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Inicialmente esta lomita se llamaba Yavirac los primeros quiteños es decir los Quitus utilizaron
a este lugar como un sitio ritual, después se le denomino Shungo loma, que quería decir loma
del corazón.
Luego, los Incas lo llamaron Ñahuira, que quiere decir, el lunar, el grano asentado después con
la llegada de los primeros españoles le pusieron el nombre de: el cerro gordo, esto por lo
redondo que es y finalmente los españoles que llegaron posteriormente le denominaron
panecillo por la forma de un pan.
Posee 3.035 metros de altitud, actualmente marca una división entre el norte y sur de la
ciudad, aquí encontramos un jarrón aproximadamente de 12 metros de profundidad, que
posiblemente para épocas españolas se le utilizo como jarrón para recoger las aguas lluvias,
pero esto en base a algo anterior que allí había, utilizado por nuestros abuelos.
El Panecillo es uno de los componentes importantes de este Patrimonio por su rol histórico,
por su condición de referente en el paisaje urbano, por su carácter escénico como mirador de
la ciudad, y por su calidad de área de protección ecológica. Sin embargo, sus enormes
potencialidades emblemáticas, ambientales y turísticas se han visto fuertemente disminuidas
por un agudo deterioro ocurrido durante las últimas décadas. Esta situación ha significado que
la ciudad y la ciudadanía han visto la progresiva afectación de tan importante símbolo. Es por
tanto una tarea urgente el iniciar la recuperación de este patrimonio de la quiteñidad y de la
nacionalidad ecuatoriana, con el fin de convertirlo en breve plazo en un hito simbólico y
emblemático, que contribuya a fortalecer la identidad ciudadana local y nacional.
Uno de los mitos del Panecillo es
Había en Quito una mujer que diariamente llevaba su vaquita al Panecillo. Allí pasaba siempre
porque no tenía un potrero donde llevarla. Un buen día, mientras recogía un poco de leña,
dejó a la vaquita cerca de la olla. A su regreso ya no la encontró. Llena de susto, se puso a
buscarla por los alrededores.
Pasaron algunas horas y la vaquita no apareció. En su afán por encontrarla, bajó hasta el fondo
de la misma olla y su sorpresa fue muy grande cuando llegó a la entrada de un inmenso
palacio.
Cuando pudo recuperarse de su asombro, miró que en un lujoso trono estaba sentada una
bella princesa.
Al ver allí a la humilde señora, la princesa sonriendo preguntó: -¿Cuál es el motivo de tu visita?
- ¡He perdido a mi vaca! Y si no la encuentro quedaré en la mayor miseria -contestó la mujer
sollozando.
La princesa, para calmar el sufrimiento de la señora, le regaló una mazorca y un ladrillo de oro.
También la consoló asegurándole que su querida vaquita estaba sana y salva.
La mujer agradeció a la princesa y salió contenta. Cuando llegó a la puerta, ¡tuvo la gran
sorpresa! -¡Ahí está mi vaca!