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TEMA Nº 7:
INTRODUCCIÓN
Sin la lengua sería del todo imposible que existiera la cultura entre los hombres. Todos
los animales dotados de sensibilidad se comunican, y algunos, como las abejas y los
delfines, pueden hacerlo muy bien, al parecer. Lo que no queda claro entre los animales
distintos de los hombres es hasta qué punto son aprendidas sus pautas para la
comunicación. El ser humano aprende su lenguaje del mismo modo que aprende su
cultura; el hombre no ha nacido con un idioma. Así, la lengua “es un sistema de conducta
distintivamente humano basado en símbolos orales”, que se emplea para describir,
clasificar y catalogar experiencias, conceptos y objetos. Es, pues, un sistema especial de
comunicación específicamente oral y simbólico, y es aprendido.
SIGNOS Y COMUNICACIÓN
Existen muchas formas de comunicación que no utilizan el idioma. Los gritos de aviso y
agregación, de contento y afecto son formas de comunicación que no quedan limitadas al
hombre. O, a nivel humano, la mirada sórdida, que puede comportar todo un mundo de
significación, no implica su uso. También los gestos son formas de comunicación, aun
cuando éstos parecen estar siempre relacionados con hábitos culturalmente definidos. La
inclinación de la cabeza significa “si” para nosotros, pero una sola inclinación de la
cabeza en el Oriente Medio es un rotundo “no”. Dicho llanamente, existen muchos modos
de transmitir mensajes de los que la lengua es sólo el más importante para los seres
humanos.
Toda la conducta social depende de la comprensión de los signos: acontecimientos o
cosas que tienen un significado convencional. El individuo que “lee” una indicación se
encuentra en situación de obrar de un modo predecible en una situación dada. La
comprensión de los signos es absolutamente esencial para hacer efectiva la participación
dentro de cualquier marco social, animal o humano. Para alcanzar una visión interior de
una cultura, uno debe conocer sus signos como un nativo. Los signos del lenguaje son
signos hablados. Son susceptibles de alcanzar altos niveles de complejidad, mucho más
allá de cualquier grado accesible en la comunicación animal, debido a la capacidad del
hombre para generalizar y abstraer. Es interesante observar que el hombre no posee
órganos que hayan evolucionado especialmente para engendrar el habla. La mayoría de
los mamíferos pueden producir sonidos o poseen lengua, labios y dientes. Pero sólo el
hombre tiene estas partes de su cuerpo combinadas de tal modo que produce los sonidos
del lenguaje. Los monos antropomorfos o póngidos, semejantes a los hombres en su
estructura facial y bucal general, son capaces de producir todos los sonidos que puede
hacer el hombre. Sin embargo, los parientes más próximos del hombre no han
desarrollado formas de habla. Más que adaptatividad al habla como tal, el ser humano
posee un cerebro que hace posible el habla.
La cultura y el lenguaje, ambos aprendidos, son los atributos distintivos del hombre.
Todos los hombres viven en alguna cultura, pero la cultura del inglés contemporáneo no
es la misma que la de un zulú, un chino o un esquimal. Del mismo modo que varían las
culturas, cambian los lenguajes.
Pero una misma lengua no quiere decir una misma cultura, ni viceversa. Existen pueblos
que hablan lenguajes ininteligibles y participan de las mismas tradiciones culturales. En el
Sudoeste americano, por ejemplo, los indios pueblo, que viven en poblaciones, son
básicamente muy semejantes en cuanto a su cultura, pero hablan lenguajes relacionados
con cuatro grupos muy distintos. A menos que un zuñi, o ambos una tercera lengua, no
pueden comunicarse entre sí.
O bien, por otra parte, pueblos con culturas muy distintas puede ser capaces de
comunicase mediante lenguajes a través de las barreras de las diferencias culturales.
También en el Sudoeste americano, los navajos pueden conversar fácilmente con sus
vecinos apaches, aunque ambos tienen culturas esencialmente diferentes. Lo que es
todavía más interesante es que ambos, navajos y apaches, pueden hacerse entender en
Alaska interior, parece haberse extendido bastante recientemente porque se conserva un
cierto grado de inteligibilidad. Las culturas de los habitantes del desierto del sudoeste de
los Estados Unidos difieren muy claramente, también, de las de los pueblos de los
bosques subárticos de coníferas.
Pero cultura y lengua pueden relacionarse de modos sutiles y especiales. La razón por la
que un pueblo habla su lengua depende en cierto grado de los accidentes históricos, de
factores tales como el contacto, las migraciones, las conquistas o el aislamiento. Como
fenómenos distintivamente humanos, cultura y lengua guardan un paralelo entre sí en los
modos de actuar. No se debe a un cierto tipo de cultura el hecho de que un pueblo hable
determinada lengua. Sin embargo, los factores de crecimiento y estructura que se aplican
a la cultura son igualmente aplicables a la lengua y cultura en sus procesos respectivos.
RIQUEZA DE VOCABULARIO
Era antaño muy razonable afirmar que un lenguaje existente pudiera ser más
arcaico o más primitivo que otro. Si embargo, no parece que esto sea cierto. Cada
lenguaje representa un producto acabado, un sistema perfecto en el sentido de que cada
lengua se adapta perfectamente a todas las situaciones humanas. Las ideas que puede
expresar una lengua dependen en cierta medida de los intereses y las preocupaciones de
la sociedad que lo crea. Sería sorprendente oír una discusión sobre positivismo lógico o
antropología cultural en esquimal, pero esto no significa que ideas de este tipo no puedan
expresarse en esquimal. El castellano, de igual modo, debe recurrir a circunlocuciones
para comunicar las sutilezas de que es eminentemente capaz el esquimal. Ninguno de
estos lenguajes, ni ninguno de los otros seis mil del mundo, puede, pues, ser considerado
más arcaico o primitivo que otro.
Se ha sostenido a veces que un lenguaje ha evolucionado más que los otros si
posee un vocabulario más amplio. Pero uno de los problemas más intricados con que se
enfrenta la lingüística es el de definir la “palabra”. ¿En castellano “el” es siquiera una
palabra? “El hombre”, ¿En una palabra o dos? El verbo “haber” en castellano puede
considerarse como una palabra, pero, ¿lo son “ha” o “hubo”? Este último caso, desde
luego, incluye formas distintas del mismo elemento, pero el hecho es que el cambio de
forma suscita algunas preguntas más profundas en cuanto a la lengua y su naturaleza.
Un inglés, al hablar, emplea sólo una reducida fracción del diccionario, o, más
propiamente, del léxico de su lengua. Muchas lenguas no inscritas son mucho más
complejas en cuanto al número de palabras empleadas en una conversación normal.
Desde este punto de vista puede considerarse el inglés como más primitivo. Si el árabe
tiene más de mil palabras para decir “espada”, es porque existe una implicación cultural
estilística para ello; su cultura da especial importancia a la poesía y, por lo tanto, no
sorprende descubrir una asombrosa riqueza de sinónimos y figuras retóricas.
A los antropólogos les gusta señalar que los esquimales poseen un gran número
de palabras para referirse a “nieve”, cada una de las cuales denota nieve en un estado
particular, tal como nieve que cae suavemente, nieve empujada por viento seco, nieve
amontonada, nieve pulverizada, nieve húmeda compacta, nieve seca compacta apta para
ser cortada en bloques (para construir iglús), nieve con una costra superficial de hielo,
etc. Es cierto que nosotros podemos expresar lingüísticamente las distintas condiciones
de la nieve mediante el uso de calificativos, pero ocurre que los esquimales, cuya
supervivencia depende de las condiciones de la nieve, no consideran a ésta como “vapor
de agua cristalizado” o como “ese hermoso plumón blanco que cae del cielo algunos días
fríos”, sino, más bien, como una serie de sustancias distintas.
El norteamericano que habita en una ciudad distingue nieve y aguanieve como
dos categorías lingüísticas distintas para designar el agua cristalizada en sus distintos
estados (puesto que esto y no más es lo que tiene significado cultural para su comodidad
y bienestar). Sin embargo, desde que se inició el gran entusiasmo popular por el esquí en
los Estados Unidos, se tomó del Tirol austriaco un vocabulario para la nieve, similar al del
esquimal en sus distinciones, debido a que el estado de la nieve tiene importancia para el
esquiador. Por lo tanto, oímos los términos Pappschnee (nieve húmeda y densa),
Kornschnee (nieve pulverizada), Fernschnee (amplia extensión de costra quebradiza),
etc.
En la propia subcultura ecuestre americana de los cowboys existe un ejemplo
comparable. Para la mayoría de los habitantes de las ciudades del Este, un caballo es un
caballo. No así para el vaquero. Es una yegua, un semental o un caballo castrado según
el sexo; un tordo, alazán, pío, roano o cara blanca, según el color.
El principio básico que ilustra estos ejemplos es el de que cada lengua es
adecuada para expresar las necesidades de su cultura. Cuando se amplia la cultura, se
amplía la lengua. Si un sistema de creencias o conocimientos que forma parte de la culta
requiere la expresión de ideas abstractas, la lengua pondrá los métodos para expresas
estas ideas, sin tener en cuenta cuál es la sintaxis empleada. Si una cultura da
importancia al estilo retórico, la oratoria, los cuentos populares o la poesía, estos
intereses hallarán expresión lingüística. Ninguna lengua existente es lo bastante primaria
como para contener pensamientos medio formulados y gruñidos, ni lo bastante limitada
en cuanto a expresiones como ejemplificar la aurora del habla humana. Cierto es que el
castellano, como otras lenguas europeas, acompaña a una cultura en la que existe una
gran diversidad de ocupaciones y actividades. Puesto que cada especialidad posee un
vocabulario especializado, nadie puede dominar el léxico total de la lengua. Pero cada
cultura posee sus especialidades, ocupacionales o de otro tipo. Si alguien tuviese todavía
la idea, tan extendida en el siglo XIX, de que las lenguas primitivas son pueriles e
LA ESCRITURA
Algunas lenguas son escritas, otras no. Ciertamente, el término “primitivo” se considera
habitualmente sinónimo de “no escrito”. Pero, cuando el antropólogo lingüista dirige su
atención a los componentes de un idioma, se ocupa sólo del sistema oral, o, con más
exactitud, del sistema oral-auditivo, lo hablado y lo oído. La escritura no es una parte de
la lengua de ningún sentido vital. El inglés y el castellano podrían escribirse
perfectamente en caracteres chinos. Pero usan el alfabeto latino. Los sistemas de
escritura son invento que se remontan a tiempos relativamente recientes (a las edades
del Bronce y del Hierro). Las lenguas habían existido desde mucho antes. Tampoco
debemos pensar que si una de ellas carece de escritura es desaliñada o está viciada. Por
lo contrario, la lengua no escrita es la que conserva la tradición oral con fidelidad, la que
hace hincapié en la corrección y precisión del habla. La oposición entre el uso común del
inglés escrito y hablado es una excepción.
LA ESTRUCTURA DE LA LENGUA
Aunque las preguntas sobre los orígenes de la lengua deban contentarse con
respuestas vagas, podemos decir mucho sobre la naturaleza de la escritura de la lengua.
Como hemos dicho, cada lengua es un sistema completo. Es una configuración, un todo
igual a más que la suma de sus partes. Cada lengua surge como un fenómeno conciso y
distintivo y posee límites definidos. Ciertamente, una lengua puede tener dialectos,
formas que son locales y presentan variaciones de los modelos sonoros de uso de las
palabras. El inglés, sin embargo, sigue siendo inglés a pesar de que lo hablan los
americanos del Medio Oeste o los del Sur, los ingleses de Oxford o los de la clase
popular de Londres. La estructura de la lengua total sigue siendo consistente. Cada
lengua, cualesquiera que sean las variaciones que se permitan, posee sus límites
definidos; cuando se han cruzado éstos, ha nacido una nueva lengua. El inglés y el
alemán, por ejemplo, están estrechamente relacionados porque tienen un antepasado
próximo común y, por consiguiente, no sólo tienen muchas palabras comunes, sino
también elementos distintivos de estructura gramatical. Sin embargo, por más que estén
relacionados históricamente, el inglés y el alemán son totalmente distintos, hasta el punto
de que sólo los lingüistas entrenados pueden hallar las semejanzas básicas entre ellos.
El francés, castellano e italiano son lenguas muy próximas entre sí, con series de
categorías gramaticales básicas comunes y vocabularios derivados del latín, pero cada
una sigue siendo un sistema totalmente separado de símbolos orales, cualquiera de los
cuales es, muchas veces, ininteligible para el nativo de otra.
Una lengua permanece, pues, separada como fenómeno humano discreto. El
lingüista que estudia las distintas formas de habla humana plantea las mismas preguntas
sobre los datos de ésta que el antropólogo al investigar sobre las culturas. También una
cultura es un todo y uno puede estudiar los patrones dialectales locales, el antropólogo,
en su interés por entender las regularidades, la “gramática” de una cultura, puede
ocuparse de patrones localizados de variación. Tanto en relación con la cultura como con
la lengua, lo que tiene interés es lo predecible, la deducción del patrón. La lengua, de
hecho, parece ofrecer un ejemplo más convincente de esto que la cultura, por la razón de
que la lengua, debido a la naturaleza, no admite tantas variables. La estructura precisa de
cada lengua permite variaciones, pero éstas difieren de acuerdo con el sistema
lingüístico.
Al pensar en la lengua, del mismo modo que al pensar en la cultura, uno puede
preguntarse inicialmente cómo funciona el sistema. Al hacer esto, colocamos la lengua en
punto final temporal sin implicaciones respecto al origen del producto terminado o a sus
relaciones. El niño aprende la lengua de su grupo tal como lo hablan quienes lo rodean.
La estructura del inglés es hoy distinta de lo que en tiempos de Chaucer, pero para
hablarlo no hace falta conocer su historia. Hurricane y cigar son dos palabras en inglés;
como tales, tienen una función en esa lengua, y, para hablarla, no hay que estar enterado
de que derivan de una lengua india de las Antillas. Considerar la lengua o la cultura como
un producto final desde el punto de vista temporal y preguntarse cómo funciona el
sistema en un momento dado es estudiar la estructura, las partes que se interrelacionan
para constituir el todo. Esta aproximación es estructural o sincrónica. En los estudios
sincrónicos se analizan las lenguas tal como se dan en un momento histórico dado
El estudio histórico, o diacrónico, plantea una cuestión de tipo muy distinto. Mas
que “¿Cómo funciona?”, nos preguntamos “¿Cómo llego a ser así?” Si la historia del
inglés como lengua es lo que nos interesa, entonces, claro está, el inglés de Chaucer o el
de Shakespeare, así como las primeras formas de inglés discernibles deben tomarse en
consideración. Más adelante uno desea ver las partes del inglés que se relacionan con un
antepasado germánico, con el normando o con otros miembros de la gran familia
lingüística indoeuropea, de la que inglés, alemán, francés, latín, ruso y las lenguas de la
India moderna son también miembros.
Ambos estudios, el sincrónico y el diacrónico, tienen importancia para entender los
procesos lingüísticos. Las relaciones históricas de una lengua proporcionan una clave
para entender las relaciones culturales. Similarmente, la comprensión de una lengua tal
como se habla (no sólo hablarla y entenderla, sino también verla como una unidad
estructurada) puede proporcionar algunas orientaciones para una mayor inteligencia de
cómo están organizadas las culturas.
pequeño artificio!
Debe estar claro que un sistema aparentemente tan simple como los sonidos de la
lengua está cargado de dificultades. Ciertamente, el número de sonidos que puede hacer
un ser humano es ilimitado, y una persona aprende a seguir los patrones lingüísticos de
su grupo. Pero, cuando a los patrones básicos se la añaden fonemas secundarios tales
como el énfasis o acento, el tono, la longitud de las vocales, la presencia o ausencia de
resonancias, la guturalización o la nasalización y muchos otros factores posibles,
podemos ver en seguida que el lenguaje no es un sistema sencillo.
Los sonidos de una lengua, siendo adecuados para ella, se relacionan, pues, con
esa lengua particular como sistema. Las lenguas son sistemas culturalmente
determinados no sólo en relación con sus sonidos sino también en relación con los
modos de reunir dichos elementos básicos en un orden estructurado.
CULTURA Y LENGUA
Se han sugerido varios caminos por los que podrían influirse mutuamente lengua
y cultura. Hemos dicho que toda lengua es un fenómeno cultural en sí. Es obvio que
nadie puede hablar de modo instintivo. La lengua no tiene absolutamente nada que ver
con la herencia biológica; por lo tanto, no hay relaciones inherentes entre raza y lengua.
Si, como ocurre a veces, determinada lengua es hablada sólo por los miembros de una
raza, se debe simplemente a que la población racial, al permanecer aisladas de otros
pueblos, desarrolló su propio modo de hablar. Una vez roto el aislamiento, no tiene por
qué seguir siendo así. Dieciocho millones de negros americanos hablan ingles, pero sus
antepasados, uno o dos siglos antes, hablaban sólo una u otra de las lenguas africanas.
El hecho de que sea extremadamente difícil para las personas de habla inglesa
dominar algunos fonemas de otras lenguas que los nativos utilizan con facilidad no
significa que éstos tengan una aptitud natural para producir tales sonidos. Significa
meramente, con tal de que el adagio inglés no se tome muy en seria, que -no se pueden
enseñar trucos nuevos a perros viejos» (“you can't teach old dogs new tricks»). Una vez
establecidos los hábitos vocales, se hacen tan sólidos que romperlos se convierte en una
tarea ardua. Sin embargo, no existe nada en la estructura física de los miembros de raza
que haga a algunas poblaciones genéticamente aptas para la pronunciación de algunos
fonemas y no de otros.
Por lo tanto, a la pregunta -¿Cuál es la relación entre raza y lengua?» hay que contestar
“Ninguna”. Por otra parte, a la pregunta «¿Cuál es la relación entre cultura y lengua?”
debe contestarse «Mucha». Pero, ¿de qué tipo?
éste percibe la realidad. Hemos visto en el capítulo 2 cómo los postulados básicos de
cada cultura proporcionan las afirmaciones sobre la naturaleza general de las cosas con
las que los miembros de todas y cada una de las sociedades consideran a la naturaleza
y a sí mismos. Considerados conjuntamente, la cultura en general y el lenguaje en
particular moldean las múltiples lentes a través de las cuales contempla el hombre el
mundo que le rodea. Verdaderamente tal como Edward Sapir (1884-1939) fue uno de los
primeros en advertir, en un sentido real «el lenguaje y nuestro modo de pensar están
estrechamente imbricados, son, en cierto sentido, una misma cosa».
Decimos que dominamos una lengua, pero sólo en esta generación presente
hemos empezado a damos cuenta de, que la lengua en que hemos nacido para hablar
nos domina hasta un extremo considerable.
¿Cómo se hace manifiesta esta identidad del lenguaje y nuestro modo de pensar? Quizá
basten dos ilustraciones.
Quienes hablan el inglés y las lenguas indoeuropeas consideran el tiempo como
algo «naturalmente» divisible en pasado, presente y futuro. Hasta que Einstein llevó el
lenguaje especial de las matemáticas y la física a una nueva esfera que no podía ser
descrita por ninguna de estas distinciones convencionales indoeuropeas, el tiempo no
pudo ser concebido por ninguno de nosotros en otros términos.
Benjamin Lee Whorf, ingeniero químico y ejecutivo de una compañía de seguros
contra incendios, se vio afectado por el problema de cómo las palabras inglesas
confunden a la gente en lo que se refiere a incendios de edificios. Se puso a demostrar
cómo la lengua hopi, entre otras, crea un sentido del tiempo enteramente distinto. Pero
antes de echar una breve ojeada al sentido hopi del tiempo, quizá debamos ver cómo la
lengua inglesa puede causar el fuego. Un ejemplo, tomado del propio Whorf es el si-
guiente:
En una planta para la destilación de madera, los alambiques de metal estaban
aislados mediante un compuesto de piedra caliza y llamado en la instalación «spun
limestone (piedra caliza hilada)... Al cabo de cierto tiempo de estar en servicio, el fuego
situado debajo de uno de los alambiques se propagó a la -caliza hilada., que con gran
sorpresa de todo el mundo, ardió intensamente. La exposición a los vapores de ácido
acético procedentes de los alambiques había convertido parte de la caliza (carbonato
cálcico) en acetato cálcico. ,éste, calentado al fuego se descompone, formando acetona,