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Por qué amamos tanto a WhatsApp

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Conectados. Juntos, pero unidos en un grupo de Whatsapp. La red de mensajería
se hizo omnipresente en todas las relaciones. (Javier Ferreyra)
Ilustraciones de Chumbi
MARIANA OTERO
Sábado 04 de mayo de 2019 - 00:38 | Actualizado: 04/05/2019 - 09:07
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 La app más popular del mundo cumplió 10 años.
 Transformó los hábitos y es adoptada tanto por grandes como por chicos.
 Romper la inmediatez, una de las características que la hicieron la más
elegida para sostener los intercambios personales y sociales.

No hay vuelta que darle: gran parte de la comunicación que establecemos cada día pasa
por WhatsApp, mientras que las llamadas telefónicas empiezan a ser parte del pasado.
La revolución del chat móvil más popular del mundo, que cumple este año una década, ha
cambiado el modo de relacionarnos al punto que tiene su propio “protocolo de etiqueta” y
normas tácitas de uso.

La mensajería instantánea es hoy casi irreemplazable: ha simplificado las comunicaciones,


pero también provoca situaciones nuevas en relación con los vínculos sociales.

WhatsApp nació para enviar textos en 2009; cuatro años después, sumó audios, y en 2014
aparecieron las dos tildes azules que delatan si el receptor lee o no los mensajes.

La aplicación ha modificado de tal manera los hábitos y costumbres que obliga al chequeo
diario, y casi permanente, del chat. Queremos saber si nuestros mensajes han sido
recibidos, si los han leído o si “nos clavaron el visto” y especulamos sobre las razones por
las que no recibimos respuestas rápidas.

WhatsApp es la app de todos: de chicos y grandes. Por allí se discuten negocios, se


agendan encuentros amorosos, se reencuentran amigos, se organizan eventos y salidas, se
acuerdan trabajos. Su presencia es tan natural que, al concluir una primera cita, ya nadie
dice “te voy a llamar”, sino “te mando un WhatsApp”.

¿Por qué amamos tanto a WhatsApp? ¿Cómo cambiaron nuestros vínculos como los demás
en estos últimos 10 años?

Susana (55) es abogada. Todos los días cambia su estado en el WhatsApp: reemplaza la
foto, pone una carita feliz o avisa que está ocupada. Es un trabajo que suma a su agitada
vida por Tribunales. Dice que la aplicación se ha convertido en una obligación más: es lo
primero que mira a la mañana cuando se levanta y lo último que chequea al acostarse,
cuando revisa a qué hora se conectaron, por última vez, su novio y sus dos hijos
adolescentes.

La mujer admite que si la última conexión de su pareja fue hace media hora, considera que,
tal vez, se está bañando. Si fue hace dos horas, duda: ¿estará en su casa? Y si a la mañana
detecta que el hombre chateó por última vez a las 4 de la mañana, se pregunta qué habrá
estado haciendo, dónde y con quién.
Gonzalo (20) estudia Ciencias Políticas, dice que el teléfono “no existe para hablar”. “Si
voy a invitar a una chica a salir, ¿cómo la voy a llamar por teléfono? ¿Qué le voy a decir?
Directamente le mando un mensaje por WhatsApp y listo”, dice. Sólo hace llamadas si es
algo urgente. El resto del tiempo vive en conexión permanente y contacto continuo con
todo y todos aquellos que están disponibles los 365 días del año.

En verdad, esta es una aplicación ubicua que permite emitir mensajes instantáneos y
posibilita pensar las respuestas más detenidamente que un diálogo cara a cara. Está
comprobado que hablar o escribir a través del celular, en línea, nos anima a decir más
cosas, desinhibe. Se está presente de manera virtual, pero sin el cuerpo ni los gestos. Así, es
más fácil.

Los usuarios de WhatsApp coinciden en que la aplicación posibilita hacer silencios que en
una conversación telefónica o personal no se puede. Si no se sabe qué decir, no hay
obligación de contestar en el momento o es posible hacerlo de manera ambigua con un
emoji.

“El WhatsApp, en texto o audio, es menos intrusivo que las llamadas. Cuando llamás estás
entrando en el tiempo actual y real del otro, mientras que si mandás un texto o un audio, la
otra persona tiene un tiempo privado para tomarse un minuto y responder, para escribir de
nuevo”, explica Enrique Virdó, psicólogo y profesor en la Universidad Nacional de
Córdoba.

La llamada es para lo urgente, para algo que hay que resolver en el momento. Si se rompió
un caño en la casa, se llama al plomero, no se le manda un texto.

Virdó asegura que en los intercambios sociales, en los que no hay cuestiones profesionales
de por medio o no hay preguntas que deben ser contestadas de manera inmediata, resulta
más cómodo mandar un texto o un audio.

“Nos tomamos el tiempo de ver cómo lo escribimos o qué decimos en un audio y la otra
persona dispone de un tiempo privado y propio para emitir la respuesta. Eso nos mantiene
en dos espacios separados, cada uno manejando su respuesta y su pregunta. De alguna
forma, eso permite que no haya inmediatez e intrusión”, opina.
Lara (14) dice que prefiere usar audios antes que llamar por teléfono. “Si llamo tengo que
seguir una conversación, responder preguntas... Con los audios digo lo que necesito y el
otro responde después. No los veo invasivos, salvo que sean muy largos”, sostiene.

Para el psicólogo Diego Tachella, la tecnología ha invadido la mediación de la


comunicación a tal punto que la pantalla resulta más familiar que el contacto con el otro.

“Hablar con otros es más difícil que enviar un audio que lo dejo para que el otro lo escuche.
En el diálogo con la presencia, tengo que estar, sostenerlo y bancarme que me digan que no
en directo. Con el audio capaz me clava el visto y vemos después”, refiere.

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Adónde van los mensajes que enviamos

Reglas de juego

La elección de WhatsApp como medio de comunicación no está relacionada estrictamente


con una cuestión de economía. Se trata de una nueva manera de comunicarse a través de la
palabra escrita o hablada.

“Los textos, en general, son cortos. Escribir largo es trabajoso. Mucha gente elige el texto y
no el audio porque es una forma de marcar distancia”, sostiene Virdó. Y agrega: “La
tecnología permite hacer videollamadas, pero pocos las utilizan porque es demasiada
presión poner la cara y la voz en la inmediatez. Por el contrario, la distancia del texto y del
audio del WhatsApp nos mantiene en una cierta burbuja, una cierta intimidad, pero sin
tener que mostrar y decir todo ya. Me puedo tomar un poco de tiempo para responder,
pensarlo y decir lo justo”.

La comunicación mediada por la tecnología también tiene reglas, pautas de cortesía no


escritas que los usuarios comparten.

“Al llegar un texto o un audio, sabemos que tenemos que contestar. Es una cuestión de
política, de etiqueta de internet. Desde la época en que apareció el e-mail, cuando llega algo
tenés que responder. No hacerlo es mala educación, es una señal de rechazo”, plantea
Virdó.
Lo mismo ocurre cuando alguien cercano cuelga información o fotos en Facebook o en
Instagram, existe cierto consenso sobre la necesidad de hacer un comentario, y poner un
“me gusta” es casi obligatorio si se trata de un amigo. No registrar el posteo aparece como
indiferencia y puede generar sensibilidad en el otro.

Tachella agrega que entre las normas tácitas entre usuarios está aquella que dice que hay
que contestar. E, incluso, disculparse si se demora en responder un mensaje. “Hay códigos;
clavar el visto es una afrenta como abandonar un grupo sin dar explicaciones”, sostiene.

Ilustraciones de Chumbi

Ilusión de contacto
La comunicación por WhatsApp también es una cuestión de economía de esfuerzo. Una
llamada telefónica puede durar media hora, pero también se puede resolver con tres audios
donde se dice lo justo, lo apropiado y se concluye con un emoji a modo de saludo.

“El audio en el WhatsApp llegó como una mejora del texto. Nos permite comunicar más
emociones y es más práctico. Da una ilusión de contacto. Tanto el mensaje de texto como
de audio son asincrónicos respecto de la sincronía que hoy requiere una llamada
telefónica”, subraya Tachella.

Si bien las preguntas y respuestas pueden llegar en distintos tiempos, también se establecen
“conversaciones” donde cada uno plantea su postura en un monólogo, al estilo de los
walkie talkies, donde se manda un mensaje, el otro escucha y responde.

“Es práctico mandar un audio mientras se hace otra cosa, caminando, manejando, con una
sola mano, digo cosas sin que me interrumpan. Se va afianzando como un modelo de
comunicación”, indica Tachella.

Mercedes (51), profesora de Biología, usa los audios cuando va caminando y, también, para
explayarse o explicar mejor algo. “No los veo invasivos si son de mis amigas íntimas, pero
en grupos grandes y de poca confianza me molestan. No uso teléfono porque a veces es
poco importante tener respuesta inmediata y, si hablás, podés molestar”, sostiene.

Silvana (51), docente, también envía audios cuando maneja. “Es cuestión de practicidad. Si
me mandan un audio que dura cuatro minutos, lo paso rápido. Salvo que sea de mis
amigas”, cuenta.

Los audios funcionan de una manera especial porque exigen mayor tiempo del interlocutor.
“Es un tiempo que el otro me impone a mí para escuchar y en algunos grupos están
prohibidos los audios, porque dicen 10 cosas que para contestarlas hay que escribir 10
mensajes. Es una imposición de mi tiempo en el otro. Pero, también, el que me habla me
impone su tiempo y me da a mí la posibilidad de una escucha más tranquila”, dice Tachella.

Guadalupe (18), estudiante de Veterinaria, dice que usa el audio para “contar algo no tan
importante sin molestar al otro” y para que lo escuche cuando tenga tiempo. “También
cuando contás algo muy largo o necesitás expresarte mejor, es más fácil mandar un audio
que escribir, porque en un mensaje de texto se pueden malinterpretar las cosas”, opina.
En relación con los audios, los usuarios están repartidos: hay quienes los adoran y quienes
los aborrecen.

Marcela (51), profesora universitaria, asegura que casi no usa audios. “Me molesta
muchísimo recibir audios largos. Pasan días y no los escucho”, dice.

Los detractores subrayan que no se pueden escuchar audios en cualquier lado, que lleva
más tiempo un audio que leer un texto y que son despóticos porque obligan al otro a oírlos
aunque no quiera.

“El audio lo tenés que escuchar porque no sabés lo que dice. Tiene el encanto del misterio
de lo que te llega. Según los amantes del audio, tiene cercanía, calidez y la emoción que no
tiene el texto. Es también un monólogo porque sé que no me van a poder interrumpir lo que
yo quiero decir hasta el final”, remarca Tachella.

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