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“LOS MOTIVOS DEL LOBO” DE RUBÉN DARÍO

POR: RODOLFO PÉREZ ROSALES

Entre las composiciones poéticas favoritas del público destacan tres por
el alto nivel técnico y capacidad histriónica que exigen del intérprete, y
son: “El Brindis del Bohemio” de Guillermo Aguirre y Fierro, “La Chacha
Micaila” de Antonio Guzmán Aguilera y “Los motivos del Lobo” de Rubén
Darío. Lo poemas de la popular trilogía son igualmente extensos (cada
uno supera los 150 versos) y dramáticos, y adoptan el modo narrativo.
En tres distintos estados de ánimo, nos brindan pasajes intensamente
emotivos, dignos de recordar con frecuencia, cuya frescura no se ha
extinguido con el paso de los años. Los dos primeros pertenecen a
autores mexicanos y difieren en carácter y lenguaje. El tercero se aparta
considerablemente de los nacionales y se proyecta hacia la expresión
universal. Puede clasificarse como un poema de raigambre religiosa
porque está basado en la vida de un Santo. No obstante una exégesis
del argumento revela la presencia de ideas originales aportadas por el
autor. Este es uno de los propósitos del presente ensayo.

Se puede considerar que “Los Motivos del Lobo” pertenece a la etapa de


madurez del autor, pues fue publicado en 1913, cuatro años antes de su
muerte. No han faltado críticos que han atribuido algunos de sus mejores
pasajes a la inspiración de Amado Nervo, merced a la influencia que éste
ejerció sobre el poeta nicaragüense. Tal opinión no carece de base
histórica, pero resulta muy controvertido. En la obra de Nervo no existen
muchos paralelos con el representante del modernismo. Pese a la
amistad que existió entre ambos, cada uno siguió sus propias directrices
sin dejar de admirarse mutuamente. En mi opinión, Rubén Darío fue un
bardo cosmopolita que supo amalgamar influencias propias y extrañas a
tal grado que resulta vano tratar de establecer de donde proviene tal o
cual idea. En toda su obra poética nunca deja de ser Rubén Darío.

Respecto al poema ya mencionado, es evidente que el nicaragüense se


basó en uno de los milagros atribuidos a San Francisco de Asís. Se
cuenta que una vez en la aldea de Gubbio (actualmente, territorio
italiano) cuando transcurría el año de 1218, halló que un temible lobo
tenía llenos de espanto a los humildes pastores de la comarca. El Santo
Varón fue a platicar la bestia y le dijo así: “Hermano lobo, has hecho
mucho mal en esta tierra; has destruido y matado criaturas de Dios sin su
permiso. Merecerías por ello ser ahorcado como a un criminal. Todos los
hombres claman contra ti, los perros te persiguen y los habitantes de las
ciudad son tus enemigos; pero yo quiero hacer las paces entre tú y ellos.
Si renuncias a tus perversos apetitos, en vez de cazarte con perros, los
hombres de Gubbio te darán de comer. Pero tienes que prometer que no
volverás a ofenderlos”. A partir de entonces, el lobo se convirtió en el
compañero de juegos de los niños de Gubbio, y nunca más causó
perjuicios a nadie. Esto es lo que nos dice la leyenda, pero el modernista
fue mas allá de los hechos marcados por la tradición y otorgó al lobo
cualidades cuasi humanas. Bajo la pluma de Darío la bestia llega a
ocupar el papel protagonista dentro de un guión extraordinario. Un
análisis de la estructura del poema arroja suficiente luz sobre las
intenciones del bardo. Es indudable que éste se propuso modelar el
pasaje ya descrito hasta dar origen a una composición verdaderamente
portentosa, en la cual pueden distinguirse diversas escenas.
Analizaremos cada una de ellas.
LA PRIMERA ENTREVISTA ENTRE SAN FRANCISCO Y EL LOBO

La introducción nos da la tónica de la obra que sigue un esquema


comparable al de una sonata, en la música. Desde los primeros versos
se muestra la originalidad del bardo nicaragüense quien tuvo el acierto
de crear un poema monumental basándose en un pasaje histórico
relativamente sencillo. La composición consta de 160 versos rimados
perfectamente en diferentes combinaciones métricas. No obstante estar
escrito en modo narrativo, posee una musicalidad y un vigor poco
comunes. Las partes más emotivas corresponden a la actuación de los
personajes.

Al comenzar a leer el texto, el tiempo retrocede más de setecientos años.


En el espacio aparece una aldea italiana caracterizada por un ambiente
pastoril y envuelta en una tragedia. El pueblo de Gubbio está amenazado
por un despiadado lobo y como nadie es capaz de vencerlo por medio de
las armas, pretenden llegar a un acuerdo para establecer una paz
duradera. El hombre designado para cumplir esta misión es San
Francisco de Asís, quien va a la montaña para platicar con la bestia.
Desde el comienzo de la entrevista el cánido deja de ser el mítico lobo de
Gubbio para transformarse en el lobo glorioso de Rubén Darío. Después
de que el animal recibe a San Francisco de un modo agresivo,
sorprendentemente se torna humilde y comprensivo. Es ya una bestia
con actitudes de ser humano.

El Santo Varón lo acusa de sembrar la muerte, el dolor y el espanto entre


las criaturas del Señor. El lobo es comparado con un criminal inspirado
por fuerzas diabólicas. Pero también tiene razones muy poderosas para
comportarse de esa manera. Responde a cada una de las acusaciones e
inesperadamente asume la función de un fiscal y reprueba lo que
considera inmoral en los actos humanos. El animal arguye la inclemencia
del invierno y la escasez de alimentos en el bosque. El azote del hambre
lo impulsa a devorar a cuanto animal se encuentre a su paso. La víctima
puede ser el hombre mismo. Sólo respeta una norma: nunca ha
derramado sangre si no es para satisfacer su apetito. En cambio, ha
observado que los cazadores hieren y torturan animales del bosque por
el único placer de cazar. San Francisco apoya el argumento del lobo
haciendo una clara alusión al pecado original del hombre y a la ausencia
de pecado en el interior de las bestias.

EL PACTO

Resulta muy interesante estimar el papel que desempeña el Santo de


Asís. Por un lado, actúa como emisario de los pastores, y en el otro
extremo, difunde su doctrina cristiana al predicar la hermandad entre los
seres y las cosas. A veces fustiga enérgicamente al lobo en favor de los
intereses del hombre, pero también acepta las razones de aquél. Situado
en medio del conflicto, considera pertinente establecer un pacto de
fraternidad, conforme a su prédica. Así, asumiendo una posición neutral,
soluciona con aparente facilidad una situación delicada: ofrece comida al
lobo a cambio de paz. Es los más justo para ambos bandos. La bestia
acepta tal condición casi sin chistar. De este modo nace un pacto de no
agresión.

La promesa en favor de la paz queda sellada legalmente cuando la mano


del Varón estrecha una de las patas delanteras del cánido. Después del
saludo ambos personajes caminan juntos con destino a Gubbio. Desde el
momento en que hicieron las paces, el lobo se transformó en un animal
manso y bueno. Al caminar mantuvo su postura cuadrúpeda. Acompaño
al Santo de Asís adoptando una actitud sumisa, casi servil. Sin muchos
contratiempos llegaron a la aldea causando el asombro general entre los
pobladores: ¡San Francisco ha domesticado a la ominosa fiera! ¡Qué
acto tan grandioso! ¡Gracias a Dios, podremos vivir en paz! La gente
presenció el desfile de los protagonistas experimentando una mezcla de
alegría e incredulidad. La noticia se difundió ampliamente en toda la
comarca. Los días de alarma y espanto habían llegado a su fin. Se
vislumbraba una nueva era de tranquilidad y progreso. El odiado
enemigo había aceptado vivir en el seno de la sociedad.

El Santo Varón pronunció un discurso en la plaza principal de Gubbio,


sede simbólica de la civilización. Presentó al lobo como un amigo de los
hombres. Además dio a conocer las reglas del pacto: las paz estaría
garantizada mientras la bestia recibiera el sustento. Visto desde las
perspectiva humana, no resultaba costoso el alimentar a una bestia. Por
lo tanto, el precio de la paz era sumamente bajo. Había comida
abundante en cada uno de los hogares. Con respecto al techo, el animal
se iría a residir al convento construido por Francisco.

Al finalizar el discurso, los aldeanos prometieron cumplir con las


disposiciones del convenio. Inclusive acogieron al feroz animal en medio
de manifestaciones de júbilo. La bestia se mostró complacida por el trato
inicial. Todo parecía indicar que la convivencia tendría éxito. Al instante
de su ingreso en el convento el lobo comenzó su conversión a la doctrina
y moral franciscanas.

LA ESTANCIA

En una docena de versos Rubén Darío describe las actividades de la


bestia dentro de la sociedad. En el interior del convento, el lobo se
propuso hacerle compañía al Santo Varón. Vivían con absoluta
austeridad. Las oraciones eran cotidianas y con frecuencia entonaban
salmos. La otrora abominable fiera, se conmovía con la dulzura de los
cánticos religiosos. El claustro lo convirtió en un humilde creyente.
Aunque no toda su vida se limitaba al convento. A menudo salía a pasear
por las callejuelas o por los alrededores de Gubbio. Cuando tenía
hambre tocaba la puerta de alguna casa para solicitar comida. Después
de todo, gozaba de ese privilegio.

Hasta aquí, es conveniente analizar la actitud de los aldeanos. No


obstante la existencia de un convenio que garantizaba la tranquilidad, en
lo profundo de sus almas anidaba el recelo. No era fácil confiar en la
palabra de una bestia; aquella misma que en diversas ocasiones les
había infringido dolor, muerte y espanto, y que ahora se comportaba
como un animalito manso y juguetón. El corazón humano aún destilaba
odio y sigilosamente aguardaba el momento de la venganza.

LA AUSENCIA DEL SANTO DE ASÍS

La narración no explica cual fue el motivo por el que San Francisco se


ausentó de la aldea. Tampoco menciona si antes de partir hizo algunas
recomendaciones a los devotos. No sabemos cuanto tiempo estuvo
fuera. Quizá fueron algunos meses. Tal circunstancia propició un cambio
radical del panorama. Sin la presencia de un guía espiritual los hombres
dieron rienda suelta a sus impulsos. Fácilmente quebrantaron las normas
de convivencia y olvidaron los principios cristianos. Cayeron en las
garras del vicio y del pecado como cuando Moisés ascendió a la cumbre
del Sinaí. Lo más grave fue que pusieron en peligro el pacto con la
bestia, quien fue objeto de burlas y humillaciones y que, debido al
incumplimiento de las obligaciones contraídas, no tardaría en volver a
atacar con el ímpetu de un huracán.

Todo lo que el autor omite deliberadamente en este pasaje será


explicado por el lobo en su célebre discurso. Sólo queda bien clara la
huida de la bestia hacia las montañas, con el consecuente retorno a la
época del terror. En su estado nativo, el mítico animal volvió a asolar la
región con furia inaudita, sembrando el horror y la muerte por doquier.
Sus aullidos hicieron estremecer de espanto a los campesinos y
pastores. Los rebaños fueron diezmados por sus garras afiladas. Nadie
pudo dormir sin experimentar cierto temor. El lobo se propuso entablar
una batalla sin tregua contra los hombres para castigarlos sin
misericordia por sus faltas cometidas.

SAN FRANCISCO VUELVE A ENTREVISTARSE CON EL LOBO

Cuando la crisis había alcanzado su punto más crítico, San Francisco


regresó a la aldea. Los gubbianos lo recibieron como si se tratara de un
Mesías, pero no para aclamar su llegada sino para quejarse
amargamente de la situación trágica por la que atravesaban. El lobo
había vuelto “a las andadas”. Los hombres en su ceguera no parecían
percatarse de que ellos mismos eran los únicos responsables de sus
propias desdichas. Habían ofendido al noble animal hasta el cansancio y
todavía se preguntaban porqué éste los atacaba impunemente. En la
premura por solucionar el conflicto, los pastores aportaron pruebas de la
maldad del lobo, quien los tenía arruinados materialmente y no les
permitía dormir tranquilos. Ni las armas bastaban para acabar con la
bestia demoniaca, que se complacía en destruirles. Ante el fracaso de
sus tentativas, los aldeanos depositaron su confianza en San Francisco,
quien era la única persona en la tierra capaz de convencer al lobo por
segunda ocasión. No importaban las condiciones del convenio. Era
urgente recuperar la paz a cualquier precio. En ese momento estaba por
demás el dar explicaciones sobre la conducta propia.

Sin mucha demora, el Santo Varón se encaminó hacia la montaña para


platicar con la bestia. Se sentía profundamente disgustado por la actitud
del animal, a quien juzgaba culpable de la mala situación. Aun estaba
lejos de imaginar la verdad. Cuando se aproximaba a la madriguera del
cánido no lo hacía con la misma confianza de la primera vez. Incluso
temía ser atacado. Pero era necesario pactar nuevamente de acuerdo a
la misión que se le había encomendado. Esta vez, el Varón no empleó el
tono amable del primer diálogo. Las circunstancias habían variado. Por lo
que, en el nombre del Señor, reprochó con extrema dureza al lobo por su
comportamiento. Asimismo, demandó una respuesta concreta por el
supuesto incumplimiento del pacto: “¿Por qué has vuelto al mal?
¡Contesta! Te escucho.”

La narración nos dice que la bestia se encontraba realmente furibunda al


grado de que estuvo a punto de atacar al visitante. Echaba espuma por
las fauces y en los ojos brillaba un odio criminal. Aún así, la bestia
respondió a lo que solicitaba el Santo de Asís mediante el célebre
discurso donde expone sus motivos. El contenido del discurso se resume
en 31 versos de gran calidad literaria. Sin duda nos estamos refiriendo a
uno de los trozos más emotivos que se hayan escrito jamás en la poesía
hispanoamericana. Es la parte medular del poema y funciona como una
coda brillante y enérgica. La voz grave y estentórea del lobo parece
retumbar en cada uno de los versos.

EL LOBO PRONUNCIA SU DISCURSO

Aquí se desentrañan muchos misterios acerca de lo que sucedió durante


la ausencia de San Francisco. El lobo no podía mentir en sus
aseveraciones pues se encontraba frente a una autoridad moral. En su
estancia dentro del convento y en el seno de la civilización pudo advertir
que la maldad era el sesgo característico de una sociedad decadente. Al
principio se mostró complacido por el trato que recibía y por los derechos
de que gozaba. Nunca le fue negado el techo ni la comida. A cambio de
esto, la paz estuvo garantizada. Pero pronto la bestia pudo detectar que
tras la aparente máscara de cortesía del hombre se encontraba la
verdadera naturaleza humana. El pecado había corrompido las
costumbres de los aldeanos.

Sin prejuicios, el lobo enumera los siete pecados capitales del hombre:
envidia, saña, ira, odio, lujuria, infamia y mentira y los echa en cara de
una humanidad perdida. También menciona a uno de los jinetes del
Apocalipsis. Tal vez el más temible de todas las épocas: la guerra. En su
tiempo, este pasaje profetizó el advenimiento del jinete sangriento
(recordemos que “Los Motivos del Lobo” fue publicado en 1913, un año
antes del inicio de la Primera Guerra Mundial). Más delante hay una clara
alusión a la violencia entre cónyuges e hijos. En suma, nada escapó al
escrutinio del suspicaz animal.

En los siguientes versos, Francisco se entera de la verdadera causa de


la huida de la bestia y su retorno al mal. En realidad, cuando el Santo de
Asís estuvo ausente, los hombres no tuvieron empacho en maltratar al
pacífico animal, quien para entonces ya vivía con apego a la doctrina
franciscana. La mayor ofensa para un soberbio es la humildad. Y ese fue
el caso del lobo. Los aldeanos, ya corrompidos por el pecado, no
soportaron ver a una criatura humilde la misma que antes les causara
horror y espanto. Nada era tan exasperante como mirar que un lobo se
comportara cual manso corderillo. No tuvieron la precaución de respetar
a un animal, fiero por naturaleza. Las burlas y humillaciones de que fue
objeto la bestia provocaron un retorno al estado nativo. El lobo,
desnaturalizado por la civilización, recuperó su ferocidad y al regresar a
su hábitat la lucha por la vida lo hizo ser todavía más agresivo,
especialmente contra sus ofensores. Aún cuando el animal pareciera
estar lleno de perversión, su maldad era casi insignificante comparada
con la maldad humana.

Cuando el animal es expulsado de la aldea y retorna a las montañas, la


necesidad de ganarse el sustento le impele a romper el pacto. Nada hay
de raro en su actitud. Todo tiende a ser como al principio. El lobo debe
matar si es que no quiere morir de inanición y lo que menos importa es la
víctima. Otros animales del bosque también luchan por preservar su
especie. En resumidas cuentas, el feroz cánido vuelve a respirar el aire
de la libertad y prefiere quedarse a vivir en el bosque y en la montaña.
No hay nada comparable a la tierra natal, por inhóspita que ésta sea.
Desde luego, la renuencia de la bestia a regresar a la civilización se debe
a la aversión que siente por la maldad del hombre. Tampoco acepta la
propuesta del Santo de Asís para seguirle como discípulo suyo. Según la
mítica bestia, ya no hay de que hablar. Y pide al hermano Francisco que
se retire para siempre.

EPÍLOGO

Es verdaderamente conmovedora la actitud de San Francisco de Asís


cuando experimenta la amargura de la derrota. Aún así, comprende que
no hay más alternativas. Sencillamente el lobo tiene razón. Su segunda
misión en las montañas ha concluido con un rotundo fracaso. Todavía, en
un acto de incredulidad, mira fijamente a la bestia. Mas sus labios no
pronuncian palabra alguna. Avergonzado, da la media vuelta para que el
animal no pueda ver las lágrimas que amenazan con brotar
incontenibles. El Santo Varón se siente abrumado por el peso de la
impotencia. Emprende el regreso, con rostro abatido y paso incierto.
Buscando un consuelo a sus pesares evoca una vieja oración, la más
hermosa y profunda de cuantas se conozcan: el Padre Nuestro. Aún con
lágrimas en los ojos, dirige su mirada al cielo y pronuncia, con voz
trémula, el primer verso de la oración que simultáneamente es el último
verso de “Los motivos del Lobo”... Después de setecientos setenta y
siete años siguen escuchándose por los bosques de Italia, las oraciones
de San Francisco de Asís. De allí se difunden a todos los confines del
mundo. De súbito, parece que se oyen reminiscencias de una voz ronca.
Tal vez se trata de la voz del mítico lobo de Gubbio, el lobo que un día se
atrevió a dirigir su palabra a los hombres.

(Escrito en la ciudad de Tepic, Nayarit, a principios de mayo de 1995)

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