Resumen
Abstract
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Nota: Este artículo fue sometido para evaluación en noviembre de 2012 y aceptado para publicación en abril de
2013.
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Este trabajo se realizó con el apoyo del Departamento de Psicología y del Decanato de Ciencias Sociales de la
Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Correspondencia sobre este artículo debe enviarse al Dr.
Nelson D. Cruz-Bermúdez, Departamento de Psicología, Universidad de Puerto Rico, PO Box 23345, San Juan, PR
00931-3354. Correo electrónico: nelson.cruz6@upr.edu
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Psicología, neurociencia y drogadicción en Puerto Rico
Los argumentos que una disciplina científica propone y justifica para explicar los
diferentes fenómenos que estudia están siempre sujetos a ser cuestionados y reevaluados. Eso
ocurrió recientemente en la física. Hace unos años, Plutón dejó de ser uno de los nueve planetas
del Sistema Solar y fue reclasificado como un planeta enano porque los astrónomos adoptaron
una definición nueva del concepto planeta en la Asamblea General de la Unión Astronómica
Internacional de 2006 (Inman, 2006). Dentro de una misma comunidad científica, incluyendo la
psicología, se generan cambios periódicamente. El conocimiento psicológico se construye y
evoluciona a partir de las coincidencias y discrepancias teóricas que surgen cuando intentamos
explicar nuestra naturaleza psicológica, los procesos cognitivos, conductas, relaciones
interpersonales y nuestra organización en determinado contexto sociocultural, político y
económico. Me refiero a un proceso dinámico en el cual el cambio es la norma y no la excepción.
Este proceso dinámico puede explicarse con el concepto de aprendizaje. ¿Qué es
aprendizaje? ¿Cómo aprendemos? ¿Cómo ha cambiado históricamente nuestra noción del
aprendizaje? Desde la psicología conductista, los modelos de aprendizaje partieron de la premisa
de que aprendemos creando asociaciones entre estímulos y respuestas que pueden intensificarse
o disminuirse mediante refuerzos (Domjan, 2005; Staddon & Cerutti, 2003). Eso es cierto. Ahora,
desde una perspectiva cognoscitiva, el condicionamiento clásico y operante son dos tipos de
aprendizaje como lo es, por ejemplo, el aprendizaje social (Nielsen, Subiaul, Galef, Zentall &
Whiten, 2012). Más allá de ser asociaciones o imitaciones de comportamientos, el aprendizaje (y
la memoria) son fenómenos sumamente complejos y difíciles de explicar desde una perspectiva
en particular. Esta discusión se complica si consideramos que los humanos y otros animales
tenemos la capacidad de aprender porque tenemos un sistema nervioso, lo cual hace imperativo
incluir la neurociencia como un fundamento en nuestro análisis. Esta inclusión nos llevaría a
concluir nuevamente que los choques de ideas dentro de la misma psicología, e incluso entre
disciplinas, son necesarios para generar argumentos (basados en evidencia científica) que
expliquen procesos tan complejos como el aprendizaje. Hoy conocemos aspectos específicos del
cerebro que obviamente no conocían los psicólogos ni los biólogos hace 150 años. Esa
información que hemos recopilado revive discusiones interesantes y genera debates importantes
para la psicología, y es precisamente el punto de este artículo. Sin duda, la psicología
puertorriqueña tiene una historia y un quehacer particular. No obstante, es necesario que la
disciplina contemple en su agenda de trabajo los resultados de las investigaciones en la
neurociencia sobre aspectos relevantes de la cognición y conducta humana. El conocimiento
neurocientífico es importante para la psicología y resulta prudente resaltar algunas coincidencias
que sirvan de punto de partida para fortalecer colaboraciones tanto a nivel investigativo como a
nivel práctico. Es necesario evaluar cómo la investigación neurocientífica puede nutrirse del
conocimiento que la psicología ha construido por décadas y cómo la psicología puertorriqueña
puede ser partícipe de un proyecto interdisciplinario que integre fundamentos de la neurociencia
del siglo XXI.
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Basta con una ojeada a la historia para entender que la psicología coincide con el
nacimiento del estudio del sistema nervioso en el siglo XIX. Poco después que Wilhelm Wundt
fundara su laboratorio de psicología en 1879, William James publicó su libro, Principios de
Psicología (1890). James fue profesor de fisiología, anatomía, filosofía y psicología en la
Universidad de Harvard (Hawkins, 2011). En su libro, James describió la localización de
funciones cerebrales y aspectos psicofisiológicos de la conducta humana. Además, fue uno de los
primeros científicos en conectar teóricamente la formación de hábitos con cambios fisiológicos
en el sistema nervioso (Berlucchi & Buchtel, 2009). No hay duda de que James fue figura clave
en el nacimiento de la psicología experimental y la neurociencia de ese tiempo (Hawkins, 2011).
Durante esa época también, Franz Brentano escribió su tesis sobre la intencionalidad, la cual
modificó la visión que tenían sus contemporáneos sobre la conciencia y la energía mental (Smith,
1994). En ese mismo tiempo, Sigmund Freud intentó generar una teoría de los procesos
psicológicos desde la neurobiología (Centonze, Siracusanoc, Calabresi & Bernardi, 2004), pero
abandonó su idea porque, entre otras razones, ese campo aún no estaba tan adelantado. Freud
colaboró con varios colegas en Europa y eventualmente elaboró su teoría psicoanalítica.
Paralelo al nacimiento formal de la psicología, se pueden rescatar los trabajos de biólogos,
anatomistas y neurólogos, entre ellos Theodor Schwann, Sir Charles Scott Sherrington, Theodore
Meynert, Camillo Golgi y Santiago Ramón y Cajal, quienes estudiaron en detalle la organización
celular del sistema nervioso (Agnati, Genedani, Leo, Rivera, Guidolin & Fuxe, 2007; Breathnach,
2004). El trabajo de Ramón y Cajal, médico español y ganador del Premio Nobel de Fisiología y
Medicina en 1906 junto a Camillo Golgi, fue trascendental en la historia de la neurociencia (De
Carlos & Borrell, 2007). Cabe señalar que Ramón y Cajal conocía el trabajo de Freud y aunque
no estaba totalmente de acuerdo con él, utilizó la técnica del hipnotismo en sus trabajos clínicos
experimentales (López-Muñoz, Álamo & Rubio, 2008; Rusiñol & Ibarz, 2003; Stefanidou, Solà,
Kouvelas, del Cerro & Triarhou, 2007). Ramón y Cajal utilizó una técnica histológica de
visualización que había desarrollado Golgi para comprobar que el sistema nervioso estaba
compuesto por células individuales y no por una red de estructuras continuas como se pensaba en
aquel entonces (Jones, 1999). Las observaciones de Ramón y Cajal dieron paso a la famosa
Doctrina de la Neurona y sirvieron de base para posteriormente entender el funcionamiento del
sistema nervioso y explicar aspectos neurobiológicos de la conducta (Glickstein, 2006). Los
datos que han recopilados miles de investigadores en el último siglo, desde genes y proteínas
hasta circuitos neuronales y cognición, constituyen en esencia la base de todo el andamiaje de la
neurociencia del siglo XXI. Aunque obviamente esta descripción no es la historia completa de la
psicología y la neurociencia, me remito al argumento de que estas disciplinas fueron producto de
interrogantes e hipótesis que entrelazaban posturas filosóficas y científicas del pensamiento
moderno. El punto importante es que sí hubo un diálogo desde el inicio entre estas disciplinas y
fue ese diálogo, de hecho, lo que permitió avanzar el proyecto de investigación científica de los
últimos 100 años sobre el cerebro, la mente y la conducta. Esto se mantiene sin duda vigente
hasta nuestros días.
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y la medicina, especialmente después de la década de 1950. Sin embargo, en los últimos 25 años,
el término neurociencia se entiende como el estudio sistematizado del sistema nervioso que se
realiza desde la biología, psicología, neurología, psiquiatría, bioquímica, genética, farmacología
y otras disciplinas. Cabe señalar que muchos proyectos de investigación resultan de las
integraciones entre algunas disciplinas. En la neurociencia cognitiva, por ejemplo, los
acercamientos teóricos y metodológicos fusionan componentes de la psicología cognoscitiva, la
neuropsicología y la neurociencia computacional. En otras palabras, la neurociencia es un campo
interdisciplinario.
Existen varias organizaciones internacionales, entre estas la Society for Neuroscience
(SFN), International Brain Research Organization, Federation of European Neuroscience
Societies, Society for Social Neuroscience, European Brain and Behaviour Society, Federation
of Neuroscience Societies of Latin America and the Caribbean y la International Behavioral
Neuroscience Society cuyas misiones son fomentar la investigación neurocientífica y expandir el
conocimiento sobre el cerebro, la conducta y la salud mental a nivel social. La conferencia anual
de SFN reúne alrededor de 30,000 neurocientíficos de todo el mundo. Las presentaciones orales
y afiches que se presentan van desde genética y biología molecular hasta estudios de
neuroimagen, psicofísica y neurociencia computacional.
En 1989, el Congreso de Estados Unidos dio paso a una declaración del presidente
George Bush designando la década de 1990 como la Década del Cerebro (Goldstein, 1994;
Martín-Rodríguez, Cardoso-Pereira, Bonifácio & Barroso y Martín, 2004). Esta proclama tuvo
como justificación la alta prevalencia e incidencia de estadounidenses con enfermedades
mentales (p.ej. depresión, adicción, demencia), epilepsia, accidentes cerebrovasculares,
enfermedades neurodegenerativas, problemas de habla, lenguaje y audición, y en el costo
económico para tratar estas condiciones. La proclama sirvió también para concienciar a los
ciudadanos sobre las alternativas de tratamiento que en aquel momento estaban disponibles
gracias a las investigaciones biomoleculares, genéticas y neurofisiológicas, y al desarrollo de las
ciencias computacionales y técnicas de neuroimagen. Por último, esta ley encaminó esfuerzos
para atender la investigación, prevención, tratamiento y rehabilitación funcional del sistema
nervioso (Martín-Rodríguez et al., 2004). Aunque antes de 1990 ya existían áreas específicas de
investigación en la neurociencia, esta iniciativa prácticamente fortaleció la investigación
neurocientífica desde un acercamiento cerebro-mente-conducta. La Década del Cerebro propició
muchas colaboraciones investigativas entre la biología, psicología y otras disciplinas y abrió las
puertas para realizar trabajo interdisciplinario entre psicólogos, psicólogas, biólogos y biólogas,
algo muy parecido a la ciencia del siglo XIX.
Las investigaciones en la neurociencia han servido para entender los principios
funcionales del sistema nervioso, a saber, la expresión y regulación de genes, biología molecular,
transmisión sináptica e interacción de redes neuronales. Conocemos detalles de los cambios
fisiológicos que normalmente ocurren en el sistema nervioso y cómo éste puede enfermarse y
causar estados patológicos. Por ejemplo, los aspectos psicomotores que preceden movimientos
voluntarios (p. ej. planificación motora, balance, iniciación de movimiento) se ven afectados en
la enfermedad de Parkinson porque las neuronas de dopamina, localizadas en la sustancia negra,
se deterioran y mueren (Wu et al., 2012). Este fenómeno continúa siendo incógnito porque no se
sabe con exactitud qué causa la pérdida de estas células dopaminérgicas y no existe un
tratamiento totalmente efectivo (Jankovic, 2008). Lo que sí sabemos es que esta disfunción
neuronal específica (menos neuronas de dopamina) es la causa principal de los problemas de
movimiento.
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drogadicción y buscar soluciones para este problema tan complejo, sin tomar en consideración
las diferencias neurobiológicas entre individuos y los cambios que ocurren en el sistema nervioso
de una persona adicta es un trabajo incompleto y estéril.
Algunas investigaciones tratan de identificar los factores biológicos que aumentan la
probabilidad de que una persona se torne adicto crónico (predisposición), entender qué cambios
ocurren en el sistema nervioso una vez comienza el uso desmedido de drogas (tolerancia) y
evaluar cómo estas alteraciones neuronales explican el problema de adicción. Todos estos
parámetros biológicos están obviamente ligados al contexto social del sujeto. ¿Qué sabemos
sobre estos cambios neurobiológicos?
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evidenciando cambios en el umbral para sentir placer (hedonic set point) (Ahmed & Koob, 1998;
Lenoir, Guillem, Koob & Ahmed, 2011).
El aprendizaje asociativo se ha medido utilizando reportes subjetivos y técnicas de
neuroimagen concurrentemente en sujetos humanos. En una situación experimental, adictos a
cocaína reportan deseos intensos de utilizar droga cuando observan un vídeo de una persona
utilizando drogas (condicionamiento clásico) (Volkow et al., 2008; Volkow et al., 2006). Estas
observaciones están basadas en el autoreporte de cada participante del estudio. Sin embargo, en
ese mismo experimento, utilizando técnicas de neuroimagen, se ha encontrado que mientras la
persona siente deseos de usar droga observando estas imágenes (cravings), las áreas del cerebro
asociadas con recompensa y placer también se activan (Volkow et al., 2006). Por lo tanto, el
proceso de adicción implica la formación de asociaciones sumamente fuertes que juegan un
papel importante en la búsqueda intensa de drogas y que en conjunto pueden ser la clave para
explicar las recaídas que muchos adictos admiten experimentar (Volkow et al., 2006).
¿Cómo ocurren estas asociaciones en el cerebro? Nuestras memorias y emociones, el
lenguaje y todo lo que aprendemos está en el cerebro gracias a los cambios estructurales y
fisiológicos característicos del sistema nervioso. Su cerebro no será igual cuando termine de leer
este artículo, ni cuando despierte mañana. Ese proceso dinámico se conoce como
neuroplasticidad y es lo que nos permite a los humanos y al resto de los animales tener
adaptación rápida y efectiva en un nicho ecológico. En nuestro caso, la plasticidad neuronal es el
mecanismo mediante el cual nos insertamos en un “ambiente-sociedad-cultura” desde que
nacemos y a lo largo de nuestras vidas. En términos específicos, los estímulos externos y las
experiencias cambian la actividad neuroquímica y fisiológica del sistema nervioso y alteran la
interacción entre neuronas, ya sea a través de nuevas conexiones sinápticas con otras células o
mediante la eliminación de contactos sinápticos. Las sinapsis también tienen la capacidad de
fortalecerse y/o debilitarse (Castillo, 2012; Feldman, 2009; Nelson & Turrigiano, 2008) y
nuestro sistema nervioso puede generar nuevas neuronas (neurogénesis) en diferentes etapas,
incluyendo la adultez (Lledo, Alonso & Grubb, 2006). Las drogas adictivas modifican los
mecanismos de liberación de neurotransmisores en el cerebro e interfieren directamente con los
procesos de plasticidad antes mencionados. Algunos expertos en drogadicción señalan que las
drogas “secuestran” los mecanismos de plasticidad del cerebro. En otras palabras, los cambios
fisiológicos y morfológicos inducidos por las drogas en el cerebro, son básicamente en conjunto
un “aprendizaje” asociado directamente a las conductas compulsivas de los adictos (Jones &
Bonci, 2005).
Ahora bien, ¿dónde queda la toma de decisiones y el libre albedrío en el caso de la
drogadicción? Aunque no existe una contestación absoluta a esta pregunta, la evidencia apunta a
que regiones cerebrales tales como la corteza cingulada anterior, prefrontal dorsolateral y
orbitofrontal del lóbulo frontal están implicadas (Franken, van Strien, Nijs & Muris, 2008;
Krawczyk, 2002; Lee & Seo, 2007). Distintos hallazgos de estudios con humanos y otros
primates señalan que la corteza frontal es la región del cerebro que procesa aspectos sobre toma
de decisiones, incluyendo situaciones conflictivas en las que debemos decidir entre una cosa y
otra (Hasselmo, 2005). Considere esta situación. Imagínese que usted está preparando su
desayuno y calentando leche para su café en una hornilla. Tan pronto la leche comienza a hervir,
usted tiene que rápidamente dejar a un lado lo que está cocinando, apagar la hornilla donde está
la leche y cambiarla de lugar para que no se desborde. Esta situación de conflicto (dejar algo y
hacer otra cosa) es procesada por la corteza cingulada anterior, la cual se comunica con la
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