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¿Qué es lo que provoca la ingratitud?

Extraído de El río, la olla, y el pájaro

La gratitud

Cierta vez un hombre se aproximó a mí, quejándose de que su esposa era


extremadamente negligente en el cuidado de la casa. En lugar de lavar los
platos y arreglar la cocina después de la cena, se sentaba en el sofá por el
resto de la noche y leía un libro.

Cuando le pregunté a la esposa sobre esto, inmediatamente admitió que era


verdad. Sin embargo, añadió que trabajaba doce horas al día en dos trabajos
para mantener a su esposo que estudiaba en un kolel y, además de eso,
estaba embarazada. Para cuando terminaba de cenar no tenía ninguna
fuerza para hacer nada más, sólo relajarse y leer un libro.

Obviamente, el esposo era culpable de una ingratitud muy grande. A pesar


de que era el beneficiario de esfuerzos extraordinarios por parte de su
esposa, no sólo no era agradecido con su esposa, sino que estaba enojado
con ella por no hacer más por él.

Esta historia ilustra un falla común en los hombres: una incapacidad para
apreciar apropiadamente lo que sus esposas hacen por ellos.

Esta incapacidad es notable. A la luz de la cantidad enorme de beneficios


físicos, emocionales y prácticos que la mayoría de los hombres reciben de
sus esposas, uno podría esperar que no sería una labor difícil el sentirse
agradecidos hacia ellas. Desafortunadamente lo contrario es verdad.

Esto se debe antes que nada a la inclinación humana básica de negarse a


reconocer favores recibidos de otros. Sin embargo, esto es mucho más cierto
con respecto a los favores que una esposa hace por su esposo.

¿Qué es lo que provoca la ingratitud?

La ingratitud humana es un mal que se deriva de Adam. El primer pecado del


hombre -la fuente de toda la maldad en él- se originó en su negativa a
reconocer lo bueno con lo que Dios le había bendecido. Si no hubiese dado
por sentado todo el bien infinito con que Dios lo bendijo, nunca hubiese
comido del Árbol del Conocimiento que tenía prohibido. Teniendo sentimiento
de gratitud le hubiera sido imposible contradecir la voluntad de Dios.

Su respuesta a Dios cuando Él le preguntó si comió del Árbol recalca esta


ingratitud: "La mujer que Tú me diste me dio de comer del árbol, y yo comí."
Adam estaba diciendo en efecto: "Yo no te la pedí; ella fue Tu idea. Si ella
me persuadió para pecar, el pecado es tu culpa." Aunque la Torá
explícitamente nos dice que Dios creó a la mujer para el bien del hombre (ya
que "no es bueno para el hombre que esté solo"), Adam falló en reconocer
este bien. Esta ingratitud es la causa subyacente de su pecado.

Lo que es verdad para Adam, es verdad para todos sus descendientes: la


ingratitud es el origen fundamental de cualquier mal que ellos cometan.

Cualquier persona que hiciera una pausa para reconocer que le debe a Dios
su existencia misma, nunca sería capaz de ir por la vida adorándose a sí
mismo. Millones de milagros componen el mundo del hombre: el milagro de
la naturaleza, el milagro de la vida, el milagro de la vista, el habla, el
movimiento, el matrimonio, el milagro de tener permiso de conocer a Dios. El
corazón del hombre debería estar lleno alegría, de asombro y de gratitud por
la magnificiencia del mundo que Dios le ha dado.

En cambio, el hombre considera todo esto como algo que Dios le debe desde
su nacimiento. Su orgullo lo convence de que el mundo existe para su propio
uso. Como el Faraón dijo: "El río es mío, y yo lo he creado." Por ello el
hombre trata cualquier cosa que se le da como si se la estuvieran regresando
a su dueño original. No siente que debe dar las gracias por un mundo que le
pertenece incluso antes de que tome posesión de él.

Así, pues, resulta claro por qué la gratitud es tan rara. El mismo orgullo que
no le permite reconocer el bien de Dios, milita en contra de reconocer el bien
que otro ser humano le da.

Existe un impedimiento adicional para reconocer los favores que otros hacen
por nosotros: ello nos forza a abandonar la fantasía de que somos auto-
suficientes y a cargo de nuestro propio destino. Nos llama a ofrecer gracias a
alguien más; nos obliga a dar recíprocamente un bien. Por esto nuestra
reacción natural es minimizar o, incluso, negar la importancia de cualquier
favor hecho a nosotros.

Si la gratitud a alguien es difícil de aceptar, la gratitud a una esposa es aún


más difícil. Los favores que ella nos hace exceden a aquellos hechos por
cualquier otra persona. Y, por lo tanto, el grado de gratitud que ella merece
es mucho más doloroso de apreciar y de expresar.

Aún más, mostrar gratitud a una esposa es más difícil que mostrar gratitud a
un extraño debido a la falsa concepción que la mayoría de los esposos tienen
del matrimonio. Según lo dicho antes, los esposos comúnmente imaginan
que es el deber de la esposa proporcionar bendición sin fin al esposo,
satisfacien-do cada antojo y deseo. De acuerdo con esto, es el deber de ella
proveerlo de todas sus necesidades y hacer todo lo necesario para que
avance en sus ambiciones, incluso mantenerlo financieramente. Es el deber
de ella cuidar de que el esposo tenga éxito en todas sus esfuerzos, ya sea en
sus estudios, en sus negocios o cualquier otra cosa. Es deber de ella hacer
cualquier cosa, a cualquier hora, para hacerlo feliz.

Todo esto es su deber natural, y por lo tanto no merece las gracias por
cualquier favor que le haga; lo mismo que un deudor paga un crédito a su
prestamista, ella simplemente está ejecutando su obligación.

Obviamente, esto da muestras de una vasta ignorancia de las obligaciones


de una esposa. Ella no es responsable de hacer feliz a su esposo. Si existe
una obligación especial tal, es la del esposo de hacer feliz a su mujer. No es
obligación de ella asegurarse del éxito de él en todas sus empresas. Esto
únicamente depende de él. Además, ella no tiene la obligación de contribuir a
la manutención financiera de la casa.

No obstante, una esposa está obligada por ley rabínica a realizar ciertos
deberes caseros. Esto está claramente descrito en la Ketubá que cada
esposo le entrega a su mujer durante la ceremonia nupcial, donde
claramente se describe que él se encargará de "alimentarla, animarla,
sostenerla y mantenerla a la manera de los esposos judíos." Cualquier mujer
que ayude a mantener a su familia, como es común en nuestro días, lo hace
fuera de su obligación halájica. Tiene el derecho de parar cuando ella lo
desee. Tal pedido sería ejecutado por cualquier tribunal judío. Si trabaja por
el deseo de su corazón o por la devoción del estudio de su esposo, merece
toda las gracias por su filantropismo.

Ya que la gratitud es una precondición para la creación del amor en el


matrimonio, uno debe hacer esfuerzos para su adquisición. Si uno apartara
un poco de tiempo diariamente -aun cinco minutos- para considerar los
beneficios que recibe de su esposa diariamente, la gratitud eventualmente
será una reacción natural.

¿Qué tan grande es la obligación de ser agradecido?

No sólo la ingratitud es la fuente del primer pecado del hombre, sino que la
gratitud es uno de los mandamientos centrales de la Torá. Entre los primeros
Diez Mandamientos dados al pueblo judío en el Monte de Sinaí está el
requerimiento de honrar al padre y a la madre. Ésta es una mitzvá que
incumbe a los hijos (no importando la edad) de mostrar gratitud a los padres
por haberle otorgado la vida y por haberlos educado.

La Torá está repleta de ejemplos de primera importancia acerca de hakarat


hatov (gratitud). Se nos ordenó tratar a los egipcios mejor que a otros
pueblos porque fuimos moradores en su tierra -a pesar de que ellos nos
esclavizaron. A Moshé le fue ordenado por Dios mismo ir y redimir al pueblo
judío, pero no hizo eso sino hasta que hubo recibido el permiso de su suegro,
Yitró. La razón de ello es que tenía un deuda de gratitud con Yitró: Yitró le
abrió la casa a Moshe cuando éste escapó a Midián. Así pues, en caso de
que exista un conflicto para demostrar gratitud y la obligación de redimir al
pueblo judío, la gratitud toma precedencia.

Moshé no golpeó al río Nilo para traer la plaga de ranas sobre los egipcios
porque tenía una deuda de gratitud con el río: éste salvó su vida cuando era
un bebé. El concepto de gratitud se aplica incluso a objetos inanimados.

Numerosas fuentes en la Torá escrita y en la Torá oral, hablan de la


obligación de demostrar gratitud. Ningún otro atributo ha sido más discutido
por los grandes pensadores judios de musar [disciplina ética].

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