Pero a partir de la década del 30 ocurre que empieza a suscitarse un cambio
en la mentalidad del público argentino. En 1930 había caído el gobierno
popular de Hipólito Yrigoyen, y el que lo sustituye, de signo conservador y apoyado por las clases altas, acentúa los vínculos económicos que ligan a la Argentina con Gran Bretaña. Por reacción contra esta situación, grupos juveniles de diferente origen político empiezan a colocarse bajo el signo del nacionalismo. Con una actitud que en algunos casos es francamente ingenua, pero que en último análisis resulta positiva, intentan revalorizar las formas externas del criollismo. Generalmente esta revalorización exhibe resabios aristocratizantes: es la relación paternal del estanciero con su peón la que, en última instancia, se trata de exaltar, como paradigma de un país liberado de su enfeudamiento externo, fuerte y sano en sus labores campesinas, unido por la lealtad de las masas hacia sus líderes. Se evoca la época de Rosas y el pintoresquismo de aquellos tiempos renace, de modo muy elemental, en los achinados bigotes que se dejan crecer los jóvenes y en los héroes ecuestres de las guerras civiles por cuya memoria juran.