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Ensayo de la situación migratoria de Venezuela

La llegada de miles de venezolanos y de colombianos, que habían vivido por décadas en

Venezuela, no es un secreto en los últimos años, pero tal vez lo que todavía el país desconoce es

la magnitud de este fenómeno social que ha desencadenado viveza política para unos pocos y

abandono en otros, liderado por la escasez laboral además de la elevada tasa de delincuencia y

hambruna. Sin embargo, para el gobierno Maduro, los migrantes no existen.

Desde la corta memoria de los latinoamericanos, que olvidaron cómo Venezuela acogió a millones

de ciudadanos de nuestros países en épocas mejores para ella y peores para nosotros, como lo

registra el centro de memoria histórica: “A los más de seis millones de personas desplazadas dentro

del territorio colombiano deben sumarse miles de víctimas que se han visto forzadas a cruzar las

fronteras internacionalmente reconocidas en búsqueda de protección o refugio. Situación

alarmante debido a que el denominado Gran éxodo forzado en la Colombia contemporánea (1997

– 2004) generado a partir del gobierno de Ernesto Samper Pizano (1994-1998), precisamente

cuando se desarrollaron los primeros esfuerzos por humanizar el conflicto armado interno, articular

una política pública y brindar atención a la población desplazada, dando paso a una nueva etapa

de gran conflicto para los periodos presidenciales del oscuro gobierno de Álvaro Uribe Vélez

donde hubo mayor número de desplazamientos de forma violenta.

Aquí me quiero detener en una razón más insidiosa: el oportunismo político del que han sido

víctimas los migrantes y refugiados. Primero en Venezuela y luego en los demás países de la zona.

Los venezolanos que tuvieron que migrar son víctimas de una doble injusticia. Inicialmente,

sufrieron los efectos de las políticas económicas ruinosas y el desmantelamiento de la democracia

del gobierno de Nicolás Maduro. Sin alimentos ni medicinas (cuya escasez administra el régimen
para favorecer a sus adeptos), y con una inflación que este año se proyecta en 1 millón por ciento,

no tuvieron otro recurso que caminar las carreteras de los países vecinos con la casa a cuestas.

Muchos huyeron de la represión del gobierno –desatada por las protestas del año pasado–, por lo

cual califican en el estatus de refugiados. Porque, de acuerdo con la Declaración de Cartagena de

1984, se obliga a las naciones de la región a acoger a quien “se hubiera visto obligado a salir de su

país porque su vida, seguridad o libertad han sido amenazadas por violencia generalizada, agresión

extranjera, conflictos internos, violación masiva de los derechos humanos u otras circunstancias

que hayan perturbado gravemente el orden público”.

Por otro lado, la derecha es el sector que más ha explotado políticamente el fantasma de Venezuela.

Basta recordar las críticas inverosímiles, pero eficaces, del uribismo contra el proceso de paz y

durante el gobierno de Santos cuando tildaron al país de “castrochavista”, además de la invocación

exitosa de la crisis venezolana para ganar votos (en Perú, Argentina, México, Chile y ahora en

Brasil).

Si la izquierda es sincera en su preocupación por Venezuela y sus migrantes, y si la derecha es

consecuente con sus críticas a la dictadura de Maduro, la conclusión es la misma: los Estados

latinoamericanos deben desplegar programas coordinados y de largo plazo para atender y acoger

a los venezolanos que huyen de su país. Programas como los que está intentando liderar la OEA,

y que son posibles solo si se toma en serio la situación crítica de los migrantes y se deja a un lado

el oportunismo político.

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