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ANÁLISIS DE PROGRAMA

LIBRO: ARQUITECTURA Y MODOS DE HABITAR - TEXTO: REPENSAR LA VIVIENDA - AUTOR: JORGE SARQUIS

La arquitectura ya no es más hacer malabares con tres naranjas. Ahora hay que hacer
piruetas con cuatrocientas.
La frase es de un alumno de la Facultad. Y describe en pocas palabras la compleja situación
a la que actualmente se enfrentan los arquitectos.
Ahora, deben ocuparse no sólo de “inventar la forma del edificio, de organizar sus espacios
o de resolver la estructura que lo sostendrá: las “tres naranjas” a las que se refería aquel
estudiante. También tienen que dar respuesta a nuevos requerimientos, como las exigencias del
mercado o las expectativas de los inversores o los usuarios.
Si no se tiene en cuenta esta realidad, si se continúa desconociendo la necesidad de
replantear la arquitectura desde todas sus exigencias –que van desde su propia historia, hasta las
que la ligan a la comunidad o la familia que le requiere sus servicios-, se seguirá esquivando la
solución de los problemas de la arquitectura del hábitat. Es decir, del diseño de los espacios donde
vive la gente.
Porque si hubiera una última instancia de la arquitectura, sería la gente.
Cuando los arquitectos hablan de “creatividad, invención, experimentación”, la gente suele
imaginarse arquitecturas absolutamente fantasiosas e innovadoras que se alejan de la “realidad” y
que son caras y difíciles de construir. Es cierto que ésta suele ser una desviación peligrosa de
quienes así entienden la arquitectura, pero esto es evitable. “La fantasía arquitectónica –dijo el
filosofo Tomás Adorno- es la capacidad de configurar una estructura espacial, cargada de
significaciones, con ciertos materiales, para posibilitar una serie de actividades prefijadas”.
Sin embargo, la innovación formal no se genera sólo desde el “interior” del mundo de la
arquitectura y cortando lazos con el “exterior”. Porque tal exterior, la comunidad que le encarga la
obra al arquitecto, deja de serlo cuando ingresa al proceso del proyecto.
Allí es donde se incorpora como “lo verdaderamente nuevo”. Esto traduce lo que la gente
necesita y desea. Y se materializa –aunque no totalmente- en lo que los arquitectos llaman “el
programa”, que es hoy mucho más complejo que lo aceptado hasta ahora.
Algo de esto se pretendió mostrar en una investigación que llevo a cabo la Facultad de
Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires llamada “del ciclo vital”.
En ese trabajo se analizaron detalladamente –con la colaboración de especialistas
psicosociales- los deseos y necesidades reales e imaginarios de las distintas edades de una
población de nivel de ingresos medios de Capital.
A partir de este estudio –y de datos del INDEC-, se descubrieron más de veinte formas de
convivencia en que la gente se agrupa para vivir bajo un techo.
Existen “familias ensambladas” formadas por individuos casados más de una vez, que alojan
a dos hijos durante la semana y a ocho el fin de semana. También ancianos o jóvenes que se
agrupan y muchos otros modos de convivencia. Las familias de padre, madre e hijos son apenas el
27 por ciento de la convivencia grupal de la Capital.
También han variado las actividades familiares: no existe ya el almuerzo de toda la familia
alrededor de una mesa, sino que cada uno como cuando puede y en los lugares más cómodos.
Las reuniones no se hacen sólo en el living y los adolescentes requieren hasta entradas
independientes.
Esto demuestra que el llamado “programa” está incluido en una dimensión más general, que
prefiero llamar “finalidad externa”. Y en esa “construcción del problema” que se le presenta al
arquitecto como “pedido” interviene lo cultural. Es decir, que el sentido del tema que tenemos
“entre manos”, los sueños de los habitantes, son los que tiñen, valoran y cualifican el inicial
programa cuantitativo.
Es de estos “datos informes” que el proyectista inicia el proceso de construcción de la forma.
En la medida en que más “material auténtico” tendrá el generador de la forma.
Desde luego, cada uno elegirá, -o inventará- el lenguaje en el que quieren expresarse y de
qué temas quiere “hablar” con sus formas. Pero aun siendo éste el tema central de la disciplina, no
puede ser el punto de partida y llegada, salteando el verdadero destinatario del proceso: el usuario,
habitante o comunidad.
Y no sólo por una cuestión ética o moral –que existe y tiene su peso-, sino por una exigencia
de la propia arquitectura, que es tal en la medida en que incorpore estas cuestiones.
De lo contrario, los edificios serían sólo monumentos habitables, que no estarían mal para el
campo de las artes escultóricas. Pero que resultan ajenos a la arquitectura como práctica social.

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