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ABULAFIA, David, La guerra de los doscientos años.

Aragón, Anjou y la lucha por


el Mediterráneo, Barcelona, Pasado&Presente, 2017

Carlos Ortega Insaurralde

El libro de Abulafia se centra en la ‘cuestión siciliana’, esto es, la disputa por el control
de una o ambas de ‘las dos Sicilias’ (Italia del sur peninsular y la isla de Sicilia junto
con vecinos menores) en la que se involucraron papas, emperadores, príncipes franceses
y españoles en el periodo que va desde el siglo XII hasta principios del XVI. El autor
aborda esta cuestión desde dos puntos de vista: uno centrado en España (la corona
catalanoaragonesa), y el otro en Italia (el reino de la Italia meridional); estos puntos de
vista convergen en las luchas de poder entre la casa de Barcelona y la dinastía de los
Anjou, es decir, en la guerra de los doscientos años.

Abulafia señala que el libro puede leerse tanto como un análisis del preludio de las
guerras italianas del siglo XVI o como un estudio de la influencia del comercio y otros
intereses mercantiles en la política de los reyes cristianos del mundo mediterráneo. Por
publicarse en una colección en la que dominan biografías, el autor señala que ha
utilizado un marco biográfico basado en la idea de ‘vidas paralelas’, el cual sirve para
capturar la ‘trabazón’ de los distintos reinos y la ‘imbricación’ de sus intereses. Esta
concepción teórica se apoya en la tesis de que “lo que ocurre en el ámbito de… [la]
política llega a todos los estratos de la sociedad”, por lo que “cualquier intento de
escribir historia sin prestar atención a las decisiones adoptadas en las altas esferas del
gobierno genera una concepción inmóvil o estática de las sociedades pasadas que resulta
indefendible” (p. 25).

El libro está divido en tres partes: a) Los retos del siglo XIII: orígenes del reino de
Sicilia, nacimiento de la corona catalanoaragonesa, auge y caída de Carlos de Anjou, y
política y religión en la era de Ramón Lull; b) Las crisis del siglo XIV: el Mediterráneo
en tiempos de Jaime II de Aragón, Roberto el prudente de Nápoles, Sicilia y el sur de
Italia, y el ocaso de la casa de Barcelona; c) Las victorias del siglo XV: Alfonso el
magnánimo y la caída de la casa de Anjou, Aragón en Italia y España, y la invasión
francesa de Italia.
La primera parte del libro está compuesta por cuatro capítulos. En el primer capítulo,
Abulafia presenta una reconstrucción de los orígenes del reino de Sicilia. Aquí analiza
los reinados de los reyes normandos Federico II y Manfredo, y la presencia en la región
central de la península italiana de facciones que apelaban a ellos o a la Santa Sede.
Abulafia afirma, en este sentido, que “los dirigentes de estas facciones desestabilizaron
la península y crearon una atmósfera de gran recelo entre el pontífice y el emperador”
(p. 53). Por otro lado, señala que los enfrentamientos entre güelfos y gibelinos se debían
a “rivalidades territoriales y económicas entre los clanes aristocráticos” (p. 53). Según el
autor, al papado le convenía debilitar a las estructuras centralizadas de poder al interior
del reino de Sicilia, con el objetivo mayor de destronar a los tiranos de la casa
Hohestaufen.

En el segundo capítulo, dedicado al nacimiento de la corona cataloaragonesa, Abulafia


plantea que lo esencial es definir “el equilibrio relativo entre los intereses comerciales
de Barcelona y el resto de centros mercantiles de Cataluña y las ambiciones políticas de
los condes-reyes” (p. 80). En este sentido, el autor sostiene que “fue el comercio el que
siguió a la bandera” (p. 80). Sin embargo, dado que los monarcas aragoneses fueron el
producto de la cultura caballeresca del siglo XIII, la cual prestaba gran atención a los
derechos históricos, Abulafia afirma que fue la lucha por el reconocimiento de la justa
potestad, principalmente, lo que dominó la actuación de los reyes aragoneses, como
Pedro III y Jaime I, respecto de sus vecinos cristianos. Otra cuestión relevante para el
autor es el modo en que los reyes trataron a las religiones de las gentes sometidas, algo
que se convertiría en un aspecto central de la política general de la España mediterránea.

En el tercer capítulo Abulafia narra el auge y la caída de Carlos de Anjou, un angevino


aliado del papado, en el trono de Sicilia. Señala que si bien para 1266 parecía que
controlaba dicho trono de modo seguro, las rebeliones de 1267, 1268 y 1282 pusieron
en duda tal seguridad, llegando incluso a desintegrar su poder en la isla y en el norte de
Italia. El autor sostiene que la búsqueda de alianzas con los güelfos, su insistencia de
resolver por la fuerza el problema de la Iglesia griega y su propensión a embarcarse en
proyectos nuevos antes de finalizar los anteriores determinaron la fragilidad del imperio
mediterráneo de Carlos. Por otro lado, la reputación del angevino “está marcada aún por
la misma crueldad insensible” (p. 105) que Pedro “el Grande”.
El capítulo cuarto del libro, y el último de esta primera parte, se aboca a una
caracterización de la política y de la religión en la época de Ramón Lull. En primer
lugar, Abulafia realiza un contraste entre el triunfo de Pedro el Grande y la caída del
imperio de Carlos de Anjou, haciendo frente a su hermano, rey de Mallorca, a una
invasión de los franceses y al papa Martín IV. Esto lo logró, según el autor, gracias a
sus capitanes navales y al apoyo de la población siciliana, la cual quería expulsar a los
franceses y colocar en el trono a los descendientes de Federico II, abandonando por lo
tanto la idea de crear repúblicas urbanas independientes. Abulafia señala que durante
esta época circulaban obras apocalípticas que planteaban la intervención de Dios en los
asuntos humanos; los biógrafos de Pedro “el Grande” pensaban, por ejemplo, que él se
hallaba guiado por la providencia divina. En este contexto, el autor pone de relieve que
los misioneros cristianos hicieron grandes esfuerzos por estudiar el judaísmo y el islam
con el objetivo de convertir a sus practicantes. Ramón Lull, cuyo mensaje era, no
obstante, que “no había mejor modo de conocer y amar a Dios que su propia religión”
(p.127), fue uno de esos misioneros, y Abulafia le dedica varias páginas a su vida y
obra.

La segunda parte del libro trata sobre las crisis del siglo XIV. En el capítulo cinco, y
primero de esta parte, Abulafia ofrece una caracterización del Mediterráneo en la época
de Jaime II de Aragón, lugar al que llegó luego de renunciar al trono de Sicilia, el cual
quedo en manos de Federico III. El autor señala que si bien Jaime apoyó
esporádicamente al papado y a los güelfos, el papa Bonifacio VIII le prometió la corona
de Cerdeña (invadida en 1323-24) y Córcega a cambio de abandonar Sicilia. Mientras
tanto, Abulafia señala que Sicilia no se había rendido frente a los napolitanos, quienes la
tuvieron en su mira incluso luego de la paz de Caltabellotta (1302). Carlos II, por otro
lado, era caudillo de los güelfos en Italia y un rey cristiano “que pretendía gobernar en
conformidad con los principios de su fe” (p. 153) y con las enseñanzas de los letrados
romanos de su corte. Abulafia señala que en 1309 la casa de Anjou había logrado unir el
condado del Piamonte y otras posesiones de la Italia septentrional. El autor no olvida
destacar que Carlos II también se dedicó a la causa de las cruzadas y a la cuestión de las
tierras francas de Grecia. Abulafia afirma que la pérdida de Acre en 1291 fue una
expresión de la impotencia de los angevinos en Oriente. En cuanto a Grecia, una
compañía de catalanes constituyó el ducado de Atenas, que con el tiempo aceptó el
señorío del rey aragonés de Sicilia, convirtiéndose en un escenario de guerras
subsidiarias entre los aragoneses de Sicilia y los angevinos napolitanos. Desde el punto
de vista económico, para Abulafia, las tensiones políticas no fueron un obstáculo para el
comercio mediterráneo luego de la paz de Caltabellotta.

El capítulo sexto está dedicado a Roberto ‘el Prudente’ de Nápoles. Para Abulafia, el
reinado de Roberto ha sufrido una injusta indiferencia por parte de los historiadores.
Señala, primero, que inició su reinado en alianza con el papado, pero pronto terminó
enfrentado en una ‘guerra propagandística’ con Enrique VII de Luxemburgo, primer
emperador alemán coronado en Roma desde Federico II. Luego de la muerte de
Enrique, sostiene el autor, la alianza de Roberto con el papa Juan XXII y con los
florentinos le permitió consolidar su poder en términos políticos y económicos.
Abulafia muestra cómo esta acumulación de poder terminó a la postre por quebrar la
‘alianza triangular tradicional’ entre el pontificado, el monarca angevino y la Florencia
de los güelfos. Más aún cuando Roberto, haciendo caso omiso al tratado de 1302 según
el cual su trono debía ser de los angevinos de Nápoles, se había puesto el objetivo de
reconquistar Sicilia, enviando seis expediciones contra la isla. Abulafia muestra que
Roberto planteaba los argumentos tradicionales, es decir, que “el sometimiento de los
enemigos de aquella región [sur de Italia] y del resto de la península permitiría el
glorioso avance definitivo hacia el Oriente” (p. 177), esto es, una cruzada para
reconquistar Grecia y la Tierra Santa.

El capítulo séptimo estudia a Sicilia y al sur de Italia en la segunda mitad del siglo XIV,
denominado por Abulafia como un ‘periodo turbulento’. En este periodo, el autor
muestra que fueron las familias nobles las que constituyeron sus dominios regionales en
la isla y reprodujeron allí la autoridad que los reyes, quedando la monarquía reducida a
una función nominal, abandonándose principios consagrados como la supervisión real
de las herencias. Este nuevo esquema de poder, sumado a que las invasiones y
conspiraciones de los angevinos deshicieron gran parte de la reconstrucción iniciada por
Federico III, alentó las divisiones internas. Además, señala Abulafia, hay que tener en
cuenta los efectos de la guerra y la peste negra que asoló Sicilia en 1347. También en el
Nápoles angevino Juana I no pudo evitar la fragmentación en facciones, producto de las
invasiones húngaras y de las tensiones generadas por el cisma papal de 1378. Abulafia
muestra el conflicto entre las casas de Anjou-Durazzo y Anjou-Provenza por el trono
napolitano, quedando en manos de Luis I de Anjou-Provenza, mientras el papado era
incapaz de imponer sus propios derechos. El autor finaliza el capítulo afirmando que a
finales del siglo XIV ambos reinos de Sicilia estaban, al parecer, sumidos en el caos.

El octavo capítulo trata sobre el ocaso de la casa de Barcelona. Abulafia afirma aquí que
en el siglo XIV los monarcas de Cataluña y Aragón “comenzaron a articular un
concepto más coherente de sus territorios en cuanto unidad orgánica cohesionada por la
lealtad política y el comercio” (p. 210), expresado en la conquista de Mallorca por
Pedro IV de Aragón en 1343. Este monarca, según el autor, mostró su concepto de
realeza a partir de la pompa cortesana y su objetivo era conseguir los recursos
necesarios para emanciparse de sus parlamentos. Otro objetivo de Pedro, y en lo
sucesivo de los reyes de Aragón, era acabar con la independencia de la corona de
Sicilia. Abulafia sostiene que la transición del siglo XIV al XV vio el surgimiento de
problemas graves: tensiones sociales en Aragón y Cataluña (pogromos antisemitas), el
derrumbamiento de las juderías, el debate celebrado en Tortosa en 1413 y 1414 donde
se decidió humillar a los judíos. Gracias al Compromiso de Caspe, Fernando I de
Trastámara accedió al trono al morir en 1410 la casa de Barcelona, con algunas
tensiones en torno a las tasas impuestas por esta. El autor termina señalando que los
intereses de la comunidad empresarial adquirirán cada vez más peso durante el siglo
XV.

La tercera parte del libro se titula “las victorias del siglo XV”. El primer capítulo de esta
sección, y el noveno del libro, trata sobre Alfonso el Magnánimo y la caída de la casa de
Anjou. Abulafia relata la lucha por el trono de Nápoles entre Renato de Anjou y
Alfonso de Aragón, producto de la indecisión de Juana II, el carácter díscolo de la
nobleza con su tendencia a instaurar pequeños estados regionales y la ambición
desenfrenada del rey Alfonso. Según el autor, Renato podía pensarse como el héroe de
los italianos meridionales que veían en él un monarca débil dispuesto a ceder ante la
nobleza, mientras que los aragoneses eran vistos como intrusos, si bien Alfonso intentó
siempre fraternizar con la nobleza. Tanto Renato como Alfonso eran exponentes del
culto a la caballerosidad del siglo XV, aunque el segundo también estuvo expuesto al
humanismo clásico. Abulafia sostiene que aunque se considere a este periodo como uno
de grave crisis económica en Cataluña, también es cierto que las conquistas de Alfonso
regeneraron la economía de la corona de Aragón y restablecieron los lazos entre
Barcelona y la Nápoles conquistada, estimulando el comercio transmediterráneo. Es
decir, luego de la peste los territorios gobernados por Alfonso, incluidos Sicilia y la
Italia meridional, experimentaron un renacimiento económico, materializado por
ejemplo en la expansión de los rebaños de ovejas del sur de la península itálica.
También el estado vio acrecentarse sus arcas gracias a los gravámenes impuestos al
movimiento pecuario. Sin embargo, como señala Abulafia, el problema seguía siendo el
de la sucesión de Alfonso, siendo el trono de Nápoles para Ferrante, su hijo ilegítimo y
el resto de las tierras para Juan, hermano menor de aquel.

El capítulo décimo analiza el papel de Aragón en Italia y España en el periodo 1458-94.


Abulafia comienza con el reinado de Ferrante en Nápoles, señalando que los objetivos
de este fueron mucho más modestos que los de su padre Alfonso. Se concentró en la
política interior de Italia, buscando constantemente la paz italiana. Sin embargo, señala
el autor, la adhesión de los nobles locales a la causa angevina minó la autoridad de
Ferrante. Por otro lado, emprendió una política económica imaginativa, acercándose a
ciudades y mercaderes en busca de apoyo, lo que solo hizo que los nobles hostilizaran
con él aún más, creando una atmósfera de recelo entre estos y la corona. Ferrante
también recibió a los judíos expulsados por Fernando de Aragón, con quien compartía
cierto grado de pragmatismo, según Abulafia. El autor discute en este capítulo las
acciones de Fernando y su esposa Isabel de Castilla, en el marco de lo que denomina ‘la
recuperación aragonesa’. La política mediterránea de Fernando se centró, según
Abulafia, en el África septentrional y las rutas de distribución del grano de Sicilia,
aunque esta política se vio pronto opacada por el proyecto de extinción de la Granada
Nazarí, junto con su esposa Isabel. Luego de 1492, Abulafia afirma que fue más el
Mediterráneo, con los reinos sometidos a los reyes de Aragón, que las Américas el
objetivo principal de las políticas de Fernando, puesto que era antes que nada un
monarca aragonés.

El capítulo onceavo, el último del libro previo a la conclusión, se centra en la invasión


francesa de Italia durante el periodo 1494-95. Abulafia afirma que la invasión francesa
coincidió con el periodo de debilidad de Italia, donde las alianzas se habían derrumbado
y los reyes Alfonso II de Nápoles y Pedro de Médici no tenían el temple para resistir el
ataque francés. Incluso el papado se vio arrinconado, al no poder contar con la corona
de Nápoles. El autor señala que este evento representó el retorno del sueño angevino de
adquirir el control del sur de Italia y del título de Jerusalén. En efecto, Abulafia muestra
que la Italia meridional fue considerada el punto de partida para una guerra en Oriente
por Carlos VIII de Valois, la cual se materializó gracias al llamamiento de Ludovico el
moro. La consecuencia principal de la guerra fue una inestabilidad mayor, que terminó
con la derrota de la casa napolitanoaragonesa por parte de la catalanoaragonesa,
quedando el sur de Italia en manos de España por varios siglos.

Como conclusión, Abulafia presenta una narrativa sintética de la historia de la cuestión


siciliana así como sus tesis principales. La primera de estas tesis es que la prosperidad
inicial del reino inaugurado por conquistadores normandos trajo la crisis, pues la
riqueza del reino atrajo a nuevos conquistadores [franceses (casa de Anjou), alemanes
(Hohenstaufen) y de la casa de Barcelona]. Por otro lado, el ‘gobierno intensivo’ de los
normandos suscito problemas al interior del reino, particularmente entre los colonos
(italianos y catalanes principalmente). Otra de las tesis es que la red de rutas
comerciales que unían Sicilia a España, el norte de África y las demás islas del
Mediterráneo generó prosperidad para Barcelona. Otra de las tesis es que la importancia
de la región se debía tanto a que después de 1300 se había convertido en campo de
batalla de las dinastías rivales de Anjou y Aragón como a que era un terreno de
competencia para mercaderes florentinos, genoveses, catalanes y de otros lugares. Otra
tesis es que los enfrentamientos políticos frenaron la recuperación de la región luego de
las guerras y la epidemia de peste negra en el siglo XIV. Otra de las tesis es que uno de
los problemas centrales a los que se enfrentaron los reyes de la corona
catalanoaragonesa y de Sicilia fue el de conciliar una monarquía cristiana con el
gobierno sobre musulmanes y judíos. Otra tesis es que el Mediterráneo occidental se
transformó en campo de batalla de dinastías, mercaderes y religiones, estando su
historia política determinada por dos siglos de guerra por el dominio del reino de Sicilia,
la cual finalizó con la pérdida de su independencia en manos de los monarcas de
España.

En términos de la estructura del libro, Abulafia nos provee de un aparato erudito


importante, con numerosas notas localizadas al final del libro, de modo que la lectura no
se ve obstaculizada. Por otro lado, la bibliografía está compuesta por fuentes primarias y
secundarias. Ambas secciones, tanto las notas como la bibliografía, están ordenadas en
función de los capítulos. Se agradece, también, los mapas, las imágenes y los árboles
genealógicos de las distintas casas que gobernaron Sicilia y Nápoles.

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