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Homilia inicio de las prácticas de enfermería

Queridas autoridades de la Escuela de Enfermería, padres y estudiantes.

Estamos en la semana de Pascua, la fiesta más importante para los cristianos. La primera lectura
nos cuenta que los habitantes de Jerusalén se asombraban de un milagro realizado por Pedro y
Juan, la curación de un lisiado de nacimiento. Pedro y Juan inmediatamente aclaran que no es por
su poder que el tullido empezó a caminar, sino, mediante el poder de Jesús al que muchos de los
judíos de entonces rechazaron y crucificaron. Digamos que ambos actúan con honestidad. No
quieren arrogarse el mérito de la curación de esa persona. Se saben instrumentos en las manos de
Dios. Un buen profesional de la salud se entrega plenamente a su labor sabiendo que la vida es un
don maravilloso que hay que proteger y cuidar tanto en las diversas etapas de su desarrollo como
cuando se ve debilitada por la enfermedad. Por lo tanto es consciente de que solo Dios, tiene la
capacidad de pedirla cuando quiere. La labor de la enfermera es la misma que aquella que ejerció
con amor y desprendimiento el buen samaritano con aquel prójimo herido encontrado en el
camino.

Seguidamente Pedro y Juan les invitan a ser mediante la conversión, no solo espectadores del
poder de Jesús, sino también a ser instrumentos suyos para la salvación de los demás. Como
enfermeras católicas y cristianas tienen un plus que les estimula a ser cada día más competentes
en su profesión y, es la fe en Jesús que hace que cualquier gesto de amor incluso aquellos que,
aparentemente son insignificantes, adquieran un valor eterno.

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