La poesía con su lira de oro, la elocuencia con su fascinadora palabra y la
historia con su severa imparcialidad, han tejido el laurel que corona la frente de don Benito Juárez. El pincel nos ha presentado el paisaje humilde, la modesta choza donde allá en el pueblo de Guelatao se meció la cuna del gran indio; el pincel de mármol nos ha trazado soberbio monumento donde descansa el gran ciudadano. To ha cantado su gloria, porque su gloria fue conquistada en la más santa de las luchas y con la más noble de las armas: la fe inquebrantable, la constancia sin límites, la voluntad indomable, la ley infalible, el bien de la patria y la salud de la Republica. Nada ha faltado tampoco a su grandeza; ni la ruin envidia, ni la pasión ciega, ni la asquerosa calumnia. Pero quien sobrevive a su gloria, y opaca a sus enemigos, tiene que ser un hombre superior. Este hombre fue Juárez. Los griegos lo habrán elevado a la mansión olímpica de sus dioses; los aztecas lo habrían convertido en estrella, como a Quetzalcóatl. Nosotros lo elevamos a ese otro firmamento de la inmortalidad donde residen Cuauhtémoc, Hidalgo, Morelos, Altamirano y otros héroes grandiosos. ¡Loor eterno al ilustre Benemérito de las Américas! Cariño y respeto para el autor de la frase inmortal: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.