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Los derechos a un medio ambiente saludable son

también derechos humanos, civiles y sociales


Daniel López Marijuán es miembro de Ecologistas en Acción

Cumplimos 70 años desde que la Asamblea General de la Naciones Unidas proclamó la Declaración
Universal de Derechos Humanos. Durante este tiempo, los treinta artículos de la Declaración han
sido violados o ignorados en muchos países, pero contar con este compromiso cívico ha servido para
que la ciudadanía dispusiera de un referente moral para denunciar abusos y atropellos.

Además de llegar a un acuerdo entre las naciones, con la Declaración Universal de Derechos
Humanos se reconoce la obligación por parte de los Estados de garantizar la cobertura de las
necesidades básicas de las personas: la salud, la educación, la vivienda, las prestaciones de
desempleo, las ayudas familiares y la asistencia en situaciones singulares de necesidad. Al hacer
balance de lo conseguido en materia de protección de la humanidad, comprobamos que muchos
incumplimientos de estos derechos cívicos se deben a que se han quedado en el marco declarativo,
enunciativo, sin que su puesta en práctica fuera efectiva y estuviera debidamente garantizada.

Además, el avance social de estas últimas décadas obliga a acoger derechos sociales
insuficientemente amparados en esta Declaración, como son los derechos a la energía, al agua limpia,
a la vivienda, a la igualdad de la mujer y también a un medio ambiente saludable.

Los objetivos de Desarrollo del Milenio para el año 2020 de las Naciones Unidas introducen de
forma explícita estos derechos ambientales y los sitúan dentro de objetivos a alcanzar:

“Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente, incorporando los principios de desarrollo


sostenible en las políticas y los programas nacionales; invertir la pérdida de recursos del medio
ambiente”.

La degradación ambiental y el Cambio Climático hacen aún más perentorias las iniciativas para
conseguir un desarrollo que no aumente la pobreza, la desigualdad y la opresión. Los desafíos que
estamos llamados a encarar nos obligan a modificar nuestras pautas de producción y de consumo,
asegurando que el acceso a los bienes básicos llegue a toda la población mundial.

No basta con ejercer conductas saludables y solidarias, necesitamos cambios radicales en las
estructuras políticas para que los derechos humanos estén amparados, protegidos y desarrollados.

El ecologismo social que defendemos entiende que no puede haber un reencuentro con la naturaleza
sin una modificación en profundidad de las relaciones sociales y no solamente del tejido productivo.
Que, sin hacer frente a la erradicación de la pobreza y la miseria, sin resolver la desigualdad social,
sin garantizar la democracia y participación, sin poner freno al derroche y a la destrucción, no hay
salida a la crisis ambiental. En definitiva, tenemos que garantizar el mínimo vital existencial para
todas las personas, es decir, alimentación, vivienda, sanidad, educación y derechos humanos para
todos. Si no existe esta voluntad de cambio, si no se asignan los recursos económicos para financiar
la lucha contra la desnutrición y la enfermedad, si las autoridades no ponen su empeño es perseguir
estos objetivos, el desarrollo sostenible seguirá siendo una bella expresión con poco contenido y los
derechos humanos continuarán siendo ignorados. A las organizaciones sociales que luchamos por
erradicar la injusticia y garantizar un mundo preservado de agresiones y amenazas, nos toca saber
conjugar un esfuerzo de organización, reflexión y acción, esta vez sí sostenido, para poder
contraponer una alternativa de alianzas sociales enfrentadas a la agresión permanente del capitalismo
global

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