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Sandra Chaher2
Resumen:
En los últimos años se han producido en América Latina diversos debates vinculados al
derecho a la comunicación, en forma simultánea a la modificación en diversos países de las
normas que regulan el sector. En algunos casos, esos debates incluyeron la dimensión de
género –tanto en relación a los contenidos de los medios como a la necesidad de ampliación
de voces con vistas a la profundización y robustecimiento de las democracias- y, en otros,
este debate casi no se produjo o quedó solapado. El presente artículo reconstruye los
intercambios en la región de los últimos 20 años sobre este tema -en consonancia con la
revisión en el año 2015 de diversos tratados vinculados a los derechos de las mujeres y de
género, y al derecho a la comunicación-, observando los avances, los asuntos pendientes y
algunos de los principales nudos críticos, entre ellos el debate en torno a la libertad de
expresión y al derecho a la no discriminación. El texto se propone evidenciar la necesidad
cada vez más urgente de generar políticas públicas de comunicación y género con el
objetivo de colaborar en la persistente desigualdad de género de nuestras sociedades y de
construir ciudadanías comunicativas robustas e inclusivas.
Summary:
In recent years there have been many debates in Latin America related to the right to
communicate, simultaneously to changes in various countries of the rules governing the
sector. In some cases, those discussions included the gender dimension -both in relation to
the contents of the media as to the need for expansion of voices with a view to deepening
and strengthening of democracies- and , in others, this debate hardly produced or
overlapped . This article reconstructs the exchanges in the region of the last 20 years on this
1
Presentado al concurso de ensayos CLACSO- FIBGAR "La nueva agenda de los derechos humanos en
América Latina y el Caribe". Mayo 2015.
2
Periodista y Licenciada en Ciencias de la Comunicación (Universidad de Buenos Aires). Es presidenta de la
Asociación Civil Comunicación para la Igualdad y directora del Diploma Superior de Comunicación y Género
dictado por Comunicación para la Igualdad con co-certificación de la Autoridad Federal de Servicios de
Comunicación Audiovisual (AFSCA) de Argentina. Es docente de la Universidad Nacional de Buenos Aires y
de la Universidad Nacional de General Sarmiento; integrante de la Red de Personas Expertas de América
latina y el Caribe del Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD); y de la Alianza Global en
Medios de Comunicación y Género (GAMAG) lanzada en diciembre del 2013 por la UNESCO. Dicta
conferencias y cursos sobre comunicación y género en Argentina y América Latina. Fue autora del Acuerdo
Compromiso del Sistema Público de Medios para el Desarrollo de una Sociedad con Equidad de Género,
firmado por el Sistema Público de Medios de Argentina y Jefatura de Gabinete en el año 2012; creadora y
directora de la Asociación Civil Artemisa Comunicación y del portal Artemisa Noticias, y fundadora de la red
PAR (Periodistas de Argentina en Red- Por una comunicación no sexista) y de la Red Internacional de
Periodistas con Visión de Género. Hasta el 2006 se desempeñó como redactora de medios masivos de
comunicación de Argentina (diario Página12, revista 3puntos, revista dominical del diario La Nación).
Compiló y editó los libros Las palabras tienen sexo. Introducción a un periodismo con perspectiva de género
(2007); Las palabras tienen sexo II. Herramientas para un periodismo de género (2010) y Políticas públicas
de comunicación y género: Un camino por recorrer (2014).
subject -in line with the revision in 2015 of various treaties related to the rights of women
and gender , and the right to communication- observing progress, outstanding issues and
some major critical points, including the debate on freedom of expression and the right to
non-discrimination. The text seeks to highlight the increasingly urgent need to generate
public communication policies and gender with the aim of contributing to the persistent
gender inequality in our societies and communication build robust and inclusive
citizenship.
Palabras clave:
Derecho a la comunicación. Comunicación. Género. Libertad de expresión. Derecho a la no
discriminación. Políticas públicas. América Latina.
Key words:
Communication rights. Communication. Gender. Freedom of expression. Right to non-
discrimination. Public policies. Latin America.
Estos eventos fueron La Comunicación como Fuente de Poder para las Mujeres, realizado
en Bangkok en febrero de 1994 y convocado por la Asociación Mundial para las
Comunicaciones Cristianas (WACC), ISIS Internacional y la Tribuna de la Mujer de Nueva
York; el Encuentro Regional de Comunicación y Género que se realizó en Quito (Ecuador),
en abril de 1994, convocado por la Agencia Latinoamericana de Información y la
Asociación Mundial de Radios Comunitarias; y el Simposio Internacional sobre Mujeres y
Medios realizado en Toronto (Canadá), en marzo de 1995 (Hermosilla Pacheco, 2005).
Estos encuentros tuvieron en común la necesidad de que se comenzara a discutir sobre el
derecho humano a la comunicación de las mujeres. En la misma línea del Informe
MacBride (MacBride, 1980), los encuentros reclamaron que el flujo de la información no
fuera unilateral, que se ampliara el espectro de voces que accedía a los medios, que los
contenidos de los mismos no reprodujera desigualdades, que se facilitara el acceso de las
mujeres a los cargos jerárquicos de las empresas mediáticas, y que se generaran instancias
de capacitación para las mujeres y de producción para temas de género.
Señala María Helena Hermosilla sobre los temas centrales del encuentro de Bangkok: “1)
Relevó la importancia de las mujeres y sus movimientos como productoras de
comunicación y no sólo como críticas de los contenidos desde la academia, el feminismo o
desde la ‘periferia’ de los medios, dejando clara la urgencia de manejar las tecnologías que
nos permiten expresar nuestros mensajes y a la vez adquirir poder en los sistemas de
comunicación. 2) Se destacó la importancia de diseñar políticas integrales de comunicación
con perspectiva de género. 3) Se instaló con mayor precisión e importancia el tema de la
Conferencia de Beijing, incorporándose la sección J para la discusión. La comunicación en
la larga lucha de las mujeres dejó de ser un tema secundario o sólo de modificación del
signo de los contenidos, para avanzar en ser comprendida como una dimensión
fundamental en la constitución de nuevas identidades femeninas más progresistas y no
discriminatorias y en la batalla política por obtener más poder para las mujeres en todos los
ámbitos” (Hermosilla Pacheco, 2005: 5).
A la vez, en los tres encuentros aparece un tema que atraviesa hasta el día de hoy todos los
debates sobre comunicación y género y que será parte central de este ensayo: la tensión
entre los medios como empresas resistentes a ser reguladas y cada vez con más poder, y la
necesidad de convencerlos o imponerles algún tipo de mecanismo regulatorio que recuerde
su función de servicio social y los principios de no discriminación.
En 1995 se llevó a cabo en Beijing la Conferencia Mundial de la Mujer, que fue el evento
más grande vinculado a temas de género que se había realizado hasta la fecha y cuyos
diagnósticos y propuestas de acción –contenidas en la Plataforma de Acción de Beijing
(PAB)- siguen siendo tomados como referencia para el logro de la igualdad de género en el
mundo. “La Plataforma de Acción adoptada en la Conferencia de Beijing, si bien no tiene
naturaleza jurídica, supuso un hito en la política internacional de género al asumir que el
‘empoderamiento’ de las mujeres y la igualdad entre hombres y mujeres son condiciones
indispensables para lograr la seguridad política, social, económica, cultural y ecológica
entre todos los pueblos y por tanto era necesario abordar esta desigualdad con estrategias
globales” (Maquiera, 2010: 62).
La PAB incluyó 12 áreas de interés especial para lograr el objetivo de la igualdad de género
en la sociedad, una de las cuales fue los medios de comunicación, a los que se dedicó el
Capítulo J, un apartado de 11 artículos con sugerencias de acción para los Estados, la
sociedad civil y las empresas de medios de comunicación y publicidad. Los dos objetivos
estratégicos de este apartado fueron: aumentar la participación de las mujeres en las
empresas de medios, sobre todo en los cargos jerárquicos; y mejorar la imagen que éstas
brindan de las mujeres. Observó posteriormente Margaret Gallagher que no fue fácil la
inclusión de la temática referida a los medios durante la Conferencia, entre otros aspectos
por la tensión entre regulación y libertad de expresión: “La inclusión en 1995 de los medios
y las comunicaciones como una de las ‘áreas críticas’ ocurrió en la última etapa del proceso
preparatorio y como resultado del intensivo lobby de las organizaciones de la sociedad
civil, particularmente de Asia y América Latina. Las negociaciones durante la Conferencia
llevaron a la inclusión de la frase ‘en la medida en que ello no atente contra la libertad de
expresión’ hacia el final de la Sección J, como un recordatorio de que ésta es una de las
áreas más controvertidas en el debate internacional” (Gallagher, 2005).
Derecho a la comunicación
Por otra parte, en los debates que se dieron en las últimas décadas sobre comunicación
también aparecieron los temas de género, aunque con mucho esfuerzo por parte de las
organizaciones de mujeres y de género para que sus voces fueran escuchadas. Durante la
confección de la investigación Un solo mundo, voces múltiples (conocida como Informe
MacBride) –un informe que sigue siendo referencia indiscutible sobre el derecho a la
comunicación-, en el seno de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la
Ciencia y la Cultura (UNESCO) a fines de los años ’70, ninguna mujer fue parte de la
comisión de 16 personas encargada de redactarlo. “Ninguna mujer fue nominada para ser
parte de los 16 miembros de la Comisión; pero cuando uno de los miembros originales se
retiró, fue reemplazado por Betty Zimmerman, en ese momento Directora de Radio Canadá
Internacional. Por iniciativa de ella, fue encargada una investigación (una, entre las 100 o
más preparadas por la Comisión) en la primavera de 1979. La Comisión se reunió por
última vez en noviembre de ese año. Este injerto de último minuto es evidente en el
informe MacBride, en el cual sólo una de las 82 recomendaciones se refiere a las
necesidades y derechos de la comunicación de las mujeres. No hay discusión sobre la
situación de las mujeres vinculada a la transnacionalización, publicidad, infraestructura,
formación de opinión pública –todo lo cual habría demandado análisis en términos de
relaciones y diferencias de género-. En lugar de eso, el ‘tema’ de las mujeres está resumido
en dos páginas, como si esos derechos no tuvieran relación con el resto de los temas
abordados por el reporte” (Gallagher, 2011: 455).
En los años 2003 y 2005, a su vez, se realizó en dos etapas la Cumbre Mundial de la
Sociedad de la Información, destinada a debatir el auge y estado de las comunicaciones a
partir de la enorme expansión de las TIC. Fue convocada por la Unión Internacional de
Telecomunicaciones y participaron la ONU, gobiernos nacionales, el sector privado, y
organizaciones de la sociedad civil.
Si bien no era un espacio adecuado para debatir temas de género en particular, y desde las
perspectivas de las audiencias en general, ya que “fue concebida con una concepción
tecnicista y tecnócrata, que no consideró en los inicios de su planificación la premisa de dar
participación activa a la sociedad civil en las discusiones” (Sabanes Plou, 2008: 5), las
organizaciones formaron espacios de discusión y participación cuyo objetivo era incidir en
los documentos finales.
En lo relacionado específicamente a género, se logró la inclusión de su mención en el
documento final luego de muchos esfuerzos. Dice la Declaración de Principios de Ginebra
en el párrafo 12: “Afirmamos que el desarrollo de las TIC brinda ingentes oportunidades a
las mujeres, las cuales deben ser parte integrante y participantes clave de la Sociedad de la
Información. Nos comprometemos a garantizar que la Sociedad de la Información fomente
la potenciación de las mujeres y su plena participación, en pie de igualdad, en todas las
esferas de la sociedad y en todos los procesos de adopción de decisiones. A dicho efecto,
debemos integrar una perspectiva de igualdad de género y utilizar las TIC como un
instrumento para conseguir este objetivo”.
Además de las dificultades para incluir temas de género, y de derecho comunicacional en
general, Gallagher observó otras limitaciones vinculadas al accionar del movimiento de
mujeres: “La Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información demostró ser uno de los
mayores eventos internacionales en los que las mujeres estuvieron ‘poco comprometidas’,
la razón principal fue la falta de comprensión del proceso y la relación entre los temas que
allí se trataban y la lucha global de las mujeres por la igualdad de género. Sumado a esto
estaba el paradigma tecnológico impulsado por el mercado que enmarcó el debate de la
CMSI, en el cual las referencias al derecho a la comunicación o a una comunicación que
fuera de abajo hacia arriba eran percibidos por algunos como un intento de revivir la no
resuelta situación del debate del NOMIC” (Gallagher, 2011: 462).
Desde la misma UNESCO surgió la necesidad, en el año 2013, de movilizar el debate
global sobre comunicación hacia la inclusión y atención de los temas de género, sobre todo
considerando que en el 2015 se producirían una serie de debates globales (revisión de la
PAB y de la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información y aprobación en el seno de
la ONU de nuevos Objetivos de Desarrollo Sustentable que reemplazarán a los Objetivos
de Desarrollo del Milenio) en los que estarían presentes tanto la dimensión de género como
la de comunicación.
Con este objetivo, ese organismo de la ONU convocó a fines del 2013 a un Foro Global de
Medios de Comunicación y Género que se realizó en Bangkok y en el cual se formó una
Alianza Global Medios de Comunicación y Género (GAMAG por sus siglas en inglés). El
objetivo explicitado en ese evento fundacional para la GAMAG fue “instalar en el debate
internacional la necesidad imprescindible de que los temas de género, y particularmente la
comunicación, sean parte de los elementos que se consideren centrales en una agenda futura
de desarrollo” (Chaher, 2013).
Que sea garantizada la libertad de expresión de las mujeres fue uno de los ejes de debate
del Foro y quedó plasmado en el Plan de Acción de la GAMAG. Allí se señaló que el
acceso a la comunicación de las mujeres es parte de su derecho a la libertad de expresión y
que el hecho de que las mujeres puedan expresarse libremente contribuirá al cambio social
(Chaher, 2013).
A partir del año 2006, comenzaron a aprobarse en la región leyes sobre violencia de género
de segunda generación que tipifican especialmente la violencia de género3. Hasta la fecha,
existen este tipo de normas en Brasil (2006), Venezuela (2006), Costa Rica (2007), México
(2007), Colombia (2008), Guatemala (2008), Argentina (2009), El Salvador (2010),
Nicaragua (2012) y Bolivia (2013).
3
Luego de la sanción de la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Eliminar la Violencia
contra las Mujeres (Belem do Pará) en 1994, la mayoría de los países de América Latina y el Caribe
sancionaron leyes sobre violencia familiar o doméstica. Si bien Belém do Pará habla específicamente de
violencia contra las mujeres, las primeras normas no focalizaron específicamente en este aspecto sino en
todas las formas de violencia que se producían en el ámbito familiar. Sin embargo, a partir del 2006
comenzó a generarse normativa específica para abordar la violencia de género y en particular la de los
varones hacia las mujeres dentro de las llamadas leyes integrales de violencia y/o leyes de segunda
generación.
Tienen características que las diferencian de las de la década del ’90: consideran la
violencia de género como una violación de los derechos humanos de las mujeres; en
algunos casos, tipifican el feminicidio; toman en cuenta la diversidad de las mujeres que
sufren violencia (etárea, étnica); establecen más medidas de protección; eliminan prácticas
como la mediación o la conciliación; endurecen las sanciones y eliminan los atenuantes;
crean planes multisectoriales; incluyen programas de recuperación/atención a agresores;
señalan la necesidad de diseñar sistemas de información que permitan dar seguimiento al
cumplimiento de la ley; y contemplan distintas formas de violencia hacia las mujeres:
física, emocional, patrimonial, simbólica, obstétrica, entre otras.
Dentro de esta categorización de diferentes formas y/o modalidades de violencia, fueron
incluidas la violencia simbólica y la violencia mediática. La primera como una forma de
violencia hacia las mujeres contenida en diversos tipos de mensajes, y la segunda
abordando específicamente aquellos transmitidos por los medios de comunicación.
Dentro de las mencionadas leyes de segunda generación, incluyen a la violencia simbólica
la Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (2006), de
Venezuela; la Ley 26485 De Protección Integral para prevenir, sancionar, y erradicar la
violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrolle sus relaciones interpersonales
(2009), de Argentina; la Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia contra las
Mujeres (2010), de El Salvador; y la Ley Integral para garantizar a las mujeres una vida
libre de violencia (2013), de Bolivia.
La definición de violencia simbólica que dan las cuatro normas son similares: mensajes,
valores, íconos, signos que transmiten y reproducen relaciones de dominación, desigualdad
y discriminación en las relaciones sociales que se establecen entre las personas y
naturalizan la subordinación de la mujer en la sociedad. Se trataría de todas aquellas
construcciones del imaginario simbólico que reproducen en la sociedad las desigualdades
entre mujeres y varones o, en términos más amplios, entre personas con identidades de
género masculinas y aquellas con identidades de género femeninas.
Algunas de estas normas (Venezuela, Argentina y Bolivia) incluyen además la figura de
violencia mediática, a la que definen como la exposición, a través de cualquier medio de
difusión, de la mujer, niña o adolescente, que de manera directa o indirecta explote,
discrimine, deshonre, humille o que atente contra su dignidad con fines económicos,
sociales o de dominación. La norma de Argentina incluye además una mención específica a
los contenidos pornográficos como parte de la violencia mediática: “la utilización de
mujeres, adolescentes y niñas en mensajes e imágenes pornográficas, legitimando la
desigualdad de trato o construya patrones socioculturales reproductores de la desigualdad o
generadores de violencia contra las mujeres”.
A la vez, en el mismo período histórico, fueron aprobadas en la región normas sobre
medios de comunicación que modificaron las regulaciones existentes, de la mano
mayormente de gobiernos que propusieron una redistribución de los recursos materiales y
simbólicos frente a décadas de regulaciones que habían permitido el fortalecimiento de los
monopolios y oligopolios comunicacionales. Señala Denis de Moraes sobre esta etapa: “Se
busca concretar intervenciones que estimulen difusiones descentralizadas de información,
conocimiento y cultura. Las medidas en favor de la pluralización de los medios de
comunicación –aunque limitadas o parciales- se sintonizan con estos ideales y se despliegan
en medio de disputas por la hegemonía política y cultural” (De Moraes, 2011: 16).
Venezuela fue el primer país de la región en focalizar la discusión sobre la necesidad de
redistribución de bienes simbólicos en el ámbito de la comunicación. Allí fue sancionada,
en el 2005, la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión. En el 2009, Argentina
aprobó la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, una norma aplaudida a nivel
internacional por el proceso democrático de debate que le dio origen y por el articulado que
finalmente fue aprobado, respetuoso de los más altos estándares del derecho a la
comunicación (Piqué, 2009)4. Luego Bolivia sancionó, en el 2011, una Ley General de
Telecomunicaciones, Tecnologías de Información y Comunicación; Ecuador también se
sumó en el 2013 con la sanción de la Ley Orgánica de Comunicación; el mismo año
México reformó su marco regulatorio sobre comunicaciones; y en Uruguay fue aprobada en
2014 una Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
En algunas de estas normas existen disposiciones específicas vinculadas a género, tanto en
relación a los contenidos como a estrategias de sensibilización y fomento de la
comunicación. En el caso de la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión, de
Venezuela, se prevé (artículos 20 y 21) que en dos de los órganos que integran la Comisión
Nacional de Telecomunicaciones –el organismo rector en el tema-, el Directorio de
Responsabilidad Social y el Consejo de Responsabilidad Social, habrá una persona que
represente al Instituto Nacional de la Mujer.
La Ley Orgánica de Comunicación de Ecuador dispone, en relación a los derechos de las
personas comunicadoras, que la composición laboral de los medios debe guiarse por
criterios de equidad y paridad entre mujeres y hombres (artículo 43); a la vez, son definidos
como contenidos discriminatorios (artículo 61) los mensajes que connoten, entre otros
temas, distinción, exclusión o restricción basada en razones de sexo, identidad de género, y
orientación sexual; y se propone como uno de los objetivos de los medios de comunicación
(artículo 80) fomentar la igualdad de género.
La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual de Uruguay prevé que la Comisión
Honoraria Asesora de Servicios de Comunicación Audiovisual (artículo 79) esté integrada,
entre otras personas, por tres representantes de organizaciones no gubernamentales que
“tengan como finalidad el estudio, promoción y defensa de la libertad de expresión, los
derechos de niños, niñas y adolescentes, las mujeres y la eliminación de todas las formas de
discriminación”; a la vez se establece, entre las contraprestaciones de la ley (artículo 95),
que quienes sean titulares de servicios de radio y televisión deberán permitir el “uso
gratuito de hasta quince minutos diarios, no acumulables, para realizar campañas de bien
público sobre temas tales como salud, educación, niñez y adolescencia, igualdad de género,
convivencia, seguridad vial, derechos humanos y combate a la violencia doméstica y la
discriminación”; y el artículo 28, referido a la no discriminación, señala que no podrán ser
emitidos “contenidos que inciten o hagan apología de la discriminación y el odio nacional,
racial o religioso, que constituyan incitaciones a la violencia o cualquier otra acción ilegal
similar contra cualquier persona o grupo de personas, sea motivada por su raza, etnia, sexo,
4
Más adelante nos detendremos específicamente en esta normativa.
género, orientación sexual, identidad de género, edad, discapacidad, identidad cultural,
lugar de nacimiento, credo o condición socioeconómica”.
Más delante veremos en particular el caso de Argentina y cómo se implementaron estas
normativas en varios países de la región.
Violencia simbólica
En las normas de violencia hacia las mujeres de segunda generación, la violencia simbólica
aparece como una figura jurídica a la par de otras formas de violencia como la institucional,
física, patrimonial o psicológica, entre otras. Sin embargo, la violencia simbólica es
explicada por Bourdieu y Segato como una forma de reproducción de las desigualdades que
subyace, contiene y explica todas las demás formas de violencia hacia las mujeres.
El concepto –al que Bourdieu denominó dominación masculina (Bourdieu, 2000: 17) y
Segato violencia moral (Segato, 2003: 107) – refiere a formas intangibles de la violencia
hacia las mujeres que se reproducen de forma inconsciente, perpetuando las condiciones de
desigualdad en las relaciones de género.
Bourdieu señala que la violencia simbólica es aquella que sostiene todas las demás formas
de violencia, que se manifiesta sobre los cuerpos sin que estos la noten, de forma que
parecería mágica. Los cuerpos se transforman por efecto de esta forma de violencia que se
ejerce de forma invisible e inasible, debido a la familiaridad con un universo simbólico y
por prácticas caracterizadas por las estructuras de dominación (Bourdieu, 2000: 54). Es una
“violencia amortiguada, insensible e invisible para su propias víctimas, que se ejerce
esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del
conocimiento o, más exactamente, del desconocimiento, del reconocimiento o, en último
término, del sentimiento” y que se apoya en relaciones de dominación de los varones sobre
las mujeres (Bourdieu, 2000: 12).
Se trata de un tipo de dominación que prescinde de justificaciones, se impone como neutra
y no precisa de discursos que la legitimen. Es un orden social que funciona como “una
inmensa máquina simbólica” apoyada en la división sexual del trabajo, la estructura del
espacio y del tiempo, cada una con ámbitos femeninos y masculinos delimitados. “El
mundo social construye el cuerpo como realidad sexuada y como depositario de principios
de visión y de división sexuantes (…). La diferencia biológica entre los sexos, es decir
entre los cuerpos masculino y femenino y, muy especialmente, la diferencia anatómica
entre los órganos sexuales, puede aparecer de ese modo como la justificación natural de la
diferencia socialmente establecida entre los sexos, y en especial de la división sexual del
trabajo” (Bourdieu, 2000: 22).
La estructura de dominación que de esta manera se constituye es el resultado de un trabajo
continuo, histórico, de reproducción en el que colaboran agentes singulares (los hombres
ejerciendo violencia física o psicológica) e instituciones (familia, iglesia, escuela, estado).
Se trata de una violencia suave e invisible que se instituye a través de la adhesión que el
dominado se siente obligado a conceder al dominador ya que las únicas herramientas de
que dispone para pensarse a sí mismo son las que comparte con el dominador. Por eso la
relación de dominación parece natural (Bourdieu, 2000: 50).
Se trata de una forma de poder que se ejerce directamente sobre los cuerpos (en la forma de
emociones, pasiones, sentimientos) y como por arte de magia. Por eso no se la puede anular
mediante un esfuerzo de la voluntad, basado en una toma de conciencia liberadora. Para
Bourdieu, la ruptura de la relación de complicidad entre víctimas y dominadores sólo puede
producirse a través de una transformación radical de las condiciones sociales (Bourdieu,
2000: 58).
Segato se refiere a la violencia moral como el más eficiente de los mecanismos de control
social y de reproducción de las desigualdades y le otorga tres características: diseminación
masiva en la sociedad, que es lo que garantiza su naturalización; arraigo en valores
religiosos y familiares, que permite su justificación; y falta de definiciones y formas de
nombrarla, que dificulta la posibilidad de defenderse y buscar ayuda (Segato, 2003: 114).
La violencia moral es “todo aquello que envuelve agresión emocional, aunque no sea
consciente ni deliberada” dice Segato y establece una tipología posible de la misma: control
económico; control de la sociabilidad; de la movilidad; menosprecio moral; menosprecio
estético; menosprecio sexual; descalificación intelectual y descalificación profesional
(Segato, 2003: 116).
Segato enfatiza la necesidad de diferenciar la violencia moral de la violencia física, de la
cual suele decirse que es complemento. La más notable de las características de la violencia
moral, señala, no es aquella por la que se continúa y amplía en la violencia física, sino otra
por la que se disemina difusamente e imprime un carácter jerárquico a los menores e
imperceptibles gestos de las rutinas domésticas (Segato, 2003: 114).
El sentido de la violencia moral es la reproducción del sistema patriarcal mediante su
“refundación permanente”. El acto instaurador del patriarcado es ilegítimo y esta
ilegitimidad originaria hace que permanentemente deban renovarse los votos de
obediencia/subordinación en cada gesto de violencia. Esto hace que la normalidad del
sistema patriarcal sea una normalidad violenta, que depende de la desmoralización y
vulneración cotidiana de las personas minorizadas (Segato, 2003: 121).
Alda Facio refiere concretamente a las formas en que se manifiesta en el patriarcado la
violencia simbólica. “Las instituciones por medio de las cuales el patriarcado se mantiene
en sus distintas manifestaciones históricas, son múltiples y muy variadas pero tienen en
común el hecho de que contribuyen al mantenimiento de las estructuras de género que
oprimen a todas las mujeres. Entre estas instituciones están: la familia patriarcal, la
maternidad forzada, la educación androcéntrica, la heterosexualidad obligatoria, las
religiones misóginas, la historia robada, el trabajo sexuado, el derecho monosexista, la
ciencia ginope, etc” (Facio Montejo, 1992: 28).
¿De qué forma puede deconstruirse la violencia simbólica? ¿Es posible revertir la
dominación cuando no somos conscientes de ella? Como veíamos, para Bourdieu, la
ruptura de la relación de complicidad entre víctimas y dominadores sólo puede producirse a
través de una transformación radical de las condiciones sociales. No basta con la toma de
conciencia sobre la dominación, sino que debe haber una transformación y repetición de
prácticas contradiscursivas que generen otro tipo de condiciones. “La sumisión no es un
acto de consciencia, sino una creencia tácita y práctica que se ha vuelto posible gracias a la
habituación fruto del adiestramiento del cuerpo. Es ilusorio describir la resistencia a la
dominación en el lenguaje de la conciencia, dejándose llevar por hábitos de pensamiento
(marxismo, feminismo) que esperan que la liberación política surja del efecto automático
de la toma de conciencia, ignorando la extraordinaria inercia que resulta de la inscripción
de las estructuras sociales en los cuerpos. Solo una auténtica labor de contra-
adiestramiento, que implique la repetición de los ejercicios, puede transformar
duraderamente los habitus” (Bourdieu, 2000: 35).
Segato señala que, si bien es fundamental un trabajo sobre la sensibilidad ética para
deconstruir la violencia simbólica, el derecho puede tener un papel central en la
transformación social. Para la autora la ley es un campo de lucha, su legitimidad depende
de que logre contemplar un paisaje diverso, administrar la convivencia de costumbres y
moralidades diferentes (Segato, 2003: 125). El rol de la ley es doble: puede ser impulsada
por un sentimiento ético a favor de las personas minorizadas (mujeres, entre otros
colectivos) y a la vez puede impulsar y sensibilizar a favor de ese sentimiento y transformar
la moral y el esquema jerárquico. La ley tiene el poder simbólico de dar forma a la
sociedad, un poder que reside en su legitimidad para dar nombres. Se trata de la “eficacia
simbólica” en oposición a la “eficacia instrumental” que también posee. El sistema de
nombres que instaura la ley posibilita acceder a derechos y protecciones, permite identificar
problemas y aspiraciones. Son los nombres de un mundo mejor (Segato, 2003: 126).
Es esencial comprender esta confianza depositada por un lado en la norma (Segato) y, por
otro, en las prácticas (Bourdieu), para visibilizar el tipo de transformaciones necesarias para
evitar las formas de violencia simbólica y mediática.
Las normas existentes en muchos países de nuestra región que abordan estos temas –muy
poco implementadas como veremos más adelante- son estrategias claves para el logro de
uno de los dos objetivos planteados en el Capítulo J de la PAB: la mejora de la
representación de las mujeres, y podríamos agregar de todas las identidades femeninas, en
los medios de comunicación. La implementación de estas normas es central tanto por las
prácticas que instauran (nuevos modos de concebir a las personas y a las relaciones de
género) como por el efecto simbólico de las mismas: legitimar la sanción social y política
hacia las desigualdades de género en las representaciones culturales y mediáticas. Y
colaborar en la comprensión de que la violencia simbólica no es sólo una conceptualización
de la forma en que se manifiestan y reproducen las desigualdades de género, sino que tiene
un efecto sobre todas las demás formas de violencia hacia las mujeres e identidades
femeninas y/o feminizadas. La idea naturalizada y legitimada de la desigualdad de género y
de la subordinación social, cultural y política a lo masculino es la sustancia, la argamasa
(Segato, 2003: 107) que subyace en las formas tangibles de violencia como la psicológica y
la física.
Cuando un varón asesina a una mujer comete un feminicidio 5 sostenido en la legitimación
de la violencia hacia las mujeres como algo posible y tolerado en su cultura y sociedad. En
la medida en que creemos que las mujeres tienen menor valía que los varones y que deben
5
Tomamos la definición de Marcela Lagarde que refiere al feminicidio como el “genocidio contra mujeres y
sucede cuando las condiciones históricas generan prácticas sociales que permiten atentados violentos
contra la integridad, la salud, las libertades y la vida de niñas y mujeres” (Lagarde, 2008).
estar subordinadas a ellos, se habilita la conducta masculina de violencia para sostener esos
privilegios.
El refuerzo constante de esta idea de violencia simbólica en los medios de comunicación –a
través de evidentes escenas de objetivación sexual, desprecio y discriminación, pero
también de formas más sutiles de manifestación de las desigualdades como la adscripción
de lo femenino a las tareas de cuidados y en general al mundo de lo privado- es justamente
un habitus (Bourdieu, 2000, 40) que colabora en la reproducción de las desigualdades y
sostiene las formas más evidentes de violencia de género como los feminicidios.
En el año 2010 fue realizada la primera investigación global sobre la estructura laboral de
los medios desde un punto de vista de género. Fue llevada adelante por la Fundación
Internacional de Mujeres Periodistas (IMFW por sus siglas en inglés) y abarcó 522
compañías (de diarios, televisión y radio) de 59 naciones de todas las regiones del mundo.
La investigación evidenció que los medios de comunicación son estructuras laborales
mayoritariamente masculinas: por cada dos varones que trabajan en ellos, lo hace una
mujer; además los varones ocupan la mayoría de los puestos de dirección y de trabajo en
gran parte de las naciones investigadas: 73% de los altos cargos y casi 65% entre los
reporteros (Byerly, 2011: 9).
En América Latina, fueron analizadas 121 empresas en 13 países en las que se repitió la
tendencia global de un tercio de mujeres y dos de varones. Fueron identificados cuatro
patrones en relación a la presencia de las mujeres dentro de las redacciones del continente:
baja representación, existencia del techo de cristal, un acceso moderado a todos los niveles
jerárquicos de las redacciones, y ausencia de mujeres en los cargos de decisión y entre las y
los accionistas (Byerly, 2011: 144).
La ausencia de políticas públicas vinculadas a la democratización de la estructura laboral de
los medios, entendemos que se vincula a la no injerencia en general de los Estados en
políticas empresariales sectoriales. Sin embargo, creemos que sería deseable que los
Estados de América Latina promovieran acciones de discriminación positiva para el sector
empresarial en general, como se incentivan en Europa (Escribano Claramunt, 2013), de tal
forma de promover el acceso de las mujeres a los cargos de decisión; y, por otra parte, que
las mismas empresas asumieran –acorde al articulado del Capítulo J de la PAB que está
destinado tanto a estados, como a la sociedad civil y al sector privado- políticas públicas
destinadas a promover la inclusión, capacitación y promoción de sectores desaventajados
desde un punto de vista de género.
Por último, un aspecto presente en los seis casos abordados, es la argumentación, por parte
de las empresas de medios, pero también del Estado, del derecho a la libertad de expresión
de las empresas frente a las propuestas de regulación del sector. Se explica en el capítulo de
Uruguay sobre el proceso de redacción del proyecto de Ley de Servicios de Comunicación
Audiovisual de ese país: “En el año 2010, la Dirección Nacional de Telecomunicaciones
convocó a diversos sectores de la sociedad civil a participar en un Comité Técnico
Consultivo (CTC) para la elaboración de la nueva Ley de Servicios de Comunicación
Audiovisual con el objetivo de alcanzar consensos y acuerdos en un debate a nivel
nacional. En el proceso de debate, representantes de diversos sectores de la sociedad,
abordaron ocho temas principales, en base a un documento proporcionado por la Dirección
Nacional de Telecomunicaciones (MIEM). El proceso de cuatro meses de trabajo del CTC
concluyó con acuerdos básicos como responsabilidad social de los medios, libertad de
expresión, diversidad y transparencia. Pero enfrentó dentro del propio gobierno un freno
liderado ni más ni menos que por el propio presidente José Mujica. El debate interno en el
gobierno dilató la presentación del proyecto de ley en el Parlamento y aun así enfrentó
matices entre los diferentes sectores que componen la coalición de gobierno. El debate no
fue menos complejo entre los diversos sectores involucrados, a pesar del clima positivo en
el que se debatieron los acuerdos y las diferencias en los cuatro meses del Comité Técnico
Consultivo. Algunos actores calificaron la ley como ‘Ley mordaza’ y una y otra vez sin
demasiada fundamentación se agitó el fantasma de ataque a la libertad de expresión. Con
diferentes matices, las personas involucradas vinculadas a la propiedad de los medios, o sus
gremiales representativas, cuestionaron aspectos sustantivos del proyecto. De hecho, el
texto enviado desde el Poder Ejecutivo, tuvo muchas modificaciones en el debate
parlamentario, a pesar de lo cual sólo fue votado en la Cámara por quienes representan al
Frente Amplio. Para la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) por ejemplo, el proyecto
contiene ‘discrecionalidades, excesiva regulación y contradicciones’ que constituyen
‘potenciales amenazas’ para la libertad de expresión” (Celiberti, 2014: 63).
Se observa a la vez en relación a los fallos de la Corte Suprema de Justicia de Colombia
vinculados a medios de comunicación: “En general, la Corte ha dicho que los programas
deben advertir sobre sus contenidos, pero que el control debe recaer en las personas
usuarias, no en los medios. En casos controversiales como la pornografía, la Corte ha
reconocido que los contenidos afectan y moldean la realidad y que, por tanto,
representaciones denigrantes, violentas y no igualitarias de las mujeres pueden tener un
impacto social negativo pero que, no obstante, coartar la libertad expresión de los medios
sería incurrir en censura y esto es un escenario menos deseable para una democracia”
(Martínez, 2014: 47).
En los próximos apartados desarrollaremos algunas cuestiones vinculadas al derecho a la
libertad de expresión y a sus vínculos tanto con el derecho a la comunicación como con el
derecho a la igualdad o no discriminación.
Analía Elíades señala cuatro etapas del periodismo y la comunicación que habrían ido
modificando la percepción, interpretación y alcance del derecho a la libertad de expresión:
la de la soberanía regia o etapa monárquica/absolutista, cuando se consideraba que la única
persona con derecho a la palabra era quien gobernaba el reino, y que incluyó figuras como
la censura previa, la licencia real (que otorgaba quien reinaba para poder explotar una
imprenta) y el privilegio real (ya que no se reconocían los derechos de autor); la
empresarista, desde las revoluciones burguesas en adelante, que es cuando aparece por
primera vez el reclamo por el derecho a la libertad de expresión, y en la que el derecho
protegido era el del ciudadano que surgía de las revoluciones burguesas y que reclamaba no
ser censurado por el Estado, que hasta entonces había sido monárquico y omnipresente; la
etapa profesionalista, desde comienzos del siglo XX, en la que surgieron asociaciones de
periodistas, comités de ética e instancias similares de evaluación de la información que
aportan la conceptualización de la información como bien social, y no como mercancía, y la
consideración de que quien ejerce el periodismo tiene una responsabilidad social que
cumplir; la siguiente, y aún vigente, la etapa universalista, en la que la comunicación y la
información se instalan como derechos de la ciudadanía (Elíades: 3). Esta última podría
decirse que se origina, como hito fundacional, con la Declaración Universal de Derechos
Humanos que en su artículo 19 señala que “Todo individuo tiene derecho a la libertad de
opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus
opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin
limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
Damián Loreti y Luis Lozano observan que: “De esta manera se llega a un estadio
novedoso para las sociedades modernas en el cual la información y la comunicación dejan
de ser potestades del Estado, de los empresarios periodísticos o, inclusive, de los propios
periodistas, para convertirse en un derecho humano, cuyo titular es el público. Este
desarrollo jurídico y político da lugar a los diversos compromisos y mandatos que se
plasman en instrumentos internacionales asumidos por los Estados a lo largo de la segunda
mitad del siglo XX” (Loreti y Lozano, 2012, 38).
Caracteriza Elíades, siguiendo a Loreti, las transformaciones conceptuales en la
interpretación del derecho a la libertad de expresión. Durante el siglo XIX, “su carácter era
esencialmente individual, tal como caracteriza a los llamados derechos humanos de primera
generación, centrados esencialmente en el individuo, pero además, en términos
comunicacionales, la libertad de expresión estaba centrada en el emisor de la información y
en la facultad de difundir o dar información, así se hablaba de ‘publicar las ideas por la
prensa’, ‘expresarse’, y fue necesario una larga lucha en el campo de los derechos humanos
hasta reconocer que el derecho a la libertad de expresión, es simultáneamente un derecho
humano individual y social o colectivo, y que a su vez, tiene un carácter bifronte: dar y
recibir información, y por supuesto, todas las implicancias presentes en ellas: acceder a la
misma, investigar, difundir, por cualquier tipo de medios, y de soportes” (Elíades: 9).
Según Loreti: “El nuevo contenido de la libertad se amplía: lo que trae como consecuencia
que del individuo predominantemente emisor (derecho de expresión del pensamiento) se
pase a considerar al individuo -en la sociedad- como predominantemente receptor (derecho
a ser informado). La libertad de información tiene un nuevo destinatario – la colectividad –
y cumple una función distinta – la formación de la opinión pública -. Y es el
reconocimiento específico de esta vertiente pasiva de la libertad de información el rasgo
más destacable de la nueva concepción: la libertad de información no se suscribe sólo a la
libertad de difundir, sino que incluye también la libertad de recibir la información, vertiente
pasiva que recogen expresamente las Declaraciones de Derechos, Convenciones
Internacionales y Constituciones que han aparecido en los últimos cincuenta años” (Loreti,
2012: 18).
En esta etapa actual, la diversidad comunicacional es esencial para reconocer el derecho a
la expresión de la multiplicidad de la ciudadanía, pero también para la construcción y
fortalecimiento de las democracias. En la medida en que más voces tengan acceso a los
medios, mayores posibilidades de elección habrá. Observa Roberto Saba: “(…) desde esta
visión democrática de la libertad de expresión, es que el empobrecimiento del debate
público deriva en el mal funcionamiento del sistema político y en la calidad de las
decisiones a las que se arribe en forma colectiva. La libertad de expresión, desde esta
visión, no es sólo y excluyentemente un derecho a la autodeterminación autónoma de la
persona sino que se constituye fundamentalmente como precondición del sistema
democrático” (Repetto: 33).
En el silenciamiento de voces proveniente fundamentalmente de la concentración del
mercado comunicacional, y en la necesidad de que éste se diversifique para cumplir con los
derechos comunicacionales tanto en el acceso de las voces, como en la calidad de los
mensajes recibidos, de tal forma que estos colaboren en el fortalecimiento de las
democracias, es donde el derecho a la comunicación comienza a entrelazarse con los temas
de género. Observan Loreti y Lozano: “Entre esas voces históricamente silenciadas,
aparecen las de los trabajadores, los movimientos de mujeres, de indígenas, de
desocupados, de minorías sexuales, raciales, étnicas o religiosas. Por supuesto, se pone en
juego nuevamente la tensión entre libertad y libertad. Pero es allí donde se hace realidad el
derecho a comunicar, entendido como el derecho a existir en un mundo cada vez más
interrelacionado por las comunicaciones, en el que la lucha por la visibilidad va de la mano
de la lucha por la supervivencia” (Loreti y Lozano, 2012: 8).
Sobre la tensión entre libertad y libertad volveremos en los próximos apartados.
Ciudadanía comunicativa
El derecho a la libertad de expresión entendido como derecho humano a la comunicación,
cuyo titular no son el estado ni las empresas, sino las audiencias, implica la consideración
de una ciudanía comunicativa, personas titulares de ese derecho a la comunicación con
posibilidades de reclamar por su incumplimiento. Mata define a la ciudadanía
comunicativa como “el reconocimiento de la capacidad de ser sujeto de demanda y
proposición en el terreno de la comunicación pública, y el ejercicio de ese derecho”
(Segura: 8) e implica reconocer la existencia de disputas en las que hay diversos actores en
pugna (unos que tratan de ejercer y ampliar estos derechos, otros que tienen el poder de
concederlos u obstaculizarlos o que los pervierten o restringen), y condiciones que
favorecen o limitan su ejercicio y ampliación (Segura: 9).
En este sentido, el ejercicio de los derechos implica una puja constante desde sus inicios,
pocas fueron las personas incluidas en el contrato social que dio origen a la Modernidad y a
la constitución del concepto de ciudadanía. De Charras, Lozano y Rossi citan a Mendez
Pardes y Negri para observar la ilusión de este concepto clásico de ciudadanía, que
pretende igualar a todas las personas, desde un punto de vista económico: “Se trata de una
igualdad básica no coincidente con las diferencias producidas por el sistema capitalista (…)
el status de ciudadano es considerado independiente de la situación de clase emergente del
sistema económico y sus efectos” (2013: 27). Luego amplían: “Desde América Latina,
verificamos como prácticamente imposible suponer ejercicios igualitarios de derechos
democráticos en sociedades estructuralmente desiguales y signadas por distintos niveles de
exclusión. La imposibilidad de disponer igualitariamente de bienes básicos de subsistencia
o capacidades mínimas de acceso a la educación media o a sistemas de comunicación
masiva no pueden ser evidencias menores al momento de conceptualizar la democracia o el
ejercicio ciudadano de los sujetos” (De Charras, Lozano y Rossi, 2013: 27).
Las exclusiones del modelo de ciudadanía clásico fueron a la vez centrales en relación a la
construcción de género. Tanto las mujeres como cualquier otro ser humano que no se
identificara con un tipo de masculinidad hegemónica (Connell, 1997: 39) quedaron
excluidas del contrato social y pasaron décadas hasta que el sistema de derechos humanos
comenzó a visibilizar los derechos específicos de estos colectivos, sin que ésta sea aún una
tarea concluida.
Sin embargo, esta exclusión no fue explicitada. Observa Diana Maffia: “Nadie va a decir
que hay un sujeto natural de los derechos que es el varón blanco, adulto y propietario,
cualquiera puede ser ciudadano siempre que tenga las cualidades necesarias para el
contrato. ¿Ahora, quiénes tienen estas cualidades? La tienen los varones. La tienen los
blancos. Si sos negro o indígena no podés firmar el contrato social” (2007: 24).
La exclusión específica de las mujeres del contrato social fue explicada por Carol Pateman,
quien señala que antes de establecer el contrato social, los hombres acordaron entre si un
contrato sexual, que consiste en la división entre el ámbito público y el privado. Cada uno
de ellos está regido por ciertas cualidades; el de lo público por la racionalidad, la
abstracción, la universalidad y la objetividad, que tienen que ver con el Estado y la tarea
productiva; y el de lo privado por la emocionalidad, la particularidad y la subjetividad, y es
el ámbito de lo doméstico y el trabajo reproductivo, nunca reconocido como trabajo por los
varones. Estos espacios, a la vez, fueron jerarquizados y sexualizados, dejando a las
mujeres en el ámbito subalterno de lo privado y guardándose los varones para si el espacio
de dominación de lo público (Pateman, 1995).
Señala Pateman: “La dominación de los varones sobre las mujeres y el derecho de los
varones a disfrutar de un igual acceso sexual a las mujeres es uno de los puntos en la firma
del pacto original. El contrato social es una historia de la libertad, el contrato sexual es una
historia de sujeción. El contrato original constituye, a la vez, la libertad y la dominación. La
libertad de los varones y la sujeción de las mujeres se crea a través del contrato original, y
el carácter de la sociedad civil no se puede entender sin la mitad despreciada de la historia
la cual revela cómo el derecho patriarcal de los hombres sobre las mujeres se establece a
partir del contrato. La libertad civil no es universal. La libertad civil es un atributo
masculino y depende del derecho patriarcal” (Pateman, 1995: 11).
La exclusión de la diversidad de género y opciones sexuales del contrato social, y del
paradigma de derechos humanos, derivó en los reclamos históricos de derechos
provenientes de estos sectores, que aún persisten. Si bien los tratados internacionales y
regionales de derechos humanos, y la literatura y jurisprudencia sobre el tema, han ido
incorporando las reivindicaciones tanto de las mujeres como de personas trans y
homosexuales, aún queda muchísimo por hacer y, por otra parte, esta misma necesidad de
crear tratados específicos para estos sectores es una evidencia de la original exclusión de
los mismos de la construcción de la ciudadanía. “Si hemos tenido una revolución en el siglo
XX como fue la de los derechos humanos, y una Declaración Universal de Derechos
Humanos en el año 1947, y cincuenta años después tuvimos que tener una Convención por
los Derechos del Niño, una Convención Contra Toda Forma de Discriminación Contra las
Mujeres. Si necesito tratados particulares cincuenta años después de haber establecido un
tratado universal, es porque todavía cuesta que los propios sujetos se incorporen
ideológicamente dentro del ideal universal de los derechos. Necesito un recordatorio
explícito de que las mujeres y los niños también son ciudadanos” (Maffia, 2007: 25).
En el ámbito específico del derecho a la comunicación, como parte del paradigma de los
derechos humanos, vimos al comienzo de este artículo las dificultades de inclusión de los
temas de género dentro de los debates mainstream. Gran parte de los esfuerzos porque las
políticas de comunicación sean inclusivas en relación a género es lo que quedó plasmado en
varias normativas de la región con las figuras de violencia simbólica, violencia mediática y
discriminación de género que antes detallamos.
Derecho a la no discriminación
En el caso de las mujeres, las personas con identidades de género femeninas, o con
opciones sexuales no hegemónicas –así como en otros sectores habitualmente
discriminados por motivos de raza, religión, nacionalidad u otras razones- las posibilidades
de ejercer el derecho a la libertad de expresión se relaciona directamente con el derecho a la
igualdad y a la no discriminación. Se trata, por un lado, de cuánto acceso tienen estos
sectores de la población a los medios de comunicación como para hacer oír sus voces, y a la
vez de qué tratamiento reciben en esos espacios mediáticos cuando se las/os menciona.
El derecho a la no discriminación es también un derecho presente en tratados
internacionales y regionales de derechos humanos e intenta proteger de malos tratos
vinculados a cualidades específicas. La Declaración Universal de los Derechos Humanos
señala en su artículo 2: “Toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta
Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o
de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o
cualquier otra condición”. El derecho a la no discriminación también está presente, a nivel
internacional, en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales
(art.2.2. “Los Estados partes en el presente Pacto se comprometen a garantizar el ejercicio
de los derechos que en él se enuncian, sin discriminación alguna por motivos de raza, color,
sexo, idioma, religión, opinión política o de otra índole, origen nacional o social, posición
económica, nacimiento o cualquier otra condición social”) y en el Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos (art. 2.1. “Cada uno de los Estados partes en el presente Pacto
se compromete a respetar y a garantizar a todos los individuos que se encuentren en su
territorio y estén sujetos a su jurisdicción los derechos reconocidos en el presente Pacto, sin
distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de otra índole,
origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición
social”).
Este último Pacto señala en el inciso 3 del artículo 19, referido a libertad de expresión: “El
ejercicio del derecho previsto en el párrafo 2 de este artículo entraña deberes y
responsabilidades especiales. Por consiguiente, puede estar sujeto a ciertas restricciones,
que deberán, sin embargo, estar expresamente fijadas por la ley y ser necesarias para: a)
Asegurar el respeto a los derechos o a la reputación de los demás; b) La protección de la
seguridad nacional, el orden público o la salud o la moral públicas”. Es decir, que el
derecho a la libertad de expresión, sobre el cual hay consenso en que debe ser privilegiado
dentro del sistema de derechos, puede tener límites y uno de ellos es el derecho a la
igualdad y a la no discriminación de las personas.
Salazar Ugarte y Gutiérrez Rivas señalan que el derecho a la libertad de expresión y el
derecho a la no discriminación están en tensión desde los orígenes de la Modernidad y, a la
vez, se trata de sistemas de protección que pueden mutuamente fortalecerse (2008: XII).
Ambos derechos están relacionados con el principio de igual dignidad de las personas y son
mecanismos posibles para hacer efectivo este principio: “La libertad de expresión, por un
lado, es un instrumento idóneo para que todas las personas –por ser individuos igualmente
‘dignos’- puedan manifestar sus ideas, emociones, sentimientos, intereses, etc. Desde esta
perspectiva, la libertad de expresión supone el reconocimiento de la igual dignidad de los
seres humanos y, simultáneamente, se ofrece como un medio para que dicho
reconocimiento se haga patente. El derecho a no ser discriminado, por su parte, representa
una garantía de que todas las personas- precisamente por tener la misma ‘dignidad’-
recibirán un trato igual en circunstancias similares. En este sentido, la prohibición de toda
discriminación injustificada es reflejo del reconocimiento de la dignidad personal y, al
mismo tiempo, constituye una garantía para la afirmación efectiva de la misma” (Salazar
Ugarte y Gutiérrez Rivas, 2008: IX).
El derecho a la no discriminación se presenta entonces como un límite posible al derecho a
la libertad de expresión. Sin embargo, observan Salazar Ugarte y Gutiérrez Rivas, el tema
de los límites a la libertad de expresión es uno de los más complejos que se dan en el debate
democrático constitucional contemporáneo en el que las posiciones varían desde quienes
consideran que este derecho no puede ser limitado salvo en casos extremos y
excepcionales, y quienes, en una posición menos radical, argumentan que una adecuada
limitación constituye una precondición de la misma libertad de expresión. El desafío es
determinar cuándo, retomando los tratados internacionales, efectivamente se produce
apología del odio. Por eso, dicen los autores, es enorme el desafío para los Estados que
quieren regular la libertad de expresión y, en este proceso, no deben perder de vista que en
la confrontación de derechos, la libertad de expresión siempre debe prevalecer (2008: 64).
Los autores se preguntan cómo garantizar que el derecho a la libertad de expresión sea
accesible para todas las personas y para ello reflexionan sobre el acceso a los medios de
comunicación pero también sobre los contenidos emitidos por los mismos. “La pregunta
que se hace desde el ámbito jurídico es cómo lograr que todos los sectores de la población
puedan ejercer en igualdad de condiciones todos los derechos fundamentales. En este
sentido, expresión y no discriminación se relacionan en un sentido positivo que es necesario
reforzar para la construcción de sociedades más igualitarias y democráticas. El derecho
debería luchar por lograr el acceso de todos los grupos —especialmente los que más lo
necesitan— a los que hoy son espacios privilegiados y muy relevantes para la construcción
democrática (igual acceso). Ello, por supuesto, en cumplimiento del derecho a no ser
discriminado en el acceso a la libertad de expresión, pero también con el objeto de
construir espacios de comunicación más plurales, con más voces, más democráticos, que
permitan a todos los sectores de la población expresar sus puntos de vista y sus visiones del
mundo. Esto podría lograrse a través de acciones estatales cuya finalidad sea asegurar una
redistribución igualitaria de la autonomía, dirigiendo sus acciones compensatorias sobre los
grupos que tienen menor autonomía al interior de una sociedad y minimizando el ejercicio
abusivo de ciertas prácticas antisociales de grupos interesados en blindar privilegios. Pero
en segundo lugar, aunque ello supone entrar en un terreno más delicado, también cabe
referirse a la lucha por los contenidos radiofónicos o televisivos. En este caso, el derecho a
la no discriminación podría utilizarse con el objeto de que dichos contenidos no continúen
reproduciendo los estereotipos dañinos y discriminatorios que mantienen inamovibles las
estructuras desigualitarias de sociedades excluyentes. Aquí, por supuesto, los medios de
comunicación podrían alegar el derecho que tienen a la libre expresión. Frente a ello podría
señalarse que cuando una interferencia pública tenga por objeto satisfacer necesidades
básicas o ampliar la autonomía, no sólo sería legítima sino que debería constituir una
consecuencia obligada de la aplicación del principio de igual libertad” (2008: 86).
Si bien hay un consenso casi unánime en relación a la necesidad de preservar el derecho a
la libertad de expresión cuando nos referimos a la ampliación de voces y a la diversidad,
como señalan Salazar Ugarte y Gutiérrez Rivas implica una mayor controversia proteger el
derecho a la no discriminación con regulaciones sobre los contenidos de los medios de
comunicación. Roberto Saba señala en relación al robustecimiento del debate democrático
del que hablábamos antes: “La libertad de expresión como precondición de la deliberación
pública que requiere la democracia como sistema de autogobierno ciudadano, permitirá
poner límites a la propiedad de esos medios a fin de evitar la concentración en unas pocas
manos (de modo que se puedan expresar unas pocas voces), o permitirá establecer pautas
acerca del contenido de la programación televisiva de forma que los ciudadanos tengamos
acceso a la mayor variedad posible de puntos de vista (en lugar de regirse exclusivamente
por lo que las reglas del mercado demandan en función del principio de maximización del
beneficio)” (Repetto: 33).
El Estado, observa Saba, operaría como un "referee" que asigna la palabra, distribuye el
micrófono, impone límite a las voces más poderosas y da lugar a la expresión de las
personas más débiles, y concluye: “Es necesario agregar que esto también implica que
expresiones que podemos considerar personalmente atroces deberán permitirse si ellas no
conllevan al silenciamiento de nadie” (Repetto: 34). “El mero hecho de sentirse ‘dañado’
por una expresión no puede implicar una justificación para limitarla, del mismo modo que
el sentirse afectado por la conducta de terceros no puede ser la única razón que permita
prohibir esa conducta o autorice el reclamo de una compensación posterior. Yo puedo
sentirme muy afectado por considerar que la forma en que usted se viste hiere las más
básicas reglas de la estética, y eso a mí me daña profundamente, pero eso no puede ser
suficiente para justificar una regulación respecto de la vestimenta de la gente. El daño debe
ser real y debemos ser capaces de establecer standards para determinar cuándo y de qué
modo ese daño tiene lugar. La concepción de la libertad de expresión como precondición
necesaria para el funcionamiento pleno de la democracia deliberativa como forma de
autogobiemo presupone un standard claro en ese sentido. Según éste, la expresión sólo será
protegida en la medida en que no se transforme en un elemento ‘silenciador’, como diría
Fiss, de la expresión de otros” (Repetto: 33).
6
Existen diferentes versiones sobre por qué la ley fue aprobada de esta forma: algunas personas dicen que
siempre fue pensada así por parte de quienes la redactaron, entre ellxs legisladoras feministas, y otras que
la propuesta original era que la ley tuviera sanciones pero los varones legisladores manifestaron en el
recinto que sólo la aprobarían si las excluía. Chaher, Sandra 2010 “En cinco años tendremos estadísticas
nacionales de violencia de género” en Artemisa Noticias (Buenos Aires) en
http://www.artemisanoticias.com.ar/site/notas.asp?id=26&idnota=7145 acceso 29 de mayo de 2015.
misma, se vio compensando con la sanción de la LSCA, ya que en el articulado de ésta se
prevé el cumplimiento de otras normas, entre ellas la de Protección Integral de la Violencia.
Más adelante volveremos sobre este punto.
Si bien el órgano ejecutor de la Ley de Protección Integral de la Violencia es el Consejo
Nacional de las Mujeres (CNM), varios ministerios tienen mandato para implementar
diferentes aspectos de la misma. Los vinculados a comunicación específicamente debe
llevarlos adelante la Secretaría de Medios de Comunicación –dependiente de Jefatura de
Gabinete de Ministros de la Nación- que tiene entre sus mandatos: impulsar desde el
Sistema Nacional de Medios la difusión de mensajes y campañas permanentes de
sensibilización y concientización dirigidas a la población en general y en particular a las
mujeres sobre el derecho de las mismas a vivir una vida libre de violencias; promover en
los medios masivos de comunicación el respeto por los derechos humanos de las mujeres y
el tratamiento de la violencia desde la perspectiva de género; brindar capacitación a
profesionales de los medios masivos de comunicación en violencia contra las mujeres;
alentar la eliminación del sexismo en la información; y promover, como un tema de
responsabilidad social empresaria, la difusión de campañas publicitarias para prevenir y
erradicar la violencia contra las mujeres.
La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual fue aprobada por el Parlamento de
Argentina en octubre del 2009, apenas unos meses después de sancionada la Ley de
Protección Integral de la Violencia. Como mencionamos antes, la ley es considerada
ejemplar desde el punto de vista del derecho a la comunicación. Afirma que la
comunicación audiovisual es una actividad social de interés público, de carácter esencial
para el desarrollo sociocultural de la población, por la que se exterioriza el derecho humano
inalienable de expresar, recibir, difundir e investigar informaciones, ideas y opiniones sin
ningún tipo de censura; y que la finalidad de la misma es el abaratamiento, la
democratización y la universalización de las nuevas tecnologías de la información y la
comunicación. Crea la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual
(AFSCA), un órgano que la norma prevé como autárquico y descentralizado y que tiene
como función la aplicación, interpretación y cumplimiento de la ley; también crea la
Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual, un organismo
autónomo encargado de recibir y canalizar las consultas, reclamos y denuncias del público
de la radio y la televisión, y cuya autoridad es designada por resolución conjunta de quienes
presiden ambas Cámaras del Parlamento. A la vez, con el objetivo de impedir la formación
de monopolios y oligopolios, la ley pone límites a la concentración, fijando topes a la
cantidad de licencias y por tipo de medio; permite la participación de cooperativas y se
reserva el 33% de las localizaciones radioeléctricas para las organizaciones sin fines de
lucro; los servicios de televisión abierta deben emitir un mínimo del 60% de producción
nacional, con un mínimo del 30% de producción propia que incluya informativos locales y
los servicios de televisión por cable no satelital deben incluir como mínimo una señal de
producción local propia; entre muchos otros aspectos positivos.
Señala Baranchuk sobre la LSCA: “Significó un paso sustancial hacia la democratización
de las comunicaciones en Argentina. Con ella se garantiza la entrada de nuevos y diversos
prestadores; se pone un tope a la concentración impidiendo las prácticas monopólicas; se
estimula la producción propia y la de terceros a partir de la implementación de cuotas de
pantalla promoviendo así la producción de contenidos regionales; se asegura el acceso al
disfrute de bienes simbólicos propios de la cultura popular; se resguardan las fuentes de
trabajo; se estimula la creación de nuevos puestos laborales para los trabajadores de la
comunicación y la cultura; se protegen explícitamente los derechos de niños, niñas y
adolescentes; se reconoce el derecho a la comunicación con identidad de los Pueblos
Originarios y se fortalecen los medios públicos sacándolos del espacio subsidiario al que
las reglas del mercado habían relegado” (Baranchuk, 2011: 17).
La aprobación de esta norma fue producto, por un lado, de una historia de fuerte debate y
movilización social por parte de las organizaciones vinculadas a la comunicación -
particularmente las radios comunitarias nucleadas en torno al Foro Argentino de Radios
comunitarias (FARCO) (Boschiero, 2013: 88) – y, por otro, de la decisión política del
gobierno en ese momento a cargo del país. Si bien ya desde el retorno de la democracia en
Argentina (1983), había actores sociales que cuestionaban la estructura y regulación de los
medios, focalizada en el mercado y no en el derecho a la comunicación, este reclamo se
profundizó a partir de la crisis social y política que vivió el país en el año 2001 y cobró
sentido cuando se observó que el gobierno de Néstor Kirchner, a partir del 2003, se movía
en una línea de restitución de derechos hacia los sectores más vulnerables y vulnerados.
En mayo 2004 se creó la Coalición por una Radiodifusión Democrática 7 y, en agosto de ese
año, se presentaron los “21 puntos por una radiodifusión democrática” que se esperaba
fueran la base de una nueva ley de medios. La Coalición reivindicaba a la comunicación
como un derecho humano, tanto en lo que concierne a producir como a recibir información,
en contraposición con la comunicación como negocio; evitar la concentración de la
propiedad de los medios de comunicación; y el patrimonio comunitario de las frecuencias
radioeléctricas, que podían ser administradas por el Estado, pero nunca transferidas ni
vendidas, entre otros temas.
Esa propuesta de 21 puntos fue tomada por el Poder Ejecutivo en el año 2008 y puesta a
consideración de la población en un proyecto que recibió un debate inédito para el logro de
consenso. El proyecto fue debatido en 24 foros en diferentes lugares del país, de los cuales
participaron 10 mil personas; de esos foros surgieron 1200 aportes, de los cuales se
sumaron 120 aproximadamente al proyecto del Poder Ejecutivo (Boschiero, 2013:99). Se
trata de una norma que tuvo una amplísima participación ciudadana en su redacción y que
llegó con la intención de modificar un mercado profundamente concentrado, beneficioso
fundamentalmente para las empresas y muy poco comprometido con el derecho a la
comunicación.
Señalan De Charras y Baladrón sobre la concentración del mercado argentino de medios:
“Esta situación se profundizó en la década de 1990 con la conformación de multimedios
nacionales en el primer lustro y el ingreso de capital extranjero a partir de 1994, en
consonancia con las políticas neoliberales que se implementaron en el país. A partir del
estudio de las características de la radiodifusión argentina desde sus comienzos en 1920
hasta la actualidad, algunos autores destacan ‘la temprana dependencia y vinculación con el
7
La Coalición estaba formada por sindicatos de prensa, universidades, organizaciones sociales, radios
comunitarias, pequeñas radios comerciales y organismos de derechos humanos y fue creada a instancias del
Foro Argentino de Radios Comunitarias (FARCO).
capital y la producción extranjera; el histórico centralismo del sistema en torno a Buenos
Aires, tanto en la gestión como en la circulación de información y la producción de
contenidos; la sistemática discriminación de los agentes no gubernamentales sin fines de
lucro; la convalidación legal (generalmente a través de decretos presidenciales) de
situaciones de hecho que vulneraban la ley’” (2013: 517).
En relación a género, los “21 puntos por una radiodifusión democrática” incluían en el
postulado 5 la necesidad de diversidad y pluralismo y, en este contexto, eran mencionados
los temas de género. Decía así: “La promoción de la diversidad y el pluralismo debe ser el
objetivo primordial de la reglamentación de la radiodifusión. El Estado tiene el derecho y el
deber de ejercer su rol soberano que garanticen la diversidad cultural y pluralismo
comunicacional. Eso implica igualdad de género e igualdad de oportunidades para el acceso
y participación de todos los sectores de la sociedad a la titularidad y gestión de los servicios
de radiodifusión”. La incidencia por la inclusión de la perspectiva de género en el trabajo
de la Coalición estuvo a cargo de integrantes de la Asociación Mundial para la
Comunicación Cristiana (WACC), que formaban parte de la misma (Boschiero, 2013: 104).
Sin embargo, el proyecto que el Poder Ejecutivo Nacional diseñó para debatir en foros,
basado en los “21 puntos”, no incluía la perspectiva de género. “El anteproyecto de Ley
presentado por la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner en el Teatro Argentino de la
ciudad de La Plata el 18 de marzo de 2009 no contemplaba las cuestiones de género en
forma particular, sino que éstas estaban incluidas en las consignas sobre los derechos
humanos que atañen a la ley. De manera que fueron los Foros de Consulta Pública sobre la
Propuesta de Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual a través de los aportes y
sugerencias recibidos en todo el país, el canal para que la ley terminara diciendo lo que dice
hoy respecto de este tema, luego de Audiencias Públicas y del debate en el Congreso de la
Nación” (Pelazas, 2011: 195).
La inclusión de esta perspectiva se produjo durante los foros públicos que se realizaron en
todo el país en el año 2009. En ellos surgieron, señala Boschiero, tres modificaciones
importantes en relación a temas de género; entre ellas el inciso m. sobre género dentro del
artículo 3, en la sección de Principios de la ley, y una frase sobre la no estigmatización de la
mujer en los medios sacada de tratados internacionales (Boschiero, 2013: 121).
Finalmente, la LSCA aprobada por el Parlamento Nacional en octubre del 2009, incluyó la
mención a los temas de género en varios de sus artículos. Por un lado, en el artículo 3,
inciso m, se insta a: “Promover la protección y salvaguarda de la igualdad entre hombres y
mujeres, y el tratamiento plural, igualitario y no estereotipado, evitando toda discriminación
por género u orientación sexual”.
Dentro del Capítulo V (Contenidos de la programación), el artículo 70 señala: “La
programación de los servicios previstos en esta ley deberá evitar contenidos que promuevan
o inciten tratos discriminatorios basados en la raza, el color, el sexo, la orientación sexual,
el idioma, la religión, las opiniones políticas o de cualquier otra índole, el origen nacional o
social, la posición económica, el nacimiento, el aspecto físico, la presencia de
discapacidades o que menoscaben la dignidad humana o induzcan a comportamientos
perjudiciales para el ambiente o para la salud de las personas y la integridad de los niños,
niñas o adolescentes”. Y el 71: “Quienes produzcan, distribuyan, emitan o de cualquier
forma obtengan beneficios por la transmisión de programas y/o publicidad velarán por el
cumplimiento de lo dispuesto por las leyes…” y menciona seis normas, entre ellas la Ley
26485 De Protección Integral de la Violencia.
En el Capítulo VIII (Publicidad), el inciso i del artículo 81 observa: “Los avisos
publicitarios no importarán discriminaciones de raza, etnia, género, orientación sexual,
ideológicos, socio-económicos o nacionalidad, entre otros; no menoscabarán la dignidad
humana, no ofenderán convicciones morales o religiosas, no inducirán a comportamientos
perjudiciales para el ambiente o la salud física y moral de los niños, niñas y adolescentes”.
8
Los datos provienen de una investigación en curso de la Asociación Civil Comunicación para la Igualdad y la
Fundación para el Desarrollo de Políticas Sustentables que serán próximamente publicados.
9
Las sanciones pueden ser tanto pecuniarias como de quita de la licencia en el caso de que la falta sea
grave, y el mecanismo sancionatorio tiene varias etapas administrativas pensadas para garantizar la
transparencia del proceso, pero que pueden extender en varios años la duración de un expediente. La
emisora o productora acusada de infringir la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual puede apelar la
sanción que le imponga AFSCA ante el mismo organismo, ante Jefatura de Gabinete y finalmente ante la
justicia ordinaria y, entre el inicio de un expediente y su resolución pueden pasar varios años (Chaher,
Sandra 2011 “Procedimiento y sanciones de la nueva Ley de Medios” en Artemisa Noticias -Buenos Aires-.
En http://www.artemisanoticias.com.ar/site/notas.asp?id=45&idnota=7326 acceso 29 de mayo del 2015).
En relación al Acuerdo Compromiso con los Medios de Comunicación para el Desarrollo
de una Sociedad con Equidad de Género, no han trascendido acciones sobre el mismo luego
de consignada la firma del Sistema Público de Medios, aunque originalmente estaba
prevista una extensión del mismo a los medios del ámbito privado.
El Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo, a su vez,
también recibió denuncias por discriminación en radio y televisión durante los años 2013 y
2014, en total 28 denuncias: 15 en el 2013 (10 por motivos de género, 2 por orientación
sexual y 3 por identidad de género), y 13 en el 2014 (3 por motivos de género, 4 por
orientación sexual y 6 por identidad de género). En todos los casos, el organismo
comprobó que hubo discriminación.
El Observatorio para la Discriminación en Radio y Televisión, por su parte, recibió desde
octubre del 2010 hasta diciembre del 2014, 471 reclamos por situaciones de violencia de
género y discriminación por razones de identidad de género y opción sexual en radio y
televisión10, notándose un pico de las denuncias en el año 2013 (202) y una baja en el 2014
(137).
10
Los datos provienen de una investigación en curso de la Asociación Civil Comunicación para la Igualdad y
la Fundación para el Desarrollo de Políticas Sustentables que serán próximamente publicados.
11
El libro Políticas públicas de comunicación y género: Un camino por recorrer, mencionado en este artículo,
es un ejemplo de ello.
12
En el año 2011 la Asociación Civil Comunicación para la Igualdad lanzó el Diploma Superior de
Comunicación y Género en formato virtual junto a la Universidad Nacional de San Martín; actualmente la
misma asociación sigue dictando la formación con co-certificación de la Autoridad Federal de Servicios de
Comunicación Audiovisual. En el 2013, la Universidad Nacional de La Plata lanzó una Especialización
en Género y Comunicación, en formato presencial, y lo propio hizo en el 2014 la Universidad de Buenos
Aires con un Programa de Actualización en Comunicación, Género y Sexualidades.
13
La Red PAR –Periodistas de Argentina en Red. Por una comunicación no sexista– lanzó en el año 2012 una
Campaña de Violencia Mediática que incluyó material gráfico y de audio, y la realización de Foros de
Violencia Mediática en todo el país durante los años 2013 y 2014.
regional e internacional sobre el tema (Convención de Belém do Pará y CEDAW). En abril
del 2009, tres diputadas nacionales presentaron un amparo judicial contra el diario Clarín
por la publicación del artículo “La fábrica de hijos: Conciben en serie y obtienen una mejor
pensión del Estado” (Calvo, 2009) en la que el periodista sostenía que en una región muy
pobre del país las mujeres trataban de tener siete hijas/os porque existe una ley nacional que
otorga un subsidio por séptimo hijo/a. Las legisladoras dijeron que el artículo era
discriminatorio hacia las mujeres y presentaron un amparo resuelto por la justicia tres años
después, en marzo del 2012. La magistrada presentó una sentencia salomónica, que
condenó al diario por el título pero no por el contenido. La sentencia fue apelada por el
medio y aún no tuvo resolución.
En el 2010, una abogada de la provincia de Santa Fe presentó una demanda contra la revista
Caras por un artículo publicado en el 2009 en el que realizaron una producción fotográfica
con una modelo semidesnuda y con alambres de púa alrededor del cuerpo, que simulaba
tener restos de sangre sobre la ropa, para escenificar la situación de violencia de género que
ella denunciaba en la entrevista. Sin embargo, en el 2013 una jueza falló no haciendo lugar
al reclamo.
Las mismas tres legisladoras que demandaron al diario Clarín, presentaron otra acción
judicial, en el año 2012, contra la revista Noticias por la publicación de un artículo llamado
“El goce de Cristina” en el que se especulaba con la sexualidad de la presidenta de la
República. Esta causa aún no tuvo resolución.
El mismo año, una legisladora de la Ciudad de Buenos Aires demandó a un periodista que,
en su programa de radio, afirmó que en los años ’90 ella –que en ese entonces era también
periodista- obtenía información del entorno presidencial canjeándola por sexo con altos
funcionarios (Máximo, 2014). La justicia falló a favor del reclamo.
Conclusiones
En los últimos 20 años, desde la Conferencia de la Mujer de Beijing, ha habido en América
Latina algunos avances vinculados a la normativa sobre comunicación y género,
particularmente en cumplimiento de uno de los dos objetivos estratégicos del Capítulo J de
la Plataforma de Acción de Beijing, el que propone la mejora de la representación de las
mujeres en los medios masivos de comunicación.
Esta normativa, que no es abundante, enfrenta sin embargo sus mayores dificultades en la
implementación de políticas públicas y en su posterior monitoreo: se advierte poca decisión
política y escaso presupuesto para combatir tanto las formas de violencia hacia las mujeres
como la discriminación y maltrato específico por razones vinculadas a la identidad de
género y la opción sexual en los medios de comunicación.
En ese contexto general, Argentina presenta un panorama relativamente auspicioso en el
que se destaca la tarea de algunos organismos fuertemente comprometidos con el combate a
las desigualdades.
Parte de las dificultades para avanzar con normas y políticas públicas sobre comunicación y
género se enfrenta con un debate transversal a todos los temas vinculados a los medios que
es el argumento del derecho a la libertad de expresión presentado por el empresariado
frente a cualquier intento de regulación de los mismos por parte de los Estados.
Por otra parte, en relación a la ampliación de voces promovida desde los postulados del
derecho a la comunicación, y fomentada en varios países de la región, hay consenso en que
es deseable que se implemente mediante las limitaciones en las cuotas de pantalla y de
frecuencias, pero hay mucho menos consenso sobre la posibilidad de regular los contenidos
de los medios de tal forma de evitar representaciones discriminatorias.
En este contexto –y en el marco de un mayor debate sobre comunicación y género a nivel
global y regional como parte de los 20 años de revisión de la Plataforma de Acción de
Beijing y de la revisión de los postulados de la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la
Información- creemos que es necesario profundizar los debates vinculados a la libertad de
expresión y al derecho a la no discriminación, así como también al derecho a la
comunicación de las mujeres y de otras personas habitualmente discriminadas por razones
vinculadas a la identidad de género y la opción sexual, de tal forma de hallar fórmulas que
permitan no sólo un mayor acceso de estos colectivos a los medios, para que sus voces sean
escuchadas, sino formas de tratamiento de los mismos que no sean reproductoras de
estereotipos patriarcales que fomentan la desigualdad y la violencia de género.
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