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Es difícil que las fotografías de Witkin no evoquen en el espectador escenarios próximos a la

historia del arte, la pornografía, el erotismo, la vida circense, la mitología, el teatro, la medicina, lo
sacro y lo profano, entre muchas otras cosas, tal vez de aquí lo sublime de sus imágenes donde
yuxtapone con facilidad y genialidad, desde mi punto de vista, representaciones cercanas a la
belleza y al mismo tiempo a la deformidad. Lo que existe y lo que no, lo que está vivo y lo exánime,
lo íntegro y lo descompuesto; todo a la vez, todo en la misma poderosa y sin igual composición, es
por esto que la obra del fotógrafo exalta la singularidad de la naturaleza, desde la vida hasta la
muerte propia, convirtiendo todas estas características estéticas dentro del medio fotográfico en
realidades nuevas que permiten que el conjunto entre, cuerpo, espacio y tiempo creen nuevos
estados, donde sobresale la aceptación por el cuerpo “invalido, muerto o repudiable” .

Esta imagen en particular exalta la belleza del cuerpo invalido, no se presenta como un patógeno,
es interesante la idea del vacío, dejando de ser un problema o una aberración, Witkin crea un
espacio onírico donde hasta entonces este tipo de morfologías han sido presentadas
exclusivamente en el campo de la medicina. Un cuerpo blanco y una piel tersa que alude sin duda
a todas esas venus que aparecen en el arte del mundo occidental, que exhiben a la mujer y al
cuerpo como templo sagrado de contemplación y perfección, y donde se han establecido por
varios siglos parámetros y cánones de “belleza”, “pureza” y “sensualidad”, muy idealistas y
utópicas, juicios que hasta hoy en día son fáciles de identificar. Imágenes que terminan siendo
performaticas, casi que teatrales que crean un dialogo entre el espectador de movimiento y
escenificación; son cuerpos que no son reconocibles o familiares por como los expone Witkin, para
mi estas fotografías podrían fraccionarse en capas cada una con abundantes significados.

Según la teoría de los humores entonces, estos serían cuerpos interrumpidos, dentro de su propia
“condición” no podrían asumirse como competentes o habilitados. El cuerpo no es más que un
instrumento social de jerarquización. Entonces, pareciera ser que estos cuerpos no eran más que
un obstáculo, una extensión de la imagen mental, aquella capaz de modelar al cuerpo y convertirlo
en un espacio de performartividad guiado por los paramentos socioculturales, parámetros que
han ejercido presión y exclusión a todos esos seres que dentro de los estándares son dispares,
incompletos, diferentes. Me permito citar Los bufones de Velásquez como ejemplo, más allá de la
“dignificación” de la persona, es el reconocimiento del otro, y quisiera hacer hincapié, no quiero
referirme a la aceptación o la inclusión de lo diferente, sino más bien a la contemplación de la
pluralidad, de la abundancia de cuerpos y de imágenes del mismo.

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