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TREN EL HADA VERDE

Juan Pablo Villarruel Castellanos.

Comenzaba el día Romeo, joven mexicano que estudiaba artes visuales en una escuela de
México y después de ahorrar por dos años con un salario malísimo en su país, en un trabajo de
medio tiempo en una pizzería como ayudante de cocina, logró conseguir el ansiado boleto a
Europa. Romeo con la adrenalina de conocer lo más posible Europa desde la ciudad de Paris,
despierta ese día a las cinco de la mañana ya que tenía que estar a las cinco con treinta en la
estación Gare du nord. Ya su equipaje lo había preparado un día antes, junto al itinerario a
recorrer, un itinerario para visitar diferentes castillos de la ruta de Loira, la cual recorre el
castillo de Chanonceau, el Castillo de Chambord y el Castillo de Cheverny. El Loira es la espina
dorsal de la historia de Francia, a la orilla de la suave curva que el río traza entre los pueblos
Angers y Orleans. Bosques, viñedos y colinas componen un entorno acogedor que fue elegido
por nobles y monarcas como segunda residencia en los siglos XVIII y XIX. Salió de su hotel cerca
del Arco del Triunfo, después de entregar las llaves a un recepcionista medio dormido pero
siempre amable. Se dirigió a la estación con la adrenalina de estar en estas arquitecturas que
hablan de épocas de reyes y disfrutar principalmente de sus riquezas culturales dentro de
ellas. Llegando a la estación, Romeo tropieza con un señor robusto y de barbas largas, con un
fuerte olor como de días sin tomarse un baño, el incidente provocó que ambos perdieran sus
boletos de abordar cayendo al piso, por las prisas recogió el boleto y corrió a la ventanilla para
entregar su boleto de abordar. No sin antes voltear a ver al señor con quien tropezó,
recibiendo del mismo una jugosa sonrisa y recordando al verlo una clara imagen del pintor
impresionista Monet. Nunca pensaría Romeo lo que estaba por vivir. No perdiendo más
tiempo, volvió a mirar a la señorita que estaba en ventanilla revisando mi boleto y diciéndole
que se dirigiera al carril cinco, pues de ahí saldría su tren.

Romeo con su inflamable imaginación y adrenalina elevada se dirige a su carril de salida de su


tren. Después de años de buscar este sueño de viajar por Europa. Se escucha el silbato del tren
exactamente a las cinco con treinta, Romeo aborda con una sonrisa en la cara. Busca su
asiento que le fue asignado con el número 47-ventanillas, llega a su asiento y saluda a un
hombre elegante larguirucho, con sombrero y mirada entre abierta por motivo de sus grandes
párpados, el saludo es correspondido. Acomodó su equipaje en los gabinetes del tren y se
sienta con mucha alegría a disfrutar la partida de la ciudad de Paris. Entre una emoción que lo
hace desbordarse con una lagrima interna Romeo ve por la ventanilla la salida de su tren de la
estación.

El tren va en una velocidad media mientras salía de la gran ciudad, al ver las praderas verdes
por la primavera parisina se siente la velocidad aumentar, junto a la sensación de Romeo de
haber conseguido tomar su tren, ese tren que había planeado desde hace mucho tiempo. El
paisaje era hermoso con campos que gritaban colores, con campos de malta de donde extraían
la planta para producir cerveza.

Romeo fue relajándose con el ruido mantenido del tren, que lo fue adormeciendo poco a poco.
Cuando estaba a punto de quedarse dormido pasó el encargado de revisar los boletos de los
paseantes, acción que lo puso otra vez en alerta. Romeo buscó su boleto y se lo entregó al
boletero que tenía una apariencia poco amable, con un grande y despeinado bigote, le dice
con tono fuerte ¡Su boleto! Romeo se lo entrega inmediatamente para evitar mayores
conflictos, el boletero le responde con otro tono y una sonrisa. Que disfrute su viaje a Giverny.
Romeo tardó en responder, mientras que el boletero continuaba su inspección de los
pasajeros. Un poco alarmado relee su boleto y ve su destino era Giverny a cinco horas de Paris.
Romeo alarmado se levanta, busca al señor de bigote despeinado, no tiene éxito, lo único que
le queda es preguntar al señor largucho cercano a su asiento, hacia donde se dirigía el tren.

El señor con mucha serenidad le menciona que el tren se dirige al pueblo de Giverny, un
hermoso poblado conocido por el recorrido caprichoso del rio Sena que viene desde París.
Romeo angustiado le aclara que no era su destino inicial ir hacia Giverny, ya con ojos llorosos
por tanta ineptitud de su parte por abordar un tren equivocado, el tipo largucho le trata de
calmar diciéndole que cuando llegue al destino disfrutará estar en ese poblado. Romeo mira
con incredulidad al tipo, con un poco más de calma y sentimientos de enojo dentro de sí. Le
pregunta: ¿Cuál es su nombre Señor y porque se dirige a Gyverni? El largucho contesta que su
nombre es Edgar Degas, que el motivo de su visita al poblado es visitar a su gran amigo Claude
Monet que le había escrito para compartirle su nueva colección llamada nenúfares.

Romeo con incredulidad y sorpresa lo reconoce a partir de sus recuerdos de libros de pintura,
era ¡Edgar Degas! El pintor impresionista de los finales de mil ochocientos, ¿pero cómo puede
pasar esto? Se preguntaba para sus adentros Romeo. En los años dos mil, él no puede estar
vivo en esta época, es imposible. Vuelve Romeo a ver con mucha incredulidad la cara y cada
accesorio de Degas. El artista sonríe al saberse descubierto, rompiendo el silencio le menciona
al joven Romeo que la bendición de Dios ha mandado un fresco aliento a su imaginación, que
disfrute el viaje a Europa pues aprenderá mucho.

Degas comienzan a platicarle a Romeo de las nuevas creaciones pictóricas que estaba
realizando, con tema del ballet, que le parecía exquisita la línea producida por las bailarinas,
pero que por el gran respeto que le debía a Monet estaba en esta travesía hacia Giverny. Que
estaba un poco preocupado pues en este tren tenía que encontrarse con otros colegas, y no
sabía si habían perdido el tren. Cuando Romeo estaba a punto de preguntar a cuales colegas se
refería, se escucha un fuerte golpe de una puerta azotada. Aparecen dos hombres con pinta de
leñadores de algún bosque de Noruega, gritando ¡ahí está el pequeño burgués!, el que iba
adelante había sido el que había azotado la puerta del vagón, tenia cara larga, bigote largo
caído, con paso decidido. El segundo un poco más grande, pelo y barba rojiza, piel blanca con
algunas manchas seguramente por pasar varias horas bajo el sol.

Asustado Romeo saltó hacia atrás de su asiento, pensando que podrían ser parte de alguna
riña, abuso, robo. Con sorpresa observa que Degas se levanta sonriente, recibiendo un fuerte
abrazo de parte del tipo pelirrojo, de tal forma que lo levanta del piso. Entre risas de los tres
colegas saludándose se comparten las aventuras de tomar el tren, para llegar al vagón, en
cierto momento Degas recuerda que se encuentra este joven en su mismo vagón lo cual exige
que lo presente a sus amigos recién llegados.

Joven Romeo tengo el gusto de presentarte a Paul Gauguin y Vincent Van Gogh. Con un fuerte
saludo de manos de parte de ambos se presenta Romeo, no sin antes sorprenderlo con un
abrazo y diciéndole que este día en que el destino los reúne, deberían brindar con El hada
verde. Con desconcierto Romeo les pregunta ¿Qué es El hada verde? ¿Es alguna mujer que
esperan? Carcajeándose los amigos se burlan diciéndole que sólo un tipo de tu edad y de otro
mundo no conocería las maravillas de El hada verde para la creatividad. Degas interviniendo en
la plática le explica que la mítica “Hada Verde” comienza entre Suiza e Italia en el siglo XVIII, y
tiene su capítulo más importante en París, entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, Este
destilado de ajenjo que puede tener hasta 89° de alcohol -“alquimia líquida que cambia las
ideas”. Degas terminando su explicación se hecha a reír junto a Vincent y Gauguin mientras
vierten agua helada sobre su superficie verde brillante y declarándose sus amantes
incondicionales.

Al momento de tener cada uno su copa con El hada verde, aparecen en el vagón cuatro
hombres gritando ¡Comenzarán sin los camaradas! Un hombre de muy escasa estatura con
simpático sombrero y voz ronca que ya relacionado con la situación Romeo dedujo que era el
mismísimo libidinoso artista del Moulin Rouge: Toulouse-Lautrec, junto a un hombre de
mediana estatura, barba cerrada, mirada fuerte que era Alfred Sisley, ayudándole a otro señor
mayor de barba larga, apestoso, el gran Paul Cézanne. Todos sonrientes estaban listos para
brindar, juntos El hada verde.

Romeo se sentía emocionado, desconcertado, sorprendido de ver las canas de Cézanne tan
cerca de él, ver las burdas y fuertes manos de Vincent Van Gogh, o la elegancia en el vestir de
Edgar Degas. Ya todos reunidos, celebrando la oportunidad de estar juntos rumbo a Giverny
casa de Claude Monet. Comenzó una plática de Van Gogh dirigida a Degas, interrogándolo por
su vestimenta tan elegante ¿Estos trapos que usas te permite expresarte con los pinceles?
Degas sonriente le contesta que el arte no está limitado por clases sociales, y que en todo caso
las clases sociales más altas eran las más beneficiadas con el capital cultural de la humanidad.
Van Gogh parecía un hombre apasionado de pocas pulgas, respondiendo con un tono de voz
alto menciona que el artista que vive en la comodidad de su estudio sin enfrentarse a las
inclemencias del clima no logra cuadros sinceros, lo cual refuta con sonrisa Degas, no es la
única búsqueda de un artista, la reproducción de la naturaleza.

Entre una bohemia de charlas de arte, filosofía, comenzó una música de fondo con estilo de
música circense de gran alegría y letra francesa, ya El hada verde comenzaba hacer efecto en
cada uno de los personajes del vagón. Toulouse-Lautrec se acercó con un una mirada científica
analizando a Romeo desde la punta del zapato hasta la punta del último cabello de su cabeza.
Comenzó a cuestionar a Romeo ¿De dónde Vienes? ¿Cuál es tu profesión? Romeo un poco
nervioso comenzó a explicar su incidente con un hombre en la estación de tren Gare du nord,
ya para este entonces el grupo prestaba atenta atención a lo que mencionaba el joven Romeo,
el muchacho continuó explicando que era de México, y que se sentía complacido de
conocerlos porque él era pintor, que con mucho esfuerzo había conseguido los boletos para
viajar a Europa.

Gauguin Comentó que él tenía planeado irse de Europa, para estar en lugares embriagados de
color y alegría, eso se lo ofrecía: América. Romeo le platicó que estaría encantado en un país
como México pues lo que sobra son colores, cultura e inspiración para los artistas. El grupo de
artistas continuaron en la juerga, riendo y comentando cosas de diversos temas.

Al llegar a la estación de Gyverni Romeo había olvidado su ansiado paseo por la ruta de Loira,
ya estaba disfrutando el viaje con sus compañeros. El tipo de los boletos volvió a aparecer en
nuestro vagón de tren, mencionando que bajaran el volumen de su fiesta, lo cual recibió
tremendo baño de risas por parte de esta bola de locos seducidos por El hada verde.

El boletero se dio por vencido de tratar de controlarlos y les mencionó a algunos de ellos que
estaban a punto de llegar a Gyverni. Esta situación le sorprendió muchísimo a Romeo pues
nunca sintió las cinco horas de camino que habían anunciado al principio del viaje. Antes de
llegar vio Romeo a Van Gogh que se asomaba por las ventanillas tratando de analizar los
colores del campo y el rio Sena desde el tren. Romeo le preguntó ¿Qué estudiaba con tanto
interés? A lo cual respondió que la creación lo dejaba mudo, su perfecta armonía y milagrosa
funcionalidad. Ahí fue cuando Romeo recordó el plan del joven Vincent en las minas de
carbón en el Borinage, de hacerse cura. Pero las autoridades religiosas lo evitaron ante la
descontrolada forma de Vincent, de entregarse a ayudar a la gente, actitudes que
desprestigiaban a la iglesia.

El tren había parado en una estación muy pequeña y el grupo de amigos tomaron sus
equipajes entre los que se encontraban caballetes portátiles y bultos que figuraban montones
de pinceles. Degas se acercó a un Romeo cabizbajo, bajando de este tren mágico. Le preguntó
¿Qué pasaba porque esa cara de tristeza? ¿Seguirás triste por no ir a tu destino original? A la
pregunta contesto Romeo que no era el motivo por el cual estaba triste, sino porque se había
terminado este paseo con los grandes del impresionismo, a lo que Degas respondió que al
contrario los demás artistas del grupo habían sugerido a Degas que invitara al chico a la casa
de Monet para seguir conociéndolo.

La noticia le emocionó mucho a Romeo, al grado de saltar una y otra vez como niño. Todos los
del grupo lo contemplaron con mucha alegría, echándose los equipajes en la espalda cada
uno, comenzaron a caminar. Romeo traía poco equipaje y le ofreció ayuda al más mayor Paul
Cézanne, con una sonrisa el viejo sonrió agradeciéndole, dando un veliz de madera que parecía
traía sus tubos de oleo. Romeo en momentos que nadie del grupo veía trataba de oler los
pigmentos por puro fetichismo, de estar tan cerca del maestro.

Caminaron alrededor de dos kilómetros pero la alegría que sentía no hizo que se cansara el
joven mexicano. Se decía para sus adentros que la vida le da siempre lo justo y necesario a
cada persona, para su crecimiento. A Romeo le había costado mucho este viaje y tuvo su
momento de profunda angustia, de tristeza. Pero que sería un viaje sin anécdotas, sin
perdidas, sin aventuras, de no saber a dónde vas y de dónde vienes. Esa incertidumbre que te Commented [GP1]: Este párrafo no me queda muy calro lo
queires decir
dan los viajes más enriquecedores, son los únicos que valen la pena vivir.

Ya el grupo de amigos habían parado en una casa con bardas altas, rematada por flores de
bugambilias. Tocaron una campana estratégicamente colocada al costado de la puerta
principal, lo cual provocó que un hombre regordete no muy alto, mucha personalidad, barba
larga se presentara para abrir a todo el grupo. ¡Es Claude Monet! pensó Romeo, estaba muy
callado y arrinconado por los abrazos que le proporcionaban sus colegas, uno por uno fue
saludándolo con gran respeto. Invitándolos a pasar al jardín donde había colocado la esposa de
Monet una gran mesa debajo de un fresno al inicio del jardín de Monet. La mesa estaba lista
para disfrutarse un gran asado con música de fondo.
Cada uno del grupo se acomodó en sillas para descansar de la caminata, solo Monet siguió de
pie ofreciendo vino, agua o frutas previamente preparados para sus invitados. Degas recordó
que no había presentado a Romeo, buscó inmediatamente la ubicación del joven para
presentarle al gran maestro Monet.

-Romeo, te presento a Claude Monet-, con una mano sudorosa le dio la mano, sonriéndole con
mucha admiración a este señor regordete. El artista le colocó el abrazo en los hombros
abrazándolo, diciéndolo lo dichoso que se sentía tenerlo en su casa. La tarde fluyó entre risas,
juegos, vino.

Caía la noche cuando observó Romeo que ya algunos del grupo se habían quedado dormidos
en medio del jardín, otros habían alcanzado a llegar a su habitación. Fue cuando le dijo a su
anfitrión que tenía que retirarse a dormir porque se sentía cansado. Monet lo acompañó,
hasta la habitación que le había asignado, no sin antes ir contemplando varias pinturas de
Monet regadas por las paredes de su casa. Era como caminar en cualquier sala de galería
parisina. Llegando a la habitación Romeo en agradecimiento le da un abrazo al maestro y le
reitera su admiración por su obra. Acto seguido Romeo cae a la cama como un tronco, la
cabeza mirando hacia la puerta, ve como se repite esa jugosa sonrisa que vio en la estación de
París, cerrando la puerta…

Al despertar Romeo por el sonido hiriente de la alarma de su celular a las cinco de la mañana,
desactiva el sonido para ver la hora. Romeo alcanza a ver en la descripción de la alarma de su
celular que debe salir a la estación Gare du nord, y disfrutar de la ruta de Loira. Romeo con
una sonrisa somnolienta por la hora de la madrugada se hace consciente que sólo ha sido un
hermoso sueño…

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