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Una sociedad democrática debe ser irrenunciablemente una comunidad pluralista en la cual
conviven en un clima de tolerancia diferentes grupos económicos, sociales, ideológicos y
culturales.
La defensa de la democracia pasa, entonces, por la irrestricta defensa del pluralismo en sus
diferentes manifestaciones. Los sistemas totalitarios o los monopolios ideológicos constituyen
las expresiones únicas de la negación del pluralismo en donde se impone una verdad oficial,
razón más que suficiente para ser combatida sin tregua.
Existen también el pluralismo social que permite la libre organización de los ciudadanos en los
más diversos círculos de la sociedad civil y el pluralismo económico que hace factible la
coexistencia tolerante de diversas formas de actividad económica y de propiedad en un
ambiente de libertad.
Asimismo, el pluralismo cultural y religioso, no sectario ni fanático, que permite a los pueblos y
personas la libre expresión, la coexistencia pacífica, la tolerancia y hasta el diálogo entre
diferentes tradiciones culturales y religiosas. Finalmente, una sociedad democrática debe
aceptar la vigencia permanente de un pluralismo jurídico entendido como la autonomía
administrativa, descentralizada y política que corresponde a los gobiernos locales y seccionales
en el marco del estado de Derecho. Entonces, el dogmatismo y la intolerancia se constituyen
en adversarios del pluralismo y de toda democracia participativa o representativa.
Los monopolios ideológicos que pretenden ejercer una hegemonía absoluta ahogando con ello
el derecho de pensar son extremos peligrosos para la credibilidad de cualquier sistema
político, debilitan la confianza social y dejan una sensación de autoritarismo en medio de
impunidad y arbitrariedad.
Valía la pena recordar estos conceptos sumarios rescatados de una abundante enciclopedia
política, ahora que el Ecuador entra en una nueva etapa electoral caracterizada por la
incertidumbre y el desencanto en medio de rencillas y un debate mediocre, tan pobre en ideas
como la retórica misma de la oposición política, llena de sectarismos, intransigencias,
maniobras menores y proclamas huecas. Ni hablar de algunos políticos que deberían ingresar
en la antología del disparate.
Los principios que antaño inspiraban respeto y adhesión corren el riesgo de ser materia de
engaño y rechazo. Por eso, es el momento de hacer un alto a las distorsiones.