrita, y, en caso de que
estuviese húmeda, se la frotaría por la boca como hacía la gente del sauna de la
galería Rusthique.
Practicó el ejercicio de mover por dentro: el paquete parecía seguro en su lugar y
sintió un cosquilleo de placer, esta vez bien abajo, difundiéndose hacia las piernas.
También este ejercicio lo había aprendido en el Rusthique: para algunos hombres
resulta necesario que la mujer haga estos movimientos y se entusiasman si una les da
a entender que se producen solos y que no puede controlarlos. Es increíble que muchas
mujeres jamás consigan llegar a hacerlos.

< /i >–Es como con los pies– le había explicado una gorda muy rara en el Sauna del
Rusthique– casi toda la gente puede juntar y separar perfectamente los dedos de un
pie, pero los del otro, los puede separar pero no los puede apretar, o, al revés, los
puede cerrar y apretar hasta que parecen un puño, pero no puede separarlos. Con la
concha pasa igual… ¡Y no hay vuelta que darle! –Explicaba, convencida.
Ella intentó: podía abrir los dedos del pie derecho y juntar bien los de el izquierdo.
Tratar de separar los del izquierdo o juntar los del derecho le producía un hormigueo
desagradable en toda la pierna pero ningún movimiento de los dedos ni en la planta
del pie. Vuelve a intentarlo ahora y dentro de las botas ocurre lo mismo. Así debe
pasarle a algunas minas con la concha, pensó justo cuando entraba al Dandy una
pareja de rubios altísimos. La mujer tenía el pelo suelto y caminaba con pasos largos,
como de hombre, pero parecía una modelo. Tenía botas de carpincho, de taco bajo. El
tipo la miraba a ella y mientras estuvo tomando el café y comiendo la torta varias
veces pudo comprobar que la rubia también miraba hacia su mesa y que él le sostenía
la mirada sin preocuparse por su acompañante.
–Seguro –pensó Mariana– que en cuanto empiece a hojear la Elle se me aparece una
foto de esta misma mina desfilando ropa...

< /i >Tendría que haberme ido a leer los diarios a The Horse, pensó Wolff al mirar
los titulares. Se había comprado Clarín, Nación, el diario financiero, el diario inglés y la
Time y la Newsweek que esa semana habían llegado con dos días de atraso.
Cualquier conocido que apareciera el Dandy y quisiese desayunar en su mesa iba a
largarse a comentar la interpelación al ministro, con opiniones predigeridas por los
noticieros y los programas periodísticos de la televisión.
En cambio, si estuviera en The Horse escucharía a todos comentando la visita del
príncipe inglés y no iba faltar algún militar retirado que fabulase una imposible
conspiración o un episodio disparatado para precipitar un cambio de gabinete.
Por el espejo controlaba a la única mujer sola que había en el lugar. Jeans Kenzo,
campera cara: carne de shopping –pensó. Cada tanto me mira: está esperando a un
tipo. Tiene una revista: si fuera un gato, me habrá visto como a un recién divorciado, se
hubiera puesto mas de perfil y ahora estaría jugando con un mechón de pelo para
llamar mas la atención.
Está esperando a un tipo: seguro que es la novia de un chofer, o de un empleado
de vigilancia que termina su turno a las seis y se la lleva a su casa en Ramos Mejía.
–Esta mina es de Ramos Mejía... – Se convenció. – No es gato pero igual me ha visto
pinta de divorciado, se repitió y volvió a pensar en la poca atención que la prensa le
concedía a la visita del príncipe. –¿Sería a éste o era el hermano al que los generales
desafiaban a pelear por la cuando se enteraron que venía la flota y todavía que los
ingleses no iban disparar ni un tiro...?
–Si... No habría que descartar que sea un gato porque miró otra vez antes de
prender el cigarrillo y se nota que no espera a nadie... –Calculaba Wolff.

< /i >Había pasado cerca de media hora en el vapor del baño variando la presión
de las toberas del hidromasaje. Después, ya seco, se había masajeado el cuero
cabelludo con un casco eléctrico, aplicándose la loción que le habían preparado en la
peluquería de Unicenter.
No toleró seguir viendo su imagen en el espejo por el plazo recomendado por el
tratamiento. Quince minutos mirándose, obediente al consejo de un peluquero, con el
cable partiendo del centro de su cabeza como un electroencefalógrafo, en contraste
con su piel hinchada y sobrehidratada por el baño de vapor le producían el efecto de la
imagen de una cuarentona preparándose para una salida de sábado con amigas.
Interrumpió apenas habrían pasado cinco minutos y, no obstante, su pelo, ya
bastante gris, había ganado cuerpo y parecía arreglado para una toma de publicidad, o,
peor, mutiplicado por un entretejido o un implante quirúrgico.
Mirándose al espejo, rato después, vestido, confirmó esa impresión que llamaba
para sí “cara de divorciado”: hacía años que los divorciados le representaban una
posición tan despreciable como los las cuarentonas que programan salidas al cine para
la noche de los sábados, los secretarios de tribunales que nunca terminan de ascender
y esa nueva promoción de contadores que estaba floreciendo al amparo de la política
tributaria del ministro.
Un divorciado es un cuerpo errante, hecho de restos de algo que fracasó. Habría
que prohibir el divorcio. El divorcio es una institución errónea, diseñada para facilitar la
recurrencia en el matrimonio de alguien que ya probó que no sirve para eso. Es decir:
que no sirve para nada. Un verdadero hombre debe tener su economía bien organizada
para comprar una mujer de modo que, bajo ninguna circunstancia, puedan llegar a
confundirlo con un divorciado.
En cambio –pensó– las divorciadas parecen ganar algo con el divorcio. Tal vez
porque las divorciadas que perdieron nunca están al alcance de la vista: están llorando
histéricas en sus habitaciones, prostituyéndose en el barrio para mitigar en un solo
acto la soledad y la miseria, o padecen, neuróticas, sirviendo de secretarias con
fibromas y várices y apestando con su malhumor el espíritu de las organizaciones que
las contratan solamente porque son mas baratas y mas serviles que las aspirantes de
buena presencia.
Las divorciadas a la vista, las que circulan, son un rango superior: un estado
intermedio entre las mujeres y los seres humanos. Un buen divorcio, bien dotado y con
la sombra de un ex–marido que fracasó y paga por ello, provoca como un estiramiento
del cuerpo de la mujer.
–Ves a una mujer que de repente parece mas alta, su voz se torna un poco grave y
mucho mas sonora, embellece, no plancha mas, no espera y seguro que es una que
acaba de divorciarse de un tarado dispuesto a pagar. –Pensaba Wolff y alternaba la
lectura de Newsweek con miradas de control al espejo.
–Esta tendrá que recorrer un largo camino antes de convertirse en una divorciada.
Si todo llega a salirle bien, dentro de quince años será una cuarentona a cargo de un
franchising de bijouterie solventado por el macho, o estará administrando los alquileres
de los departamentitos y los locales que con el tiempo irá comprándole el marido.
Seguro que cuando termina de tomar el café prende un LM Light y se levanta,
fumando, para ir al baño...– apostaba Wolff pensando: –Tiene el tipo de esas minas de
Ramos Mejía que van al baño fumando y que siempre emergen de la puerta tocándose
la nariz... Prenden un cigarrillo y eso les da ánimos para enfrentar las mi radas del
público antes de pararse. Después llegan al baño inmundo y, sin pitar, tiran el cigarrillo
en el tacho donde apilan sus apósitos ensangrentados y allí se quedan durante un largo
rato pintándose y ensayando poses y señales frente al espejo... Y cuando salen se
tocan la nariz solo por hacer algo con la mano, o tal vez para olerse los dedos, verificar
su higiene, o evocar el gesto infantil de taparse las narinas como señal de que se
acaba de salir de un lugar hediondo.
Ella acababa de pedir fuego al mozo y, fumando, volvió a guardar en su cartera un
paquete de cigarrillos colorado.
–Ahora se para y la veo caminar... – Calculó Wolff.
Pero pasaron varios segundos, tal vez minutos, y seguía bien plantada en su mesa,
“como clavada en esa silla”, pensó, y recordó escenas de los años cincuenta: las
charlas de café, la ofuscación que provocaban los tragos de americano, gin, fernet y
martinis y el eterno entumecimiento de las piernas, efecto de los Actemin y de la
Ritalina de la época. La de Ramos Mejía no parecía drogada. Al revés, diagnosticó: la
parsimonia con que fuma, la morosidad con que se fue comiendo de a trocitos su tarta
de frutilla, esa manera de casi–moverse, como escuchando música, mas que drogada
parece satisfecha por algo. Tal vez ella también tiene un cheque de cuarenta y cinco
mil para cobrar a mediodía.
–Pero no viene de bailar, se dijo.

< /i >–¿Venís de bailar? –Se oyó decir Wolff.

Su voz sonó como si procediera de otra mesa y de inmediato se arrepintió: soy un


imbécil y ahora puede pasar cualquier cosa. Ni siquiera me saqué los lentes de leer
antes de abrir la boca. Justo me estaba mirando, pero no debí haberle hablado a tantas
mesas de distancia. Me tengo que parar. Debo dejarme puestos los anteojos, para no
parecer un divorciado coqueto. Pero ahora: ¿Me levanto y voy hacia ella como si se le
hubiera caído algo de la cartera..?
Ni el mozo ni la pareja de la mesa cercana lo habrían oído. Ella había dejado de
mirarlo: lo había escuchado pero no respondió. Seguía casi moviéndose como al
compás de una música inexistente.
< /i >El sol debe salir por aquel lado, hacia el este, justo después de las fábricas,
entre las vías del tren y la barranca del río: el sol está saliendo por los sembrados.
¿Como andarán los sembrados? ¿Como van a ponerse los sembrados de la costa
después de esta lluvia, cuando vuelva el calor? ¿Habrán crecido los zapallos? ¿Será
verdad lo de los zapallos..?
El Pichi trata de recordar la cara y la voz del primero que le habló de los zapallos:
era petiso, peludo y ancho. Tenía el aspecto de un tapir de dibujo animado con bigo tes
grises como de cepillo. Decía que se llamaba Frejenal: parecía un nombre falso. Había
estado preso en Batan por tráfico de armas: no le pudieron probar nada pero en medio
del proceso saltó que había sido pegador en una de las tumbas que tenía el ejército en
tiempos de la subversión y apareció la noticia los diarios de La Plata.
Tenía cara de mal tipo, de pegador. Hablaba con voz afónica y contaba que estaba
trabajando para la DEA, que lo habían hecho seguir un curso con policías de Uruguay,
Chile y Argentina sobre la lucha contra las drogas. El tipo explicaba que cuando hay
mas de diez plantas de yerba juntas los satélites las detectan por la radiación
infrarroja, y que en México inventaron poner semillas de zapallo unos meses antes de
la siembra: cuando se mezclan algunas enredaderas de zapallo de hojas anchas con las
plantas de porro, los sensores del satélite no alcanzan a detectarlas con la misma
facilidad
Hacía un año que venía oyendo hablar de los satélites. La cosecha pasada llegó a
temer: tenía sembradas trescientas plantas, bien separadas una de otra, todas a un
lado del arroyo, y cada vez que iba a mirar la floración temía que las hubieran
detectado y que hubiesen mandado gente a la zona a espiar. Este año brotaron mas de
mil plantas y piensa que va a ser un quilombo cosecharlas, separar lo bueno y secar y
prensar todo. Le había estado comentando eso a la Susi:
–Este año le tengo mas miedo a los satélites que a los milicos brígidos de la brigada
de Quilmes..

< /i >Ya un par de veces habían caído los de la brigada a los entrenamientos. Por
el viento, alguien de Hudson habrá oído tiros de FAL y los denunció. La primera vez
aparecieron directamente a cara de perro para llevarlos en cana a todos. Hubo que
negociar: el gordo les habló y les dijo.
–Somos diez. Todos ex combatientes. Si nos quieren llevar, llevenmé a mí y a otro
mas que sorteamos, pero si se quieren llevar a todos van a tener que venir con un
blindado y traer ambulancias para todos.
Los canas transaron: querían ver los papeles con la autorización de tenencia del
FAL, anotaron el nombre y los números de los documentos del gordo y se fueron sin
llevase a nadie.
La segunda vez fueron de curiosos. Era un subcomisario, que había hecho un curso
de comando el que había tenido la idea de volver porque quería ver como se
entrenaban. El gordo les creía: decía que había hablado mucho con el subcomisario y
que todos los de la brigada eran nacionalistas: “gente mas que fiable”, decía.
Él trató de hacerle entender que a los policías no se les puede creer, que son peores
que los ingleses. Ultimamente se entrenan sábado por medio y no llevan las armas.
–Tengo que convencerlo al gordo para que desde el sábado que viene cambiemos el
lugar de las prácticas– pensó, y después empezó a imaginar que llevaba una granada
en cada puño y que practicaba lanzarlas corriendo, sin cambiar el ritmo de la carrera y
aguantandoselás sin seguro durante cinco pasos para que estallen justo al caer en sus
blancos: un pelotón de ingleses, una estación de servicio Shell, un casino de oficiales
argentinos borrachos.
–Cuando termine de amanecer en este hotel va a ser como el fogonazo de una
granada de práctica y no se va a poder dormir mas... –Pensaba. Se sentía cansado,
como golpeado.

< /i >

< /i >Sobre la curva de Juan B. Justo y Gavilán Saúl vio el cielo por primera vez
esa mañana. No eran las seis y amanecía nublado. Por el color de las nubes le pareció
que volvería a llover. Por el frío y la lluvia tal vez esa mañana tuviera menos gente.
–Lo único que pido–venía diciéndole a Diana– es que no venga mucha gente: llega
la una del mediodía, miro las planillas y me dan ganas de escaparme al shopping a
pedir trabajo de vendedor de planes de seguro, o de turismo por tiempo compartido...
Los viernes a las doce Diana se tomaba dos horas para almorzar y pasaba a
buscarlo. Entonces la hacía pasar al consultorio y ella entraba con ganas de hablar y
con apuro por bajar a comer, justo cuando a él le faltaba repasar las planillas, copiar
los resúmenes y actualizar las tabulaciones: se le iban diez minutos de trabajo de
oficina sin computadora y en esas planillas de papel gris que les donaba una fundación
con el sellito que indicaba que el papel era reciclado.
En la luneta trasera del Fiat llevaban una calcomanía con el mismo tema: un
triángulo formado por tres flechas que sugerían la ilusión de un movimiento continuo
de los deshechos de la industria.
Le había tocado un Fiat de una partida especial de autos económicos. Los que
habían construido con matrices descartadas, bajo un acuerdo entre la fábrica que los
armaba con rezagos de viejos modelos, el gobierno que cobraba menos impuestos y los
bancos que financiaban la compra con intereses que, aunque usurarios, eran menores
que los que los distraídos consumidores de clase media solían pagar por sus compras a
crédito.
Saúl debía pagar ciento cincuenta pesos cada mes y calculaba que la suma
equivalía a tres mañanas de trabajo oficinesco en el consultorio y que la cola del único
banco que en la zona estaba habilitado para la cobranza le ocupaba un plazo
equivalente a dos consultas en el hospital. Calculaba que era el tiempo de la lectura de
los últimos análisis, el examen clínico, la encuesta sobre hábitos, y la decisión de
ordenar nuevos análisis, medicación, exámenes e internaciones: quince o veinticinco
minutos.
Imaginaba siempre una escena: está él con guardapolvo bajando la escalera del
banco para ingresar al laberinto de cordeles de seda que en el subsuelo de esa
sucursal ordena las colas de público. Lleva un mazo de papeles: cheques, facturas,
talonarios de cuotas a pagar y recibos y comunicaciones. Del mazo de papeles y
cartulinas comienza a irradiar una imagen: son las tres flechas que representan el
reciclado que, girando como agujas de un reloj, crecen desde su mano, le trepan por el
brazo y terminan bordándose en la pechera del guardapolvos.
Visto desde la escalera del banco, todo el público aparece con la misma señal
grabada en las espaldas. Las flechas giran a idéntica velocidad: de ese modo
consiguen que cada paciente del banco actúe en sintonía con las mujeres de la caja
que tienen esas mismas flechas girando en los ojitos justo en el lugar donde deberían
estar las pupilas.
Cada vez que baja al banco, desde la cola mira a las empleadas de las ventanillas, y
mas allá, a los jefes y empleados que vigilan monitores, y calcula cuántos serán
seropositivos: alguno debe ser homosexual, aquel tipo bronceado, puede ser un
transfundido en terapia intensiva a causa de un accidente de ski, esa mujer mayor,
pintada y sobrecargada de joyas puede ser una de esas que contratan por teléfono los
servicios de un taxi–boy... Por lo menos, calcula, uno o dos entre éstos es o será alguna
vez seropositivo y tarde o temprano lo veremos aparecer en las planillas del servicio.
–El lunes tengo que ir a pagar la cuota de mierda... – Habló Saúl tamborilleando con
sus yemas el volante del Fiat
–Dame los papeles y se la doy a la chica de casa...Seguro que mi vieja tiene que
mandar a pagar alguna cuenta... –Dijo Diana
–No banco mas el banco, no banco mas el hospital, no me banco este autito de
mierda..
–¿De vuelta querés volver a Boston?
–No se...Pero no banco mas esta miseria...¡Mirá la hora qué es!
–Seis menos veinte. – Dijo ella después de mirar el reloj de su muñeca– Tenemos
tiempo para desayunar tranquilos... Después me voy caminando al negocio.
A él lo irritaba escucharla usando la palabra “negocio”. Pedía que dijese “local” o
directamente “shopping”, puesto que lo que llamaba negocio era un local en el
shopping. Cuando oía pronunciar “negocio” a la manera de Diana, seseando el sonido
“tsió”, la palabra le evocaba negación, cosa negra, a manos sucias contando mazos de
papel moneda ajado, a dedos ennegrecidos por la tinta de imprenta, a mugre.
Estaba convencido de que esa pronunciación de la letra ce era una moda entre
ciertas mujeres. Ya la había escuchado en una telenovela donde debieron elegirla para
caracterizar a las chicas frívolas adineradas. Y lo había detectado –como síntoma– en
alguna seropositiva de la que hubiera jurado pertenecía a la categoría “puta–fina”. Esta
segunda vez que Diana pronunciaba a su manera la palabra “negocio” dijo:
–Ahí te volvió a salir la rusita de Belgrano...
–¡Y ahí te volvió a salir el judío resentido de Villa Crespo..!– Contestó ella casi al
unísono y prendió la radio, y recorrió el dial buscando un programa informativo.

< /i > Los ruidos de la radio, la estridencia del pequeño parlante ubicado justo
debajo del tablero, el temblor del volante cada vez que el Fiat atravesaba una zona de
asfalto irregular, le hacían odiar mas ese auto, la cuota, y esta ciudad a la que había
terminado volviendo de puro boludo.
–¿Por qué me lo tragué..? – Dijo como hablando para sí, pero sabiendo que Diana
entendería su referencia a las promesas de la Fundación. En efecto, ella dijo:
–Parece mentira, pero cada vez que cojés bien, la mañana siguiente te levantás
totalmente negativo... ¿No podés pensar algo positivo?
"Tseropositivo", pensó él y volvió a pensar en la pronunciación de las tse–ceosas.
Se imaginaba a Diana asistiendo a un curso de Calidad Total en el salón de
convenciones del shopping, y a un psicólogo bronceado, con traje y corbata de
ejecutivo, dictándoles una conferencia titulada Marketing y Pensamiento Positivo en el
Proceso de Calidad Total. Imaginó a una psicóloga de nariz standarizada por la cirugía
estética la nariz pronunciando la fórmula "tschoppintzenter" e imaginó las lujosas
capetas de apuntes que distribuirían los instructores, todas con recuadritos diseñados
según los patterns del Harvard Graphics.
–Yo soy un docente invitado de Inmunología... Un metodólogo–virólogo reciclado...–
En ese momento cruzaban la intersección de Juan B. Justo con la avenida Corrientes y
señaló hacia la derecha– Y allí justo está Villa Creplaj..
–¿Pensaste por qué será que cada vez que cojemos bien te pones con este humor
de mierda...?
–Yo era investigador, un deskresearcher... ¿Entendés? ¿Por qué tu viejo no puso una
fundación Fridman para que los metodólogos no tengan que hacer cola y levantarse
tan temprano a la mañana?
–¿Vas a empezar de nuevo a tirar mierda contra mi viejo..? – Contestó ella y apagó
la radio.
–Lo único que pido es que vengan pocos pacientes. Me gustaría juntarlos a todos y
así como vienen vestidos y muertos de sueño, con olor a alcohol, a mugre y a café con
leche, con sus botellitas de orina y sus potes de materia fecal, con la parentela muerta
de sueño y con sus cartas de recomendación de un concejal, juntarlos a todos y
llevarlos a todos en comitiva a un desfile de Guess en la Fundación.
–Guess no patrocina desfiles de beneficencia...
–Bueno... ¡A uno de Calvin Kleinman! –Concedió él y después exclamó: ¡Ciudad de
mierda..! –
Había una larga cola de taxis y camiones. Los choferes protestaban contra unos
obreros que montaban guardia junto a unas vallas de seguridad. Por el calefactor del
Fiat comenzaba a filtrarse un olor espeso a mala combustión diesel: tenían a la derecha
un camión con el escape apuntando directamente a la ventanilla de Diana, y a la iz-
quierda un bidón de lata en el que, como baliza de emergencia, ardía una estopa
aceitada.
–Uy... ¿Te acordás que esta noche arreglamos para ir a escuchar tangos..? – Hablaba
ella.
–No... No me acordaba pero va a haber que ir... –Dijo él y pensó que tendría que
dormir siesta, o buscar excusas para suspender el programa.
–Tendremos que dormir un poco antes.–Dijo ella y preguntó–¿Querés que vaya a
dormir a tu casa?
–Como quieras... Te aviso que yo a las ocho de la noche quiero estar durmiendo...
¡Ciudad de mierda!
La fila de autos avanzaba a paso de hombre. Desde la avenida, los estaban
desviando hacia una calle lateral que se internaba en los barrios pobres de Palermo.
Los árboles –una fila de acacias bien brotadas por la proximidad del verano–
dificultaban con sus ramas bajas el paso de los camiones. Algunos choferes arremetían
contra las ramas y los techos de sus camiones y las cubiertas de los containers que
algunos cargaban habían dejado la calle tapizada de hojas, ramas y hasta partes de
gruesos troncos descuajados. Al cruzar la calle Salvador las luces de mercurio se apa-
garon y aquel pedazo de ciudad quedó alumbrado por la opalina lechosa del amanecer.
–Esto es la Unión Soviética...– Dijo él cuando pasaban frente a un almacén
iluminado por una sola bombilla eléctrica. Ya estaba abierto o tal vez funcionara las
venticuatro horas, y adentro, la mercadería se apilaba en desorden sobre cajones de
madera. Una pared entera estaba cubierta de envases de cartón de marcas de vino
barato y, junto a ellas, una mujer descalza apoyada en su escoba y miraba el paso del
convoy con un cigarrillo humeante apretado entre los labios. Diana no habló. Él
agregaba:
–Aquí atrás, contra las vías, hay una villa nueva. Ya cayeron cinco pacientes de por
aquí... ¡Tres positivos..!

< /i >–Disculpame... Te confundí con una persona idéntica a vos... –Se excusó
Wolff y agradeció a los cielos haberla tuteado: esta vez no lo habían traicionado los
automatismos, aunque todavía le cabalgaban en su nariz los lentes de lectura. La
mujer sonreía y ladeaba la cabeza como negando algo. Parecía una señal comprensiva
y a la vez de una estudiada seducción: con sus movimientos, el pelo cobrizo se le
desordenaba sobre los hombros.
“Lástima que esté teñida” pensó Wolff y, señalando las pocas mesas ocupadas del
Dandy y pensando en la pareja de rubios altos que había entrado pocos minutos antes,
pidió: –Estoy haciendo un papelón... ¿Me siento un minuto..? –Sintió un alivio por la
eficacia de sus reflejos: ya se estaba sentando, ella ya estaría convenciéndose de que
había temido hacer un mal papel con el público del bar.
También había entendido su gesto: quitarse los anteojos, sacudirlos en el aire
tomándolos de una sola patilla para después hacerlos girar como si fuesen una
matraca o un llavero indicaba su desprecio por el objeto –no valían nada, eran una
copia taiwanesa de un antiguo modelo de Dior que se vendía a diez dólares en el free–
shop– al tiempo que justificaban la confusión.
“Hago, –pensó Wolff– como si le dijese que ella es justo el tipo de mujer que visto a
través de los lentes de lectura se parece muchísimo a otra persona.”
–¿Con quién me confundió? –Había empezado a hablar ella.
El procesó: con la secretaria de un amigo–con la novia de uno de la custodia de
Fridman–con una encuestadora de la Fundación Macri–con una supervisora de Guess–
con una bibliotecaria de Clarín. Pero sus reflejos fueron, por segunda vez, mas eficaces:
–Sos idéntica a la gerente de una casa de cambios donde estuve el miércoles... –Y
después corrigió– No... No sos idéntica. De lejos, por el pelo, por algún movimiento, me
pareció... Pero... –agregó–¡Esa mujer no puede estar en Dandy a esta hora..! Debe estar
esperando que suene el despertador para preparar el desayuno de los chicos y vestirse
apurada para llegar a la oficina antes que el personal y tomarles presente a los
cajeros...
–Y vos.. –ya lo tuteaba–¿Qué estás haciendo en Dandy a esta hora..?
–Vine a devolver las llaves de un auto que me prestaron... Me robaron el mío... –
Estúpidamente, sacó del bolsillo de la campera las llaves de 505 y las mostró, como si
fuesen evidencia de algo: sus reflejos estaban recuperando la torpeza habitual. –¿Y
vos...?
–Vine a hacer tiempo... Tengo que estar temprano el shopping para comprar el
regalo para un amigo...Buen... Bah... –Vacilaba– No es para un amigo... Es para el
doctor que operó a una amiga y ella lo tiene que ver a las nueve... Vivo lejos, me
acordé tarde y pensé: si me acuesto, no me levanto y entonces ¡Chau regalo! ¿Como te
llamabas?
–Wolff... Con dos efes... Se pronuncia “volf”–Aclaró él inmediatamente después de
descartar la oportunidad de contestar “y me sigo llamando”. Pensó que parecía muy
despierta, pero que tal vez no interpretara un chiste: había dicho “doctor” en lugar de
médico; había anunciado poco antes que vivía lejos como para que no la exijamos
demasiado en nuestro barrio. Decidió aclararle: –Guillermo Wolff, me llamo, pero todos
me llaman.... –rió espontáneamente–¡Gil!
Ella también rió antes de comentar:
–Bueno, muy gil no parecés... –Entonces él pensó que se había equivocado: ésta es
un gato, se convenció. Sondeó: –Tendrías que revisar mi cuenta en el banco para que
veas que los que me pusieron Gil tenían razón.
–Yo me llamo Mariana...¿Sos casado?
Confirmado: es un gato, diagnosticó él mientras negaba con un gesto de ambas
manos que a otra persona le habría significado un exorcismo, pero que en ese
momento no alcanzaba a imaginar como podría entenderlo esta teñida de Ramos
Mejía. ¿O será de Haedo?,¿O del partido de Moreno? Jamás una de Ramos se quejaría
de vivir lejos de nosotros: las de Ramos tratan de mantener cierta dignidad, o,
directamente, se conciben como vecinos de aquí.
–¿Dónde vivís? –Le peguntó para verificar su diagnóstico de Ramos Mejía.
–Uh... –Dijo ella– es una historia larga– Y empezó a contar que era del barrio de
Retiro, que siempre había vivido en el barrio de Retiro, pero que la familia se había
querido mudar desde Retiro a Florencio Varela –por los ruidos del centro, el padre ya
era muy mayor– y que ella no se bancaba estar tan lejos y que se había ido a vivir con
una amiga, también en Varela, pero frente a la ruta de modo que viviendo con la amiga
y enfrente mismo de la ruta tenía la sensación de estar mas cerca de todo.
Contaba que quería alquilar un departamento, pero que no le aceptaban las
garantías porque los garantes –su familia– no tenía propiedades en la Capital.
Entonces, por un tiempo había alquilado en un Apart Hotel, pero era carísimo y había
mala onda con los vecinos y con los dueños...
–¿Vos sos judío? –Le preguntaba ahora, como cambiando el tema
El dijo que no, que era pobre y que pensaba que eso era algo mucho peor que ser
judío
–Bueno... –contaba ella– los dueños eran judíos y te llamaban todos los días a las
ocho de la mañana para ver si les ibas a pagar el alquiler del mes siguiente...
Después... –pensó unos instantes– No se si te interesa... – y como él hizo un
movimiento afirmativo con la cabeza y levantó los anteojos para marcar, con ellos, el
compás de la frase, siguió hablando:– Después empezaron a mandarme gente a
golpear la puerta para ver si yo subalquilaba el depto, –pronunció “depto”– y a llamar
por teléfono haciéndose pasar por tipos que pedían citas por un aviso en Ámbito
Financiero... ¿Viste esos avisos de Ámbito Financiero..?
–Si –dijo él y recitó: – “dos chanchitas golosas alegran tus diversiones mas
febriles..”
El mozo debió haberlos oído reír porque se acercó a la mesa llevándole los diarios y
el Time y el Newsweek que él aún no había terminado de leer.

< /i >

La pareja de rubios los miraba con curiosidad. Wolff calculó que vendrían de bailar
de El Cielo. Desde hacía un rato venía notándole al hombre un aire familiar y recién
ahora lo reconocía: era Javier Nielsen, un productor de cine que había sido funcionario
del gobierno de Alfonsín. Su acompañante parecía alemana u holandesa. No pasaba los
treinta años. El cineasta parecía un poco mayor.
–Ese hijo de puta tiene mi edad y parece veinte años menor... – Dijo él y ella negó
sacudiendo otra vez el pelo:
–Lo que pasa es que está bronceado de lámpara... ¿No te das cuenta..? La nami
también tiene bronceado de lámpara.. Deben ser modelos. ¿Me disculpás un minuto? –
Preguntó ella mientras se inclinaba para tomar su cartera y se apartaba de la mesa,
poniéndose de pie y girando en un mismo movimiento.
Caminaba muy bien con sus jeans estampados de flores tropicales: por la trama de
imágenes, parecían de cotín; por el color, un revival del decorado de una revista
musical de Carmen Miranda.
Se distrajo pensando que jamás se expondría a una lámpara de rayos ultravioleta,
que debería tomar sol en su balcón y que –fuera o no fuera gato– le convendría hacerse
amigo de esta mina. Ahora no recordaba su nombre. ¿Marina, Marcela, Marcia, Marita..?
Tenía la certidumbre de que le había dicho un nombre falso y de que, a esa altura del
encuentro, ella también ya lo habría olvidado. Pensó que los jeans eran de Kenzo y que
debía preguntar y confirmarlo no bien volviera del baño.

< /i >

Piensa que su mamá pasó la vida confundiéndose con los psicólogos. ¿Cuánto se
habrá gastado papi pagándoles terapeutas, psicoanalistas y psicólogos? Más que con
todas las enfermedades de la abuela, las estafas de los dos tíos, las crisis del casino y
los caprichos de casas quintas y cruceros. Seguro. La vieja cumple cincuenta, ya se le
retiró la menstruación, y sigue teniendo el mismo carácter de siempre: malhumor de
mañana, rabietas en las comidas, cambios de idea de un momento a otro. Y esa voz
chillona. Y esa desesperación por comprar joyas vulgares, platinarse el pelo, cambiar
los muebles de lugar, hablar en voz alta en los lugares públicos para llamar la atención
y para que todos sepan quiénes somos los Fridman: sigue tan loca como antes.
Y llora siempre.
–¡Ya vas a ver cuándo se lo cuente a tu psicóloga..!
Aún hoy, algunos gestos de su madre le evocan esa amenaza. Eran chicos, y cada
vez que hacían algo prohibido, cuando la abuela se quejaba, o las veces que aparecía
una nota de los maestros en sus cuadernos de comunicaciones la madre se encerraba
con el viejo en su dormitorio, y Diana la escuchaba se la oía gritar y golpear los
cajones, y al rato aparecían los dos: el padre, mudo, agobiado y con los ojos buscando
la pantalla del televisor, y ella con el dedo índice señalando todo y amenazando:
–¡A ésto, Diana, lo vamos a tener que conversar con tu psicóloga..!
Al viejo jamás lo oyeron mencionar a los psicólogos ni a los analistas. Ahora,
mirando a Saúl –tan parecido al viejo en tantas cosas– piensa que el viejo despreciaba
a los psicólogos porque siempre tenían menos guita que él. Saúl los desprecia porque
ganan mas que él y –según dice– porque no saben nada de medicina ni de psicología.
Cuando contó que estaba empezando a salir con Saúl, que tenía un premio en
hematología, que había vuelto invitado por una fundación para investigar sobre SIDA,
que vivía en un departamentito por la zona de Liniers y que nunca le alcanzaba el
dinero, Carlos –su analista– no dijo nada, pero en la sesión siguiente comentó que no
debía ser casual que, justo cuando a su madre se estaba retirando la menstruación –
tema de algunas sesiones del mes anterior– ella estuviera intentando enamorarse de
un especialista en sangre.
No le contó a Saúl que Carlos había usado la frase “que está intentando
enamorarse”. En cambio mencionó lo de la sangre y, una vez más Saúl hizo lo mismo
que hubiera hecho su padre: uno de aquellos gestos de abnegación representada
abriendo la boca y tomando aliento como si le costara mucho respirar para después
fijar la mirada en el vacío y a lo alto, moviendo la cabeza a los lados, como negando
algo.
Solo le faltaría decir “Mein Gott”, o “Ohh weiss mir” para resultar idéntico a su
padre cuando debía cubrir los cheques sin fondos de los hermanos. En esos momentos
imitaba al abuelo, que cada vez que las cosas no funcionaban como debían pensaba
que un castigo del Dios vengador se ensañaba con su familia, y alzaba su mirada al
cielo y lamentándose en iddish.
“Intentando enamorarse” significaba que su analista no creía que estuviese
enamorada de Saúl:
–¿Qué siente? – Le había preguntado en una sesión anterior y ella no supo
contestar.
“Asco”, podía haber dicho pensando en la ropa de Saúl, en su autito de lata, en la
ventana de contrafrente de su departamentito de Liniers a la que confluían los olores
de humo de churrasco a la plancha y de vapores de sopa instantánea que preparaban
los vecinos, a su piel blanca, con pelos negros gruesos y enrulados que hacía años que
no se había expuesto al sol y que ni siquiera había descansado en una playa o en una
pileta. Asco a la imagen de Saúl escuchando sus cassettes ruidosos de jazz antiguo, o
conciertos para piano y esos compacts que ella llamaba para irritarlo, “música
funeraria”. Y otro asco, distinto, a los zapatos negros y arqueados de Saúl. ¿Por qué
tenía tres pares, los tres negros, igualmente gastados, arqueados y casi con idéntico
diseño?
Y otro asco distinto: asco a sus madrugones, a la rutina del hospital, al olor de la
sala de espera, a los vendajes de brazos y cuellos de la mayoría de sus pacientes. Y, –
también distinto–, asco a la imagen del cuerpo desnudo de Saúl, frente al espejo de su
baño mal iluminado, cantando canciones de la hasanah. Allí, desnudo, con la cara
cubierta de espuma de afeitar, parecía un judío ortodoxo, de barbas grasientas y
enruladas, vestido con un traje negro y cubierto con un gorrito kipá bajo un sol de
verano, a mediodía, en la esquina mas triste del barrio de Once.
Y cuando Carlos dijo que era hora de terminar la sesión estaba a punto de confesar
que sentía asco, aunque, como otras veces no se habría animado a usar aquella
palabra.
En cambio, en otra sesión le contó lo del artículo. Mirando un kiosco, vio la tapa de
una revista literaria que le llamó la atención porque estaba impresa color negro mate
con ilustraciones que parecían de una revista de rock, o de la moda darky, y tenía un
nombre que parecía elegido en broma: se llamaba “La Caja”.
Según le confesó el del kiosco, hacía mas de una semana que había aparecido y
ningún comprador se había interesado por ella. Se detuvo a mirarla y descubrió en la
tapa una serie de nombres conocidos de artistas y directores de cine, y entre ellos
figuraba el apellido Cobard. La compró casi sin pensar y cuando buscó en el interior,
descubrió que habían publicado un artículo que firmaba el Doctor Carlos Cobard, su
analista.
Bajo el titulo “Posmodernidad y las Perversiones del Consumo en la Era
Postmoderna” la nota ocupaba tres páginas, con letra pequeña, sin ilustraciones ni
subtítulos. Le pareció muy bien escrito, pero no pudo entender mucho: parecía
destinado a discutir con otros autores, filósofos y psicoanalistas cuyos nombres estaba
leyendo, esa tarde, por primera vez.
Una frase le llamó la atención y no necesitó releer para fijarla en la memoria.

Decía: "no hay relación con la totalidad, todo es objeto parcial ". En otros párrafos se
detuvo varias veces tratando de descubrir alguna frase referida a ella porque estaba
convencida de que en algún lugar del artículo, Carlos hablaba de ella, o decía algo
secretamente dirigido a ella, como si hubiera adivinado que, por casualidad, la revista
llegaría alguna vez a sus manos

< /i >–¡Qué apellido: Cobard..!– Fue el único comentario de Saúl cuando ella le
mostró la revista.
Era sábado. Fue el sábado siguiente al jueves del atentado y todavía seguían
extrayendo cadáveres entre los escombros. Saúl estaba, como todos los sábados, seco
y deprimido. Todos a su alrededor comentaban las noticias, llevaban la cuenta de las
víctimas o se acercaban a la zona de la explosión para llevar comida y bebidas a los
que trabajaban en el rescate.
Él no quería comentar ni escuchar nada sobre el tema. Solo una vez, cuando ella
habló de la cifra de sesenta muertos, él dijo que entre el jueves y esa tarde del sábado
mas de cuarenta personas debían haber contraído el virus, que a no menos de sesenta
portadores se les había declarado la infección y que media docena de infectados
habían muerto por efectos de la enfermedad, y que, siendo invierno, seguramente mas
de cincuenta personas habrían muerto en el país por desnutrición y un número
parecido de personas a causa de enfermedades hospitalarias y una cantidad
seguramente mayor a causa de la mala atención en los hospitales del pais.
En cambio, a la noche, cuando estaban por salir a comer, se encerró en el baño y
entonó un kaddish y estuvo mas de media hora bañándose y repitiendo la misma
letanía. Después, de madrugada, cuando ya estaban por acostarse, él mismo trajo el
tema, comentando:
–Cobard no parece un apellido judío...–Y cuando ella le confirmó que Carlos era
“goi” preguntó si se sabía cuántos de los muertos por el atentado eran goim y quiso
leer el artículo. Ya estaba desnudo, en su cama rodeada de diarios y libros de medicina
y fue leyendo velozmente, con los ojitos saltando de arriba a abajo y siempre mas
rápido de izquierda hacia derecha que en el sentido inverso. Cada tanto bamboleaba la
cabeza como un viejo judío que contempla a sus nietos y suspira devorando salchichas
y jamón.
A los pocos minutos cerró la revista y se la devolvió sin comentarios. Después,
cuando ella insistió para saber qué le había parecido, le dijo que era como si a él lo
llevasen a la televisión para comentar un partido de fútbol y se pusiera a hablar de los
grupos sanguíneos y de las fórmulas leucocitarias de cada jugador, sin diferenciar en
qué equipo juega y sin mencionar ni una sola vez la palabra pelota ni la palabra arco.
–¡Esto es literatura fantástica..! –Dijo después y aclaró que no recordaba si era una
opinión de Borges o de Nabokob, pero que, como todo lo que escribían los
psicoanalistas, dejaba la impresión de que habían escrito eso como podrían haber
puesto cualquier otra frase de sonido y vaguedad semejantes. Durante un rato, ya en
la oscuridad, estuvo inventando frases del mismo estilo que las del artículo: todas
sonaban bien y parecían verdaderas, como ésta de la totalidad y lo parcial que, piensa
Diana, ella jamás olvidará.

< /i >–No tengo por qué gustarle yo también al doctor Feldtman... ¡Confórmese
con gustarle usted..! – Había dicho Carlos cuando ella le contó sus comentarios sobre el
artículo.
Había algo en eso de “gustarle usted” que le recordó la frase “intentando
enamorarse” y la llevó a decir que pensaba que él la despreciaba como paciente por -
que era judía y porque pensaba que su edad y la posición social de su familia le
impedían tener sentimientos verdaderos y él interpretó que estaba bajo la influencia de
la frase de Saúl sobre literatura fantástica:
–Literatura y fantasía se oponen a la verdad... –había dicho Carlos con un énfasis de
extrema seriedad. Esa vez, como nunca, su voz tuvo un timbre amenazador. Una
inflexión como de viejo, o de militar que le evocaba la imagen de su madre saliendo del
dormitorio con el dedo índice extendido, señalando todo y amenazándolos con hablar
con la psicóloga.
Saúl jamás amenzaría a nadie. En cambio, Diana estaba convencida de que el sí
era capaz de matar. Esta mañana estaba de pésimo humor: manejaba crispado,
protestaba contra el tránsito y parecía tener reservado un pensamiento negativo para
cada tema de conversación que pudiera surgir durante el viaje.
¿Por qué será –pensaba ella– que cada vez que cojemos bien se pone de este
humor de mierda..?

< /i >Aquel jueves se habían acostado a las ocho, y cuando ella se levantó para
sintonizar el informativo del canal 13 ya eran media noche: habían estado cuatro horas
juntos y casi todo el tiempo él había estado penetrándola, o jugando con su sexo.
Ni una vez había hablado de las estadísticas, de sus investigaciones ni de los
episodios de la fundación que lo tenían amargado. Habían comido en la cama, él había
tomado vino y hasta aceptó uno de sus Marlboro y, como otras veces en que ella
menstruaba, en un momento se untó la cara y rato después había prendido la luz: el
semen y la sangre seca distribuídos con bastante uniformidad por las mejillas, la nariz
y la frente, parecían el maquillaje de un payaso, al tiempo que le daban un aspecto casi
afeminado que a ella la excitaba mas.
En cambio a él lo excitaba la sangre. Así, teñido, se miraba en el espejo y hablaba
de su tzavá y las latitas de cremas antiactínicas de distintos colores que repartía el
ejército a los reclutas de piel blanca. Como los comandos y los tanquistas se teñían las
caras de verde, su grupo de infantes usaba una tintura bermellón sobre la que algunos
se trazaban franjas amarillas bajando de las ojeras hacia el mentón.
Contaba que su primera amante, una asistente de cátedra bastante mayor, había
descubierto la atracción que sentía por la sangre. Por entonces –antes de la epidemia–
cuando hacían el amor se extraían sangre mutuamente con jeringas de cien
centímetros cúbicos, a bebían, y después, besándose, mezclaban sus sangres y se
pasaban de una boca a la otra, mezcladas con saliva.
Este relato la había excitado tanto que, a partir de entonces comenzaron a besarse
intercambiando sus salivas y, alguna veces, como la noche anterior, también las
comidas que probaban en la cama sin dejar de hacer el amor.
Ahora viéndolo manejar crispado y soñoliento Diana piensa que si hablara de eso
solo conseguiría empeorar su humor.
Lo mira y piensa que su analista tiene razón: que no tiene hacia Sául ningún
sentimiento verdadero, que solo está procurando enamorarse de él y que no lo puede
conseguir por culpa de su mal humor, o de su resentimiento de médico, o de judío
pobre.
–Este tipo ya fue... –Piensa y por un instante se imagina saliendo esa noche con sus
amigas y tratando de conocer otra gente y empieza a hablarle:
–¿Te acordabas que esta noche arreglaste con tus amigos para ir a escuchar
tangos..? – Y como su respuesta le dio a entender que no pensaba suspender la cita, le
dijo que iría a dormir una siesta al departamento de Liniers antes de salir: era un buen
pretexto para llevar su auto y usarlo por la noche en lugar de ese Fiat de lata en el que
–se imaginaba ahora dejando el estacionamiento del shopping para subir a desayunar–
terminaban de componer la imagen de una pareja ridícula.

< I >¿Cómo andarán los sembrados? Hoy mismo habría que ir y mirar como
marchan las cosas. Lo mejor sería aguantar la cosecha hasta que la floración esté com-
pleta. El peor riesgo es el olor: las plantas florecidas echan olor justo cuando terminan
las clases de los colegios y los pendejos se mandan de a miles a hacer picnics por la
costa. Si los pendejos la olfatean arrasan con todo: son como la langosta. Otro riesgo
es la lluvia: una lluvia fuerte sobre el final de la floración deja las plantas como
esponjas, es mas difícil secarlas, se abichan y se llenan de hongos. Hoy mismo tendría
que ir a mirar. Ahora, justo que sale el sol iría si pudiese levantar a la Susi. Hoy mismo
tendría que pasar por la Textra y hablar con los serenos para conseguir que presten un
galpón techado donde se pueda secarlas. Por ahí, si hoy y mañana sábado da sol
fuerte se pueda cosechar el domingo. Va llevar cerca de medio día de trabajo levantar
todo. ¿Estarán listas las semillas? Hay que salvar semillas de esta cosecha para el año
que viene. Hoy por hoy nadie debe tener semillas de mejicana dorada. Nadie tiene una
yerba así desde hace años. Con diez semillas sacás tres plantas. Hay que salvar por lo
menos dos mil semillas: un cuarto quilo de semilla bien seca que habrá que encanutar
en una lata al vacío hasta fines de abril. Va a haber que secar con cuidado las semillas
al sol y sarandearlas con algo que no las recaliente. En Carrefour deben tener co-
ladores de plástico grandes para sarandear sin que se quemen las semillas. ¿Qué
tiempo hará? ¿Habrá andado alguien por los sembrados?

< /i > No se podía dormir. Había pasado el frío y ahora, a su lado, Susi transpiraba
dormida. Sentía las manos enchastradas por el chocolate y el azúcar de los alfajores
que había estado estrujando antes de tratar de dormirse. Había ido al baño a lavarse y
en una repisita vió el control remoto de la tele: Susi debió dejarlo allí cuando pasó a
lavarse. Desde el baño apuntó al televisor colgante y empezó a recorrer los canales
buscando un informativo. En el 33 había una señal muda, con un reloj que indicaba la
hora: eran las seis y veinte. A esa hora, en algún canal, debía haber un informativo con
el pronóstico del tiempo y en algún lugar de la pieza estaría la revista de Cablesur con
la programación: dejó el televisor sintonizando un canal que pasaba dibujos de Tom y
Jerry y caminó en círculos sobre la alfombra para buscarla.
Sobre una silla estaban sus jeans. Buscó la bolsita de yerba, sacó papel de armar
del bolsillo trasero y después pasó al vestíbulo donde había dejado la campera. Verificó
que todo estaba en su lugar y tomó el cuchillo: quería armarse un par de finitos sobre
el lomo del cuchillo.
Qué palabra “cuchillo”. Hasta los diecinueve años había estando escuchando y
diciendo “cuchillo” sin notar nada, hasta que en la guerra escuchó a un formoseño
hablando de peleas a cuchillo, pronunciando a su manera, “cuchilio”. Esa vez le
descubrió el filo de la palabra cuchillo y le gustaría decir, a él también, “cuchilio” pero
no se anima a hablar así delante de la gente. Por ahí, con Susi sí podría hablar de
"cuchilio", decirle que la va a defender con un "cuchilio", o que le va a enseñar visteo y
esgrima de "cuchilio" también a ella. Si dijera "cuchilio" frente a cualquiera, aunque sea
a los chicos de El Barrio que le piden que les enseñe trucos de pelea, le sonaría falso.
Usar las frases de otros es cosa de mina. A las minas, hasta a las minas grandes y a las
viejas, se les queda pegada la forma de hablar de los que pasan un rato con ellas. A los
hombres también, pero se les va enseguida porque los machos sienten vergüenza de
copiarse. A las mujeres no: les debe parecer una gracia copiar. Pero nunca copian a los
de abajo. Copian nada mas al que les hacen creer que son mejores.
Con el tiempo estos chicos también van a llegar a descubrirle el filo a la palabra
cuchillo.
Dejó el cuchillo junto a la bolsa de yerba y el papel para armar sobre la alfombra y
recorrió el vestíbulo buscando la revista de programas.
Sobre una mesada de mármol que se apoyaba en la pared de vidrio del baño había
varias bolsas transparentes. Había dos pares de ojotas de plástico, jaboncitos, peines,
gorros de baño todo descartable y envuelto en sobres herméticos de polietileno. Había
tres consoladores, cada uno de ellos con sus pilas Duracell envueltas en una bolsita
esterilizada. Miró los precios: el mas chico costaba sesenta, el mediano ochenta y el
mayor, de un tamaño que le pareció exagerado, costaba ciento diez pesos. Se
preguntó cuántos gramos de coca podrían caber en el interior de esa pieza de plástico:
vaciándola, quitándole la bobina, el cablerío y el motor, y rebajando las partes gruesas
de plástico, entraría cerca de un cuarto litro: mas o menos ciento noventa gramos,
calculó.
Una vez había jugado con un consolador japonés: le gustaba sentir la vibración –
daba placer– pero nunca se lo metería, y menos, lo usaría con una mujer.
Había varios papeles, una lista de precios del bar del hotel, otra del Pumper Nick
para pedir comida por teléfono, una propaganda del hotel con fotos de estatuas
egipcias y un folleto de consoladores y chucherías de propaganda de un porno shop de
La Plata. No estaba el programa de Cablesur; seguramente a esta altura del mes los de
la conserjería tampoco debían tenerlo.
Detrás de la mesada colgaba el retrato del presidente, con la banda argentina
cruzada sobre el traje pero montada sobre la imagen de una pirámide egipcia con el
nombre del hotel: Keops. Por eso debían llamar a esa pieza la suite presidencial, o, al
revés, le pusieron presidencial porque tenía bañadera de dos plazas, mucho espacio
libre, vestíbulo y balcón, y recién después los de la decoración debieron haber haber in-
ventado la idea de poner el cuadro para hacer un chiste.
–Hoy mismo va a haber que ir a mirar... –Habló solo, dirigiéndose al cuadro-chiste y
pensando en los sembrados. Después buscó un encendedor en la mochila de Susi y fue
a sentarse sobre la alfombra llevando la hoja de papel plastificado de la lista de precios
del hotel.
Usándola a la manera de mantel ordenó el papel, la bolsa y el cuchillo. Desató la
bolsita con yerba. Extrajo un puñado de flores secas como para armar cuatro finos y
fue desmenuzándolas a su manera: primero haciendo migas –bolitas que tomaban
consistencia al contagiarse la humedad de sus yemas– y después desarmando las
bolitas hasta que terminaban por formar hilachas alargadas.
Desarmó un Marlboro de Susi para preparar filtros: esta yerba, filtrada a través de
unos milímetros de tabaco prensado rinde mas y da mucha menos tos sin perder nada
del efecto. Prensó cuatro bolitas de tabaco y las dejó preparadas para el momento de
armar los tubos. Después alisó cuatro hojas de papel, y, bien despacio, –“a pesado
modo” – fue cargando cada uno con yerba primero, después con una mechita de
tabaco en la punta para que inicie bien la brasa, y finalmente una balita de tabaco para
filtrar. Necesita ahora hacer todo cada vez mas lento: a él mismo le parecía que hasta
la respiración y el pulso se sofrenaban cada vez que armaba porros estirando y
planchando el papel sobre el lomo del cuchillo. En cambio, plegar y pegar el tubito
debía ser hecho en un instante: es como un juego de equilibrio en el que si te demorás,
te distraés o parás a pensar en lo que estás haciendo, seguro te queda desparejo y sale
todo mal.
Mirando ahora los cuatro cigarrillitos puestos en fila sobre la alfombra, recordó un
video sobre una granja. Habían nacido justo cuatro chanchitos. Los lechones estaban
enchastrados de sangre y la madre los lamía para limpiarlos y por momentos comía los
restos de la placenta a la que algunos de los animalitos estaba todavía unidos. El
granjero miraba satisfecho la escena: parecía a punto de encariñarse con los
chanchitos, pero también parecía estar pensando en que alguna vez se los iría a comer.
–Tendría que armarme cuatro más... – Pensó mirando los porros y los restos de
yerba y tabaco que habían quedado sobre la propaganda del hotel– Pero primero voy a
quemar uno, abriendo bien las cortinas y la ventana para que la baranda no vaya a las
otras piezas. Ventilando y con mucha luz –pensó–por ahí la Susi se despierta.
El sol ya se empezaba a ver, enorme entre dos nubes color naranja. Calculó la calle
14 y la dirección de la ruta y señaló hacia el sol con el brazo derecho: ca sualmente,
justo donde el sol empezaba a aparecer debían estar los sembrados. Humedeció la
punta del porro y después lo prendió con una larga pitada. Contuvo el aliento y sin
soltarlo dio la segunda pitada. Ahora, pese a que el papel estaba bastante mojado, el
porro se había convertido en una pituca color alquitrán.
–¡Qué bien pega..!–Pensó. Era yerba del año pasado, de la misma familia que la de
esta temporada, que, si dejaba de llover sería mejor, porque ahora habían aprendido a
secarla bien.
Empezaba a sentir una mezcla de sueño y de hambre y sensación de saciedad a un
mismo tiempo. El hambre, era un deseo de comer mas alfajores y de sentir la masa
dulce llenándole la boca. La saciedad era esa forma como una bola de aire que le
hinchaba el pecho y subía hasta la garganta. El sueño empezaba en las piernas, que,
cada vez mas livianas, tenían un vago cosquilleo que daba ganas de acostarse y
tenderse todo a lo largo para dejarse flotar sobre la cama, con los ojos cerrados,
oyendo música.
Pero la música de ese hotel era imbancable. Sabía que en un canal pasaban cosas
como boleros y temas de Luis Miguel y Julio Iglesias, en otro el programa de la FM del
Plata con propaganda de discos yanquis y en el tercero música melódica cantada por
mujeres de voz franelera y, para peor, en inglés. El walkman de la Susi tenía un caset
del Pampa mal grabado y en la mochila no estaban los que ella siempre solía llevar. El
canal de música de la televisión transmitía a unos locutores de Miami con voces de
doblaje de películas que presentaban toda la verdura de la música latina y propa-
gandas de rock gilún. Solo cada tanto podía pasar el clip de Chipy Chipy, o algo que
diera ganas de escuchar, pero había que esperar demasiado y, además, el sonido de
ese televisor era una mierda: salía por atrás y el rebote en las paredes y en los
muebles transforma todo en una mezcla pastosa que te saca las ganas de oír.
–¡Qué ganas de escuchar un buen tema en un estéreo al mango y sin auriculares..!
– Pensaba cuando la pituca se estaba terminando y acostado sobre la cama, se
imaginaba una película en colores dorados que eran como la masa de un fondo de
trigales al sol, moviéndose con un oleaje rítmico producido por el viento. Oscureció la
imagen: ahora era de un dorado marrón oscuro como el de la mejicana gold y la
superficie de la plantación de movía al ritmo de la respiración de Susi que, también
muy estirada, dormía a su lado y nadie iba a poder hacerla despertar. Se concentró en
las formas granuladas que producían los cambios de luz sobre las hojas, las flores y las
espigas mientras en cada puntito se formaban como escamas que por unos instantes
reflejaban el color y después desaparecían borradas por el viento. El cielo era como
pintura acrílica jaspeada azul para retoques de chapista; el viento abría a lo alto un
surco de oscuridad, que en el centro dejaba ver los chapones de titanio pulido del
satélite. Fijo siempre en el mismo lugar alto del cielo, el viento a veces desparramaba
polen y grumos de pintura que tapaban oscurecían los satélites. Ese viento tibio,
amigo, se lo estaba llevando ahora también a él.

< /i >

–No tendría que haberle dicho que me llamo Mariana. Carina es mejor nombre:
una lo oye y ya se lo imagina escrito con ka... –Iba pensando ella, camino al baño.
El tipo le había gustado. Era un viejo, pero iba al frente y parecía sano y todavía con
ganas de tumbarse unas cuantas minas. Le pareció casado, pero no tenía sombra de
anillo en los dedos, aunque con esas manos tan blancas eso ni se le podría notar. ¿Se
habrá creído que se hizo un levante? Como sea, le resultaba la clase de tipo que, de
pagar, tendría que largar cuatrocientos pesos o un regalo bien grosso, y, al mismo
tiempo, de cruzárselo en otra situación, una puede encamarse con ellos sin hablar de
guita y quedarse un tiempo a la espera de que vuelva caliente y entusiasmado. ¿Será
la clase de tipos que después se entusiasman y ofrecen ayudarte a pagar el depto?
Pero, igual, no tendría que haberle dicho su nombre.
Se miraba en el espejo del Dandy haciéndose gestos de inocencia primero,
después de rabia, y después de decepción. Algo seguro: a este tipo lo entusiasman los
gestos raros y las locas despistadas. Lo primero que dijo –recordaba Mariana– era que
no tenía plata en el banco. Tampoco parecía tener mucha panza: no era el tipo de esos
que toman whisky para pasarse horas hablando güevada. ¿Se copará este también con
la frula? Hay que dejar que saque el tema primero él.
Se encerró en uno de los dos cuartitos de ese bar que le gustaba porque tenía
baños limpios. Tiró el cigarrillo en el inodoro, colgó la cartera en la percha, y se soltó
los jeans. Lo de siempre: el trajín de mear con los jeans ajustados.
Bajó los jeans hasta la altura de la rodilla y, después la bombacha que fue
enrrollándose hasta parecer el marco de un anteojo de lycra entre los que hubiera
metido sus piernas. Antes de mear debía sacar el forro. Sintió un alivio al encontrarlo y
enganchar con facilidad la uña del índice en su reborde. Lo sacó y mientras salía sintió
un tacto placentero en los labios y, de inmediato, ganas incontrolables de mear. Se
agachó más hasta casi tocar la tabla del inodoro y fue soltando la orina de a chorritos
para evitar que pegase en la tabla salpicando los Kenzo. Sentía placer al mear y
también al controlar la salida, lo que le provocaba un cosquilleo agradable en la zona
interna del ombligo. Miraba el forro: ahora, hecho una bola tibia y pegajosa, brillaba por
sus secreciones y en un sector se había teñido de un marrón rojizo, como su estuviera
por menstruar. Pero no era su fecha.
El olor era el suyo que había reaparecido. Eran las dos de la mañana cuando se
había lavado en el departamento del chabón de Lomas y mas de las cuatro cuando
estuvo limpiándose con carefrís antes de embutirse el forro en el baño de la casa del
jefe de los canas.
–Y ahora ya me podría bancar una hora de serruchadas de este jovato– calculó
oliendo el forro y reconociendo que estaba intacto y bien lubricado. Se secó con un
pañuelito de papel y volvió a ordenar su ropa.
Ya vestida, se sentó sobre la tabla sosteniendo entre sus piernas la cartera vacía.
Empezó a desanudar el forro: pese a que recordaba haberle hecho un nudo en forma
de ocho, era imposible desatarlo. Abrió una cajita de los Prime suyos y sacó un forro
nuevo. Lo desplegó, lo estiró, y lo colocó dentro la bola en que se había convertido el
forro usado. Después, con las uñas, rompió la tela de éste y dejó que la frula se
trasvasara de uno a otro. Había piedras, polvo y unos grumos que parecían de droga
mal secada. Tomó con la uña uno de esos grumos y se lo llevó a la boca. Sintió el sabor
de sus propias secreciones que habían impregnado el dedo y de inmediato un fuerte
golpe de acidez y anestesia. Tenían razón los canas: solo faltaba secarla bien y resulta-
ría una frula de diez. Buscó en la parte mas seca hasta encontrar una zona de polvo
bastante molido y levantó una pizca con otra uña y la inhaló despacio para no hacer
esos ruidos que, cada vez mas, se oyen en los baños de mujeres de los boliches y
llaman la atención. De inmediato sintió que le hacía efecto, esta vez, una sensación de
fuerza y seguridad, junto a un deseo de ser penetrada
–Ganas de chupársela a este jovato–se dijo pensando en la escena imposible de ser
penetrada por él y de estar al mismo tiempo haciendo los movimientos de tragar saliva
sintiendo la misma pija en su boca pujando por alcanzar su garganta. Pensando en eso,
sin aflojar el cinturón ni soltar el botón ni la presilla, pasó la bola en que se había
convertido el forro nuevo con los restos del anterior adentro, y la fue llevando en la
palma de la mano por debajo de la bombacha hasta apoyarla como a un sexo contra
los labios de la concha.
Después bastaron un par de movimientos de la cintura y de piernas y una leve
presión del jean contra la bombacha, para que la masa dura del tamaño de un huevo
trepase al la vagina y hasta instalarse arriba y bien atrás provocando a su paso un
reflejo de contracción y de placer.
Salió del cuartito y enfrentó al espejo en el momento en que entraba la rubia de la
pareja que pasó a su lado como si ella no existiera.
Miró su cara: estaba fresca, como si fuese las nueve de la noche. Solo debía
corregir una mancha de rimmel en el borde del ojo izquierdo, una lágrima que provocó
y secó después el viento de la ventanilla del taxi. La limpió con saliva, secándose con el
borde de un pañuelo de papel. El pelo estaba bien. Se hizo un gesto de asco, después
se humedeció las manos con el atomizador de Diorissima y se las frotó, ensayando
primero un gesto de decepción, y después otros de admiración, de rabia y de
inocencia.
Se miró sonreír mientras alisaba una arruga que se había formado en los Kenzo
sobre la parte trasera de las piernas. Seguía sonriendo y arreglándose la ropa cuando
miró el reloj. Eran las seis y diez. Convenía que el tipo esperara un par de minutos mas.
Tenía tiempo: debía estar en el Fernandez a las nueve. Pensar en el hospital le producía
un cosquilleo molesto en el vientre. No le gustaban los pinchazos pero los médicos
jóvenes se empecinaban en repetir los análisis. Como encontraron anotado que un
análisis había dado negativo tres meses después del primero, ya le habían hecho varias
pruebas, y entonces volvía a Varela con el brazo pinchado, tenía que andar con mangas
durante varios días y estaba nerviosa hasta la siguiente consulta, dándose manija con
la posibilidad de que volviera a dar negativo otra vez, y otra vez más análisis y la
ilusión de que todo había sido un error y que, de un día para el otro, todo resultaría
como cuando pasa un mal sueño y empezás a soñar cualquier otra cosa con miedo de
que el sueño anterior vuelva a empezar y que después estés despierta y siga siendo
verdadero.
Dicen que hay casos en el virus desaparece y no se sabe si es por fallas en los
tests o por una reacción de la sangre. El médico le habló de casos de simulación, en los
que el virus aparece como otra enfermedad y se lo detecta con tests complejos. El
mismo médico le dijo que había portadores sanos, especialmente entre mujeres que
jamás contagiaban y podían vivir mas de diez años teniendo el virus sin que se le
declare la enfermedad.
–Dentro de diez años me van a enterrar, –se dijo pensando en una vieja de treinta y
cuatro, llena de arrugas, con las tetas caídas y trabajando doce horas en una
inmobiliaria por trescientos pesos mensuales.

< /i >Había conocido a una vieja de treinta y cinco que trabajaba en una
inmobiliaria de Quilmes. Vivía en una casa que le había prestado uno de sus patrones.
A cambio del alquiler, que no le cobraba, a veces se aparecía a medianoche y tenía que
encamarse con él, plancharle la ropa, cebarle mate, y anotar las ordenes que se iba
acordando de darle para el día siguiente: retirar un tapado de la tintorería y hacerle los
trámites a la mujer y pagar el colegio de los hijos, presentar los recibos las tarjetas de
crédito y llamarla por teléfono para avisar por donde iba estar por donde andaba el
marido, llamar y volver a insistirle a los garantes de inquilino de la quinta...
–Yo no voy a terminar así... –Pensó cuando salía la rubia del cuartito que, sin mirarse
al espejo ni lavarse siquiera las manos, abrió la puerta del baño y pasó dando largas
zancadas rumbo a su mesa.
Ella la siguió. El tipo ya parecía instalado su mesa, no parecía esperarla: había
vuelto a ponerse los anteojos, no fumaba y hojeaba su revista con aire distraído.

< /i >
–Seguro yo ya ésto lo leí en alguna parte hace poquísimo–, pensaba Wolff.

Era una imagen amarilla. Una revista de historietas de su infancia. ¿El Tit–Bits? ¿Era
amarillo el Tit–Bits? No era posible. En ninguna revista de historietas de su infancia
publicarían un reportaje a un escritor. Pero estaba seguro: hacía poquísimo, no en su
infancia pero sí en algún lugar que se le representaba como una atmósfera infantil de
color amarillo en la que se desplegaba un texto escrito con letras negras, había leído,
hacía poquísimo tiempo, el reportaje a un escritor que afirmaba las mismas cosas que
ahora aparece respondiendo el lituano en la entrevista en Newsweek.
El tipo explica que nunca tuvo hijos porque los niños impiden escribir: “crecen mas
rápido que la obra del mismo Balzac”, decía el lituano.
–¿ Balzac tuvo hijos? – Se preguntaba Wolff.
En aquella revista de colores que cada vez se parecía mas al Tit–Bits de su infancia,
otro escritor había dicho que no tuvo hijos para poder “entregarse totalmente a la
literatura”
Era un escritor argentino. Posaba para frente a una Apple que parecía dispuesta
sólo para dar la idea de su inserción en el primer mundo. Hoy por hoy –pensó Wolff–
solo a un escritor latinoamericano se le ocurre posar frente a una Macintosh: ya todo el
mundo usa PC.
Los escritores americanos posan en su jardín, o en una biblioteca Chippendale, con
bow–windows y vitraux revival de blindex biselados.
¿Quedarán en la Costa Este escritores que aún hoy se atrevan a posar en un loft,
frente a una Apple, con cardigans tejidos y pitucones de gamuza en los codos..? Tal vez
no queden, pero algún día quizás vuelvan a aparecer.
Por ejemplo –pensó– los asiáticos que ahora dominan el mercado de la narrativa en
Londres suelen posar con sacos de tweed y en una página de Bloomsbury´s aparece un
novelista paquistaní luciendo un juego de gorra y echarpe con el motivo del tartan del
clan de los Mackenzie.
El lituano de Newsweek posa con una camisa de Armani en una escenografía que
bien puede ser el hotel donde sus editores lo tienen alojado durante las primeras se-
manas del lanzamiento de su nuevo libro.
En su novela autobiográfica, la primera que ha escrito en inglés y la única que
valdría la pena mirar porque no tiene mas de doscientas cincuenta páginas en cuerpo
mediano, el tipo se refiere todo el tiempo a su casa en el bosque, cerca de la Michigan
University, y cuenta que tiene un par de perros de caza y una Harley 1300.
Pero los perros, la moto, y el bosque vecino no aparecen en las fotos de Newsweek
ni en las de las contratapas de sus libros.
Al argentino, al tilingo de la Apple, lo habían fotografiado bastante mal y en un
ámbito que debía ser un habitación de su casa o una sala de las oficinas de su editor.
¿O era un uruguayo? ¿Había en el fondo unas cortinas americanas?
En su recuerdo aparecían esas cortinas miniband que antes solo se usaban en los
edificios de oficinas para velar paneles de cristal transparente y que desde hacía un
par de años empezaron a aparecer en casas y departamentos de profesionales y pe-
queños comerciantes.
– ¿Cuando lo vi? ¿Donde apareció el reportaje a ese argentino? ¿O era un chileno..?
Antes de que esta mina salga del baño oliéndose los dedos –se desafió– tengo que
recordar dónde carajo leí ese otro reportaje tan parecido. Si no lo encuentro, significa
que algo me está vaciando la memoria. ¿Serán las píldoras pajeras del doctor Marquez?
Páginas amarillas. Un anuncio amarillo de Motor Oil, con foto en blanco y negro de
una modelo flaca y tetona. Una Apple con monitor barato. Cara de Cesare Pavese. Cara
de raggionere peninsular desembarcado para a auditar una inversión inmobiiaria de
Fiat. Anteojos de socialista y marxista, elegido para auditor contable a causa de
incorruptibilidad que todavía se le atribuye a un comunista. Uno que, a diferencia del
judío lituano importado por Michigan poco antes del deshielo, nunca se compraría una
casita en el bosque y que jamás podría vivir en ella. Alguien asmático que, sin
embargo, posa de “inveterado” fumador. Uno que bebe para darse fuerza con las muje-
res que se le acercan por admiración, pero se resisten a acostarse con él porque
adivinan que un segundo antes de eyacular el tipo se distrae pensando en la noción
marxista de familia y lucha de clases y en los riegos que amenazan su obra si la mina
fuese una de esas que todavía se resiste a abortar. Alguien que teme que los niños
"irrumpan" en su estudio y, jugando, le estropeen los backups de su Apple. Un
personaje plausible de Arlt que eyacula en una bacinilla de metal enlozado con nubes y
ángeles por terror a los hijos. Un creyente en Arlt.
¿No tenía la cara de alguien dispuesto a comprar una bacinilla enlozada en un local
de antigüedades de San Telmo solo para evocar el mundo de su admirado Artl...?
–Si tengo un agujero de diez años en la memoria, si el tiempo pasa tanto mas
rápido que yo, si las pastillas pajeras del dr. Marquez me están momificando las
nuronas y si esta mina sale del baño antes de que pueda determinar dónde leí ese
reportaje parecido al del lituano y quién era ese latinoamericano con cara de escupi-
dera, entonces soy un viejo tan choto como todos los de la promoción cincuenta y
cuatro del Liceo aunque no tenga hijos para preocuparme por los horarios de las disco
ni por los cuellos de botella del mercado laboral de jóvenes profesionales.
–Seguro que ahora sale del baño perfumada con la loción amarilla de Beneton y
oliéndose los dedos... – Volvió a apostar consigo mismo Wolff y la idea de un perfume
amarillo le recordó un poster de Maozedong difundido en tiempos de la Revolución
Cutural y junto a él se le representaron imágenes del film La Chinoise que ironizaba
sobre los intelectuales franceses de la época y las réplicas que se produjeron en Río,
Santiago y Buenos Aires.
Entre ellas, se destacaba la figura de Millia, un especialista en novelas policiales,
que por entonces teorizaba sobre maoísmo y narrativa norteamericana.
¡Emilio Millia! En la revista dominical de La Nación o de Clarín con una Apple y cara
de estar saliendo en ese mismo momento a comprar escupideras de época en una feria
de antigüedades... ¡Ese era el latinoamericano a quien acababa de reportear la revista
dominical de un diario de Buenos Aires diciendo las mismas cosas que el lituano de
Newsweek..! No podía ser casual: seguramente ambos habían resuelto plagiar un
reportaje a algún intelectual en una revista de circulación restringida, sin prever que,
en el otro extremo del continente, casi en ese mismo momento, un personaje parecido,
estaba copiando las mismas respuestas.

< I >Habían llegado pastores de esa universidad norteamericana que les mandaba
cheques a los evangélicos. Eran rubios, muy altos y de pelo cortísimo.
Impresionaba la calidad de la ropa: tela de lana azul, como en los uniformes de
gala de los almirantes.
En la superficie del tejido, sobre los hombros y la espalda, justo donde mas se
curvaba y tensaba la trama, se notaba una pelusa aterciopelada, que impulsaba a
tocarlos. Algunos tenían en los puños y en las hombreras unas franjas bordadas con
hilos de oro. Debían ser capellanes, o pastores que pelearon en la guerra o que
tuvieron que trabajar en alguna película de guerra.
Los evangélicos organizaron una fiesta para recibirlos y mostrarles los chicos que
atendían en el hogar de la villa. Invitaron a todas las mujeres del barrio pero les
exigieron presentarse vestidas con esos trajes blancos de una tela barata y brillante
parecida al satén, que ellos mismos vendían en la cooperativa. A algunas, sin plata,
tuvieron que fiárselos.
Los americanos no se acercaban a las mujeres ni a los platitos de comida, pero
pasaban el tiempo tomando jugos de fruta que debían venir mezclados con alguna
bebida alcohólica: o gin o vodka. Los pastores argentinos, petisos, mal vestidos y asi
todos morochos, tomaban Seven Up y los rodeaban y trataban de congraciarse con
ellos. Como no sabían inglés, solo atinaban a sonreír, tratando de hacerse comprender
con muecas y ademanes. Los pastores altos no hacían ni el menor esfuerzo para
entenderlos.
Los cuatro americanos miraban desde lejos a las mujeres y con el pensamiento
podían diferenciar las que eran vírgenes de las que habían abortado. En casos de duda
se consultaban con señas y el mas rubio decidía si el pensamiento de los otros era
verdadero o falso.
A media tarde aparecía Mariana. Era la única mujer sin vestidito ropa de satén y
llamaba la atención por su campera y pantalón de cuero y por las botas con herrajes
plateados. Los americanos detectaron mentalmente que ella hacía gatos y, entre
risitas, se guiñaban los ojos. Como era gato, que estuviera tan maquillada y vestida
con ropa común no les había caído mal. La miraban mucho y hasta parecían a punto de
hablarle.
Susi temía que Mariana la descubriera y se acercase a pedirle algo. Ella estaba
encargada de vigilar una puerta y tenía instrucciones de no distraerse ni cruzar una
palabra con nadie y estar siempre de guardia junto a la puerta del lavadero.
Solo ella sabía que, detrás, en las mesadas y en los anaqueles de metal esmaltado,
seguían burbujeando los frascos de las incubadoras donde los evangélicos hacían expe-
rimentos con fetitos que todavía no había aprendido a respirar.
Para peor, desde algún sitio estaba llegando olor a porro. Si los americanos lo
sentían y decían algo, los pastores les echarían la culpa. Pero ni ella ni Mariana
estaban fumando: el olor venía desde la ventana del hotel y un ruido como de chapas
de zinc golpeadas justo en ese momento la sobresaltó.
Sintió frío y con el corazón encabritado se dio vuelta y reconoció al Pichi mirándolas
desde la ruta. Con una mano sostenía la cortina de la casilla y con la otra dibujaba
figuras en el aire con el humo del porro. De allí venía el olor tan fuerte que daba ganas
de volver a pitar. Pero cerró los ojos: quería seguir el sueño para grabarse bien la cara
de los americanos.
Estaba segura de que por lo menos dos de ellos eran actores de series conocidas. El
mas alto no: era demasiado grandote para aparecer en papeles de policía o periodista.
Tenía el físico justo para el hacer de rey, de emperador de la antigüedad, o de jefe de
un planeta lejano.
Lo que mas miedo le producía –y seguro que a Mariana también– era la posibilidad
de que al Pichi se le ocurriera entrar fumando y les hiciera pasar un papelón a las dos.
Y si por casualidad quedaban frente a frente él y el americano alto como un
emperador: ¿Que harán los otros tres americanos? Y los dos actores que nunca habían
visto al Pichi: ¿Seguirían ahí tan campantes, tomando jugo de a sorbitos y guiñándole
los ojos a la Mariana..?

< /i >–Va a haber que convencer al gordo para que desde el sábado que viene se
cambie el lugar de los entrenamientos–, calculó el Pichi.
Por la ventana se veía el cielo amarillento del amanecer.
–Si llueve hoy, me corro al taller del gordo y le digo lo que pienso. ¿Como andarán
los sembrados? Si alguien llega a decirle al gordo que tenemos sembrada tanta yerba
se pudre todo. Si los de la brigada le hablan al gordo de las transas que tuvimos se
pudre todo. Si aquella vez le hubiera hecho caso al gordo ahora tendríamos una cupé
Chevy. Si el gordo tuviera un poco mas de bolas reventaríamos a un inglés cada tanto
para lo tengan de muestra, pero esta vez boleta.
Boleta: sí.
–Si el gordo tuviera un poco mas de pelotas la yuta vendría al pie a pedir por favor
que transemos con ellos. Si el gordo no estuvieran tan achanchado todos vendrían al
pie. Pero el gordo es igual el que mas sirve. El mejor tipo. Alguna vez tendría que
decírselo: “te quiero gordo”. O hacer que Susi se lo diga: “sabés que el Pichi te quiere
mas que si fueras el padre”, que le diga. El cura también es un buen tipo.
Decirle:
–Aunque seas cura, te quiero cura por que vos sí tenés pelotas y vas de frente
march.
Esta yerba tiene algo que pega raro: da un poco de hambre y sueño y te pone
cariñoso. Igual al gordo el cura. Le importa mas la prefabricada de la iglesia que
cualquier otra cosa y al gordo le importa el taller de autos mas que cualquier otra cosa.
Da bronca pensar que al gordo, si te vienen a matar, les salta como un tigre, pero si
llegan y lo apretan con sacarle el taller, les pide por la madre, promete cualquier cosa
de rodillas. Al cura le pasa lo mismo con la casita de la iglesia y con la pick up.
El gordo igual que el cura y el cura y él con la casilla y el taller son como la Mariana
con la frula. Esa se deja ya mismo de tomar o no me ve mas el pelo. Si yo me la volteo
seguro que le saco el vicio.
Tiene razón la Susi: está meada por mí Mariana. Le toco el brazo y se le calientan
los cachetes como si uno de adentro le conectara luz. Mariana es capaz de cortarse
una teta si se lo pido yo, pero me mandaría en cana por un pase de frula. El gordo, el
cura: ninguno de los dos va a venderte por nada. La Susi no me vendería por nada,
pero la Susi no yiraría para mí ni para nadie: es tan pavita, tan chiquita y tibiona...
Los canas saben que si ellos o alguien me la llega a envenenar con frula, el que sea
que la hizo tomar es boleta. Como el inglés de la inmobiliaria. Ni se enteró: un púazo
en la vena del cuello justo abajo del agujero de la oreja y se le abrió el bidé. ¿Por qué
será que un púazo en el cuello hace saltar tan lejos la sangre, y en cambio la bayoneta
da menos sangre y menos lejos? ¿O allá sería así por el frío? El gordo debe saber. Los
canas, cuando les llega un boleteado de púa se mandan a buscar locos que estuvieron
en cana, como si para aprender a colocar bien un puazo tuvieras que hacer un curso de
dos años en un pabellón de Sierra Chica.
Pero seguro que hay canas menos giles.
El gordo dice que hay canas buenos. Quién sabe si el subco ese que vino a pedir las
credenciales del FAL no es un buen tipo. ¿Como puede un buen tipo aguantarse
dieciocho años trabajando de cana?
Este fumo tiene algo raro que te pone cariñoso. En este momento, si se aparece la
Mariana con algún punto en pasillo del hotel, al toque me la apretaba, y mientras, que
el gil que se la trajo la espere medio turno mirando cable. Sin chuponear me la
apretaba. Y poniéndome forro: me faltaría agarrarme la pudrición. Pero le daría besos
en el cachete que, aunque venga pintarrajeada, le cambia de colores en cuanto le
apretás un poquito tocás el brazo.
¿Y anoche yo por qué no le rocé una teta con la muñeca para hacerla calentar mas?
Cada vez que viene de gatear con un gil se le nota que se quedó caliente y pone
caras y hace vocecitas como rogando que la apreten. Mira como pidiendo que la
apreten.
Besos cortitos en el cachete, pero muchos, le daría. Sin chuponear, pero sin parar
ni un minuto de besarle el cachete.

–¿Y si le digo la verdad...? “Mirá tío, lo único que me interesa es la falopa y pasarla
rebién, hago gatos porque no tengo guita, pero si tengo guita, mas ganas me vienen de
meterme en un boliche así y levantarme un punto. Me llamo Maria Eva pero la verdad
que todos me dicen Mariana y que los giles me pongan el nombre que mas ganas les
de. Tengo la pudrición total pero me cuido. Yo no me encamo con la regla ni cuando me
está por bajar, me tomo toda la leche en la garganta, pero nunca lastimé a nadie y me
cuido los dientes y las encías. Lo único que me interesa es pasar bien los años que me
quedan. Te digo de verdad que nunca quise llegar a los treinta y ser una reventada que
llora y se amarga en una casa planchándole la ropa a un negro... Este tipo no tiene la
mas puta curiosidad por nada, pero te caza todas al vuelo, no se le escapa una.
–¿Le hablo y le digo: “mirá tío... que bla bla bla... pi rí pi pí.... Con vos resulta que
bla bla bla...” y le mando todo de una..?
Le mando todo de una y a ver si sigue tan tranqui ese jovato.

–Ya me cayeron cinco pacientes de por aquí... Tres positivos.–Saúl señalaba con la
mano derecha la playa de maniobras del ferrocarril, a un lado de la calle Godoy Cruz–
La chica dice que nunca se picó. Los otros dos son chicos drogones y uno de ellos me
parece que es homo, o taxi boy... Los tres dicen lo mismo: ni sueñan con vivir mas
arriba de los veinte... ¡Nunca se imaginaron que irían a vivir después de los veinte! Hay
médicos imbéciles que dicen que son así a causa de la condiciones de vida. Pero cada
vez me convenzo mas de que son mas felices que los médicos o por lo menos, que los
oficinistas del hospital... Bah... No: eran, antes, mas felices, porque en cuanto les ataca
la ilusión de curarse y empiezan a pedir que los metan en grupos experimentales de
nuevas drogas, ¡como si hubiera nuevas drogas!, empiezan a querer vivir y se amargan
como todos. Pero antes son felices: ¿Te imaginás sin agua, sin gas, sin heladera,
durmiendo de a veinte juntos en un tanque de hormigón..? Estoy seguro que eran
felices. Uno que estuvo con pulmonía, cuando le dieron el alta estaba feliz devolver y
llloraba de tan feliz diciendo “vuelvo a casita, vuelvo a mi casita”. ¡Y vivía en un taller
mecánico demolido y no tenía plata ni para pagarse el colectivo...!.
Una enfermera le dio dos pesos para el viaje y el tipo viene al consultorio a
contármelo loco de contento y me pide una moneda de cincuenta centavos para ir a la
casita...
Rogaba que no se lo contase a nadie para que la enfermera no se ofendiese, pero
que, como en el ómnibus no cambiaban papeles necesitaba una moneda y así podía
guardarse los dos pesos para comprar comida y llevarla a la casita.
–Diana: vos nunca viste a nadie tan feliz de volver a su casita... Decime una cosa:
¿El tapuz se hace en verano o en invierno...?

–¿Leíste algo de Emilio Millia?–Preguntó Wolff

Mariana había salido del baño sin llevarse las manos a la cara como él había
pronosticado. Como en la estela de la rubia que la precedió, caminaba con lar gos
pasos, con mas elegancia que la que sus jeans floreados a lo Kenzo llevaban a esperar..
Llegó a la mesa y él fingió seguir concentrado en la lectura de una nota de Newsweek.
Así, había pensado, se justifica que me haya vuelto a poner los anteojos..
Ella se sentó en un solo movimiento, y no fue necesario acercarle la silla: bastó
sonreír apenas para hacerle entender que, de ser necesario, él habría sido capaz de
cualquier gesto de caballerosidad.
Señaló la revista y, cuando ella ya se había sentado, volvió a preguntar.
–¿No leíste nada de Millia..?
–No. Pero... ¡Qué casual! Justo ayer lo nombraron en un programa de cable... Dicen
que nunca acepta reportajes y que está escribiendo una película sobre la historia
argentina. ¿Porque me preguntaste justo eso?
–Porque recién pasó por la vereda. Creí que iba a entrar, miró como buscando a un
conocido pero siguió de largo. Yo pensé que él también vivía afuera... En Santos
Lugares, o por ahí cerca, pero parece que ahora se mudó aquí a Palermo…
–¡Vos lo conocés..!
–Si, por la fotos de algunos libros que leí de él...
–¿Buenos?
–No... Pero tampoco malos... Libros mas o menos...¡Cualunques..!
–Uy...¡Que palabra antigua “cualunque..”! Yo la escuché en alguna parte... Me suena
a película argentina en blanco y negro...Yo ahora estoy por comprarme American
Psico... ¿Vos lo leíste?
–No.. Pero vi tantos comentarios que es como si ya lo hubiera leído..
–Tenéis una onda intelectual. ¿Sos periodista o me equivoco..?
–No...¡Ni periodista ni peronista! –Dijo Wolff, y, mirando la página de Newsweek con
la foto del lituano trató de concentrarse para determinar dónde había usado ese juego
de palabras por primera vez. Ella estaba prendiendo un Marlboro y, pese a que le
sostenía la mirada, parecía estar pensando en otra cosa cuando empezó a contar.
–Tengo un amigo... Bah... Amigo no porque hace mas de un mes que no lo veo...
Que es escritor... Muy bueno... ¡El año pasado le sacaron un cuento en la revista Hu-
mor..!
–¿Como se llama?– La interrumpió él.
–Tamborini, pero firma con el apellido de la madre que es Zunino.
–Suena mejor Tamborini. Me parece que vi algo de él. ¿Hace humor?
–No... Escribe cosas relocas... ¡Medio porno...! Sangrientas... ¿Entendés? –
preguntaba y como él asintió siguió diciendo– Es medio genio... Medio increíble...
¿Sabes de qué trabaja en realidad...? ¡De zorro gris! – Ahora ya no parecía pensar en
otra cosa: hablaba de su Tamborini con admiración.
–¿Qué es zorro gris? – preguntó él y descubrió que acababa de revelarse otro
agujero en su memoria. Esta vez no le importaba saber: bastaba recordar que “zorro
gris” era algo que había conocido muy bien y que por alguna causa se resistía a volver
a la superficie opaca en que se estaba convirtiendo su conciencia.
Tal vez en una mesa del Moderno, a comienzos de los años setenta, había jugado
por primera vez con el sonido de las palabras "periodista" y "peronista". ¿O fue
después, en La Rambla, en tiempos de Videla? Si de algo estaba seguro era de que las
primeras veces que jugó con las palabras "periodista" y "peronista", solía oír o decir
con frecuencia la expresión “zorrogris”.
Zorro Gris debía significar portero: no podía evitar imaginarse al zorro gris como a
un hombre con gorra, traje gris y bigotes canosos bien recortados. ¿Chofer de una
repartición oficial?
Ella se disculpaba:
–Claro.. En la Capital no existen.. Pero en provincia los Zorros son inspectores de
tránsito que vigilan los estacionamientos y los escapes. Andan en motos chiquitas y es
como un curro, porque trabajan una o dos horas por día... Y aparte cobran plata de los
remises, las flotas de camiones y de los charters de omnibus truchos para no hacerles
multas... ¡Por mes..! Pero Tambo es regenio: es gay y vive con su pareja en la casa de
los viejos... La mamá les cocina y les sirve el desayuno en la cama matrimonial... Y el
chico que vive con él es diskjockey y lo ama...¿Vos sos soltero?
–Si, pero duermo en cama matrimonial porque me muevo mucho... Duermo
poquísimo... Dormía poquisimo y ahora duermo cada vez menos... ¿Cuanto dormís por
día?
–Todo. Me duermo todo... Si me acuesto a las cuatro no me levanto hasta las seis
del otro día... Si me acuesto temprano me quedo pensando en pavadas y no me
duermo hasta que empieza a salir el sol... Tamborini es instructor de Tai Chi y se
acuesta a las once y se levanta a las cinco de la mañana... Medita... ¿Meditaste alguna
vez vos?
–Si.. Hice algunas cosas parecidas cuando practicaba karate... Ahora tengo mi
propia técnica..
–Me encantaría poder... Pero no es para mí.. No puedo concentrar la cabeza en
nada...¿Cuanto me das..? –Y como la frase sonó en un momento de silencio en todo el
ámbito del Dandy ambos se sobresaltaron hasta que ella aclaró– Tengo veintitrés... Pero
a los quince ya me daban veinte... ¿Cuanto me das vos?
–Por mí te daría todo lo que quieras: tengo tantos años que puedo darte el doble de
los que tenés... Pero de entrada me pareciste venticinco..
–Es increíble, pero últimamente todo el mundo me da veinticinco...¿Vos tenés
cuántos?
–Calculá vos..
–Cuarenta, mas o menos.. – Parecía sincera.
–Le erraste... tengo setenta y cuatro.
–No parecés... No tenés tantas canas..
–No.. Pero la verdad es que tengo cincuenta y uno... No… Cincuenta y cuatro… –
Ella no parecía desconcertada. ¿En qué estará pensando?, se preguntaba Wolff, y de
inmediato pudo confirmar que no estaba pensando en otra cosa
–Para los hombres después de los treinta, cualquier edad es lo mismo.. A las
mujeres no.. Por eso yo siempre digo que no voy a llegar los treinta... Estoy se gura de
que no voy a llegar a los treinta..
–Yo estaba seguro de que no iba a llegar a los treinta y mira dónde vine a parar...
–¿Te sentís viejo..? –Parecía apenada.
–Si... Cuando no tengo plata sí... Con plata valgo treinta años menos... O veinte
menos por lo menos...
–Tamborini dice que la plata no significa nada, pero él saca mas de mil dólares por
mes de cometas y vive en la casa de la vieja que alquila departamentos y paga todos
los gastos... Era drogón...
–¿Y quién no? Hoy ya no te encontrás con nadie que no haya sido drogón, salvo los
que siguen siendo... Mirá esos dos que mambo tienen... – Señaló a la pareja de una
mesa cercana.
–Parecen europeos...
–Son de aquí... Al tipo lo conozco ¡Mirá que mambo tienen..! – Insistió él.
–¿Decís que están de ácido..?
–No... Empastillados.. Me parece que pasta... Extasis..
–Hablas como un pendejo... En provincia ya nadie mas le dice “pasta” a las
pastillas... ¡Les dicen “Pepes”. ¡Vos hablás como un pendejo de Capital...!
–Y eso que estoy casi sin plata.. Si tuviera guita...¿Sabés cómo hablaría..?
–¡Tenés un trauma con la plata..!
–¿Cuanto sacás por mes?
–De dónde... – Parecía alarmada.
–De tu trabajo, de tu casa... ¿Cuanto necesitás para vivir por mes?
–Un toco... Dos lucas, tres lucas... ¡No quiero ni hacer cuentas! Ahora estoy sin
laburo...
–¿Y estás buscando...? – Preguntó él y se quedó mirándola y pensando: la miro, le
estoy ordenando con la mirada que se calle de una vez y todo indica que puede ser
capaz de obedecer.
En efecto, ella movió la cabeza hacia ambos lados. Esta vez no pestañeaba. Parecía
dispuesta a sostenerle la mirada durante todo el tiempo que él siguiera exigiéndoselo,
y, a la vez, dispuesta a obedecer cualquier orden a condición de que la dejaran pensar
en otra cosa. Mucho después volvió a hablar, señalando con el cigarrillo a la pareja de
rubios.
–¿Probaste el Extasis? Nunca en mi vida vi. Ni siquiera sé como es…
–Son pastillas, también puede venir en cápsulas pero casi seguro de que es algo
que antes venía en polvo y se llamaba “polvo de ángel”. La fórmula es la misma: una
anfeta.
–¿Vos lo probaste..?
–No... –Dijo él y vaciló.
Estaba a punto de decir que había probado cosas semejantes cuando reparó que
iba a repetir una escena recién representada. Esto –se dijo– sucede en los relatos de
Milia: cosa de viejos, repetir y repetir las mismas cosas con aparentes variaciones.
Entonces, para manifestar que él advertía la repetición que no era un efecto de la
chochera, o como en el caso de los personajes de aquel tipo, efectos del alcohol,
explicó:
– Igual que con la meditación, tomé cosas parecidas. En un tiempo tomé de todo..
–¿Y ahora..?
–Ahora... Te vas a reír pero recién pensaba en eso.. –dijo él– Ahora estoy tomando
nada mas que unas cápsulas que me recetó el médico... Son un cocktail de mierdas
nuevas... ¿Sabés como las llaman..? – y como ella lo miraba con mucha curiosidad se
respondió de inmediato: –Mis amigos las llaman “las píldoras pajeras del doctor
Marquez”, porque parece que a algunos le provoca excitación. No parece que tengan
anfeta, pero deben tener un componente parecido...
–Es un garrón la anfeta– dijo ella y volvió a callar sin dejar de mirarlo, pero sin
abandonar la expresión de quien recuerda algo, y, al mismo tiempo, oye una música
bailable en su walkman la acompaña con leves movimientos de cabeza.
Solo cuando apagó el Marlboro, y debió bajar la vista para acertar al cenicero él
volvió a hablar, preguntando:
–¿Te gusta pegar?
Ella asintió con la cabeza sin mas señal de sorpresa que una momentánea
interrupción su música inexistente. Después habló, recuperando el ritmo de su música
imaginaria, tal vez buscando lucir el movimiento de su pelo sobre los hombros:
–Todo me gusta, si es con onda... Lo que no me banco es la gente forra y careta...
Me banco todo pero no me banco la careteada y menos todavía la forrería... ¿Vos te
crees mil..?
–No... Yo ya no me creo nada...Pero con plata se que soy mas de mil.. Con plata yo
me las creo todas..
–Estas traumado con la plata... ¿Cuanto necesitás por mes para vivir..
–Por lo menos diez lucas... Pero nunca en la puta la vida pude terminar de juntarlas..
–Es un toco de plata... Yo con menos de la mitad de eso estaría salvada...
–Tendrías que encontrarme alguna vez con plata... ¿A que hora te desocupás hoy?
–A cualquier hora.. Tengo que llevarle eso al doctor y no tengo nada mas para
hacer...
–¿Querés que te acompañe?
–No... Es una pálida total.. Quedemos en algún lugar..
–¿Aquí en el Dandy? –Propuso él– Poné una hora y yo vengo.
–¿Once y media..
– No...Mejor las once y me acompañas hasta el centro y después comemos...
–¡Dale..! ¿Qué hora es?
–Son seis y media... Ya esta empezando a joder el sol...
–El sol a esta hora es un bajón... –Lamentaba ella.
–Es lo peor... –Corroboró Wolff al tiempo que levantaba un brazo para llamar la
atención del mozo.
El mozo y el cajero estaban concentrados escuchando una radio portátil. Un cliente
que acababa de entrar se acercó a ellos y apoyándose contra el mostrador orientó el
lado izquierdo de la cara hacia el aparato. Los tres parecían pendientes de una
transmisión de fútbol –imposible a esa hora– o de las noticias del informativo de la
mañana.
–Otra bomba en una sinagoga. –Pensó Gil– Cada vez que aparece una mina que me
calienta revientan una embajada o un templo y la gente se pone como loca a escuchar
radio... ¿Qué necesitará saber con tanta desesperación esta gente?

Todo el año… – Explicaba Diana– Hay tapuz todo el año, porque siempre hay na-
ranjales a punto y además, si no hay recolección de naranja, siempre hay algún trabajo
que hacer. A mi prima, por ejemplo, le enseñaron a hacer injertos. Y como los naranjos
ya estaban injertados, para que practique la pusieron a injertar rosales. Volvió a Tel
Aviv con las manos destrozadas por las espinas. Mis tíos la fueron a buscar para
llevarla a Viena porque ella quería conocer Viena y dice que a la vieja se moría de
vergüenza en los restaurantes porque todos los mozos y la gente le miraban las manos.
No... no es Fridman, ella es Schenkel, hija de la hermana de mi vieja, –respondía a una
pregunta de Saúl– y en ese kibutz, igual que en el que me tocó a mí en Yahmah,
odiaban a las argentinas y les daban los peores trabajos. ¿Qué son..? ¿Seis y media...?
A esta hora ya te estaban cagando a pedos. A mi me tuvieron los primeros cinco días
doblando ropa en el lavadero sin ver el sol... Si...Ya se que te conté... Pero a la mina del
lavadero se le metió en la cabeza que me gustaba un chico francés y primero me
empezó a hablar mal de él y después como yo no le daba bola –¡y yo no le daba bola
porque me hablaba en un inglés arrevesado con frases en hebreo y no le entendías un
pomo..! – porque yo no le daba bola, hizo trasladar al francecito a trabajar a la
contaduría, de puro cuida... Era una sabra la mina... Resentida... Son todas cuidas y
resentidas... Nos levantábamos justo a esta hora, seis y media, pero ellas ya estaban
vestidas para vigilar que ninguna se lavara la cabeza y eso nada más que para ahorrar
agua... En pleno invierno... Pero no hacía tanto frío...Igual fue una buena experiencia...
No es la savá, pero es una buena experiencia... ¿Los militares no eran hijos de puta
como esas minas? No te lo puedo creer. Te habrá tocado gente distinta... ¿Había
sabras? ¿Y religiosos? Por ahí, con los machos es diferente... Buen... Por lo menos a mí
no me arruinaron las manos... ¿O será porque vos ya eras médico y hablabas hebreo..?
Ah... No te conté la última forrada de mis viejos... Vino una promotora a casa y...¿Sabés
lo que hicieron..?. ¡Se abonaron al canal codificado de cable..! ¡Al de porno! ¿Y qué
hora es? ¡Nos sobra tiempo..! Entrá por Libertador y desayunamos en el Dandy, o en el
Open... Quisiera medialunas con mermelada. ¡No..! No es una orden... Te dije nada más
que tengo antojo de medialunas con mermelada y no creo que una pizzería de
borrachos podamos conseguir...

¿Qué es hoy? ¿Viernes? Ahhh... Mañana cierra la expobalza y no puedo dejar de


ir... –recordaba Wolff– ¿Esta mina tendrá un sobrino o un hermanito para llevar? Es una
mina justa para que te acompañe a la expobalza.
–¿Tenés hermanos? – preguntó Wolff y mientras ella mencionaba a una hermana
mayor que hacía años que no veían, y de otra de diecieciéis que estaba ter minando el
colegio, él imaginaba un encuentro en la exposición: va acompañado por esta Mariana.
Ella se mueve como escuchando un walkman inexistente. Los conscriptos y los
suboficiales jóvenes que vigilan el orden le miran el culo inercambiando entre ellos
gestos de admiración. Alguno quizá se pregunte cómo vino a parar allí esa mina ahí
con un jovato. Ella mira todo con atención para después contárselo a su amigo
Tamborini: tal vez él escriba un cuento con sus descripciones de tanques y simulacros
de ataques de comandos. Frente a un stand topan con el Almirante Irizarri, o, peor, con
el Capitán de Navío Usandizaga, de la promoción cincuenta y cuatro del Liceo. El tipo
viene con su señora y sus dos hijos, adolescentes tardíos. El capitán se ha vestido de
hombre de campo que va a la exposición rural para que nadie descubra es un oficial de
un arma antagónica. No pudo resistirse a la crónica de La Nación y él también quiere
ver la expobalza.
–Les voy a presentar a Mariana Hache– imagina Wolff que les diría. – Trabaja en
Página 12... – piensa Wolff en su historia imaginando una mirada de reproche de su
acompañante, obligada a desempeñar un papel cuyo libreto ignora, mientras en la
mesa del Dandy ella relata los problemas con su hermanita de quince o de diecisiete
años y Wolff imagina que la señora Usandizaga queda encantada con Mariana.
Le ha dicho que a veces ella también lee el diario Página: lo compra para los chicos,
por los suplementos culturales y por la música... Quiere saber qué hace ella en el diario
y Mariana confiesa que no es periodista, que trabaja en la sección moda. La señora de
Usandizaga, un poco decepcionada, cambia de tema y le dice a Mariana que se cuide:
que Wolff siempre fue la oveja negra del Liceo y que es un “rompecorazones”.
Los hijos del capitán le miran las tetas a Mariana y comentan que la exposición del
Ejercito es una mierda, “como todo lo que hacen los verdes”.
Los chicos, que deben estar estudiando administración de empresas o diseño
gráfico, han asimilado en su casa el odio al ejército y aprendieron a mencionarlo
despectivamente con la expresión "los verdes”. Mientras los chicos hablan, el capitán
mira a Wolff con la resignación de quien ha declinado toda autoridad. Después
reprocha vagamente a sus hijos diciéndoles que el ejército está a la vanguardia de la
actualización y que si la marina no hace algo mejor, se quedará atrás y se guirá siendo
"el hijo de la pavota" y "el último orejón del tarro" a la hora de distribuir el presupuesto
de seguridad.
Los chicos no le prestan la menor atención. Se distraen mirando a Mariana que,
junto a la señora, acaba de prender un cigarrillo y parece dispuesta a convidarlos, lo
que sería un error. Después las dos mujeres se quedan fumando bajo una arcada
colonial del cuartel de Patricios. Los chicos vuelven a hablar con suficiencia sobre los
comandos que hicieron la exhibición de las cuatro de la tarde: cometieron muchísimos
errores de formación y de tiro, pero lo peor fue el locutor que relataba las prácticas de
karate cuando en realidad solo representaban un simulacro del tegup de taekwondo.
Los altavoces describían las acciones fuera de sincro, hablaban de posición de tiro
cuando el pelotón de comando aún estaba a bordo de un carrier, describían el carrier
cuando los comandos rodeaban un nido de ametralladoras y comentaban el poder de
demolición de las granadas Mk1 cuando ya habían pasado varios minutos desde la
detonación de unos petardos radiocontrolados. Todo volvía notorio que se trataba de
una grabación. La música que usaron como preludio a la entrada de los tanques –según
los chicos un tema del conjunto sueco Roxette– era una "grasada" que ni los gronchos"
del público pudieron bancar. Mariana señala los chicos y cuchichea algo con la señora.
¿La señora del capitán Usandizaga no da justo el tipo de vieja del barrio de Belgrano
que conoce a una puta en la peluquería y le pide que inicie a sus hijos..? Wolff piensa
que sí, que es ese tipo clásico de mujer de Belgrano o de Vicente López que vive tan
preocupada por la virilidad de sus hijos, como por la discreción de sus hijas y mas
ahora, cuando el marido hizo fortuna mientras estuvo como agregado naval en Bonn.
Seguro de que los alemanes lo habilitaron con algunas comisiones para que mande
informes favorables sobre la chatarra sumergible que siguen tratando de vender. Como
de que Mariana sería la acompañante ideal para llevarla a esa Exposición del Ejército
que el diario financiero la bautizó “expobalza” porque el comandante del ejército se
llama Balza.
Algo curioso: Balza, el jefe del ejercito, es campeón de natación y entrena todos los
días en una pileta climatizada. Como una balsa, flota el general. ¿De qué veníamos
hablando..? Ah... La hermanita de quince... Recordó Wolff y propuso:
–Hoy te invito a comer a un lugar que ni te imaginás. ¿Sabés manejar tanques?
–No... Autos sí.. Pero nunca terminé de sacar el registro... –Parecía contrariada.
Acababa de preguntar algo y él le respondió con una pregunta loca sobre tanques.
–Hoy vas a manejar un tanque... ¿Te animás?
–Yo me animo a todo... ¿Pero vos qué pensás?
–¿Sobre qué?
–Sobre lo que te decía de mi hermana..
–Nada... Yo creo que...–Wolff advirtió que no podría recordar lo que había estado
oyendo sobre la hermana: podría reproducir la melodía de las ultimas frases, pero
ninguna palabra. Completó su respuesta automáticamente:–...a los chicos hay que de-
jarlos en paz... ¡Mas los grandes tratan de hacerles hacer algo, mas ellos se empecinan
en lo suyo..!
Mariana asintió y volvió a hablar del problema de la muchacha: parece que la
hermana no es como ella. No sale con machos, sueña con encontrar un novio serio,
nunca en la vida se drogó y en muchas cosas es superinocente. Pero en cambio, se la
pasa insultando a los padres. Los acusa de haber educado mal a las dos mayores, dice
que la familia es una vergüenza y que le arruinaron la vida a ella. Que por ser hermana
de estas dos solo se le acercan los vagos y los drogadictos y que en todas partes, no
bien escuchan el apellido Illesca quieren saber si es parienta de alguna de ésas dos. La
chica parece que anda haciendo escenas para provocar una mudanza de barrio y
queda la impresión de que el padre está feliz de tener dos hijas reventadas. Por lo me-
nos, eso es lo que mas les reprocha la hija menor. A la mayor le perdieron el rastro
hace bastante tiempo. Mariana cree que debe estar yéndole bien. Dijo algo así como
que:
–Yo la conozco bien... Si hubiese hecho una cagada, o si las cosas le fueran mal, ya
estaría de vuelta por mi casa o al menos ya se habría ocupado de que nos llegue la
noticia para amargarle mas la vida a mi vieja...

–Pichi...¿Podés hablar...? ¿Sabés qué quiero...? ¡Plata! Quiero plata para


comprarme cosas para el verano. Quiero que me llevés a la pileta de Pereira, o, si te
animas, irnos unos días al mar... A Mar del Plata o a Gessell. ¡Aunque sea en carpa..!
Los evangélicos me deben setecientos pesos y dicen que no nos van a poder pagar
hasta que les llegue la partida de Norteamérica... Con esa plata podríamos irnos... Soñé
que aparecían unos ingleses en la cooperativa de los evangélicos. ¿Vos ni dormiste
nada? Sí... Prendela y pasame unas pitadas... Me parece que fue una cagada agarrar el
laburo con los evangélicos... A mi me gustaría encontrar un trabajo en Quilmes, o en
Buenos Aires... Aunque te paguen menos y sea mas sacrificio viajar... ¿Vos creés que es
cierto que hace dos meses que no les llega la partida..? ¿Y entonces por qué nos
pedalean la plata...? No... La plata que me diste te la devuelvo en cuanto cobre...
Guardala vos para irnos a Gessell o a Valeria del Mar... A cualquier parte... ¿Ves que con
lo que estás gastando en hotel podríamos tener una casita alquilada? Con dos o tres
veces que venimos en la semana hasta podríamos alquilar un departamento en Vernal,
o en Lomas. ¿Qué tenés en contra de vivir siempre en un mismo lugar?

Forros, los evangélicos dicen que dicen siempre dicen la verdad pero pongo las
manos en el fuego de que caretean. Igual son de otro planeta. ¿Le cuento a este jovato
la historia de cuando tuve que meterme con los evangélicos para sacarle la posta a dos
rehabilitados..?

< I >–Oí que te cuento tío: resulta que dos tipos de la provincial me vienen a ver
justo una tarde que no estaban mis viejos que habían ido con mi hermana a comprarle
las cosas del colegio y me dicen que habían pensado en mí para una cosa que
necesitaban y que me iba dejar un montón de guita como para comprarme un Uno –un
Fiat– y ya antes de empezar a explicarme lo que pretendían uno de los tipos me em-
pieza a tocar el pelo y a mí ese tipo no me gustaba nada, era un ofiche pero no me
gustaba nada. Y en cambio, la manera de mirarnos del otro me calentó porque ese sí
era mas joven y tenía su pinta.. Ahí yo tratando de zafar les digo que estaban por
llegar mis viejos pero el mas viejo me dice que los vio esperando el micro en el puente
de Calchaqui y que seguro iban a tardar y ahí se ponen a tocarme entre los dos y a
sacarme la ropa y te cuento que el de mas pinta se bajó el pantalón y me la metió de
una: con corbata, camisa y saco puestos y con el pantalón y los calzones con florcitas
caídos a la altura de los tobillos el otro, el que empezó primero a tocarme, se sentó a
mirar y en un momento yo pensé “buen.. ahora acaba este y viene el otro y me rompe
el orto..”, pero ni ahí: el tipo siguió sentado en el sillón de mimbre de mi abuelo, mi-
rando, y ni siquiera se calentó. Adentro me acabó el flaco y yo acabé como una loca
pero seguro que él se creyó que yo le estaba haciendo teatro... Bueno... Resulta que
después el flaco se fue al baño y mientras yo me vestía toda chorreada el viejo,
sentado y fresco como un bañero me dice que yo podía ganarme un toco de plata, que
tenía nada mas que hacerme pasar por convertida, por rehabilité, –¿entendés?– para
que me llevaran a la quinta de los evangélicos y amigarme con dos rehabilitados para
sacarles dónde habían escondido la guita...
Porque había una torta de guita guardada y si yo conseguía sacarle el dato del
lugar donde la tenían encanutada, ellos me daban la mitad de lo que se pudiera
rescatar.
–Me prometieron el Fiat Uno y mil y una cosas mas me prometieron y yo, de puro
pelotuda, agarré y dije que sí sin consultar a nadie....
¿Viste cómo trabaja de bien la yuta?
–Vienen, te garchan a la fuerza y después se hacen un poco los chicos buenos para
sacarte lo que quieren y una es una boluda que nunca termina de aprender.. ¿Te
interesa que te siga la historia? Mirá que es larga y ya te conté lo mejor del final: que
soy una boluda que hago todo sin pensar y nunca aprendo como hay que hacer las
cosas…

< I >Forros, los evangélicos dicen que siempre dicen la verdad. Cierto que nunca
los vas a agarrar diciendo una mentira. Pero también: escucha las cosas qué hablan...
Hablando boludeces todo el tiempo, así cualquiera nunca miente. Estuve dos semanas
con los evangélicos. Conocí una mina que quiere inscribirse en el ejército como
soldado voluntario. Los evanagélicos son casi iguales a los militares. Dan órdenes.
Dando órdenes todo el tiempo, claro que nunca vas a poder decir una mentira. Pero si
vos tenés un almacén y precisas que el mayorista te fíe tenéis que decirle que vas a
pagar el día tal y cual y mostrarle los papeles y todo eso...¿No? Al mayorista no podés
convencerlo con órdenes ni con capítulos de la Biblia. Media hora a la mañana, media a
la tarde y otra media a la noche, a leer la Biblia. A mí me sirvió para ejercitar la voz. Me
hacían leer a mí la mayoría de las veces, por la voz. Es una pálida leer cuando te están
oyendo doce reventados como vos, que saben que a vos también te importa un moco
lo que estás leyendo. La mayoría son tipos que caen ahí porque ya no dan mas. La
mayoría viene a parar ahí porque venían pasados de vuelta, tenían a los canas atrás y
estaban endeudados hasta la nuca. O los habían rajado de la casa. O se los manda un
juez que de lástima no los quiso guardar.
De lástima o de miedo, porque parece que, con lo que pasa adentro de Batán y en
Caseros tienen miedo de que depués que un día, a la larga salgan y les hagan lo
mismo.
¿Que le haga qué? ¡Que se los cojan Gil! Porque adentro en Batán hay pesados que
cuando llega un pibe lindo se lo cojen aunque no los caliente, nada mas que pasarles la
enfermedad. Así decían los chicos en la quinta de rehabilite: “lo único bueno del
evangélico es que no te coje, por lo menos, que no te coje de prepo”.
Llegan los tipos y empieza siempre la misma historia... “Hermano” de aquí,
“hermano” de allá, pero en concreto son peores que los milicos. Hacen todo
cronometrado. Deben cojer con el reloj en la mano: a las siete te levantan, siete y
media tenés que dejar limpio todo lo del desayuno. Ocho menos cuarto Biblia. Ocho y
cuarto, caminata por la quinta. A las nueve cambiarse de nuevo y trabajar... Arrancar el
pastito de la quinta, atar con mimbre las cañas de los brotes de tomate, pintar con cal
los árboles, a los almácigos despastizarlos, espolvorear veneno en los hormigueros,
hacer zanjas.
Zanjas nada mas los varones. Las mujeres, desde las once a la cocina. Cocinás para
un regimiento, porque de allí sale la comida a los hogares y las escuelas evangélicas
de toda la zona. Pelás cincuenta kilos de papas, colás diez ollas de puchero, picás
veinte cabezas de ajo y cincuenta cebollas..
Y a la tarde psicólogas. Vienen desde La Plata y te averiguan todo. Una hora tres
veces por semana. Vos les podés contar cualquier barbaridad y ellas te siguen la
corriente. No parecen evangélicas, pero son. Y con los otros no podés hablar de sexo ni
de droga. Pero los locos que caen allí, en cuanto ven que no los están viendo no hacen
mas que hablar de tipos de fumo, de maneras de picarse y fórmulas para truchar frula.
Y las minas, lo mismo: contar historias de trips y hablar de machos y de como la tiene
que ancha y de larga cada uno.
Y está prohibido tomar vino: imagínate cualquier otra bebida... Está prohibido tener
relaciones sexuales y hasta besarse, pero obvio –Mariana exageraba la pronunciación
de las vés encabalgadas– que a medianoche hay transas y algunos ya hicieron arreglos
para encontrarse en el fondo, pero nunca falta alguien que bocina y entonces los
expulsan. Las dos semanas que estuve yo expulsaron a dos tipas que estaban yéndose
todas las noches a apretar en la cocina. Eran tortas.. Bah... No se si eran tortas por ser
trolas o por despechadas porque la verdad es que eran un vómito de feas. Una venía
de pico y la otra había sido borracha: tomaba nada mas vermouth, pero mas de dos
botellas por día. Allí temblaba: le agarraban tembleques por la falta de bebida y la otra
corría a consolarla... Había sido borracha de lo peor... Pero... Bueno... Seguiría siendo
borracha porque los curdas no se curan: vos ves a los de pico, que cuando se le corta
de golpe se ponen zombis, quedan duros pavotes y lo único que saben es comer y
dormir o hablar de drogas y extrañar... Pero al final se curan.. ¡Zafan! Los mamertos no
tienen curación. Lo único que les saca el tembleque y la locura es chuparse un trago...
Pero te dije... Después tenés Biblia a las tres y de nuevo Biblia a las nueve y media...
De seis a ocho de la noche dejan mirar televisión, pero no tienen cable y se engancha
nada mas que el canal 2 de La Plata. Las radios son de ellos y no te las prestan ni
aunque te vean llorar y las tienen siempre puestas en estaciones de ellos que
transmiten nada mas que sermones pastores, cumbias evangélicas y reportajes a
rehabilitados y a curados por milagro. ¡Anda vos a cambiarles de estación y trata de oír
la Rock y Pop..! Te empiezan con un discurso que no te los podés sacar de encima: que
te pegaran sería mejor en vez que te secuestren con bla–bla–blas y recriminaciones.
Nunca los vas a agarrar diciendo una mentira, pero tampoco te van a decir nada
que valga la pena mentir... Algunos pastores son bastante piolas, igual que las
psicólogas que ni parecen evangélicas, pero ni punto a comparación entre ellos y un
cura piola... Los curas piolas son regenios ¿No es cierto? En cambio un pastor piola es
piola porque él mismo te reconoce que fue pecador, que era un timbero o un putañero
un drogón o un reventado de lo peor hasta que se cruzó con Jesucristo...
¡Te lo dicen así como si lo hubieran visto...! Y si los apurás te dicen que nó, que no
lo vieron: que lo sienten ahora y que sienten que está al lao de vos y que vos estás a
punto de sentirlo, porque está al lado tuyo... Y ahí se les prenden los ojitos y se pasan
la puntita de la lengua para mojarse los labios como si estuvieran por pedirte que les
muestres la concha...
Te juro Gil que yo en la vida ví degenerados, pero lascaras de degeneración que
ponen éstos cuando te miran las tetas y uno dice que ve a Jesús y viene a abrazarte,
te dan de terror... Y después a la noche la volvés a soñár.
Yo... Yo... Yo sentía bronca, porque entré ahí de puro boluda, por unos tipos que me
hicieron el verso. Te explico: dos canas, dos canas que parecían tipos posta que
trabajan por la suya, me dicen que el juez mandó a dos locos a rehabilitarse para no
guardarlos porque eran esa clase de locos que con nomás estar un mes en Batán se
aprenden todas las maldades y terminan de revirarse... Los locos venían repasados de
pico, pero, según los canas, no eran giles y se habían armado de una bocha de plata y
la tenían encanutada en algún lugar... Me dicen los dos canas que me haga amiga de
los locos, que les saque lo datos de donde estaba la bocha de guita y que ellos la
rescataban y que después la repartíamos entre los tres. Me prometieron un Peugeot
205 o un Fiat Duna y yo les dije no, que yo prefería que me paguen al contado el
alquiler de un depto en Buenos Aires por un año, lo que venía a ser mucha menos guita
pero valía la pena y hicieron números y me dijeron contentos que sí y yo como una
pelotuda les creí.
Me hicieron llevar por un ofiche de uniforme a la quinta. Entré haciéndome la pollito
mojada porque uno de los pastores me conocía del barrio y tuve miedo que pensara
que yo no era drogona y se avivaran que había ido a batir... O de que era tan
reventada que debía haber algo raro para que de repente me dejara llevar a curar...
No digo que sean mala gente. Por lo menos, a mí me sirvieron para mejorar la voz.
¿Te dije que de noche no me puedo dormir..? Bueno: en la granja evangélica me caía
muerta a las diez de la noche y me tenían que sacudir entre dos para que me
levantara a las siete. Un día hasta seguí durmiendo hasta las diez... Por el aire y por
todo el trajín que te obligan. No: gimnasia no hacés. Me da la impresión de que los
evangélicos... –bah...por lo menos estos evangélicos– no tienen buena onda con la
gimnasia. No digo que sean sucios: al contrario, siempre los ves limpitos aunque
estuvieron trabajando en la tierra... Pero no te los podés imaginar haciendo deporte o
bañándose. Parece que se bañan con la luz apagada... Para no verse en bolas que es
pecado. ¿Te cuento de los locos Gil?

< I >–No Susi, a Mar del Plata no porque Mar del Plata es un lugar superbotón y
van los giles que van ahí para ir al casino. Vos ni sabés y ni te imaginás, pero Mar del
Plata es una ciudad revigilada. Allí manda la Federal que maneja todos los curros,
desde la quiniela hasta los pirateos de camiones y ni te cuento lo que pasa con el fumo
y las transas. Claro que el mar es lindo, pero a los sitios donde mandan los federicos
hay que rajarles. Yo estuve un tiempo con un chico que había sido pescador y justo en
el sorteo le tocó aeronáutica. El había querido marina: se pensaba que si le tocaba
marina allí iba a ser Gardel porque sabía de barcos mas que un almirante. ¡Si sos
pescador, es de diez que te recope el mar! Pero si no, es gilada: mirar el agua, bañarse
cagándose de frío y quemarse en el sol para que después te miren todos en baile y te
digan “qué quemada que estás” y vos les contestás ” sabés que sí..." "¡estuve de
veraneo..!” Eso es gilada. En carpa si, me iría. Pero no al mar... A mí me gustaría ir a
Corrientes., Quiero ver correntinos. Todos los correntinos que conocí peleaban bien y
además me gusta ver como hablan... ¡Y yo ni me acordaba que vos eras correntina..!
Tu vieja sí, habla. Pero vos cada vez mas hablás como una concheta de la galería
Rivadavia... A Corrientes, si querés nos mandamos porque debe haber algún río por
allí, o en Santa Fe, que queda por el camino, que tenga una playita para acampar... Un
camping....Un sitio que se pueda ir con el auto... Tengo que apalabrar al gordo para
que me prepare un auto y arreglar los papeles. Nada mas que para las vacaciones...
Pero ¿ves como sos...?
Empezáis hablándome de comprar ropa y terminás queriéndome engarzar en toda
esa pirueta del auto y de borrarme por no se cuántos días haciendo vacaciones como
un gil. Y después me tirás la pálida de alquilar un departamentito... Ponele que este
año de la costa saquemos doscientos ladrillos. La mitad es mía... Bah.. tuya, de los dos.
Cien ladrillos bien movidos alcanzan para comprar un departamento.. Pero... ¿Sabés lo
que vamos a hacer..? Vamos a reventar la guita en este telo, le vamos a comprar un
galpón al cura que lo necesita para no seguir durmiendo entre las donaciones, las go-
mas de la camioneta y las bolsas de papas y después nos vamos al Aeroclub de La
Plata y me hago renovar el brevet y recorremos de a cachitos todos los días la provin-
cia. Vamos un día al delta, otro día nos vamos a Pergamino. Podemos llegar hasta
Tandil y, si querés, hasta podemos pasar por encima de Mar del Plata. En un PA 11. Son
ocho horas de vuelo parando a comer en Dolores a la ida y en algún campo de por ahí
a la vuelta. Y ¿Sabés qué mas? Hay que hacerle un regalo al gordo. El gordo quiere
poner un comité del Modín... Está de la nuca... Lo van a cagar esos mas todavía mas
que lo que lo cagaron los peronistas... Pero está bien, dejalo que ponga el comité que
después va a venir a llorarnos a la costa por cómo, de nuevo, lo cagaron... Y un regalo
a tu vieja. A tu vieja hay que conseguirle alguien que tenga una Trafic y que las lleve a
las dos al Makro de General Belgrano y que se compre todo nuevo para la casa: cocina,
microondas, friser, lavarropa, toda esa gilada que las copa a las viejas. Con dos lucas
llenan la Trafic y la vieja se pasa una semana desarmando paquetes. ¿Viste el pastor
Casas..? Si, ese, el hermano Fabian... Bueno: es truco. La propia yuta lo bocinó:
estafaba con lotes en Merlo. El dice que pecaba antes de encontrar a Jesús: te aviso
que es retrucho. Ese no encontró a Jesús: encontró un modo de currar a los
evangélicos. La cana lo bocina porque en el fondo, hay canas que, fuera de lo suyo,
son derechos. El pastor Casas se chorea no se como la guita de los evangélicos y mete
los dólares a interés en una escribanía de Berazategui y en la inmobiliaria del inglés
ese que reventaron... El inglés, Enana, ese que era jefe de Doña Laura y se la apretaba
y que vaya a saber por qué lo reventaron. Bueno: el tema es pegar la guita del Pastor
truco y devolverles la mitad a los evangélicos. Si uno va y habla con ellos no te creen:
son duros de cabeza. Hay que apretarlo al Casas ese y sacarle todo y me parece que
ya desculé la manera... El gordo arruga: al gordo hay que llevarle todo cocinado y
pedírselo como favor, ahí si se juega. Pero pensar algo, preparar toda una a opereta....
Eso no es para él. ¡Ahí arruga! El es feliz con su taller y si hace alguna cosa es por pura
amistad... No sé si en lo de este pastor habría que meterlo. De entrada, el gordo ya
creo que va decir que no y para meterlo hay que pedírselo como un favor..
Ah... Y además cerca del aeroclub de La Plata hay una parrilla de camioneros que
abre las veinticuatro horas, para camioneros, y un telo de primera y mas barato que
éste. Por la ventana ves todo campo, y de noche, ves el fosforito, que es una chimenea
de la destilería de YPF que larga una llama de mas de mil metros de alto..

< /i >–¿Siguen mandando pendejas al tapuz? Preguntaba Saúl cuando los detuvo
el semáforo de Juan B. Justo y Libertador.
–Pienso que sí. Últimamente no escuché de nadie, pero... Claro... Yo no trato con
chicas de esa edad..
–¡Cada vez menos gente quiere ir a Israel..!– Reflexionaba Saúl, pronunciando la
erre casi cozmo una vocal.
–Es por el turismo: está todo tan barato que los chicos, antes de llegar a la edad de
ir a Israel ya se conocen medio mundo y están podridos de viajar. Quieren irse a
estudiar a Estados Unidos, no a Israel... – Dijo Diana, pronunciando esta vez, “Israel”
con erre, a la manera de los goi argentinos.
–Pero en cambio, me parece que ahora hay mucho mas onda religiosa...–Decía Saúl.
–Eso sí.. Cada vez va mas gente al templo y se celebran mas las fiestas... Dicen que
es por la bomba en la embajada, así que ahora, después de la explosión de la Amia va
a ser mas fuerte... ¡Ojalá..
–No... Esto viene de antes... De hace bastantes años... Creo que es por la onda
neoconservadora... Los judíos se hacen mas judíos, los musulmanes mas islámicos, los
católicos mas católicos y los hijos de puta mas hijos de puta... ¡Es una moda mundial..!
–¿Viste que en esta plaza –dijo ella señalando un espacio verde, casi baldío, ubicado
a la izquierda de avenida Libertador– encienden todos los años las velas de Janucá...
–¿Desde cuándo? – pregunto él.
–Por lo menos hace cinco años... No.. mas... Desde antes de que vos te fueras a
Boston... ¡Creo que fue justo cuando se fueron los militares..!
–Con Alfonsín –dijo él al tiempo que reducía la velocidad y miraba hacia el parque
vacío y mal iluminado– ¡ Y justo aquí vinieron a ponerlo los hijos de puta..!
–¿Por qué? ¿Qué pasa aquí? – Quería saber ella.
–Que justo aquí estaba antes la piedra de Siro. Una cosa de los macumberos de
Lopez Rega que empezaron la matanza en tiempos de Perón. Yo vine a verla: decían
que era una piedra con poderes mágicos y que allí iban a levantar un altar mágico para
rendir culto a Evita..
–Casualidad... No creo que la gente de la colectividad haya pensado en esto...
–Yo no estaría tan seguro... No creo que los rabinos sepan algo del tema, pero no
me extrañaría que algún masón de la B´nai Brit haya gestionado esta plaza con algún
cófrade que esté en el gobierno...Tendrías que preguntárselo a tu viejo..
–¿Y él qué puede saber? ¡Si mi viejo no es de la B´nai Brit! ¿De donde sacaste que
mi viejo es de la B´nai Brit..?
–Se me ocurrió... Si no es, debe tener muchos amigos en la B´nai Brit... Si nó no
haría tan buenos negocios con el Opus Dei..
–¿De dónde sacás que mi viejo hace negocios con el Opus..?
–De la revista del shopping... Pero te estás poniendo loca... ¡Yo no tengo nada
contra el Opus ni contra la B´nai Brit!
–Yo no sé nada de esto, pero siempre que metés cizaña contra mi viejo hablás a
medias..
–¡Si yo no tengo nada contra tu viejo..! ¿Cuando era que empezaban a encenderse
las velas de janucá..? –decía Saúl y preguntaba:–¿Se verán desde la mesa del Open?–
Preguntó un par de veces Saúl, insistiendo con esa suerte de ironía que irritaba a Diana
hasta darle deseos de abrir la puerta y abordar el primer taxi que pasara.
¿Hacia dónde? Se preguntó Saúl al pensar en eso.

¿Vendrá a las once esta mina..? –Se preguntaba Wolff. No es el tipo de mina que
se distrae. Algo es seguro: es gato y sabe contar. ¿Como se aprenderá a contar?
¿Nacerán así, sabiendo? ¿Será la histeria o algo genético? Es una lástima que estas
minas que saben contar no se les cruce por la cabeza la idea de escribir. En cambio,
cada vez hay mas estúpidas de esta edad que quieren ser escritoras y, hablando, no
pueden contar ni un accidente de tránsito. Escribiendo, peor: tienen que contar que un

omnibus de la línea 60 atropelló un puesto callejero de venta de hot dogs y desde el


primer renglón se nota que vacilan entre intentar asemejarse a Thomas Bernhardt o a
Dylan Thomas. ¿Vendrá a las once? Parece interesada. ¿Qué mierda le interesará de
mí?
–¿Qué te interesa de mí? – Preguntaba ella justo en ese momento.
–La salud... –La rapidez de la respuesta debió desconcertarla– Leí hace poco que a
los animales les interesan las hembras jóvenes porque parecen mas sanas... En
general, son mas fértiles que las mayores... Recién de viejo me di cuenta de que
siempre me había fijado en la manera de caminar.. Es lo que mas atrae a la mayoría de
los hombres... ¿Sabés por qué..? Porque los hombres primitivos necesitaban minas
ágiles, para que no se les escapen los chicos y las ovejas... O las gallinas... Si los
hombres se calentaran solo con minas que caminan mal, la humanidad hubiera
desaparecido... ¿De qué te reís?
–De eso que dijiste... Justo a mí.. La salud....¡Soy la mina mas propensa a
enfermarse que conocí...! Tuve de todo... Siempre me dejaban libre en los colegios por
faltar... ¡Hace poco me hice un análisis del Sida!
–¿Y como te dio?
–Negativo... Pero después me llenaron la cabeza con que no significa nada... Podés
dar positivo por error, o negativo por error, o porque el sida te está recién empe-
zando... Así que... Voy a tener que hacerme mas análisis...¿Te hiciste análisis vos?
–Si... Por un trabajo.. Negativo me dio..
–¿El Elisa o el Westernblut?
–No sé, creo que eran los dos... Me lo hicieron en el diario La Nación.
–¿Tuviste miedo?
–No... A mi edad aunque te agarre sida siempre tenés mas chances de morir de
cualquier otra cosa... El corazón... Cánceres... Derrames...
–Estás retraumado con la edad... Pero no me dijiste qué te interesa de mí..
–Sí, te dije...¿Te gusta pegar?
–Sí te dije... Me gusta todo si es con onda..
–¿Pero qué es lo que mas te gusta..?
–Todo... Ya te lo dije
–Va de nuevo: ¿qué te gusta mas: pegar o que te fajen..?
–Según de quien venga..
–¿ Y de mí? ¿De alguien como yo..?– Preguntó Wolff, haciendo girar los anteojos en
la mano, como si ellos representaran a su persona.
–Que me faje... Vos no das ganas de pegar..
–Lástima que sean las seis y media,– Si no tendríamos que hacer alguna prueba..
–Pero podemos hacer otras cosas... Tenemos mas de una hora... ¿Querías irte a
dormir?
–No... ¿Qué te gustaría hacer?
–Tomar una cerveza en un lugar tranquilo.. ¿Podés llevarme a tu casa?
–Claro.. ¿Creíste que era un casado?
–No... ¡Ni ahí..! ¿Que mina te iba a aguantar a vos?
–Bueno... Ponele que vayamos a casa... Que mas tengo que hacer... Digo... ¿Algún
requisito?–Wolff silabeó esta pregunta y pensó que "requisito" era una palabra de viejo
que quizá a ella la llevara a pensar en un quesito chiquito y exquisito. Volvió a
preguntar: –¿Algún re–qui–si–to?
–¿Hablás de guita?
–Si... Y de todo lo demás..
–Ni hablar de guita...–Rió ella– ¡Hoy todo corre por cuenta de la casa! Todo sin
requisitos –Silabeó imitando el énfasis de Wolff mientras se inclinaba hacia la silla de
un lado y recogía su cartera.
–¡Que papelón decir requisito..! ¿No te suena a botica, aeroplano, biógrafo,
tricota..?– Dijo él mientras volvía a ponerse los anteojos para espiar el interior de la
cartera que ella había levantado.
–¡Dale nono..! ¡Ponete la tricota! –Ordenó ella riéndose mientras guardaba los
cigarrillos y su encendedor en la cartera y ordenaba su contenido en un gesto que
parecía destinado a apurarlo.
Los dos reían al salir. Wolff sintió sed. Pensó que tendrían que caminar un par de
cuadras para conseguir cerveza. Hacia años que no bebía cerveza, pero en ese
momento, la manera en que ella volvía a pronunciar la palabra cerveza le anticipaba el
olor de la cerveza unido a un deseo de beberla parecido al impulso que hasta hacía
pocas semanas, lo impelía a fumar.
¿Será –pensó Wolff rato después, cuando volvían del kiosco– la manera de
pronunciar “cerveza” que tiene esta mina lo que me da tantas ganas de abrir ahora
mismo una lata y tomarme la mitad de un trago..?
Entraron a su edificio por el acceso a las cocheras. El asistente del portero estaba
lavando el piso y los saludó como si fuesen una de esas parejas de copropietarios que
acostumbra a subir por los ascensores de servicio. Wolff notó que el viejo peón y
Mariana intercambiaban sonrisas, y que, por alguna razón que no valía la pena
elucidar, esto le producía una vaga forma de bienestar.
Hoy –pensó Wolff– es un día de suerte: me siento como si hubiera dormido seis
horas corridas, tengo en la agenda un cheque de cuarenta y cinco mil para cambiar ya
mismo y acabo de levantarme a una puta que le cae bien a los vecinos y que quiere
que le peguen... ¡Gratis..! ¡Por amor..!
< I >Quiero que me lleves al mar Pichi. Quiero ver todo azul y tener puestos unos
bermudas de jean Cook, una camiseta sin corpiño y descalza. En las piedras. En la
arena. Descalzos por la piedra y la arena y el agua trasparente. Ver otro tipo de
persona. ¿No ves que hay otras clases de gente? Gente que sabe ser feliz, que aunque
no tenga plata puede estar contenta. Dos parejas amigas. Pasan el día riéndose, van al
hotel, van a comer juntos, van a pescar. Pagan a medias todos los gastos del auto. Van
al cine. Quiero que me lleves a Mar del Plata, al cine y al teatro. Quiero comer en el
puerto y que invitemos a otra pareja y que se hagan amigos. ¿Ves que hay parejas que
pueden estar bien y que pueden hacer el amor durante una hora, hablando..? Y no es
por mí nada más. Por vos también. Quiero que estemos en un hotel con vista al mar y
arreglarte la ropa y plancharla. Ahí en la estación de Quilmes venden unas planchas es-
peciales para viaje, plegables. Pasar una semana entera en ese mismo hotel, siempre
en la misma cama. Que pases vos una semana entera sin transas. Con el olor a mar y
sábanas limpias todo el tiempo. Sin los olores de Varela.. ¿No te das cuenta cuando vas
para Buenos Aires, o cuando andás por San Isidro que el olor es distinto? ¿No te das
cuenta que los chicos de los evangélicos tienen el mismo olor que el cura y que vos no,
que vos tenés siempre el mismo olor lindo, aunque vengas de correr o de hacer
transas raras? ¿Sabes Pichi que estamos en 1996 que ya empieza el noventa y siete y
que hace como quince años que seguís en lo mismo igual que cuando volviste de Pu-
erto Argentino? ¿Me creés si te digo que el cura me tira ondas y que si el gordo y los
canas se hacen los boludos conmigo y con la Mariana es nada mas que porque te
tienen miedo?
¡Estar con gente y con parejas en un lugar donde nadie te conoce y que nadie te
tenga miedo ni hable nada de vos y lejos de aquí..!

< I >Nunca me imaginé que un chabón de estos podría tener tantos libros y que
los haya leído a todos. Este es un depto que debe costar quinientos mil: cinco mil por
lo menos de alquiler. Estoy mojada abajo: quiero chupársela a este jovato. Blanda es
mejor. Estoy segura de que si se la chupo blanda y lo hago acabar yo acabo con él al
mismo tiempo y sin que él se avive. Seguro que por no cobrarle nada y por gozar el día
menos pensado te tira un mil, o mas. Los tipos son así. Este es un flor de hijo de puta:
las caza todas al vuelo y viene y te pregunta “nena.. ¿te gusta pegar?” no porque
quiera que lo fajen sino para hacerte entender que le gusta darte con todo. ¿De donde
sacará la guita para bancar todo este circo? De herencia no es, porque si este tipo
llega a heredar algo se lo revienta en una noche. ¿Hará la guita leyendo estos libros de
mierda? ¿ Que mierda será ese armatoste de ahí enfrente...?

< /i >–¿Qué mierda es eso? ¿ Un candelabro..?

–Acertaste: es una especie de candelabro de los judíos. –Explicó Wolff– Todos los
años lo ponen para la fiesta de fin de año. Prenden una vela por día, durante siete días
y se juntan para rezar... No..–Se corrigió– Durante ocho días, son ocho velas..
–No banco a los judíos..
–Son buena gente... –Dijo él.
–No creo que todos sean... ¿Vos sos judío?
–No... Soy pobre, lo cual es mucho peor... Dijo él y después comentó que lo único
que molestaba del candelabro eran los ruidos, porque para simular las velas tenían que
tener todo el tiempo funcionando un generador y en la noches de calor el zumbido del
motor diesel repercutía en las ventanas y se escuchaba en el departamento más que
en la misma plaza.
–Bueno Diesel... '¡Dame mas cerveza y inventate algo mas divertido..! – Exigió ella.
–Toma esta lata... A ver –Fingió cavilar tratando de inventar algo y al cabo de unos
segundos ordenó: –¡Mostrame una teta..!
–No.. Primero te voy a mostrar ésto –dijo ella y apoyó sobre la mesa baja frente a su
sillón un preservativo lleno de polvo.
–Uy.. ¡Coca..! –Dijo Wolff y volvió a beber de su lata de cerveza –¿No será un forro
usado, nó? –Preguntó después.
– Y me parece que es de la buena... –dijo ella y preguntó– ¿Querés que te deje algo?
–No... O sí: dejame un poco apenas para probar.. ¿Es buena?
–Probá esto– dijo ella separando una parte que se desparramó sobre la mesa antes
de volver a anudar el preservativo y guardarlo en su cartera. Después empezó a
aspirar el polvo llevándolo a la nariz con la yema del dedo índice.
–¿Era buena? – Preguntó Wolff.
–Parece que si.. Tomá... ¡Probá...! –Le ofreció y fue hacia él caminando sobre sus
rodillas y acercándole a la cara la uña del izquierdo colmada de polvo. Wolff aspiró
apenas y después dictaminó:
–Parece que sí, que es buena..
Ella seguía arrodillada sobre la alfombra. Volcó el resto del polvillo de sus dedos
sobre la mesa baja y después se lamió las uñas y las yemas mostrándole la lengua y
los labios antes de volver a ordenar:
–¡Dame cerveizinha..!
Wolff sorbió un trago de cerveza helada y se inclinò para apoyar sus labios contra la
boca que ella ofrecía, abriéndola exageradamente para mostrar los labios estirados y
húmedos de saliva viscosa.

< I >“Farabute”. ¿De dónde cazzo habrá sacado esa palabra?

Parece una palabra de tango, pero Diana nunca había escuchado un tango que la
pronunciara en su letra. Y si ahora le preguntase a Saúl de dónde cazzo sacó esa
palabra que una vez le escuchó, el entendería que ella estaba volviendo a pensar en
sus opiniones sobre la gente del Open y entonces podrían pasar dos cosas.
“Podrían pasar dos cosas”, se imaginó Diana que estaba exponiendo frente a sus
amigas, a la manera de una presentación temática del colegio Pellegrini: alzando el
pulgar de la derecha, y extendiéndolo hacia el antebrazo con una presión del canto de
la mano izquierda, diría “o bien él va a pensar que quiero volver a discutir sus
opiniones resentidas sobre todas las cosas que me gustan a mí... en cuyo caso le doy
el gusto de ubicarse en su papel de madrizin o de profesor de hebreo y se larga a dar
cátedra sobre todos los esquemas que tiene atornillados en la cabeza...
“O, bien –alzando el índice de la izquierda y envolviéndolo con los dedos de la
derecha como para estirarlo hasta que crujan las articulacones de las falanges– O bien
él se imagina que yo también empiezo a creer que vale la pena llamar a algunos
´farabutes´ y entonces se volverá a poner esa careta victoriosa de rabino que acaba
de demostrar la existencia de un Dios único al que solo se escucha en su templo...
En cualquier caso, –pensó Diana– le doy el gusto a este hijo de puta, mientras lo
que mas me convenía era haber encontrado una mesa con conocidos que nos inviten a
desayunar con ellos y hablar de todas las cosas que él no sabe, que no le gustan y que
en su perra vida va a poder aprender.
Pero aunque la mayoría de las mesas del Open estaban ocupadas no había ningún
conocido y, por eso dijo:
–Que raro... Parece enero.... –y como Saúl no parecía interesarse agregó: – En enero
en estos sitios jamás vas a encontrar a un conocido..
Esta segunda frase tampoco provocó reacción alguna. Saúl miraba hacia el
mostrador como tratando de confirmar que el mozo se estaba ocupando de su pedido,
y por instantes alzaba la vista, quizás, controlando la hora en un reloj de la pared.

< /i >Ella sintió que al cabo de la invasión de un chorro cerveza la lengua hurgaba
entre sus dientes y sus encías, a la busca de piedritas de coca. ¿O tal vez ese era su
estilo de empezar el jugueteo sexual?
–Los tipos que no fuman –pensó – tienen un gusto en la boca que da ganas de
chuparlos. Gusto a bebé, a carnecita fresca.
Este tipo es un dulce –pensó– pero, al mismo tiempo, sentía que mientras unos de-
dos le tironeaban del pelo y las yemas y uñas de otros se le clavaban en las sienes
para provocarle dolor. En ese momento hubiese querido librarlo del pantalón y empezar
allí mismo a succionarlo, pero la presión de los dedos en las sienes y en el cuello, y la
fuerza de su lengua, –chiquita y sana como la de un bebé, pensó–– estaban
precipitando ese orgasmo que ella había esperado alcanzar recién en el momento que
el hombre eyaculara en su boca.
¿Se dará cuenta este hijo de puta que ya estoy acabando? Pensaba y dejaba de
pensar alternativamente, mientras la presión de los dedos del tipo en sus pezones, a
través del suéter, provocaba nuevas oleadas de placer.

< /i >–Pero tenés razón vos – hablaba Diana– la mayoría viene aquí a hacer
facha... Incluso, sé que hay gente que se levanta temprano para venir a desayunar
antes de las ocho y dar la impresión de que vienen de bailar, o de dormir en casa
ajena... Pero vos.... –Ahí se detuvo porque Saúl la miraba semisonriendo: no había
armado aún su careta de victoria, pero parecía a punto de componerla
Claro –pensó ella– acabo de decirle lo que mas le gusta, que él–tiene–razòn. Por eso
trató de corregir su frase
–Pero vos tenés razón cuando decís que son todos unos farabutes... Pero vos... A tu
manera... Decime la verdad: ¿En ningún momento te sentís un poco farabute..?
Seguía sonriendo él, y controlando los movimientos del mozo y del viejo que
atendía la máquina de café.
–¿En ningún momento –repetía ella– se te ocurre que vos también, a tu manera,
podes ser un farabute..? Que como estos tipos se disfrazan de mucho mas de lo que
son, y de haber hecho anoche mucho mas de lo hicieron, vos también podés estar
representando algún papel..?
–La verdad... –dijo él pronunciando verdad casi con “t”, a la manera idishe– que no...
Seguro que si fuera paciente de tu doctor Cobard en unas pocas sesiones de cien
dólares me hará a entender que sí... Pero como no soy paciente de nadie sigo bien
convencido de que yo no... Yo no soy farabute... Ni cuando lleno las imbéciles planillas
de la fundación..

–¡Guau..! Wolff... Cuando te reís así parece que fueras un gordo y sos flaquito..
–Me acuerdo de unos giles –repetía Wolff–que decían: “no te metas con esa mina
que no acaba...” y cuando yo les decía... –reía a carcajadas ahora– “¿Y a mí que me
importa si yo sí? ¡Si yo si acabo!”, los bolú me miraban como a un loco, o como si les
dijera un chiste... Mi amor: entendeme... ¡A mí qué carajo me importa! –No podía parar
de reír y ella terminó riendo por contagio.

< I >No Pichi, no es vergüenza. O si es vergüenza pero no vergüenza de que mi


vieja sea correntina... No es porque sea correntina o japonesa, sería lo mismo... Pero
cuando está con la hermana y se encuentran con otros correntinos y todos empiezan a
hablar así, y gritan y toman cerveza, o, peor, vino, entonces sí me da calor... Mi
hermano tiene todo rulos y cuando éramos chicos y venía mi papá a visitarnos yo le
pedía plata y compraba una crema especial para alisarle el pelo... Cuando la vieja salía
a trabajar yo lo metía en la bañadera y le planchaba el pelo con eso... Me daba
vergüenza porque me hacia acordar a mis dos primos los cambá. Cambá allí quiere
decir negro... No negro como vos y yo, Pichi. Negro como brasilero, con motas y todo
negro en los codos, las rodillas y los dedos y todo blanco en la palma de la mano y en
la parte de abajo del pie... Los negros me dan asco... Además los negros son mas
toscos... Nunca un negro se va a vestir bien ni va a hablar bien... ¿Viste que siempre
buscan colores chillones y gritan? Es por la raza... Pero tengo esos primos y otros
parientes que salieron negros... Mi vieja debe tener algo de sangre negra... Y eso le
salta cuando se junta con los correntinos... Se ríe de cualquier cosa, a los gritos y llama
la atención como una chiquilina...Yo siempre entro dónde me da la gana... Pero hay
chicas que las rebotan en Elsieland y en Parada Uno. A María y a la Bebita les pasó
varias veces..

< I >Tiene el tipo de piel que reacciona siempre como es debido. Cuando se
arrodilló como para que la incitara a chupármela se le hincharon las mejillas y le fueron
cambiando los colores de la cara y las manos. Aprieto ahí en el cuello y se le erizan los
hombros y las tetas. Claro... No ha de ser solo por el dolor: debe estar un poco pasada
de droga. Esta porquería que me hizo jalar es fuerte... No sería raro que le hayan
metido algún afrodisíaco... Alcaloide seguramente tiene, pero no tanto como ella y los
que se la vendieron o se la dieron en pago de algo deben pensar...
Pero con o sin droga esta mina tiene algo en la piel que se parece a su cabeza...
¿Qué carajo tiene en la cabeza esta mina que me entusiasma tanto...? Y el olor...

< /i >Wolff se convencía de percibir un olor a mujer distinto: bajo el perfume, bajo
los restos de champú que todavía le perfumaban el pelo pero que habían desaparecido
del vello de las sienes y la nuca, en la piel de la espalda, en esta pierna...
¿Olor a qué? "Olor a madre bien cogida", se le ocurrió pensar, pero después advirtió
que nunca había sentido eso y que, por principio, no debían existir las madres bien
cogidas, por lo menos, en la especie humana.
Tal vez la leonas del harén de un líder de manada puedan sentirse así... Tendría que
decírselo:
–¿Siempre te cambia así el olor..? –Ella, tendida, movió apenas la cabeza como
señal de que aunque pareciera dormida, lo escuchaba– Claro... Desde que no fumo
percibo mucho mejor los olores, pero vos tenés algo.... En la piel.... –En ese momento
se le ocurrió que podría haber un factor racial: piel italiana: el apellido que dijo la mina
no parecía italiano, pero a pesar de la imagen criolla que daban su piel y sus ojos
marrón muy claro tenía rasgos italianos. Wolff trataba de rememorar donde había
sentido ese tipo de piel, en sus tiempos de fumador. Ella lo interrumpió
–¡Seguí diciéndome cosas..!
–Cosas... Cosas... ¡Cosas! –Dijo él y retomó el tono anterior: – ¿Sabes qué...? Te
confieso que me pasa algo raro... No es por la droga esa porque ya me había aga rrado
en el Dandy... Es algo con vos... Resulta que hoy tengo que cobrar un cheque y
entonces no puedo diferenciar si lo que siento es por vos o por lo contento que me
pongo las pocas veces que en el año cazo unos mangos..
–Ya pudriste todo: ¡vuelta con tu trauma de la guita...
–¿Vos haces gatos?
–Ajá... –dijo ella, afirmativamente..
–¿Y cuánto sacás..?
–¿Qué te importa...? ¿Ahora resulta que querés ser mi fiolo..?
–No –negó él– Pero me gustaría saber una cosa y después te sigo diciendo lo que
vos quieras: ¿Cuándo gozás mejor..? ¿Cuando haces gatos o cuando te encamás con un
tipo por que sí, o porque te gusta..?
–Cuando el tipo me gusta y además me paga... Siempre me pasó así.
–¿A que edad empezaste a cojer..?
–Tarde... Como a los quince..
–¿Y a cobrar?
–¿Por cojer..?
–Así.. Claro.
–Tarde.. Como a los dieciocho... Pero ya me daban veinticinco.. Pero antes... ¡Ya a los
trece un viejo me daba plata..!
–¡Se la chupabas..!
–No... Me pagaba para que lo mire.. Se pajeaba el viejo... ¡Pedía garrón..! –Dijo
naturalmente, pero Wolff no entendió. Quiso saber:
–¿Que pedía?
–Garrón... ¡Fíado..! –dijo ella y se sentó sobre la alfombra. Reía y había recobrado
ese estilo de moverse como escuchando una música inexistente– A veces po bre no
tenía plata y me pedía fiado...Después me pagaba el doble... Tenía toda la guita... Era
abogado....
–¿Te calentabas..?
–No me daba cuenta.. Pero ahora estoy segura de que sí... Que... –Dudó por unos
segundos y de repente su volvió a iluminarse cuando empezó a contar:–¡Claro que me
calentaba...! Me llevaba en el auto al parque, a un parque enorme, por la ruta... Abría
la puerta –reía y Wolff creyó ver que se le volvía a erizar la piel en los hombros y los
pechos– y yo me tenía que ir lejos.. Entonces se abría la bragueta y empezaba a pa-
jearse y yo tenía que mirarlo así acostada en el suelo... –Se tendió boca abajo en la
alfombra.
–¡Como para no calentarse...! –Dijo él...
– ¡Tenía una pija chiquita..! Apenas se le paraba y ni le sobresalía del pantalón...
Pobre: tenía mucha guita... Y después lo mataron... Era ese que apareció muerto en un
BMW aquí, cerca del Golf... Lo mataron para robarle la cartera y el pacassettes... Ni el
auto se llevaron..
–¿Lloraste?
–No... Hacía mucho que no lo veía.... Pero dale...¡Seguí hablándome vos..!
–A mi me gustaría tener un Bé Eme y llevarte al bosque de Palermo para que mires
como me pajeo... ¿Cuanto me cobrarías...? No: gratis no. ¿Nunca pensaste en entregar
a tu hermanita..?
Ella asintió con la cabeza y ocultó la cara contra la alfombra..
–¿Es virgen?
Movió los hombros después levantó los brazos haciendo un ademán de ignorancia.
–¿Qué..? ¿No sabés vos si es virgen?
–No –dijo ella.
–¿Te gustaría presentármela..?
–Sí –dijo ella y lo miró: tenía las pupilas dilatadas y los ojos como nublados tras un
líquido denso que le dió ganas de besar directamente sobre los ojos y verificar el sabor
de unas lagrimas que imaginaba. Se inclinó hacia ella y le lamió un pómulo..
–Te dije ya que no estoy segura de no tener el Sida...
Wolff gruñó afirmativamente y probó el sabor de los párpados: lágrimas saladas,
perfumadas. ¿Olor a qué? Era algo parecido al ámbar gris que tal vez fuese efecto de
restos de algún cosmético de los párpados o las pestañas.
–¿No te da miedo? –Volvía a preguntarle.
–Al sida no... A los médicos sí... –Respondió automáticamente, pero de inmediato
sintió que lo invadía una sensación de seriedad. Ella seguía casi riendo, moviendo el
cuello y la cabeza como si oyera un ritmo de moda en una disco.
Pero allí no había música. Wolff estiró un brazo hacia la mesa tratando de alcanzar
el control remoto de su sistema de audio. Nunca acertaba con los botones debidos.
Quería poner en funcionamiento el reproductor de compact disc pero, por azar, conectó
la radio de frecuencia modulada. Debía ser la Radio Clásica: emitían una sonata de
piano: o Schumann o Schubert. Ella se volvió hacia la fuente del sonido: debía estar
tratando de ubicar los bafles semiocultos en la biblioteca del fondo del living. Así,
quedó ofreciéndole el perfil.
Tiene tetas de mujer grande –pensó Wolff.
La luz del amanecer anaranjado resaltaba su pelambre cobriza. Habló Wolff
–¿Crees lo que te digo?
–Sí. Si yo igual: prefiero cualquier cosa a los médicos... Me copan los tipos que
corren en moto... Al mango... Rejugados... ¿Te imaginás que te internen..? Lo mejor es
reventarse de frente sin casco... Pero claro que te creo.. Vos me parece que en la puta
vida mentís..
–Y vos tampoco.. Me parece. Lo único que me pareció mentira es cuando me dijiste
el nombre Marina... Y lo que me contaste de tu amigo el Zorro Gris..
–¿Por qué no me creíste? Además no te dije Marina... ¡Te dije Mariana bolú!
–Por el tono de voz.. Estoy seguro de que hay algo medio denso entre vos y ellos.
–¿Entre yo y quiénes?
–Entre vos y los putos esos que viven con la mamá... ¿Acerté?
Ahora ella también había tomado un aire de seriedad. Movía la cabeza negando,
pero no habló.

< /i >–¿Y cuando haces teatro...? ¿Qué sos? –Estaba preguntando Diana.

–Yo no hago teatro... –Negaba él con total seguridad


–Digo... Cuando fingís... ¿O tampoco fingís en ningún momento?
–Vos decís –hablaba él justo cuando aparecía el mozo con el pedido y el reloj digital
de la caja indicaba las seis y treinta y dos minutos– cuando le sonrío a la señora de
algún jerarca de la fundación o cuando me corto el pelo para ir a un reportaje en el
canal de la mujer...? –Ella asentía y el mozo los miraba, tal vez tratando de registrar la
conversación– Ah.. en esos casos... Me siento como un mártir... Soy un mártir judío...
¿Vos sabías que la mayoría de los mártires cristianos eran judíos..?

< I >Pichi...Para esas cosas ellos tienen una antena especial.... En Elsieland, en
Distintif, en Parada Uno siempre hay uno o dos tipos que tienen como una antena
especial. Te dije de la Bebita y te podría nombrar mil mas que aunque quieran entrar
con campera de Via Vai y con jeans de Tunel bordados.. ¡Te rebotan..! Eso es aquí... En
Norteamérica y en cualquier país del mundo es mucho peor... Viste en las películas:
hay zonas en las que aunque vayan con la plata en la mano no se les vende casas a los
negros... El que edifica pone cláusulas especiales... Y a mí cualquier palabra en guaraní
me suena a mala palabra... Por eso no me banco los paraguayos... Yo sé que te da
bronca que diga esto, Pichi, pero escuchame sin hablarme encima y dejame decirte
eso ahora que puedo. Aunque a vos te de bronca te lo digo: te juro que yo escucho
hablar a los paraguayos y me da ganas de matarlos... Por los bestias que son... No sé
por qué te ponés así... Vos hay algunas cosas que no las querés entender... Vos tenés
secundaria casi completa, manejás auto y moto, tenés carnet de piloto y entrás donde
querés por la facha y porque te tienen miedo... No se por qué los defendés... Yo te
quisiera ver a vos si tuvieras que trabajar en una obra y llegan los paraguayos a
ocuparte el lugar... ¿Por qué me hacés esas caras..? ¡Así que todas tienen que pensar
igual que vos..! ¡Decime que no tengo razón! ¡Explicame por que no tengo razón! Yo te
quisiera ver a vos si fuese mas petiso y no tuvieras tanta facha... Con guita en el
bolsillo como vos cualquiera los defiende.. Pero te quisiera ver a vos en una cola para
pedir trabajo entre esos negros que se regalan por dos pesos... Oíme vos y después yo
te escucho y convenceme si es que tenés razón vos. ¿Alguna vez no te dí la razón?
Entendéme vos a mi Pichi: ¿No te das cuenta que tenemos que irnos unos días a
cualquier parte, lejos, donde podamos estar tranquilos, entre gente normal y
descansar aunque sea dos días de toda esta mierda...? Y no te estoy hablando de
alquilar nada ni obligándote a que tengas un auto con papeles que puedas entrar en la
Capital sin que te hagan problemas...

< /i >–¡Guau..! Ahora me avivo que justo ahí atrás queda ATC. Yo venía a veces a
ATC, para un programa que grababan, de moda... Me hicieron venir como diez veces y
me pagaron la mitad porque el programa nunca salió al aire... ¿Te digo Wolff o te llamo
Gil..?
– Mirá Gil... A mi lo único que me interesa es pasarla bien.. Y no te hablo de guita...
Pasarla bien es no comerse una pálida diferente todos los días...
–Sí loco... Ya se que vos estás en la misma.. Pero es distinto... Vos no sos mina, para
empezar..
–Uy...No me vuelvas a hablar de la guita...¡Tenés un trauma con eso.
– Porque para empezar vos no sos mina y vivís aquí... Además... No se.. Tenés
relaciones... Entrás bien.. Una mina entra bien siempre y cuando se la quieran voltear...
Si nó, te ponen cara de orto y te dan salida..
–¿Cuanto vale este depto..? ¿Medio palo? Calculá que yo para pagar las cuatro lucas
de alquiler que debe valer y todos los gastos tendría que abrir las gambas cuatro veces
por día durante todo el mes... ¿Entendés eso?
– Pasarla bien no tiene nada que ver con la guita... Ponele que vos tenés una Trafic y
me decís: no tengo un mango, pero nos vamos a Bariloche y a recorrer los lagos en
carpa y comiendo salchichitas y paty con Nescafé... Si sos como parece, en una mano
así me anoto... Eso sería pasarla bien y sin necesidad de guita..

< I >Su... Ponele que venir al telo sea cien por noche, con la comida y la cerveza.
Son tres mil por mes todas las noches. Casi no es guita. Podemos pasarnos la vida
viniendo al telo este, o si querés a uno mejor, sin compromisos de alquiler ni impuestos
y todo eso. ¿ Qué mierda mas precisamos? Vos ponele que en una de estas me hagan
boleta... No te digo de que me guarden porque a mí no me van a poder guardar... No
tengo que calzar una nueve ni andar escopeta recortada para asegurarme de que no
hay en provincia un solo cana capaz de levantarme vivo...Pero ponele que en una de
estas me tumben... Te queda todo a vos... El año que viene va a ser tanta plata como
para comprar este hotel y la estación de servicio de enfrente... ¿Vos te das cuenta que
estamos jugando la lotería de Navidad y me viene una pendeja boluda a decirme que
me anote en dos numeritos de la quinela de esta noche...? Algo les debe estar pasando
a todos... No se por qué... Al gordo le pasa parecido... A muchos mas... Al cura mismo
le pasa parecido... Les pasa igual a todos lo que miran televisión... Tienen la tele
adelante de la cama y se duermen escuchando a Vovovich y al día siguiente todos
amanecen hablando las mismas cosas. Esto es política... Si vos decías que entendías
todo antes, cuando empezamos... ¿Por que ahora te me hacés la boluda..? Todo esto es
gilada... Yo se que todos están calientes con vos... Pero te digo: si un día alguien se
aparece diciendo que el Pichi es cornudo, al que lo diga se lo dejo pasar, pero la cara te
la corto a vos... Y ya te dije muchas veces.. ¡Si no te gusta como soy te buscas otro y
quedamos amigos..! Pero si los encuentro que hablan algo de mí los agacho a los dos...
La mitad de todo lo que tengo es para vos... No se que haría... Seguro que me voy
al sur o a Salta... No se que haría... Pero te digo: hace lo que te dé la loca, pero no
hagás gilada... Y si estamos con alguien, con el gordo, o el cura, o con los botones esos
hijos de mil putas de la brigada que no hagan gilada porque los corto a todos..

< I >Si yo tuviera el Sida... ¿Me ves a mí la onda de anotarme en la cola del
Ministerio para que me den los frasquitos para las inyecciones..? ¡Ni ahí..! Estimado Gil
Gil: si yo tuviera el sida me largaría a pasarla bien igual que ahora... Morfar y dormir
bien... Fifar bien... Y nada de dejarse empaquetar en forradas.. ¿Te termino de contar
de los dos locos..?
Eran iguales y estaban locos de la nuca: totales. Chicos: tenían ventidós o
venticuatro cuando empezaron. Los dos canas que labauraban por la suya me dijeron
que me interne en la granja de los evangélicos para sacarles los datos de lo que habían
encanutado. Los dos locos laburaban en raid. Los dos canas –¿Te conté que me cojieron
de prepo los dos hijos de puta? – Bah.. Me cogió uno pero el otro miraba y yo me
calentaba con ese, el que era mas feo de los y me miraba a mí... Buen: después
estaban como acaramelados conmigo y me hicieron un papo y me prometieron que yo
salía de la historieta esa hecha una estrella... Que me alcanzaba para alquilar un año
de adelanto y comprarme un Fiat Uno o un Renault nueve, pilchas, muebles, lo que
quisiera. Y yo como buena pelotuda que soy me lo tragué.
Pero te cuento: los dos locos laburaban en raid.
––¿ Laburar en raid? No entendés nada Gil, perdiste alpiste tomaste una liñita como
para una nena de tercer grado y estas reduro como el polaco Goyeneche en el cine...
Te cuento, pero anotá porque después seguro te apolillás y te olvidas de todo. Laburar
en raid quiere decir que laburaban solos y por postas, en raid quiere decir de ataque:
de una movida sola, sin parar. Arrancaban a pie, primero se choreaban una moto, era
como una cábala de ellos, empezar por fanarse una moto. Y se iban en la moto apretar
un auto en algún cruce de la ruta con semáforo. También eso era como una cábala.
Reventaban al tipo, le sacaban todo, lo fajaban a cadenazo limpio, lo dejaban llorando
y se iban con el carro a reventar una estación de servicio.
La locura debía durarles dos o tres horas y cuando volvían al aguantadero, que era
una fábrica abandonada, embolsaban todo lo que se habían levantado. Nunca menos
de dos o tres lucas verdes, mas los relojes, las tarjetas de crédito y todas las
chucherías de los giles que habían apretado.
Estaban rejugados... Se picaban... Se habían currado un toco de droga de un
concejal del PI y se la picaban sin la menor curiosidad por saber con qué la habían
cortado.. Se daban máquina con eso y salían dos o tres veces por semana, siempre de
raid, hasta que un día se dieron una piña contra una F100 y cayeron en cana.
La yuta los apretó a mas no poder y no les pudo sacar nada... Pero los canas se
daban cuenta de que los locos de la moto que hacían esos desastres dos o tres veces
por semana tenían que ser ellos. En el juzgado les creyeron mas a ellos que a lo que
los acusaba la yuta y como lo único que les pudieron probar era que no tenían los pa-
peles de la moto, y los brazos negros de moretones y pinchazos, los mandaron a
rehabilitarse... Ni siquiera los acusaron por la moto robada y la F100 que habían hecho
volcar.
Y los dos locos, pero en serio ehhh.... ¿Me creés? ¡En cuanto llegaron a la granja se
convencieron que habían encontrado a Jesús! Una semana sin picarse y ya no veían
mas lagartijas las paredes: se ponían en pose como putos y decían que los miraba
Jesús. Y todavía estaban con la barba de diez días de calabozo en el juzgado, y con la
ropa mugrienta de grasa por el choque con la F100....
Bueno.. Yo tenía que hacerme amiga –cosa fácil– y engancharlos para meterlos de
nuevo en el pico... Los botones me iban a traer jeringas y todo eso para picarnos juntos
los tres... ¿Que me mirás con esa cara...? ¿Te importa un pedo lo que te digo? ¡Ahora
venime con la novedad de que tampoco te acordabas de lo que quiere decir jeringa y
me tiro por el balcón..! ¿Que piso es este? ¿El cuarto es? Gil... Te metería ahora mismo
un dedo en el ojete a ver si se te va esta cara de boludo...¿En que carajo estabas
pensando? Estimado Señor Gil Austria y Libertador: tengo el agrado de dirigirme a
usted para poner en su conocimiento que jeringa quiere decir meterle un dedo en el
culo a un viejo hijo de puta como usted....

< I >–Susi... ¿Me estás oyendo o estás en otro trip...? Te digo que si alguna otra
vez estando con alguien, con el gordo, o el cura, o con los botones esos hijos de mil
putas de la brigada no repitás boludeces de la televisión ni le des la razón a ningún hijo
de puta con eso de los coreanos y los paraguayos, porque yo los voy a tajear y si no los
tajeo de una ahí mismo vos sabés que es porque estamos anotados en el billete de
Navidad y que hay que aguantarse hasta que salga el número... ¿Vos sabes lo que
hicieron los ingleses en el Paraguay? ¿Sabés a cuantos chicos mataron para que no
quede mas ni un paraguayo? Sabés que en Paraguay había médicos, almaceneros,
sargentos y abogados que, como eran morochos, los argentinos los secuestrábamos y
se los vendíamos al Brasil para esclavos, haciéndolos pasar por negros escapados de
las estancias de ellos...? Te digo algo: en enero nos vamos los dos a Paraguay y a las
cataratas. Y de vuelta paramos en Corrientes y te voy a hacer quemar al sol para que
cuando vuelvas todos te digan negrita. ¡Si sos negrita, forra! ¿Te pensás que si fueras
blanquita lechosa como la Lucy yo te daría pelota..? A Xuxa sí que me la cojería.. Pero
es por otra cosa... ¡Vos no lo querés entender! ¿Querés ver que fácil se prende fuego el
Elsieland? ¿Querés ver como con un tubito así de grande como un consolador se puede
tirar abajo la arcada de la entrada de autos de Parada Cero y hacer un ruido que lo
sientan a diez quilómetros a la redonda? ¿Querés ver que un viernes a la noche me
llevo a bailar a tu vieja y cuatro correntinas al Elsieland y les hago servir Chandón con
el pingüino ese de smoking que manda a los mozos?
< /i >–¿Te interesa lo de los locos? Entonces sigo... La historia es que nos ami-
gamos y uno de ellos se recalentó conmigo... Pero anda vos a fifar con un loco caliente
en una granja de evangélicos...
¡Tenias alrededor a diez tarados vigilanteando y a cinco evangélicos mirando cada
cosa que hacías..!
Entonces los junto a los dos y les digo que a mi me pasaba una cosa con los dos,
que el raye mío era con los dos a la vez... Que era así y que nos piráramos los tres
juntos... Te la hago corta: nos fuimos a un telo de la ruta y nos pasamos dos días
enteros de pico, tomando birra –cerveza– y comiendo nada mas jamón, queso y pebe-
tes... Ah...No: y aceitunas que una mañana nos mandaron en un frasco los de la
brigada.
¿Te digo algo..? La pasé diez puntos, pero los locos más se daban vuelta, menos
querían soltar la posta del canuto de plata... Siempre me hablaban del buzón.
Llamaban al embute buzón. Buen, te la hago corta... Vienen los del hotel con la cuenta
y dicen que no podíamos estar de a tres, que ellos llamaban a la policía y que los dos
señores se tenían que quedar en garantía... ¡La cuenta era como de mil dólares..! Ni
me acuerdo, toda trucha era pero los locos ni idea tenían de lo que habían tomado y
morfado ni de cuantos días llevábamos conchabados en esa pieza meta sauna,
cerveza, pico y tracaa traca: ponele que me echaron mil polvos mas las veces que
medio me dormí y ellos pedían mas películas porno y cuando me despertaba los veía
pajeándose...
Pero los del hotel estaban arreglados y dos que decían que eran de seguridad
pelaban fierros y empezaron a tirar la falopa por la alfombra. Y a hacer que me
golpeaban: me golpearon y yo me la aguanté y hice un poco de teatro hasta que los
dos locos transaron y me dieron la posta posta. Al pedo, porque yo ya me lo imaginaba
desde el momento en que los dos botones que venían por la suya me ofrecieron el
laburo: tenían todo en el baúl de una Chevy, en el garage de la casa de la madre del
mas loco de los dos... Nunca supieron cuanta guita, relojes y porquería habían
juntado...¿Y sabés por qué? Porque cada vez que les agarraba la locura de contar
cuánto tenían juntado se iban al galpón del Chevy, y como allí tenían la bolsa de pico,
se surtían todo, se picaban ahí mismo con las jeringas que guardaban amontonadas
entre las herramientas y la goma de auxilio y eran la clase de pendejos que se pone
relocos y se olvida de lo que tiene pensado hacer y que picados no son capaces de to-
marse el laburo de hacer mas nada. Picados, y re–dados vuelta, ya les importaba un
carajo la guita y todo lo que tenían para hacer reducir, y mucha menos ganas tenían de
ponerse a contar o a anotar...
Querían acción, raides, hacer cosas que al día siguiente salieran en los diarios. Lo
único que les copaba era picarse, pirarse de viaje y agrandar la torta..
Buen: lo de la cuenta era todo teatro. Los del hotel les cierran la puerta y los dejan
con el frasco mío y las jeringas ahí encerrados y yo salgo en un remise a buscar la
plata para cerrar la cuenta. El remis era un coche de la brigada que en cuanto subo, el
fercho me hace:
–¿Averiguaste? – Y le digo que sí y como buena forra le doy la posta del baúl del
Chevy. Ahí se me vienen los de un patrullero que nos venía siguiendo y me bajan en la
estación de servicio, justo frente al hotel, me dejan cincuenta mangos para el
desayuno y piran en el Chrysler para el lado de Berazategui..
–¿Vos viste un mango Gil? ¡Yo tampoco!. Me habían ofrecido un Fiat Uno y después
se subieron hasta un 405, pero a la hora de repartir me dieron un estéreo, veinte
mogras de fumo truco y cuatro billetes de cincuenta dólares..
Para mejor uno de los billetes era falso... O, al menos, a uno me lo rebotaron en
Carrefour diciendo que era truco y me lo devolvieron sellado y nunca mas nadie me lo
quiso cambiar. Los odio, yo, a los canas. Los re–odio.

–Diana, por lo que mas quieras, que esta mina no se nos siente en la mesa...
La visión de la cara de Lauri contra el cristal de la vidriera, le despertó un malestar
que irradiaba desde el centro de su abdomen y que anticipaba una sensación de mareo
y asfixia, parecida a la que recordaba de sus peores momentos de la escuela primaria.
Pensó en la expresión “respuesta fóbica” y recordó un seminario sobre arquitectura
hospitalaria en el que los organizadores difundían un tesis sociobiológica sobre la fobia.
Según ellos habría localizaciones nerviosas que conectaban un grupo reducido de
ganglios del parasimpático y ejecutaban ciertos comandos de estructura y funciones
idénticas a las que etólogos y neurólogos tanto han estudiado en aves y reptiles.
Curiosamente, las características del circuito, y las propiedades de las membranas
celulares y de las sinapsis que se identifican en los circuitos de los vertebrados
inferiores, aparecen entre los mamíferos solo en los primates y en la especie humana.
Por ejemplo, la fobia que paraliza a los batracios ante ciertos estímulos químicos, y la
complementaria que desactiva en los humanos el reflejo de huida de las aves arbóreas
ante la visión de un reptil, se asocia a la producción, en las áreas olfativas de sus
rudimentarios cerebros, de una cadena de polipétidos que solo se ha identificado en
localizaciones cerebrales que, en chimpancés y humanos, no así en los perros y los
roedores de laboratorio, se activan ante cualquier señal de peligro. Los organizadores
del seminario proyectaban cuadros estadísticos, tomografías y microfotografias de
sinapsis, que probaban que ciertos estímulos luminosos –en las gamas de verde y azul–
y determinados estímulos olfativos –ésteres, compuestos nitrogenados y butiricos que
abundan en la leche, en el sudor de los rumiantes y las fibras de lino– inhiben la
actividad de esos centros nerviosos y reducen a un mínimo la concentración del
polipétido al que atribuían las consecuencias negativas que esa respuesta ancestral
tiene entre los concurrentes a hospitales, shoppings y reparticiones públicas.
Y esta es una de las minas –penso Saúl– que me inundan de ese indeseable
polipétido hasta descompaginar mi querido equilibrio endocrino: ACTH, adrenalina mal
estructurada, tiroidina, sudor frío, presión lumbar, inhibición de los núcleos del
simpático y una consecuente parálisis intestinal.
Si Laura Golder fuese mi novia, seguramente también me habría hecho venir esta
mañana aquí. Y yo estaría sentado aquí con ella y entonces sería Diana la que
sacudiendo su impermeable como las alas de un quiróptero, y apoyando la cara en el
cristal como en el tango “cafetín” desencadenaría el mismo cocktail neurohumoral
venenoso.

Saúl imaginaba aquella conversación en casa de los Fridman que, antes de


presentarlos, le había contado Diana:
–Ay Diana –recordaba Saúl la voz chillona de Laura que sin mucho esfuerzo podría
imitar – en cuanto le cuento a Papi que vos estás saliendo con Saúl resulta que Papi se
entusiasma y me dice que es el tipo mas brillante que hay y que quisiera conocerlo en
persona pero Papi me pide que mejor antes le haga un reportaje para las revistas del
sanatorio y del prepago y entonces quiero que me combines un encuentro como casual
con él y yo me arreglo para grabar un diálogo informal... Papi se coparía muchísimo...
–Ay Saúl.. te hago un par de preguntas –recordaba Saúl la voz chirriante días mas
tarde, esa vez, en el estudio de Diana, en el dúplex de los Fridman– y vos no te
preocupes por lo que decís porque en la oficina de prensa de Papi hay unas chicas que
vienen dos veces por semana de Clarín y hacen el editing de todo y redactan todo a la
perfección...Yo tengo un objetivo con esta charla... Yo tengo un objetivo que es
perfeccionar la imagen del prepago y de las clínicas del viejo. Por eso estamos mejo-
rando la publicación.. Mi objetivo...
Ahora la voz volvía a aparecer, no en el recuerdo, sino en su propia mesa del Open:
–Ay chicos ¿Los interrumpo..? ¡Me siento cinco minutos con ustedes...! Chilló la voz
mientras la cabeza se inclinaba hacia Diana, sacudía para exhibir una mata de pelo
enrulado, teñido con reflejos cobrizos que quizás, habría elegido en la peluquería para
armonizar con el color de su impermeable. Ahora volvía a agitarlo como las alas de un
quiróptero, y, en efecto, tenía esa patina viscosa que estaba de moda y que guardaba
un parecido notable con la piel de los quirópteros y la de los peces ciegos de las
profundidades que se exhiben como curiosidad en los acuarios presurizados.
Mientras, el malestar seguía creciendo y desplazándose entre en el pecho y el
centro del abdomen sin resolverse entre la alternativa de un vértigo o de un mero
malestar respiratorio.

¿Te termino de contar de los dos locos de la moto Papito? ¡Che Gil...! ¡No te
duermas! ¿Te jode que te diga Papito así...?
No te puedo decir Gil y tu apellido parece mas el ladrido de un doberman que un
nombre de personas. Resulta que la cana fue al telo y los hizo soltar... Por ahí, un ofi che
pagó la cuenta, que no era tanta plata como los del telo pretendían. Y ellos, esa misma
tarde, se volvieron con los evangélicos y dijeron que el demonio nos había tentado a
los tres...
Perdoname: ¿Te jode que te diga bolú?
Buen, Papito, te cuento que es hasta el día de hoy que los evangélicos, siguen
convencidos de que al telo ese de Bernal Oeste nos llevaron en una combi de Satanás..
Eso fue el primer acto. Segundo acto: te la hago recortísima... Un día los locos se
van curados de alta de la granja y vuelven a la casa de la madre del mas loco de ellos.
La fajan a la vieja en cuanto terminan de comer y la dejan atada en una cama y salen
con la Chevy directamente para Quilmes y se largan a asaltar un banco... Te imaginas
bolú... ¡Sin estudiárselo primero, repasados de pico y con pistolitas ventidós reventar
un banco a fin de mes..! Los boletearon ahí nomás, contra la ventanilla de pagos... Por
atrás... Como hacen siempre ellos... Los dos boleta, por atrás y sin nadie que les fuera
al velorio porque la vieja del mas loco estaba internada en terapia con un montón de
fracturas... De todo esto, yo lo único que quería sacar era que me paguen contado un
alquiler de un depto por un año... Pero a esta hora ya ni sé por qué justo te cuento esto
a vos...¿Que hora es? Ojo que antes de las nueve quiero estar en el consultorio de ese
doctor... Es un tipo genial.. Tendrías que conocerlo.. Te coparías vos, con él..

Sí– pensó Saúl– es como el enervante efecto de las tizas sin cera, cuando las frotan
contra la pizarra provocan un estremecimiento. Peor que el dentista, pensó Saúl. Jahvé,
nuestro Dios, habla con voz gruesa de trueno, sus profetas tenían voz de caverna y los
mejores rabinos tienen registro bajo. Solo barítonos de voz tan grave, que baja al fa
puede emprender la hassanah... El shofar con su voz de cuerno imita los acentos de
dios y en cambio estas putitas con su voz áspera de pito, imitan los chillidos de los
pichones de un corral: voces domésticas. Sus abuelas, en Galizia, o en Litvania, jamás
se habrían atrevido a enervar a sus hombres chillando de esta manera. Las oigo ha blar
con voces que imitan los acentos entre campechanos y uruguayos de nuestros
oligarcas o de los agentes inmobiliarios de Punta del Este y ni siquiera me producen
lástima. Pero las escucho con sus voces de pito irritante del barrio de Bel grano y no
puedo evitar la certeza de que solo quieren enamorarse de un goi.
Lauri no tiene voz de Laura. Voz de Sarita, tiene. Y ahora habrá que escucharla.

Saúl siempre imaginó a las Saras como mujeres esbeltas y parsimoniosas. En


contraste, las Saritas serían delgadas, frágiles, de voz chillona, un estado intermedio
entre la cotorra Enana y la vivorita de dibujo de Disney..
Culebras en sí mismas inofensivas, pero por su carácter de ofidio siempre capaces
de representar los peligros que, la eficacia del instinto animal, anuncia a los hombres.
–Especialmente a los centro europeos –Habló Saúl devolviendo el saludo, como si
ese fuese el tema de una conversación que la recienvenida acabara de interrumpir.
Corroborando que las dos mujeres lo miraban con desconcierto siguió:–Porque reconoz-
camos que somos hombres, pero mas que eso, somos centro europeos. Alemanes del
margen. Colonizados por Lutero, Leibnitz, Kant y toda la peste alemana. No... –
representó la expresión de un iluminado para repetir: –No...No... No un puente entre el
gusano y el superhombre como pretendía aquel filósofo del romanticismo... Apenas un
gusano, intermedio entre el nazi y el nómade de los desiertos orientales, que siempre
debe optar entre uno y otro límite y...
Calló y ya la Sarita había tomado posesión de la mesa y como prueba de su poder,
había partido en dos la última media luna de Diana y empezaba a mordisquearla.
Su verdadero nombre era Laura o Laurita. El padre había sido un médico bastante
reconocido, con cierto prestigio de investigador y repentinamente se dedicó a los ne-
gocios: el viejo es justo un puente entre el gusano y la rata, o, como diría la prensa
amarilla, un nexo entre la colectividad, que le teme vaya a saberse por qué, y el mundo
científico que lo respeta porque reparte dinero a los becarios y porque es uno de los
pocos que se puede entender con la mafia de sindicalistas que vive coimeada por sus
clínicas...

–Che Wolff... ¡Esta alfombra quema..! Pusieron la calefacción..


–Siempre arranca a esta hora... Los vecinos empiezan a despertarse... Deben ser
siete y pico
–¿En qué estabas pensando?
–En una cosa... Una curiosidad... ¿Por qué contás tan bien cualquier historia..?
–¿Cómo bien?
–Bien... ¿Viste que hay gente que se rompe la cabeza para inventar historias y les
salen tan aburridas que nadie se las quiere oír? –Ella asentía, Wolff agregó: –Vos
no...Vos contás de cualquier historia y da ganas seguir escuchando...
Ella debió haberlo interpretado como un reproche porque lo interrumpió:
–Loco: yo no te invento nada... Te conté la verdad.. ¡Me pasó..! ¿Pensaste que
inventaba?
–¿Y a mí qué me puede importar si es inventada o no..? Yo te oigo y me gusta lo que
contás y chau..
–Vos también debés contar bien tus historias... Lo que pasa es que siempre estás
pensando en guita y en las giladas de esos libros y no podés pensar en otra cosa.

–¿Qué hacés Sarita? – Dijo Saúl y registró la mirada de censura de Diana. La chica
sonreía, no estúpidamente –pensó Saúl– sino con la eficacia un organismo que sabe, a
su manera, por la acción automática de dispositivos neuroquímicos "sabe", que el
tiempo es una fuerza implacable que juega en favor suyo.
–¿Seguís siempre repleta de objetivos...? –Saúl intentaba introducir un contratiempo
en el régimen implacable de la naturaleza. ¿Qué es el arte? –podía preguntarse Saúl–
¿Qué es el arte sino esta sutil diferencia de sonido que los músculos de mi laringe y del
velo del paladar –quizás también los de las mejillas– imprimen sobre la palabra
"objetivos" para que estas dos imbéciles adviertan que hay expresiones que no se
deben usar impunemente, al menos en presencia de gente seria...? Si existe el arte, si
he alcanzado tal arte, de ahora en adelante cada vez que esta cotorra hable de sus
"objetivos", algún lugar secreto de su cuerpo o de su alma, si la tuviera, se sonrojará, o
en algún lugar inauscultable de su conciencia o de su memoria registrará un reflejo de
temor y quedará desconectada por un instante, esperando la carcajada de burla que se
merece. Seguro que en una parte de su exquisita máquina instintiva estas turras
también pueden adivinar el pensamiento, se dijo Saúl en el momento en que
empezaba a recuperar su humor.
Y, en efecto. Diana parecía a punto de golpear la taza de café y hacer esa escena
que él tantas veces ha imaginado y que ella nunca termina de ejecutar.
–¡Siempre con buena onda vos eh..! –Decía la voz de cotorra exitosa. –¿Busco otra
mesa? –La pregunta se dirigía a Diana
–No.. ¡Dale..! Sentate con nosotros... La mala onda le dura unos minutos y después
se pone hecho una seda.. –Habló Diana.
– ¿Que día es hoy? –Preguntaba Saúl mientras la cotorrita se acomodaba en un
sillón– ¿Sabés Laurita que el domingo pasado conocí a una estudiante de Comunicación
Social que me parece que tenía tres objetivos mas que vos...? Y fijate qué casualidad:
ella también estaba fascinada por Pavarotti.
–¡Al menos es gracioso..! –Chilló la vocecita antes de preguntar: –¿Saben de dónde
vengo..?
–No... –Respondió Diana, curiosa.
–Bah.. Mejor te lo cuento otro día... Saúl me da miedo... ¿Sabes Ingele que hay
mucha gente a la que le das miedo..? –Se estaba dirigiendo a él.
Prefirió no responder. Pronto tendría que irse al hospital y la tormenta pasaría bien
rápido. En ese momento recordó un campamento en las afueras de Goya. Invitado por
un grupo de la Juventud Peronista, el único judío, era también el único que no simpati -
zaba con Perón ni con los paramilitares montoneros. Y desde el primer día lo apodaron
“Gorilosky”. Una tarde ensayaban cavar trincheras con palas lineman y en un
montículo de tosca descubrieron un reptil de piel verde aterciopelada. Pequeño,
después coincidieron en que a todos les había parecido una culebra. Justo Saúl se
disponía a aplastarla con un golpe de su pala cuando oyeron la voz del instructor que
gritaba:
–¡Guarda que es una yarará..!
Sus compañeros se dispersaron como empujados por la expansión de una granada
de fogueo. En cambio él permaneció fascinado por el hallazgo y por la visión de los
reflejos de sol que surcaban la piel verdosa del animal que apenas se diferenciaba del
pasto por sus movimientos regulares: ondas que recorrían su cuerpo todo a lo largo
imprimiéndole una marcha lenta y ceremoniosa. Por fin sabría cómo era una yarará y
aprender a distinguirla le serviría para otra vez: imitando la parsimonia del reptil dejó
pasar varios segundos antes de descargar el golpe con su pala. Conocer el modo de
deslizarse –estaba convencido de que los que saben distinguen estas especies por su
manera de reptar– y grabarse en la memoria el simulacro de follaje que se
representaba en su piel parecieron durante ese intervalo mas importantes que ceder al
impulso de defenderse y satisfacer la presión de tantos que, desde lejos, le gritaban
“¡Matála!”
El episodio le dio fama de valiente y decidido y el apodo de “el ruso yararáski” que
lo acompañó durante varios años en la universidad. Desde entonces, por influencia de
la gente que lo rodeaba, él mismo llegó a creer que no le temía a nada. En tiempos de
peligro solía decirse y confesar a sus amigos: “no tengo miedo a nada... Salvo a vivir al
pedo... Ah... Sí... Y a algo peor que es el morir al pedo...”

Pasaron mas de diez años, hasta su primer experiencia de verdadero miedo, o, por
lo menos, a su primer recuerdo de algún efecto parecido a lo que la gente describe
como miedo.
Ya había completado la experiencia militar de Israel y casi olvidado las noches de
terror colectivo en Buenos Aires en las que no tuvo otra sensación que un vago
malestar provocado por el temor a estar equivocándose.
Venía trotando el parque en Boston. Amanecía y en los alrededores algunos blancos
madrugadores ya estaban paseando sus perros. Gente del Common Boston: esos que
mantienen alumbrado de gas en las fachadas de sus casas, navegan en lanchas y
veleros de madera, y aunque no usan barnices ni pintura sintética y evitan los tejidos y
la tapicería de fibra sintética se mueven en Mercedes y Volvos último modelo.
Frecuentes a toda hora en ese parque, son tipos de pelo corto y músculos abultados
artificialmente que se disfrazan de veteranos de guerra, aunque son demasiado
jóvenes para haber estado en Vietnam. Tipos casados con mujeres frágiles de voz muy
suave que compran en los supermarkets en horarios de oficina, se demoran en los
stands de productos orgánicos, responden con exagerada cordialidad a las preguntas
de las encuestadoras que las distraen en la caja y siempre cancelan sus cuentas con la
credit card amarilla del banco Mayflower.
Corriendo, jadeando, se le representaban en sucesión, como fotogramas escogidos
del anuncio publicitario del estreno de un film, las imágenes de los birretes de Marines,
remeras de suboficiales de el US Army, músculos de fisiculturista, mujeres rubias de
brazos y tobillos increíblemente frágiles, ojos azules, Volvos de un antiguo celeste
metalizado que copia el tono y el degradé de las hojas de armas blancas templadas al
aceite, perambulators revival de cuero negro y carros de compras del supermarket
deteniéndose ante una góndola de productos naturistas revestida con placas de abeto
sin lustrar. Y cada imagen se correspondía con una inspiración, con una espiración, con
esporádicas retenciones de aliento para verificar el pulso en el golpeteo subauricular y
frecuentes estiramientos del cuello llevando la cabeza hacia atrás para exigir un poco
mas los límites del equilibrio. ¿Por qué no puedo odiarlos? Jamás habrá entre ellos un
investigador, ni un médico, y mucho menos un judío. En mi país los odiaría. ¿Porque no
me producen nada ellos ni sus mujeres ni sus casas con faroles de bronce ni sus autos
ostentosamente sobrios..? Pensaba de a flashes cada vez que atravesaba las partes de
terreno iluminadas por las nuevas luces halógenas del Park.
Pendiente de esa sucesión de imágenes cuyo comienzo había olvidado volvió a
sentirse solo en el parque, con un fondo lejano de ladridos que podrían venir desde allí
o desde un potrero de la avenida Juan B. Justo del barrio de su infancia. Estaba
cansado, llevaba mas de veinte minutos de trote forzado y su corazón–calculaba–
estaría latiendo por encima de los ciento diez.
Apenas recordaba las horas perdidas aquella noche corrigiendo las pruebas de
impresión de un paper junto a un grupo de investigadores junior. Todos bebían café,
comian pasteles grasientos y fumaban tabaco. A las siete debía tomar guardia en el
laboratorio de la Universidad y recibir puntualmente las muestras del hospital y
anticipaba el mal día que la falta de sueño y la humareda de los juniors iba a
provocarle.
En la segunda vuelta al circuito del parque ya no escuchaba los ladridos y solo
pensaba en los efectos favorables de la hiperventilación. Rato después un baño y un
desayuno de frutas y "tei con limene" en el gimnasio del campus le dejarían, al menos
por unas horas, la sensación de haber descansado.
Los últimos días había estado trabajando en reuniones de fumadores. Había comido
en el hospital y en la universidad y extrañaba las verduras y frutas que solía cenar en
su cuarto. Odiaba cada día mas a la cocina americana y prefería los restaurants
étnicos, tipo oriental o kosher a cualquier invitación a restaurants caros o a comidas en
casas de académicos.
–Entre el humo de los cigarrillos y la fritanga americana me van a envejecer diez
años: tendría que volver al ejército... – Pensaba las pocas veces que salía a correr por
ese parque.
Corría pensando esto cuando sintió una masa de aire cálido en su antebrazo
izquierdo. De inmediato percibió que su mano se empapaba con un líquido viscoso y
tibio. Contuvo el régimen de carrera y de inmediato cobró conciencia del ritmo irregular
que había tomado su pulso. Lo peor que podía hacer era detenerse de golpe: el número
treinta y dos de su edad se le representó junto a las figuras de la estadística de los fu-
madores pasivos que hacen un episodio cardíaco al cabo de una noche de casino o de
party en medio de viciosos que jamás dan síntomas de consecuencias de su adicción.
Algo seguía tirando de su muñeca hacia el piso, como si durante los últimos diez pasos
hubiera estado arrastrando una carga que recién terminaba de advertir.
Que fuese el brazo izquierdo le hizo pensar mas en su corazón y en el riesgo de un
accidente coronario, cada vez mas común entre los médicos que insisten en rutinas de
entrenamiento solo adecuadas a deportistas jóvenes. Quiso alzar la mano, para
verificar bajo el farol si esa materia húmeda que chorreaba desde el antebrazo era algo
real –¿sudor caliente y pegajoso existe? ¿será mi sangre? – Se preguntaba. Pero la
sensación de llevar colgando algo que a cada metro aumentaba su peso lo obligaba a
inclinarse hacia la izquierda para llevar el cuerpo a la altura de su mano: “como se
inclinan hasta caer las víctimas de un derrame de un aneurisma aórtico¨, pensó.
Se detuvo y trató de girar al tiempo que flexionaba sus piernas que, en efecto,
habían perdido fuerza. Recién entonces descubrió al perro.
El animal estaba mordiendo su muñeca –pensó en la arteria radial y en las medidas
de emergencia para contener una hemorragia de radial o de cubital interna– y tardó
varios segundos en advertir que no había clavado sus colmillos sino que, a través del
puño de la campera los mantenía trabados entre su piel y la correa del cronómetro.
Y la materia pegajosa no es sangre, y por el momento ––se alentó– es solo baba de
doberman. Está adiestrado para detenerme, –pensó convencido de que su siguiente
acción seria morderle los testículos.
Por un instante estuvo convencido de haber visto por televisión un programa sobre
perros asesinos que inmovilizaban a sus víctimas a la espera de que algún miembro
menos adiestrado de su jauría tome la iniciativa de devorarle los testículos o de atacar
el cuello buscando la yugular y la carotina y los vasos superficiales que prometen un
festín gozoso en el que líderes y cachorros terminan bañados en sangre, peleando,
revolcándose en la arena –¿dónde habrá arena en este park?– y disputándose los restos
de un cuerpo humano despedazado entre ladridos de combate, alegría, y de ferocidad.
Agachado, jadeante, bajo la luz muy amarilla de un farol del parque y percibiendo
los olores del perro y de su aliento, llegó hasta a imaginar la escena de su cuarto en la
que había estado mirando la ABC donde ese imaginario programa sobre jaurías
urbanas habría sido emitido.
“Son perros de Klan, adiestrados para eliminar negros: me han confundido con un
negro, detrás de aquellos arbustos deben estar sus amos embozados con capuchas
blancas puntudas... Si vuelvo a correr, si grito reclamando auxilio, sus compañeros me
devoran los huevos. Si sigo quieto entenderá que me ha vencido y puede tomarse un
tiempo para esperarlos... Tal vez, durante ese lapso sus amos se darán cuenta de que
soy blanco y le ordenarán que no siga adelante. Tengo que gritar una sola vez y con
voz bien fuerte: –¡Heeelp!– y procurar una perfecta pronunciación de americano
blanco, para que se den cuenta de que soy uno de ellos...” Pensó.
En ese momento, sobre el fondo de un miedo que por primera vez había llegado a
conocer, sintió el orgullo de ser blanco y algo parecido a la solidaridad con los ra pados
adiestradores, que, ahora estaba convencido, eran gente de Klan a la caza de
violadores negros. Después ya dejó de pensar.

Era un amanecer de verano. Había sudado mucho en su carrera, pero ahora, había
aparecido otro sudor: un derrame de líquido helado que le bajaba desde los hombros
hacia la cintura y le paralizaba los brazos y la espalda.
El perro habría percibido estos cambios. En la ofuscación – ¿ O acaso no es
"ofuscación", se pregunta ahora, cuatro años después, la palabra adecuada para
explicar por qué tanto temor a un perro que, sin duda, fue adiestrado para la defensa
de sus amos y no se permitiría jamás un acto irracional, es decir, algo imprevisto en su
programa de adiestramiento...?– Saúl pudo recordar los cambios químicos: pequeños
alteraciones en las moléculas de las feromonas que se producen en emergencias,
cuando el sistema endocrino funciona bajo comandos no habituales. Pensó en el hi-
potálamo bajo los efectos del pulso y en el ácido láctico y en la corteza occipital
indirectamente sometidos a los efectos de la hiperventilación. En ese instante pensó en
el terror de los campesinos de Europa oriental a los dogos y lebreles de caza con que
los hostigaban los pequeños señores de la aldea, y ahora, en el Open, vuelve a pensar
lo mismo: “me gustaría contarles a estas dos la historia del ruso yararasky y la del
perro de Boston, pero no sé contar. Yo se cantar pero no se contar. Si me pongo a
contar, no encuentro las palabras y me distraigo. Pero tendría que decirles a las dos:
–Una vez, a mí, en Boston, me atacó un Doberman que, igual a vos, Sarita, quiero
decir… ¡Laurita: igual que vos el perro aquel que vos tenía objetivos..!.
Y después intentar explicarle a la cotorra.
–Mirá.. Tus objetivos, no son subjetivos... Son tan objetivos como los del doberman
que un amanecer me confundió con un agresor negro y me inmovilizó la muñeca, sin
lastimarme... Solo babeándome y mordisqueando la pulsera plástica de mi reloj... Tus
objetivos son muy objetivos... Tan objetivos como el prepago de tu papá... El también
está programado para atraparte, paralizarte, convencerte de que lo único que podés
hacer es someterte a sus fines... Y claro que igual que los perros de policía, el Prepago
no tiene cómo ni por qué saber cuáles son sus fines, pero los ejecuta con tanta
perfección a la par, acompasados...
Las mujeres seguían hablando de figuras de la TV conocidas por ellas que esa
mañana estaban en algunas mesas del Open. Saúl pensaba que quince años atrás esta
Sarita habría tomado clases marxismo y entendería mejor la cuestión de los objetivos
que no son subjetivos. Ahora, su especie estudia diseño computado o semiótica de los
medios de comunicación pero sigue cumpliendo objetivos con la misma inexorable
eficacia.

< I >Las paraguayas son lindísimas. De grandes no, pero eso es por los trabajos
que embrutecen... ¿Viste como caminan Susi..? Vos caminás como una diosa y eso es
la sangre de tu familia... Lo llevás en la sangre.. Los ingleses hicieron la guerra del
Paraguay no para matar por matar. Era para que les abrieran las aduanas, las
fronteras, y así poder vender porquerías, telas inglesas, toda gilada: guerra a favor de
los ingleses. En los libros de historia de la guerra ni aparece un inglés, pero la guerra
esa la inventaron ingleses... Nosotros fuimos de forros, por los hijos de puta que
gobernaron aquí después de Rosas... Rosas no sé... Pero en Paraguay casi no deja ron
un solo varón vivo... Los mataron, o los vendieron para esclavos a los brasileros... En
China, en Rusia y en Polonia pasaban las mismas cosas. En Turquía pasó igual: en
Armenia fueron una noche los turcos y mataron mas de cien mil pibitos porque eran de
otra religión. Pibes recién nacidos: los mataban, les cortaban la cabeza... Eso fue
ahora, en este siglo.. Lo de Paraguay, antes. Donde vos veas que matan chicos, seguro
están metidos los ingleses. Dicen de los judíos, pero a muchos judíos se los entregaron
a Hitler los propios ingleses... Los de Israel de ahora son parecidos a los alemanes...
Como nazis: el único país del mundo que lo consiguió cumplir las ideas nazis. Si vos no
sos de la raza de ellos no podes vivir ahí ni votar... Pero los judíos no mandan a matar
chicos.. Revientan a los árabes para sacarles tierra, pero no matan chicos...Al menos, a
propósito no matan chicos. Los yanquis tampoco... Por lo menos en la guerra mundial,
trataban bien a los civiles y no hicieron masacres... En Vietnam exageraron, pero
después los hicieron juzgar... Torturar, claro que torturaban como en todas partes, en
todas la guerras... ¿O vos te creés que un comandante va a correr el riesgo de que le
maten a la tropa si sabe que apretando a uno solo consigue saber donde está colocada
la batería de morteros...? Con un tubito del tamaño de este consolador podes volar la
arcada esa de cemento y piedra que pusieron en Party Club... Un cuarto kilo de polí-
mero de butil–fenol y un fulminante a pila alcanza para partir la losa de la embajada
yanqui. Con dos bujias de moto, una caldera berreta, como la de la tintorería de la
estación, y nada mas que agua y amoníaco podés fabricar exógeno. Con exógeno po-
dés volar cuatro manzanas. Lo están usando poco porque es riesgoso transportarlo... Y
en muchos países como éste no está autorizado porque como es fácil de hacer no paga
patente a los laboratorios, ni a la Dupont, que es la dueña de la mayoría de las
patentes de estas cosas... Los judíos, con una caja de zapatos cargada de polímero
volaron un hotel mas grande que el Sheraton de Buenos Aires... Lleno de ingleses. No
quedó nadie vivo. No quedó nada. Con amonal o con exógeno, del tamaño de una
petaca de whisky llena de exógeno, o de amonal o de polímero de butil–fenol podes
hacer volar la losa del Elsieland, o todo el edificio nuevo de Party One y vas a ver como
el otro viernes en Parada Siete y en Topp Models dejan entrar a todos los negros y
hasta a los pibes que abren la puerta de los remises y a las bolivianitas que venden
flores a las parejas a la salida del estacionamiento. Si me aseguran que aquí en las
cárceles, como en Europa, hay bibliotecas y no corrés el riego de que te revienten por
una pelea entre trolos, o como pasó en el Chaco, por un quilombo entre hinchas de
Boca y de Rosario Central a mí no me jodería ir en cana... Yo preso me leería toda la
historia de los alemanes, de los judíos, y la guerra del Paraguay.. Lo que pasó aquí con
las provincias es peor que lo que esta pasando con los árabes en la zona de Israel...
Nadie lo sabe... No hay colegio por bueno que sea donde un chico pueda enterarse de
la verdad de la historia argentina.. ¿Vos sabías Susi que San Martin era falopero..? Yo
no lo quería creer... Está bien detallado en un libro de Mitre... Fumaba y comía opio...
Es mas fuerte que el hasch y te anestesia y te dá un viaje reloco... Todas las noches se
mambeaba... En esa época, casi todos se mambeaban.. El opio es un negocio impresio-
nante... Pero es jodido: peor que la coca... Delicado de hacer, se hace con flores y hay
que cuidarlas en macetas una por una... Del opio salen la morfina y el caballo que es lo
peor que hay... Yo digo que si un díler de por aquí quiere meter el caballo, la he roína,
hay que boletearlo de una... Con el caballo el que se pica muere... Casi nadie puede
salir del caballo... Jimmy Hendrix... Miles de tipos como él. ¿Sabés quien puso el opio
en el mundo? Los ingleses. Lo trajeron de China. Los chinos lo usaban nada mas como
remedio y a los viejitos se lo daban gratis cuando no podían trabajar mas para que se
mambearan y se murieran de a poco y contentos... En Norteamérica, en cambio, se lo
dan a los chicos mas jóvenes para que no reclamen trabajo y dejen a los grandes
currar en paz... No digo que esté planificado a propósito. Digo que las cosas son así y
me gustaría tener tiempo para leerme todo y entenderlo mejor... A San Martín lo metió
en el opio un médico ingles que vino de Chile a Mendoza para cuidarlo de los
pulmones. Esto lo tiene el gordo en la Historia de Mitre. Lo dice Mitre pero nadie quiere
reconocerlo. Los que saben se callan... Claro: ¿cómo te van a decir algo que, si lo
repetís quedas como un loca, o como boludo? Además, a los que saben se los
compran... Si un tipo sabe la verdad lo contratan en Norteamérica para dar cursos so-
bre cualquier pavada y lo tienen paseando por ahí hasta que se canse... Dice un
profesor de historia que enseñó en la escuela superior de guerra que hoy por hoy, si
uno quiere conocer bien la historia de la guerra del Paraguay y de los caudillos ar-
gentinos tiene que irse a las bibliotecas norteamericanas... A los ingleses la historia les
importa un carajo: siempre se ocuparon de hacer barcos y salir a vender y a invadir...
¿No viste que no hay países que sean colonias alemanas? Era un loco Hitler, pero hay
reconocerle que fue el primero que hizo que Alemania levantara cabeza... Primero fue
a aliarse con los rusos para pelarle a Inglaterra... Después los rusos lo vendieron y se
alió con Inglaterra para invadir a Francia y Checoslovaquia y empezó a aliarse con los
yanquis para reventar a Inglaterra al final lo dejaron solo y fue recién ahí que le dio el
raye de matar a los judíos... Si los mató en el cuarenta y tres y estaba en el gobierno
hacia mas de diez años... Lo que hizo San Martín fue algo impresionante... Falopeado
cruzó los Andes y, igual, los hizo concha a los españoles... Si vos pensás en eso, todo lo
de Menem parece joda ¿No?

< /i >Hablaba Saúl dirigiéndose a Diana, como retomando una conversación


interrumpida:
–¿Sabes que después de cuatro años recién ahora me doy cuenta de que el perro
que me mordió la manga del jogging en Boston no era un Doberman..? Me parece que
era un Rotweiler. ¿Cómo se diferencia un dobermam de un ovejero alemán y un
rotweiler? ¿Vos sabés algo de razas de perros? – La pregunta se dirigía a Lauri que dijo
que uno de los productores del canal médico criaba perros y prometió que cuando lo
encontrara le preguntaría.
–Te lo averiguo... ¿Puedo decir que el jueves estuve con vos y que descubrí que
había una cosa que no sabías? ¿Puedo decir que me lo preguntaste vos?
–Nadie te lo va a creer... El es capaz de pasarse dos horas enchufado a Internet
juntando fotos de perros y salir de una duda... –Dijo Diana. Pero su amiga había
recordado algo y cambiaba el tema de la conversación:
–¡Dios..! Ojalá me salga... –Vaciló unos segundos, los suficientes para crear
suspenso y anunció: – ¡Me inscribí para un training en el estudio de Mora y Araujo..! Es
un desafío... La mejor oportunidad de mi vida... Sabés –parecía dispuesta a convencer a
Diana–– que la que se forma en el estudio de Mora se le abren las puertas de todas las
empresas e instituciones para el trabajo interdisciplinario en encuestas y focus
groups... Es un lugar de elite... ¡Un centro de excelencia..! Me agarro una teta –cerraba
un puño sobre su pecho izquierdo, según una costumbre que empezaba a ponerse de
moda entre mujeres, algunas de las cuales debía creer en la eficacia del conjuro– Me
agarro una teta y te lo cuento pero no quiero quemarlo... ¡Si me sale..! ¡Se presentaron
como cien minas y yo quedé entre las cuatro finalistas..! Es ad honorem.. Un chico me
mostró los curriculums de las otras tres y yo estoy segura que el mío es mejor.
–Lauri –dijo Saúl interrumpiéndola– El plural de curriculum es curricola... Te lo digo
porque Mora y Araujo fue profesor de lenguas clásicas antes de recibirse de sociólogo...
A ver si por una pavada así perdés esta oportunidad.
Diana lo miraba con rabia. La cotorrita pareció a punto de agradecer, pero consultó
la expresión de su amiga y dijo:
–Si no fueras tan pedante te irían mucho mejor las cosas...
En el énfasis que la voz de cotorra impuso a las palabras "mucho" y "mejor" Saúl no
pudo evitar suponer huellas de algún comentario del doctor Nicowicz sobre su
desempeño institucional. Es una persecuta –pensó– pero yo una vez me perseguí con
un dogo adiestrado para atrapar negros y, en efecto, era un dogo adiestrado para
atrapar negros que, por error, atacó a un pobre judío que corría para recuperarse de
una noche de humo de cigarrillo... Se repetía la voz de la cotorra: "si no fueras tan...
entonces vos podrias... tan...tan..." Intentó silenciarla hablando:
–Si no fuera tan pedante Diana ya se hubiera casado con un contador del grupo
Fridman... Y no se si le irían mejor las cosas..
–¿En la cama es así..? –Preguntaba la Sarita. Al parecer, había desistido de pedir
algo al mozo y debía estar planificando un cambio de mesa.
–No.. ¡Es mucho peor..! –Le respondió Diana malhumorada– Pero tiene algunas
virtudes secretas..
–Sí... –Dijo la cotorrita– Seguro que algo debe tener...

–Che... Gil: ¡No me digas que no tenés tele..

–Si... Tengo una en la cocina... De aquí se ve..


–Es viejísima...Pero...¿Sabés lo que me jode?
–Si... Ya sé: te jode que no tenga una tele gigante en el living..
–No forro... ¿Sabés realmente lo que me jode de vos..? Lo que decís... Eso que me
decís que no te importa si lo que te dicen es cierto o es mentira... Eso jode de vos...
Quiere decir que no te tomás nada en serio..
–¿Sabés lo que decía Perón...?
–Si.. ya sé.. "Serás lo que debes ser... –recitaba– O si no, no serás nada...”
–¡No bestia! Eso lo decía San Martín!
–Es lo mismo... Che Gil: ¿Vos sabias que San Martín era falopero...?
–No... No es lo mismo... Perón decía una cosa muy piola... Decía... –habló mientras
rechazaba con un ademán una dosis de droga que ella le ofrecía– No... San Martín no
era falopero: comía opio por problemas de tuberculosis... Pero Perón decía: "Se puede
decir una mentira.. Pero no se puede hacer una mentira..."
–¿Y eso qué mierda tiene que ver?
–¿Con qué?
–Con lo que te decía recién –dijo ella, volviendo a levantar con una uña un
montículo de polvo que a Wolff le pareció una dosis exagerada– Con lo que decía de
que a vos nada te interesa una mierda de nada...
–¿Y de dónde sacás que no me interesa nada de nada, justo a mi...?
–Vos mismo lo dijiste loco... ¿Qué te pasa? ¿En cuál estás ahora? Vos mismo dijiste
que te importa un carajo lo que te digo.. –No dije eso forra.... Dije que no me interesa
saber si la historia que me contás es verdadera o falsa... ¡Al contrario! Me interesa la
historia... ¿Sabes cuál es la verdad..?
–Sí... Ya sé... Vas a decir la guita...
–No.. La verdad es que estás ahí en la alfombra, medio en bolas y contás algo... Y
cuando respirás para apurarte, o para hablar mas fuerte o cambiar la voz para contar
lo que dice otro, se te mueven las tetas y se te hincha abajo, no la panza, abajo de la
panza, como una a bola justo encima de la vejiga... Yo que sé.. ¡Esa es la verdad...l Esa
es la verdad... Que contás bien...
–O sea que me das la razón: lo único que te interesa es la carne...
–Supongamos que sí.
–Yo también... Igual... Pero no banco la mentira... Te dije que me hice hacer análisis
del Sida.
–Si... Ya me lo dijiste en el bar, y hace un minuto aquí también. ¡No hablas de otra
cosa!
–Es que eso a vos te importa un carajo... ¿O me equivoco..?
–Y te dije... ¿Que te pasa con el Sida...? ¿Vos miras mucha tele?
–Ponele que viene una mina y te pasa el Sida... ¿Y..? ¿Qué pasa?
–Y bien... Cagué.. Pero te dije ya: a mi edad aunque me pasen el Sida, es mas
seguro que me voy a morir de cualquier otra cosa.. Mi viejo murió casi a mi edad... Mi
vieja, a los cincuenta y nueve... Los dos de cáncer...
–¿Y si te digo que estoy segura de que tengo Sida...? ¿Que te pasa?
–¿Si sos vos? ¿Si vos sos la que tuviera el sida?
–¡Si bolú! ¿De quién carajo te estoy hablando? Si– yo–tu–vie–ra–si–da– Dijo
silabeando la frase mientras se levantaba para montarse sobre el brazo del sillón que
enfrentaba a Wolff/ –¿Si fuera cierto? ¿Si veo el análisis y todo eso..? – Preguntó Wolff
para mostrarse mas interesado
–Ponele que sí: ponele que te muestro un papel firmado por la Fundación Vida ¿Que
harías? – Con lo que decía de que a vos nada te interesa una mierda de nada...
–¿Y de dónde sacás que no me interesa nada de nada, justo a mí...?
–Vos mismo lo dijiste loco... ¿Qué te pasa? ¿En cuál estás ahora? Vos mismo dijiste
que te importa un carajo lo que te digo..–No dije eso forra.... Dije que no me interesa
saber si la historia que me contás es verdadera o falsa... ¡Al contrario! Me interesa la
historia... ¿Sabes cuál es la verdad?
–Sí... Ya sé... Vas a decir la guita...
–La verdad es que me calentaría... En realidad me estoy empezando a calentar...
¡Mirá!
–Pararse todavía se te para eh... ¿En serio te calienta? –Si...
–¿Qué es lo que te calienta?
–Vos me calentás...
–No Gil... ¿No decís que te calienta si una mina te dice que tiene el sida? ¿Que te
calienta mas...? Eso: ¿Por qué te calienta mas? –No se... Te cuento: un día conozco una
mina comprando cuadros... Era temprano, serían las dos de la tarde... Era una mina
con toda la guita... Jovatona... de treinta o treinta y cinco... Bueno.. Me calentó y te la
hago corta... La llevo a mi casa, hacemos todo el trámite y en el momento que trato de
empezar a desnudarla me dice que la perdone, que estaba como confundida o como
loca porque hacia mas de tres meses que no se acostaba con un hombre... Yo estaba
recaliente y a mí eso qué carajo podría importarme? ¿No? Entonces me pide que
adivine por qué... Parecía un juego de esos de prendas... Me dice eso –ya estaba
empapada ella y temblaba de calentura– y a mí me daba la sensación de que si no
adivinaba la mina se reviraba y se metía en el baño para lavarse y arreglarse... Y yo
empiezo a pensar en causas y le digo que el marido está de viaje, que el no vio la dejó,
que estuvo enferma, no se dije de todo, y al final me dice que no se acostaba con nadie
hacia mas de seis meses porque acababa de tener un bebé... Y ahí me volví loco... Me
calenté como nunca en la vida.. Pense que ella tenía olor a bebé... ¡O a leche..! En
realidad tenía todavía leche y yo se la chupé... ¿Entendés?
–Si pero... Es raro... Tengo entendido que se puede cojer hasta el último mes...
–Bueno.. Ella no había cogido... Era de esa clase de gente..
–¿Y con embarazadas te encamaste...? –Sí... Algunas veces pero no me producían
nada.....
–¿Embarazaste vos..?
–No.. Jamás... Siempre me cuidé mucho y me parece que debo ser estéril...
–¿Te hiciste análisis?
–¿De qué?
–De eso, de la esterilidad...
–No... ¿Para qué? – ¿Como "para qué", imbécil? ¡Ves que tengo razón..! Que sos
frío... Te importa siempre una mierda del otro...–¿De qué otro? Si uno es estéril el otro
no tiene nada que ver.. –Pero tendría que saberlo...–¿Para qué?–Uy.. Claro... Tenés
razón... ¿No? Para qué... ¿Y a aquella mina la seguiste viendo..?
–Un tiempo... Era totalmente imbécil... Yo también estaba medio imbécil y me di
cuenta recién como al año de verla casi todas las semanas...
–¿Y el marido?
–El marido... ¿Sabés quién era..? –empezó a reír Wolff y de inmediato la risa se
contagió a ella– ¡El Tuchi Nazzari! Ella reía a carcajadas y levantaba las piernas
cabalgando en equilibrio sobre el brazo del sillón. Trataba de contener la risa y los ojos
se le empapaban de lagrimas.. Después tosió. En efecto, notó Wolff, tenía tos como de
alguien que estuviera muy resfriado. Quería hablar pero solo hacía ademanes
señalándose el vientre. Tardó algunos minutos en reponerse, y sin dejar de reír
preguntó:–¿Y quien era el Tuchio Nazaro..? –El Tuchi, ese que fue ministro, el de carita
linda de santo que se afanaba todo. –Nunca lo sentí nombrar.. ¿Pero por qué da tanta
risa..? ¿Por el nombre? –No... –Dijo Wolff, riendo nuevamente– Me da risa por mí, a mí,
porque mientras yo me calentaba con la tarada de la mujer el tipo se afanaba todo y
seguro que se cagaba de risa de ella y de mí... Lo que tenía ella...–Seguía riendo –Eran
pilchas, joyas y era lindísima.. Como una muñequita...
–¿Volverías a fifarla..?
–Ni idea... Me parece que no.. Me da como asco... ¿Sabés qué..? Las minas que no
cojen casi nunca... Me dan la impresión de como que no se bañaran... Como si tuvieran
algo sucio acumulado…
–¿Ves..? Es lo que yo te decía recién de los evangélicos ¡Dan impresión!
–Ah... Y otra que me calentó fue una nenita...
–¿Nenita? ¿De cuánto? ¿De doce?
–No... Grande... Tenía veinte o veintidós.. Se llamaba Marina. Esa no era tarada. Nos
conocíamos desde hacia bastante tiempo y en cuanto se emboló del novio empezamos
curtir... La pasábamos bien.. Digamos, tipo normal... ¿Me entendés? Ella asintió y
estaba empezando a hablar cuando la voz de Wolff se impuso: –Normal pero bien..
Casi como novios... Pero un día me empieza a hablar de los caballos... La familia tenia
caballos en Pilar... Y me cuenta que tenía un primo gay y que cuando eran chicos iban a
la caballeriza y entre los dos le hacían la paja a los potrillos... No... A los petisos de
polo, creo... Eso me calentó y no te cuento cuando me contó que ella sabía hacer que
los petisos sacaran la poronga hacia atrás, por abajo de la cola y que ella se la apoyaba
entre las piernas... Debía ser entre las barandas del corral y entre las piernas de ella...
Y ahí ella se pajeaba y lo pajeaba al caballo... –¿Y vos se la creíste..? –¡Y por qué no le
iba a creer..! Quien sabe era cierto, pero, ponele que lo hubiera inventado, o lo hu biera
copiado de un libro o de una película, lo que seguro era cierto era que me lo estaba
contando a mí y que yo me recalentaba y que ella se calentaba de contenta viendo que
me recalentaba... Me recalentaba... –Hay millones de minas que se la hacen chupar por
el perro... –Si... Y hasta se la hacen meter por el perro... Pero perro es distinto. Si una
mina me cuenta eso me da asco.. O pena... –¿Por qué? –No se... Debe ser por que el
perro en un bicho alcahuete... Que vive en la casa... Lo que me copaba es la idea de la
pendeja metiéndose de camisón en la pieza del primo para despertarlo y bajando en
puntas de pie con una linterna y tomándose todo el trabajo... Y el peligro... –¿Cuál
peligro..? –Yo que sé. Los peligros...Que los viejos la lleguen a descubrir... O que el
caballo se cope y la empiece a morder como hacen con el cogote de las yeguas, o que
la pisotee... –¿Te cojerías a una yegua..? –Lo interrumpió ella y Wolff pensó "esta mina
es una luz" y antes de responder dudó: ¿Será así o lo estará haciendo para enrollarme
mas con ella?
–Si estuvieras vos en el corral conmigo sí...
–¡A mi me gustaría hacérmela chupar por un buen perro..!– Dijo ella y sonaba como
si dijese que le gustaría conocer el Caribe. Wolff volvió a dudar y sintió el eco de una
frase que estaba seguro de haber dicho esa misma mañana en el bar: "Y a mí qué me
importa si es verdad o no es verdad", y estuvo a punto de decirle que estaba
convencido de que ella solo sabía mentir, pero que sus mentiras eran verdaderas...
¿Como podría explicarlo? Iba explicárselo cuando ella volvió a decir:
–Sí.. Eso... ¡Hacérmela lamber por un buen perro..!
–¡Ahora yo te la voy a chupar...!
–Cortala loco... ¿Te dije que puedo tener el sida...?
–No trago la saliva... Dale.. Vení...Vamos a la pieza que ya debe estar por llegar la
mina que limpia...
–¿Y si ve esto..?
–No pasa nada... Dále: traé la ropa y vení...
–¿Y si encuentra la frula..?
–Pasa la aspiradora y chau... Dale, vamos...
–Esperá que junto todo esto y mientras traé la cerveza que metiste en la heladera...
¡Ay que me meo de sed..!
Si... Y mordértela... ¿Alguna vez te la mordieron hasta hacerte sangrar..?
–No y ni se te ocurra... ¡Y menos hoy..! Hoy tengo médico.. Dale Gil: ¿Qué hora es...?
¿Habrá tiempo?
–Sí... Recién en la cocina no eran las siete...
–No me la chupes... Quiero chupártela yo a vos y si me tocas ahí me distraigo y no
tiene gracia...
–Dejame un poco... Dos minutos... Quiero chupar ese jugo...
–Estás reloco... Es por la frula esta... ¡Te pegó mal!
–Es por el olor... Por las ganas...
–¿De qué?
–¿En serio querías chupármela..?
–De morderte.... Morderte hasta hacerte sangrar toda la concha...
–Te prometo que sí.. Un día te la doy para que hagas lo que quieras. Pero ahora no
me hablés más...
–Lo que quiero ahora es enchastrarme todo de leche..
–¿Querés metérmela...?
–Si.. En seguida..
–¿Se puede gritar?
–Si.. Gritá...
–Voy a acabar.. ¡Metémela y acabo..!
–¡Ahí la tenés..! ¡Pasame cervecita!
–Sos una mente podrida.. ¡Puto...!
–Adentro de la nariz tenés mas gusto a concha que en la concha... ¡Tenés mas gusto
a concha que a moco...! ¡Dame!
–No me echés mas cerveza que me va hacer toser...
–Tosé.. Tosé.. ¿Duelen las tetas..?
–Si.. Pero apretame mas.. ¡Mas!
–Aquí te va a doler mas... Voy a acabar...
–No me hablés más... Basta. ¡Haceme todo lo que quieras pero callate..!
–En la cara también.
–Sin marcar... ¡Ay por Dios sin marcar!
–En la cabeza, atrás, ahí no te va a dejar marca...
–Puto... Puto... ¡Hijo de puta..! ¡No me hablés más!
–Mamá... ¡Mamá..! ¡Mamá....!

-Pichi: yo no fui la boluda que fue a decirle a la Mariana que en la cama no


andábamos bien. Ella nos escuchó que discutíamos y habrá estado espiando porque
oyó todo y vino a darme la razón... Fue ella la que le dijo a las paraguayitas....Las dos
paraguayitas que vos decís que son tan buena onda son tortilleras, salen con machos
pero se encaman de a cuatro y lo único que les interesa es que los machos les paguen
el telo y la comida para apretarse entre ellas... Están calientes con vos y le dijeron a
todas que tarde o temprano iban a apretar con vos y que te iban a curar el chucho... Yo
no me quejo... Yo soy feliz. Pero los dos seriamos mas felices si te sacaras ese daño de
la cabeza... Es un daño de la cabeza... Está en los libros y siempre sale en todas las
revistas...Una idea fija... Vos tenés ideas fijas... Empezás a cojer y...- ¡Yo te veo Pichi..!

Hay cosas que se te meten en la cabeza y te hace estropear todo... Las paraguayas
lo que quieren de vos es lucirse con vos en los boliches y que les presentes gente
importante... No.. Gatos no son... Son putas... Se cojen todo pero se calientan entre
ellas... Nadie vio que cobraran... Pero son mala gente... Antes afanaban en casas...
Entraban como mucamas y se afanaban todo... Si a mí me propusieron que entre en
una casa de Belgrano, en Buenos aires, y que ellas me decían todo como tenía que
hacer... ¿Sabés una de las que hacían? Calentaban al hombre, al patrón y se
encamaban con el tipo hasta que se hacían descubrir por la patrona y se hacían echar
indemnizadas y depués se les aparecían llorando en los trabajos de los patrones y les
sacaban todavía mas plata, y no sabés todo lo que se habían choreado de las casas...
Ahora ellas dicen que laburan de mozas en un local pero es todo macanas: son
batidoras en el shopping de Lomas... Van disfrazadas de pendejas y se amigan de
todos para marcar a los que andan en cosas raras, a las minas que gatean, a los que
transan faso, y a los que pueden estar pensando en afanar. Les averiguan los nombres
y las direcciones a todos y le pasan los datos a los de la oficina que hacen fichas hasta
con fotos... Es todo secreto y ni los canas de la seguridad lo saben.. Yo sé porque el
Piero las puso contra la pared y le tuvieron que decir todo para convencerlo de que no
había estado botoneando a la gente de él y a los de la brigada de Quilmes... ¡Si el Piero
me da asco..! Tiene otra clase de problemas, pero da asco... Piero no es macho... Te
coje Pichi, para tenerte agarrada... A él lo único que le interesa es joder a la gente... Ni
la plata quiere... Quiere joder, hacerle daño a todos...¿Qué te ponés asì? ¡No me hagás
caras! ¿Por qué te me ponés así..?

-¡Qué bueno estuvo..!


-Pero... Qué cosa mas ridícula es coger...
-No te copó..
-Sí... Pero...¿No te resulta ridículo después.?-No.. A mi nó... ¿Siempre se te para tan
bien Wolff?
-A veces no... Depende con quién..
-Sabés... Yo gozo igual con los tipos que no se les para.. Con tal de que acaben y se
calienten yo gozo igual...-¿Y gozás siempre..?-Sí.. Siempre.. SI el tipo no me gusta me
caliento sola y me caliento mas... ¿De veras te calienta mas pensar que una mina tiene
el sida?-No.. Me calentó cuando me lo decías vos..
-Es de terror tener el sida y contagiar.. No por mí... Lo que tengo terror es de
contagiar... Un día soñé que contagiaba a un viejo y que la policía venia a buscarme y
me encerraban en un convento...
-Estas rayada con el sida. ¿Mirás mucho tele..?
-No.. Poco, dos o tres horas por día... Hay días que ni miro...
-La gente que mira tele se raya con las mismas cosas. En una época fue con el
cólera. Todos tomaban agua mineral y en los baños había que hacer cola para lavarse
las manos...
-¿Cómo?
-Sí: cola...Porque en los baños de hombres se mea mucho pero nunca nadie se
lava.. Hay diez meaderos en un cine y dos lavatorios.. En la época del cólera, cuando
empezaron con tema por la tele había que hacer cola para lavarse porque los lavatorios
no alcanzaban...
-Vos no me creíste cuando te dije que podía tener el sida...-Ni te creí ni te dejé de
creer... Me calentó la forma como me lo dijiste.. Pero ahora quiero darme un baño de
inmersión. ¿Querés ir vos primero..?-Vamos juntos bolú...-No.. No cabemos. Bañate vos
primero mientras yo miro en la compu que me parece que me llego un fax... Dejame la
bañadera llena... ¿Entendés vos el hidro? Son las perillas del costado... Las perillas, las
manivelas...No se como se dice: son esas canillitas redondas del costado....
-No te lo dije antes porque Pichi vos no me lo preguntaste y porque además, no se
dio... ¡Yo no te escondí nada..! Yo tengo que callarme siempre, pero no digo nunca
mentiras....-Yo nunca a vos te miento-Claro.. Porque no hablás... Si siempre te guardás
todo no tenes por qué mentir...-¿Qué me guardé?- Todo... Lo de la Mariana. De que
tenía la pudrición total... -Nunca me preguntaste.. ¿Y a vos por que te iba eso a
importar?-Para saber.. Para cuidarme.. ¡Mirá si me encamaba con ella..-Te cortaba la
cara... ¿Pensabas encamarte con la Mariana...?-Ella lo habló... Siempre anda tirando
ondas de éso...-¿Ondas qué?-Ondas de apretar... De joder un poco en la cama, mirando
tele..-¿Y por qué a mí no me lo dijiste..?- Yo te lo dí a entender... Te di a entender... ¿No
te dije la otra vez que el cura amigo tuyo ese me tira ondas y que el gordo me tira
ondas y que si yo no fuera tu mina se mandaría de una a querer levantarme...?-¿Como
sabés...? ¿Por qué inventás?-Porque lo se, porque las minas nos damos cuenta...-¿Y vos
serías capaz de curtirte a una mina..?-Quien sabe sí... ¡Si fuera una desconocida sí..!-¿Y
después me lo vendrías a contar a mí?-Si... Yo a vos te lo diría...-Me dan asco... Son
todas unas reventadas... Yo tenía ganas de dormir hasta las diez pero ya me amargaste
la mañana..-Ahora sos capaz de pegarme... ¿Qué me hacés caras? ¿Que vas a hacer..?-
Que me baño y me visto... Si no fuera por los del hotel me rajaba ya mismo... Vestite
vos ya mismo que nos vamos..-¿Dónde?-A la ruta, al cruce, te tomas un remis y te vas
con tu vieja y te vas a la puta que te parió-Pichi... Yo a vos te quiero-Vos lo que querés
es arrastrarte y a este paso vas a terminar como la Mariana chupando pijas en un
sauna...-¡Yo nunca hice ninguna cosa sin sentir...!-Están todos podridos...-Pichi... ¿Vos
no..?-¿Yo no qué? -¿No pensás..? ¿En qué pensás? ¿Que se te cruza por la cabeza
cuando te calentáis como un loco?-En nada.. Siento la calentura...-¿No pensás nada?-
No, nada.-¿En estar con dos minas?-¡No!-¿Que haya otro tipo?-Ni ahí... -¿Otro tipo
mirando?
-¡A otro tipo mirando lo plancho de una!
-¿Y en ver a otra pareja?
-¡Cortala ya con las pavadas Susi...!-¡Te estabas calentando Pichi...!
-Sí... ¡Calentando de bronca...! ¿Sabes algo..? ¡Esta te mereces!
- Pegar es de cobarde...
-¡Esto te mereces mierda
-Me lastimaste... ¡Me lastimaste..! ¡Bestia..!
-No grités.. ¡No grités mas que los chabones de abajo son capaces de llamar a la
yuta..!
-¡Vos no grités cobarde y no pegués a una mujer!
-Ah... ¿No...? ¡Mirá lo qué hago yo..! Y vos que me hacés hablando de arrastrarte
con tortilleras y degenerados...
-¡Te quiero Pichi..! Cojeme en vez ponerte como un loco y pegar... ¡La tenés
redura..!
-¡Dura te vas a quedar vos..! ¡Esto te merecés!
- Ay me caliento Pichi... ¡Ponémela!
-Ahí la tenés...
-¡Rompeme toda!
-A mí rompeme todo vos... ¡Clavame la uña ahí!
-¿Donde ahí?
-Ahí en la pija..
-¿Te hace doler?
-¡Clavame mas! ¡Y no grités roñosa!
-Pichi por Dios querido.. ¡Pichi durá..! ¡Aguantate! ¡Ahí aguantá!
-¡Rajuñame la espalda!
-¡Pegame vos también de nuevo Pichi!
-¡No...! ¡Rajuñame más vos!
-¡Pegame Pichi! ¡Durá y aguantá más!
-Ahí el cuchillo... ¡Con el cuchillo..! Con la punta apenas... ¡Aquí!
-¿Dónde? ¡Decime! ¿Ahí?
-¡En el hombro claváme!
-¿En la vacuna? ¿Aquí?
-¡Ahí sí en el en el hombro dale!
-¡Durá más Pichi! ¿Ves que podes durar?
-¡Clavame mas las uñas! Abajo... ¡Dale!
-¡Vos durá más! ¡Mas! Mas...!
-¡Ahí si clavá Susi querida! ¡Ahí sí!-Te quiero Pichi...
-¡Vos nó! ¡Vos nó! ¡Yo sí te quiero negra puta..!
-¡Negro pijudo vés que sabés durar..! ¡Dale más!
-¡Puta..! ¡Reputa..! ¡Turra..! ¡Basura reventada..!
-¡Puto vos Pichi papito puto..!
-Rajuñá mas.. ¡Y no grites!
-¡Ahora sì! ¡Dale ya! ¡Ya estoy yo!
-Ahorá tomá.. ¡Tomá! ¡Tomá! ¡Ay ya!¡Ay ya ya!
-¡Agua que me muero de sed..! ¿Ves que podés? ¿Ves cómo sos? ¡Anda a mirarte
ahora como quedaste..!

-¡Menos mal que se fue..!


-Mirá Saúl... Te quiero decir algo... ¡Este es el último papelón que me hacés pasar..!
-¿De que papelón me estás hablando?
-Y encima te reís... ¡Es algo increíble!
-¡Y cómo no me voy a reír! Mirate en el espejo de la barra... Abriste los ojos como
dos huevos Fritos, levantaste ese dedo como para señalar a un asesino, te despediste a
los gritos de esa imbécil y me decís a mí que yo te hago pasar un papelón a vos...
Papelón es que estemos aquí a esta hora de la mañana con el fitito atravesado en el
cordón de la vereda y que un virólogo que podría estar dictando cursos en la academia
de medicina de Pennsilvania tenga que escuchar las opiniones de una cotorrita que se
pasó la noche bailando salsa y fumando porro y viene para lucir el 205 que le compró
el papá...
-No es un 205... ¡Es un Corsa!
-Bueno... Para que le miren el Corsa que le compró el papá con guita afanada de las
obras sociales para que ella pueda ir cómoda a su training en un "centro de excelencia
de marketing para políticos..."
-Te lo vuelvo a decir y en serio Saúl... ¡No puede ser que cada vez que cojemos bien
te pongas con ese humor de mierda..! ¿Te diste cuenta que en cada cosa que dijiste te
saltó el judío resentido...? ¿Sabés que parecés..? Uno de esos cuenteniks comunistas de
Villa Crespo que mientras cambian cheques de las cooperativas despotrican contra el
capitalismo...
-Ya no quedan de ésos... Pero por lo menos los usureros no hacen abortos, ni
necesitan coimear a los pistoleros del sindicato ni entregan gente a los los militares...
-Ahora vas a inventar que el viejo Golder denunció gente en el Proceso...
-Yo no invento nada... Las ideas de sus negocios las inventó él...
-¿Te das cuenta que sos el típico tipo que va a las fiestas para hablar de velorios..?
¿Te das cuenta que con lo que hacés terminás amargando a todos los que te rodean...?
-¿No te das cuenta que cuando esta cotorra habla de sus famosos objetivos y de sus
"curriculuns" me amarga a mí?
-La culpa es mía...La culpa es mía por estar todo el tiempo olvidándome de lo que
sos...
-¿Que soy?
-Un neurótico... Un resentido amargado... ¡Un ególatra! ¡Un ególatra y un
tirapálidas!
-Faahhh... ¡Tirapálidas..! Esa palabra es de la época de los hippys... Es la primera
vez que la oigo desde que volví...
-Tendrías que haberte quedado con los yanquis... ¡O haberte vuelto a Israel..!-Volvía
ella a pronunciar Israel con erre española:- ¡Ahí te quisiera ver a vos tirándo pálidas..!
-¿Sabes qué pasa en Israel..?-Saúl vaciló unos segundos, miró su cronómetro y
cotejó con el reloj de la pared de la barra sin terminar de crear el suspenso que
posiblemente había buscado automáticamente. Después dijo, en voz mas baja y casi
desinteresado por la discusión:- ¡Pasa que en Israel a estas cotorritas las encierran a
lavar platos en un kibutz para que extrañen Punta del Este y se vuelvan..! En eso
extraño a Israel... ¡Iban a tener "objetivos" ellas en Israel..! Yo ahora lo que empiezo a
extrañar el hospital... A esta hora los pacientes deben estar haciendo cola para
comprar el bono de la consulta... ¿Sabés cuanto les cuesta...? ¡Un dólar cuesta..!
Las tres veces pronunció la erre de Israel casi como si fuese una vocal ocupando
una sílaba entera de la palabra. Diana miraba hacia un costado, los ojos fijos sobre una
mesa vacía, como buscando la solidaridad de un par de clientes fantasmales, que,
habiendo oído el diálogo, mirasen a Saúl con esa expresión de censura que ella no
podía terminar de componer en su cara

Veía amanecer por la ventana del dormitorio y sintió ganas de fumar. El cenicero, a
un lado del sommier, desbordaba de boquillas color ámbar de los Marlboro de Mariana.
Desde el baño llegaban las vibraciones del hidro y la puerta entreabierta dejaba ver la
evolución de una nube de vapor. Afuera la neblina se espesaba: ya no se distinguían las
nubes color naranja y la luz lechosa del amanecer tenía algo inglés.
A todo el mundo le parecerá una luz inglesa, por la historia de la niebla de
Londres...-No es mi caso,- se justificaba Wolff:- yo soy inglés y cierta luz en cierto
ángulo del sol no me recuerda películas inglesas, informativos sobre catástrofes de
neblina en Londres, ni safaris de compras y museos en esa puta ciudad que huele a
tintorerías y a escapes de Leyland. Lo que tiene esta luz es que revela el caracter foggy
de lo inglés. Esa astucia de la razòn inglesa que tiñe los bordes y los detalles con una
capa de grisura, como reconociendo los límites de toda percepción... ¿Qué flema
inglesa? Esta mina me calienta cada vez mas... Pero... ¿Alguna vez se podrá hablar con
ella de la niebla de la razón inglesa? Yo soy el Fausto Inglés... ¡Si tuviese dos años de
vida y fuerzas para emprenderlo olvidaría todo lo que escribí y pensé y me dedicaría
solamente a escribir ese ensayo: "Nieblas de la razón". ¿Nublaba todo Shakespeare? Sí.
¿Nublaba todo Blake? Si... Claro que nubló y sigue nublando y, como obedeciendo a
una inscripción secreta de su nombre, ennegrece todo...

–¡"Nieblas y transparencias"! Buen título para un ensayo de cien páginas que


compita en el certamen del diario Nación... Una buena cita para el comienzo... ¡Esa
frase de Nietzsche sobre Spencer que dice que los pensadores ingleses jamás tienen
una idea interesante, pero que, como especímenes son en sí mismos interesantes!
Curiosos especímenes de la razón humana y mercantil... Si fuera un tipo cuidadoso, o
un funcionario tan meticuloso como ese Milia, que, a decir verdad, escribe batante
bien, antes de meterme en el hidro tendría que anotar esta idea: los alemanes simulan
echar luz porque necesitan dictar clases ordenadas en sus gymnasium, los franceses
necesitan ver aún mas claro por que hoy mas que nunca, tienen que entusiasmar al
público con sus libros... En cambio los ingleses lo nublan todo, como hacen con los
paños de sus tiendas de luz amarillenta que velada por pantallas de pergamino para
vender sus paños con discresión, sin irritar a los vecinos. El arte inglés del "keep the
party clean.." Tender siempre ese velo de luz artificial para eludir cualquier visión del
borde de las cosas que pueda revelar la oscuridad de la razón mercantil...–Why are
they always keeping on keeping their partys clean?– Gritó Wolff en dirección al baño y
escuchó como respuesta un eco que le llegaba del pasillo del living, un ruido de olas de
agua rebasando la bañera y la voz de la mujer–¿Se llamará en verdad Mariana?– que
también gritaba:
–¿Qué estás gritando ahora loco de mierda..?

¡Y vuelta otra vez él ganar...! Y no puede parar de jugarla de tícher y si hoy me


acuerdo de contarle a Cobard como fueron las cosas aquí en Open seguro que me sale
con una de esas frases...
¿Como era?... Ah si... "Usted busca un lugar de sumisión porque no se permite
asumir las otras posibilidades de la posición femenina... Ese es su goce... Y después
sufre porque el goce se agota en el acto, y le resulta intolerable..." Pero no puede ser
que vuelva otra vez a quedar yo como una forra. Le digo:
–¡Es la última vez que me haces esto adelante de gente..!
–¿Y vos a cambio que me das ehhh..?–Contesta él imitando el acento de un viejo
comerciante del ghetto.
–¿No estamos bien cuando estamos juntos? ¿O acaso conocés alguna otra pareja
que después de diez meses siga cojiendo bien como nosotros..?
– No... No se como coje ninguna pareja... Diana: juro solemnemente que las únicas
personas que conozco que saben como cojen los demás son tus amigas...
–¿No te das cuenta cómo me perjudican estos papelones..? –No...¿Por qué decís que
perjudican?–Son mis amigas, la única gente que me conoce y que me quiere...–¿Y qué
te perjudica...?– ¿No viste que Laura se fue pensando que soy una idiota que vive
pendiente de vos..?–Y nosotros nos quedamos pensando que ella es una idiota que vive
pendiente de lo que sale en las revistas de la City y El Cielo... ¿O no?–Es mi amiga, mi
mejor amiga y como socióloga es brillante...–Si... Seguro que tiene uno de los
"curriculuns" mas brillantes de todas las sociólogas que paran en el Open al volver de
la City.–No va a la City ella...–Buen.. Tiene uno de los "curriculuns" mas brillantes de
todas las sociólogas que paran en el Open después de fumar porro con dos amigos
gays y una arquitecta que diseña camperas....–¡Denigrás todo!– Ellas denigran todo...
¿Le dijiste a tu analista que soy el primer novio de tu vida que no se deja cojer por tus
amigas..?–¿Volvés con eso..?–Vos volviste... ¡Si te pasó tres veces..! ¿O fue mas
veces...? Vos me lo contaste–Eran cosas de pendejas...–Y bueno, pero estas chicas
siguen haciendo cosas de pendejas toda la vida... Son siete y media... ¿Te llevo al
Shopping?–No.. Te acompaño a la sala y saludo a tus compañeros... Después me voy
caminando para sacarme la mufa que me pasaste...–Disculpame... ¡Pero a mí mufa me
pasó tu amiga..! Me sigue mufando...–Ahora hablaba como para sí, como esos que
hablan solo para ordenar una nebulosa de ideas que, si no se dijeran quedarían en una
zona vaga y sin palabras: irrecordable. Siguió hablando, como recitando:–Operan a
distancia... Yo no me meto en la mesa ni en la pieza de ellas a mostrarle que son unas
imbéciles... En cambio ellas se meten en mi mesa, me apuntan con el auto cuando
cruzo Coronel Díaz, se me cruzan por todas partes...–No te entiendo... Ahora te
entiendo menos...–Pienso en voz alta... Bah... Te digo en voz alta lo que pensé... Un
ejemplo: voy yo y le doy un cachetazo a Laurita... Después me voy al hospital y no le
pego mas y no me escucha mas y entonces ya no existo, puede muy bien olvidarse de
mí una vez que se le borre el moretón... Ella en cambio aparece y me revienta el
hígado, se va a su clase de taichi, después se va por un año a meditar al Himalaya o a
cosechar naranjas a un kibbutz, y, mientras tanto, las clínicas y los prepagos del papá
siguen facturando y creciendo y siguen reventándonos a todos.–¿A quiénes? ¿A los
científicos..?–En cuanto formuló la pregunta se dio cuenta de la frase ambigua de que
Saúl había despertado su curiosidad y que ella volvía a entrar en su juego.–No, a todos:
¡A los seres humanos!–Entonces ellos, según vos, no serían seres humanos..–Si...
¡Humanos son..! Pero están todo el tiempo buscando la manera de convertirse en otra
cosa... Y de hacer que los otros también se vuelvan otra cosa, pero peor... FIjate bien y
perguntale a tu analista si no es una buena idea: escuchá cuando hablan... Fijate que
no pasan un minuto sin anunciarte un cambio que están a punto de hacer: un viaje,
una aventura, una salida, un cambio de auto, de casa, de pelo... Prefiero las historias
de los pacientes del hospital..

No es que a ésta no le importe desbordar el baño y que el agua pueda llegar hasta
la alfombra de mi cuarto. Al contrario: le importa dejar huellas de su paso por aquí, de
su absoluto desinterés por lo que no es suyo y de ese estilo reventado que sabe que
me calienta. ¿Porqué grita tanto...? Yo me hice el loco pero no había gritado tanto. ¿Qué
está gritando ahora..? Por lo menos dejó de salpicar...–¿Vas a decirme de una vez en
cristiano lo que ladraste recién loco de mierda..?–Te dije que te había dicho una frase
en inglés sobre vos...–No capté nada... ¡Decímelo en catellano loco de mierda..!–
Gritaba nuevamente ella asomándose al marco de la puerta y haciendo ademanes de
buscar una toalla.–Why were we always keeping on keeping the party clean? Why are
them always keeping on keeping their partys clean?–volvía a repetir Wolff, y despues,
ya en el baño, simuló traducir: –En inglés, te decía cariñosamente que sos la puta mas
reventada que conocí en mi vida...–Gracias Gil... ¿Sabés lo que pensaba en tu
hidromasajeador? Pensaba que sos un viejo pajero que te tomás la pildoritas del
homeópata para pajearte en la bañadera...–La verdad–dijo él, y ya estaba tendido en el
hidro– es que desde que me colocaron el jacuzzi nunca mas volví a hacerme la paja en
el sillón ni en la cama...–¿Cuántas te hacés por día..?–Preguntó ella. Envuelta en un
tohallón se había acercado al baño y lo miraba desde lo alto...–Ahora cada vez menos...
Antes una y a veces dos.. Ahora una sola y no todos los días...¡Es por la edad..! Mi
hermano tuvo tambos en Rafaela y me explicaba que con las vacas lecheras pasa lo
mismo: ¡A cierta edad les baja el rendimiento!
La miraba pensando que, vista desde el jacuzzi, la toalla blanca, velada por un halo
de vapor, parecía una túnica y le daba un aspecto de beldad griega, mucho mas alta y
dura, hecha como de piedra tallada. Después cerró los ojos, se acostó levantando las
piernas hasta apoyar los talones en el borde de la bañera para mantener sumergida la
cabeza. Y mientras volvía a sentir los chorros de burbujas hurgándole los poros pensó:
es alta y por la edad que tiene seguramente va a seguir creciendo. Está creciendo
todavía y es muy probable que antes de que termine de crecer se le desencadene la
enfermedad y se muera.
–Tendría que escribir todo esto, se lamentó.– Darle forma a la idea de que todos
llevamos algo que en cualquier momento se te desencadena y te mata. Por ahí yo ya
tengo un cáncer de colon... ¿Por qué nunca pude parar y sentarme unos días a
escribir..? ¿Por qué no fui un poquito mas meticuloso? ¡Meticuloso! ¿Como Milia? ¿Qué
mierda estuve haciendo con mi vida durante toda mi vida..?

–Mirate al espejo como quedaste y te cambió la cara... ¡Ay Pichi, estas chorreando
sangre mucho..! Te corté mucho... ¡Por tu culpa..!–Decime.. ¿Tenés vos taponcitos de la
regla..?–No.. Pero hay ahí en el baño, en la bolsa con los peines y los jabones de
regalo...–Menos mal...–¿Querés que te lo cure con eso..?–No... Para sola la sangre... Es
por la sábana.. Si ven sangre mejor que piensen que es de la regla... Si no van a pensar
que nos picamos... –O que de los golpes que escucharon que me diste me hiciste
sangrar a mí vos... Pero no te miraste.. Mirate y mirá como se te cambio la cara... ¿Ves
que tengo razón que tenemos que irnos dos dias afuera lejos...? ¿Por qué ellos van a
ser lo únicos que pueden hacer lo que les gusta con el cuerpo..?–¿Quienes ellos? ¿Qué
ellos?–Ellos, la gilada... La gente que vive la vida normal...¿Por qué nosotros no
podemos..?

–Te cuento algo pero no me vayas a vender porque ahí sí terminás de arruinarme la
vida.. Saúl... ¿Prometés que te lo guardás?–Si...–Dos cosas que dijeron de vos y yo me
reí, pero ahora veo que vos mismo las reconocés... Una era que pensabas como un tipo
de los años sesenta, que vivías como un viejo...Que así te ibas a cerrar todas las
posibilidades...–Cierto... ¿No escuchaste lo que dijo tu amiguita de que si no sé qué bla
bla bla o qué bla bla blú–imitó la vocecita– me "irían mucho mejor las cosas..."?
¿Entendiste que quería decir que ellos tienen la habilidad de hacerle empeorar las
cosas a cualquiera...?–Eso es tu persecuta... Yo no lo entendí así... Otra cosa que decían
de vos, era peor. Decían que estabas enamorado del Sida... Que te podías separar de
una mujer pero que no podías estar sin volver a mirar tus revistas y los libros... Que te
calentabas mas llamando a los bancos de datos con tu computadora que con cualquier
mina... –¿Quién fue el boludo que dijo eso?–Un amigo de los Golder que no te conoce
pero que está siempre con los de la Fundación...–¿Y Golder qué dijo..?–Golder dice que
si no fueras así de soberbio y amargado te irían mejor las cosas..–Claro... Como a él... –
El te respeta...–Seguro.. Pero bien que le gustaría que las cosas me fueran peor y que
me aparezca de visita a su casa a pedirle favores... Entonces no me llamaría amargo ni
soberbio y... ¿Sabés que le diría a su nena..? Le diría...–habló con voz de judío que ya
domina ele ejercicio de la picardía porteña:– "Estuvo a verme el Feldtman ése que es
novio de la chica de Fridman... Es brillante pero es un schlepper y demasiado
bohemio... Tiene mucha mischigaz... Tendría que machucarse la cabeza contra la pared
un poco mas para que después pueda progresar..." Peor Diana. ¡Peor! Seguro que si te
le cruzás a Golder él le dice a los muchachos que, por tu bien, te hagan golpear un
poco la cabeza contra la pared...–¿Qué muchachos..? ¿Qué querés insinuar?–Nada
Diana... ¿Vos no estabas en el Partido Intrasigente cuando empezó la democracia..? ¿Y
te olvidaste que antes mandaban a los muchachos a buscarte para que entraras en
razón...?–Pero Golder no era fascista...–Y los otros tampoco Diana...
Eran...Demócratas..! Los pobres schwartze que subían la escalera, se afanaban los
Rolex y te ponían la capucha se creían fascistas y hasta nazis, o cristianos de la
cruzadas, pero los que los mandaban a buscarte y elegían tu nombre eran convencidos
demócratas: todos sabían muy bien que era mucho mas práctico y menos peligroso
tenerte encapuchado con un televisor, una cassetera, un contrato de cuotas
hipotecarias, una tarjeta Mastercard, un plan de ahorro para el auto y un montón
órdenes de viajar, de hacer, de drogarte, de divertirte... Bueno... Tuvieron que mandar
a los schwarzes a jugar a los nazis para garantizar que esta otra capucha funcione
como se debe: mas barato, sin mala prensa internacional, sin tener de pender de
schwarzes que, por ahí un día se dan vuelta y los secuestran a ellos... Viste que todos
estos...–dijo Saúl abarcando las mesas del Open con un ademán– ¿Viste que todos
vienen de divertirse como locos...? ¡Ni se les ocurriría jamás pensar que los schwartze
rezando el rosario, rompièndote los muebles a patadas y llevándote al subte en un
Falcon, sin saber, estaban construyendo la democracia que disfrutamos..!– Ahora te
falta nada más que empezar a hablar de tráfico de armas y de lavado de
narcodólares...– Eso dejémosló para otro día... Pero... ¿Te diste cuenta que si los negros
del ejército y la marina no hubieran matado tanto miles con el Rosario y en nombre de
Dios, todos estos no estarian yendo a El Cielo todas las noches...? Pero no te
confundas... No tengo nada contra el tráfico de armas... Es un trabajo como cualquier
otro... En cambio a los que antes hacían negocios con armas y ahora lavan dólares les
tengo...–Ahora parecía estar recuperando su mal humor que por un instante se había
replegado.– ¿Sabés lo que me pasa con ellos..? Les tengo, primero envidia.... ¡No sabés
lo que podría hacer yo con toda esa guita...! Y después... Calló Saúl. Mientras el mozo
revisaba los tickets de la cuenta advertía las miradas de la gente del Open y adivinaba
la búsqueda de una confirmación de sus diagnósticos sobre él, mediante la detección
del modelo de auto que abordaban...
Sabía que Diana, a su manera, debía estar sintiendo algo semejante, aunque para
ella, exhibirse con un judío pobre pero prestigioso todavía continuaba siendo un motivo
de orgullo.
Un nuevo malestar reemplazó al que minutos antes había desencadenado Laura con
su irrupción de prepagos y objetivos. Tomando a Diana del hombro y apretándola
contra su torax mientras cruzaban la vereda, imaginó que llegaba al Open de uniforme,
con cinco camaradas del cuerpo de comandos de la javá, al cabo de tres días de
ejercicios de supervivencia en la cloacas de Tel Aviv, y que, aprovechando que los
sabras no conocían el lugar ni la lengua del pais, los convencía de que toda esa gente
que venía de bailar y drogarse eran activistas neonazis y que muchas de las chicas que
los acompañaban eran judías que se habían prostituído para humillar a sus padres.
Saúl señalaba a una–era Diana acompañada por un productor de video–clips– y le
contaba a los comandos que sus amantes habían allanado la casa, golpeado al padre,
destrozando un minorah y todo lo que en esa humilde casa judía tuviera un significado
ritual, incluyendo un samovar, un álbum de discos de pasta con una vieja grabación del
Boris Godunov, otro álbum con fotos de los abuelos en vísperas de su partida desde
Odesa hacia la Argentina y el atril plegable que el viejo usaba para sostener sus
partituras de violín.
No sabía como contarle esta fantasía a Diana ni como componerle un desenlace
ritual y violento pero quiso decirlo y solo pudo comentar:– Te dije que la mayoría de los
primeros mártires cristianos eran judíos...–Al cabo de decirlo se sintió estúpido, como
embotado de cerveza penso y volvió a decirse: yo se cantar, pero no se contar.– Si
Cristo era judío, no me extraña...– Habló ella y se apuró a encender la radio antes de
terminar de acomodarse en la estrecha butaca del Fiat.
–No se si será cierto, pero tengo la sensación de que si fuera falso, y todavía mejor
si fuera falso, esta idea dice algo verdadero.. Me gustaría encontrarlo a Samuel y
hablar de esto con él...–¿Qué Samuel? ¿El Lito Muzicansky...? ¡Ese viene siempre a mi
casa!– No, Samoil Tessler... Ese que dice que es el último judío de Villa Crespo y se
encerró en una pieza de un conventillo para escribir Los Manuales del Exodo Judio
Argentino...– Ah.. El loco ese..– Yo no se si es tan loco... Todo lo que sentí decir de él me
pareció razonable..–A mi vieja la invitaron a entrar en un taller de kabalah que dictaba
él y dice que estaba mas loco que un plumero... Un día las amigas fueron a clase y lo
encontraron en la roña, comiendo arroz integral con mate mientras estudiaba chino y
japonés para entenderse con los coreanos... – Ah... Si... Me enteré de los coreanos... De
a poco coparon el conventillo y ahora él es el único de raza blanca...– El único judío,..
Pobre viejo... Es un viejo rechoto...– Reía Diana, había recuperado el buen humor y no
parecía dispuesta a volver sobre el tema del papelón.– Me gustaría hablar esto con
él...– ¿Vos sabés de donde vienen los Tessler?– No...– Eran los dueños de los bancos
mas grandes de Austria y Polonia... Después de la guerra recuperaron mucho de esa
plata... Son los hermanos de él y los sobrinos... Una vez estuvieron en Argentina...–
Tendrían que hacerle pintar el conventillo y ponerle una shikse...– Lo detestan... Los
sobrinos lo hicieron desheredar porque cuando el primer gobierno de Perón se hizo
peronista y a los judíos de allá los convencieron de que Peron era nazi... Bah.. La
verdad es que Perón en el primer gobierno había sido de verdad medio nazi...–
Aseveraba Diana.–No era peronista Samoil... No lo creo...–Sí que era peronista y de eso
se jactó él mismo adelante de mi vieja y de las compañeras del taller de kabalah... Les
contó que conocía a Evita y que una vez la llevó a Evita al templo de Libertad y que al
reve le hizo cantar la marcha peronista en hebreo... El fue el que hizo la traducción y se
la pagaron una fortuna...– Mirá.. El año pasado vi al reve Palan Tischowsky cantando
tangos en la cantina Arturito... Y el reve del templo de Belgrano donde van tus viejos
tiene una rural Volvo que vale cien mil dólares y si mirás arriba del tablero tiene todos
los compact de Fito Paez y de La Portuaria...– ¿Qué edad podrá tener este Tessler..?–
Ochenta por lo menos...– Dice mi vieja que se les tiraba el lance a todas las minas del
grupo de estudios...– Pobre viejo.. Qué mal gusto, justo él que hizo en un resumen de la
Estética de Hegel en alemán querer apretarse a esas viejas siliconadas...– ¿Cojerá
todavía..?– No se si habrá cojido alguna vez... Ese Adán que vivía con él lo nombra en
sus memorias y cuenta que Samuel iba con él, Borges y un cura de civil a un quilombo
del barrio de Saavedra, pero que Tessler y Borges se trenzaban en discusiones y nunca
pasaban a las piezas... ¿Leíste las memorias de Adan?– Ni había oído nombrarlo... Pero..
¿Qué quiere decir "un quilombo de Saavedra"?– Diana... ¿No te enseñaron en la
facultad de psicología lo que eran los quilombos? ¡Prostíbulos nena! Iguales a los
saunas de ahora, pero sin agua corriente...–No creo que Borges fuera a esos lugares
con Samoil... Pero claro... El viejo era justo de la época de Borges...–¡Esta es la época
de Borges..!–dijo Saúl cuando estaban cruzando la avenida Las Heras. Saúl tuvo que
detener el Fiat porque una densa la columna de tránsito avanzaba hacia el centro de
Buenos Aires. Desde ese esquina, a unos quinientos metros, se divisaba parte del
frente del shopping. Los decoradores lo habían cubierto de una malla de cables con
pequeñas lucecitas halógenas que daban un efecto de tul, mezcla de envoltorio de
fantasía de regalos de Navidad y de lámpara kitsch de mesa de noche de dormitorio de
clase media.
Todavía muchos autos conservaban las luces prendidas. La forma del shopping, por
la decoración y su contraste con la niebla que envolvía los últimos pisos de las torres
de departamentos, se destacaba exponiendo mejor que nunca su carácter monstruoso.
Saúl pensó que Diana también debía estar advirtiéndolo. Seguro–imaginaba– su
analista siente lo mismo que yo: también él, cuando la mira, debe sentir que esta mole
ha sido edificada, específicamente, en su contra.
Pensar que por efectos de la mimetización con su analista Diana compartiera un
sentimiento suyo lo impulsó a acariciarle la nuca y, después, aprovechando otra
interrupción de tránsito, a besarla con afecto en las orejas y las sienes. Por un
momento ella pareció feliz. Llegando al estacionamiento del hospital, y mientras
buscaba un espacio alejado de las enormes tolvas donde se acumulaba la basura–una
vez mas había problemas con los recolectores de basura hospitalaria– Saúl se lamentó
de haber leído muy poco de Borges. Diana solo había leído la edición clandestina de
unas conferencias que, ya muy viejo, había improvisado en la escuela de psicoanálisis
a la que la había recomendado su Dr. Cobard– y Saúl le aconsejó que leyera Emma
Zunz y Deutsches Requiem. Entrando al hospital por el acceso de ambulancias le
explicó:
–Son dos cuentos cortitos. El de la mujer es la mejor historia de judíos escrita en
este país. El otro sugiere una teoría sobre la construcción del estado de Israel. Y está
escrito mucho antes de que las Naciones Unidas reconocieran a Israel... Las dos veces
pronunció las erres casi como vocales. La segunda, en voz bastante alta, para que lo
oyera el grupo de residentes–todos goim– que salía del comedor y subía tras ellos por
las escaleras mugrientas de la sección infecto–contagiosas.

Mariana había ordenado la cama y vaciado el cenicero, pero ya parecía dispuesta a


llenarlo: otra vez estaba fumando sus Marlboro mientras trataba de alisar las hojas de
un fax que Wolff había dejado caer sobre la alfombra y que insistían en recuperar su
enrrollado originario.–¿Esto es de tu laburo..?–Preguntaba.–Sí– Dijo él frotándose las
piernas con el mismo toallón que había usado ella.– Me llegan montones cada
mañana... Por suerte, la mayoría no me gasta papel... Quedan grabadas en alguna
parte...–¿Y qué son todas estas cosas?– Mariana estaba señalando una serie de
ilustraciones que, por la mala calidad de la impresora térmica del fax, formaban una
fila de cuadraditos borrosos.–Boludeces... Listas de precios, ofertas, un calendario de
exposiciones de material bélico, catálogos de aparatos electrónicos para aviones... –¿Y
vos qué hacés con los aviones..? Tengo un amigo que es regenio, medio loco pero
regenio, que es piloto civil.. Me llevó a volar en un avioncito de tela... Peleó en Malvinas
de colimba y como después hizo cursos para manejar aviones y helicópteros se la pasa
inventando planes para volver a invadir...–¡Las Malvinas! ¿Las Malvinas...?–Reía Wolff
abriendo y cerrando cajones de un placard.–Si... Te dije que estaba pirado... Pero es un
genio... El avioncito lo alquila en un club de La Plata... Va mas despacio que una bici y
cuando estábamos como a dos mil metros de altura, yo sentada apretadísima, en el
asiento de adelante, y el atrás, manejando, me cuenta que ese avión era del año
cuarenta y cinco...¡Igual que la edad de mi viejo..! Y en ese momento justo veo que la
alas se sacudían–parada sobre el sommier hacía gestos con los brazos imitando el
aleteo de un pájaro– y en cuanto miro para abajo...–Miraba hacia la alfombra donde
estaban desordenados las hojas del fax, ropa, su paquete de cigarrillos, el cenicero y
dos latas de Brahma Shopp, y girando con los brazos extendidos, parecía bailar
diciendo:– Veo que nos movíamos mas para el costado que para adelante, culpa del
viento, entonces empecé a los gritos que quería bajar y él ni pelota... Claro... Yo no le
podía ver la cara pero se estaba cagando de la risa de mí pánico y en un momento
¡Plop! ¡Apagó el motor y apuntó a una cancha de fútbol, a una canchita de potrero,
entendés, donde se veía gente como hormiguitas jugando a la pelota y haciendo asado
y yo veía que el piso se nos venía encima y que el avioncito se sacudía cada vez mas,
con el motor apagado y sentí que el Pichi–Pichi se llama el flaco, aclaró– me la tenía
jurada por algo que se creeía que le había hecho yo y que iba a reventar el avión
contra el piso para vengarse. Medio me desmayé y... ¡Cagate de risa! ¡Me pishé
encima! Un chorrito nomás, pero con los bermudas ajustados fue un papelón cuando
bajamos... ¡Todo el culo del bermuda empapado..! Pero vos...–Había vuelto ahora a
sentarse en el sommier sobre sus talones, ya no parecía mas una bailarina–aeroplano.
Parecía sinceramente curiosa y habló en voz muy baja, sacudiendo una hoja de fax
convertida un rollito:– ¿Vos que tenés que ver con los aviones..?–. –Nada... Me mandan
estos papeles a mí y a miles de tipos de Buenos Aires para ver si alguno puede
ayudarlos a vender estas cosas... Cada cien papeluchos que mandan, por ahí embocan
justo a uno que sabe a quien se le puede vender.–Deben valer fangotes de guita.. Me
imagino...–Si... Decime.. ¿Esa falopa que tenías...? ¿A cuanto se vende el kilo...?–La
droga no se compra... Se curra, o se afana.. En el peor de los casos se bicicletea...
Nadie compra droga... Salvo la gilada...–Decía ella y Wolff tuvo la certidumbre de que
estaba imitando a alguien que posaba de "pesado". "Gilada" no parecía una palabra de
su léxico.
–¿Y cuánto pagan..?–Los que la traen, no sé si son los que la fabrican, empiezan
pidiendo diez lucas, después terminan pidiendo cuatro lucas por kilo pero al final la dan
fiado o se las afanan... ¡Terminan fíándola para que no se las afanen..! Son bolitas, o
santiagueños, o pibes que vienen de viaje de Paraguay y ahí los convencen de que
comprándola a mil y vendiéndola a diez mil se van a hacer ricos como Coppola... Y lo
que les pasa es lo de siempre: andan por todos lados tratando de vender, no pueden,
de a poco empiezan a meter la mano en la bolsa y se la van tomando entonces
empiezan a agregarle pastillas de la tos, harina, polvo Royal o cualquier cosa para
emparejar y que siga pesando lo mismo y entonces ya nadie la quiere... A esa altura
empieza a saberse de que tienen para de vender y alguien de caño se pone a averiguar
y los afana antes de que los agarre otro...
–¿Qué es "alguien de caño"...?
–De caño... Uno que afana de caño: con revolver, pistola, metra, las nuevas esas, las
lupara que se usan ahora... Entonces, ¿Viste como son las cosas..? Siempre aparece
uno de caño que los afana y no hace mal a nadie porque si no se lo iba a chorear otro,
o los giles se las terminabn tomando toda antes de llegar a vender... Así que dicen que
vale cinco lucas, pero no vale nada.–Cinco mil el kilo... ¡Mirá!–Dijo Wolff sacudiendo una
hoja de fax y señalando la imagen borrosa de un GPS de uso militar:– Esta cajita es
grande como un walkman y pesa ciento ochenta gramos, vienen con un cablecito que
hace de antena que no pesa ni debe valer nada... ¿Sabés lo que cuesta?...–Una luca
verde...–Apostó ella...–No nena... Vale catorce lucas y te lo venden en cajones de a
cien–Debe costar cincuenta veces mas caro el kilo de esto que de lo que los giles
pagan por tu droga mezclada con harina y polvo jabonoso...–Claro, pero te lo jalás y no
pasa nada...
–Sí, pero si vendés un cajoncito de prueba para el ejército, la marina, la policía o los
bomberos voluntarios de Anillaco te ganás ciento cincuenta lucas de comisión de un
saque...–¿Y vos pudiste colocar alguno...?–De estas porquerías no, pero vendí pavadas
parecidas...
–¡De ahí te sale la guita..!
-De ahí me tendría que salir... Pero este país se está poniendo cada vez mas duro..

¿Y por qué ahora la Susi me empieza a torear..? Está agrandada. Se la siente


agrandada. ¿Habrá ido con otro macho..? Los reviento a los dos... Pero no: ella es de
avisar y no de cagarte... ¿Será por que le estuve dando demasiada pelota? Estuve
dándole demasiada pelota... Todos los días. Se hace como costumbre... ¿Y como
aprende todo así, sin que le pidan nada? ¿O era que antes se hacía la pavita y ya había
estado haciendo de todo con el Piero? Dijo hace un rato y dijo otra vez que el Piero
tenía problemas. Habló:-Negra... ¿Por qué dijiste vos que el Piero también tiene
problemas...? ¿Según vos yo tengo problemas?-¿Dije eso?-Yo oí así... Pero.. ¿Qué
problemas decís que el tiene?-Es degenerado... Es muy degenerado... Se hace meter
cosas... Se hace atar y pintarse de mujer...-¿Con vos hizo eso...?
-No estuve nada mas tres dias con él y ya de entrada me dio asco... Pero las
cosas se saben... Todos saben...
-¿Y con vos que hizo..?-Nada... Primero se hizo el delicado y ese día... ¿No te vas
a enojar..? Bueno ese día me creí que me había enamorado...
-¿Te cogió bien?
-Si.. La verdad que sí...
-¿Mejor que yo?
-No empecés Pichi.. Es diferente... Vos me gustas... A vos te quiero...
-¿Y esa vez que decís que te enamoraste..?
-No se... Algo me dio que me dió tanto vuelta... Me puso loca... Y además... Se
portó bien...
-¿Y después que hizo..?
-Y después sí mostró la hilacha.. Yo creí que eso que decían de él era mentira...
Pero mostró la hilacha...
-¿Qué hicieron..? Decímelo ahora mismo..-Nada... Hizo que hicieran venir a dos
para mirar como apretaban conmigo...
-¿Y vos qué?
-Yo nada... ¿Yo qué iba a hacer...? ¿Querías que me deje matar...?
-¿Y apretaste con esos dos..?
-¿Qué es lo qué querés saber..? No me hagás...
-¿Quienes eran?
-Dos de por ahí... Del barrio Prefectura...
-¿Y con los dos al mismo...?
-Pichi... Ya hace mas de un año de eso... No me hagas acordar...
-Yo al Piero lo voy a poner
-Olvidate del Piero... No existe..
-Yo lo voy a poner antes que lo pongan los de la Federal...
-El sabe que muchos lo quieren boletear...
-Y se lo está buscando...
-Olvidate del Piero..
-Una sola cosa decime: ¿Cómo con los dos al mismo tiempo..?
-Ay Pichi... Imaginate: hay dos y una... Qué va a pasar... ¿Que puede ser que pase?
-Hay que matarlos a todos...
-No Pichi... Esas cosas también se pueden hacer bien... Hay gente que hace las
mismas cosas pero bien... De tres... De todo un poco... Vos mismo hoy...¿No viste como
te ponías recién...?
-¿A vos te gustaría..?
-Si... Con vos me gustaría todo lo que vos quieras...
-¿Y a vos, qué es lo que te gustaría hacer que no hacemos nosotros..?
-¿No te vas a enojar Pichi? ¿No te vas a volver a poner como un loco?
-Decímelo... No ves que estoy retranqui...Y no sabes como me está doliendo la uña
que me clavaste abajo...
-¿Sabés lo que me gustaría con vos..?
-Decímelo porque si no sí que me caliento y me rayo..
-Me gustaría.. Cojer.. Durar...Que me la dejes adentro todo el tiempo... Toda la
tarde...
-¿Quién te hizo así?
-Nadie... Pero todo el mundo lo hace... Y otra cosa...
-¡Habla de una vez negra y no des vueltas..!
-Que nos saquemos fotos... Siempre pienso que sería lindo que nos hagamos sacar
fotos o hacer un video... Quiero que nos saquemos fotos en bolas, cojiendo, al aire
libre... En una playa... ¿Te animarías vos Pichi?
-¿El Piero trató de hacerte hacer gato...?
-Si.. Me habló de eso pero fue antes de que fuera con él...
-Y vos que le dijiste..
-¡Que ni loca..! Vos sabés que yo ni loca iría por plata...Pero..
-¿Pero qué?
-Si vos la precisaras la plata entonces sí.. Pero otra cosa...
-¿Que cosa..?
-Que eso fue lo único que me gustó de Piero.. Que vino de frente.. Que antes de
nada de versear ni nada me mandó de una eso de que si no quería hacer gatos... Me
dijo que yo podía sacar mil pesos de una noche... Eso me calentó... ¿De qué te reís..?
No: cortala con eso de nuevo ahora... ¿No ves que estás lastimado...? Te va a hacer
peor... Pero...Decime: ¿Pensás que es cierto que me iba a conseguir sacar mil de una
sola noche?

–Diana: ¿Me perdonás..?

–¿De qué..?
–De lo que vos decís que es un papelón que te hice pasar con esa cretina...–Si, pero
tenemos que encontrar una manera de cortarla con eso...–Yo tengo una manera: no nos
juntemos mas con gente forra y listo...–Son mis amigas... Pero... Una sola cosa quisiera
que me expliques... Y me voy y te dejo trabajar...–¿Qué cosa?–Vos siempre me decís
que en Boston y en Israel esto no te pasaba...–El indicó que no entendía y ella aclaró:–
Que no te pasaba que te pusieran como loco estas situaciones con gente.... Bueno...
Como la de hoy...–No, no me pasaba.. Me pasa aquí...–¿Por que aquí..? ¿No será por
algo que tiene que ver conmigo..? ¿Con nuestra relación..?–No: tiene que ver
conmigo... Este es mi país... Allá cuando llegás, aunque sea Israel–Pronunció la erre
hebrea– sabés que son otros los que mandan, los que tienen el derecho a mandar...
–¿Y aquí..?
–Aquí no... Este sí es mi país–¿Y eso qué?–Que aquí sé que tengo que mandar yo y...
No mandar yo no: que aquí tienen que hacerse las cosas como quiero yo y yo no
mandar yo mismo...–Qué vivo.. ¡Eso equivale a mandar..!–No... No equivale...–Pero lo
mismo le debe pasar al viejo Golder...–No.. No es igual...–¿Por qué no es igual?–Porque
él no es yo...–Y que tenés vos que te da mas derecho que a él... ¿Es por la Golden
Medal de la Academia de Massachusetts..?–No: es por ésto–dijo Saúl pellizcando una
manga del guardapolvo en la zona de hombro como si llevara, bordados, sus galones
de oficial– y por esto–señalo un vetusto escritorio de chapa de no mas de sesenta
centímetros, que separando dos sillas de caño despintado tapizadas de plástico verde
eran los únicos muebles del consultorio–Y por ésto– dijo y, aprentándole la muñeca con
una pinza de pulgar e índice, llevó una mano de Diana a su entrepierna y la guío con
firmeza obligándola a palpar y a acariciarlo.–Sos un hijo de puta... ¡Sos un hijo de
puta..!– Hablaba con otra voz, en un énfasis que expresaba odio y admiración a un
mismo tiempo. Tal vez Saúl lo entendiera así, pero no bien pudo librar su mano cambió
el tono y dijo, ordenando:– Ahora andá a revisarles la pija a los sidosos y cambiale la
chata a los de terapia intensiva...
-Eso sí que se le escapó a Golder... Todavía no se dio cuenta de lo fácil que le sería
conseguir que los médicos de sus clínicas entiendan de una vez que cambiar chatas es
un deber que se contrae con el juramento hipocrático... ¿Cual es el primer deber de un
médico..?– Preguntó y respondió al tiempo que llevaba su mano a la entrepierna del
jean de ella– ¡Hacer gozar a su mujer hasta convertirla en un objeto sexual..! Estaba
excitado y, convencido de que Diana no vacilaría en aceptar un coito de emergencia,
breve y de pie contra una pared del consultorio le dijo: –¡Objeto..! Te quiero pero
dejame laburar porque lo único que falta es que los espías de la fundación me
encuentren garchando en el consultorio con la hija de Fridman...
Después le besó las sienes y, tomándola de un brazo la acompaño hasta la salida
del pabellón de Infecto.
Ya estaban los pacientes ambulatorios tomando posiciones en los bancos de madera
desvencijados de la sala de espera. La mayoría de ellos, exhibía el bono celeste, como
prueba del pago de la contribución voluntaria que exigía el hospital.
Estamos a principio de mes, pensó Saúl... La semana pasada –pensó y le comentó a
Diana que lo escuchó con indiferencia y sin responderle– ni uno de cada tres andaba
con el papelito azul... En cambio, igual que ahora, todas las mujeres y muchos de los
varones tenían esas revistas de mierda... ¡Todos los números son iguales! Todos los
tipos viven en casa parecidísimas en el diseño y decorado, y iguales en el precio... Y yo
soy un schmog, porque cuando vienen esas chicas modernas con un grabador a hacer
preguntas les contesto el reportaje y me empaquetan y me creo que lo van a publicar...
¿Te imaginás mi foto en el consultorio en la pagina de atrás de la de Charlie Mangos en
su casa Tudor..?
Al despedirse, Diana reprochó que dentro del hospital se convirtiera en otra persona
porque en ese lugar, por repugnante que fuera, "se le pasaran siempre las malas
ondas" y, una vez mas, le dijo que no podía ser casualidad que, cada vez que cojían
bien el quedaba cargado con un humor de perros.
¡Me cago en las enseñanzas de la psicología argentina..!–Pensó Saúl después de
despedirla. Tenía la certidumbre de estar acercándose a una idea que no terminaba de
definirse, pero que, si resistiendo la indignación lograba pensar sin pensaba en lo que
la enseñanza de las ciencias blandas había producido en las últimas generaciones de
mujeres, tarde o temprano terminaría de revelarse.
¿Por que no puedo tener mi Mac..? pensó y volvió a sentir odio por los burócratas y
los figurones de la Fundación. Ahora mismo, si tuviese mi Mac, me sentaría y casi sin
tocar las teclas, solo con el mouse, haría un chart que me serviría para entender lo que
no puedo terminar de pensar en medio de este caos.
Era un caos: la empleada de ventanilla del hall central había dejado su puesto para
atender un pedido de su jefe, y la cola de pacientes y familiares llegaba hasta los
restos de la puerta giratoria, que, como decían los de la guardia, era un fósil de los
tiempos en que se construían hospitales.
Retornó el malestar. Se imaginó perdiendo la razón, y sometido a tratamiento en
una clínica psiquiatrica de sesicientos dólares por día, con todos los gastos a cargo de
Golder o de Fridman. El primer sábado del tratamiento lo visitan Golder y Fridman. Saúl
exagera sus síntomas: le dice a Fridman que tiene pruebas de que su empresa, Textil
Haedo, sirvió de pantalla para embarcos de armas químicas a Irán y a Croacia. Fridman
asume una pose paternal, menea la cabeza y exhibe reducciones láser de las mismas
fotos que decoran su oficina. En una posa junto al embajador de Israel, en la otra
aparece con el presidente Menem en su despacho, mirando la maqueta de la
remodelación del auditorio de Córdoba y en otra estrechando la mano del premio Nobel
de la Paz, Perez Esquivel. El dr. Golder le reprocha su falta de tacto:
–Que estés pasando por un mal momento emocional no te autoriza a faltarle el
respeto a tu suegro–dice “Schwigefatr”, en iddish– que es el que está pagando todos
los gastos de tu enfermedad... Seguis siendo siempre el perro que muerde las manos
del que le da de comer...
Entonces Saúl imagina que vuelve a exagerar sus síntomas y se lanza sobre el ex
médico y, en lugar de golpearlo, le aplica una llave schnell en el cuello, y, una vez
inmovilizado le vaticina:
–Ahora te voy a hacer a vos lo mismo que vos mandaste a hacer a la puerta giratoria
del Fernandez...–Simulando que, en su locura, se ha convencido que el deterioro del
hospital fue planificado desde la cámara de Medicina Prepaga cuando Golder ocupaba
la presidencia.
Llegan tres enfermeros y lo reducen. Él evita resistirse. Después, dos de ellos se
ocupan de asistir servilmente al viejo Golder el otro le inyecta una subcutánea en el
brazo. Saúl reconoce en la jeringa el diseño y las inscripciones de seguridad de los
aplicadores automáticos de morfina que se usan en cirugía militar.
Lo peor de la escena es el servilismo de los enfermeros. Son schwarzes de aspecto
provinciano y, sin mucha destreza, tratan de halagar y de ganarse la buena voluntad
de Golder...

Mariana miraba a Wolff revolviendo las cajoneras de su placard y nunca había visto
un tipo capaz de tener tantos pares de medias, camisas y pantalones tan parecidos. Si
por lo menos tuviese variedades de colores, pero no: cajones llenos todos de pares de
medias grises, ordenaditas, dobladitas y todas casi iguales. Perchas con sacos azules
con botones dorados, casi idénticos. Pantalones tipo corderoy verde, tres o cuatro
apilados como en el probador de una jeanería. En un momento sacó y después volvió a
colgar dos camperas enceradas, del mismo color y con el mismo forro de motivo
escocés.
Daba impresión tocarlas: viscosas, casi como pegajosas eran a causa de ese brillo
como de tela mojada. Ni hacía un año se empezaron a ver los primeros chabones
conchetos con esas camperas, y éste ya se aparecía con dos colgando de sus perchas.
¿Las comprará de a dos? ¿Para qué servirán esas cajitas de ciento cincuenta lucas
verdes?
–Oíme tío.. Se me va a hacer tarde.. ¡Tenés mas vueltas para vestirte que la Mirtha
Legrand antes del programa..! Ah... ¡Che..! Y al final no me explicaste para qué se usan
esas cajitas que vendés... ¿Qué son? ¿Como concha se llamaban?
–Las llaman "yips", ge–pe–ese... –Deletreó – Son equipos de navegación satelital:
con el cablecito captan las señales de una serie de satélites y en las pantallitas te
dicen justo el lugar donde está ubicado el avión... Hay para barco, también, y para
tierra... La verdad es que no sirven para un carajo, porque los militares de todo el
mundo compraron miles sin calcular que, en cuanto haya amenaza de guerra, los
yanquis y los rusos desactivan los satélites y para saber donde están van a tener que
bajar y preguntarle a los paisanos que encuentren...
–Jeeps ¡Como los autos jeeps! ¡Cuando era mas pendeja me recopaban los flacos
con jeep!
–Si... Igual y por lo mismo... ¿Sabés que quiere decir "jeep"..?
SI..l. Auto de guerra... ¿O no?
–No.. Quiere decir la pronunciación de la gé y la pé en ingles... Se llamaban GP
porque es la sigla de General Propósito, lo que quería decir que era un vehículo para
muchos usos diferentes... Se llamaban GP y entonces los soldados empezaron a
decirles "jeeps"... ¿Viste..? Como cuando la gente le dice tevé a la televisión...
–Bueno tío, desconectá el informativo, pará los jeeps y salgamos porque voy a
llegar a cualquier hora...
–No.. Vas a llegar bien.. Yo te llevo y de paso te acompaño... ¿Qué tenías que
comprar antes de ir a ese médico?
–Algún regalo... Un compact... Ah.. Y un walkman para mí porque al mío me lo curró
una sierva...
–¡Qué hacés hassan..!
El saludo de una residente terapia intensiva lo arrancó de sus fantasías de in-
ternación y venganza. Era evidente que la chica había estado toda la noche de guardia.
Sin embargo, parecía despierta y llena de ganas de divertirse y de llamar la atención al
personal y los ambulatorios que rondaban la escalera central. A los gritos, pero con una
voz grave y adulta hablaba para todos:
– ¡Siempre llegás primero..! Siempre haciendo méritos... ¿Querés cobrarte el
incentivo de puntualidad del convenio de Salud Municipal..? ¡Enterate que no figura
mas en el nomenclador..!
–Mirá Feigele... –dijo Saúl que sentía que la referencia al horario y al nomenclador
acababan de borrar una idea que tendría que estar cargando ya mismo en su Mac – si
no fueras tan linda te cojería por dos cosas: primero por lástima... y segundo para
probarte que en hacerte acabar también puedo ser el primero...
–Dormiste mal anoche.. Se te nota...
–¿En qué..?–En la cara de malco.
–¿Malcom..? –Pregunto Saúl y redondeó una idea: el dueño del psiquiátrico, amigo
de Fridman y seguramente socio de Golder en alguna de sus estafas a las obras
sociales, tendría que ser un goi de ascendencia irlandesa que se llamara Malcom.
–No: "malco" mal Cogido...Estoy mufado, Feigele.
–¿Mas tsures todavía..?
–Otro tsure más... ¿Sabés lo que nos hicieron en la oficina..?
–Habían llegado al piso de infecto contagiosas y un par de médicos que estaban
esperando el servicio de café se agregaron a la conversación. Uno de ellos intentó
besarlo al cabo de darle la mano pero la reacción muscular automática de Saúl debió
desconcertarlo y lo detuvo a tiempo.
Es el beso de Judas –pensó Saúl y recordó: ahora hay una epidemia de saludarse
con besitos. Antes lo hacían los sindicalistas, después se contagió a los artistas de
televisión y ahora empieza a infectar al cuerpo médico municipal.

–Ya no queda ni una mina que pueda sacar mas de trescientos o cuatrocientos
mangos la noche... Antes sí... Pero ahora ya todos los giles se avivaron... Hay minas de
mil y de dos mil, pero éso nada mas que las que dan cartel... Tienen que aparecer en
una propaganda, o en una novela de la tele... Entonces van los giles y garpan mil por
una mina que no vale nada, para sacar chapa de famosos y después ir corneteando
que se curtieron a la chica de la propaganda de Gatorade... El Piero te hizo el verso.. Es
un verso.. Te entusiasma con eso y hasta capaz que te hace pagar con plata de él la
primer vez... La minita se la cree y después termina yirando en una esquina por
cincuenta pesos...
–No...Yo no me creí la cifra de mil.. Si me hubiera dicho cien o doscientos era igual..
Me gustó que viniera de frente... Sin camelos...
–Yo siempre te voy de frente...
–Vos sos distinto... Para empezar, tenés veinte años menos.. No sos un vicioso..
–No.. Eso no... Fumo ésto –pitó el porro y antes de seguir, mientras se lo alcanzaba
a Susi, aspiró una larga bocanada de aire por para forzar la presión del humo en el
pecho. Depués, soltando e humo por la boca y fingiendo voz de alcoholizado dijo –Fumo
esto porque me lo mando el doctor, para la mala digestión... ¡Tengo vesícula..! ¿Sabe
señora..?
–Vos sos distinto... A vos te pueden tener rabia... Pero nadie va a tenerte asco... El
Piero da asco... Los que están con el no... Pero en cuanto zafaron, todos, minas y
machos le tienen asco...
–Por que es jovato..
–No.. Porque es malo.. Vicioso es eso... Hacer todo por maldad...
–¿Y por qué es malo...?
–Por que es así mal bicho...
–Todos los jovatos son mal bichos...
–No.. Algunos no.. Vos no vas a ser nunca mal bicho...
–Claro... Porque nunca voy a llegar a ser jovato...
–Pichi.. No empecés con historias..
–Yo al Piero me lo voy a poner. Me voy a dar primero el gusto de tumbarlo y después
lo pongo... ¡Vas a ver!
–Pichi.. Ni un día podés estar sin historias.. Ves por qué digo que tenemos que irnos
afuera....
–Lo voy a poner... Y cuando lo tumbe él no va a saber de donde le llegó, pero se va
a dar cuenta de donde le viene cuando lo ponga...
–A un lugar con gente normal... Sin historias..
–¿Donde colocará la guita el Piero..?
–Aunque mas no sea dos días lejos de esta mierda...
–¿Donde tendrá la guita encanutada el Piero..?
–No tiene guita... No tiene un mango el Piero... Revienta todo y eso que seguro saca
mas que vos...
–Tiene tocos de guita... Esconde... Saca guita de minas... Se la reparte con los
Fornaroli de Quilmes... Ponen pibitas a yirar... Después arreglan con la yuta de que les
hagan la vida imposibe... A las pibitas se le corta el chorro de plata y ahí les dicen que
es por la yuta y que tienen que dejar de yirar.. Las pibitas no pueden parar.. Ellos saben
que las pibitas no pueden parar, que necesitan pilchas, falopa, pagar la pensión,
médicos... Y entonces caen y les dicen que les consiguen un laburo en un sauna de
Madrid... Y las mandan allá a España... Y allá les empiezan con la misma historia.. Las
forras son forras y vuelven a comérsela: clausuran el sauna, las fichan, las amenazan
con deportarlas y ficharlas en Interpol y ellos las sacan de ahí y las mandan a los pue -
blitos, o a Argelia... Dos locas de Ezpeleta aparecieron en Argelia... Reventadas de
pico... Los Roncoroni garpan el viaje, la pilcha, pagan la cometa de la yuta que hizo el
teatro de asustarlas en Quilmes y igual, cazan diez lucas por cada mina que mandan
para España... Al Piero le deben dar por lo menos tres lucas por mina...¿Donde colocará
la guita?
–A mí no me iba a poder versear tan fácil...
–¿Donde mierda tendrá la guita colocada..?
–Uy... Me acuerdo... ¡Yo sé que va siempre a un Banco..! Va un banco Roberts de
Avellaneda..
–Si.. Ya se.. Pero ahí va a llevar merca a los gerentes...
–Pará... Pará Pichi.. Uy.. Recién ahora me avivo que vos tenés razón... ¡Que bueno es
este fumo! Me prendió un farol en el bocho.. ¿Esta es la misma semilla que tenés en la
costa?
–Sí... Pero no.. A ese banco va para llevar merluza a los gerentes que después la
transan ellos.
–¿Transan ellos..?
–Claro.. Quedan bien con los clientes del banco, se hacen su diferencia... Y así
marcan bien... Marcan mejor...
–¿Como marcan..?
–Claro.. Se marcan... Cuando transaron a un tipo de mucha guita con merluza,
saben que son del palo y pueden hablar directo de curros, créditos, cometas...
–Pero se me prendió el farol Pichi... Uy... ¿Yo te había dicho del hotel..?
–¿De qué hotel..? ¿Tiene un telo?
–No un telo no... Yo escuché de un hotel de verdad... De una piba de Ranelagh que
una vez el Piero se la había tratado de apretar... La chica se consiguió un trabajo en
Buenos Aires...
–Una forra.. Se deja apretar por el Piero y se va de sierva...
–No... No sierva.. Un trabajo en una casa de manteles y sabanas... La chica vos la
conocés porque es la que atendía las mesas de la parrilla cerca del golf.. Con
flequillito... Dientuda...
–¡Una reforra..!
–Chili se llama... Se buscó una pieza para estar cerca del trabajo y con otras dos
chicas se fueron a un hotel de Palermo.. Palermo... Por el Giol, la zona esa de gitanos...
–Palermo Viejo... ¡Villa del Porro!
–La dueña del hotel era una vieja podrida en guita... Usurera... ¡Les cobraba hasta el
agua de la canilla..! Les sacaba cien pesos por mes para dejarles prender una tele en la
piecita y no se cuanto mas por cada vez que enchufaban la plancha...
–¡Forras..!
–Resulta que la vieja hablaba del marido que era viajante y que esto y que lo otro..
Y los del hotel decían que el marido caía ahí una o dos veces por mes y que iba nada
mas que a buscar plata...
–¡Que buchonas que son las minas..!
–¿Sabes quién era el marido...? Ellas se imaginaban un tipo así y asá... Las del hotel,
las otras chicas o las parejas que vivían la odiaban a la vieja y decían que cuando venia
el marido se olvidaba hasta de la cobranza y se quedaba un día entero encerrada con
él.. Que hablaban por teléfono al restorán y le hacían llevar comida a la cama a cada
rato y que después aparecían botellas de champan en la basura y que se escuchaba
que estaba en pedo todo el tiempo...¡Que farolazo Pichi en la cabeza..! Era el Piero el
que la vieja decía que era el marido… Y yo me lo olvidé y después lo conocí y ni me
acordé lo que me había contado la Chili, la dientuda... ¡Qué farolazo..!
–¿Vos le creés a la dientuda..?
–Claro que le creo.. Para que me iba mentir a mí en ese época que ni lo conocía de
vista al Piero...
–Yo me lo voy a poner a ese buchón... ¿Dónde mierda quedará el hotel?
–La Chili sabe... Vivió ahí como seis meses se tiene que acordar bien la dirección...
No se va a olvidar... Se lo pregunto y listo..
–No.. No le preguntés nada vos...Dejala ahí. Averigua nomás donde era la tienda.
–¿Qué tienda loco..?
–La tienda que me dijiste que trabaja ella con las otras dos forras...
–No era una tienda... Era un negocio de manteles...
–Bueno.. ¿Averiguaste nada mas que eso...?
–¿Qué..? ¿Vas a armarte de nuevo otro..?
–Voy a armar tres o cuatro para después.. Hoy nos vamos a ir de picnic a la costa...
Pero… Decime: ¿Averiguaste nada mas que eso...?
–Yo no averigüé nada… Me lo dijeron y escuché. Dale que sí, que vamos a la costa.
Pero cortala con eso... ¡No ves que la tenés toda lastimada..! Te va a hacer peor...

Uno de estos dos, –pensó Saúl–, quiere saber lo que le estaba diciendo a la
Intensiva para correr a contárselo a los mosssades de la fundación.. Que escuche, se
dijo y siguió hablando para la residente de intensiva que había dejado de hablar a los
gritos y quería enterarse.
–¿Sabés lo que nos hicieron..? Bueno... Como nos trajeron unas compu yo backapié
los programas que uso en casa... Backapié el Medicals Grid, el Dr. Manager y el Excel...
El primer día me los cargué en la PC que me asignaron a mí... Teoricamente en
exclusividad. Bueno.. El lunes pasado llego a trabajar, cargo el Excel y no me corre.
Entro al directorio, vuelvo a cargarlo y no me corre... Voy al gestor de archivos.. ¿Lo
conoces..?
–Obvio– dijo la chica... Hace seis años que tengo Windows en casa.
–Voy al gestor y... ¿Como se dice en castellano?
–Ponele pirulo.. Creo que se llama “Adminstración de Archivos” pero, ponele pirulo..–
Buen.. –Siguió Saúl, ahora dirigiéndose a los dos médicos –Voy al pirulo y encuentro
que me se me habían borrado todos los programas. Estaban los nombres de los
archivos y los del árbol de directorios, pero todos empty –dijo en inglés– Estaba seguro
de que me habían filtrado un virus.
–¿Y qué era? –Quiso sabe un médico, uno de su misma edad, que se siempre se
jactaba de tener un consultorio con un buen flujo de pacientes privados.
–Era que alguien de la administración detectó que estaba usando el Excel y me lo
borró... ¡Me habían estado revisando la compu!–¿Y cómo te diste cuenta?–Quería saber
el privado de éxito, que, casi seguramente, ignoraba todo acerca de la computación.
–Porque llamé por teléfono a un paisano que es analista de sistemas del Banco
Mayo y él, por teléfono me fue diciendo lo que tenía que hacer.
–Si... Como esos casos de los médicos de a bordo que operan de emergencia
consultando a un cirujano que los orienta desde la base, por radio...– Intervino el
privado confirmándole que era la clase de médicos que no pudo aprender computación
porque miran películas de aventuras en la tele.
Saúl hizo un gesto de desagrado y siguió:– Encontré que a las ocho de la mañana
del viernes anterior alguien había borrado todo..–¿Por que no undeleteaste? –Volvió a
lucir su dominio del tema la residente y Saúl advirtió que quería seducirlo con una
muestra de sus conocimiento del D.O.S. y de su capacidad de humillar a los otros dos
de guardapolvo, que, ya tenía bien confirmado Saúl, desde jóvenes habían declinado
cualquier oportunidad de aprender.
–No undeleteaba: le habían grabado primero algo encima y recién después
deletearon..
–¡Estás macaneando..! ¿Quién se te va tomar ese trabajo?–Dijo ella mirándo a los
otros como para alertarlos de que seguramente se trataba de una historia fantástica.
–Te juro que no miento... Te muestro las pruebas si querés porque hice un print–
screen del Norton y me fui corriendo a la administración para pedir explicaciones...
–¿Que es un print–screen de Norton?– Fingía querer saber uno de los colegas.
–Nada... Imprimí la pantalla donde estaba el detalle de un programa del Norton que
te canta la fecha y la hora en que cada operación fue hecha en el hard disk. Mi paisano
me orientó por teléfono cómo tenía que hacer...
–Y los tipos se quisieron morir cuando les mostraste el papelito...
–Yo subí pensando que se iban a cagar... Pero los tipos lo mas sota...¿Sabes qué me
dijeron..?
En ese momento se agregaba un médico de su servicio y otro que se ocupaba de
cuestiones de organización. "La cana", pensó Saúl y siguió hablando:
–Los tipos lo mas panchos me dicen que tienen la obligación de revisar los equipos
para evitar usos indebidos... Y que por norma en las computadoras de la fundación –
narraba Saúl ahora con un acento que imitaba las modulaciones de voz de la gente del
foro y de las familias distinguidas de San Isidro – no se pueden ingresar juegos ni
programas no autorizados expresamente...
–¿Que..? ¿Tienen hasta para eso normas? –Preguntó uno de los recién llegados y
Saúl se dijo "éste es el cana". Simuló prestarle mucha atención y contó:
–Eso era lo que quería saber yo, que estaba como loco y todavía caliente por la hora
y media perdida con averiguaciones y corridas del antivirus.. Y les digo "de qué normas
me hablan" y el gerente administativo saca de un cajoncito un manual y se pone a
leerme los artículos... Uno decía que según el convenio suscripto con no se que
empresa proveedora de equipos, estaba vedado el uso de programas de cálculo que no
formaran parte del soft originario. Resulta que le habían comprado los equipos a un
representante de Lotus, que exige que no se usen programas competitivos... Te cuento
una a vos... –Habló dirigiéndose al triunfador del consultorio con corriente privada – Lo
que me dijo el gerente... Me dijo: –ahora imitaba una voz gangosa de acento judío – me
extraña en usted que tiene una formación en países serios como Israel y Norteamérica,
no se dé cuenta que es un delito usar programas sin autorización y que hubiera
expuesto a la fundación a acciones penales... Mientras hablábamos y yo trataba de
calmarme porque a esa altura los tipos ya no estaban tan seguros y se miraban con un
poco de pánico, le pego una ojeada al manual y... ¿Adiviná lo que descubro?
–¡Un moco pegado! – Dijo un clínico que acababa de integrarse al clima de
diversión.
–No.. ¡Una postal con minas en bolas..! – Dijo el triunfador de medicina privada,
copiando el chiste. Típico me–tooer de barrio norte, diagnóstico Saúl.–Tu prontuario de
la Side... – Apostó la residente, en lo que a Saúl le pareció un plagio pero ahora
legitimado por el antecedente del me–too, y, por la referencia a su prontuario, como
una suerte de muestra de admiración. Por eso le respondió con tono seductor:
–No: ¡tu análisis de flujo vaginal..! Ella sonrió y suspiró con orgullo y cuando los
otros festejan el chiste a carcajadas Saúl siguió contando:
– Miro el manual y veo que es el manual de procedimientos de Autopistas Urbanas...
Una empresa de construcción de caminos... Estaba el sello en la portada...
–¡Te estaban cargando..!
–Yo, recaliente, les pregunté si me estaban cargando y los tipos lo mas chotos me
dijeron que no.. Que era el manual que ellos habían resuelto aplicar porque la
asistencia financiera para el rubro equipamiento la daba una empresa de peaje
subsidiaria de la otra y no se que mas…
–Haceles juicio por lesiones morales...– Aconsejó el de infecto, todavía riéndose.
–No...¡Mejor mandá una carta al diario la Prensa..! Seguro que te la publican... – Dijo
otro y todos volvieron a reír.
–Saben qué voy a hacer..? –Preguntó Saúl y la de Intensiva se mostró curiosa
mientras los hombres, haciendo señas al vendedor de café, intentaban disimular el
suspenso. – ¡No pienso hacer nada..! No voy a hacer un carajo de nada...

–A esta hora ni en pedo vas poder comprar un walkman y un disco en el shopping.


Empiezan a abrir después de las nueve... Pero cerca hay un Musimundo que abre a las
ocho... – Decía Wolff en el taxi.
–¿Y vos cómo lo sabes..?
–Porque todos los viernes a la mañana salgo con gatos que necesitan comprar
compacs o cassettes...
–Si yo tuviera un auto no tomaría taxi...–Habló en voz un poco mas alta para que la
escuchase el chofer.
–No era mío ese auto... Era prestado...El mío esta reventado y no se cuándo me lo
van a entregar... Nunca me muevo en auto por la ciudad... Mejor el taxi... –Wolff
registró que el chofer atendía la conversación.
–¿Que le ves a los taxis..?
–Es mil veces mas cómodo.. Además... – Hablaba ahora también él para el chofer–
los taxis son el único lugar de Buenos Aires donde estoy seguro de me van a dar
pelota... Fijas una meta y, seguro, que el tipo cumple sin andarse con vueltas y sin
olvidarse de vos. ¿Puede esperarnos cinco minutos en Bulnes y Güemes..? Vamos a
comprar algo y volvemos para Libertador... El negocio esta vacío...
–Leíste la Crónica de ayer.. –Tuteó Mariana al taxista que dijo que no, volviéndose
para mirar como calculando las causas de tanta confianza. –¿No leíste que hay un loco
que baja a comprar discos y se raja sin pagar..? –El chofer dijo que no había leído nada,
pero que a él lo habían clavado muchas ves locos, locas y vivos.
–¡Aguantanos dos minutos que total no hay casi nada de laburo! –Pidió Wolff, se-
ñalando una larga fila de taxis vacíos que avanzaba a paso de hombre por Avenida
Santa Fe.
–No hay problema... Pero flaca...–Se dirigía a Mariana – dejame un faso que si bajo a
comprar aquí me hacen la boleta...
Mariana le pasó su paquete de Marlboro diciendo que lo tomara en garantía por el
viaje.

– Pichi... ¿Me perdonás?


– Qué te perdone qué...
– De que estás todo lastimado..
– No le hace.. además, yo te lo pedí...
– ¿No es peligroso..?
– No le hace.. Además yo encarno bien,.. ¿Viste qué bien yo cicatrizo cualquier
lastimadura..?
– Sabés...Es lo ultimo que te voy a decir...
– No.. No hables... No vuelvas a hablar de ir ni diez minutos de vacación a ninguna
parte....
–No.. Otra cosa... ¿Quien mas tiene la pudrición..?
– No se... De Mariana lo se porque me enteré por ella.. Y por los tipos con los que
andaba.. Ya murió uno..
– ¿Quién?
– Un pincheto...Trolo ademas... Uno que afanaba en moto..
– ¿No habría que hacerse análisis..?
– ¿Para que?
– Para saber...
– Y buen... Hacete análisis. Yo te hago conseguir una orden para que te hagan los
nuevos...No fallan, dicen..
– ¿Y vos no te lo vas a hacer hacer...?
– ¿ Para qué?
– Para saber... Pichi...
– Yo no hay peligro... Además... Si yo me hubiera encamado como algunas putas
con el Piero, o con la Mariana...Pero yo tengo estómago...
– No vas a perdonarme eso en la puta vida...
–Además... Mirá que sos vos forra... Qué análsiis... Yo ya tengo el análisis... ¿De que
sida me hablas..? Yo estoy yendo a cobrar la lotería de Navidad y me pedís que me fije
si tengo plata para el boleto del micro...
–¿Qué análisis te hiciste?
–Uno que dice que no me puedo morir de ninguna de esas cosas...
–A cualqiera le agarra el Sida...
–Forra... Yo no te dije que no me puedo agarrar el Sida... Vos ya sabés...
–Vas a empezar con lo de la semana pasada... ¿No te parece que tenés que dejarte
de...?
–¿Qué de la semana pasada?
–El tema ese de que estabas en las listas...
–Estaba fumado... No hay listas... Pero si hay listas o si un día empiezan a hacer
listas, vas a ver que me anotan de los primeros…

Eran media docena de uniformados con guardapolvo. De pie, formando un círculo


alrededor del vendedor de café, algunos esperaban su su turno, otros ya bebían a
sorbos en los vasitos de celuloide. Alguien pidió que quienes estaban comiendo
alfajores de maicena no dejasen migas en la mesa de reuniones: rato después habría
una reunión informativa de la cátedra de infecto y el jefe de trabajos prácticos –dijero–
ea un obsesivo de la limpieza. La residente de intensiva, a quien Saúl llamaba
"Feigele", -por la deformación al idisch del alemán Vögelein, que significa "pajarita" -
era la única mujer del grupo. Detrás de ellos se veía la puerta. Varias capas de pintura
gris cubrían el marco y las placas de madera terciada que reemplazaban los cristales.
Tras la puerta, todo un sector de los pasillos estaba ocupado por pacientes que
esperaban su turno. La de Intensiva insistía en preguntarle a Saúl por la computadora
que le habían perdido en una escala de vuelo.
–Che... ¿Y tu Mac..?
–Me estás cargando.. Me costó cuatro tardes el trámite... Los de la fundación me
derivaron a la consultora del holding del que te dije.. Allí me mandaron a la oficina de
personal... En la oficina me dijeron que el seguro lo habían contratado ellos y pagado
ellos... Me mostraron recibos y papeluchos: tenían todo archivado... Pero se lavaron las
manos diciendo que los reclamos tenía que hacerlos la sección mantenimiento de la
fábrica de autos que ellos manejan, que queda en el culo del mundo... Fui al culo del
mundo y los tipos me hicieron llenar un formulario el reclamo.. Voy al día siguiente a la
compañía de seguros que funciona en el mismo edificio que la oficina de personal
donde había empezado el trámite, y ellos rechazan el reclamo porque lo había firmado
yo: tenía que firmarlo el suscriptor que era el apoderado de la fábrica de autos... Armó
quilombo en la fundación y esta vez ellos se lo toman un poco mas en serio y se
dignaron a pagar un mensajero en moto para que busque una copia del formulario..
Vuelvo dos días después a la oficina de personal con la copia firmada y sellada por los
de mantenimiento y por un apoderado de la fábrica de autos, me lo aceptan, pero me
dicen que vuelva el viernes siguiente. Vuelvo el viernes siguiente -de esto hace dos
semanas - y en cuanto me ven llegar se paran dos yuppies y antes de que me ponga
en la cola me avisan que el trámite sigue su curso normal y que no puede tardar mas
de diez días.. Les digo que la denuncia fue presentada hace ocho meses... Los tipos
empiezan a chequear con la computadora y se encierran en otra oficina a hablar por
teléfono con la compañía de seguros... Aparecen recién como a la media hora y me
dicen que todo fue un error, que como el trámite lo había iniciado yo en el lugar del
hecho-me la afanaron en un transbordo de Miami - ellos lo habían pasado al pago, que
el cheque lo habían hecho en abril -ya estábamos a afines de octubre -pero como mi
nombre no figuraba en la póliza había sido objetado... ¿Saben cuál había sido el error?
Poner el número de serie de mi Mac. Si no ponía el número de serie ellos podían pagar,
pero ahora no pueden pagar un seguro que ya fue rechazado durante el ejercicio del
año por los supervisores de gobierno...
–¿Y entonces –Preguntó la de Intensiva.
–Dicen que en el próximo semestre van a volver a iniciar el trámite y que, si ya
archivaron la carga de datos de no se qué oficina del Instituto de Reaseguros, me lo
van a pagar...
–Tomá un café y armate de paciencia... ¿Por qué no mandás una carta a La Prensa..?
-Volvía a decir el doctor privado y agregaba con probable sinceridad: - ¿Te digo algo
pero no te ofendas...? ¡No entendí una mierda de todo lo que explicaste..! ¿Cuanto vale
esa compu?
–No vale nada... Dos mil cuando mucho... -dijo Saúl aliviado: ya había terminado su
historia - Pero en la caja había dos discos paralelos que yo había declarado con valor de
diez mil dólares...
–¿Y cuanto valían?
–Y, valdrían mil, pero estaban grabados con el trabajo de dos años...
–¿Y lo perdiste?
–No... Tenía una copia en la facultad, en Boston, y un backup en cinta en la oficina
del service de los que me vendieron los discos paralelos... Así que... Si los que me la
afanaron querían cagarme se jodieron y yo me voy a armar de doce mil dólares...
–¡Si alguna vez te llegan a pagar el seguro...! -Dijo aliviado el de Infecto.
– Tendrías que hacer presión... ¿Por qué no vas al programa de Susana Jimenez, decí
que sos víctima del antisemitismo de la empresa Autopistas Macchi..? ¿Como se llama
el contador que te borró el programa? ¿No será un antisemita?
–Jacoby, no es contador, es abogado.
–Típico: ¡el clásico antisemistismo de los judíos..!
–O que vayas al espacio del pastor Jimenez... ¿Te imaginás..? El pastor dice
"¡Aleluia.. vuelven los hijos de Israel,... Se produjo el milagro y aquí está el cheque de
su seguro firmado por el Hermano-Ministro..!" - Dijo otro médico que lo estaba tuteando
por primera vez.
–Me olvidaba que quería mostrarte una cosa... ¿Vas a tu consultorio? -Preguntaba la
de Intensiva mirando el reloj, como apremiándolo para terminar con las burlas de los
médicos.
–Si... Dejé abierto y tengo un montón de papeles que en cualquier momento me los
secuestran los de limpieza.
–Bajo un minuto a Intensiva y voy para tu consultorio porque necesito mostrarte
algo. Aguantate y no empecés a atendender hasta que suba...
–Yo no atiendo... Entiendo. - Dijo Saúl y escuchó que a sus espalda los de
guardapolvo festejaban la respuesta de uno que repetía, riendo:
–No atiende quiere decir que no revisa, que copia las historias clínicas para pasarlas
a la computadora el día que se la devuelvan....

–Mirá lo que encontré... Bah... No lo encontré, me lo pasó un paciente, un


terminal...–Dijo ella al entrar al consultorio. Se había perfumado: llegaba precedida de
una mezcla de olores a melones frescos y a cítricos que a Saúl de inmediato le recordó
las discotheques de New York y el olor que ronda algunos locales de los shoppings de
Buenos Aires. Ojeando el mazo de papeles unidos por un clip pensó, otra vez, "esta
Feiguele me quiere cojer... Del cuerpo médico, debo faltarle solamente yo"
–¿Y tengo que leérmelo ahora..? – Dijo al cabo de un recorrido en diagonal por una
veintena de páginas de mecanografía apretada.
–No... Ya lo fotocopié para vos... En cuanto lo leí me acordé de vos pero recién ayer
mi hermano me hizo la fotocopia...
–Parece la autobiografía de un loco.. Me da bronca...
–¿Por qué bronca..?
–Porque hoy se lo decía a mi jermu.. Yo se cantar pero no se contar... Este pobre tipo
escribía bien.. ¿Como se llamaba..?
–Fox...
–Me acuerdo.. Era un gordo... Yo vi el seguimiento de su caso.
–¿Lo viste a él?
–No, pero le seguí la evolución... Tengo todas las fichas del caso...–Dijo Saúl y volvió
a recordar su McIntosh.
–¿Caso raro? –Preguntó ella y Saúl la miró pensando: pobre Feiguele... Te pasaste
cien horas cuidando a un terminal de Neumocistis Carini y querés que yo, que nunca lo
escuché ni toser, te explique como era su cuadro...Me gustaría probarte en la cama...
Respondió con ese tono neutro que los oncólogos americanos llaman estilo autopsia:
–No, era un caso cuadradito, caso de libro, solo que un poco rápido, pero eso aquí
ya es una regla... Vos te imaginarás por qué...
–Que...¿Por las partidas de..?
–No se.. Se vienen repitiendo y justo yo tenía los tests de significación cargados en
el Excel.
–¿Decís que te lo borraron por eso?
–No, lo pensé yo pero después lo descarté porque no lo podrían entender, no tenía
texto, estaban los datos en código tal como me vinieron de las fichas... –Dudó unos
segundos y consultó el cronómetro.
– No... No lo podrían entender...
–¿Creés que siguen viniendo partidas malas?
–En todo el mundo suele haber.. Me consta que siguen llegando partidas dudosas de
reactivos...
–¿Los truchan?
–No se, pero algo raro pasa con algunos países. Dejame ésto que cuando se me
pase la bronca que me da que el finado cuente todo tan bien le pego una leída.
–No... ¡Lee esto ahora! –Reclamó ella señalando una párrafo ennegrecido, que en el
original de la fotocpia debió haber resaltado con marcadores.
–¿Que lea qué parte?
–Esto que está marcado–Insistió ella inclinándose sobre la mesa hasta formar una
escuadra con su torso y sus piernas tensas. " ¡Y ahora se agacha para lucir el orto!",
pensó Saúl antes de decir:
–Si recién lo leí... No es nada tan novedoso.
–¿Y él cómo lo sabia?
–Se ve que el tipo no era boludo, algo habrá oído, algo habrá calculado.. ¿De que
laburaba antes?
–De nada... Arreglaba ascensores, pero había sido del M.A.S. y estudió antropología
o algo así...
–El tipo no era boludo. Era judío casi seguro y debió haberse leído todo lo que pudo
sobre la enfermedad... No se aquí –explicó – pero no debe ser distinto del resto del
mundo: siempre hay una clase de pacientes que se rayan con leer todo lo que sale
sobre su enfermedad. Leí un caso de uno que era diplomático inglés y en cada destino
se iba a la biblioteca mas importante del lugar y se hacía traducir todos los artículos
que encontraba en los ficheros.... ¡Ahora me acuerdo! Era en Brasil... En Brasil el tipo
encontró una descripción del síndrome en una tesis de Chagas...
–¿Del de el Chagas–Mazza?
–Si, del mismo Chagas... Era del año del pedo... De antes de la primera guerra
mundial...
–¿Hablás en serio?
–Sí, en serio... Lo que parece joda es el artículo que mencionaba al inglés: era de un
psiquiatra que contaba el caso como un delirio paranoico asociado a la evolución de la
enfermedad... Lo publicaron en Clinical Abstracts... El inglés era un loco, pero a nadie
se le ocurrió mirar el trabajo de Chagas... Yo lo pedí y tardaron tres meses en
encontrarlo...
–¿Y que decía?
–Nada, era una descripción a la manera de la época. A Chagas no le importaba nada
mas que la relación entre el neumocistis y el triponema ése del mal de Chagas... Por
entonces creo que ya se había dado por satisfecho poniéndole su nombre a una
enfermedad...
–Yo en cuanto ví esto...–Tocó el mazo de papeles y dejó su mano sobre el escritorio
de Saúl – se me prendió la lamparita y necesitaba decirte esto: vos me caíste bien y
entraste pisando fuerte con el ruido de los premios y todo eso, pero cuando empezaste
a decirme estas cosas yo también pensé que estabas un poco rayado... Ahora me doy
cuenta de que tenias razón...y... Quisiera...
–¡Tarde piaste..! Ya tengo fecha para el casorio..
–No schmock... Vos sabés que las egresadas del Pellegrini no necesitamos papeles
para eso.. Quería decirte esto.. Que estoy segura de que tenías razón y que para
cualquier cosa que hagas o que planees cuentes conmigo...
–Me gustaría contar con vos para alguna tarde libre... Pero.. ¿Que te pensás que voy
a hacer..?
–No se...Alguna idea tendrás.. Algo hay que hacer...
–Te juro, y vos sabes que un hassan no jura al pedo, aunque sea el primer hassan
ateo y antisionista de la comunidad, que no voy a hacer absolutamente nada... Es
decir... Nada de nada... Un carajo...
–No lo creo de vos... Habló ella separándose del escritorio y sugiriendo que estaba a
punto de irse. –Yo tampoco lo creía de mí... Pero no voy a hacer nada... Voy a tratar de
reengancharme en la hassanah y de a poco, ir volviendo a lo mío..
–¿Y qué es "lo tuyo"?
–Donde sea.. Siempre voy a estar aquí, pero voy a estar en lo mío.. No quiero ver
pacientes ni análisis ni centellografías de hígado y pulmón... ¿Pensás que soy un fanfa?
–No... Un poco soberbio... Medio como un pedantón de facultad...
–No es fanfarroneada pero... ¿Vos como te imaginas que era el laboratorio de
Einstein?
–Ni idea... Como cualquier laboratorio... No tengo ni idea porque yo odiaba física..
Aprobé porque los parciales eran escritos y me salve del final... Debía ser como
cualquier laboratorio...
–No.. Era un biblioteca y un montón de papeles.. Einstein no hizo nada
experimentando ni viendo.. Hizo todo pensando...
–¿En serio? Ni se me había ocurrido...
–A mi tampoco se me había ocurrido hasta este momento.. No se si es cierto, pero
merecería serlo...
–¿Que hora es ingele?
–Cerca de ocho y media.. Tengo un kilombo de papeles en estos cajones y nunca
puedo terminar de ordenarlos... Te prometo leer.... ¿Vos lo querías al gordo ése?
–¿Cómo si lo quería?
–Eso: quería sabe si lo querías... Si era de esos pacientes predilectos con los que se
encariñan los de terapia intensiva y que hasta la noche que se mueren les hacer
acordar que los pacientes también pueden ser seres humanos...
–Me caía bien... Era un tipo brillante... Un gordo tierno...¡Ya vas a entender mejor
cuando leas estos papeles..!

Eran unas papeles mecanografiados que le recordaron los apuntes de la


universidad de los años setenta. Saúl empezó a leer:
Yo soy el judío errante. Soy el que siempre se equivoca. He cometido el peor de los
pecados: yo fui feliz justo allí donde a los de mi raza les exigieron padecer: mismo
aquí: en el ojete. Y en la miseria de esta pieza: la pieza cruel que te ofrecí. Barrio de
tango: zona de costureras y pensiones. Campo de trigo de los cuervos del alma: los
usureros, los rentistas. El Tío Ezra tenía razón. Tenia media docena de razones para
perder la razón y eligió la única que podía perderlo: el encuentro con esta Europa
descajetada que solo se puede vislumbar desde aquí, desde Almagro, barrio de tango,
y en uno que otro sucucho de Praga donde dos trolos escribieron El Castillo y America.
Kafka era trolo...¡Y sus amigos..! Hay que ser trolo intensamente para poder advertirlo.
Trolo judío de Villa Lynch que elige Almagro –su tierra prometida– por el llamado de la
voz de un tango. El judío trolo no le rezará jamás el kadish a su padre. Yo, en el velorio
de papá, cuando no aguanté mas la cara de pescado de mi vieja y sus hermanas y cu-
ñadas, bajé a la pizzería y encontré al chongo de mi vida. La tierra prometida de mi
noche mas triste era aquel mozo tucumano que en cuanto me sirvió la primer copa de
Cruz del Sur se dio cuenta que íbamos ser el uno para la otra. ¡Que pizzería de
sueños..! En su mezcla milagrosa de fugazzas y sui–sidas, adiviné la pija del tucumano
y no volví al velorio, ni a mi hogar, y en cambio me quité los zapatos para entrar sin
hacer ningún ruido en la pensión del tucumano, donde se la chupe toda la noche,
donde me la metió toda la noche, y donde me pidió, trémulo y empapado de sudor,
que yo también se la metiera a él... Y así fue: se la puse como en un sueño de pizzería
Atacama, y ambos, como en un sueño, llegamos juntos al éxtasis del amor –Isolda
Tucumana– y nos dormimos abrazados...
¡Y por eso llegué media hora tarde al entierro del viejo, cuando ya estaba todo
terminado y yo seguía pensando en esa piel del tucmano que era morena pero tornaba
al rojo cuando se ponía tensa justo allí, en lo que mas amo! ¡Amor!
Lo dije al comenzar: yo soy el judio errante, soy un error flotante en un barrio de
tango, de fango, de costureras con zuecos que se arrastran pajizas como en un cuadro
de Van Gogh. Pero, ahora, les ruego sepan diculparme porque debo partir: voy a morir
de sida. Y a este encuentro de amor no pija tucumana que pueda hacer llegar ni un
minuto después.
De todos modos, yo, en esta pieza, fui feliz."

< /i >Entrando a la disquería, Wolff pregunto:

–¿Te garcharías a ese tachero?


–¡Y claro! –Respondió ella pronunciando con fuerza la división de sílabas. –Me copan
los tipos que fuman la misma marca que yo... Vos tendrías que empezar a fumar de
nuevo...
–Sos la puta mas reventada que conocí en mi vida...
–Eso te pasa a vos porque saliste poco... Yo te voy a presentar tres o cuatro que son
mucho peores que yo... ¿Y qué le compro a este tipo?
–¿Quien es..?
–Un médico.
–¿Que le gusta?
–Yo que se.. Preguntar boludeces... Llenar planillas, mandarte a sacar sangre..
–¿Qué edad tiene?
–Debe tener treinta o cuarenta...
–¿Cómo se llama?
–Feldtman...¿Pero de qué te sirve saber el nombre?
–Es judío.. Hay unos discos de música judía buenísimos.. Seguro que no los debe
tener...Empezaron a llegar el año pasado...
–¿No te parece una chantada regalarle justo cosas judías..?
–No... Mira ahí hay una oferta de compacts de chamamé. Comprale uno de
chamamé y uno de música judía... El de chamamé no cuesta nada...
–Chamamé.. ¡Música paraguaya! ¡Es una gronchada total..!
–Te apuesto que se copa el tipo.. El chamamecero es un judío que se llama Isaac
Abitsbol... Ah... Te aviso que el chámamé no es paraguayo...
–Puta la diferencia... Pero yo te doy bola pero si el médico se malcopa vas a ir a
verlo y le explicás vos...
–No se va a malcopar... Además puede venir y cambiarlos...
–Mi vieja dice así–... "Lo que importa es el gesto..." ¿Sabes por qué? Porque mi viejo
para el cumple siempre le hace regalos de mierda.. Cosas baratas, feas y
inservibles......
–Mientras yo voy a ir haciendo la cola para pagar y hasta que encuentren los discos
vos elegite el walkman...
–Lo pago yo.
–No: pago yo... – Dijo Wolff– Y apurate que el tachero ya debe estar a las puteadas...

< I >Pobre: la Susi no es que le tenga miedo al Sida. Nada mas quiere que
hablemos del Sida para agarrarse de eso y volver a meter el tema de vivir juntos. O de
una casita...
O peor, el tema de ir a Mar del Boludo a mirar como la gilada tira la guita...
Si el Piero tiene sida: ¿Qué haría el guanaco? Si tiene el sida el Piero se pone a cojer
hasta decir basta para apestar a todas las minas y ver como se van muriendo antes
que él y va a morirse contento calculando a cuanta gente alcanzó a apestar. No tiene
bolas el Piero. No tiene bolas ni para matar un tipo de un tiro por atrás. Pero seguro
que se siente macho si ve que contagia la pudrición.
Al Piero lo voy a poner. De frente y de una: le voy a decir: te traje aquí para ponerte
y lo voy a hacer desnudar y después lo voy a boletear de un solo tiro de veintidós, con
un revolvito barato que nadie va a pensar que pude haber sido yo. Pero antes de tirar
le voy a hacer ver el cuchillo ––pensó en un sable bayoneta de FAL y al sentir que
interiormente lo había llamado “cuchilio” como para decirlo sin la yé tuvo la certeza de
que tarde o temprano iba a vivir la escena que estaba imaginando:
El Piero en calzoncillos, y después temblando, obedeciendo, se calza una bombacha
de mujer. Despues, de nuevo obedeciendo, tomando el revolvito descargado,
cumpliendo cada una de sus ordenes: “¡Ponételo de punta el orto..! ¡Quiero que te lo
pongas de punto en el orto y me lo pasés bien frotado en el orto y no te hagás el vivo
porque está descargado..!”y, después, tranquilizándose y después volviendo a temblar
al ver la sevillana y el sable del FAL y oyendo la opción que le daría: ”te voy a cortar la
pija, vos elegís, la sevillana es mas rápida pero va doler menos...” Y después volviendo
a serenarse cuando le avisara que “no te la corto porque hasta me da asco tocarla con
el cuchilio pero te voy a dejar rengo de un tiro: devolvéme el revolver”.
Forro, el Piero no sabe que fácil es matar a un hijo de puta con un tiro de veintidós
corto, que parece un balín... Típica boleta de maricones o de minas celosas... Un
revolver lleno de marcas de los dedos de él y con olor y marcas de haberlo tenido
puesto en su propio ojete.

< /i >–Tengo que reventarlo antes de que me pase algo a mí, o de que se muera
de sida... –Dijo y oyó la voz de Susi preguntando:
–¿A quien querés reventar ahora?
La pregunta lo devolvió a la mesa del bar de Varela y a la imagen los primeros
chabones que esa mañana ya estaban empezando con sus cervezas.
–Al otro trolo, al otro trolo de la moto... ¿Donde tendrá encanutado el resto de la
guita...? –Mintió, y se juró tumbarlo al Piero de una manera que ni Susi ni nadie llegaran
nunca a pensar que se lo había puesto él.

Saúl volvió la segunda hoja y miró el cronómetro. Eran las nueve menos cuarto,
tenía agendadas por lo menos tres consultas antes de las diez pero la secretaria
todavía no había llegado con las fichas y las actualizaciones de historias clínicas. Los
pacientes debían estar en la sala de espera. Siguió leyendo, oyendo la voz del paciente
que nunca llegó a conocer:
“En realidad no tengo Sida. Padezco una virosis que contraje de chico y tiene la
particularidad de confundirse con el Sida. Pero en compensación llevo con migo otras
tres enfermedades mortales. la peor de todas: la tristeza...
“Eggannte y tgrigste soy...
Así con g de guei.
“Y a mi afección, mi primigenia enferma–edad, vinieron a sumarse este parásito de
los pulmones que me atacó de tanto fumar porro de mala calidad, cortado con pasto
seco y alcohol metílico y una forma de cáncer que es hereditaria pero que cada vez
que se manifiesta en gente guei o culastrona impulsa al cuerpo médico a
estigmatizarla con la palabra sida.
“¡Ay Ay Ay: AIDS de los gays americanos que recalaste en estas pampas húmedas
para llamarte SIDA!
“Por qué SIDA Si da, quita la vida el sida?
“Quita es una de esas palabras típicas del Tucumano. Me dijo un día:
–De chico me quitaron un retrato a caballo de un chancho en Lules...
“Decía siempre "quitar" en vez sacar para diferenciarse mas de los mozos porteños,
como si no le bastara con su puntuda pija: columnata de mármol cárneo, jardín
untuoso de la república–bragueta bultucumana sobrehumana...
“Pero yo necesito sobrevivir –y necesito sobrevivir solo porque estoy esperando
noticias del tucumano y porque debo terminar determinados versos. Debemos
adaptarnos y transar. Yo no transaba. Pero esta vez transé con todos: con los de la
pensión, con mis parientes que ni me vieron la pelambre huérfana en el entierro de
papá ni con los médicos y los torturadores del Hospital Muñiz. No lo hice por mí. Si
transé –confieso que he transado– solo lo hice por mis versos y por esta necesidad vital
de recibir noticias del tucumano..."

< /i >–¡Sentí el olor...!¡Sentí qué olor boluda! ¿Sentís? ¡Menos mal que se me
ocurrió venir hoy mismo..!
Un apretón de las manos de Susi contra su estómago significaban que ella también
lo estaba sintiendo. Los brazos de ella bajo la campera, presionaban con sus codos en
la cintura y clavaban los dedos a la altura de su ombligo, cuando quería confirmar que
lo había escuchado.
En la Custom, a cualquier velocidad, siempre se puede oír. Hasta en caminos de
empredrado o de tierra, o en medio del tránsito de la Calchaquí.
En la XR nadie puede escuchar. Con casco, nadie escucha. Y sin casco, a veces ella
puede escucharlo a él, pero sin van a mas de ochenta, el viento se lleva la voz hacia
atrás y a ella, él, no puede oír, y se para sobre los pedalines para gritarle cerca de a la
oreja, se llena de viento la boca y el apenas la puede oír. A mas de ochenta, en la XR,
ella hace fuerza solo para pegarse mas al cuerpo que la protege del viento y del miedo
que le cierra la garganta si fumó, o si siente que el Pichi está con ganas de
“mandarse”.
“Mandarse” significa apostar a que algo, también manejando, va a salir como él
quiere que salga.
Mandarse en una de estas curvas del camino de tierra, sin saber si van a
encontrarse con un camión encajado, o con cuneta llena de barro fresco donde la
patine y zarpe para cualquier lado. Mandarse en la ruta con la Custom, saliendo de
atrás de un ómnibus con un rebaje de segunda, a ocho mil vueltas, con la seguridad de
que tampoco esta vez viene algo por la mano opuesta de la ruta.
–¿Sentís..? – Gritaba el Pichi, con la voz ahuecada por el barbijo del casco. Ahora
había detenido el motor: el escape dejó de repetir las explosiones del cilindro pero
resoplaba a medida que, con rebajes, el Pichi aprovechaba la resistencia del motor para
detener la marcha.
Susi recién pudo hablar cuando el Pichi se apoyó un pie en el islote de pasto del
borde izquierdo del camino. Ella también sentía el olor de los sembrados. Dijo después:
–¡Impresionante! Yo lo empecé a sentir cuando salimos de la barranca...
–Viste... Te dije que había que levantar todo ya hoy mismo... Un poco mas de viento
y el olor llega hasta Berazategui...¡Menos mal que nos dimos cuenta de venir hoy..!
–¿A cuánto estamos de los sembrados?
–Veinte cuadras... ¿Te imaginás en el arroyo el olor que va a haber..?– Preguntó él y
saltó sobre el pedal de arranque.
Por un instante estuvieron en equilibrio sobre la moto detenida en el pasto. Los pies
de Susi no llegaban al piso y, apostando a que la XR arrancase de la primer patada,
abrazó con fuerza a la cintura del Pichi como si manteniéndose apretados los cuerpos
fuese mas fácil conservar el equilibrio, “picar de una” –como él dice–, y “mandarse”
seguros de si un viaje empieza desafiando a la suerte desde el momento de arrancar,
todo tiene que salir bien.
El Pichi traía llevaba la XR a fondo en primera, y, sobre el camino de tierra, cruzaba
de una huella a la otra tratando de elegir la mas segura. Susi volvió a recordar que la
XR era choreada, y que eso fue lo primero que oyó decir sobre el Pichi antes de co -
nocerlo: “no vayas nunca a subir con él porque siempre anda en moto choreada, con
papeles truchos... Y al pedo, porque tiene otra y podría usar la F100 del Gordo o
comprarse una por derecha...” Después, le oyó a él mismo reconocerlo:
–Retruchos son los pelpas de la XR. Pero mejor: cuando estás haciendo una mano
grossa de algo, o vas de caño, papeles truchos es mejor, porque la yuta tiene una fácil
para guardarte. Te agarran –explicaba– con documentos truchos en la moto, y se dan
cuenta de que si te hiciste una te vas a poder hacer otra y venir a medias con vos...
Van al arreglo, y si no quieren ir al arreglo tienen una fácil para agarrarse y guardarte.
Si te ven de caño es la palabra de ellos contra vos y el juzgado te cree a vos por que
nadie reclama fierros, en cambio siempre hay alguien que reclama las motos y los
autos... Menos las patentes, la Custom tiene todo posta: el dueño existe, es un fotó-
grafo de Constitución, en la gaveta está todo, hasta la copia del papel que hicimos en
el escribano donde me autorizan a usarla y me hago responsable de cualquier
accidente... Pero la Custom es una moto farolera... ¿Que vas a estar haciendo a las
ocho de la matina con una Custom en la boca del arroyo de Hudson? La gilada que se
compra una Custom a esta hora está durmiendo o ya está careteando en una oficina de
publicidad. El tipo que me hizo los pelpas de la Custom tiene un estudio de publicidad
por San Telmo...
–Chamamé me parece la cosa mas groncha del mundo... ¡Ahora me da calor
dárselo! –Protestaba Mariana– Che: ¿A vos te gusta el chamamé? –Ahora se dirigía al
chofer.
–¡Ni ahí..! Tango sí. Por ahí alguna cosa de folklore te la aguanto, pero..
¡Chamamé..! – Se asombraba el chofer.
–Ves Gil lo que te digo... ¿Que pensás vos? –Preguntaba otra vez al chofer– Tengo
que hacer un regalo a un tipo que le debo un favor y este viejo me hace comprar un
compact de chamamé... ¡Para reglar a un médico!
–Por ahí le gusta...
–Como original no te lo discuto...Original es.. Reoriginal... Pero me da calor dárselo...
Dejame ver de nuevo la tapa del disco judío... ¿Es conocida la mina esta?
–Si –dijo Wolff– es una francesa famosa. ¿Nunca la oíste nombrar?
–¡Mongo la debe haber escuchado nombrar..! Ahora me da calor dárselo justo a él...
El tipo va pensar que es una indirecta, regalarle discos judío...
–¿Nunca escuchas folklore?– Preguntó Wolff, y como el chofer negó con un
movimiento de cabeza agregó– ¿Que radio escuchás?
–Cualquiera... Ésta –dijo y subió el volumen. Los parlantes traseros reverberaban
con lo bajos de un tema de Tremor grabado en los años ochenta que a Wolff le recordó
la guerra de Malvinas– Ni sé como se llama... Ahora a todas las estaciones les dio la
manía de cambiar de nombre... Pongo cualquiera con tal que den noticias y que no
hablen mucho... No aguanto a los tipos que hablan mucho y mucho menos a la
mañana... Escuchás diez minutos y te amargan el día... En cuanto me sobre algo de
guita voy a comprarme unos cassettes de música clásica porque este equipo es justo
para eso... Es un Aiwa legítimo... Si lo compras en un negocio te piden arriba de
seiscientos... ¿Sabés cuanto lo pagué? –Le preguntaba a Wolff– Doscientos me pidieron
y arreglé en noventa mangos: todo lo que tenía... Al día siguiente averigüé cuanto
costaba y no lo podía creer... Al dueño del auto le dije que lo pagué trescientos y lo
bancamos a medias... Porque el original del auto se lo habían afanado a él... Me
descontó ciento cincuenta del alquiler... Así que me gane sesenta mangos y la mitad
del estéreo es mía... Justo un día de alquiler salvé... Sesenta mangos... Lo que me
cobra el dueño del auto por el turno de seis a seis de la tarde... ¿Usted es del interior?
–Sí –dijo Wolff
–¿Del norte..?
–Sí –volvió a mentir– ¿Se me nota?
––No... Para nada... Lo saqué por eso que decía recién sobre la música...Vos sos
porteña... Se te ve al quilómetro que sos porteña... Aunque no me lo quieran creer, soy
provinciano... De Neuquén soy...
–¿Y si alguien que te debe un favor te regala discos de chamamé… ¿Qué harías? –
Preguntó Wolff.
–Sin ofender... -dudó y dijo -Le pido la boleta y voy y me lo cambio por cassetes de
clásica... Aunque tenga que pagar diferencia...

Saúl volvió a mirar el cronómetro: había pasado apenas un minuto y durante ese
lapso no existieron la secretaria morosa
–¿Por qué mierda cada mañana aparece cinco minutos mas tarde que el día
anterior..?– se preguntaba– ni la ansiedad de los pacientes y sus parientes por las
revisiones de sus análisis y las anexión de nuevas fojas inútiles en sus historias clínicas.
No se contar, pero hoy pude sentir la voz de un gordo a quien jamás oí ni vi en mi
vida. Siento su voz gangosa de tía judía de Villa Lynch imitada por un gordo
hipertiroideo, hipogenital, con un plausible borderlining de mal de Schmittow e
hipocalcemia. Gordos maníaco depresivos, omnívoros e insomnes que solo pueden
existir en países donde la psiquiatría sigue varada en los años cuarenta.
Este gordo en Moscú sería hoy por hoy el coronel Fox y jamás habría soñado con
pijas tucumanas ni kasajas. Seguramente aquí debió ser presa fácil de la canalla
francofreudiana que habrá esquilmado a su familia judía de Villa Lynch con miles de
horas de diván sin prescribir jamás un dosaje de calcio y litio, ni siquiera una curva de
tolerancia a la glucosa. ¿Qué le habrá fascinado a la Intensiva de ese pobre gordo?
Siguió leyendo: ahora escuchaba nítida la voz del gordo destacándose contra el
murmullo de pacientes, parientes y cafeteros que seguía creciendo en los corredores.
< I > "Basta mirar las fechas para notarlo: en aquel año se jactaron de haber
controlado la inmunidad... Científicos a sueldo de clínicas y Laboratorios odian el
cuerpo humano: ese atavismo de la fisiología humana que se obstinaba en impedir que
los ciudadanos del primer mundo se intercambien libremente riñones, pulmones,
hígados y corazones de unos a otros. ¡Injertaos los hunos al los otros! predica el Cristo
phd del necoapitalismo. Como en la herencia familiar, pasensé partes de muertos a
vivos... Despues, empiecen a pasarse anticipos de moribundos a vivos y acaben, como
en toda película de final feliz (¡Y la ciencia del cuerpo es una estúpida película de final
feliz...!) pasándose órganos y pedazos de pobres a ricos. ¿No vieron los avisos? ¿No los

leyeron?

< /i >AAARiñon. Grupo sang. A joven, sano, vendo derecho o izquierdo, 387–1958.
Absoluta reserva.
AAACornea: mujer joven, viuda y pensionada Pami. $80.000. Se acepta vvda. Pte/
pago.
AUGTE.48hs resolvemos cualquier problema de habilitación y autorización de
implantes. Certif. de defunc. oficiales legalizados. Estudio jurídico reconocido. Consulta
$100. Profesionales y donantes sin cargo.
¿Cómo carajo ni vieron los avisos..?
< i >Los tipos se jactaban de haber vencido la obstinación del cuerpo que se
negaba a recibir partes de cuerpos de otros mediante líquidos inoculados
gradualmente y se llenaron sus consultorios, y florecieron sus clínicas y construyeron
nuevos y mas sofisticados quirófanos y se empezaron a estudiar maneras de conservar
órganos, de congelar órganos, de convocar nuevas corrientes de donantes de órganos
y promovieron nuevas maneras para implantar, preservar, exportar, importar y tasar
órganos. Fue aquel año y solo un año después, allí nomás, también en Los Ángeles
(¡Los “ángeles”! Casi lo había olvidado...), tac Empiezan a aparecer cuerpos de putos
gay que, por cuenta propia, sin inoculación de líquidos inmunosupresores, tan
espontáneamente como una vez renunciar al tabú de la impenetrabilidad del recto,
renuncian a la costumbre de defenderse de proteínas ajenas y se llenan de pestes para
contar, ellos también, con un holocausto que llame la atención del mundo.
Porque, cuando sos puto lo sabés bien: lo primero que quiere una loca es llamar la
atención.
–¿Y vos que querés ser cuando seas grande Mauricito? – Quería saber la tía.
–Yo quiero ser bombero para apagar in zen dios...
–¿Y vos Moishesito?
–Yo quiero ser piloto para saber manejar los aviones y viajar por países
desconocidos.
– ¿Y vos Marce? –Preguntabaí la tía Berta que, años después, tanto ofendiérase
porque llegué un ratito tarde al entierro de papi.
––Yo quiero ser una ambulancia, Tíita.
–¡Mischiguene kopf! ¿Y por qué una ambulancia...?
–Para ser toda blanca y grandota y andar corriendo como loca por todas partes
haciendo aaaaaaaaaaoooooooaaaaoooaaaouuuuuu oooooooahhhhhhh y para que me
metan el fiambre por las puertas de atrás...
En este fin de siglo sí que llamamos la atención... Pero nadie nos quiere... Y el
tucumano sigue sin dar noticias...Este el párrafo mas triste de mi vida: Yo un libro roto,
recogido del fango de una vereda rota de Almagro de mi vida.
Recogido el libro, recogida mi vida. Yo: recogido. Y ellos...
Ellos ahora dicen que en el Pentágono jamás incubaron un proyecto de guerra
biológica que contemplase la interrupción de la inmunidad obstinada de los cuerpos
enemigos...
Seguro deben haber pedido permiso a sus jefes para decirlo. De lo contrario,
tendrían que echarlos. ¡Si les pagan a miles de virólogos, bacteriólogos, parasitólogos
y paparulos varios para inventar maneras cada vez mas ingeniosas y complicadas de
ganar o de dar el miedo suficiente como para concluirlas sin que ni el enemigo se de
cuenta..!
Junger y Heidegger devoraban pastas de benzedrina y se reunieron con los
químicos para explicarles que ellos, uno por su prestigio de profesor, el otro por sus
buenas maneras y su medalla de la primera guerra, podían convencer a Hindemburg
de usar el ácido lisérgico para envenenar la red de agua corriente de París, Varsovia y
Londres al mismo tiempo y ganar la guerra en un abrir y cerrar de ojos azules...
En Norteamérica al Dr. Delgado de Uruguay le financiaron mas de cinco millones de
dólares para implantar microelectrodos en el lóbulo frontal de los locos. Delgado tenia
un team de locos a botón. Apretaba un botón y el loco reía, apretaba otro y se mano-
teaba compulsivamente el pitito. Delgado tenia locos que se pajeaban a botón:
tecleaban la botonera para sentir dolor, placer, sueño, rabia y tristeza en sucesión.
Pasaban de un estado al otro en menos de un segundo y así durante dos o tres
minutos hasta acabar... La leche les chorreaba por el pijama verde del sanatorio y
Delgado anotaba todo en un cuaderno de tapas amarillas. A Delgado le cortaron los
fondos cuando salió un libro de Vance Packard denunciando el proyecto. Ahora es
profesor de algo en Canadá. Algo de plata se guardo. Pobres, los locos, en cuanto se
les terminó la pila de los electrodos, los habrán mandado a un asilo y allí vuelta al
electroshcok y chau pajas eléctricas
(Debo agregar: la leche de los locos tienen un gusto igual a la de los cuerdos. Todas
lo saben. Yo caí en un loquero por error y puedo confirmarlo. Quiero expresarme bien:
cuando digo que es igual quiero decir que, como toda leche, tiene un gusto indeleble y
personal, como las impresiones digitales, pero –¿se entiende?– no varia de loco a
cuerdo... Varia de uno a otro... ¡La leche es el espejo del alma! El que inventó la idea
de alma debió ser un hindú o un griego, seguro se inspiró en una larga experiencia de
mamar pijas precristianas... El comisario Vucetich, ese argentino que inventó las
impresiones digitales, debió haber mamado mucha lechita en su colegio de curas. Los
croatas siempre van a colegios de curas y son nazis. No es casual que en el curso de
estos doscientos últimos años capitalistas de penetración, flagelación y
sadomasoquización haya decaído simultáneamente el arte de chupar pijas y el
concepto de Alma que tan útil resultó a teólogos y filósofos independientemente de su
filiación religiosa o de su dogma metafísico...)
A Einstein lo obligaron a firmar esa carta pidiendo a Roosvelt respaldo para el
proyecto de Los Alamos. Sin la firma del paisano, parece que ni el propio Roosvelt se
hubiera animado. Ahora los presidentes se animan a todo, menos, por supuesto, a
confesar que jamás olvidarán esos periodos de la infancia y la temprana adolescencia
donde un portero, y un tío, un celador o un amigo querido los obligaron a esa
experiencia de confusión, fusión y efusión láctea endogargántea.
– ¿Y ahora que vas a hacer Marcelo? Pregunta el tío porque le fui a pedir mas plata–
¿Qué le vas a decir a tu mame?
––Voy a emigrar como hizo el zeide. Dejaré Villa Lynch para siempre y me iré
descalzo a una piecita de Almagro a escribir. El aboilo Jacoibo se vino de Odesa porque
quería comer, pobre. Yo quiero escribir: escribir por ejemplo "la noche está estrellada y
tiritan los trolos muriéndose de ganas..." Después voy a ir a La SIDE a entregar un in -
forme sobre el sida. No es idea mía... Lo anunció en Tel Aviv Menahem Berman,
Ministro de Salud de Israel: el Sida es una cuestión de seguridad nacional. Ahora, en
democracia,la SIDE paga muy bien los informes de inteligencia y no discrimina; si
aceptan zurdos y judíos, no van a rechazarme a mi que voy a ser el primer trolo judío
de mi barrio de Almagro, cuna de guapos.
Pero, lo dije ya: yo solo soy el judío errante. La obscena máquina de errar
equivocadamente... Yo erro buscando una razón para ser cada vez mas cogido, y yerro
eligiendo machos tucumanos desamorados que te aceptan solo para satisfacer un
capricho de momento.
Negritos caprichosos. Capricornianos. Osos en el horóscopo chino. Braquicéfalos en
el catalogo alemán. Picnicos en la somatografía de Lübeck. Polisíndricos ambivalentes
para la frenología de Lombroso y Matera. Inolvidables y pijudos en mi memoria de
rusita triste y descocada...

< /i >–¿Ves esa nubecita...? ¿Esa rayita allí en el cielo?


El Pichi señalaba hacia lo alto al oeste. Susi dijo que sí. Pareció que no le llamaba la
atención.
–Es un Extra Enana… Van dos o tres mañanas que a esta ahora aparece, siempre en
días de semana.
–¿Que es un Extra?
–Un avión… Un pájaro. Una máquina especial para vuelo acrobático… Me gustaría
saber de dónde mierda sale….
La rayita blanca del cielo se extendía en el cielo. Susi preguntaba:
–¿Por qué echa humo?
–A propósito. El piloto tiene un botón que hace soltar el humo de la punta de las
alas… Hace una maniobra soltando humo y después recupera altura para mirar el
recorrido del humo… Viendo el recorrido del humo en el aire corrige los errores… Pero…
¿De donde mierda saldrá?
–De las alas… No decís que sale de la punta del ala…
–El humo sale de la punta del ala. Es un polvito como talco, de color… Rojo a la
izquierda, verde a la derecha… Después se pone blanco con el aire frío… Lo que me
gustaría saber es de dónde sale el Extra… Que yo sepa nadie tiene un Extra por esta
zona… Ha de haber uno en San Fernando o en Tortuguitas… Al norte… ¿Sentís el olor?
Hay que cosechar todo antes de que los pibes lo descubran… Son como la langosta…

Plegó el mazo de papeles. Sin mirar el cronómetro estimó que serían las nueve
menos diez y decidió: si a la nueve en punto no apareció la mina con las fichas, la
agenda y las historias clínicas, voy a la sala de espera y me llevo a los pacientes a
tomar un café al boliche de abajo. Hablar pelotudeces en un café les va a hacer me jor
que amargarse esperando, y hasta mejor que mirarme copiando datos dudosos en sus
historias clínicas.
–Pobre gordo... – pensó Saúl y tuvo el impulso de telefonearle a la Intensiva. Por un
instante, se imaginó en una sala de consultorios del Hunt Memorial Center de Boston.
Botón celeste arriba: screen de divisiones de la clínica; Botones de pulsar números:
elige la división con la cual desea comunicarse; botón celeste: screen de la división
elegida con el directory de médicos y paramédicos afectados al servicio en la fecha;
botón negro: desplazamiento por el directorio; botón rojo: llamado automático al
profesional seleccionado; dos pulsos con el numero 9: deja grabado su mensaje hasta
el próximo cambio de guardia a las 11.30 horas; cero y asterisco: borra los mensajes.
Hasta un médico americano podía aprender el sistema de comunicaciones con un par
de semanas de práctica.
En el lugar donde podía estar su teléfono –¡Y donde podía estar compartiendo el
espacio con el teclado de su Mac...!– estaban las veinte hojas del escrito del finado.
Volvió a escuchar la voz del gordo, esta vez en hebreo.
Imaginó al gordo al cabo de seis meses de entrenamiento militar en infantería,
sometido al régimen de la tsava y controlado con la medicación elemental para su
cuadro: litio, dieta pobre en hidratos de carbono, tocoferol, una serie de aplicaciones de
tetosterona y, aplicaciones de gama aminobutírico y un regulador del metabolismo
neuronal combinado con un anticonvulsivo no barbitúrico. Imaginó al gordo errante,
flotante hipofisiario, convertido en una masa musculosa, cerrada sobre sí, circunspecta
pero con ocasionales explosiones de gracia y buen humor. El Samal Fox no escribe mas
versitos ni busca tucumanos. Quiere comprarse un Datsun y salir los domingos a tomar
cerveza con mujeres divorciadas. Sueña con un crucero a las islas griegas, un
departamento de dos ambientes, una tabla de windsurf francesa y una mujer casada
que lo visita las mañanas de franco.
Se acercó a la puerta y miró hacia la sala. Alrededor de medio centenar de
pacientes y familiares esperaban el llamado de los médicos. No había ningún gordo.
Alguna vez, en esas salidas de control debió haber visto al gordo. Ahora estaba con-
vencido de que era alto, tenia anteojos, y llevaba la cabeza rapada, el mentón casi
apoyado sobre el pecho. Debía mecerse hacia adelante al esperar, con un movimiento
inspirado en la imitación de la pose de un lector de la Torah. Pie plano. Genus Valgum.
Descuido en el vestir y humedad de sudor en las manos. Brillo en la frente y la nariz:
piel grasa. Algo que sus psicólogos jamás habrían reparado, y, de haberlo hecho,
habrían interpretado como un efecto del subconsciente y no del balance enzimático
característico de la hipercalcemia.
Cerca de la escalera, junto al banco que alguna vez debió haber ocupado el gordo,
reconoció a una paciente portadora. La "no infectada puta" que ya había registrado en
una ficha de la base de datos del Excel. Caminó hacia ella, para saludarla y ex plicar la
demora, pero se detuvo al verla acompañada por un tipo mayor: ¿Será el padre o un
"cliente" de su negocio? Debía ser un cliente. El tipo tenía el aspecto de un tenista
retirado, un contactman de publicidad, un vividor de barrio norte.
Saúl trató de reconocer a otros pacientes entre los grupos de la sala mientras la no–
infectada se paraba y miraba saludando. Qué linda era –se sorprendió pensando– Qué
linda: tiene una sonrisa vertical. Evitó la mirada de la paciente.

< I >Yo, un 2 de abril, una noche de poco viento, en parapente, me hago remolcar
por el gordo en la F100 y levanto setenta metros sobre la Costanera, me mando a
planear para el lado de Palermo, cruzo Libertador, y justo sobre la embajada Británica
emboco cinco o diez quilios de amonal con una carga de munición del doce y
fulminantes sueltos para que revienten al primer golpe con algo duro y no quede un
solo vidrio sano en diez cuadras a la redonda y ahí van a ver que queda gente que no
se deja tocar el culo por los paganos… Con suerte hasta reviento a uno o dos británicos
y aparece en los diarios de todo el mundo y se enteran. Yo tendría que hacer un curso
de parapente. Sé correr, se volar, se caer: no ha de ser tan difícil. Si fuera mas
organizado, me ponía un plan de ir a un curso de instrucción, y aprender bien a volar
parapente, cosa que no debe ser demasiado difícil. Ahora hay chabones usan un
motorcito para inflar el para y ni siquiera necesitan remolque. ¿Quién fue el que contóo
que en Rosario el negro Fontana salía de noche en aladelta con un motor eléctrico a
batería, y volaba hasta el edificio mas alto para espiar a una mina que siempre estaba
en bolas y se pajeaba mirando tele? Tendría que volar ultralivianos cada tanto. Son un
plomo de lentos los ultras, pero tienen lo suyo. Los nuevos despegan en cualquier
potrero de veinte metros. Si en el campo los están usando para fumigar, consiguiendo
silenciar el motor, con ultra se puede hacer cualquier desastre en Buenos Aires. No
debe ser difícil conseguir un mecánico que se las ingenie para silenciar el motor. ¿No
fue a un biplano de los hijos de Menem que le instalaron un motor Lycoming de
doscientos caballos con silenciadores y que no se le sentía nada mas que el soplido de
la hélice? Los Extra nuevos, los fibra de carbono, casi ni ruido hacen. Desde abajo se le
siente como rechifla el viento en los alerones y en los tubos pitot del tren de aterrizaje.
Yo tendría que comprar un Extra. Si se pudiera cosechar todo esto y venderen lote al
precio que paga la gilada por el porro suelto alcanzaría para comprar un Extra.
Trescientos mil un Extra vale. Nuevo. A doscientos mil se podrá conseguir uno en buen
estado. Teniendo un Extra no debe ser difícil conseguir tres o cuatro que te lo alquilen
para instrucción o para práctica. Doscientos mangos la hora. Descontado gastos y
mantenimiento debe ser cien la hora. Por mes mil dólares se pueden sacar para tenerlo
siempre bien. Teniendo doscientas horas de vuelo en un P.A.11 del año cincuenta, volar
un Extra para pasear es un pavada. Pero mandarse en picada a trescientos nudos y
recuperar altura de golpe hay que aguantarlo. ¿Qué se sentirá a cinco gés..?

< /i >“Qué linda era”, volvió a pensar. Pero no es pensamiento – pensó: – es una
voz que va corriendo a un paso adelante de las ideas. ¿Es mi voz esa voz? A ellas les
gustaría pensar que es la voz de los padres. Pero esta no es la voz de mi viejo. Ni la
mía. Es una voz vacía que se va apurándose a decir todo un segunda entes que yo. O
es la forma vacía de mi voz que me exige que llene con un pensamiento a cada una de
esas palabras sin sonido. ¿Pero una forma vacía, –un pattern– no es algo demasiado
parecido a un padre?
Por suerte, ellas no lo comprenderían ni explicándoselo con un gráfico del Corel
Chart y tanta paciencia...
Simuló consultar un programa en la cartelera de los residentes. Esta semana, un
laboratorio organizaba otra serie de jornadas sobre hepatotoxinas. Si alguna vez la
prensa difunde la noticia de que el polen de la alfalfa atenúa algún síntoma secundario
de la infección, a la semana alguno de estos laboratorios argentinos importará un
container con variantes de semilla híbrida de alfalfa de Europa oriental y ya van a
aparecer doctores que aconsejen el cultivo a todos los portadores desde la primer
entrevista: “con receta de la obra social, nuestras macetas llegarán al paciente a la
mitad del precio de mercado” proponía una voz que no era la suya ni tenía el acento
lituano de su padre.
A su lado un cuerpo se movía trabajosamente. No necesitó volverse para saber que
era un hombre grueso, mas alto que él, paciente con mas probabilidad que
acompañante. De la cabeza, que casi se apoyaba contra la cartelera, partían las
vibraciones de un tema musical que Saúl había escuchado varias veces en las últimas
semanas. A diferencia de la radio del Fiat, los auriculares de un walkman permitían
entender las palabras del cantante. La voz, seguramente la del Pampa Irala, se desta-
caba sobre un fondo de percusión, cuerdas eléctricas y acordeones, anunciaba:
Yo siento un sentimiento inconfesable
en árboles del barrio lo han escrito
lo perros de mi cuadra ya lo saben
yo tengo esto que siento y no lo grito
y no lo diré a nadie nadie nadie
y nunca nunca nunca a nadie a nadie
confesaré......
ni le diré......
jamas mi sentimiento inconfesable
Algo muy raro sí
que tengo para tí
esto que existe solamente en mí
inconfesable en mí
inconfesable en mí
esto que existe solamente en mi
Inconfesable inconfesable inconfesable
como la piel de un corazón miserable
que llevo aquí que llevo aqui
en este corazón miserable.
Saúl la escuchó con atención, convencido de que rato después solo podría recordar
la reiteración de las palabras ”sentimiento” e ”inconfesable”. Como él, también su
vecino parecía consultar la cartelera del servicio como un pretexto para dar la espalda
al público de la sala de espera que ya empezaba a moverse intercambiando sus
asientos para nuclearse en grupos que hablaban en voz cada vez mas alta. A travéss
de ellos Saúl caminó hacia la ventanilla de admisión. Fuera del alcance de los sonidos y
preguntándose como harán para tolerar a media pulgada de los tímpanos un sonido
tan intenso que puede oírse a dos o a cinco metros, trató de identificar al paciente de
la cartelera. Era gordo: con mas de un metro ochenta de estatura debía pesar cien o
ciento diez kilos. Mantenía la cara casi pegada a un programa de ateneos de la
cartelera y movía la cabeza al ritmo de una lectura trabajosa. Anteojos de cristales os-
curos y gruesos, le hicieron pensar en un paciente de cataratas. Un bastón de caña
blanquecina, que podía interpretarse como señal de una ceguera que su pose de lector
contradecía. Descartó varias alternativas antes de convencerse de que era un diabético
intervenido por cataratas: raro en un hombre joven, del que solo su presencia en la
sala sugería un paciente de Sida. La ropa –un pantalón de vestir demasiado corto,
tobillos desnudos en contraste con unos zapatos negros de vestir, camisa arrugada, y
debajo, una camiseta de frisa con cuello alto– mas se ajustaba al aspecto de un
paciente psiquiátrico. La mano que se apoyaba en el bastón por momentos crispaba, y
de inmediato se entregaba a un ejercicio de digitación como los de un profesional que
se dispone a ejecutar su instrumento. Los movimientos de anular y meñique se
destinaban a lucir un anillo dorado –parecía oro– que sostenía una pieza de ónix o, tal
vez, un sello de metal negro. Rodeando el puño del bastón, movimientos del pulgar
hacían girar el anillo, y la piedra o el sello salían de la vista antes de comen zar un
nuevo ciclo de crispación que era sucedido por un nuevo aletear de dedos durante el
cual la joya reaparecía para volver, otra vez, a ocultarse entre la palma de de la mano
y la gruesa yema del pulgar.

–¿Y para que lo hacen los tipos…?


–¿Cuáles tipos?
–Los del avión, aquellos… –La mano de Susi señalaba la región del cielo, donde ya el
trazo de humo se había disuelto en el aire.
–¿Para que qué?
–Para qué hacen salir el humo y eso los del avión…
–No son tipos… Es un solo piloto, es un monoplaza el Extra… Lo hace para ver como
le salió la maniobra y corregirse…
–Buen… Pero para qué se corrige… –La mano volvía a señalar el cielo. Una pituca
marrón humeaba apretada entre las yemas del índice y el pulgar de su derecha.
–Para corregir, para que le salga mejor… ¿Ya no te acordás del Miguel que decía que
era domador…?
–El de los caballos…
–Si… El que salía de tardecita por Pereira para que con el sol bajo pudiera verse
bien la sombra y corregir el estilo de montar. Es igual…
–Se mató por eso… Se cayó en un zanjón.
–No… Se desnucó contra un cartel de propaganda… Iba mirándose la sombra, el
caballo pudo pasar por abajo del cartel, pero él, mas alto, pegó con la cara contra el
cartel y se quedó enganchado en el estribo y se desnucó…
–Muerte boluda… ¿Y por qué había un cartel en el campo?
–Propaganda…
–No me explicaste del humito… Porque tiran humito…
–Enana estas volada… Otro día te explico… Vamos un sábado a algún lugar donde
se pueda ver acrobacia aérea y te muestro y te explico todo… Peor vamos a tener ya
que cosechar…
–¿Juntar esto todo…?
–No… ¿Qué te parece? ¿Querés que lo donemos a la cooperadora del colegio del
cura Rocca..?
–¿Y como lo juntamos?
–Igual que hice yo el año pasado y solito… Venimos a la noche en la F100 con dos
palitas, y vamos tranquilos arrancándolas con raíz y todo y las cargamos en la F100…
Por ahí con un solo viaje nos alcanza. ¿Mañana es viernes..?
–Hoy fue viernes…
–Entonces esta noche es la última que tenemos porque mañana vienen picnics de
los colegios y gente a pescar y con este tufo a fumo se van a avivar y arrasan con
todo…
–Acá todos son sauces… ¡Qué árbol mas bobo el sauce..!
–Y… ¡Sí! –Concedía el Pichi.
–Retruchos son: clavás una ramita cualquiera, apenas en la tierrra, y al tiempo brota
y en seguida se hace un árbol…
–No sirve para nada el sauce: fruta no da, como leña no quema nada, y cierto que
da sombra pero es una sombra de mierda, siempre llena de bichos… Qué boludos que
somos los negros…
–¿Pero de veras lo que dijiste hoy, de que te bancarías estar preso..?
–Si, de veras… Si no fuera porque aquí te tienen como un ratón, y al primer guardia
que le viene la loca te hace cagar de un tiro de Itaca… Si fuera como en Europa…
–¿Y yo qué?
–Vos…
–¿No te importaría de mí, de lo que haga estando preso vos..?
–Es otra cosa. ¿No te das cuenta que es otra cosa..?
–¡Mirá allí! ¡Qué locura!
El Pichi se volvió para mirar hacia la costa. Pasaba un velero: no era uno de esos
yates que se suelen ver en el Club de La Plata, o los Puerto de Olivos o Buenos Aires. O
estaba mucho mas cerca de lo que parecía, o debía medir mas de veinticinco metros.
Pichi intentó de calcular: por la escala del hombrecito apoyado en la rueda del timón, el
mástil pasaría los veinte metros de altura, y el largo… Se preguntaba como se llamará
el largo de los veleros. ¿Envergadura? ¿Porte? Le pareció que “porte” era una expresión
mas adecuada para esa figura blanca que podía medir cerca de treinta metros de largo.
–¡Que raro aquí que se animen a meterse…! Tan cerca de la costa… Esos barcos
tienen un quilla hondísima…
–Ahí se hace pie… Nosotras nos metimos muchas veces… Tan honda no ha de ser la
quilla…
–Está crecido hoy… Hoy nadie se hace pie ahí y menos vos…
–Te gustaría mas alta….
–No Enana no… Me chupa un huevo que seas alta… Mirá el tipo ese.. Solo ahí…
El velero se alejaba hacia el norte a paso de hombre. Apenas cabeceaba en la
primer rompiente de olas cortas. El Pichi pensó que si seguía ese rumbo tardaría mas
de una hora en llegar a Quilmes y tendría que pasar justo por encima del hervidero de
la cloaca de Berazategui.
–Cerquísima de aquí desemboca toda la mierda de Buenos Aires y buena parte de la
de la provincia…
–Delá delá… Adelita… –Se burlaba la Susi, tarareando “Adelita” del Pampa.
–Yo vi la desembocadura… Con el gordo salimos una tarde probar un gomón y le
pasamos cerca…
–¡Que asco mi Dios! ¡El olor!
–El olor no… Es peor el que sentís en el Riachuelo… Asco es ver vez como hierve
todo… Viene de abajo, como un bidet, agua negra y sale blu-blu-blu y alrededor los
sábalos saltan buscando vaya a saber se que…
–-¡Soretes..! –Reía la Susi…
–No… Se ve que es mierda pero soretes no se ven… Muchos forros se ven… Forros
si…
–¡Qué repugnancia..! –
Ya no reía la Susi. Le pareció que miraba con tristeza al velero que alejaba y pensó
que estaría pensando en el hombrecito del timón o en los destellos naranja y rojizos del
del mameluco impermeable que lo cubría.
Si estaba por ahí –calculaba el Pichi– aunque hubiera salido de allí nomás, del
puerto de La Plata, debió haber andado en la os/curidad, antes de amanecer, y bajo la
llovizna de aquella noche.
–¿Dónde mierda habrá encanutado el gomón el Gordo…?– Se preguntaba.

–Ése seguro que es el médico que la atiende– Apostó Wolff.

Había sentido un cambio en el cuerpo de la chica a su lado. En ese momento le


tomaba del brazo y algo cambió: una tensión, un reflejo de músculos que acompañó a
la sorpresa o a lo que fuese que hubiera sentido ella. ¿Cómo era el nombre?
Mariana.
Lo alivió ver que ella trataba de llamar la atención y empezaba un gesto de saludo
que quedó en suspenso, porque el de guardapolvos les daba la espalda y se
encaminaba hacia una ventanilla de la sala de espera.
–Saúl se llama…
–¿Siempre es este quilombo de gente..? –Preguntó él.
–No… Hay días que hay mas… Hay días que ni se puede entrar del olor… Cuando
hay calor, llegan todos chivados… ¿Sentís..?
–¿Qué? – Wolff había hecho un esfuerzo por detectar algo en el aire pero solo sintió
el perfume de ella, sobre un fondo de olor a hospital.
–La musiquita… ¿No la sentís?
Reconoció un ritmo como de música de bailanta y una voz metálica que entonaba la
frase “de este corazón miserable”. La vibración se alejaba al paso de un muchacho
joven que se movía con torpeza. ¿Sería un ciego? Tenía un bastón pero mas parecía
apoyarse sobre él que usarlo para explorar su camino. Ahora, ubicado tras un grupo de
médicos jóvenes que consultaba una cartelera, solo veía parte de la cabeza: gruesas
patillas de sus anteojos y los auriculares de un walkman.
–Era un walkman…
–Sí justo ese gordo horrible escuchaba el mismo cassete que tengo en la cartera. El
nuevo del Pampa. ¿Sentiste “Inconfesable”..?
–No… Me pareció haber oído que decía “corazón miserable”…
–Si… Dice así.. Eso es “Inconfesable”.
Temía, Wolff pensando: “Bueno, se terminó: si ésta hace ahora el gesto de abrir la
cartera para mostrarme el cassette, para convencerme, como si viéndolo pudiésemos
confirmar que la frase está en la musiquita esa inaguantable me paro, la saludo y me
voy a tomar un café a El Blasón o a La Rambla…”
¿Qué estoy haciendo aquí? Estábamos en 1958. Llegaba con uno de esos enormes
discos de larga duración, y lo primero que hacían los imbéciles era pedirte el sobre, y
como si fuese un libro, abrirlo y mirar la placa buscando, entre los surcos de vinilo,
alguna información que les permitiese juzgar el contenido de la obra. ¨Corazón
miserable” –recordaba Wolff en francés:– Celui qui a recue le ciel e qui le garde au
fond de son coeur miserable: recibió el sol y lo guarda en el fondo de su podrido
corazón. Eso era de Claudel. Por esos años solo a un hijo de puta como yo pudo
interesarle un verso de Claudel sin ser miembro de la Acción Católica. Pero: ¿De qué
sirvió haber tenido razón también en eso, si ahora hay un agujero de cuarenta años en
mi memoria llenándose de frases: todas entendidas pero inútiles, y estoy aquí
acompañando a una beneficiaria de la limosnería médico social..?
–Ché… Decime… ¿Ese Pampa, es evangélico, católico o algo por ese estilo?
–No… Ni ahí… Es un tipo genial, absolutamente normal… Un reventado… Pero… –
bajó la voz, y como en secreto dijo: –Hay que ser un viejo de mierda para no saber
nada de nada. ¿O te haces el que no sabés y me estas gastando…?
–Celui qui a recue le feu e qui le garde au fondo de son coeur epouvantable…
–Uy… Te agarró de nuevo la locura… No hagás mas papelón… ¡Y fijate lo que está
haciendo el gordo aquel..!

Tan estrecha era la salita del consultorio que le bastaría estirar su cuerpo el cuerpo
a un costado y volver la cabeza, para que, sin dejar la silla y apoyándose apenas sobre
el ángulo del escritorio de latón, pudiese dominar con una mirada el pasillo y hasta
bueba parte de la sala de espera. Pero no quiso volver a mirar. Había menos pacientes
que cualquier viernes de finales de mes, pero la demora en la distribución de historias
clínicas estimulaba ese desplazamiento de gente de guardapolvo que a la vez provocaba
mas movimiento de familiares y acompañantes, dando impresión de un numero mayor
de personas. Había visto a la no infectada puta, mas allá de los residentes reunidos
frente a la cartelera, y cerca, al gordo aquel cuya imagen estaba seguro que, de ahora
en mas, pasaría a representar en su memoria al gordo terminal que fascinó a la
Intensiva y que sabía contar.
Allí tenía al alcance de su mano las fotocopias de las hojas del pobre tipo.
Estaba a punto de escribir en un talonario del laboratorios Roche la frase “yo se
cantar pero no se contar” pensando que hay médicos, visitadores médicos, contadores
públicos, escribanos públicos, exégetas bíblicos, instructores de yudo y de kabalah,
masters en administración que trabajaban en la Fiat y que fueron destacados a la
fundación Macchi para bajar de internet las novedades del día en las paginas de
infecciosas, retrovirus, y tratamientos, residentes crispados por el hábito de estimularse
con pemolina, enfermeras crispadas a la espera de un traslado a la sala de maternidad,
o a cirugía, oncólogos a la espera de un significativo flujo de pacientes privados, rabinos
cínicos, pastores pederastas, psicólogas naiv, maestras jubiladas, putas frívolas,
estancieros circunspectos, choferes de taxi y cronistas de fútbol y que a muchos de
ellos, basta oírles decir una frase para advertir que saben contar y no es improbable
que todos ellos alguna vez hayan escrito un verso, aunque quizás, ingenuamente,
confiesen que escribieron “una poesía”. Yo, en cambio yo nunca me atreví a escribir un
poema, pensaba.

< I >Por aquí el pasto está empapado. Ojalá que el Pichi también se ponga reloco
como yo y me empuje atrás de la cañas y sin decir ni a me la meta de una y me acabe
adentro y me llene de leche. En el pasto mojado. En el Barro. Que me la meta y me
empuje por el pasto hasta el barro. O hasta las cañas. Mierda estos jeans tan trabados
y tener que sacarse las botas… ¿Por que camina tan rápido? ¿Qué apuro tiene..?
–Esperáme negro… ¿Qué apuro hay? ¿Tenés miedo de que se te escapen las
plantitas..?
¿Y si le pido que me espere y me aguante que quiero mear..?
–Aguantame Pichi que me estoy meando…
La verdad es que tengo de verdad ganas de mear. ¿Y si me mira? ¿Y si me mira y le
pido que mee él también a la par? Y si le pido: ¿Pichi, blanda, meada, metemela de
una? ¿Y si le pido: Pichi meame? ¿Se animará? ¿Será el olor de los sembrados o el del
río lo que te pone reloca? Reloca estoy. Yo me animo a pedirle:
–¡Esperame marica hijo de puta!
Claro que me voy a animar a pedirle. Por lo menos, a pedirle que meemos juntos o
que me mire mear. Y si me la llega a meter, juro por Dios que voy a acabar pensado
que baja el tipo del velero y yo le chupo la pija a los dos. Me parece que era rubio, tipo
alemán.

< /i >

“Se cantar pero no se contar” podría ser el primer verso de un poema. De una
“poesía” que nunca sería capaz de continuar. Siempre hay un tiempo justo para
empezar, pensó Saúl. Y escribió: “Se cantar pero no se contar/Se cantar pero no se
contar/ Qué fácil es el jazz/ Y qué fácil/ Te deja solo/ Con el hastío/ Y la certeza/ De ser
uno/ Solo uno/ Tras el recuerdo/ de una música/ que ya no está..” Escribió al pié: “qué
difícil es escribir con un ballpoint birome”. Miró el reloj. La historias clinicas cumplían
veinticinco minutos de atraso. Hay gente de mi edad -se dijo- que es gente igual a
médicos, rentistas, dentistas, cuentacorrentistas, cuentapropistas y músicos, que se
inscribe en un taller literario para perfeccionar sus “poesías” o sus historias: intentos
de novelas, relatos, misceláneas… ¿Porque no podría hacerlo yo? –Se preguntaba.
–Si pudiese –calculaba– superar la humillación de sumarme a esos
cuentacorrentistas, escribanos y farmacéuticos cuarentones que exponen sus “sobras”
a un profesional que, a su tiempo, tuvo la suerte de poder convertir el mismo tipo de
ñoñerías en “obras”, podría tolerar mejor el paso del tiempo, esta insoportable
dependencia de las crisis menstruales de las histéricas de administración, y hasta
podría leer con paciencia la frases que fingen una “poesía” en esta tontera que acabo
de escribir con la birome de Pfizer sobre el block de papel reciclado de Roche.
Llegaban gritos desde la recepción, o desde las escaleras del primer piso: eran
órdenes mezcladas con otras voces masculinas y con chillidos de mujer. De inmediato,
oyó el golpeteo de suelas de uno o dos hombres que corrían y voces de residentes
pidiendo calma. Reconoció la frase: “¡Dejalo en paz boludo..! ¡No pasa nada!”, y tuvo la
certidumbre de que quien gritaba era un médico, de que era uno de los que había
corrido y de que era también el mismo que ahora repetía “No pasa nada… No fue
nada…”.
Estaba a punto de romper la hoja de su “poesía”: la había separado del block, la
había plegado en cuatro y trataba de adivinar cuáles palabras quedarían sueltas en
cada rectángulo y qué frase podría reconstruir por la tarde, si llegase a recordar este
primer intento de “escribir”. De la escalera llegaban ruidos, indicios de que muchos de
la sala de espera se retiraban intimados por la pelea, y, mas cercanos, ruidos de
forcejeo entre varones y gritos de alguien que se resistía a salir: “Vos no me vas a
poner las manos encima! ” ”¡No me toqués..!¡Carnicero hijo de mil putas!” ”¡Yo de aquí
no me muevo y no toquen!” ”¡Llamá a la cana si sos macho! ¡Llamalos y vas a ver lo
que te pasa..!” ”¡Hace la prueba de tocarme y vas a ver..!”
Unas voces, alguna de mujer, intercedían en favor del que gritaba. Otras, pedían
que todos fueran a la calle. Los gritos, el ruido de carreras y los chillidos femeninos
aumentaron cuando un vozarrón anunció “¡Ojo que está armado!” y Saúl se propuso
fijar la vista en el sector legible de su papel, donde apenas se reconocían las palabras
“jazz”, “solo” y “fácil”, imaginando que un maestro de taller literario le había indicado ,
como ejercicio, que tratase tratar de analizar su “poesía” en el momento en que con
mayor intensidad percibiese los reclamos de la vida práctica.
Yo soy el ruso Yararaski, sin miedo. Soy un oficial de infantería entrenado para lo
mas difícil y para lo peor. Yo ya morí. Pronto sonará aquí un disparo y una bala errática
terminará con mi carera de investigador. Soy el único de todos estos doctores que
podría controlar la situación. Después vendrán todas las Feiguele y las Verónicas a
pavonear su admiración. Golden Medal, Crosby Award, Boyd Lecturer. Ella me
descubrirá detrás del biombo del consultorio grande justo cuando me estoy
quitándome el guardapolvo para convertirme en en Clark Kent o en Batman para
reestablecer el orden de este caos hospitalario. Pero me quedaré mirando el papelito.
Si soy capaz –se prometió– de ocuparme de empezar a entender lo que escribí, si
puedo aguantar esta curiosidad de saber qué sucede y esta necesidad de probarles
que yo soy el mejor, quizá alguna vez pueda contar, o al menos llegaré a tener alguna
razón para contar, algún motivo, un tema, para contar.
Los gritos anunciaban que la policía y los de seguridad ya estaban en camino a la
sala. El forcejeo había dado lugar a un certamen ridículo de desafíos verbales. Saúl se
dijo que esa era la calma que precedía a los disparos y, sin dejar la silla, arrastró el
escritorio y se desplazó hasta sentir su espalda protegida por la pared. Extendió la hoja
y leyó las frases varias veces, en las últimas imaginando que las entonaba sobre
acordes elementales de blue. Después imaginó que le sonaban con la voz de su padre.
Esperaba que el acento lituano convirtiera la frase “música que ya no está” en una
ironía sobre la inutilidad de las cosas que no ocupan lugar en el espacio o que no
pueden apropiarse. Pero cuanto mas exageraba el acento iddishe-porteño, el sonido
“ke sha n´stá” mas parecía representar un elogio al valor de detenerse sobre lo que se
ha perdido.
–Pobre Diana– pensó Saúl, y se imaginó yendo con un block de poemas al
consultorio del dr. Cobard para decirle: –Doctor, desprecio todo lo que hace con sus
pacientes, pero mi caso es diferente: escribí esto y siento que usted puede ayudarme a
saber como encajarlo dentro de mi vida.
–Pobre Diana… –Volvió a pensar– A ellas, con la vida, les sucede lo mismo que a mí
con este papelucho.
La curiosidad por el episodio de la sala había desparecido. La sensación de orgullo o
vanidad por sus pequeñas victorias sobre la curiosidad y la necesidad de intervenir se
estaba confundiendo con una vaga excitación sexual. ¿Dónde se habrán metido la no
infectada puta y el viejo que venía con ella después de todo este quilombo?

–¿A dónde ibas corriendo como un loco?


–No venía corriendo… Venía contando los pasos, midiendo esto… –Ahora el Pichi
estaba de rodillas arrancando unas hojas anchas, y siguiendo los tallos delgados de una
enredadera. Jadeaba al preguntar: –¿Ves el zapallo?
–¿Qué zapallo bolú?
–Esta planta… ¿No ves que está por todas partes? Es lo que salió de la semilla de
zapallo que me hicieron sembrar…
–¿Y los zapallos?
–No salieron… No ha de haberle llegado la época de salir…
–¿Y por eso corrías..?
–Yo no corría, venía contando los pasos para esta noche… No vamo´andar haciendo
bandera con linternas pa´cosechar…
–¡Corrías vos!
–No corría yo, me apuraba mas porque venias atrás vos meta hablarme y no quería
perder la cuenta, ciento sesenta pasos, hasta el otro borde, mirando para las
destilerías…
–Yo me estaba meando encima…
–¿Y porque no measte ahí, cerca de la XR..?
–Por miedo… Hay bichos… ¿Me esperás a que mee?
–Dale meá todo lo que quieras… Ciento sesenta pasos a lo largo, y han de ser cien o
un poco mas a lo ancho, han de haber mas de dos mil plantas…
–¿Te da asco el pis?
–No… ¡Lástima!
–¿Lástima qué?
–¡Lástima pobres minas! ¿Por qué no usan polleras..? Decime… ¿Y en los baños..?
¿En los baños también tenés que descalzarte para mear…?
–Según que pantalón tengás… Según las botas…
–¡Qué asco..!
–¿Que asco qué?
–Descalzas… en el piso del baño del boliche, todo meado..
–¿Te da asco verme?
–Aquí no…
–¿Te calienta mirarme mear?
–Verte mear no… Pero que mirés así produce…
–¿Qué?
– Nada… Güevadas…
–Dale… Decimelo… ¿Que te mire como?
–Como recién… Así como haces ahora.. Poniendo cara de puta… Haciendo así
boquitas… Medio asquerosas…
–¿Te da asco?
–Aquí no… Pero…
–¿Pero qué..?
–Por la calle dan asco las minas que andan poniendo bocas de putas…
–¿Bocas de putas..?
–Si: boquitas de boludas chupapijas…
–¡Pelalá ya que te la chupo puto…!
–Voy a mear yo por ahí y… ¡Vos vestite mientras meo y vamos a la casilla..!
–¡Meame la concha..!
–¡Qué Enana puta y asquerosa que te ponés!
–¡Negro: quiero chupártela meada!
–Tomá asquerosa… ¡Enana puta..! ¿Sentís laleche..? ¡Dale Enana! ¿Sentís que sale?
¡Qué cerda! ¡Cómo te la tragás..!

< I >¡Qué papelón!¿Qué estoy haciendo con este viejo de mierda..? Le digo que
mire al gordo en la pizarra, el gordo arranca los carteles y se frota las manos con
plasticola y pega unos papelitos amarillos y nos mira a todos y nos muestra las manos
enchastradas y éste Gil me pregunta qué es lo que me llama la atención…–¿Cómo
“qué”? ¿No te das cuenta que es un loco..?– Digo yo, y él me contesta que sí, que ya
se había dado cuenta antes cuando lo vio con el walkman haciendo ruido y notó que
tenia zapatos de vestir y pantalón de traje pero que no tenia puesta las medias. Pero la
única loca aquí soy yo por haber dejado que este viejo de mierda me acompañe… Lo
único que faltaría es que entre en conversación con el gordo y me lo quiera presentar.
–Gil…Te ruego que no hagas papelones… ¿Qué vas hacer..? ¡Mirá los médicos como lo
miran con cara de que se lo van a comer crudo..? No me quemés… ¡No le des bola!
¿Qué te importa lo que pueda decir el papelito? – Pero ya está… Estiró el brazo y el
gordo se nos vino volando encima a darle un papelito… Amarillo… Todo enchastrado
de plasticola… Hay millones de tipos y minas en la sala de espera y justo el único que
estira la mano y le da bola al loco es este viejo de mierda… La culpa la tengo yo por
aceptar traerlo… Soy la misma boluda de siempre… Y ahora se pone a leer lo mas
tranquilo…

< /i >–¿Qué dice ahí..?


–Miralo… Es un volante de un centro de medicina naturista…–Mariana hizo un gesto
de rechazo. La hojita de papel color ambarino estaba impregnada de engrudo y Wolff
jugueteaba con las yemas de los dedos y se las exhibía al decir: –Se seca en un
minuto… Aquí debe haber un baño para enjuagarse…
–¡Qué papelón! Mejor salgamos porque se van a agarrar a las trompadas y puede
pasar cualquier cosa… Lo único que me faltaría hoy es ligar otra cachetada… Vamos al
bar de la esquina y ahí te lavás… Pero trata de no tocarme la ropa… Dale… ¡Vamos al
bar!
En el descanso de la escalera pacientes y acompañantes: todos querían alejarse,
pero los demoraba la curiosidad por el desenlace de la escena. Una voz, que desde el
piso superior gritaba “¡ojo que está armado!” terminó disuadiéndolos.
En la vereda, algunos discutían con los pocos que afirmaban que el hombre tenía
“todo el derecho del mundo” a pegar su volante en la cartelera de los médicos. “¡Pero
no te das cuenta que es un loco! ¡No te das cuenta que es la cartelera de los médicos!”
–Decía un paciente–“De la universidad de medicina es la pizarra… ¡Cómo van a
permitir que cualquiera pegue cualquier cosa!” –Decía la acompañante de un
muchacho calvo, de piel amoratada, que caminaba con dificultad. –”¿Pero leyeron lo
que dice? ¿Leyeron el papel lo que dice? ¿Escucharon lo que decía el señor?” –Repetía
el mas exaltado, uno que argumentaba en favor del gordo o de los derechos del gordo
a hacer propaganda en las salas de espera. “Pavadas hablaba… Otro loco… Son de
una secta de rayados de Villa Crespo…¡Vegetarianos..!” –Intervenía un empleado de
portería del hospital. – “Harekrihsnas, son… Son los que la semana pasada vendían los
libros en la manifestación… Los rapados…”
–¡Cierto..! –Dijo Mariana mientras cruzaban camino al bar… El mes pasado hubo
unos que se metieron en la manifestación a armar quilombo y vendían libros y entradas
para unas conferencias… No entiendo por qué a estos tipos no los matan a todos de
una vez…
A Wolff le vino a mente la frase “algo habrán hecho” y trató de identificar la época
en la que había empezado a circular aquella frase. Era mas fácil representarse el
número 1976 que calcular el intervalo de tiempo transcurrido hasta la fecha. La
amenza de que al cabo de un sencillo cálculo mental se encontraría con una cifra
mucho mayor–¿treinta años?– de la esperada –diez– desalentaba la operación. Tomó
aliento antes de llegar a la esquina y, optando por una resta de décadas en lugar de
proceder con los millares de unidades que identifican los años, enfrentó siete y nueve
produciendo el dos que en parte lo aliviaba: era mejor que un tres. ¿Qué “habrán
hecho” los de la manifestación? quiso saber y preguntó de qué manifestación le había
venido hablando desde que cruzaron la calle vereda del hospital.
Ela explicó que había sido una de esas manifestaciones que “vuelta a vuelta” se
armaban en los hospitales o en las farmacias de Acción Social para pedir que a los
portadores presos les diesen remedios gratis.
–Son parientes, abogados y amigos de los presos ye pretenden que el que va y
afana o mató a un tipo tenga los mismos derechos que la gente… –Estaba diciendo ella
en el momento en que entraban al bar.

Las rodillas contra el pasto húmedo le recordaron la última nevada. Era un viernes,
y esa mañana, antes de la nevada, supo que nunca iría a olvidar la fecha: fue el día
siguiente al primer jueves de la rendición, el segundo jueves de junio, y la primera vez
que habían vuelto a pensar en fechas porque los británicos prometieron que el lunes
siguiente los subirían a un barco para mandarlos de nuevo a territorio argentino.
Los británicos no decían ni país ni Argentina. Decían “continente”, o “territorio
argentino” y pasaron muchos años hasta que se le ocurrió pensar que lo habían estado
haciendo a propósito, como otra manera de refregarles que estaban en tierras de ellos.
Igual que hacerlos poner en rueda, medio de rodillas, las piernas juntas bien apretadas
y apoyando el culo contra los tacos del borceguí, como chinitos.
No eran traductores: aquel viernes fueron tres o cuatro oficiales distintos que
mandaron en inglés, a los ghurkas y a los negritos, que los hicieran arrodillar para
después ponerse ellos a hablarles de que los embarcarían el lunes, –según dos
oficiales– o en las semanas siguientes, según el comandante y el que les habló al final,
cuando ya no nevaba y había empezado a oscurecer.
La nieve no, pero cuando la nieve se derretía, el agua helada en la rodillas
entumecía las piernas y también la cintura, los hombros y hasta el cuello y los brazos.
Veías ir y venir a los negritos y a los gurkhas hablando en el idioma de ellos, –no en
inglés– y aunque andaban bien abrigados y con las botas especiales impermeables, te
dabas cuenta que estaban tan hechos mierda como los argentinos. En cambio,
impresionaba cuando aparecían los oficiales y los que decían ser comandantes pero
eran oficiales comunes, tenientes o sargentos que estaban a cargo del campo de
presos: caras de contentos, de ganadores. Todos bien afeitados, todos con la ropa de
combate recién lavada y planchada. Del frío, ni la menor noticia se les notaba. Y ese
aire de haber dormido toda la noche secos y bien abrigados: no habría que descartar
que los hicieran dormir antes de cada revista o de cada arenga, para impresionar mas.
¿Y cuántas veces tuvo que repetir que no eran traductores, que eran los propios
oficiales lo que pasaban revista y les hablaban en castellano..? Te hablan en castellano,
alguno con tonada chilena o acento gallego, pero en perfecto castellano. Y cambiando
una que otra palabra, en cada arenga, en cada revista y antes del reparto del rancho
decían exactamente las mismas cosas: que el lunes o el martes o el dia equis idrían de
vuelta a sus “hogares” y a “sus tierras” para trabajar, y “prosperar” y votar y había
que oírlos sentados como chinitos, con los tacos del borceguí clavados en en culo, y
con los los gurkas y negritos merodeando, apuntándolos.
Por rabia que tuviesen, nadie se retobaba. Un poco por miedo a los gurkhas y a los
planazos y culatazos de los fusiles cortos de ellos. Pero también, o mas, por miedo a los
propios argentinos que, arrodillados en la nieve, no pensaban mas que en volver con la
mamá y eran capaces de matar al que rompiera el orden de chinitos y les hiciera
perder el guisos de cordero y porotos que les habían prometido para esa noche. Y aquí
está empezando a dar el sol y el pasto va a secarse y la Susi sigue china, arrodilladita y
dura como una piedra, mirándome.

Ya estaban el bar y el mozo le hacía una señal de que pronto iría a atenderlo,
cuando Wolff preguntó si ella creía que los presos no tenían el mismo derecho que la
gente o si pensaba que los presos no eran gente le dijo de una:
–Mirá Gil… Ni sé ni me interesa un carajo de los presos ni de vos… Lo que sí pienso
es que sos un hijo de puta que desde que subimos al taxi me estás gastando… Ahora
sé por qué llegaste a viejo y seguís soltero… Porque sos un tipo jodido… Retorcido…
¿Te digo algo Gil? ¿Sabes una cosa..? Tenés algo parecido al loco ese de los papelitos…
Y cuando él preguntó en qué lo veía parecido al pobre tipo con su traje sin medias
ni corbata no le respondió. Iba a decirle que se parecían en lo asqueroso, pero no era
eso. Recién cuando volvió de lavarse la plasticola de los dedos, y se sentó mirándola y
parecía a punto de repetir la pregunta, le dijo que el loco, igual que él, tenía algo como
monstruoso:
–Se que no me lo podés entender.. –Se disculpó: –Pero “cada uno a su manera…” –
tarareó el tema “Todo Bien” del Pampa Irala– Ustedes dos, ustedes dos igual, tienen de
igual la misma onda medio monstruosa…
Sentía que después de decirlo debía pararse y salir sin decir una palabra y sacarse
de encima para siempre a ese viejo de mierda, que ahora preguntaba:
–¿Y de dónde sacaste que no te lo puedo entender..? –¿Leíste el papelito?
La hoja amarilla estaba a un lado de la mesa. El adhesivo no había terminado de
secarse. Wolff volvió a tomarlo y a impregnarse las yemas, y ofreció: –¿Lo vas a leer o
querés que te lo lea..?
–Ahora no me hagás perder el tiempo. Decime vos qué mierda dice y listo…
–Es un negocio nuevo que inventaron… –Sacó una lapicera tipo Parker del bolsillo
interior de la campera, y hablaba probando la pluma y garabatenado en el dorso del
volante– Dicen que la causa del sida es la alimentación carnívora, y invitan un centro
médico que da conferencias explicando como sobrevivir a la enfermedad… Cobran la
conferencia y por una cuota integran a los enfermos y a los portadores del virus a
grupos de trabajo que traen mas gente a las conferencias y pagan las consultas… Es
un curro… ¿Entendés..?
Claro que entendía: el sur estaba plagado de sitios parecidos para enfermos,
borrachos, para ex-convictos, y hasta para obreros municipales desocupados y le dijo
que era algo “obvio” silabeando la palabra, de modo que la be, sonanando casi como
una pé destacara la la obviedad de lo que el viejo de mierda parecía jactarse de haber
descubierto gracias sus experiencias de la vida. Ahora tenía que escucharlo decir que a
él los del centro medio o de la secta, le parecían gente honesta:
–Dan a entender que no prometen la cura ni mas tiempo de vida que la medicina,
pero que garantizan una vida y una muerte mas digna que la que le espera a los que
caen al hospital…
–Son delirantes…–Dijo, usando la palabra que poco antes que le había parecido lo
mas grafico de lo dicho por uno de los que discutían en la puerta del hopital. –Pirados…
Delirantes…–Agregó.
–Si, pero tarados no, porque deben sacar buena guita con esto…
–¡Dale con la guita..! –Dijo y tuvo curiosidad por las frases que había ido
garabateando:
–¿Y ahí que pusiste Gil..?
–Un verso para vos…
Miró el papel que le mostraba pero la letra, como garabateada, era imposible de
descifrar. Pidió que lo leyera y escuchó: ”Mariana esta podrida… De sí… De sida…
Morirá… Como todos… Morirá sin amor… Pero antes… Devoraré… Un pedazo… De su
cuerpo… Sangrante… Amado…”
Viéndolo leer, sin mirarla, exagerando la duración de cada sílaba, le parecía otra
persona: alguien mayor, mucho mas viejo; mas monstruoso y mas loco. No parecía un
verso. Imaginó que, de verdad, estaba confesándole que deseaba comerle un pedazo.
Se lo imaginó ridículo, vestido con una de esas batas que les ponen a los que asisten a
las operaciones o a los partos. Es fantasma verde, con la cara de Wolff se inclina sobre
una cama de hospital, abriendose paso entre mangueras de suero, tules mosquiteros y
cablerío eléctrico de aparatos de control médico, para hurgar entre los vendajes de una
moribunda, reabrirle las heridas y arrancarle un pedazo víscera que después se lleva
golosamente a la boca y y lo come despacio, como como rezando. Así leía.
“Devorar” le hizo recordar a la gorda Deborah, una borracha de vermouth que
siempre se internaba en los evangélicos con ilusiones de rehabilitarse. Sentía el
impulso de preguntarle por qué había puesto “devorar” en el verso, pero en cambio le
dijo que la palabra “podrida” no pegaba con el resto de la poesía.
Sentía los ojos húmedos. Si parpadeaba sería peor: las lágrimas mojarían las
pestañas. Pensó ir al baño y arreglarse el maquillaje: bajarle un poco el tono, ponerlo
mas a tono con el día. Seguro que parezco -pensó- una puta que viene de encamarse.
Terminaba de decidirse ir al baño a arreglarse los ojos y, de paso, tomar un poco mas
de esa droga tan de diez que había rescatado, cuando detrás de un grupo de gente en
guardapolvo que entraba al bar reconoció a su médico, y advirtió que venía
directamente a hacia la mesa. Habló en voz baja:
–Gil… Ahí viene mi doctor, por favor, no hagas ni un papelón. Te lo ruego…
No solo por ser mayor –aparentaba cerca de cuarenta– se diferenciaba del grupo de
médicos o estudiantes que ya estaba tomando posesión de una mesa cercana; era el
único que no parecía excitado, ofuscado.
Parecía contento, como un chico de colegio cuando a mitad del turno se suspenden
la clase y cierran la escuela porque hubo una revolución o se murió el gobernador de la
provincia.

–Che… Susi… ¿Cuánto tiempo pensás que serías capaz de seguir estando quieta
así arrodillada..?
–¡Qué se yo! ¡Todo el tiempo! Ni frío tengo ahora… ¡Pero mirá las boludeces que
preguntás..!
–¿Viste que cada tanto aparece el sol…? Pero ponete el lompa… Tenés piel de
gallina en todas las gambas…
–Si… Va a mejorar… Esta saliendo sol… ¡Qué asco ahora vestirse..!
–Dale.. Vestite y vamos a la moto que hay que dormir y esta noche tenemos que
venir y cosechar de una…
La miró vestirse: andar a los saltos sobre el pasto y la tierra húmedos y ponerse el
jean ajustado.
Viendo cómo fruncía la nariz y la boca haciendo gestos de repugnancia mientras
trataba de calzarse las botas con las medias mojadas, medio embarradas , volvió a
pensar, como un rato antes, “pobres las minas…”
Conocía la escena: es la del guardamarina en su primer visita de inspección al
sollado o a las barracas-dormitorio de los marineros conscriptos; es la del anunciante
privilegiado que en compañía del gordito director-heredero del diario hace una
recorrida por la redacción y la planta de rotativas y mira redactores, diagramadores,
operarios, muebles y máquinas y al cabo de cada uno de sus lentos pasos, controla que
la mirada de los hombres y el reflejo de su imagen en la superficie de cromados,
lustres y cristales corrobore su privilegio de pasar y mirar sin otra finalidad que
recorrer y ver, lo que sería –pensaba Wolff en ese instante– un aparente no-hacer: un
trabajo tanto mas eficaz cuanto mas se lo atribuya a la satisfacción de un capricho, o
al disfrute de un placer, y menos se advierta que un costoso trabajo de producción de
poder sobre los otros.
Promennade, pensó Wolff en ese número tan frecuentado en la suites de danzas.
Pavanne, pensó y se prometió que no debería morir hasta que algún melómano mejor
informado le explicase la diferencia entre una pavana y una promenade. ¿En las suites
de Bach hay promenades y pavanas? Es algo mas que tendría que saber antes de
morirme. –Pavanne, es la música de Padua, la padovana, pero saberlo no me libra de
pensar que debe ser la música mas adecuada para acompañar el pavoneo de lo fatuo–
se dijo, y volvió a recorrer con la mirada el contraste entre el público del bar,
pacientes, familiares, algún agente de publicidad médica reconocible por su traje y el
infaltable maletín de los repartidores de muestras grasis y pequeños sobornos al
personal medico, y el grupo de recién llegados, esos de guardapolvo que en la vereda,
parecían un grupo de estudiantes aplazados por una mesa de examen arbitraria, y
ahora, tomando posición en el bar, recuperaban el aura de expectante indiferencia que
ya habían aprendido a modular convirtiendo hasta las señales mas vulgares de
desprecio, en indicios de una resignada superioridad.
–Pobres pavos… –Dijo Wolff, como recitando un juego de palabras, y volvió a oír la
advertencia:
–Gil… Te pido por lo que mas quieras que no hagas mas forradas y no me hagás
pasar otro papapelón.
Notó que ella tenía los ojos húmedos: lágrimas oleosas, densas. Tal vez fuera la
droga –pensó– pero no tenía la mirada esquiva del dopado, y las pupilas, dilatadas, mas
que temor o amenaza a cualquier otro le sugerirían tristeza.
–Te prometo que no vas a tener ningún “papelón”… Pero… ¿Papelón no te parece
una palabra pelutoda..? –Quiso seguir, pero se volvió a un lado, para llamar la atención
del mozo. Sintió que bastaría un ademán de pedir la cuenta para convencerla de la
veracidad de su promesa y tranquilizarla definitivamente. Por ahí, esta idiota teme que
su “doctor” se haya pensado que soy el padre… O por ahí está caliente con el tipo y
hubiese preferido que no la vea conmigo… ¿Y si estuviese enamorada de su
“doctor”..? En cualquier caso, –pensó–, salvo que el médico sea un imbécil absoluto,
de una u otra manera, alguna vez debe haberla deseado. Preferiría dejar de ver los ojos
velados por esa película indefinible: el cálculo de posibilidades se multiplicaba
automáticamente, y cualquier alternativa que tratase de ponderar le producía la
misma sensación de algo que, mejor que ciertas palabras afines como “piedad” o
“ternura” que prefería no decirse, podía representarse con la imagen de los ojos
húmedos. Iba a decirle, en sucesión como si fuesen una frase, pero sin indicarle ni
explicar a que se referían, las palabras “ambarinos-untuosos-marronytransparentes”,
pero recordando su promesa de “caretear” se contuvo y al instante creyó percibir un
leve gesto de agradecimiento. “Caretear” sería una típica palabra de ella.
Se aceron de un lado el mozo, que sin anunciarse desplazaba pocillos y ceniceros
buscando el ticket con la cuenta de la registradora, y, frente a él, el hombre de
guardapolvos que palmeaba un hombro el antebrazo de Mariana y se inclinaba a
besarla en el pelo, en la sien.
–Doctor… El es Wolff.. –Se apresuró ella a presentarlo.
–¿Volf..? –Preguntaba Saúl.
–No.. –Dijo el y pronunció a la inglesa, –Wolf– agregando mientras se daban las
manos: –Doblevé y doble efe… Guillermo Wolff…
–Pero le dicen Gil –Interrumpió ella.
–A mi Salo… –Habló Saúl mirando a Mariana con una expresión que parecía
destinada a recordar que nadie es culpable de su nombre– Guillermo Wolff… Guillermo
Wolff –repitió– ¿No es el de Faros no…? –Ahora lo miraba a él, que asintió.
–Si.. –Dos años figuré en Faros, pero nunca tuve mucho que ver… Nunca nadie me
lo había hecho recordar…
–¿Que es faros? –Mariana parecía entusiasmada.
–Nada, una fundación chanta… –Habló Wolff y vio que el médico inclinaba la
cabeza: una manera de asentir, sin comprometerse…
–Gil esta infectado del virus de la guita…
–Nunca supe nada de Faros, pero me acordé de tu nombre –empezaba tutearlo–
porque cuando leí tu nota en el foro de exactas fui a comprar algo tuyo y no encontré
nada en ninguna librería… –Justificaba: –La verdad es que mucho no busqué..
–Es natural que no hayas encontrado, nunca publiqué nada…
–Tiene dos millones de libros…–Interrumpió ella.
–Pero… ¿Por qué se te ocurrió buscar..?
–Curiosidad… En exactas citabas a Jassman y aquí nunca nadie le había prestado
atención…
–Ni le van a prestar… Te aclaro que yo no escribí al foro, ni llegué a leerlo porque
nunca lo pude embocar en internet… Pensé que nadie lo miraría… Fue una cosa que
me pidieron y yo lo había hecho hacia mil años para una revista y les di la fotocopia…
–No sé de qué están hablando, pero por la cara de interés que pone éste –Mariana
señalaba a Wolff con un ademán del brazo– seguro que tiene que ver con plata…
–¿De que te ocupás vos? Sos abogado o empresario… –Diagnosticaba Saúl.
–No… Ocuparme no me ocupo de nada… Hago de todo un poco pero prácticamente
nada en especial…
–Yo leí a Jassman en Israel –pronunció la ere como vocal– Pensé que vos eras judío…
Después me dijeron que no… Uno que te conoce… Golder… El me dio la carpeta de
Faros… ¿Como fue que te interesaste en Jassmann?
–De puro pedo… Tenía que hacer un suplemento de salud en un diario y para no
aburrirme con las gacetillas… Los chivos… –aclaró– Incorporé una sesión de cultura… Y
revisando bibliográficas de una revista inglesa encontré un comentario, lo transcribí y
como después empezaron a preguntarme y algunos queríam polemizar tuve que
conseguir el libro y leérmelo… Era tan convincente que ahora estoy seguro de que no
debe tener razón…
–Conocés Ivan Illich…
–Si, claro… Mas convincente todavía… Otro que miré por encima… Pero… Que raro
un médico interesado en esta gente…
–No soy el único… Creo que hay dos o tres mas en Argentina… En Israel se le
prestaba mas atención porque era pacifista… Refractario a las ocupaciones…
–¿Pero estaba allí?
–No… Venía… –se corrigió y dijo:– Iba a dar cursos de otros temas… De derecho y
medicina… Yo tampoco se mucho del tema… Pero disculpen… Me senté… Y… Bueno…
¿Sabés que se suspendieron las consultas…?–Se dirigía a Mariana.
–No… ¿Por qué?
–Por una amenaza de bomba que ni siquiera se hizo…

Susi quiso saber qué querían los tipos. Tenía apretada en un puño la llave de
arranque de la XR y amenzó al Pichi diciendo que hasta que no le contase para que lo
llamaban los los tipos no le diría donde la habia escondido. Creyó que el Pichi
decubriría de entrada que la escondía en el puño, pero pensó que no se atrevería a
forcejear, ni a lastimarla. Era raro verlo buscando con tanta paciencia entre los yuyos,
en el costado de la vía y bajo la moto, en la guantera de auxilio y hasta en la boca del
caño de escape.
Venía camino a Varela desde la costa, y cuando estaban por subir para cruzar el
terraplén de las vías oyeron una sirenita –era una alarma de autos, contra robo– les
llamó la atención. El Pichi había hecho un rodeo con la moto y mirando a la costa,
vieron que entre las cañas, en un bajo que siempre solía estar inundado con agua
verde, había un furgón Mercedes y de alli había venido la sirena . Ahora, desde la
ventanilla, alguien hacia señales con un brazo, y en lugar la sirena se escuchaba una
bocina. El brazo, haciendo señal de que se acercaran, se movia al compás de la
sucesión de bocinzazos.
Despues, vieron que en el techo de la Mercedes se abría una una ventana de cristal
grueso, haciendole marco a la cabeza y el cuello del Trolo Arias, un ex de la brigada,
que habia desaparecido dos o tres veranos atrás. Gritaba:
–¡Pichi vení que te cuento lo que le pasó al tano de la inmobiliaria…!
El Pichi le preguntó a los gritos si estaba encajado y si necesitaba algo y el otro le
respondó con señales de brazo, que significaban que no, pero volvió a pedirle a gritos
que se acercara que le tenía que contar algo del de la inmobilia que seguro le iría a
interesar mucho. El Pichi dijo que estaban yendo medio apurados para Varela, que
venian empapados, que iban a cambiarse porque se habian metido en un zanjón,
cuando trataban de encontrar, siguiendo huellas, la F100 que le robaron de afanar al
gordo Urcado y que, lo del tano ya había salido en Crónica y en el diario el Sol, y en el
Dia de La Plata. Pero cuando desde el Mercedes le gritaron “Jodete… No vengas y el
que te te jodés sos vos”, se inclinó en el asiento y de un tacazo abrió la muleta de la
XR y le dijo a Susi que esperara un rato con el motor en marcha porque quería
averiguar en que mano rara andaba ese kobani.
Habría quedado mas tranquila, esperando, o practicando manejo de la XR sobre la
parte lisa del camino, si no hubiera notado que, antes de cruzar el cerquito de cañas
del borde de la vía, el Pichi se quitaba el cuchillo –su “cuchilio” como le decía al finito
que siempre llevaba dentro de una bota– y, desenvainado, lo escondía en la manga de
la campera.
Estuvo esperando con el motor en marcha cerca de diez minutos –dos Marlboros–
y, cada vez mas nerviosa, juró que no se subiría ala moto hasta que el Pichi le contase
lo que habló en el Furgón. Por eso apagó el motor y sacó la llave de contacto, que le
quedó apretada dentro del puño, casi sin darse cuenta.
“Mas que boluda, soy, porque el Pichi con la facilidad que tiene me va a inventar
cualquiera y yo se la voy a creer… Y si es algo malo y no me quiere contar, me mata a
cachetazos hasta que le haga aparecer la llave…”
Pero el Pichi no le pidió la llave ni le miró las manos. Se puso a buscarla como loco
por el pasto, el piso y en los recovecos del asiento, los guardabarros y la guantera de la
moto.
Despues, cuando ella se la dió sin decir nada, hablo él:
–Vamos a buscar ropa a la casilla, vamos al hotel y nos bañamos, nos cambiamos y
tranquilo te cuento todo… No era un furgon… Era una casa rodante Mercedes que vale
como cincuenta mil y adentro… Es impresionante… Adentro tienen una estación de
radio… Como una FM en serio, tienen compus, una de oficina con pantalla en colores y
una de esas de viaje… Y hay dos chabones con auriculares, dos tecnicos… Tienen un
transmisor que debe andar arrioba de los mil vatios… ¿Ves el cable del tren..? ¡Què
hijos de puta..! lo usan de antena y nadie se da cuenta y si algun chango los ve, por
que anda boludeando por los costados de la vía, piensa que es un fletero que se quedo
encajado, o un picnicquero de la costa que se levantó una mina y se escondió entre
las cañas para culear…
–¡Qué hijos de puta! –Decía, como con admiracón, pero, al mismo tiempo,
indignado.
Y cuando ya había enganchado la tercera y estaban sobre el asfalto volvio a decir
“hijos de puta” y Susi no supo si creer en lo que había contado y en la promesa de que
en el hotel le iría a contar todo bien, o si pensar, también ella, “que hijo de puta: que
bien sabe engrupirte…” ¿A que venía esa historia del changuito boludeando por el
costado de la vía que necesitaban hacerle creer que era uno que se encajó porque
habia ido a culear, si ella estaba preocupada porque lo vio metiendose el cuchillo en la
manga y porque, le pareció, habia estado un momento sin saber bien qué hacer, como
si estuviera desorientado o asustado..?

Saúl explicaba el episodio de la amenaza de un atentado. Contaba que un teléfono


había sonado y que, como nadie atendió y la llamada venía desde fuera del hospital
pensaron que era una amenaza de bomba…
–Y yo cagada de hambre por si me mandabas análisis… ¡Ahora me pido un tostado
y un Lemmon Pie..! Gil… ¿Me llamarías al mozo..?
Wolff no comprendía:
–¿De veras lo del teléfono..?
–Si… Una empleada subió a decir que cuando entró a la oficina de no se qué
administrativo estaba sonando el teléfono… Dice que dudó un minuto antes de atender
porque no le pareció correcto, porque podía algo privado del jefe, pero que después lo
pensó mejor y se animó, pero alcanzó a atender recién cuando el teléfono había dejado
de sonar…
Contaba Saúl que la mujer lo contó como si fuese una tragedia y que por eso un
jefe de servicio hizo llamara al Director al celular y el director, que no estaba en el
hospital dijo que hasta que terminasen deexaminar todas las salas y los lugares de
acceso público desalojaran a todos los visitantes y pacientes ambulatorios, y se
suspendiesen los servicios y las consultas…
–¿Quién es el director..? –Pregunto Wolff: tenía la hipótesis de que podía ser un judío
afectado por el microclima que, a meses del atentado, seguía padeciendo la
comunidad.
–Nadie… Un doctor Ramos Ratto… Un chanta dermatólogo… Hizo llamar al
Ministerio de Interior para que manden refuerzos policiales y técnicos en explosivos
porque un refractario andaba repartiendo papeles vegetarianos..
–¿Y al tipo lo metieron preso? –Preguntó Wolff anticipándose a la pregunta de
Mariana, tan curiosa como él respecto del desenlace del episodio de la sala de espera.
–No… Lo tienen ahí sentado en la biblioteca… Querían inyectarlo… Sedarlo como a
un psicótico… –Aclaró– Como si fuera un loco.
–¿Y no es un loco? –Preguntaba Mariana, dispuesta a discutir…
–No se puede saber… Pero en cualquier país del mundo civilizado, si a un tipo que
reparte volantes y que no permite que lo toquen lo medican con sedantes, al
responsable le suspenden la matrícula y le embargan cinco años de sueldo…
–¿Viste el volante vos..?
–Si… –Respondió Saúl a la pregunta de Wolff y corrigió:– No lo vi, pero leí un afiche
que debe decir lo mismo… Muy cuerdo no parece lo que dicen pero… ¡Por suerte no le
pegaron!
Wolff advirtió que prefería no hablar del tema, y poco después, cuando Mariana dejó
la mesa para ir al baño de mujeres, confirmó que habia eludido un tema que no debía
tratar en presencia de pacientes.

< /i >La chica dice que lo conoció ayer pero tamién dijo que vio que tenia dos
millones de libros en la casa. Es un cliente. ¿Dónde lo habrá enganchado? Parece un
abogado, o un negociante inmobiliario. Golder me lo había marcado como antisemita.
Se rió cuando le mencioné a Golder: ¿Le resultará un personaje gracioso? No muestra
el menor interés por el sida, ni por el hospital. Está recaliente con la pendeja. Le hablo
y me mira como si adivinara todo lo que pienso. ¿Será la clase de tipo que dice lo que
sabe que debe decir para interesarle al otro? No creo que argentina un servicio ocupe
a un tipo de este nivel en husmear hospitales amenazados por sectas de homeópatas
new agers. En Buenos Aires debe haber cinco tipos que oyeron hablar de Jassmann, y
uno o dos mas, en Córdoba o Rosario y justo uno de ellos se aparece en el hospital
acompañando a una paciente dudosa. Y no pregunta nada. ¿Como si supiera todo y ni
necesitase confirmar? ¿O como si nada le importase un carajo..?
–¿Es cierto que se conocen desde ayer? –Preguntó aprovechando la ausencia de
Mariana.
–Si… En realidad, de desde hoy…
–Y como la ves…. Digo.. ¿Como está, personalmente?
–Bien pero…
–¿Mucha droga..?
–Si… No se qué es poco y mucho pero a mí me parece mucho viendo lo que toma y
lo que habla, mas que lo toma…
–¿Te contó algo de las consultas..? ¿Te dijo por qué se atiende..?
–Si... Creo que es lo primero que me dijo…
–¿Pensás que está segura ella de estar..?
–Me parece que sí y que no le importa demasiado…
–Y ella no te… Disculpame si soy imprudente… –Pidió y preguntó:– ¿Por qué la
acompañaste…?
–No se… Me parece que ahí sale del baño… Te iba a contestar que, sí, que me
pidió.. Pero no... Al revés… En realidad diría que me arrastró con una historia de un
regalo…
–¿Terminaron de hablar de las “ciencias intactas..”? –Bromeaba ella al sentarse.
–No, estabámos hablando de drogadicción y de la cura de la mala educación de las
mujeres… –Dijo Wolff.
Ella fingió consultar a Saúl:
–¿Y de viejos que se babean por la guita no te dijo nada mi amigo?
–Le pregunté si te drogabas mucho…
–¿Y que dijo mi papito?
–Que no… Pero… ¡Vos recién tomaste!
–¡Bingo! ¡La erró el doctor! No tomé y me voy a pedir otro lemmon pie para
consolarme de que se me abrió el paquetito y se me desparramó por la cartera lo poco
que tenía y se me hizo un enchastre… Y esto me pasó porque Gil me mufa… Es el
típico tipo de viejo que trae yeta…
–Me preguntó por qué te había acompañado… y me acordé del taxista…
–Uy… ¡Los compacts..! ¡Que bochor..! El señor Faro me sacó de la cama para
hacerme comprar esto para vos… –Abrió la cartera, sacó el paquete y revisó la
superficie del papel de regalo…–Se empecinó en que te trajera estos…
Wolff jamás se lo habría preguntado, pero si alguien le hubiese preguntado si el
médico era el tipo de hombre capaz de enrojecer ante un regalo, o de contagiarse el
rubor de una mujer que vacila al entregarlo, habría respondido que no y que, en caso
de no tener mucha experiencia con ese tipo de escena, Saúl era el tipo de médico que
en tal caso se expresaría bajando la vista y demorando, o postergando para otro
momento la apertura del paquete.
Pero Saúl se ruborizó, y después de lo que Wolff imaginó era una mirada de control
hacia la mesa donde los residentes que se intercambiaban pliegos o secciones del
diario de la mañana, rasgó el papel y, entonces sí, bajó la vista.
–¡Papirosen…! ¡No lo puedo creer…! –Decía volviendo la caja del compact iddishes
del revés. Despues la miró a ella, miró los títulos de los temas y se inclinó sobre la
mesa. La había tomado a de los brazos. Sus dedos largos –no son manos de médico, se
dijo Wolff– rodeaban, a un lado la zona del brazo, casi al llegar al hombro izquierdo; al
otro, el antebrazo, cerca del codo, como palpando o auscultándole el tono muscular.
Ahora yo tendría que desaparecer por la parte lateral del escenario y dejarlos a
solas. –Se dijo Wolff, pensando:– Sería el final feliz de una película boba, pero,
tratándose de mí, mejor me aparto y voy al baño y tal vez, en un rato vuelvo a la mesa
y siguen cada uno en su lugar mirándose en una foto congelada…

< I >–Enana ahora sentí bien lo que te digo y anotate en el DNI los nombres que te
digo. Y si me llega a pasar algo se lo contás primero al gordo y te corrés desde ahí a lo
del abogado Catón. Copiá primero el número de la patente que termina en 750, es una
Mercedes Sprinter. Anotá ese, pe, printer. El Trolo Arias dice que los chabones de la
radio son de la presidencia, del SIDE y que están en una grosssa regrossa. Me dice
que me calaron la siembra, que la tienen marcada desde el día que llegué en la
Custom con la lata de leche Nido llena de semilla. Les saqué que la Mariana les vendió
el dato, si no era ella, entonces o eras vos y si no tenía que ser yo que salía
sonámbulo a batirles todo a los buchones de la Federal. El Trolo dice que ellos se
guardan lo del sembrado porque no le pagan sueldos para regalarles comidita a la
brigada ni a los provinciales. Me dice el Trolo “por el porro no te calentés Pichi levantá
las plantas ya ahora en estos días, encanutatelas para mas adelante y a su momento
hace la tuya”. Que haga la mía, pero que levante ya mismo ahora las plantas, y que
las encanute y me borre un tiempo. Escuchá: me ofrece que me vaya con una mina –
con vos– a una casa que se consiguen en Chapalmalal, en Mar del Plata, y que nos
quedemos ahí un tiempo mientras nos salen a buscar porque van a mandar la bola de
que me secuestraron. Después ellos nos avisan, tenemos que ir a un juez, vos tenés
que decir que yo me aparecí en un auto afanado, con barba, ropa de otros y lleno de
moretones y que te alcé de apuro y que no quise darte ni un minuto para armar la
mochila y que nos escondimos ahí, en esa casa de Mar de Plata. Decís que vos sabés
porque yo te lo dije que me había choreado el auto ese en un lavadero, –dicen que
ellos me lo van a dar ahí ellos mismos– pero que fue sin armas, a cara de perro y por,
porque venía escapándome de unos me tuvieron tres días atado con alambre a un
elástico de cama. Decile que viste que tenia cortado aquí en las muñecas de cada
mano, por hacer fuerza con los alambres. Que te conté eso y que cuando pude
aflojar y hacerles creer que seguía atado, me aguanté ahí, para recuperarme y
empezar a moverme de a poco, pero que en cuanto me asomo de la pieza los escucho
en la cocina hablando de cómo al día siguiente iban a hacerme la boleta, a
enterrarme. Después tengo que apuntar a los dueños de la casa que son los cuñados
del comisario Sabanes. Anotá Enana que te conté que eran los que hablaban de
hacerme la boleta y enterrarme eran los dos cuñados de Sabanes, los dos hermanos
que se llaman Rodrigue, drigue sin ese. Eso decís vos. Yo tengo que batir los nombres
de los de la brigada que estaban aquí y ahora están en el norte. Tengo que decir que
me apretaron para que los ayude en las mejicaneadas del Tigre y San Fernando, pero
que yo quería zafar y que el Trolo Arias me mostró un carnet de la Presidencia y me
hizo una reunión con un juez de Capìtal y un boga de ellos, de la presidencia:
Sigalevich, con ese, con la letra ese y ve corta. Acordate que tenés que decir que de un
tiempo a esta parte yo estaba cada día mas desesperado porque el boga y el juez no
me atendían en los teléfonos y que desde antes que me secuestraran vos me
escuchaste hablar desde muchos lugares y putear. Que yo te dije que era el comi Rossi
el que me quería boletear y que vos lo viste varias veces venir a buscarme y que yo las
primeras veces lo putié y que después yo le escapaba y el venía en patota con varios
pesados. Rossi, anotá, es el verdadero nombre de Calaza, el cana de barbita, que es
subco de la provincia. Te cuento todo: dice el trolo Arias que al tano lo boletearon dos
escapados de Batan, pero mandados por el Piero. Ahora te cuento el chiste: dice el
Trolo que a los dos de Batan los tienen cocinados dormidos en una sala del políclinico
de un sindicato, y que, si no juego yo para ellos, –¿entendés..? – que si no juego para
los del furgón Mercedes, para el Trolo, van a hacer que los dos escapados, cuando
lleguen al juez, me apunten a mí, y me carguen a mí la boleta del Tano en vez de al
Piero y que van a hacer que me sumen a eso todo lo que se me pueda echar encima
en los reconocimientos: mejicaneadas, el aprete del matarife, la siembra de la costa de
estos dos años mas toda la mierda que puedan revolver sacar de las cintas grabadas y
de los testigos que se consigan. Tienen cientos de horas de cintas grabadas. Escuchá
Enana y agarrate: tienen cintas de cosas que hablé con el gordo, con el cura, con el
barbeta Calaza –que es Rossi– y dicen que todas las grabó la Mariana… Pero fija que lo
del cura y lo del gordo no pudo ser la Mariana porque en esa época ella estaba en la
cooperativa de rehabilite y entonces fija que la que grabó o metió el micrófono fue la
evangélica que apretaba con el cura. ¿Ves como era..? La Mariana lo grababa al Piero
y pero le pasaba al Piero lo que grababa de mí, y de vos y yo. Y de paso, hacia
changas y metía micrófonos y grababa videos en la quinta de los dipus de La Plata. El
Piero lo grababa al tano de la inmobiliaria que le tomaba plata a interés y que por eso,
o por no pagar lo boletearon. La evangélica los grababa al cura y al gordo, todo iba a
ellos, a los del furgón –¿captás?– y los de la brigada ni el olor le sentían a todo lo que
pasaba en la propia zona de ellos. Todas las batidas van para el Trolo Arias, que si dice
que es de Presidencia puede que sea Presidencia o que trabaje para la Federal o en
una de esas agencias mayoristas que hoy laburan para una compañias de Seguro y el
Banco Central y mañana pueden laburar para la Ford o para una revista
norteamericana. Lo que no tiene vuelta, posta posta, es que el Trolo y los del Furgón y
con esos equipos de radio, y tanta paciencia de juntar boludez tras boludez y pagar
buchoneadas durante años sin usar nada ni molestar al que va por la suya, no es una
cosa que pueda hacer el chiquitaje. Es gente grossa, regrossa, posta que juegan en
primera. Hay otra regrossa: hoy viernes dicen que se abre el expediente del juzgado
que tiene lo de la boleta del tano de la inmobiliaria. Sentí esto: gilada mas gilada
menos, en el sumario salta que de lo del tano se alzaron mas de cien mill en efectivo,
cantidades industriales tarjetas de Visa y un lote de doscientas y pico de escrituras de
casas y terrenos que no existen. Pero las escrituras si que existen, son de verdad y son
los avales -las garantías- de plata que prestaron los bancos de La Plata, el Provincia y
alguno mas. Todo trucho: los pelpas, las casas, los terrenos, los campos y nombres de
los tipos que se llevaron el crédito: señor Mongo, Rongo y Poronogo, Magoya, la
Compañía del Pirulo , Va Fan Gulo eseerreele... Todo trucho. Lo único verdadero era la
guita que se llevaban de la ventanilla y se embolsaron. Un día un chabón en el banco
nota que no pagan, quiere cobrar y cuando manda a rematar un terreno de Quilmes
resulta que quedaba en el medio del río, o en el parque recreativo de Villa Lugano.
Puro aire todo y lo único que van a poder rematar son los papeluchos de las
hipotecas. Que no aparecen. ¿Entendéis? Yo tampoco entendía un carajo, pero te
explico ahora que hay tiempo: lo de Rossi, que es el barbeta Calaza, es una cosa. La
otra es la historia del mazo de escrituras verdaderas pero retruchas. Dicen que arriba
de todo –arriba, de ellos, en el gobierno, en el FMI o en algún lado arriba– pagan
cualquier cosa por el lote de escrituras. Cualquier cosa ha de ser un palo verde, un
documento nuevo con otro nombre pero verdadero, una nacionalidad del Uruguay…
–¿No te coparía ser Susi Artigas de Paisandú y que Washington Pereira Pichi,
residentes en las lomas de Peñarol..? El Trolo iba a hacer toda este teatro con el Piero,
pero de repente ayer el Piero se les retoba, dice que agarro miedo de que en el
camino se les manque un pesado, se va el ministro, el capo de los servís cambia de
idea o se muere, o se raya un juez y que él, que ponía el rostro va en cana como un
pajarito. El Piero arruga con la idea de ir en cana primero y fundamental porque
siempre fue batidor y, porque tiene antecentes rejodidos de violación y de menores y a
tipos así, en cuanto llegan adentro primero se lo cojen todos después se lo tiran a los
que ayudó a mandar adentro para que lo corten en pedacitos, segundo, porque lo que
le pueda dar el juez se lo suman a lo que tenía de antes y no excarcelable. Yo si porque
estoy limpito como lechón de la rural, sin antecedentes y soy excarcelable, además, yo
adentro, donde sea que caiga y haya chorrerío y pesada soy ser Gardel. Te explico: el
Piero pierde porque le falta la segunda parte. El dijo que dice que se alzó con las
doscientas y pico escrituras truchas pero ciertas cuando los escapados de Batan
boletearon al tano y dice que las tiene encanutadas en una escribanía, pero no tiene
nada porque a él las levanté yo con la Mariana y dos cadetes de la escuela de la
montada. Los cadetes nos llevaron al fifadero que usaban con el Piero para que les
cuidemos la salida, de puro maricones y cagones que son, pero nos metimos con ellos
y ellos desesperados buscando yerba, pastillas y videos de putos con nenitos y cuanta
cosa para degenerados había a mano. Yo, mientras, buscaba tarjetas Visa, fierros y
papeles de banco y me encuentro el lote de escrituras pensando de que eran papeles
de cosas que se compraba él. ¡Qué cantidad de se guita hizo!, pensé ahí, pero
después vi que eran todas cosas de gente desconocida, uno que otro apellido famoso y
muchos nombre de coreanos, polacos, y marcas de fábricas de mala muerte. Sabés
que los de la Mercedes tienen grabada la vez que vos y yo pelamos y te dije que a mi
me chupa un huevo ir preso… Tienen grabado un cacho de aquella vez que mi dijiste
que los evangélicos compraban los fetos de los abortos de la clínica de Lanowsky y que
ponían redes de pescar en las cloacas de la Partera María Moreno para sacar mas fetos
¿y podés creer que el Trolo, que no es un gil cualquiera que antes que lo sacaran
todos decían que era el mejor poli que tuvo la provincial, se lo creyó de una y ni se le
cruzó pensar que me estabas diciendo lo que soñaste la otra noche..? Vos ni hables de
eso, dejemoslós que sigan creídos así cuando terminen esta opereta de los comisarios
y las escrituras se metan a espiar evangélicos buscando tráfico tejidos humanos y de
órganos… ¡Organos eléctricos Yamaha van a encontrarles..! Dicen que en el peor de
los casos me guardan en un penal de Capital, Caseros o Devoto y que me sueltan en
menos de dos meses. Ponele que sean seis meses, o dos años. O menos. Ya alguna
vuelta le vamos a encontrar. Boluda: ¿Rompías los huevos con que querías a pasar una
semana a Mar del Plata..? Anotá todo y depués copiátelo en un lugar que nadie mas lo
sepa. Ahora vamos primero a avisar al cura lo de la evangélica botona, después vamos
al shopping de Varela a comprar un grabadorcito con dos cassetes y nos bañamos, nos
cambiamos, yo grabo todo lo que yo sé y lo que ni el Trolo Arias se enterará en su puta
vida y mientras nos hacemos traer algo de comer ponemos a copiar la cinta. Dejamos
la cinta y el grabador a los serenos que son de fierro, y la copia de la cinta la
encanutamos en un lugar que nadie mas que vos y yo lo va a saber. Yo, vos y nadie
mas: ni el gordo ni el cura. ¿Que día cumplo? ¡No te olvides! Quince de julio es 15 del
7. Acordate 157 dos veces uno cinco siete uno cinco siete. Es la combinación del
candado del vestuario del Sporting. Las cuotas del club y del ropero del vestuario
están pagadas hasta octubre del año que viene. Acordate, es el único armario con
candado de combinación grande, color plateado, de seis números. En el armario está la
bolsa azul de Nike con las escrituras truchas del tano. Como él se la choreó al tano, sin
saber, yo igual se las levanté a él sin saber que mierda eran, y me las guardé puro
dañino. Raro: son truchas porque no existen ni los lugares ni los dueños, pero son
verdaderas porque figuran en los registros de la provincia y hasta pagan los impuestos
al día. Pero sigo sin tragarme que el Piero haya tenido bolas, Susi, para hacerle la
boleta al tano. Seguro que fueron los escapados de Batan, dopados, que de puro locos
lo degollaron… O la yuta misma, para llevarse la mosca y hacer mérito: ya que tenían
resuelto un caso de robo, con los chorros adentro y todas las pruebas, agarran al tano,
lo boletean, y aparece que resolvieron un crimen misterioso y ligan otro ascenso.
Repetime los nombres. ¿El nombre del barbeta de la provincial? ¿El número de la
casilla del Sporting? Ojo Enana que ahí vos no podés entrar, porque es vestuario de
hombres solos, así que vas al Sporting y le pedís a un cuidador, o al profesor de basket
o al mozo del buffet que suba a los vestuarios. O te llevas al cura. Decís que son cosas
de tu familia, en una bolsa, que son los papeles de la jubilación, los recibos de rentas y
aguas corrientes, o lo que sea y que yo te las saque para cuidarlos por una inundación
del el año anterior. Te van a creer y mas si te vieron llegar con una vieja de cuarenta y
un cura. ¿Tenés bien anotado el numero de la chapa del furgón del Trolo? ¿Desde
donde vamos a decir que yo llamaba al juez Falco y al boga Conti y vos me escuchabas
putear a las secretarias porque nunca me querían atender? Acordate esto para
siempre Susi: todo lo que se habla, se habla despacio y en campo abierto, aquí en el
medio del campo, o en el baño del telo con la ducha al mango. Siempre segura de que
no hayan embutido cablecitos, micrófonos ni nada que pueda parecer eléctrico, o de
radio o medio raro.

< /i >Había salido del baño con el plan de espiarlos, pero en la mesa ya no
representaban el final romántico de la película de paciente y el doctor. Se acercó al
teléfono: no tenía fichas, tarjeta magnética, ni monedas y aunque tampoco tenía a
quien llamar, tomó el tubo, y se quedó allí fingiendo esperar una comunicación
mientras miraba hacia el salón, y a través de sus ventanas, mirando la calle del
hospital. Quedaban grupos de pacientes frente a la entrada principal. Mas allá, algunas
de hombres tomaban sol sentados en los macetones del jardín. Simulando la postura
de quien espera ser atendido e insiste en discar una y otra vez, controlaba por el
espejo de la barra la escena de su mesa: tendido hacia atrás, Saúl miraba la caja de un
compact. La alejaba de su cara, como un viejo afectado de presbicia que intenta
descifrar los caracteres nublados de un libro. Mariana se apoyaba en los codos,
mirándolo y, –casi seguramente–, hablándole. Una de guardapolvos se había acercado
a ellos y desde su puesto frente al teléfono, Wolff notó que no habían advertido su
presencia. Vista a unos nueve metros de distancia, nada permitía descartar que la
mujer estuviera sintiendo algo semejante a lo que sintió poco antes de dejar la mesa:
una vaga ternura sustituyendo emociones mas nítidas como la competencia, la envidia,
los celos o a la mezcla de todas ellas potenciándose mutuamente. Esto no era una
fantasía suya, mera proyección de sus sentimientos sobre la intimidad de la pobre
mujer de guardapolvo, en cambio estaba convencido de que Saúl despertaba en esa
mujer una atracción parecida a la que Mariana había reconocido sentir por su doctor.
–¿Lo reconoció ella o yo por una especie rara de celos, lo di por sentado? –dudaba
Wolff. Pero no es celos esto, se dijo. La deseo ahora igual que antes de su escena de
rubor-amor-adoración, y, soy ahora tan capaz de prescindir de ella y de olvidarla como
hacía un par de horas. Pero esa doctorcita con su cara de gorda redimida, tiene una
forma de cola y una cadera de cadera materno-semítica que me calienta tanto como
cualquiera de los movimientos y los tonos de voz de esta negrita divinizada por su
locura.
–Disculpemé, doctora. No se su nombre ni su especialidad, pero le doy mi palabra
de caballero que usted me inspira un sentimiento que me impulsa a chuparla toda con
absoluta devoción. En cambio, esa que ve ahí seduciendo a su colega, o su novio,
solamente me produce hambre y sed. A ella le chuparía todo y le lamería y mordería
todo, pero no por deseo ni devoción sino por mi deseo comer algo interno de ella, y
por la sed que me despiertan sus líquidos mas recónditos. No se si me comprende.
¿Cual era su especialidad..? ¡Radióloga! Lo siento. Espero que no interprete mal mi
confesión doctora: ni sus radiaciones ni la de esa pelirroja teñida que desespera
seduciendo a su colega, me inspiran sentimiento ni deseo alguno.
Camino a la mesa, reía Wolff despreocupado por determinar si se reía de sí mismo,
de su ocurrencia, o de lo que era capaz de hacer y que por pereza no se atrevía a
intentar, o por la infelicidad donde había terminado empantanando su vida.
En ese camino de unos pocos metros vio médicos, algunos estudiantes, hombres
atildados con maletines , un plausible vecino del hospital, que vestido de entrecasa
desayunaba hojeando los avisos clasificados de Clarín, y personas que, con toda
probabilidad, debían ser pacientes ambulatorios del hospital, familiares y
acompañantes.
En el breve trayecto volvió a pensar en la infelicidad y como para aventar esa
noción, recordando su cheque de cuarenta y cinco mil dólares cacheó el bolsillo interior
de la campera: ni el sentimiento, ni la palabra “infelicidad” con que intentó referirlo,
terminaban de disiparse. Al llegar a la mesa seguía riendo, ahora a causa del recuerdo
de la expresión de asombro y censura, que no pudo disimular el médico cuando lo oyó
decir que él “no se ocupaba de nada”.
–Hasta al judío mas cabal y atinado del mundo, –se dijo– le basta un instante de
ejercicio de la medicina, para sentir a quien no tiene una categoría ocupacional
apañada por un rango jurídico, obtenida un humillante procedimiento de prueba e
iniciaciones, y corroborada por una larga práctica de emulación e imitaciones y por un
lugar en el escalafón administrativo del dolor y la muerte, es un hombre parcial, como
esos cerebros de cuadraplejicos desconectados de su cuerpo, que se comunican en
morse con parpadeos o movimientos de la lengua, o como esos pacientes terminales
que viven a expensas de un pulmotor y una bomba de circulación extracorporea, que,
en sus momentos de lucidez, imaginan milagros sin saber que cerca suyo los
especialistas concertan con sus familiares los detalles éticos, legales, médicos y
patrimoniales que definirán la oportunidad de suspender el servicio de alimentación
por goteo parenteral de suero.

Saúl presentó a la doctora. Escuchó el nombre. Habló:


–Cecilia… ¡Que buen nombre..! Yo pensaba que todas las doctoras se llamaban
Florencias, Virginias y Alejandras…
–Saúl la llama Feiguele… –Se burlaba Mariana.
–También es un nombre musical: “pajarita” debe significar. Sentate y ocupá mi
lugar y yo me hago traer una silla.
Le volvió la espalda. A distancia, pidió por señas la autorización del mozo para
agregarla al lado de la mesa que invadía el camino entre la entrada y la barra. En el
borde de su campo visual, vagos movimientos de algo blanco a la altura de su hombro,
indicaban que la doctora ya se sentaba frente a Mariana, a la derecha de Saúl: había
obedecido. Pero sentía resonar sus ultimas palabras y se amplificaba el efecto ridículo
que pudieron causar las fórmulas “nombre musical”, “buen nombre”, “me haré traer
una silla”.
–Yo mascullando frases de sesenton afeminado. Yo un Manucho que sobrepasa el
límite del rococó regodeándose morosa y largamente en el mismo penoso artificio
retórico. Yo, Gil. –Se dijo y pensó: –debo sentarme, debo callar, debo escucharlos, o, de
lo contrario calzase un monóculo como el de Manuel Mujica para observarlos a través
de un cristal que los magnifique al tiempo que los reflejos del cristal y su marco de
plata siempre al alcance mi vista, me recuerden permanentemente la decrepitud de mi
cuerpo y mi alma, y el lugar ridículo que ocupa una edad y de una clase de hombre
que se resiste a la infelicidad que él mismo tejiera durante cinco décadas de sueños
equivocados: imágenes de biógrafo y teatro que ni siquiera fueron originariamente
suyos.
Saúl no terminaba de agradecer los dos compactos. Ahora, dirigiéndose a él,
comentaba que había escuchado a Abitsbol en grabaciones alemanas u holandesas y
que el chamamé, por alguna razón que compartía con el choro brasileño era la forma
musical mas cercana al klezm, y que su padre solía tararear “Papirosen”, contando que
era la canción preferida de su propio padre, el abuelo. Sin apartar su mirada del dorso
la caja de acrílico del compact, decía Saúl que, por ese motivo, pero por algo mas que
no entendía bien, “Papirosen” seguía siendo el tema musical que mas lo conmovía.
–Como un himno –decía– como el himno… Y explicaba que muchos años después de
la escuela y al cabo de cinco años lejos del país, escuchó por azar el himno argentino
cantado por Charly García. Después hablo del himno de Israel. “La canción de Israel”.
Había dicho “canción” y pronunció Israel, con erre y tarareó “jkoifte jjo¡koifte
papirosen…” pero la Vogelein necesitó interrumpir, para preguntar a Wolff :
–¿Vos sos también Id..?
–No… Apenas un poquito goi… Mezcla de inglés, alemán, italiano con la peor clase
media argentina..
–¿Sos médico…?–Lo preguntaba descartando de antemano cualquier otra
explicación de por qué Saúl compartía la mesa con ese tipo de viejo.
–No… Ni siquiera paciente… – Respondió pensando, otra vez, en el monóculo de
Mujica.
–Hubiese jugado mi sueldo a que eras analista…–Dijo ella.
“Monóculos”, ”rojas boinas”, “moños asís”, “bigotazos Viñas”, “melenas
macedónicas” pensaba o se representaba Wolff al responder, buscando con un ademán
el testimonio de veracidad de Mariana:
–Soy analista a veces.. Otras veces vaginista, pero a causa de la edad , las mas
veces tiendo a operar como una suerte de oralista… ¿Cual es tu especialidad..?
–Intensiva…
–Hubiera apostado varios sueldos a que eras intensa, pero, pero bueno, no estuve
tan equivocado…
Saúl reía provocando, con su risa la admiración de Mariana por lo que en cualquier
otra situación seguramente hubiese calificado como “otra payasada”. En cambio la
intensiva ocultaba cualquier emoción: no estaba dispuesta a sentir o pensar algo sobre
alguien de quien, por ignorar profesión, ramo, rango y rumbo se resistía a cualquier
diagnóstico e impedía el uso de los criterios fundamentales para una objetiva tasación
de su lugar relativo en el mercado de mercancía humanas. Se joderá, se dijo Wolff, y se
volvió hacia Mariana:
–Mariana, supónte que tu barco naufraga y has de pasar una semana en la playa
desierta con un médico… ¿Que especialidad elegirías, un analista o un intensivo?
–Ninguno de los dos. Elegiría un dietista para aprovechar la semana y bajar unos
kilos…
–Y vos … ¿Que especialidad elegirías..?
–Igual que ella, un dietista, pero yo lo elegiría joven… –Respondió Cecilia y, como en
un juego de salón, decretó que era el turno de Saúl y adecuó los términos del test:
–¿Y vos Ingele…? Si te toca quedarte solo en la isla con una médica… ¿Que
especialidad te gustaría mas..?
Saúl demoró su respuesta. Wolff imaginó que estaría pensando seriamente en un
organigrama de prácticas profesionales: entre tantas especialidad que debe regular en
el nomenclador de la Secretaria de Salud del Ministerio de Acción Social y
Iatrocrímenes, muchas han de prestarse a un chiste, pero hay que tener algún
adiestramiento para cubrir la lista con un vistazo y encontrar el efecto de gracia
adecuado al momento. Tal vez, pensaba Wolff, este ruso es demasiado inteligente, o
demasiado sobrio, como para apelar a esa destreza. En efecto, Saúl desestimaba el
test y habló dirigiéndose a él:
–¿Te analizaste alguna vez? A mí jamas se hubiera ocurrido, pero hace unos días,
pensé que si hubiera un analista de buena fe, pagaría por discutir sus interpretaciones
sobre mí… ¿Creés que habrá un analista de buena fe?
–Supe de alguno, que murió. Si hubiera uno, creo que hoy estaría trabajando de
otra cosa… Ahora me acuerdo… Conozco uno que, no se si sería de buena fe o de mala
leche, pero es inteligente, que ahora tiene un haras de caballos de carreras… Ah… Y
hay otro que se enganchó en la diplomacia y ahora escribe libritos de historia
desmitificando a los próceres… ¿Oíste hablar de Sebrelli? –Dijo.
Saúl decía que sí, pero que no sabía nada de él y que nunca había tenido
oportunidad de leerlo y Wolff le confesó que él tampoco, pero que estaba seguro de
que no habían perdido demasiado. Después siguió hablando de los analistas que, por
buena fe, cambian de rubro y explicó el caso del diplomático:
–Hace como Sebrellli: pero en pasado perfecto. Cuenta cosas de próceres con
detalles que cualquier historiador debe saber, pero que ningún historiador publicaría
por pudor, respeto o porque son trivialidades que no hacen a su trabajo….
Llamemosló… ¡Científico!
–Qué buena idea… –Casi a un tiempo y casi con las mismas palabras, los dos
médicos se asombraban de que a nadie se le hubiera ocurrido la misma idea antes.
Mariana, en cambio, parecía dedicada a “tasar” a su modo, los valores de los dos
hombres, midiéndolos según el reflejo que la opinión o los dichos de cada uno
producía en el otro, y, solo a intervalos vigilaba las expresiones de la médica.
Algo había sucedido, pero desde el test de los especialistas náufragos, había
desaparecido el fantasma de la boina roja y el monóculo. La médica, sin caer en la
obscena manifestación de sentimientos, parecía ahora mas interesada. Saúl, por
momentos, recuperaba una alegría idéntica a la que le habían visto antes, cuando
llegaba al bar diferenciándose de los agobiados residentes e internos. Mariana volvía a
hablar, esta vez, sin manifestar antagonismo con la médica, y hasta con un probable
orgullo de sentirse representándola:
–Perdonenmé… –miró a todos mientras decía: –Pero yo soy una chica humilde de
Florencio Varela, del lado bueno del ferrocarril, pero igual, de Varela: el fango. Quisiera
que me digan, para ustedes dos, ¿que mierda significa para “la buena fe”?
Después, como para justificar su curiosidad, comentó que en Madariaga, la
mercería de la entrada del pueblo se llamaba “La Buena Fe”.
–Debe tener cien años… Es una garcha, una chotada… Roñosa, de techo alto,
descascarada… Del tiempo del choto…
Wolff sintió que quería provocar un certamen y pensó que si tuviesen facultades
telepáticas, le gustaría concertar con Saúl una serie de reglas acordando que quien
definiera mejor la noción de buena fe se adueñaría de la chica para con ella lo que
quisiera. En mi caso –pensó– la haría esclava para decapitarla y entregar su cabeza a
los médicos, su pelo a la doctora intensiva, y sus órganos a los caníbales que pueda
encontrar en los foros de discusión porno de la Internet. Con el doctor tendríamos que
estipular que no vale una definición de “buena fe” que no alcance a explicar por qué la
mercería de Madariaga ha llegado a semejante estado de degradación arquitectónica.
Me gustaría someter esta idea al juicio de Saúl. Pero aunque se miran mal, y se
desprecien por mil razones estas dos putas funcionan sincronizadamente, sinérgicas
putas, y por muchos miles de motivos imponderables, se respetan y se vigilan de modo
que no tenemos ni una probabilidad en mil de que se vayan juntas a mear o a pintarse
y nos dejen un minuto a solas al ruso y yo. Si él se fuera a mear, o a hacer llamados
por teléfono, yo iría detrás y en un minuto le comento esto.
Él también preferiría decirme algo más a solas, pero seguramente debe ser un
comentario sobre la enfermedad, sobre aquel artículo del rabino jurista que ni me
acuerdo que afirmaba y que negaba sobre sus delirios dietético teológicos, o alguna
novedad aparecida en la internet sobre 9epidemiología de los retrovirus humanos y la
redención de reputas drogadas y mierdadictas.

< I >–Gordo… Se pudrió todo y yo me borro por unos días… ¿Dónde tenés metido
el gomón? Buscalo hoy mismo. En el bolsillo donde están las cosas de pescar, mas
abajo, está una funda impermeable de los equipos de radio. Adentro hay un fajo de
billetes de cien dólares. Me parece que son treinta o treinta dos mil. Son de nosotros.
Yo los miré y no hay marcas y los números son todos salteados. Hay algunos de los
nuevos, los que tienen la cara grande y mas blanco adentro… Igual hay que pasarlos
de a poco y con gente de confianza. Son de nosotros, ¿Sabés para qué? Para comprar
cosas por derecha. La XR, la Chevy, el Gomón, y, acordate, las dos Maverick y la
Winchester de tiro con mira láser que fané en Wilde, todo eso descartalo… Se compra
nuevo, por derecha, lo que se pueda conseguir… Después te hago acercar mas plata…
¿Te acordás que decías del Trolo Arias que se había pirado de la brigada y todo lo
demás…? No se piró. Se les dio vuelta y labura para La Capital… Dice que para la
presidencia así que puede ser que sea para Ejercito o para cualquier servis o lo que
sea… Estuvo todo el tiempo anotándonos todo… Te tienen anotado y hasta tienen las
listas de lo tenemos y de lo que podemos tener… Te tienen grabado… En el taller, aquí,
te tienen grabado y tienen lo que hablaste en tu casa… Me juego las pelotas que la
que te grabó en tu casa o es la evangélica que iba a hacerle el verso a tu mujer, o la
sierva que venía del barrio de las casillas… De lo del taller me queda una espina…
¿Seremos tan boludos que nos dejamos meter grabadores o micrófonos por cualquiera
que viene a traer un cigüeñal fanado o a cambiar las pastillas de freno…? Los treinta
mil son de nosotros, de todos, pero hagamos que son tuyo y mío y si la gente
pregunta de donde salieron decí que es guita que sobró del MODIN, de la interna, de
local que por suerte no nos metimos. Hacé de cuenta de que nos dieron licencia por
una temporada pero que después nos van a venir a bailar… Si no nos encuentra nada,
ni siquiera una llanta de camión afanada, todas las cintas de grabador y las
buchoneadas que estuvieron juntando se las van a tener que meter en el culo… Cada
vez que aparezca la yuta con cosas raras, hay que decirles todo que sí, pero no
quedarse pegados… Guita sí, gauchadas sí, pero no agarrar nada de ellos y dejar que
hablen ellos, pero no hablar… Somos unos boludos… Mañana yo no voy a la práctica
pero mañana, yo, si fuera vos, les pasaría revista uno por uno… Averiguar si tienen
cosas anotadas que les quedaron de antes y convencerlos de que rompan todo: datos,
direcciones, relevamientos, que tiueren todo a la mierda… Guita para hacer todo de
nuevo pero bien, ya vas a ver, nos va a sobrar… En cuanto vuelva yo a aparecer, vas a
ver que aparezco con un palo verde para empezar a hacer todo bien y prolijo… Cuando
aparezca, paso de largo y si no veo el rastrojero puesto de frente en la banquina,
quiere decir que olfateás algo raro y que mejor vuelva otro día… Si tengo noticias para
darte te las va a traer la Susi. Che de tardecita, dejame la llave de la F100 en el cartel
de la gomería. Mandala a buscar mañana a mediodía, te le la voy a dejar en el
lavadero de la Shell de Varela. Lavado completo y engrase, te lo dejo pago… La
necesito para mover unas cosas en Plátanos… Cosas… Cosas mías… De paso le digo
chau a la Ford porque cuando vuelva a pasar seguro que ya la habrás hecho
desaparecer… ¿No..?

< /i >–No miedo, Pichi… Miedo no: presentimiento… Es como que nunca te vi así
raro como cuando te vi que no sabías que hacer y saltaste de la moto y te quedaste
duro, sin saber que hacer, como asustado… Me acuerdo todo, el número, los nombres,
todo… Poro vos lo decís de un modo y después tengo que hacerlo yo… ¡Yo sola..! Y vos:
¿Donde va a estar..? Y… ¿Si sale todo diferente? ¿Si no sale todo como decís vos que va
a pasar..?

En la mesa, Mariana volvía a reclamar que explicaran que significa de “buena fe”.
La mercería de Madariaga estaba cerca del camino a Pinamar era uno de los primeros
negocios de la calle principal del pueblo. Una vez bajó allí para comprar hilos de bordar
para arreglar una campera. Otra vez por la misma calle allí porque la habían invitado a
comer en un club de tenis y se acordó de la vieja que le vendió los hilos. Era de techo
alto, piso de listones de madera renegrida, debía ser y que era de la época de Rosas, o
por lo menos de antes de la época de Perón. Adentro había olor a sótano.
–¿Vieron las casas de hace treinta años, que tiene hueco abajo de los pisos y se
siente que de ahí sube como un olor a polvo o a húmedo? –Preguntaba.
La médica se apresuró a negar, mirando a Saúl que tampoco parecía haber
comprendido la pregunta y consultaba a Wolff con un parpadeo y una seña de truco:
as de bastos. Después habló respondiendo la pregunta anterior, y sin referirse a los
pisos antiguos:
–En una película francesa la mina decía de buena fe era tener fe en que las otra
personas son buenas …
–En cuál –pregunto Wolff…
–Creo que en Hiroshima o en una francesa de esa época…
–Es una buena definición… –Hablaba Wolff para las dos mujeres–¿Cuando dicen que
alguien obra de buena fe no tienen la impresión de que quieren decir que no dice
mentiras y qué es inocente?
Mariana negó y la doctora tomó su partido; argumentaba que, en esta época,
jamás se oye que alguien diga de otro que otro que “actúa” de “buena fe”…
–Son cosas que uno sabe porque se escuchan en películas argentinas viejas, o en
los libros de la primaria… –Decía.
–Yo lo dije recién… –Se defendió Saúl.
–Mentira… –dijo la intensiva y juró recordar que había dicho “si hubiera”.
–Yo dije “si encontrara” –Dijo Saúl y emitió un soplido, como señal de hartazgo ante
una discusión inútil. Como sucede en estos casos, su intervención tuvo un efecto
inverso al perseguido. Alzando la voz, la intensiva le reprochó:
–Pero: ¿No ves que es exactamente lo mismo schmog? ¿No ves que “si encontraría”
quiere decir “si hubiera” porque si hubiera eso, no lo ibas a encontrar..? –Parecía
encantada con su réplica.
–Mariana… –Habló Wolff– Te lo traduzco porque sos de Varela: presta atención
porque “schmog” no significa médico en hebreo, quiere decir “pelotudo” en polaco… –Y
volviéndose hacia la intensiva, le pidió que fuera mas comprensiva: –Pobre Mariana…
En Varela ya inauguraron el primer Carrefour… Pero todavía no les pusieron
sinagogas…
–¡Ni falta que nos hace..!
–Pero tienen unidades básicas… Así que decile a tu doctor lo que decía Perón sobre
le mentira…
–Lo dijiste vos esta mañana en tu casa y ya me lo olvidé… ¡Decilo vos giludo!
–No te olvidaste de nada de lo que pasó en casa… Pero decía Perón, citando a
Frege, que “se puede decir una mentira, pero no es posible hacer una mentira”
–¡A Frege! Se sorprendió Saúl… ¿En serio, a Fregue..?
–Sí, a Fregue y a miles que dijeron lo mismo de allí en mas y vaya a saber a quién
más que pudo haberlo dicho antes de esa manera o de algún modo parecido… Pero eso
digo yo… Quien sabe Perón por citaba a algo que leyó o a algo que le escribieron para
adornarle los discursos…
–Hablando en serio… –Wolff percibió que Saúl se dirigía exclusivamente a él y para
atenuar el efecto de segregación que podía desencantar a las mujeres y dejarlos sin
público, extendió los brazos, y tomándolas del hombro atrajo a cada una hacia él como
para figurar una audiencia atenta, mientras Saúl, con un aire de seriedad, decía, que
no era el momento mas adecuado para discutirlo, pero que, si alguien pudiera definir
bien los que es “decir” y lo que puede ser “hacer”, y pudiera acordar una definición
precisa de “verdad” y de ”mentira” –afirmaba que estaba seguro de eso era posible– y
se haría posible encontrar algo que, a pesar de Perón y de Frege, se reconozca como
ejemplo del acto de “hacer una mentira”.
–Oigan chicas… Escuchenló con atención, porque el doctor Zidovulina se está
refiriendo a la tesis o la parábola de Frog, de Quique Frog, el padre de la estrellita de
la tele… Quique dice que la maqueta del Titanic no es un barco y que lo que la gente
cree un barco en el cine, es un barco falso… Pero agrega que, por esa misma razón,
puesto que la pobre gente va al cine para ver el barco falso como si fuese un barco
verdadero, no se tata de una “mentira hecha” sino de un acto industrial y colectivo de
construcción de un verdadero falso barco. Eso, dice, es lo que pretende el proyectista,
pero lo que se proyecta en la pantalla, no es nada hecho ni dicho, ni es un barco ni una
palabra ni nada que pueda ser verdadero o falso… ¿Se comprende..? ¿Vos Saúl?
¿Ustedes me entendieron?
–Nada… Yo no entendí ni un pomo… –Dijo Mariana, mientras consultaba a Saúl con
movimientos de cejas y miradas que el respondió inclinando su cabeza a un lado y, sin
volverla a la posición central, flexionando el cuello hasta casi apoyar la mandíbula
sobre el pliegue del hombro de su guardapolvo.
–Eso es un puro galimatías… –Dijo Cecilia, que ahora miraba a Wolff, y registraba la
complacencia de quien no espera otra cosa de ella.
–Por ahí lo expresé mal –hablaba para ella mirándole los pechos desde arriba,
cargando el peso de su brazo sobre el cuello y acariciando un pliegue de tela que
figurando un galón militar decoraba su guardapolvos– Esta mal pero no solo es culpa
mía… Quique Frog es un tipo esencialmente confuso, un poco por esa astucia que le
dio fama de profundo a fuerza de empelotar las frases, y otro poco por el reviente…
Porque él es como ustedes dos…–Alzo los brazos apartándolas y con las manos libres
señalaba la sienes de las mujeres al decirles:– Igual que ustedes dos, Frog es un drogón
de quien nunca se sabe si no puede hacerse entender porque está dopado, o si su
razonamiento y su sintaxis fallan porque no tomó la dosis indispensable para completar
su pensamiento, o porque, drogado o carenciado, tanta basura metida durante décadas
en su cerebro acabó por obstruir irreversiblemente los circuitos nerviosos que detectan
el sinsentido y detienen el pensamiento antes de que produzca el temible efecto de
absurdo en su interlocutor.
–Es la palabra de Jesús… Ha hablado el pastor Wolff… El era… El era …. –Mariana
imitaba con destreza la voz y los acentos de un predicador bíblico– El era un pecador,
un pecador, sin amor, reducido a lo peor por la soberbia y la lujuria que lo cercaban
como en un circulo viciosol Narcisita, onanista, falopista y materlista y mal ahorrista
que libidinalmente y lidinosamente debilitado unilaterales solitarios vicios,
bárbaramente babeáse y barbarizábase contrito en la mas dolorosa adoración de un
dorado dinero que jamas habría de pertencerle hasta Jesús apareció en su camino y
no el Jesús de la cruz, sino el de la palabra verdadera y la parábola evangélica, y hablo
en parábola y le dijo en para bola que… –Hizo un intervalo y repitió:– Jesús se anunció
a Wolff en parábolas pues para boludos ya había demasiadas cosas en esta tierra, y le
dijo “Gil, córtala con la sumisión al vil becerro de la convertibilidad del ser” Y lo dijo
Jesús, y lo dijo en parábola y en la palabra del profeta que lo antecede en la escritura
si hombre has nacido hombre será y no será mujer sino has nacido tal, y los travestis
arderán en la cruz forma la calle Godoy Cruz con Santa Fe y que nunca encontraría la
buena fe en su camino de putañero porque si naces de bestia de pezuña tendrás
pezuña y si naces de animal que rasguña rasguñarás y jamas nacerás antes de nacer
ni tendrás ser cuando no seas, y no te mojarás si no te meas y solo la palabra del
profetas ilumina tu corazón mas que la anfeta…
Qué pensará el judío, se preguntaba Wolff. ¿Pensará que la pendeja está recitando
un número que sabe de memoria o, como yo, temerá que pueda ser capaz de
inventarlo al correr de las palabras, acertando justo con la palabra justa que en el
instante previo a oírla anticipábamos pero que no terminaba de venirnos a la mente?

< I >–¿Y no fue Golder el que me dijo que Wolff era ex milico y antisemita?
¿Como fue que hablando con Golder saltó el nombre de este mismo Wolff? Yo no le
hablé de Wolff. Fue él: salió el tema porque se burlaba de Favaloro o de otro cirujano
que tenía un agente de prensa que le cobraba una tarifa por cada vez que aparecía
citado en las revistas y en los diarios. ¿Sería este Wolff el agente de prensa..? Casi
igual, Golder se rió hablando de Wolff, como se rió recién este tipo cuando le mencioné
a Golder. ¿Habré yo hablado de Jassmann con Golder? Es el último tipo con el que se
me ocurriría hablar de Jassmann o de jurisprudencia hebrea. Es increíble que sea este
el mismo Wolff, pero es. ¿Cómo puede ser que se haya olvidado de lo que escribió
sobre Jassmann..? ¿O lo habrá copiado de una revista europea ignota? Le digo:
–Disculpá que te saque de tema, pero me ahora me acordé porqué traté de leer
alguna otra cosa cuando vi lo de Jassmann… Por algo que decía el artículo sobre Santo
Tomas…
Y él se ríe: claro con las minas estaban hablando de los efectos de las drogas y la
televisión– Se ríe de ellas dos y me dice que no decía nada sobre Santo Tomas, que
debía ser una errata de los que copiaron el artículo, la bibliografía… Dice que cree que
mencionaba San Agustín porque se le ocurrió que de ahí venía la teoría de la eficacia
de atenerse a la letra.
Yo le iba a decir que no se nada de disquisiciones teológicas cristianas pero él se
anticipó diciendo que el no sabe nada de las teorías de interpretación bíblica,
talmúdica ni teológica, ni teología cristiana. Que escuchó decir que contra los que
afirmaban que creían –debe ser en el cristanianismo– porque era una teoría coherente,
el santo decía creer porque era absurdo, y que eso lo llevó a pensar que es posible que
algunos crean en su dogma porque les parece el mas cierto, otros porque les parece el
mas lindo, otros como los islámicos, porque le parece el mas bueno o el mas propio de
su pueblo, otros porque les parece el mas popular, el mas cómodo y que, pensándolo
bien, para creer lo mismo que tantos creen por motivos tan diferentes lo mas
razonable sería hacerlo sin motivo alguno… ¨Porque sí no mas”, dijo.
Me parece que esto no tiene nada que ver con Jassmann. Jassmann dice que hay
menos riego de equivocarse al tomar lo escrito al pie de la letra, que al suponer que
detrás de la letra hay algo que los que la escribieron no quisieron decir directamente…
Para no quedarme con la impresión de que sabe mas de lo que dijo le pregunto de
nuevo y me contesta en joda, algo así de que es como las mujeres: este le gusta por
lindo, este por bueno, este por que tiene mucha guita o es pijudo, este porque anda
con la mejor amiga de ella, pero cuando se haga una encuesta seguramente se va a
probar el que mas las calienta es el que les gusta y no terminan de entender por qué
carajo le gustó…”
De entrada me pareció que estaba insinuándole algo a la intensiva pero es cierto
que es igual…
Mientras tanto, las dos minas siguen peleándole, enculadas con el pobre viejo. Las
trató de putas y de analfabetas y no dijeron nada, se les rió la cara y hasta le
festejaron las peores guarangadas, pero las acusa de drogadictas porque mira tele y se
ponen como locas.
Mariana tiene un perfume suave que calienta a cualquiera, ¿Que sentirá una mina
al olerlo?

< I >Ahora entiendo a los que fuman cigarrillos. No acechan. Son la gente que
tiene que esperar. Uno de las peores cosas de caer preso el riego de pegarse el vicio
del cigarrillo. Es de preso esperar. Le tengo que decir al cura:
–Cura: ya se que la culpa no es tuya, que vos no la mataste a la vieja, pero justo la
vez que vengo a verte apurado, esta la plazoleta llena de gente y la capilla llena
porque los del entierro de la vieja vinieron a hacer la misa aquí…
¡Que feo es esperar! Ya deben como las doce del mediodía y yo haciendo huevo en
la plazoleta, escrachado por todos, con la XR atrás del micro que trajo a los parientes,
a la vista del todo vecindario: gordas chismosas y giles que no sirven para nada y se
creen que uno, porque saben que chorea y va de caño tiene toda la guita del mundo.
Seguro que si te toca esperar dos o tres veces, y tenés unos Marlboros a mano, en
cuanto prendés uno te lo fumás sin darte cuenta y te agarrás el vicio. Un fino ahora,
tendría que quemar para ver como se lo digo al cura. ¿De una, le mando todo..?
–Mirá Cura: sin vueltas te lo digo. La evangélica vino a la zona a botonearnos. A
mí,. a los chorros, a los poli que están en la transa, y a vos también, Cura. Tienen
grabado lo que hablas con ella, y hasta un rato después cuando ella se va. Mientras le
quede pila a los micrófonos, te siguen grabando todo el tiempo.
¿ O se lo voy pasando de a poco..? Mejor de a poco. De paso, aprovecho y le digo
qué cosa mas fulera son los entierros. De terror, el entierro: la mina de la funeraria
tiene cara de loro y esa ropa de azafata que da asco en una vieja. Fuma uno atrás de
otro y tira mala onda a todo el mundo. Yo tuve que ir a ayudarlos, porque los dos del
coche fúnebre estaban sacando el cajón para entrarlo a la iglesia, y nadie de los
parientes se animaba a agarrar las manijas. Veinte o treinta tipos de la parentela, y
tuve yo que ir a ayudar. Yo, de campera de moto y camiseta abajo, tuve que ir y
agarrar la manija para que los bolús de la parentela se animen a meter mano. Justo a
esta, gorda vieja de mala onda que se las tiraba de señora fina de Quilmes y no
saludaba a los paraguayos. ¡Como pesaba el jonca…! Y cuando lo inclinamos para
sacarlo del coche: ¿Uno de los dos pingüinos de la funeraria lo golpeó, o la a vieja la
tenían mal colocado y se movió adentro por la sacudida? De terror, los entierros. Es el
primer entierro de común que veo y me alcanzó. No quiero ver ningún entierro mas de
civiles. ¡Pobre el cura ahí adentro! Tener que hacer misa para esta vieja que seguro
que nunca pintó por la capilla. Si iba a misa, iría a la catedral de Lomas. Pero no debía
ir. Tendría a preguntarle al cura que se sincere y me diga en que piensa cuando hace
misas así, para otros. Cuando hace para él para los de la capilla, seguro que la hace en
serio. Se debe creer los milagros, la sangre del vino y los cuerpos de Dios en la
hostias que reparte. Porque será medio canchero, pero es rayado, como todos. Si no
fuera un rayado no se merecería que me aguante clavado aquí en medio de todo el
vecindario para avisarle nada. Con razón no hay un mango en el barrio: es día de
semana están todos chusmeando en la plazoleta y en la vereda del kiosco y entre los
metegoles casi no falta ninguno de la zona. Ninguno de estos bolús transa ni afana.
¿De qué viven? ¿Ya nadie mas sale a laburar?
Cuánto mas fácil es acechar que esperar. SI uno estuviera esperando que pase el
carrier con el gobernador de la isla, la winchester .255 de mira telescópica y puntero
láser con buena munición ni se le cruzaría por la cabeza fumar ni calcular cuanto
tiempo pasa. En cambio, si uno espera piensa cualquier cosa y no aguanta y le dan
ganas de fumar…

< /i >–Yo fumo medio porro cada dos años, si se da la situación, en la playa…
¿Que te dio por pensar que me drogo…?– Protestaba Cecilia.
–Ni pensé que te drogases… Me entienden mal… Cuando dije a ustedes me refería
al género humano…
–No me incluías… –Decía Saúl…
–No… Me refería a lo humano como mundo dependiente… Una forma vaga,
polimorfa y plural de la dependencia… ¿Viste un tarado que escribe en el diario 12, y
promueve el silencio de TV una especie de huelga de telespectadores? Y lo hace desde
el diario, que es peor que la tele por que diario le creen todo…
–Yo nunca en mi vida me drogué… Y nunca miro tele….–dijo Saúl, pero concedió:–
pero es cierto no puedo estar dos seguidos sin abrir el correo sin consultar algunos
foros en Internet o sin revisar los archivos de mi compu….
–Che… Feidele… –posiblemetne pronunciara mal a deliberadamente– sabés que
éste tiene un derpa de un palo verde, con miles de aparatos, máquinas y estéreos
repetidos, pero tiene una tele sola, chiquta, en la cocina, para que la tipa que va a
limpiar mire las noticias…
–¿No miras tele..?
–No.. Per me encanta mirar a la señora de la limpieza mirando tele… Y mas, a la
hija, de dieciocho… A veces viene de suplente. La madre no: es diabética. Debe mirar
televisión pensando en la glucosa, o en cualquier cosa. Pero en cambio me parece que
la piba sabe que a veces, desde mi escritorio… ¡La espío por el espejo! Entonces, ella…
Sintió que debía callar. Estaba seguro de que Saúl entendió que se refería a que
mirar exitará más a quien sepa que el otro no ignora que es mirado y simula ignorarlo
y se dijo que, si alguna vez llegaban a hablar a solas, le recordaría esto y le preguntaría
si al tiempo que lo entendía era consciente de que las mujeres habían perdido el hilo
de su relato no por distracción o incapacidad, sino por desinterés: debía resultarles una
obviedad porque esa suerte de pacto de mutuo fraude debía ser la condición natural
en la que se mueven permanentemente ellas, cada una en su pedazo de mundo…

–Qué hacés cura… Vos no tendrás la culpa pero tampoco yo… Y fui yo el se comió
mas una hora de garrón, esperando.. ¿Como podía saber que iba a ver un entierro?
Nunca me toco ver así entierros de vecinos… ¡Qué cosa densa..! Son de terror los
entierros… Tenía una cosa que hablar con vos, pero estando ahí mezclado en el
entierro me puse pensar en cualquiera y quiero decirte otra dos cosas…
–Que hora será… A la una me viene a buscar la camioneta y para ir al cruce a tomar
el micro a La Capital.
–Chuc chuc chuc… –Tareaba el Pichi– Parece que hoy tenemos otro entierro..
–No hagas chistes… Tengo una historia que mejor ni te cuento… La semana que
viene te cuento bien todo como terminó…
–¿Viste lo que es ser cura…? Te levantás, tomas tres mates, hacés misa, te pintas
las lajas del galpón, después vinieron las viejas chupacirio, y te limpian todo, te
planchan la ropita, después te hacen la papa y el churrasquito, después otra misa de
entierro, los de la cocería te tiran unos mangos, vuelta ahora mate, y después un
bañito y te empilchás y te vas al centro al centro a hacer el entierro de lujo…
–No me jodás Pichi… Soy un hombre, pero no soy obsceno, lujurioso, respeto
mujeres y hombres, y ninguna obra de bien que pueda hacer compensa mis pecados.
El sexo es sagrado y no lo podes burlar ni denigrar… ¿Qué pensas vos? ¿Cuál, cual es
para vos mi debilidad: no ser capaz de renunciar al sexo o no ser capaz de renunciar al
mi gente, a este boliche..?
–!Y qué se yo! No tengo el mate preparado para saber eso y mucho no me calienta.
Pero vos sos igual que yo.. Como la yuta, que quieren ser vigiladrón, con la ventaja del
cana, y todas las ventajas del chorro… Y yo igual: por donde me busquen, van
encontrar que tengo esto o aquello, este defecto, el otro, y todo lo demás porque
quiero todo… Y si mañana sale la pastillita que la tomás, se te saca el malcope de
querer todo, o no la probaría ni que me maten…
–¿Sabes como se llama eso? Es el egoísmo… No debo contar nada íntimo, pero mi
confesor sabe como sufro y me arrastro en el piso y me retuerzo porque comulgo,
absuelto de mis pecados del cuerpo, del la carne, y de mis faltas con la iglesia y mis
falluteadas para con mis hermanos y nuestros fieles, nadie me absuelve del pecado
con mi mismo y contra dios en el que vivo, que no es el sexo ni el dolor que produce
sino el la soberbia de juzgarme y culparme como si la ley fuera una facultad mía… Y
es una facultad de Dios. No soy un hereje ni pagano: soy un pecador y peco como los
chicos del asilo, el pecado mas forro y boludo que el hombre llega a cometer: hacerse
ilusiones sobre si mismo…
–Bueno padre… No me llore… Para llorar ponemos una FM de tango, o nos vamos
con las viejas del entierro..
–Te hacés el bruto… Entierro no: responso… Era un responso.. No te hagas mas el
bruto de lo que ya bastante sos…
–Ni me acordaba… ¿Y porque no te haces evangélico?
–Es una secta forra esa. Hablan de Dios pero no conocen mas felicidad que la
felicidad en la tierra. Son felices: boludos y felices… Si la vida eterna y el cielo fuesen
como ellos imaginan, y si por inocencia y abnegación ganasen esa eternidad cerca de
Dios, pasarían la eternidad purgando los pecados que no cometieron porque estarían
ahí convencidos de estar en el infierno…
–Te cambio el tema… Cuanta guita me debés y cuanta guita mía tenés…
–En total han de ser cuatro lucas, cuatro doscientos…
–Bueno.. voy a decírtelo en alemán: ¡Olfídense..! Borrón, cerró la cuenta… La guita
es tuya y del boliche… ¿Precisás efeté..?
–¿Que es Efe Té..? ¿Dinero..?
–Si: guita, efeté, mosca… ¿Necesitái?
–No… Nada.. Hay gente que… Hay pálidas por todos lados… Allá en las casillitas de
la ruta hay dos que se pelearon con otros y el marido se quedó sin trabajo y entonces
nadie mas quiere llevar comida… Son dos peruanos…
–Los bolitas… ¡Pobrecitos…!¿Y vos que hacés? ¿Por que les mandás de comer con
las viejas chupacirios que están todo el día al pedo..?
–No quieren ir. Si vienen siempre se inventa algo para comer pero yo no puedo dejar
todo y irme allá, y nadie quiere ir por que los de las casillas los pelean y les tiran al
barro lo que les mandés y los peruanos no se animan a cruzar el campito.. Los tienen a
los sogazos los pibes. Donde los ven, los revientan a sogazos…
–¿Los pibes pendejitos…?
–Si… Las criaturas.. Chicos de nueve o diez… Son las madres las que les hacen la
cabeza…
–¡Putas que las parió! ¡Negras boludas..! ¡Hacelos que se muden..! ¿Querés
quinientos mas..? Hay mil casillas en alquiler a cinco guitas. Toma trescientos…
–Les conseguís y en cualquier barrio pasa lo mismo… Se buscan al mas nuevo, al
mas flojo, al mas choto y se cobran en ellos lo que se comen ellos cada vez cruzan la
banquina para subir a la parada del micro… Cualquier barrio es lo mismo hoy por hoy…
Pero habrá que volver a probar. Contestame si querés: ¿Estás fanando mucho ahora?
–No, nada ahora… y mismísimo ahora nada de nada… Calma chocha… Estoy
haciendo conducta porque espero que se me de una grande… Por eso te quería
hablar…
–¿Y droga?
–Droga moviendo un poco… Sin vender nada… Colocando de a toco, o de a lote,
pero nada a la pobre gente…
–Pero los que se llevan el bolsón la reparten y eso corre y al final llega al lado de tu
casa...
–Me la conozco… Pero hasta ahora no se me presenta nada mejor… Casi no hay
nada para fanar… El que escuchés que dicen que sale de caño, una de dos: o sale
falopeado y va de cabeza a que lo revienten, o es uno de ésos viejos que antes que
afanaba chalets y casas de lotería y ahora apretan jubilados y maestras viejitas
cuando vienen del banco…
–La gente labura, Pichi.
–Y yo también… Ahora estoy en un laburo… Una grossa… Si pinta bien, te cuento
todo el martes después que vos me digás lo que estuviste haciendo esta tarde en la
Capital…
–¡Yo no te dije que te iba a contar el martes..!
–Bueno Cura, pongamos que sea el jueves. El jueves, no se… Pero… ¿Ves lo que es
ser cura..? Decís lunes, martes y miércoles que viene bien tranquilo de que vas a estar
en el boliche dando misa y comida..
–¡Esa te la crees vos..! Yo nada mas estoy seguro de que al día siguiente salen sol y
por ahí ni eso… ¿O vos te crees que yo tengo el año que viene comprado puesto a
nombre mío?
–Medio comprado lo tenés… Yo en cambio tengo montones de años vendidos. Yo
vendí todo y si puedo afanarlo y volverlo a tener… Fija que vuelvo de nuevo a venderlo
de nuevo otra vez …
–Guardá un poco y gracias por los de los bolitas… Algo haré hacer mañana…
–Pobres cholos… ¡Son mas buenos que Lassie!
–¿Que es “azi”…?
–Lassie, el perro, la perra esa que había en la tele… ¡Pobres bolitas..! Esas viejas de
mierda… Ni se les puede hablar…
–Y vos que te creés… ¿Con vos se puede hablar…?
–Siempre hablo…
–En serio hablar.. Hablar de Dios…
–No me jodás cura… Por lo menos no entre nosotros… Vos decís Dios y yo me
acuerdo que vos viniste a este barrio y con los curas que había antes esto era una
kermesse de gitanos, pusiste tu boliche… Te armaste de la camioneta, del galpón, la
capilla con estufa y revoque y dale pa´delante-… Yo voy un día a tener un local, o me
vas a venir a buscar a la morgue…
–¿Qué local? ¿Con quiénes el local…?
–Alguien ya a va a pintar… Por todas partes sobran locos y a la larga se juntan…
Pero vine a decirte… ¡Que denso eso del entierro! Es de terror…
–Es así y no hay mas vuelta… ¿Ves que te podés reír de todo menos de la realidad?
–Vos no entendéis Cura. Vos veías todo desde adentro de la capilla y el cajón y yo
veía los cuervos esperándolos ¿Viste la vieja esa?
–¿Cual?
–La funebrera esa de mierda, la de la funeraria, la de vestido azul oscuro… La lora
narigona…
–¿Que tiene esa señora?
–¡Es de terror Cura! ¡Sos ciego! ¡No la viste ahí, a los tacazos, golpeando los tacos
para que se apuren las que se arrimaban a besar el cajón, empujando a los nietos de la
finada para terminar antes..! Y mientras, vieja de mierda, hacia señas de que vigilaran
a los parientes para que no se robaran los armatostes de las velas y que nadie se le
colara en los remises y el micro sin pagar el traslado al cementerio. Pensaba eso..
Anoche pensé otra cosa que no tiene que ver con esto pero te digo igual… Primero,
cura aunque seas cura… Vos venís bien…
–Gracias negrito… Vos también.. Pero es distinto… Vos a mí no me necesitas de
nada… Yo en cambio te quiero igual pero también tengo interés..
–¿Interés de qué? ¿De guita?
–Te lo dije otra vez, te lo digo de nuevo: interés de salvar en tu alma..
–Cura por favor no… No al menos entre nosotros dos y menos hoy que tengo que
hablarte de minas. Yo no creo en una mierda y allá vos que te creas lo que te de la
ganas. Ni me hables de esto nunca y menos hoy. Te dije una cosa. Dos: pasa que por
ahí me tengo que ir afuera un tiempo… Semanitas o unos meses. Así que cualquier
cosa que te pidan de mí, la Susi es la única, si podés dale y si no podes y no haces, yo
voy a saber que no lo hacés porque no pudiste… Nunca te pedí nada por izquierda, y si
la erré, a otra cosa. Lo mismo vos…
–Ni hablar de eso… Y aunque te rayes, te lo digo: por lo mismo que nunca me
pediste nada por izquierda, por lo mismo, te pido que te banques esto que te digo: vos
decís que venís por amistad, o conveniencia y te contesto que vos de amigo podes ir a
mil partes que te den lo que quieras pero que este es el único lugar donde te puedo
ofrecer la confesión y el perdón de tus pecados, y te lo digo y vos sabes que nunca voy
a dejar de romperte las bolas con esta misma propaganda.
–Ta bien… Pero… Quería decirte esto de entrada cura: pero se me quedó. Vos te
bancás igual que yo, cualquiera... Va de una cura: te aviso que la evangélica, ni se
como se llama, es buchona, botona, bate… A vos, te bate… No se ni mi interesa saber
si es evangélica y bate por eso, o si era eso y hace de evangélica para batir. Es igual.
Yo me enteré y dije: al cura no lo puedo dejar afuera… Si hubiera un pastor casado y
cornudo y veo a la pastora apretando con todo el barrio, me lo guardo y que los dos se
jodan.. No se como puede ser la mano entre ustedes dos … Pero sabés como es la
mano de nosotros… Toda la gente, tarde o temprano una la apreta y se hace yuta… Te
lo digo porque vos pensás que yo nunca a vos te vendería y yo se que vos nunca me
venderías a mi…
–Decime todo lo que sepas… Largá todo.
–No tengo nada mas.. La evangélica viene aquí a buchonear. Apunta. Bate, te bate
cosas de vos, de todos, me bate a mi, ayuda con los cables, hace grabaciones o pone
micrófonos donde la manden… No estoy loco: consta que te grabó, que me grabo.
–Estas hablandomé de mi mujer…
–No se Cura no se de que hablo. Se lo que se: no es contra vos, no es contra mí ni
contra el barrio. Al menos no por ahora. Después será después y se verá… Se me hace
que son de Presidencia, pero pueden ser de cualquier otro service o de una cámara o
anda a saber de que. Ahora están en una grosso, que me huelo que se tiran con la
provincial, las briga y toda la cría que vive de ellos o les labura por ser gil. Después
verán que trabajo les encarga el patrón… Te lo paso de una y si lo que te digo se me
vuelve en contra, me jodí. No los veo en mano de hacer boleta como los provinciales o
los federicos, pero que se cobran, seguro que se cobran y te la cobran cara. Te lo dije.
Me juego. Vos, yo , el Piero y los comi de Varela somos pichoncitos pero, igual no
marcaron. A vos te tienen pedido con unas historias de títulos con tierras fiscales y el
parque provincial y unas tomas de casas en la villa. Son moneditas que ni vale contar
pero, igual, te graban y te marcan por si algún día podés servirles de algo.

–Hablando de espiar… –Dijo Cecilia– Desde que me senté aquí hace mas de media
hora, esos dos tipos de rincón no me sacan los ojos de encima.
–¿Quién hablo de espiar Feiguele?
–Tu amigo, recién contaba como hacia para espiar a las shikses o a la empleada…
Pero en serio… –Se dirigió a Mariana: –¿Notaste vos a esos dos tipos que no nos sacan
los ojos de encima?
–No parecen canas… –Dijo Mariana y Wolff volvió la cabeza hacia un lado. Reconoció
a los dos del rincón como unos de los que antes le habían parecido promotores de
laboratorios medicinales.
–Parecen dos boludos de aquellos… –Dijo Mariana…
–Quien sabe les gustaste, Feiguele.. –Dijo Wolff.
–Claro gorda –dijo Mariana– Quien sabe les gustaste-también-a-ellos… –Yo al
peladito me lo apretaría sin vueltas… ¡Tiene carita de asqueroso..!
Wolff advirtió que la doctora dejaba de mirar hacia los del rincón y semblanteaba a
Saúl. Pensó que estaba esperando una señal de censura, o una observación acerca de
la confesión de Mariana y que ella jamás diría eso de un desconocido. Sin censura Saúl
preguntó:
–¿Por qué asqueroso?
–Porque es blanquito y todo limpito… Y pelado… Los pelados de esa edad siempre
son degenerados… Y los blanquitos con cara de catolicones son los peores… ¿No es
cierto? –Consultaba.
Wolff creyó ver que la médica alzaba los hombros y pensó. “Esta ha de haberse
encamado con siete y ocho tipos, a lo sumo, en toda su vida. Todos novios, tal vez
algún profesor de la facultad o un jefe de servicio del hospital. En cambio aquella debe
haberse apretado, como dice, a setencientos o a ochocientos tipos y clientes. Y
solamente uno solo de tantos debió haberle pasado la enferemedad…” Hablaba
Mariana:
–No, canas no son, pero este sitio tiene mala onda…. ¡Che Gil! ¿Dale que nos
invitabas a tu casa así Saúl escucha ese compact de chamamé judío..? – Wolff vio que
hacía un guiño de complicidad, seguido de una rápida mirada a Cecilia. Después se
dirigió a Saúl– Es cerquísima de aquí…
Un agujero de veinte, de treinta, de cuarenta años en la memoria. Estos son los
años sesenta, pensaba Wolff. En los sesenta… No: –se corrigió– fue en los setenta y
durante años la escena seguía repitiéndose: había un lugar, gente que se agrupaba
creyendo que solamente los unía el azar, una mesa o dos mesas que terminaban
acoplándose, pasaban las personas, pasaban los minutos sin dejar huella y se cumplían
horas hasta que alguien, aburrido, proponía que fuesen a una casa, “a mi casa”, –
decía–, o “a tu casa” . Y ahora esta mina, que por entonces ni había nacido, repite
aquella escena. Iba a decir: “No podemos… Tengo que hacer un trámite, cobrar un
cheque…” cuando escuchó que Saúl se disculpaba:
–No puedo.. Quedé en pasar por Alto Palermo… Tengo una cita…
Yo también, pensó Wolff, tengo una cita con cuarenta y cinco mil dólares… Aunque
si no fuese viernes, podría dejar también esto para otro momento….
–Che.. Una pregunta… –Seguía hablando Saúl, ahora interrogándolo: –¿Qué hacías
vos en la década del setenta..?
–Igual que ahora… Lo mismo… Nada en particular… Recién pensaba en aquel
tiempo… ¿Que te dio por preguntar eso..?
–Se me ocurrió… –Vaciló unos segundos durante los cuales Wolff creyó percibir que
una especie de pudor lo demoraba– La verdad… Tu amigo Golder me dijo que vos fuiste
milico y hoy es la primera vez que hablo con un militar argentino…
Wolff rió:
–Con razón tus pacientes se escapan y se van a curar el sida con un homeópata…
¿No te alcanzaba con decirme “militar argentino” que tuviste que acusarme de amigo
de Golder…? –Después, conteniendo la risa, y verificando que la doctora había
acertado con su diagnóstico de los mirones del rincón, explicó que no fue militar en los
setenta sino apenas alumno del liceo de la marina en los cincuenta y que a Golder lo
había visto cinco veces tantos años de vida: –La primera, porque me encargó un
trabajo de prensa, una campaña…Y las otras cuatro o cinco, para tratar de cobrárselo…
–Perdón doctor… –interrumpía Mariana– Yo pregunté que íbamos a hacer ahora y
ustedes dos se ponen a hablar de lo que hacían en el año cincuenta… Por qué no nos
vamos de este boliche de mala onda… Ceci –Miró a la médica– tiene razón… Hay mala
onda y un olor milanesa y a fritanga que no se banca….
Cecilia hizo una seña hacia la caja reclamando la cuenta mientras Sául le explicaba
a Wolff:
–No lo tomes a mal… Vos sabés que yo fui médico militar… En realidad nó: fui oficial
de infantería… Me incorporé como médico pero me di cuenta que no era para mí y me
pasaron a un servicio especial… “Actas de Combate” se dice en castellano… En
realidad es una mezcla de inteligencia y carne de cañón…
–Oficial de enlace, creo que lo llaman aquí… –Interpretó Wolff.
–Ahí lo llaman “chuainis”, cerdos, porque tienen que informar al estado mayor las
faltas reglamentarias de los oficiales…
Woff sintió curiosidad: ¡Las cosas qué habrá tenido que ver el pobre ruso…! Pero, –
pensó– que le vamos a preguntar que no se sepa…
Las mujeres se desinteresaban del diálogo. Hablaban entre sí, y Mariana le
describía con exageración los lujos del departamento de Libertador. Era evidente que
intentaba entusiasmarla para que fuese con ellos. A Wolff le pareció que tenía éxito: la
otra preguntaba detalles, se estaba interesando. Seguro –pensaba Wolff– que esta
necesita venir a casa para tener un lugar apropiado para arreglar el enchastre de
drogas que se le hizo en la cartera. Pero me guiño dos o tres veces un ojo como
diciéndome: “¿viste que habilidad para entregarte una mina..?”.
¿Cómo se dirán entregar y habilidad en esa jerga que habla? – Se preguntaba.

Observadas desde la ventana del office de neurocirugía, las dos parejas que salían
de bar y, cruzaban en diagonal en dirección a la playa de estacionamiento del frente
sur, parecían cuatro mas de los tantos que esa mañana de sobresaltos entraron y
salieron del local. Uno de los dos hombres debe ser personal del hospital: en una mano
llevaba una carpeta o un portafolios delgado, de plástico azul. Plegado sobre el
antebrazo, mostraba un guardapolvos blanco. Una de las mujeres debía ser practicante
o enfermera del hospital, vestía guardapolvos, pero con ruedo corto, por encima de las
rodillas. Esa fue la que varias veces, por lo menos hasta que el grupo se perdió de vista
detrás de la medianera del fondo sur del edificio, dejó que los otros tres avanzaran y se
detuvo para mirar hacia la vereda del bar, como buscando algo. La otra era mas joven,
de pelo rojizo y vista desde arriba, parecía la mas alta y, siempre llevaba la delantera al
grupo. El mayor de los sujetos, de pelo entrecano y de unos cincuenta años de edad,
vistiendo pantalón verde oscuro y una campera marrón, coincide con la descripción del
familiar que elevó la sección egresos. El hombre, que debe pertenecer al hospital
conducía el vehículo 147 color crema cuando el mismo salió del predio por el acceso
correspondiente a la unidad de vigilancia número tres.

Viéndolo desde el interior de la vivienda de la familia Ibañes, “Pichi” no parecía


preocupado por la seguridad de la motocicleta que a las 12.30 abandonó en la vereda
de tierra sin adoptar medida de seguridad alguna y después pudo verificarse que la
llave de contacto permanecía en la cerradura del vehículo, una Honda Cross con
visibles deterioros, patente YDE-861. En el patio del frente de la vivienda, mantuvo un
diálogo con la mujer que se suponía su madre y que, a decir de la familia Ibañes, es
una señora Pilar, ocupante precaria esa propiedad que, a su vez, desde hace
aproximadamente un año subalquila parte de la misma al nombrado “Pichi”,
habiéndose jactado, a decir de la señora Ibañes, de percibir quinientos pesos
mensuales a cambio de una habitación y de servicios de limpieza, lavado y cocina y de
la recepción de mensajes por medio de un teléfono celular que permanece en la
vivienda, sobre el televisor de la sala que da a la calle y hace las veces de comedor, y
que halla conectado a un dispositivo de carga y siempre a la vista de las vecinas que
circulan por la vereda la ventana, y que, informa la familia Ibañes, a menudo se oye
sonar a altas horas de la noche. Durante el lapso que “Pichi” pasó en el interior de la
vivienda, la señora Pilar estuvo dedicada a tareas de limpieza en el patio y de la
atención de una gran cantidad de prendas masculinas expuestas al sol en los terrenos
anexos a la propiedad. Tres veces sus tareas fueron interrumpidas, al parecer, por
reclamos que su huésped le dirigía desde el interior. A las 12.50 se hizo presente la
mujer conocida como la “Peti” portando una mochila y vestida jeans, suéter, campera
y botas de cuero, siendo su aspecto general de pulcritud, tanto en la indumentaria
como en su peinado y en su comportamiento con la ocupante de la vivienda, en el
curso del diálogo que mantuvieron aguardando la salida del hombre. Poco después de
las 13.00 reapareció “Pichi” con el pelo húmedo, peinado, afeitado y con señales
evidentes de haber mudado su ropa, si bien la campera y el pantalón eran los mismos
o iguales a los que vestía al arribo al lugar. La pareja se despidió de la mujer
besándola ambos como si fuesen familiares cercanos. No se verificó que la chica
dejara parte del contenido de su mochila en su poder y consta que en momento
alguno se apartó de la compañía de la señora Pilar al tiempo que a ninguna de ambas
se vio ingresar al interior de la vivienda.

Visto así, desde el puesto del chofer, deformado por el espejo convexo que facilita
el control el interior de la unidad, nada del aspecto ni del comportamiento del pasajero
permite confirmar que se trata de un sacerdote. Al ascender en el cruce de Varela, dejó
caer un cigarrillo tras la larga pitada que es típica del fumador empedernido antes de
emprender un viaje de esta duración, aunque tal vez el que fumaba otro de los
pasajeros que ascendieron en esa ultima parada del tramo. Durante el viaje miró varias
veces a una mujer atractiva que procedía de la terminal La Plata, y al cruzar la avenida
12 de Octubre, miró por la ventanilla izquierda y posteriormente trató de ver hacia
atrás, como tratando de reconocer algo del supermercado Coto o a alguien que
estuviese por el lugar, a esa hora colmado de publico de la zona. Durante la media
hora de viaje sobre la autopista no se distrajo de la lectura de un diario, un Página 12
del día de la fecha, que traía al ascender. Poco antes de llegar a la terminal Retiro,
abandonó el diario y estuvo hojeando un libro, de tapa dura y colores estampados que
parecía uno de esos albumes fotográficos que entregan los laboratorios de revelado
automático. No se detectaron indicios de que al arribo alguien haya hecho contacto con
el objetivo, ni que el presunto sacerdote tratase de identificar a algunas de las
personas que merodeaban por el lugar esperando pasajeros. Se dirigió a pie hacia la
estación ferroviaria, quedando al cabo de unos minutos fuera del alcance del personal
rindió cuenta de la presente continuidad de información.

Recordando parece todo igual, pensaba Wolff, mientras comparaba el final de esa
mañana de 1997 con cualquiera de las escenas de los años setenta que, de tan
iguales, se confundían en su memoria. Si no se miran lo edificios de Coronel Diaz, solo
el autito y el olor de las dos minas de atrás muestran que, efectivamente, pasaron los
años. Este es un Fiat que habrán diseñado en Italia a comienzos de los ochenta, pero
no difiere en mucho de lo que en el setenta y tres pudo ser un auto de vanguardia
tecnológica: un nuevo modelo de la Renault o la Citroen o una actualización de
Volkswagen especialmente creada para el mercado asiático y el mundo socialista. Los
perfumes, en cambio, desconcertarían a cualquier empleada de Pozzi de aquellos
tiempos. La doctora huele a cáscara de melón: tal vez use uno de esos nuevas
esencias artificiales que se venden con marcas de indumentaria jean. Mariana huele a
leña quemada y a corcho, como el whisky Jack Daniel´s. Tendría que pedirle el frasco o
el atomizador que debe llevar en su cartera entre restos de drogas, forros y recetas
inútiles: le pregunté el nombre y me dijo que era uno “nuevísimo y carísimo” que la
había “recopado” pero que estaba empezando a no gustarle porque atrae a los viejos.
Cierto que tiene un fondo animal, que puede ser a sudor de caballo, o a montura de
cuero muy usada. ¿Cómo conseguirán convertir este olor a cow boy, gaucho, asado
campestre y a borracho de serie policial negra en una mezcla, que, sin embargo, no
dejará de parecer tan femenina que ningún varón, ni siquiera el mas puto, se
atrevería a usar..? Salvo esto, pensaba Wolff, esta serie de encuentros y
desplazamientos es igual a las de los sesenta y los setenta. Pero, pensaba, en los
setenta había decenas de hombres y mujeres con quienes se podía someter a prueba
tanta identidad y semejanza, y ahora, en cambio, solo este doctor que nos conduce
podría ser testigo de esta observación si las dos minas nos dejaran a solas por un
minuto.

A ningún cliente del shopping, que por un momento se distrajera observando a


estos cuatro que desembarcan del ascensor y parecen venir del estacionamiento del
subsuelo, le llamaría la atención el grupo, ni llegaría a preguntarse las razones por las
que, después de mirar la bóveda a lo alto, se dirigieron hacia las escaleras mecánicas
para separarse, tomando las mujeres el hall de planta baja en dirección al ala central,
para despedir a los hombres que, mientras la escalera los eleva, siguen hablando y
miran como ellas se pierden en la corriente público. Pero un personal entrenado y con
meses de experiencia en la observación del flujo de público, ante un grupo de adultos,
tan desparejo en edad, sin señales ni muchas posibilidades de guardar parentesco
entre sí, solo puede suponer que son el frecuente conjunto de compañeros de oficina
que sin mirar ni comprar se dirige directamente a los patios de comida para hacer un
almuerzo rápido. Pero ninguno de ellos, ni las mujeres ni los hombres, parecen gente
de oficina. Y ni ellas ni los que ahora, ahí arriba, se separan y toman rumbos diferentes
en la planta media, parece orientado por el patio de comidas. Al contrario, dejan la
impresión andar cada cual en lo suyo, como si hubiesen venido en una combi te
turistas, y no en el auto particular que dejaron en el subsuelo. Debe ser un Peugeot.
Los hombres son el típico cliente que estaciona un 504 y se retira a la media hora, sin
comprar ni revisar nada. Raros, pero no misteriosos. Se volverían misteriosos si ahora
apareciesen bajando por las escaleras mecánicas, pero con la ropa cambiada: el viejo
con el saco sport gris de Chemea y los zapatos con punta levantada del otro, y el mas
joven con el mismo pantalón de sarga barata pero con los mocasines náuticos del
mayor. O que aparezcan ellas con los pelos cambiados: la negrita de ojos grandes,
teñida del color natural de la otra y la castaño clara con el pelo colorado y brilloso de
loa otra que tiene jeans de gabardina de seda y campera de Cahen D´Anvers.

Desde la consola con el switch no se observa mas irregularidad que un cabeceo de


la promotora de vigilancia del ala media dirigido a la cámara cetina de las escaleras
mecánicas. De rutina, están habilitadas siete pantallas parpadeando cada una cada
siete segundos, y trayendo imágenes pautadas desde las cinco cámaras que cada una
comanda. Treinta y cinco imágenes cada cincuenta segundos: todo el local. Si hubiera
dos a cargo, podríamos habilitar la otra grilla de monitores y apostar cuando y dónde
aparecerá la rubia que entró disimulando un perrito bajo el tapado, o el groncho gordo
y grandote que mira todo como si fuese la primera vez que entra por el acceso sur, o la
primera vez que viene al shopping. Hay que avisar a vigilancia que la mina del perro no
se nos escapó, pero que siendo día de semana, mientras quede a la vista y no se le
ocurra mostrar el perrito o soltarlo, se la debe dejar que viva su vida. No se me escapó
la señal de la promotora. Parece que marcaba a los cuatro que dejaron el Fiat en la
C.22, frente a la cabina de los tickets. Una de las minas entro a un baño. La otra se
queda la vidriera de la óptica Fuks: debe estar esperándola. El canoso subió y fue
directo al local de Travel´s: ¿A averiguar pasajes, a cambiar plata o a pedir efectivo con
una American Express? Mejor que se apure porque uno de estos días los de
Defraudaciones y Estafas entran, se llevan todo y le meten una faja de clausura judicial
a la Travel´s. Al que venía con él no lo tengo: se nos voló. Si como tuvieron previsto en
el programa, y como tendría que ser, los consoladores laburásemos de a dos, le
apuesto al otro cincuenta mangos que el flaco que venía con el viejo está en local de
Fausto mirando libros. Y me los gano. Pero se me voló. Hay que swichear mas rápido,
que corte en tres segundos, aunque parpadee mas y se te haga una ensalada de gente
en la cabeza. Ahí tengo otra vez al flaco, hablando con la rusa de Guess, la hija de
Fridman: me los copio. ¿Que hablarán? Ah.. Es el novio de la piba. Flaco, atención que
si viniste a mangarla, estás fregado: hoy estas no hicieron un mango, ni un gorrito
vendieron. Está buena la piba. Este debe ser el flaco que una tarde entró al local,
estuvo cerca de dos horas, y no hubo la menor señal de ninguno de los dos. ¿Se la
habrá garchado en un cambiador, aprovechando que llovía y no había un alma en todo
el piso..?

Siguiendo día a día la curva del rubro Varios, sea la representación real, en
amarillo, o la desestacionalizada, que está en azul, vas a ver que las ventas no marcan
cambios mes a mes, ni año a año, salvo la media estacional. En cambio Indumentaria,
Juguetería, Artes y Electrónica no paran de bajar mes a mes, año tras año. A Servicios
ni lo mirés porque está inflado por la comisiones del banco y los cajeros automáticos y,
los últimos meses, mas inflado todavía por la oferta de teléfonos celulares que habría
que borrarla de ahí y mandarla al rubro Electrónica que es mas afín y de paso,
disumularía un poco que las ventas de las cadenas de artículos para el hogar andan
como el culo. Comidas es como rubro Expensas. Está expresada en porcentajes. Menos
se vende, mas pesa rubro Comidas en el total de ventas y mas se atrasa la cobranza
de expensas. Lo mas estable es el flujo: flujo bruto de gente y flujo neto de
operaciones, corren siempre parejo y si ves algo raro, es porque es miércoles y cuesta
menos la entrada. Aumenta el flujo y de siete de la tarde a once de la noche se hace
todo flujo neto porque, claro, si entraron a la hora del cine, todos terminan pagando
aunque sea el valor de la entrada. Si querés una imagen mas gráfica, pedí que los
lleven a conocer la consola. Los consoladores, los pibes que están ahí mirando las
pantallas, la tienen mas clara que los de análisis de marketing. No les pidas cifras: ni
idea tienen de cifras. Pero deciles cien y preguntales que pasó el martes y te dicen
cuarenta y uno, y nunca se equivocan: si te dicen cuarenta y uno vas las cifras y te
encontrás que ese martes facturaste cerca de un cuarenta por ciento que el día
promedio del mes, quiere decir que seguro las ventas estuvieron entre un cincuenta y
cinco o un sesenta y cinco por debajo de las del día promedio. Siempre aciertan. Es de
cajón.

Visto desde la vereda de Libertador, el autito amarillo parecía traer la visita de


unos parientes pobres al edificio de los blindex, pero, uno de los que bajó era el tipo del
quinto, el que siempre llega después de las doce de la noche y tiene todo el tiempo
una computadora funcionando en la ventana que se domina desde el otro balcón. Raro
ese tipo. No es un objetivo, pero no estaría mal tenerlo. Nunca pasa nada con el quinto
pero hoy da la impresión de que van a armar una joda. Una de las minas debe ser la
que marcaron que esta mañana durmió ahí. Me gustaría poder tenerlos y averiguar que
irán a hacer. A laburar a ese departamento a mediodía seguro que no van. Si en una
hora aparece una motito con comida o pizza y botellas, seguro que armaron una joda
con esas dos minas. Dan impresión de ser dos gatos.

Revisando el historial del Internet Explorer salta lo mismo. Lo bueno de la versión


nueva de Microsoft que instalaron es que loguea todo lo que estuvieron navegando en
cada cada terminal. Este tipo es el que mas usa el servicio, entra todos los días, menos
los sábados, siempre a las mismas horas, a los mismos sitios. No pasa un día sin que
entre en la página de Duesberg. Imprimimos un índice para que alguno que sepa algo
de biología la clasifique. No se entiende bien qué dice, pero lo destacamos porque es
una de las páginas que figura como objetivo en los trackings americanos y si los
gringos sospechan, por algo será. O el Infoseek o los mismos tipos que publican la
pagina en Berkeley destacan las palabras clave, Drugs, CIA, State Department, War,
Drogas, CIA, o sea: Departamento de Estado, Guerra, Guerra Bacteriológica, Censura
en Internet, demasiados farolitos prendidos juntos como para que a alguien se le
pueda escapar como objetivo. El tipo mandó y recibió correos desde ese sitio, pero los
metió en un diskett y en el server de esta red no hay modo de recuperar los datos.
También mira los diarios de Israel en esta PC, cada tanto lee Clarín y el NYTImes y
como todos los científicos es un pajero: no pasa semana sin que navegue por uno o dos
sitios porno, siempre los mismos. Eso no se ocupa de borrarlo, en cambio, el correo a
las universidades y los datos que recibe, lo borra siempre y antes de apagar se ocupa
de eliminar todos los archivos temporarios, como si buscara esconder algo. Si la red
estuviese bien instalada, se podría recuperar todo lo que borró, pero esta es una red de
hospital, pensada para esta clase de gente que viene a trabajar un ratito y le importa
un carajo lo que puedan necesitar las autoridades.

Revisando los estantes donde Wolff indicó que estarían los libros vinculados a
medicina, Saúl se preguntaba acerca de la imagen que al cabo de una lectura
superficial de esa desordenada muestra de la ciencia y de su profesión podría llegar a
componerse un diletante. La mayoría eran volúmenes de divulgación, esos ensayos
que cada mas frecuentemente publican las editoriales americanas en los que autores
sin antecedentes académicos apelan a la extensión del libro como simulacro de
documentación. Un librito de tapas grises se destacaba del conjunto. Saul lo separó y
reconoció la versión española de “Cura y Control”, del etnólogo Eduardo Menéndez. Iba
a comentarle que ese libro le había despertado curiosidad cuando empezó a circular
por Europa, pero lo detuvo la previsión de que le respondiese una trivialidad, por el
estilo de ese “¿Sabías que Menendez era argentino?” con el que los diletantes de
Buenos Aires solían responder cualquier referencia a Baremboim, Viñoly, Maldonado,
Virasoro o Kagel. Por lo demás, Wolff parecía mas interesado en entretener a las
mujeres que en los libros. Es natural, pensaba, que la no infectada puta se fascine por
esos cuatrocientos treinta y tantos billetes de cien dólares que trajo del cambista del
shopping, pero también Cecilia se entusiasmó con su promesa o su fanfarronada de
reventarlos en un fin de semana, sin pensar que cuarenta mil es lo que costaría cada
turno de seis horas de un servicio de intensiva bien dotado de instrumental y con un
equipo profesional idóneo. Sobre el extremo de un estante, acostados para hacer las
veces de apoyalibros, había un tomo encuadernado con la tesis doctoral de Ingenieros
y encima, los tres los tres tomos de la obra completa de Carrillo que editaron en 1973.
Ahora que las minas disucuten si encargar comida japonesa o asado y ensaladas y no
parece haber chances de que se pongan de acuerdo, le pregunto: “Che Wolff… ¿Qué
es un hospital..?” , pero como no se dio cuenta que descubrí lo de Carrillo, para seguir
haciendo el gracioso me responde una boludez como que “el hospital es un hotel
involuntario”. “No…” –Le digo y le pregunto: “¿Leíste la Teoría del Hospital de
Carrillo..?” Efectivamente, algo parece recordar porque me dice: “Ah… Sí… Un hospital
es un templo… Un monumento…” Si pudiese encontrar la cita textual, se la leería. ¿No
decía allí que el hospital es la obra arquitectónica destinada a embellecer el encuentro
del hombre con la muerte..? Cualquier diletante de Buenos Aires debe tener sobre este
tema una opinión mas sólida que las del mejor arquitecto, médico o sanitarista de la
actualidad.

Escuchando “Papirosen”, ese tema polaco, o ruso cantado en iddish por una
francesa, procuraba adivinar el sentido de las palabras a partir de lo que recordaba de
sus estudios de alemán y del léxico elemental ruso procedente de lecturas políticas,
programas de óperas y algunas postas en los antiguos aeropuertos de Europa oriental
controlados por milicias soviéticas. A diferencia de otras canciones iddish y de tantas
frases hechas que, aun hoy, se repiten entre los judíos argentinos, las versos de esta
canción, que agradó a las mujeres aún antes de que advirtiesen que Saúl estaba
sinceramente emocionado, se resistían a una traducción basada en la receta de
atribuirlos a una deformación de frases originales alemanas. Wolff notaba por primera
vez que esa canción que tantas veces había escuchado, se desarrollaba en estrofas de
cinco versos. Tres octosílabos alternados con dos decasílabos en el segundo y quinto
versos que parecen frases unitarias. Del primer verso se representó la grafía “koifte
koifte papirosen” y remitió “papirosen” al sustantivo ruso “papiroska” -cigarro de papel,
cigarrillo- y no le pareció que el tema aludiera al tabaco o al humo. Papirosen puede ser
barrilete, o pajarita de papel, en tal caso, el “koifte” que se repite, debe proceder del
kopf, y debe significar “cabecea, cabecea barrilete”, o “baila, baila papelito”. Pero
también puede significar flores artificiales, y entonces esta podría ser la canción de
alguien que contempla como van deshojándose la rosas de papel. O cualquier otra
cosa. A Mariana le gusta la música de Fito Paez, las letras -las “poesías” dijo hace un
rato- del Pampa Irala y todo lo que hace Madona. La doctorcita prefiere los Rolling,
pero si no fuese por el trabajo no faltaría a ningún recital del Pampa. Es judía pero solo
conoce los nombres de las comidas tradicionales, y los pronuncia con una mueca
despectiva como si en vez de nombres de pastas y guisos se tratase de enfermedades
de la piel de su abuelo. Dijo que su familia siempre vivió en Vicente Lopez. Pobre chica:
en un chalet californiano de clase media le asfixiaron la propia lengua en una cámara
de gas familiar. Mariana debe temer que le pida a Saúl la traducción de un tema le
disco que yo mismo elegí para que ella le regale. Tal vez hoy se me presente la
oportunidad de preguntárselo. Pero de todos modos, yo no me voy a morir sin antes
conseguir un judío que me traduzca Papirosen. A ninguna de estas dos les preocupa lo
que canta Barbará. Dan por sentado que el texto carece de importancia. Escuchan
sentimientos: como yo ahora, ellas siempre escuchan y escuchan traduciendo
sentimientos, y no es improbable que siempre terminen acertando. Ahora Mariana se
convirtió de nuevo en una ardilla. Estuvo diez minutos encerrada en mi cuarto y se ve
que ha podido recuperar la droga que se desparramó entre forros, estampitas y recetas
del fondo de su cartera. Cambia todas las cosas de lugar y se desplaza de un sillón a
otro con movimientos felinos, lentos, densos, sin dejar de ser una ardilla. Hasta
desperezándose con lentitud, consigue mostrar que , igual, para ella las cosas suceden
a los saltos. Y, ella igual que la doctora Auschwitz escucha el compact de Saúl y
escucha sentimientos.

Comparando las botas con los zapatos de él, ahora que por fin se animó a
descalzarse es al revés. La alfombra está caliente. Estos tipos viven cocinándose con la
calefacción. Después se quejan de los gastos. Es al revés: las botas de mujer parecen
de un hombre lindo, los zapatos de él parecen de una viuda espantosa. Negros y
puntiagudos y con la puntas levantadas, como se lo ponen a los tipos que caminan a lo
pato. Me jugaría una teta que nunca se los hace lustrar. Los debe lavar los días de
lluvia. Tardó en descalzarse. Y a propósito los puso al lado de los míos. Arriba le
ponemos dos maniquíes y parece que va bailar un tango. Parece que fueran a coger
parados los zapatos. ¿Le habrá cruzado por la cabeza coger a él? Si: se le cruzó y ahí
sacó el tema de las granadas y los árabes. Parece la tiene medio parada. Y él sigue con
su bardo de las granadas y los árabes. La alfombra da ganas de bailar frotando fuerte
los pies contra la lana, sin levantarlos, hasta que las plantas de los pies empiecen a
quemar.

Buscando soda o una botella de agua mineral en la cocina se alcanza a ver los
sillones del living y el humo del cigarrillo de ella y un brazo de Saúl caído al costado del
sillón. No se puede creer que esté en bolas. SI lo cuento en el hospital, no me lo cree
nadie. Si me lo creen en el hospital, inventan algo para rajarlo de una vez por todas, y
después, me rajan a mí con cualquier otro pretexto. Me veo en la cola del colegio
médico para que el abogado me ayude a redactar la denuncia contra los capangas.
Ojalá hayan usado forro. Es tan forro y está tan loco que es capaz de hacer
experimentos. Desde la heladera se ve la cabeza de ella. Abriendo la heladera,
haciendo ruido con las botellas. Sin tirar nada y sin exagerar pero haciendo todo el
ruido posible. Me miran. Ella sí seguro que miró para aquí y me vio con las tetas al
aire. Si llega a hablarme o gritar, me voy en bolas a pedirle un Marlboro. Si le cuento al
viejo que Saúl esta en bolas se vuelve a calentar. Si le cuento a la minas del hospital
que me encamé con un viejo de cerca de sesenta mas viejo que mi viejo y que hice
mas quilombo cuando acababa la segunda vez para que Saúl oyera y se calentara y les
cuento que los vi en bolas a él y a una paciente portadora se arma el quilombo del año.
Mejor exagerar y contarles que hicimos una cama redonda y decirles que el viejo tenía
nada mas que cuarenta y ojos azules.

-¡Que te importa qué hacemos, que te importa que hicimos Wolff! -Yo estoy
podrida pero vos… ¡Tenés podrida la cabeza..!

–Y es lógico que todas las minas después de coger te van a decir que sos un tipo
de mierda…¡Si es la verdad! No me extraña que cualquiera por forra que sea se de
cuenta. Esto no tiene nada que ver, pero es lo mismo: te encamas conmigo y me
contás que ayer…Ta bien… Bueno… Que esta mañana –es lo mismo, da igual– fifaste
con la puta y agarras y le regalás mil mangos a ella y en cambio, a mi, que no soy puta
me invitas a comer comida japonesa en Belgrano…

–El equipo es bueno, pero si va a estar mas de una hora usándolo, gastate unos
mangos y cambia el monitor… Estas pantallas parecen buenas por que son nítidas pero
te revientan la vista. ¿Notaste que Cecilia parece una forra pero que cuando se olvida
de la boludez de la gente del hospital se amansa y parece otra..? No… No me refería a
eso.. Claro que es una hembra… Una polaca de la guerra… A mi siempre me calentó…
Ahi están tramando entre ellas ir al shopping a reventarse la guita… Ojalá… ¿Vos tenés
sueño? Son cerca de las cuatro… No se si irme a apoliyar… Quería decirte algo de
Mariana… Si van charlamos un rato… ¿Vos que ibas a decir..?

Hay en archivos un informe de agosto que da cuenta de intereses varios para de


seguir teniendo al objetivo Platygosky. En la rutina de la fecha se corroboran las
consideraciones del personal que lo elevó en aquella oportunidad. Las observaciones
se realizan en la fecha porque en dos visitas previas la librería se encontraba cerrada.
El miércoles estaba el objetivo que utiliza el piso alto pero el local permaneció cerrado.
En la vidriera Platygosky exhibe obras presuntamente escritas por el objetivo que todas
las tardes escribe y recibe visitas en el piso alto del local Los títulos están detallados en
el informe de rutina 254 bis en el que se elevó un pedido de información técnica, con
la recomendación de chequearlo mas en profundiad con el recurso de un lector técnico
habilitado. Esto, por la informacion obtenida del librero, que revela que el otro utiliza el
espacio cedido para escribir libros sobre la marginalidad y a esos efectos recibe con
frecuencia la visita de informantes de personal de seguridad, a ex-convictos de delitos
comunes y subversión y a activistas que, supone, pertenecen al grupo Puerto
Argentino. En el remito se reitera el pedido de chequeo y la información técnica sobre
el material libros, y se agrega la recomendación de destacar a personal capacitado
para mantener una conexión con este objetivo, dado que un avance de nuestra parte
podría obstaculizar la mejor cobertura del objetivo Platygosky, que se considero una
fuente que a preservarse y que reitera en la fecha pruebas de su absoluta confianza en
este personal. Yendo a los hechos, se informa que el local fue visitado por una pareja
de motociclistas. Platygosky asevera que el hombre cuya señas particulares se
adjuntan en el remito de la fecha, sería un ex Malvinas de extrema derecha, que, como
el huésped que utiliza el entrepiso, evoluciona hacia posturas próximas a grupos
trozquista y de agitadores estudiantiles que se adiestran en prácticas de lucha
callejera. Se atribuye la relación entre ambos a una data del año ochenta y dos y
motivada por las investigaciones que el objetivo realizaba a los fines de un libro sobre
la guerra. Platygosky no conocía a la mujer, que permaneció en la planta baja mientras
su acompañante dialogaba con el escritor en voz muy baja y tomando con frecuencia
recaudos de seguridad. La mujer guardó silencio y estuvo mirando libros de medicina
natural y espiritualidad aparentando vivo interés. Eludió todos los intentos que el
librero y este personal realizaron para establecer un contacto con ella. Pasados quince
minutos de las 16.00 la pareja partió en la motocicleta, Kawakasaki 700 custom, de
color azul con patente de Capital Federal c75983. Minutos después bajó el escritor y se
despidió anunciando que volvería en media hora. Abordó un taxímetro cuya
identificación se desestimó en cumplimiento de medidas de preservación de la
confianza del objetivo Platygosky.

¿Y si llego a decirles que el viejo tenía cuarenta, que se tiraban ondas con Saúl y
que después de hacer la cambiada ellos dos estuvieron a punto de…? ¿ Y si les digo
que el viejo nos regaló cinco mil dólares a cada una y que me dejó con ganas de volver
tratar de sacarle de nuevo guita? ¿Y que la mina me pidió el numero de casa y el del
servicio de intensiva para llamarme para invitarme alguna vez que le salga un cliente
de guita que pide otra y este dispuesto a tirarnos mil para que nos repartamos entre
las dos?

–La loca se dejó este cassette. Hace varios días que escucho hablar del Pampa ese.
¿Vos lo tenés? ¿Vamos a oírlo para ve cuanto se puede llegar a aguantar..? Ah.. Algo
que te quería preguntar… ¿Qué grado de riesgo dirías hay en contacto sexual directo
con ella..? Digo, riesgo, además de creerse que uno encontró la mujer de su vida y
terminar reventado como ella..?

El mismo tema se repetía varias veces en ambas bandas del cassette. Por
momentos, se interrumpía y se escuchaban ruidos callejeros y ambientales de cocinas,
baños y cuartos. En una parte se oyeron ruidos a ritmo y jadeos de una pareja. Hasta
ese momento les pareció un montaje hecho por el mismo grupo musical. La voz de
mujer por momentos descartaba la posibilidad de que fuese Mariana, en otros sonaba
idéntica. Coincidieron que era una escena simulada por ella, pero algún hombre se
había prestado al simulacro y habría que conocerlo mucho para poder identificarlo: su
intervención se limitaba a sucesiones de jadeos in crescendo y a ronquidos graves
seguidos de la palabra “Mamá”. Una discusión entre varios hombres que aparecía en
la mitad de la primer banda del cassette los desconcertaba. No parecía un simulacro ni
una grabación en estudio: hablaban sobre una partida de autos que habían prometido
para antes de la elecciones y que se fueron recibiendo de a uno cada vez con mas
demora y decían que alguien cercano al jefe les pasaba por encima. Saúl no entendía
la curiosidad de Wolff por esa charla redundante, de voces de gente grande, de
lenguaje sencillo, que intercalaban palabras mas cercanas al léxico de Mariana,
rockeras, de lunfardo lumpen, con frases hechas tomadas del repertorio nacionalista
del pasado. Tampoco podía explicarse algunas carcajadas. “¿Y que carajo te produce
risa de lo que dicen estos tipos Wolff?” “La historia… Estos tipos vendieron votos por
autos y cargos oficiales para aprobar un plebiscito que cambiaba la constitución y los
cagaron… Pobres negros.” Cuando volvió a reír, como si tradujera un idioma
desconocido, repetía las palabras que ambos escuchaban, explicando: “y este otro tipo
les pide paciencia y les lee la nueva constitución de la provincia… Los quiere convencer
de que se conformen con tres artículos que pudieron agregar… ¿Oíste ese? Educación
religiosa obligatoria… ¡Nunca lo van implementar!..” Pastores sobran, pero… ¿De
dónde van a sacar imanes y rabinos para cubrir los colegios que tengan un solo pibe de
ese culto? ¿Y los sueldos…?¿Donde van a conseguir guita para pagarles..?” Reía Wolff
cuando el radioteatro se interrumpió y apareció la voz del Pampa y, ya serio, repitió la
pregunta sobre el nivel de riesgo. Escucharon, por primera vez, el tema sin
intercalación de voces ni ruidos ficticios: “ Cada uno a su manera/todos vamos todos
van/todos vamos todos van/como si algo sucediera”/…./Vos y yo yo él y vos/cada
uno a su manera/somos tres y somos dos/y uno nunca estará a fuera//Ni tu
manera/ni su manera/ni mi manera /son diferentes a las de cualquiera//sentémonos
sintámanos iguales/como las aves y los animales/libres y febriles en el cielo/y en la
selva ay en la tierra y en el suelo…”
–¡Que porquería! –Coincidieron– ¡Es una mierda!

–Final feliz… –Pensaba Wolff mientras Saúl volvía a revolver su biblioteca– Buen
final: me caso con Cecilia y soy amante de Mariana… Ella se cura, todo había sido un
tipo error de los laboratorios. Como haré para hacerles entender que “aves y animales”
son la misma cosa y que no hay nada mas difícil que amar a una mujer que tolere esta
mierda “en la tierra y en el suelo…”?

–Se me pegó la musiquita del Pampa –Se quejaba Saúl… –El que te diga un nivel
de riesgo en tal cual condición macanea porque no hay un solo estudio concluyente…
Macanea… ¿Sabes porque no hay estudios concluyentes? Por que están mal hechos…
Algunos fueron, directamente fraudes… Y muchos que saben que fueron fraudes, los
agregan en las bibliografías para demostrar que no van a armar polémica ni a tomar
partido… Lo que te puedo asegurar es que el que se expuso a una situación sexual de
riesgo, tiene las condiciones necesarias para volver a exponerse a otra situación,
sexual o de otro tipo. Se trata de explicar por qué las parejas de los contagiados vía
jeringas de droga igual que la parejas de casi seguros contagiados por vía homosexual
masculina tienen diez o mas chances de contagio que las parejas de los contagiados
por transfusiones hospitalarias. ¿Cogerán distinto? ¿Usaran mas condones? ¿Son
diferentes? Lo que es concluyente es que el virus es el mismo pero que evoluciona
diferente en cada grupo y el final del paciente es distinto según la fuente del
contagio… Por eso no hablé hablaban de los cartelitos… Estaba Mariana… Mi opinión es
que por ahora los tipos esos tienen bastante razón y no hay que hacer estudios para
demostrar que un poco antes o un poco después, te van a vender una muerte mas
digna… Pero tenés razón, es un negocio… Los tipos tienen razón, pero no saben
nada…

Wolff lo escuchaba, como las chicas habían oído la canción en un dialecto eslavo
de un dialecto alemán. “Escucho sentimientos.” Sin público, cansado y soñoliento, no
tenía fuerzas para intentar explicarlo. Tomar un whisky, fumar un cigarrillo después de
tanto tiempo, buscar entre los restos de droga que algún lugar hubiera dejado la ardilla
y tomar un dosis, hacerse un cocktail de magnesio con vitamina C, ginseng
efervescente y una de las píldoras del doctor Marquez, o ir a su escritorio y volver a
contar los cuarenta y dos mil dólares que le quedaban. Cualquiera de esas alternativas
podría devolverle la voluntad de explicar, ahora que estaba cayendo el sol y que todo
indicaba que las mujeres, al cabo de su raid de compras, habían tomado su camino y
no vendrían a reunirse con ellos. Tarde o temprano las volverían a encontrar, pensó.
Son virus, pensó, porque en ese momento, si entendió bien, Saúl había dicho que si el
virus obedeciese a un programa de invasión y de replicación para proliferar
desaparecería, porque mataría a os únicos organismos capaces de hospedarlo. Sabe –
decía “sabe” – que debe tomarse tiempo para tener éxito, demorarse. Si mirás las
leyes que el déspota Moisés trajo del Sinai y pensás en una humanidad utópica
consagrada a obedecerla, verías que en ella tan es imposible que existan la
enfermedad y el virus como la medicina ésta que pretende combatirlo.
–Son la misma cosa… –Dijo mas tarde y preguntaba: ¿Me entendés?
–No…–Dijo Wolff haciendo un gesto de indiferencia, que reforzaba su certeza de
que había comprendido.

“Escribir es pensar”, leyó Saúl la frase manuscrita en un margen del segundo


tomo de la colección de cuentos jasídicos de Buber. Tenía el libro el libro abierto para
verificar si el dueño de casa, lo había leído alguna vez. Mas adelante, en una página
en blanco que separaba dos relatos encontró unas notas en tinta de bolígrafo, con una
letra clara y redondeada: debían ser las notas de otro lector. “Los hombres y el mundo.
Tres hombres, dos mundos. Mundo del bien, mundo del mal. Hombres locos, boludos, y
hombres hijos de puta. En el mundo del mal los locos se vuelven mas locos, los boludos
mas boludos y los hijos de puta mas hijos de puta. En el mundo del bien no se puede
pensar, porque ya se fue lejos de nuestro alcance.”

También podría gustarte